Turbulencias_cubierta

Índice

Preembarque: Prólogo

Terminal A: chico conoce chica

Puerta A1

Puerta A2

Puerta A3

Puerta A4

Puerta A5

Puerta A6

Terminal B: chico conquista chica

Puerta B7

Puerta B8

Puerta B9

Puerta B10

Puerta B11

Puerta B12

Puerta B13

Puerta B14

Puerta B15

Puerta B16

Puerta B17

Puerta B18

Puerta B19

Puerta B20

Puerta B21

Puerta B22

Puerta B23

Puerta B24

Puerta B25

Puerta B26

Puerta B27

Puerta B28

Puerta B29

Puerta B30

Puerta B31

Puerta B32

Puerta B33

Puerta B34

Puerta B35

Puerta B36

Puerta B37

Puerta B38

Terminal C: chico jode chica

Puerta C39

Puerta C40

Puerta C41

Puerta C42

Puerta C43

Puerta C44

Puerta C45

Puerta C46

Puerta C47

Puerta C48

Puerta C49

Puerta C50

Puerta C51

Puerta C52

Puerta C53

Puerta C54

Terminal E: Epílogo

Puerta E1

Puerta E2

Puerta E3

Nota de la autora

Contenido extra

Turbulencias_paginatituloparaepub





Este es para ti. Solo para ti.





Turbulencia (n): Calidad o estado de desorden violento o conmoción.

1. Movimiento caótico o inestable en la atmósfera.

2. En EE. UU., todos y cada uno de los aspectos que nos caracterizan.



Preembarque:
Prólogo


Gillian


¿Cuántas veces me vas a hacer arder?

Tres, cuatro, cinco, quizá diez…

¿Soy yo quien te hace arder a ti?

Sí, esto tiene que terminar.

Si eres tú quien se aleja primero, seguiré tu ejemplo.

Ya te lo he dicho antes y, sin embargo, nunca me marcho…


La primera vez que sufrí una turbulencia grave, me juré que en mi vida volvería a volar de nuevo.

Ocurrió durante un vuelo nocturno de Seattle a Londres; de repente, tres horas después del despegue, fuimos alcanzados por una repentina tormenta de verano. El avión se sacudía de forma violenta mientras los pasajeros gritaban y rezaban por su vida. Mis pausadas órdenes de «relájense. Por favor, tranquilícese todo el mundo» caían en oídos sordos.

El piloto era joven y no tenía experiencia, su tono suave no reconfortaba lo más mínimo. Y mientras los vasos de primera clase se hacían añicos en el suelo en medio del equipaje caído, me prometí a mí misma que, si llegábamos a aterrizar, mis días en el aire habían terminado.

Promesa que rompí unas horas después, por supuesto, pero por fin pude decir que había experimentado una de las peores turbulencias.

O eso pensaba.

—¿Señorita? —Un pasajero de primera clase interrumpe mis pensamientos, tocándome el codo mientras paso a su lado por el pasillo—. ¿Señorita?

—¿Sí?

—¿Cuánto tiempo queda para París?

—Ocho horas, señor. —Reprimo el impulso de decirle que me ha hecho la misma pregunta hace quince minutos—. ¿Quiere que le traiga algo de beber?

—Una copa de vino blanco, por favor.

Asiento moviendo la cabeza y me alejo con rapidez para coger la botella de vino de la nevera del office y llenar una copa hasta arriba. Se la llevo al pasajero tan rápidamente como puedo, para ver si por fin puedo sentarme un momento a solas y tratar de hacer desaparecer el insoportable dolor que siento en el pecho.

—¿Puedes traerme una manta? —pide el hombre antes de que me aleje.

Fuerzo una sonrisa y cojo una del compartimento superior que hay encima de su asiento. La desdoblo y se la coloco sobre el regazo.

—¿Desea algo más?

—No, pero… —Se detiene en mitad de la frase y arquea una ceja—. ¡Oh, guau! Tienes la cara muy roja. ¿Por qué estás llorando?

—No estoy llorando —miento—. Es que tengo alergia.

—¿Alergia? ¿En un avión?

—¿Quiere algo más, señor? —Siento que se me desliza una lágrima por la mejilla—. Si no es así, me acercaré dentro de un momento a ver si desea algo más.

No me responde. Se limita a sacar un pañuelo del bolsillo de la camisa y a tendérmelo.

—Sea por lo que sea —dice, mirándome de arriba abajo—, espero que no sea por un hombre. Eres demasiado guapa para llorar por nadie… Espera…, es por un hombre, ¿verdad?

No digo nada. Acepto el pañuelo y me alejo.

Me dirijo hacia la cola del avión, más allá de la cabina llena de pasajeros a punto de dormir, y me encierro en el baño. Mientras más lágrimas se deslizan por mis mejillas, saco el teléfono y accedo a mi blog privado para releer las palabras que escribí hace meses. Para recordar la dolorosa sensación de no escucharme a mí misma.


Entrada del blog

Esta es la última vez que pienso decir lo mismo.

La última.

Mi corazón no puede soportar otra oleada más de ira, una nueva entrega de este peligroso juego de «¿Lo hacemos? ¿Podemos hacerlo?» ni otro giro en este interminable carrusel emocional de subidas y bajadas.

Sí, la forma de follar de este hombre es incomparable y me deja con ansias de más en cuanto se retira de mi interior. Y sí, la forma en la que me da placer con su boca y cómo consigue que me corra durante horas no tiene igual. Pero la manera en que encajamos (y no, no encajamos) ha alcanzado por fin su punto culminante.

No volveré con él.

No volveré.

No-volveré.


Llaman a la puerta antes de que pueda leer el resto, y suspiro.

—Está ocupado —digo—. La luz roja está encendida.

Vuelven a golpearla de nuevo, ahora más fuerte, así que gimo y abro.

—La luz roja está claramente… —Me interrumpo con un jadeo al ver delante de mí al hombre al que estoy despreciando en este momento, el hombre al que he tratado de evitar durante todo el vuelo. El piloto. Sus hermosos ojos azules están clavados en los míos, tiene los dientes apretados y da igual lo mucho que quiera no sentirme atraída por él en este momento, no puedo evitarlo.

Su rostro duro y perfectamente cincelado, los labios gruesos y definidos, hechos para besos largos y adictivos, y la chulería que irradia cada vez que se mueve hacen que me quede sin aliento cada vez que lo veo, que me excite de golpe.

Detrás de él, parpadean un par de luces de lectura de la cabina del pasaje y en las pantallas de televisión comienza la segunda película del vuelo.

—Gillian, tenemos que hablar —argumenta con la voz tensa—. Ahora mismo.

—Paso. —Trato de cerrar la puerta en sus narices, pero él la mantiene abierta y me empuja al interior, bloqueándola a su espalda.

Durante varios segundos ninguno dice una palabra. Solo nos miramos el uno al otro como tantas veces antes. El dolor y la decepción flotan en el aire que nos separa.

—Jake, no tengo nada más que decirte. —Mi voz sale cascada—. Nada más.

—Vale —sisea—. Pues hablaré yo.

—En fin, es toda una ironía, dado que normalmente no dices nada.

—¿Estás follando con otro? —Sus palabras son tan duras y recortadas que no estoy segura de haberlas oído bien.

—¿Cómo?

—¿Es necesario que lo repita? —Me mira mientras cierra la brecha entre nosotros—. ¿Estás follando con otro?

—Hace semanas que no hablamos. —Aprieto los dientes—. No te veo desde hace una eternidad y ¿esto es lo primero que me preguntas? «Hola, Gillian, ¿qué tal va todo? Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por última vez. ¿Cómo estás?».

—Hola, Gillian. —Se burla de mí sin dejar de mirarme fijamente a los ojos—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos. ¿Qué tal estás? —No me da la oportunidad de responder—. ¿Estás follando con otro?

—No.

—¿Estás saliendo con alguien?

—Es la misma maldita pregunta.

—Entonces dame la misma maldita respuesta.

—No. —Cruzo los brazos—. No, no estoy saliendo con otra persona, pero lo haré muy pronto. ¿Y sabes qué? Será con alguien que no me haga sentir de esta forma cada pocas semanas, alguien que no desaparezca durante un tiempo haciendo que me pregunte todas las noches por qué me he abierto a él. Y mejor todavía, será alguien que me respete y no actúe como si amarme fuera una carga.

—Jamás he dicho que amarte sea una carga.

—Jamás has dicho que me amas.

Silencio.

—Gillian… —Suspira, pasándose una mano por el pelo rubio oscuro—. Escúchame.

—Que te jodan. Y déjame salir, por favor. —Lo empujo en el pecho, tratando de escapar, pero él sigue reteniéndome—. Jake, he dicho que me dejes salir de aquí.

—No. —Me rodea la cintura con un brazo y me estrecha con fuerza, usando la otra mano para secarme las lágrimas con la punta de los dedos. Me acaricia la espalda y me besa las comisuras de los labios, mordiéndome con suavidad el inferior como hace siempre justo antes de follarme—. Sabes que no quiero volver a hacerte daño.

—¿Lo sé?

—¡Joder, deberías! —Me muerde de nuevo el labio inferior, esta vez con más fuerza—. Necesito que nos des otra oportunidad —susurra contra mi boca.

—¿Qué te hace pensar que soy tan estúpida como para hacerlo?

—Porque no soy el único que ha cometido un error. —Me pasa los dedos por el pelo al tiempo que me roza los labios con los suyos—. Te recuerdo que la forma en la que empezamos fue bastante jodida.

—Sigue siendo muy jodido todo. —Lo miro a los ojos—. Sigues sin dejar que me acerque a ti, sigues sin hablar conmigo y solo me dices simplezas. He sido abierta y sincera contigo, y aun así, sigues siendo obtus… —El resto de mi reproche termina cuando frota sus labios y su lengua contra los míos, suplicándome, burlándose, abrumándome…

Trato de resistirme, de alejarlo, pero no sirve de nada. Su beso es una dosis instantánea de lo que he estado echando de menos, un recordatorio de lo bien que podemos estar juntos. Cedo poco a poco, comienzo a susurrar preguntas contra sus labios mientras saquea mi boca una y otra vez.

Le pregunto si está acostándose con otra, me dice que no. Le pregunto si está saliendo con otras mujeres, y me castiga apretándome las nalgas al tiempo que suelta un brusco «no». Comienzo a indagar dónde se ha metido durante las últimas semanas, por qué siempre desaparece una temporada, pero interrumpe mis preguntas con un beso todavía más profundo que me pone la piel de gallina y me hace estremecer.

—Podemos hablar esta noche —susurra. Me coge la mano y la presiona contra la parte delantera de su pantalón, haciéndome sentir lo dura que está su polla—. Esta noche podemos hablar de lo que te dé la gana.

—¿Esta noche será mañana, cuando aterricemos en París, o en este momento?

—Esta noche será cuando salgamos este baño, después de que te folle contra la puerta y te recuerde a quién pertenece tu coño. —Me cubre la mano con la suya y me ordena que le abra los pantalones—. ¿Es eso suficiente para ti?

Asiento con la cabeza, y captura mi boca una vez más interrumpiendo una serie de argumentos que pronto se convierten en fragmentos olvidados, como siempre. Mientras me desliza la falda hacia arriba con la mano noto que la humedad gotea entre mis muslos… Una vez más, sé que todo está perdido.

Somos nosotros.

Somos turbulencias.


¿Cuántas veces me vas a hacer arder?

Tres, cuatro, cinco, quizá diez…

¿Soy yo quien te hace arder a ti?

Sí, eres tú, una vez y otra.

Debería haberme alejado y tú podrías haber hecho lo mismo.

Pero creo que sabía desde el principio que no quería marcharme…






Terminal A:
chico conoce chica


Título original: Turbulence



Primera edición: noviembre de 2017



Copyright © 2014 by Whitney G. Williams
This work was negociated by Bookcase Literary Agency on behalf of Brower Literary & Management, Inc.



© de la traducción: Mª José Losada Rey, 2017



© de esta edición: 2017, Ediciones Pàmies, S. L.
C/ Mesena,18
28033 Madrid
phoebe@phoebe.es



ISBN: 978-84-16970-49-0

BIC: FRD



Diseño de cubierta: Calderón Studio



Quedan rigurosamente prohibidos, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.



Puerta A1


Dallas (DAL) —> Singapur (SIN) —> Nueva York (JFK)


Jake


Solo había tres cosas que odiaba más que al cruel circo que tenía por familia: los nuevos aires en la industria de las aerolíneas, el hecho de que solo me viera trabajando en una y que nadie respetara loas carteles de «No molestar» que se colgaban en las puertas de las habitaciones en los hoteles.

Esta mañana habían golpeado la puerta ya dos veces en los momentos menos oportunos. La primera vez fue mientras follaba, cuando le metía la polla desde atrás a la mujer que había invitado a mi habitación mientras ella estaba apoyada en la mesita de café con el culo en pompa. La segunda vez fue cuando estaba hojeando los periódicos, a punto de agujerear las páginas infestadas de mentiras con la brasa de mi cigarrillo.

Y ahora, en el intervalo de tres horas, estaban sonando otra serie de golpes contra la hoja de madera.

—¡Señor Weston! —Esta vez se trataba de una voz, una voz femenina—. Señor Weston, ¿está ahí?

No respondí. Continué bajo los chorros de agua caliente de la ducha, tratando de pensar la mejor manera de salir de esta situación.

—¡Señor Weston, soy yo! ¡La doctora Cox! —La aguda voz regresó diez minutos después—. ¡Sé que está ahí! Si no me responde esta vez, tendré que pensar que algo va mal y llamaré a la policía.

«¡Dios…!».

Cerré el grifo y salí de la ducha. Sin molestarme en coger una toalla, atravesé el dormitorio de la suite y abrí la puerta para encontrarme cara a cara con una pelirroja vestida de blanco de pies a cabeza.

—¿Qué cojones quiere? —pregunté.

—¿Perdón? ¿Cómo se atreve a hablarme así? No me gusta que me ignoren… —De repente se quedó muda y dio un paso atrás. Abrió mucho sus ojos castaños y se le pusieron las mejillas muy rojas.

—Su pene está… mmm… —Su voz era ahora un susurro—. Está completamente desnudo.

—Qué perspicaz… —repuse con rotundidad—. ¿Qué desea?

Su mirada siguió clavada en mi polla durante varios segundos, luego se aclaró la garganta.

—Soy la doctora Cox, de recursos humanos de Elite Airways.

—Soy consciente de ello.

—Sé que este fin de semana es su último vuelo con Signature Air, pero dado que Elite y Signature se fusionarán a todos los efectos a partir del lunes, tiene que completar todavía algunos trámites —explicó—. Ha tenido diez meses para hacerlo, y es todavía el único piloto que no ha completado el perfil de personalidad. No solo eso, juraría que le dijimos cuando volaba hacia Dallas que aprovechara la escala para solventar ese hecho, señor Weston. Hemos venido aquí por usted, y estamos esperando que se encuentre con nosotros en la sala de reuniones. ¿Tanto le cuesta tomarse esta cuestión en serio?

—Seré capaz de tomármelo en serio cuando suba la vista.

Nerviosa, se sonrojó de nuevo y, por fin, alzó los ojos hacia mí.

—Le hemos avisado de que tenía que estar a las siete.

—Y respondí que estaría a las ocho.

—Bueno… —Miró el reloj—. Son las siete y media, y la razón por la que le advertimos de que se reuniera con nosotros antes fue que tuviera tiempo para leer la documentación sobre la nueva política de la empresa. Insistimos en ello.

—No, lo sugirieron. «Advertir» y «sugerir» son términos completamente diferentes, con expectativas muy distintas.

—Creo que voy a tener que añadir «diccionario andante» a la lista de cualidades de su perfil. —Puso los ojos en blanco—. La próxima vez que le envíe un correo electrónico, seré muy cuidadosa con las palabras que elijo.

—Debería, sí.

—Por tanto, ¿nos vemos abajo a las ocho?

—A las ocho y media. Alguien me ha interrumpido mientras me duchaba y tengo que recuperar el tiempo perdido.

—Señor Weston, se lo juro por Dios, si no está abajo dentro de una hora, sugeriré a mis superiores que lo despidan. Y le puedo prometer que este fin de semana será la última vez que pilote uno de nuestros aviones.

—No me gustan las amenazas vacías, y para que conste, en esta frase hubiera funcionado mejor el verbo «insistir». Bajaré cuando acabe de ducharme. —Cerré la puerta antes de que pudiera añadir nada.

Una vez más, atravesé el dormitorio de la suite, recogiendo de paso un par de envoltorios vacíos de condones para tirarlos a la basura. Luego saqué la gorra y el uniforme azul de piloto del armario y los dejé sobre la cama.

Llevaba casi veinte años pilotando, y, de ellos, más de diez para respetables compañías aéreas y aerolíneas, me había ganado a pulso las cuatro barras doradas de capitán que llevaba cosidas en las mangas y, sinceramente, dando por hecho que el resto de mi carrera transcurriría en mi adorada Signature Air. Pero en el momento en el que Elite Airways se convirtió en la primera aerolínea del país, con su ideología basada en «imitar los incomparables días de la Pan Am y hacer que parezcan algo nuevo», supe que había muchas posibilidades de que absorbieran a mi aerolínea favorita, igual que habían hecho con las demás.

Cogí el móvil de la mesilla de noche con la esperanza de haber recibido un correo electrónico ofreciéndome trabajo de alguna de las compañías de vuelos chárter a las que había enviado el currículo la semana pasada, pero no había nada nuevo. Solo un mensaje de texto de la mujer que me había tirado antes, Emily.

Tenía guardado su número como «Dallas-Emily», la ciudad primero y luego el nombre. De esa manera no la confundiría con la Emily de San Francisco o la de Las Vegas, por lo que podía llevar cómodamente un registro de con qué mujeres me acostaba en cada ciudad.

Dallas-Emily: ¿Me he dejado los pendientes en tu habitación?

J. Weston: Sí. He llamado a recepción para que los recojan. Podrás pasar a buscarlos cuando te avisen.

Dallas-Emily: Podrías haberme dicho que me los había dejado ahí, Jake…

J. Weston: Acabo de hacerlo.

Dallas-Emily: Sabes a qué me refiero. Quizá los haya dejado a propósito porque quería regresar a tu habitación para… hablar.

J. Weston: Por eso, precisamente, he avisado a recepción.

Dallas-Emily: ¿Puedo hacerte una pregunta personal? Tengo que decirte algo.

J. Weston: No puedo evitar que me envíes un mensaje.

Dallas-Emily: La próxima vez que nos veamos, ¿podrías empezar la noche con algo diferente a «ponte de rodillas» o «abre la boca»?

J. Weston: No me importaría decir «Hola».

Dallas-Emily: No me refería a eso, Jake. Quiero decir que hay algo palpable entre nosotros. Algo real… y solo…

J. Weston: ¿Significan algo esos puntos suspensivos o solo te gusta abusar de los signos gramaticales?

Dallas-Emily: Quiero más de ti, Jake. Quiero más para nosotros.

J. Weston: ¿Quieres follar más?

Dallas-Emily: Más de ti. Me gustas mucho y sé que, con tu carrera, estás solo mucho tiempo (como yo) y siento que ambos tenemos una conexión real.

J. Weston: No existe ninguna conexión entre nosotros, Emily.

Dallas-Emily: Si no la hay, ¿por qué la última vez que estuviste en la ciudad hablamos durante horas y me invitaste a una cena de cinco platos?

J. Weston: Hablamos veinte minutos y te invité a un taco.

Dallas-Emily: Da igual… Cada vez que nos vemos, incluso aunque solo sean dos veces al mes, siento algo, y sé que tú también. Creo que estaría bien que formalizáramos nuestra relación… ¿Qué te parece?

Apagué el teléfono y tomé nota mental para bloquearla más tarde. Tenía muchas opciones en Dallas, un montón de mujeres que no querían más que un buen polvo y una breve conversación intrascendente. En el momento en que leí la palabra «conexión» debería haber puesto punto final a la conversación.

En mi mundo, conexión era una pausa temporal en un itinerario, una escala corta antes de volar al destino final y nada más. La palabra en sí implicaba algo fugaz, no definitivo, y jamás se aplicaba a las relaciones. Al entrar en el salón de la suite y mientras buscaba la corbata con la vista, mis ojos se clavaron en el titular que se desplazaba por la parte inferior de la televisión.

«Un nuevo futuro, un nuevo principio empezará el lunes para Elite Airways, la primera aerolínea del país».

Una periodista rubia estaba entrevistando a uno de los perfectos empleados de Elite. Llevaba el uniforme azul y blanco, con un pin de «I love Elite» prendido en el bolsillo derecho de la camisa y una sonrisa que no flaqueaba nunca. No importaba cuántas palabras sin sentido salieran de su boca, la sonrisa se mantenía inquebrantable.

—Bueno, Clara, somos la primera aerolínea del país por una razón. —El empleado de Elite no podía tener más de veinticinco años—. Por eso estamos tan contentos de haber tenido la oportunidad de adquirir Contreras Airways.

—¡Cierto! —corroboró la rubia—. A primera hora de la mañana recibimos el anuncio de que habíais comprado Contreras Airways. Elite Airways está en su mejor momento, sin duda.

—Gracias, Clara. Eso es lo que dice nuestro lema: «Haremos lo necesario para ser los mejores, no importa el precio».

«No importa el precio…».

Según se desplazaba de nuevo el titular por la pantalla, sentí que me subía la tensión. Para la mayoría de los espectadores, esto sería otro negocio del segmento de la industria aeronáutica, una gran oportunidad para otro joven entrevistador, el sueño americano, bla, bla, bla, pero para mí, esas palabras significaban algo más que el final de una era. Significaban algo que nunca perdonaría ni olvidaría.

Lívido, me obligué a alejarme para regresar a la ducha. Puse el agua a tope, tratando de concentrarme en otra cosa, lo que fuera, pero no me sirvió de nada. Solo podía ver ese feo titular.

«A la mierda. No pienso bajar hasta que me tranquilice».



Tres horas después…


—Muchas gracias por llegar a tiempo, señor Weston —La doctora Cox me miró mientras abría la puerta de la sala de reuniones—. ¿Su propósito era llegar con los minutos justos antes de seguir trayecto hacia Singapur o solo es una coincidencia?

—Una agradable coincidencia.

—Estoy segura —refunfuñó por lo bajo y me condujo al interior de la habitación—. Puede tomar asiento en esa mesa.

Cuando entré, me di cuenta de que habían transformado el escaso espacio para que pareciera una sala de orientación de verdad. Había carteles con la política de Elite clavados en las paredes, una pantalla de proyección y un montón formado por los libros que contenían las leyes de la aviación federal en una silla solitaria. También había en la mesa dos cajas grandes con la etiqueta «J. Weston», así como unas enormes carpetas, cuadernos y bolígrafos.

Al tomar asiento, vi dos vasos de agua que llevaban escrito «Para el señor Weston» mojando con las gotas de condensación la mesa de madera.

La doctora Cox se sentó frente a mí unos segundos después, y otro responsable de Elite —un hombre de pelo gris con la familiar corbata azul y blanca— tomó asiento a su lado.

—Este es mi compañero, Lance Owens —lo presentó, dejando una grabadora digital sobre la mesa—. Dado que ha podido dedicarnos tan poco de su valioso tiempo, el cámara se ha marchado. Por lo tanto, tendré que grabar un audio de la entrevista y el señor Owens servirá de testigo. Además, hemos conseguido rellenar casi todo lo que falta de su archivo mientras esperábamos, así que no tardaremos mucho. ¿Alguna pregunta antes de empezar?

—No.

—Bien. —Apretó el botón de la grabadora—. Esta es la entrevista final para el empleado número 67.581, capitán Jake Weston. Señor Weston, ¿podría decir su nombre completo?

—Jake C. Weston.

—¿Qué significa la C?

—No lo recuerdo.

—Señor Weston…

—No significa nada. Es solo una C.

—Gracias. —Deslizó un dosier azul hacia mí—. Señor Weston, ¿puede confirmarme si la lista de trabajos anteriores que contiene el archivo es correcta?

Abrí la carpetilla y vi mi carrera profesional compilada en una corta lista de tinta negra. Fuerza Aérea de Estados Unidos. American Airways. Air Asia. Air France. Signature. Ningún accidente o infracción, ni un solo retraso.

—Es correcta. —Cerré el dosier y se lo devolví.

—Aquí dice que ha ganado treinta premios de aviación desde que se graduó en la escuela de vuelo. ¿Es cierto?

—No. He ganado cuarenta y seis.

—¿Sabe? —dijo ella, leyendo el papel—. La mayoría de los pilotos no ganan esta clase de premios hasta que alcanzan la madurez, entre los cincuenta y sesenta años, cuando llevan a sus espaldas al menos veinticinco o treinta años de experiencia. Usted lleva apenas veinte, si se cuentan los logros aéreos que consiguió en la escuela de aviación, y le faltan unas semanas para cumplir treinta y ocho.

Parpadeé.

—¿No va a decir nada sobre lo que acabo de mencionar, señor Weston?

—Estaba esperando que me preguntara. Por lo general hay cierta inflexión en la voz cuando va a venir una pregunta. Solo ha expuesto una lista de hechos.

El hombre que hacía de testigo esbozó una sonrisa.

—Pasando… —apretó el botón del bolígrafo—. Estamos teniendo problemas para verificar a las personas que anotó como familiares. Los números de teléfono que aparecen en los datos son de teléfonos públicos en Montreal. Necesitamos que nos proporcione información actualizada, ¿vale? Ese «vale» es una pregunta, señor Weston.

—Vale.

—Empecemos con Christopher Weston, su padre biológico. ¿A qué se dedica en la actualidad y cuál es su número de contacto?

—Es mago. Desaparece y vuelve a aparecer en mi vida de vez en cuando. Trataré de pillarlo la próxima vez y le pediré su número de teléfono.

—¿Qué puede decirme de Evan Weston, su hermano?

—También es mago. Su talento consiste en borrarlo todo, hacer que parezca distinto a lo que es.

—¿No tiene teléfono?

—No tiene número de teléfono.

—¿Y su madre?

—No estoy seguro.

—¿Su esposa?

—Exesposa. Estoy seguro de que sigue arruinando vidas dondequiera que esté. Busque el número del infierno.

La observé mientras se quitaba las gafas de lectura.

—Elite requiere que cada uno de sus empleados tenga en su lista al menos cuatro contactos familiares. Con todos los datos.

—Entonces seré la primera excepción.

—No lo creo. —Miró al testigo—. Dado que el señor Weston quiere jugar al escondite, tendremos que utilizar nuestro equipo para encontrar a los miembros de su familia. Habrá que decirle también a los de recursos humanos lo poco cooperativo que ha estado hoy.

El hombre asintió, pero no dijo nada. Yo me limité a coger el vaso de agua y tomar un buen trago; sabía que no había ninguna posibilidad de que encontraran a nadie salvo a mi exmujer. Hacía décadas que había enterrado al resto, y no volvería a salir a la superficie.

—Mientras tanto —comentó ella—, estoy segura de que puede darnos una puntuación para valorar la cercanía a sus parientes más próximos para que sepamos con quién contactar en caso de que surja alguna emergencia.

—Seguramente.

—Muy bien. En una escala de uno a diez, siendo diez la mayor intimidad posible, ¿qué puntuación pondría a su padre?

—Menos ochenta.

Sus ojos buscaron los míos de inmediato.

—¿Perdón? ¿Qué ha dicho?

—Menos ochenta. —Marqué cada sílaba—. ¿Es necesario que rebobine la grabación y lo vuelva a escuchar?

Ella sacudió la cabeza. Por un segundo, pareció que se arrepentía de hacer la pregunta, como si fuera a olvidarse de esa cuestión en concreto y pasar a otra cosa, pero no lo hizo.

—Señor Weston, en la misma escala, ¿cómo valoraría la cercanía a su hermano?

—Menos sesenta.

—¿Y a su madre?

—Sin comentarios.

—Señor Weston —añadió con la voz más firme—. Por favor, ¿podría responder la última pregunta con respecto a su madre?

—Podría, pero no lo pienso hacer.

—Señor Weston…

—No.

—No es cuestión de sí o no. —Levantó un poco más la voz—. Todas las preguntas son obligatorias, sobre todo porque ha esperado hasta el último minuto para juzgarnos dignos de su tiempo. Si desea continuar trabajando para nosotros después de los últimos vuelos que pilotará para Signature este fin de semana, tiene que responderme. De lo contrario, detendremos la sesión en este momento.

—Infinito. —Apreté los dientes—. Con respecto a mi madre, la valoración es un puto infinito.

—Gracias. —Dejó escapar un suspiro—. La última pregunta de esta parte. ¿En una escala de uno a diez, qué cercanía tiene con su esposa?

—Exesposa —corrijo de nuevo—. No debería estar incluida en mis datos, pero está clasificada entre mi padre y mi hermano con un menos setenta.

—Bueno, ilumíneme, por favor. —Levantó la cabeza y se rascó la oreja—. En el caso de que le ocurra algo malo, ¿a quién le gustaría que llamáramos primero?

—A una funeraria.

Silencio.

Ella apartó la mirada como si no estuviera segura de qué más decir. Unos segundos después, me ofreció un contrato estándar junto con un bolígrafo.

—Ya sé que ha firmado esto con anterioridad, pero, por favor, necesitamos que vuelva a hacerlo con un testigo… No, espere, tengo otra pregunta. ¿Sabe que tiene un fpe en su expediente con nosotros?

—No.

—¿No quiere saber qué significa fpe?

—Imagino que significa que soy capaz de contar y usted no. Ha dicho que la pregunta anterior era la última.

—Lo era. —La vi fruncir el ceño—. ¿Por casualidad tiene alguna pregunta para mí?

—No.

—Muy bien. Con esto concluye la actualización del perfil de Jake C. Weston con Elite Airways. —Detuvo la grabadora y la guardó en una caja blanca con la etiqueta «Pilotos en activo»—. Puede marcharse ya, señor Owens. Gracias por su tiempo.

—De nada —dijo el hombre, levantándose—. Le deseo la mejor suerte del mundo con nuestra línea aérea, señor Weston.

—Gracias. —Hice ademán de levantarme, pero la doctora Cox me indicó que permaneciera sentado.

—Me había parecido que habíamos terminado. —La miré—. No estoy interesado en hablar con usted ni con cualquier otra persona más tiempo del estrictamente necesario.

—Esto es entre nosotros dos —dijo ella, en un tono mucho más ominoso que al principio—. Tengo una última pregunta, luego podrá marcharse y volver a cubrirse con ese caparazón con el que va por la vida.

Esperó hasta que el señor Owens salió de la estancia y luego cerró de golpe la carpeta roja que ocupaba la parte superior de la mesa. Me miró.

—Necesito que me diga cómo diablos superó la evaluación psiquiátrica hace seis semanas.

—Estudié mucho.

—No me joda, señor Weston. —Tenía la cara roja—. La puntuación media en la prueba pila de un piloto competente y sensato es un cinco. Usted ha sacado un nueve.

—Quizá la prueba medía algo más de mí.

Ignoró mi comentario.

—Un maldito nueve. Sin él no debería haber pasado las demás pruebas psicológicas. Sin embargo, de alguna forma, el médico le ha dado el apto generosamente.

—¿Cuán generosamente?

—Demasiado generosamente. —Sacó una tarjeta de visita del bolsillo y me la lanzó—. No voy a negar que su carrera hasta el momento ha sido excepcional, pero…, bueno, voy a ser sincera. Tiene usted los resultados psicológicos más jodidos que he visto en mi vida.

—Un honor, gracias. —Miré el reloj—. Me gustaría recibir los agradecimientos por correo electrónico.

—No creo que entienda la gravedad de todo esto —añadió ella—. De acuerdo con los resultados reales de las pruebas, no las que ha falseado de alguna forma, está muy por debajo de la media en tres de las cuatro áreas emocionales. Es un sociópata, aunque es capaz de arreglárselas para funcionar correctamente en los entornos sociales. —Juntó las manos—. No lo he comprobado todavía, pero creo que utiliza su carrera como una válvula de escape para hacer frente a algún problema interno. No solo eso, además los resultados de las pruebas de sueño muestran altos niveles de…

Desconecté de su voz mientras ella continuaba hablando, solo capté algunas palabras como «psicoterapia» y «umbral», pero mi atención a sus frases disminuyó con cada cosa que salía de sus labios.

Inclinándome hacia delante, estudié las carpetas que había amontonadas en el borde de la mesa, hojeando los documentos. Levanté los archivos y cuadernos, aunque los volví a dejar en su lugar al ver que no había nada debajo.

Sin dejar de ignorar el sonido de su voz, me levanté y me acerqué a los carteles donde estaba grabada la política de la aerolínea. Me detuve frente a la que anunciaba la regla de «No confraternización entre empleados» y agarré los bordes del papel. Lo despegué poco a poco para mirar la pared que había detrás.

«Nada…».

Me moví hasta otro póster, y luego a otro. Estaba revisando la pared del fondo cuando oí el sonido de sus tacones repiqueteando cada vez más cerca de mí.

—Señor Weston. —Esperó a que me diera la vuelta. Por fin había puesto fin a aquella estúpida perorata—. ¿Qué diablos está haciendo?

—Estoy buscando el objetivo de esta conversación, ya que tengo claro que no me lo va a decir de su propia boca.

Me miró boquiabierta.

—¿Puedo marcharme ya? —pregunté—. ¿Cuánto tiempo tengo que quedarme esperando aquí?

Dio un paso atrás y me miró con los ojos entrecerrados.

—La cuestión es que, ya que tiene un fpe en su perfil, no puedo obligarle a hacer terapia siguiendo el protocolo que ofrecemos a los pilotos en el plan de salud de la empresa. Pero basándonos en los resultados de sus pruebas, creo que sería de gran ayuda que viera a un profesional al menos dos o tres veces al mes. Francamente, lo ideal sería de cinco a diez sesiones.

—¿Ve lo breve y conciso que puede ser todo? —Me dirigí hacia la puerta—. Podría haberse ahorrado diez minutos de mierda.

—Averiguaré cómo ha pasado esa prueba, señor Weston. —Me siguió—. Me niego a tragarme esos resultados, y, se lo prometo, cuando averigüe cómo se las arregló para conseguir que el médico los firmara…

—¿Qué tal si va directa al grano y pregunta lo que quiere saber? —la interrumpí mientras hacía girar el pomo de la puerta—. Pregúnteme.

—Vale. —Cruzó los brazos de forma vacilante—. ¿Le ha hecho un favor sexual a nuestra doctora a cambio de cambiar los resultados?

—En primer lugar —repuse mientras abría la puerta—, nunca he tenido ninguna propuesta de ese tipo. Nunca. Y en segundo lugar, si por «favor sexual» se refiere a follarla contra la ventana de su despacho hasta que no pudo respirar, o si le pedí que se arrodillara para que me la chupara hasta que me corrí, entonces sí. Pero no a cambio de mejorar los resultados. Ya me había prometido darme el apto después de que le comiera el coño.

Se quedó pálida.

—No… no le creo. Ningún empleado de esta aerolínea, y menos alguien con un puesto tan elevado, sería capaz de hacer eso.

—Si desea que se lo demuestre —añadí, metiéndole una tarjeta de visita en el bolsillo—, hágamelo saber. Sin embargo, contrariamente a lo que dijo con tanta firmeza hace unos segundos, se tragará el resultado…