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Susana Liberti

 

 

ISRAELÍES Y PALESTINOS: EL HORIZONTE DE LA PAZ

 

EL CONFLICTO INSOLUBLE

 

 

 

© Susana Liberti

© Israelíes y palestinos: el horizonte de la paz. El conflicto insoluble

 

ISBN formato papel: 978-84-685-2704-8

ISBN formato epub: 978-84-685-2706-2

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

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INTRODUCCIÓN

 

 

Todos los demás conflictos palidecen ante la opinión pública internacional por comparación con el conflicto palestino – israelí. Los argumentos son igualmente apasionados en favor de una y otra de las partes, a pesar de que no siempre están basados en el conocimiento del tema y con demasiada frecuencia se apoyan en prejuicios, cuando no en fanatismos religiosos o racistas. No faltan las voces críticas dentro del campo pro palestino y del campo pro israelí, las de aquellos que no dejan que la simpatía o la lealtad oscurezca su juicio ante las evidentes faltas y hasta crímenes cometidos por uno y otro. Estas voces críticas y otras fuentes confiables permiten un acercamiento más objetivo al problema.

 

Para lograr una mayor comprensión de los sucesos actuales hay que partir de aquellos primeros momentos de encuentro en la tierra disputada entre una minoría judía europea y una mayoría árabe, aquélla veía por primera vez el país, con el que tenía fuertes vínculos religiosos e históricos, ésta había vivido en él por varias generaciones, lo que creaba lazos vitales, familiares y de tradición1. En la Primera Parte se analiza desde el momento en que Palestina era parte del Imperio Otomano, cuando las reformas administrativas realizadas a partir de la mitad del siglo XIX le dieron cierta autonomía y la insertaron en el mercado internacional, lo que favoreció el crecimiento de las ciudades costeras y aumentó la actividad económica, por lo menos treinta años antes de que llegaran grupos numerosos de judíos. La inmigración judía fue en aumento y, a partir de la segunda aliya (1904-1914), su dirigencia tuvo una marcada ideología socialista. El estallido de la primera guerra mundial hizo concebir esperanzas al movimiento nacionalista árabe de poder alcanzar la independencia; el nacionalismo árabe había surgido a finales del siglo XIX como resultado del encuentro con las ideas de la modernidad, traídas a la región por la expansión colonial europea y difundidas por los pensadores reformistas. Pero las potencias europeas se apresuraron a repartirse los despojos del derrotado Imperio Otomano y la Sociedad de Naciones legitimó su dominio sobre el Medio Oriente bajo la figura de los “mandatos”, frustrando aquellas aspiraciones. El mandato británico trajo progreso material a Palestina, pues mejoró las comunicaciones, la salud pública y la educación; al mismo tiempo favoreció la colonización judía que, gracias a sus dirigentes, fue creando un verdadero “estado paralelo” con exclusión de la población local. Las instituciones del Yishuv2 abarcaban tribunales, un sistema escolar que educaba e indoctrinaba, una poderosa central obrera (la Histadrut) y una base económica cada vez más sólida, así como fuerzas de defensa. El enfrentamiento entre las dos comunidades era inevitable a medida que se acercaba el fin del mandato que Gran Bretaña, agotada por el esfuerzo humano y económico que le había exigido la segunda guerra mundial, ya no era capaz de mantener. Las expulsiones de habitantes árabes, las actividades terroristas judías y los encuentros armados se habían iniciado antes de la guerra de 1948, que estalló cuando los ejércitos de los países árabes vecinos invadieron el recién proclamado estado de Israel. Las semillas del conflicto se habían sembrado durante estas seis décadas anteriores al establecimiento del nuevo estado.

 

La Segunda Parte se articula en torno a las guerras posteriores: los países árabes y los israelíes volvieron a combatir en 1956, 1967 y 1973. Estos enfrentamientos se dieron en el marco de una política internacional en rápida transformación y marcada por la Guerra Fría: en 1956, Francia y Gran Bretaña desaparecieron como potencias del Medio Oriente, que se transformó en otro escenario de la competencia entre las dos superpotencias. La hostilidad árabe –de Egipto y Siria, con el apoyo de la Unión Soviética, que les proveía de armas- justificó el ataque preventivo israelí de junio de 1967, cuando la rápida derrota que infligió a sus adversarios permitió a Israel la ocupación de la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán. La guerra de 1973 obedeció a la iniciativa del presidente egipcio Sadat. Las consecuencias de estas dos guerras se hacen sentir hasta nuestros días: medio siglo después después de la guerra de los Seis Días, Israel se niega a evacuar los territorios ocupados y continúa el proceso de colonización ilegal de los mismos, mientras que la guerra de 1973 hizo posible que Egipto rompiera el estancamiento de los negociaciones y llegara al tratado de paz con Israel en 1979, cuya firma cambiaría la fisonomía política de la región, ya que aisló a Egipto y marcó el ascenso de la influencia de las monarquías petroleras y conservadoras del Golfo, que habían apoyado la guerra con el embargo petrolero pero que después rechazaron el tratado de paz.

 

Otro actor regional arrastrado al conflicto es el Líbano; su particular distribución del poder entre las principales comunidades religiosas y los cambios demográficos operados en éstas provocaron una crisis política que condujo a una larga guerra civil (1975-1990), agravada por la presencia de los grupos de militantes palestinos que habían sido expulsados de Jordania. Estos refugiados palestinos habían organizado campamentos que, a ojos de los libaneses, constituían prácticamente un estado dentro de otro estado; sus grupos armados realizaban ataques contra la zona fronteriza de Israel y con ello justificaban las incursiones del ejército israelí, la posterior ocupación del sur hasta el río Litani y finalmente la guerra de 2006, con consecuencias desastrosas para la población civil libanesa.

 

La Tercera Parte se centra en las relaciones entre israelíes y palestinos y en ella se exponen diversos aspectos de las mismas, ya que el conflicto no se limita a las acciones armadas, es mucho más profundo y abarca todas las facetas de la vida social. En Israel existe una minoría de ciudadanos árabes quienes, cuando terminó la guerra de 1948, quedaron sometidos durante varios años a la administración militar, con las restricciones que ésta implica; muchas de sus aldeas habían sido destruidas, muchas de las que perduraron fueron objeto de confiscaciones y aun hoy las poblaciones árabes tienen limitaciones en sus servicios y en las inversiones del gobierno. En el país persiste la división del sistema educativo, con desventaja para los árabes en cuanto a la calidad de la infraestructura y del contenido mismo. Los árabes israelíes no son ciudadanos iguales a los ciudadanos judíos, entre otras cosas porque están excluidos del servicio militar. Sin embargo, pueden votar y su condición, en general, es mejor que la de las poblaciones árabes vecinas, porque viven en un país que tiene una economía dinámica y rica donde las condiciones de vida son superiores.

 

En los territorios ocupados, desde el principio la administración militar dio indicios del verdadero propósito de la ocupación, es decir, la apropiación de la tierra y el estricto control de los diversos aspectos de la vida de los habitantes, cuyos derechos civiles y, en general, sus derechos humanos han sido abusados desde 1967. El carácter de la administración israelí de los territorios se refleja en las órdenes militares y la legislación y, particularmente, en la administración de justicia y en el trato de los detenidos. Las aspiraciones palestinas comenzaron a expresarse organizadamente años después del “desastre” de 1948 y lo hicieron por medio de organizaciones políticas de diferentes tendencias, cuyas propuestas fueron recibidas con desconfianza –cuando no con abierta hostilidad- por los gobiernos autoritarios de los países árabes; esta resistencia ideológica mantuvo un carácter predominantemente secular hasta la primera intifada. Las organizaciones políticas palestinas, incluidas al-Fatah (fundada en 1959) y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP, fundada en 1964), recurrieron a acciones terroristas, dentro y fuera de Israel, desde los años ’70, a veces con la cooperación de organizaciones terroristas de otros países. Esos actos, aunque condenables en sí mismos, lograron su objetivo de llamar la atención mundial sobre el problema palestino; por fin, la comunidad internacional reconoció la lucha nacional palestina, reconocimiento simbolizado por la presencia de Yassir Arafat, presidente de la OLP, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1974. A partir de la década de los ‘90 son los atentados suicidas perpetrados por palestinos, cuyo objetivo es la población civil israelí, los que concentran el interés y la condena; al analizar este tipo insólito de terrorismo hay que intentar conocer las motivaciones y características de los suicidas, que no solo son responsables de las muertes de civiles israelíes inocentes sino también de las terribles represalias que acarrean sus actos y que dañan a civiles palestinos no menos inocentes.

 

Las condiciones sin esperanza en que vivían los palestinos en los territorios ocupados fueron la causa del estallido de la primera intifada en 1987, duramente reprimida. La persistencia de la rebelión popular, que había rebasado a la dirigencia palestina tradicional de la OLP, el consiguiente desgaste de la imagen internacional de Israel, más las circunstancias regionales posteriores a la invasión iraquí de Kuwait y la guerra del Golfo, condujeron a las conversaciones de Madrid entre las partes involucradas –aunque los palestinos participaron como integrantes de la delegación jordana, por la obstinación del gobierno israelí en no reconocer la existencia y legitimidad de la OLP. Las conversaciones bajo los reflectores de la atención internacional resultaron infructuosas, pero las que se realizaron secretamente en Oslo, a iniciativa del gobierno noruego, culminaron en la Declaración de Principios y los acuerdos que la llevaron a la práctica.

 

Después de haber despertado grandes esperanzas, el proceso de Oslo se derrumbó en el terreno; esto se debió en gran parte a que era resultado de negociaciones marcadas por la gran asimetría de poder entre las partes y a que la comunidad internacional no supo o no quiso intervenir con suficiente decisión y energía para que la paz se tradujera en la mejoría de las condiciones de vida de los palestinos y en la creación del estado palestino según el calendario previsto. Ante el fracaso de Oslo, y con la frustración causada por conversaciones interminables que no conducían a nada, mientras crecían los asentamientos ilegales israelíes, estalló una segunda intifada en el 2000, con características diferentes a la primera por la preeminencia de los grupos paramilitares palestinos y por la desproporcionada e indiscriminada reacción del gobierno israelí. Los atentados de septiembre de 2001 permitieron a éste identificar su represión con la “guerra global contra el terrorismo” proclamada por el presidente Bush, aunque la causa original del terrorismo palestino, lo que está en la base y raíz de la violencia palestina, no es más que la reacción a la violencia de la ocupación.

 

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se caracterizó por su apoyo irrestricto a las acciones del gobierno israelí, ya se tratara de las incursiones en los territorios o el ataque contra el Líbano. Por razones de interés nacional, es decir, para asegurarse la buena voluntad de los países árabes respecto de la invasión a Iraq, Bush propuso una Hoja de Ruta que no era una propuesta de paz sino la descripción de una serie de reformas y medidas a ejecutar, y cuyas condiciones –tanto en contenido cuanto en los plazos de ejecución- eran irrealistas. En 2007, cuando la situación seguía deteriorándose en los territorios palestinos, convocó a una conferencia internacional en Annapolis que no dio ningún resultado. Los partidarios de la paz en Israel y en los territorios habían visto con esperanza la propuesta del Acuerdo de Ginebra, elaborado en 2003 por pacifistas de ambas partes y que proponía soluciones concretas para los temas cruciales; aunque recibió el apoyo de la opinión pública, fue dejado de lado por los gobiernos involucrados, incluido el de Estados Unidos. No hubo nunca una intención seria por parte del gobierno americano de buscar una solución al conflicto.

 

Por justa que sea la causa palestina, el desempeño de la Autoridad Nacional Palestina fue, desde un principio y merecidamente, objeto de muchas críticas. La muerte de Arafat dejó al descubierto la crisis en que se debatía la ANP y la necesidad de reforma que planteaban sus propios miembros, que deseaban eliminar el autoritarismo, la falta de transparencia y la corrupción; en medio de estas exigencias se celebraron las elecciones presidenciales de 2005 en que resultó electo Mahmud Abbas. Ese mismo año tuvo lugar la ejecución del llamado plan de desvinculación de Gaza, una decisión del gobierno israelí por la cual se abandonaron los asentamientos erigidos en la Franja. Esto sentó un peligroso precedente de acción unilateral y no significó, de ninguna manera, que Israel dejara de controlar ese territorio, pues mantuvo el control de las fronteras terrestres, marítimas y el espacio aéreo. Las condiciones de vida en Gaza siguieron empeorando y las incursiones militares israelíes no disminuyeron, pero la desvinculación formal le permitiría al gobierno israelí afianzar su dominación sobre Cisjordania.

 

La resistencia palestina nació y evolucionó como un movimiento nacional y secular, hasta que a finales de 1987 se fundó Hamás, un movimiento militante de carácter islamista. Desde entonces, había ido consolidando su papel como actor político en la vida palestina. En los primeros años después de su fundación mantuvo su actitud militante, su firme oposición a los acuerdos de Oslo y su negativa a reconocer a Israel, pero finalmente, y en particular después de la muerte de Arafat, decidió participar en los procesos electorales, primero en las elecciones municipales y después en las legislativas. En ese periodo había desplegado también una notable actividad social, tanto en el sector de la educación como en el sector de la salud, llenando vacíos que la ANP no podía cubrir por las condiciones creadas por la segunda intifada, por falta de medios o de capacidad. Varios factores explican el triunfo de Hamás en las elecciones legislativas de enero de 2006, entre otros, la aprobación por parte de la población del desempeño eficiente y honrado de los alcaldes hamasistas, la obra social del movimiento, el rechazo popular a la corrupción e ineficiencia de la ANP y su impotencia frente a la continua violencia israelí y a la también ininterrumpida construcción de asentamientos. La reacción de Israel, de su aliado, Estados Unidos, y, por presión americana, de la Unión Europea y de la ONU, fue cortar inmediatamente toda comunicación con el gobierno palestino, aduciendo que Hamás era una organización terrorista y que no podía formar parte de aquél. La ANP también reaccionó contra los legisladores electos y se inició así la división palestina. El gobierno israelí solo esperaba la oportunidad para lanzar toda su capacidad militar contra una Franja de Gaza ya estrangulada económicamente y desprovista de la ayuda internacional con el objetivo de acabar con el gobierno de Hamás. La Operación Plomo Fundido, llevada a cabo entre diciembre de 2008 y enero de 2009, coincidió con los últimos días de la administración del presidente Bush.

 

Durante la operación militar y después se oyeron, entre otras muchas, las voces de los israelíes disidentes y de los judíos de la diáspora que manifestaron su horror y su desánimo ante la conducta del gobierno, considerada como totalmente ajena a la ética y al humanismo judío. La crisis humanitaria en Gaza se agravó aun más sin que la comunidad internacional tomara medidas concretas para remediarla. El cambio de administración estadounidense no trajo aparejada ninguna alteración en el conflicto. El panorama siguió siendo sombrío: la mayoría de la sociedad israelí parece dominada por un espíritu militarista y expansionista que ahoga toda negociación de paz, aunque no logra apagar sus voces críticas. También los palestinos tienen responsabilidades en la búsqueda de la paz y la terminación de la violencia, pero la enorme asimetría entre las partes pone la llave de la solución en manos israelíes.

 

No ha habido en la última década ninguna iniciativa internacional que reúna a los principales actores alrededor de una mesa de negociaciones para intentar algún avance hacia una solución. No obstante, se ha mantenido el Cuarteto integrado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia –establecido en 2002 y cuyo fin es contribuir a crear las condiciones económicas e institucionales necesarias para la creación de un Estado palestino; otros eventos destacables son la declaratoria de Palestina como Estado observador no miembro de la ONU, el 1° de diciembre de 2012, y la resolución 2334 del Consejo de Seguridad del 23 de diciembre de 2016 que señala la ilegalidad de los asentamientos israelíes en territorios ocupados. Otros acontecimientos del periodo posterior al estudiado en este texto son las operaciones militares israelíes de noviembre de 2012 (“Pilar Defensivo”) y de julio-agosto de 2014 (“Borde Protector”) como respuesta a los consabidos ataques de cohetes. Estas operaciones han deteriorado aun más las condiciones de vida en Gaza y no solo han costado vidas civiles sino también la destrucción de infraestructura, servicios y viviendas, mientras que en Cisjordania y Jerusalén Oriental se extienden los asentamientos. La reconciliación entre Hamás y la Autoridad Palestina, en octubre de 2017, permitiría un gobierno de unidad que, de hecho, está condenado de antemano por Israel porque no admitirá ningún gobierno en el que participe Hamás.

 

Cien años después de la Declaración Balfour y de cincuenta años de ocupación, las posibilidades de poner fin al conflicto son muy escasas: desafortunadamente, la ocupación se ha vuelto ‘normal’, el gobierno más extremista de la historia de Israel hostiga a las voces críticas –como Romper el Silencio y B’Tselem y otras organizaciones de la sociedad civil- acusándolas de traición, intimidación que amenaza con coartar la libertad de expresión pero que aparentemente tiene el apoyo de importantes sectores de colonos y de agrupaciones o simpatizantes de extrema derecha.

 

Para recorrer este largo periodo, las fuentes indispensables han sido los propios historiadores y sociólogos israelíes, complementados por publicaciones de organismos internacionales y de grupos de reconocido valor académico, así como fuentes periodísticas respetadas, israelíes, estadounidenses y europeas; las referencias detalladas se encuentran en las notas a pie de página. De los hechos expuestos y de su análisis se derivan pocos halagos para los actores locales e internacionales y muchas críticas, como en cualquier caso complejo de la política mundial.

Las conclusiones no pueden ser optimistas, aunque siempre hay que permitirse una cierta medida de utopía que guíe la búsqueda de soluciones. La conclusión de la paz y la integración de Israel a la región provocarían un cambio de enormes consecuencias positivas. A pesar de esta afirmación y de este optimismo de la voluntad, a medida que pasan los días y que transcurren en un ambiente de violencia, no puede negarse que la paz se ve esquiva como el horizonte: cuanto más avanza el caminante, que lo cree a su alcance, más se aleja...

 

 

 

 

1. Existían minorías judías que habían permanecido en el país a través de los siglos y que convivían pacíficamente con la mayoría árabe musulmana y cristiana. Esas minorías se oponían al movimiento sionista, igual que se opusieron –y siguen oponiéndose- muchos rabinos, pues según ellos la identidad judía no se define por un territorio sino por la Torá. Este vínculo con la Torá es lo que hace del pueblo judío un “pueblo elegido”, concepto que no supone superioridad respecto de los demás. Cfr. Yakov Rabkin, Contra el Estado de Israel. Historia de la oposición judía al sionismo. Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta – Martínez Roca, 2008, capítulos 1 y 2.

2. Comunidad judía de Palestina anterior a la creación del Estado.

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

PALESTINA HASTA 1948