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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Charlene Swink

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche contigo, n.º 1271 - junio 2015

Título original: Expecting the Cowboy’s Baby

Publicada originalmente por Silhouette© Books.

Publicada en español 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6298-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Cassie Munroe atravesó el vestíbulo del hotel como una exhalación y sin ninguna compostura. Aquello era lógico, teniendo en cuenta que su coche la había dejado tirada a cientos de kilómetros de su destino. Su escarabajo Volkswagen se había quedado sin gasolina.

Lo último que Cassie deseaba en el mundo era hacer una entrada ostentosa en el ensayo del banquete de bodas de su hermano Brian. De hecho, tenía que admitir no sin cierta vergüenza que lo que no deseaba era entrar. Pero quería mucho a su hermano, y no podía ni plantearse perderse aquel día tan especial.

Cassie observó los letreros dorados que había en las puertas de los salones mientras caminaba y encontró el que estaba buscando: El Salón del Amanecer.

Antes de entrar, se estiró el vestido rojo, pegado al cuerpo, se pasó las manos por el cabello y aspiró con fuerza el aire. Luego agarró el picaporte con la mano y empujó la puerta. Llevaba ya la mitad del salón recorrido cuando levantó la vista y leyó el cartel: Banquete del Rodeo del río Laughlin.

Aquellas palabras la pillaron por sorpresa. Cassie se detuvo. Los aproximadamente veinte vaqueros que estaban sentados alrededor de una mesa en forma de U levantaron la vista.

Todo el mundo guardó silencio.

Cassie esbozó una sonrisa forzada.

Cielo Santo, nunca en toda su vida había visto un grupo de hombres tan guapos.

–Has llegado un poco pronto, cariño. Pero no creo que ninguno de los que está aquí se queje –dijo uno de los vaqueros.

Cassie hubiera abandonado el salón al instante si aquel hombre no le hubiera parecido tan educado.

–Ven, acércate. No mordemos.

Por todas partes se escucharon comentarios masculinos.

Cassie sintió una oleada de calor subiéndole por el cuello. De pronto, fue consciente de su aspecto. Aquel día quería aparecer radiante, así que se había puesto su vestido más bonito y le había subido el dobladillo a la altura de los muslos. Luego había metido los pies dentro de unos tacones de diez centímetros y había ido a la peluquería para ponerse reflejos en su pelo castaño. No todos los días se encontraba una con su ex novio y su reciente esposa.

Y nada menos que en la boda de su hermano.

–Eh... no, gracias –respondió Cassie, tratando de parecer igual de educada–. Creo que me he equivocado de salón. Se supone que tendría que estar en el ensayo de una boda.

–Vaya, es una verdadera pena –dijo la misma voz–. Apuesto a que tú estás buscando el Salón Atardecer, nena.

¿El Salón Atardecer? Sí, eso era. La cena se estaba celebrando en el Salón Atardecer, y no el Salón Amanecer.

Quedarse sin gasolina en aquella carretera desierta tendría que haber bastado para despertarle el cerebro. Había caminado por ella, intimidada por el polvo seco y los cactus. Finalmente, después de haber estado andando durante casi una hora y media, había conseguido encontrar un teléfono de emergencia a un lado de la carretera. Desde allí avisaron a una grúa, que había ido a rescatarla justo a tiempo para que consiguiera llegar al banquete. El conductor le había ido leyendo la cartilla todo el camino hasta la ciudad por haber permitido que su coche se quedara sin gasolina. Y ahora estaba en el salón equivocado, frente a un grupo de vaqueros agraciados, y tendría probablemente el mismo aspecto estúpido que en aquel momento.

Cassie se giró sobre los tacones y se dirigió hacia la puerta de salida del Salón Amanecer.

Un vaquero alto y guapo le estaba bloqueando la salida. Para ella era un misterio el saber cómo se había movido hasta el umbral. Pero allí estaba, moviendo suavemente la cabeza en gesto de negación. Llevaba el sombrero calado hasta la frente, lo que dejaba su rostro en sombra, pero Cassie percibió unas facciones fuertes y un cuerpo igual de fuerte.

–¿No quieres quedarte para la firma?

–¿Qué es eso? –preguntó Cassie, más intrigada por el hombre que por la respuesta.

–Las admiradoras vienen a saludar, a conocer a sus jinetes de rodeo favoritos. Y nosotros les firmamos autógrafos, les damos dos besos... ese tipo de cosas.

–Así que está usted en... en el circuito de rodeo.

Qué pregunta más estúpida. Por supuesto que aquel hombre estaba en el circuito. Cassie tenía un olfato especial para los vaqueros, y podía distinguir uno a cientos de kilómetros a la redonda. Pero lo único que había encontrado en Los Angeles durante los últimos diez años habían sido los clásicos vaqueros de «quiero y no puedo», hombres que se vestían como los auténticos pero que probablemente no habrían montado un caballo en su vida.

–Así es, señora.

–Pero no monta toros, ¿verdad? –preguntó Cassie.

Aquel hombre era una distracción, una manera segura de no encontrar el salón adecuado y evitar así el tener que hacer una entrada tardía y ostentosa en el ensayo de la boda de Brian y Alicia.

–No. Me gusta mantener mi cuerpo de una pieza –aseguró el hombre levantando el ala de su sombrero con una sonrisa.

Cassie pudo contemplar entonces mejor sus facciones.

Y parpadeó. Y volvió a parpadear. Y el corazón se le aceleró. Conocía aquella sonrisa, aquella cara guapa. Los años pasaron hacia atrás a toda prisa dentro de su mente y Cassie volvió a ser de nuevo una adolescente a la que habían dejado plantada por primera vez.

Jake Griffin.

Se quedó paralizada durante unos segundos, tomando nota del hombre en el que se había convertido. A juzgar por su aspecto, había hecho un buen trabajo para mantener intacto su cuerpo. Varios metros de duros músculos yacían bajo la tela de su camisa. Y con aquella actitud tan segura de sí mismo, tendría seguramente a cientos de damas haciendo cola. Ella había sido la primera de la fila años atrás y mira adónde le había conducido aquello.

Cassie no podía creer que hubiera tenido tan mala suerte. Entre todos los días posibles, se había ido a encontrar con él justo aquel. ¿Acaso no era ya suficientemente duro tener que pasar el fin de semana cerca de su ex prometido, Rick? Jake Griffin había sido el primer chico que la había decepcionado, a la tierna edad de dieciséis años, conduciéndola a una sucesión de malas elecciones respecto al sexo opuesto. Cassie tenía una fijación por los hombres atractivos y problemáticos. Jake había sido el primero: el lobo estepario, el chico que no hacía amigos con facilidad y que parecía siempre fuera de lugar. Cassie se había sentido atraída hacia él instantáneamente y, durante un corto espacio de tiempo, en el instituto, se había hecho amiga suya, esperando convertirse en algo más.

Su hermano Brian siempre le decía que tenía el corazón demasiado blando, que era un dulce de merengue que podría resultar aplastado si no tenía cuidado. La reciente ruptura de su compromiso con Rick era la prueba de que su hermano mayor tenía razón. Cassie había estado al lado de Rick cuando las cosas le habían venido torcidas. Lo había consolado y animado, ayudándolo a superar aquel bache emocional. Y él se lo había pagado con una traición.

Cassie se prometió a sí misma que nunca más volvería a ocurrirle. Había aprendido la lección.

Y había descubierto que la mejor manera de resolver sus problemas era no dejándose llevar por las atracciones que sentía, no dándole ninguna credibilidad a sus instintos, no dejándose llevar por hombres dispuestos a robarle el corazón para arrojarlo después en cualquier parte. Cassie lo tenía todo programado en la cabeza. Lo único que tenía que hacer era superar aquel fin de semana y ya estaría preparada para iniciar una nueva vida.

Estaba claro que Jake Griffin no la había reconocido. Aquello era un consuelo, aunque no beneficiaba mucho a su ego. Lo que tenía que hacer era salir de allí cuanto antes.

–Bueno... será mejor que me vaya. Brian se va a preocupar muchísimo. Llego tarde.

–¿Tu novio? –preguntó el vaquero alzando una ceja.

–No, mi hermano –respondió ella sacudiendo la cabeza–. Y ahora, por favor, si me disculpas... Tengo que irme.

Él no se movió durante un instante. Luego se apartó muy despacio de la puerta y la miró fijamente a los ojos.

–Odio tener que dejarte marchar sin haber averiguado de qué te conozco.

Cassie le dirigió una mirada impaciente. Seguramente, las mujeres no miraban a Jake Griffin de aquella manera. Si ella no estuviera deseando escaparse, rezando para que él no la recordara, probablemente se quedaría allí para charlar un rato con aquel vaquero tan guapo. Pero Cassie lo conocía, y las sirenas de alerta sonaron con fuerza dentro de su corazón. Y esta vez, ella las escuchó. Se abrió camino delante de él y sonrió.

–Buen intento, vaquero.

 

 

Jake observó a Miss Vestido rojo sexy recorrer el pasillo. La visión de la parte trasera era tan estimulante como la delantera. Aquel vestido ajustado marcaba todas y cada una de sus curvas, pero había algo más que aquel cuerpo explosivo, aquel cabello castaño y aquellos ojos verdes grandes como platos lo que habían llevado a Jake a acercarse hasta ella.

De verdad le parecía que la había visto antes.

Y entonces cayó en la cuenta. Había estado pensando en las mujeres que conocía en la actualidad, pero a ella la había conocido cuando era una chiquilla, en el pasado. Parecía que hubiera transcurrido una eternidad.

–Cassandra Munroe –dijo en voz alta saliendo al pasillo.

Ella se detuvo y estiró los hombros. Luego se giró lentamente hacia él. Aquellos ojos verdes tan grandes y tan brillantes la habían descubierto. Ninguna otra mujer tenía unos ojos tan inolvidables. Habían pasado al menos diez años desde la última vez que la había visto. Solo habían coincidido durante poco tiempo en el instituto, y ambos habían cambiado bastante, pero Jake no la había olvidado.

–Tú ibas al instituto de Santa Susana –aseguró Jake.

Ella lo observó durante unos instantes con una mezcla de emociones en el rostro que él no supo descifrar.

–¿No te acuerdas de mí? –preguntó Jake.

–Jake Griffin –respondió Cassie con rotundidad–. Fuimos juntos al instituto.

–Sí, durante muy poco tiempo –aseguró él quitándose el sombrero y rascándose la cabeza–.Un chico difícil de olvidar, ¿eh?

Ella lo observó durante un instante con curiosidad y una pregunta en la punta de la lengua. Jake se dio cuenta de que estaba tratando de simular indiferencia.

–Estás muy cambiado –dijo Cassie finalmente–. Has crecido.

–Yo podría decir lo mismo de ti, Cassandra –aseguró él ladeando la cabeza.

No podía fingir que no se había dado cuenta de que Cassandra Munroe había crecido en todos los sentidos, incluidos los más atractivos. Tenía un cuerpo que era como para contarlo, y un rostro único. No se trataba solo de aquellos enormes ojos de esmeralda, sino también de su boca en forma de corazón y aquel cabello de seda.

–Ahora me llaman Cassie –aseguró ella buscando con la mirada el Salón Atardecer, y, probablemente, una manera de escapar–. De verdad que llego tarde. Tengo que irme. Me alegro de volver a verte, Jake.

Jake lo dudaba. La expresión de aquella mujer se había quedado congelada en cuanto lo había reconocido. Se sintió invadido por los recuerdos de sus primeros días de instituto. Cassandra se había hecho amiga suya cuando nadie más lo había intentado. Jake era un solitario, un desplazado, un chico al que ni siquiera su padre biológico quería. Jake Griffin había sido el niño adoptado con quien nadie se quedaba. Había ido rodando de un hogar a otro. Seis casas en total. Jake sabía que no podía confiar en nadie que no fuera él mismo. Nunca había permanecido en un sitio el tiempo suficiente como para trabar amistad con nadie. Nunca había echado raíces de ninguna clase. Y supo en su momento que casi ninguno de sus padres de acogida le habían tomado ningún cariño. Siempre se metía en líos, y no fue un niño fácil. Y más tarde, de adolescente, se había convertido en el tipo de chico sobre el que las madres alertan a sus hijas. Probablemente, Cassie debería haberse mantenido también alejada porque, al final, también a ella le había hecho daño.

Jake recordó que tenía la misión de ganar el campeonato de rodeo. Tenía que demostrarle a su padre lo que valía. Aquella era una promesa que se había hecho a sí mismo. En cualquier caso, no tenía tiempo para bellezas de pelo castaño, fueran antiguas conocidas o no. No tenía tiempo para las mujeres. Punto. Ya había recorrido aquel camino y el resultado había sido desastroso. Su mujer lo había dejado por un hombre con una profesión más estable. Ella le había asegurado que no estaba hecha para ser la esposa de un jinete de rodeo, pero Jake sabía la verdad. Lo había abandonado porque no lo amaba lo suficiente, o sencillamente no lo amaba. Jake había llegado a la conclusión de que él no estaba hecho para las relaciones humanas, y mucho menos para el amor.

Nunca había conocido ninguna clase de amor verdadero. Le había costado mucho trabajo llegar a aquella conclusión siendo un muchacho, pero finalmente se había enfrentado a los hechos. Ni siquiera su padre biológico, John T., lo había querido, hasta que su hijo legítimo había muerto trágicamente. Jake tenía sus dudas de por qué John T. había ido finalmente en su busca, pero él había prometido no abrirle su corazón a nadie, y eso incluía a su padre. También incluía a todas las mujeres.

–¿Crees que serás capaz de encontrar el Salón Atardecer?

–No te preocupes por mí. Lo conseguiré –respondió ella con una sonrisa franca.

Jake la observó marcharse.

Definitivamente, era un mujer muy atractiva.

Sacudió la cabeza y regresó al banquete. Una horda de admiradoras lo rodeó antes de que alcanzara la puerta, blandiendo fotos y programas en la mano para que se los firmara. Pero Jake no podía retener los nombres que le repetían en frenética sucesión.

Su mente estaba ocupada por una mujer.

Y dudaba de que pudiera olvidar a la crecida Cassie Munroe en bastante tiempo.

 

 

Brian estrechó a Cassie contra su pecho y la besó en la frente.

–Gracias por venir, hermanita –le susurró –. Sé que para ti no resulta fácil.

Cassie miró fijamente a su hermano, tratando todavía de recobrarse por haber vuelto a ver a Jake después de tanto tiempo. Cuando ella lo conoció era un muchacho alto y guapo, pero ahora... bueno, Jake era un cañón de hombre de facciones viriles, mentón sensual y boca bien definida. En el instituto, estaba loca por él, y se había quedado sin palabras de la emoción cuando el chico al que solo conocía desde hacía unas semanas le había pedido salir. Y luego, sin ninguna razón, le había roto su joven y tierno corazón.

Cassie dejó escapar un hondo suspiro.

Aquel fin de semana no podía ser peor.

–¿Cassie? –dijo la voz de su hermano, devolviéndola a la realidad.

–Dime.

–Decía que sé que esto no resulta fácil para ti.

No, no resultaba fácil para ella, pero había conseguido atravesar el salón y sentarse al lado de su hermano y de Alicia. Ahora tenía que escuchar sus palabras de compasión. Lo hacían con buena intención, pero Cassie estaba harta de darle pena a todo el mundo. Cuando Rick rompió con ella, se había hecho a la idea de que aquello era lo mejor. Únicamente le hubiera gustado que ambos hubieran llegado a esa conclusión antes de haber enviado las invitaciones de boda. Pero por el bien de Brian, y por el suyo propio, se había mostrado muy cordial respecto a la ruptura.

Rick Springer era amigo de Brian y su socio. No le haría ningún bien a nadie que Cassie se hiciera la víctima. Había acudido a la boda de Brian y tenía toda la intención de divertirse.

–¿Cuándo conoceremos a tu pareja? –le preguntó Alicia con una sonrisa esperanzada que desarmó completamente a Cassie.

No podía decirle que su pareja no iba a llegar. Podría ponerles como excusa que se había lesionado la rodilla jugando al baloncesto, pero parecería exactamente eso, una excusa. Y volverían a preocuparse por ella otra vez. Y eso era exactamente lo que Cassie no quería.

La pobre Alicia se sentiría muy decepcionada si se enterara de que Cassie iría sin pareja a la boda. La novia de su hermano había sido una gran ayuda para ella cuando Rick rompió su compromiso. Le había dado todo su apoyo, como una verdadera amiga.

Cassie miró de reojo a su hermano Brian. Él también esperaba una respuesta.

–Bueno... –comenzó a decir mientras se llevaba un trozo de pollo a la boca–. Tenía un compromiso ineludible. Pero estará aquí mañana para la boda.

Ambos rostros dejaron al descubierto una expresión de alivio y Cassie les dirigió una sonrisa tranquilizadora, aunque por dentro estuviera temblando.

¿Y ahora qué?

Tendría que inventarse otra excusa para el día siguiente. Solo esperaba que Brian y Alicia estuvieran demasiado ocupados en su gran día como para malgastar su tiempo preocupándose por ella.

O... podría buscar una pareja.

Aquella sería de lejos la mejor solución. Salvaría la cara, podría ir con la cabeza bien alta y no ensombrecería la celebración de su hermano.

Cassie dirigió la mirada hacia el otro extremo de la mesa, en la que estaban sentados Rick y su esposa. Brian se había ocupado de que estuvieran suficientemente lejos de ella. Pero al mirarlo, Cassie no sintió ninguna emoción: ni angustia ni tristeza.

Después de la ruptura, Cassie se había preguntado muchas veces si Rick no habría sido una elección conveniente más que otra cosa. Era el amigo de su hermano, su socio, alguien que Brian aprobaba de todo corazón. ¿Habría considerado ella su matrimonio con Rick más desde el punto de vista de Brian que del suyo propio? Cassie nunca había escudriñado antes sus motivos con tanta precisión, pero las últimas semanas había tenido tiempo para hacerlo. Y había llegado a la conclusión de que casarse con Rick no habría sido acertado.

De hecho, no pensaba casarse con nadie hasta que tuviera los pies firmemente plantados en la tierra. Quería empezar de nuevo y, sorprendentemente, deseaba comenzar en una ciudad pequeña. Conservaba recuerdos maravillosos de su pueblo natal, al norte de Nevada, y siempre había soñado con regresar. Cuando sus padres murieron, Brian y ella se trasladaron a Los Angeles para vivir con su tía Sherry. Su hermano se había hecho a la vida de la ciudad mucho mejor que ella. Cuando la tía Sherry se retiró a Florida, Cassie se quedó en Los Angeles, sobre todo para estar cerca de Brian, pero seguía echando de menos aquel modo de vida sencillo. Lo necesitaba. Y además, llevaba demasiado tiempo viviendo bajo el ala de su hermano, y ya iba siendo hora de que emprendiera el vuelo por sí misma.

No tenía intención de contarle a Brian sus planes de mudarse hasta que regresara de su luna de miel en Kuaui. No le contaría que tenía una oferta de trabajo en Nevada, muy cerca de su pueblo natal, y que solo le quedaba firmar el contrato. Cuando Brian regresara de su viaje, le explicaría cuánto necesitaba ella aquel cambio.

–No puedo esperar a conocer a tu pareja –comentó Alicia con la emoción reflejada en el rostro.

–La verdad es que es solo un amigo –respondió Cassie, que odiaba mentir–. Quiero decir, que todavía no somos novios ni nada parecido.

–Va a hacer cinco horas de coche para estar aquí en nuestra boda. Para estar contigo –le recordó Alicia.

Cassie sintió que se le caía el alma a los pies. Ahora estaba segura de que tenía que encontrar una pareja para la boda. No podría soportar un día más de miradas de preocupación y sonrisas de simpatía. Al día siguiente no habría lugar para esconderse en el crucero por el río Sundance en el que se celebraría la boda.

A menos que se arrojara por la borda.