cub_jaz2564.jpg

31125.png

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Barbara Hannay

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Un buen novio, n.º 2564 - abril 2015

Título original: The Wedding Countdown

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Este título fue publicado originalmente en español en 2000

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6323-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Cuatro días antes…

 

ES EL vestido de novia más bonito que he visto en mi vida!

Tessa se dio la vuelta frente al largo espejo oval, radiante de felicidad, mientras contemplaba su reflejo. Se volvió de espaldas para ver cómo le quedaba por detrás el elegante vestido largo. El exquisito detalle del corpiño en brocado de seda y la cola de fino chiffon, que arrancaba de pequeños ramos de delicadas rosas en la cintura, se combinaban para crear un vestido de novia propio de un cuento de hadas.

–Es simplemente perfecto, querida –le dijo Rosalind Morrow, con los ojos llenos de lágrimas al ver la felicidad de su hija.

Tessa sonrió a su madre emocionada y se paseó por la habitación simplemente disfrutando con el frufrú de la seda al caminar.

–Va a ser una boda de ensueño –suspiró feliz.

–Sí –contestó Rosalind, pero lo cierto era que no parecía muy convencida.

Preocupada, Tessa miró a su madre. Rosalind la miraba con recelo mientras se agarraba las manos con inquietud.

–¿Pasa algo mamá? –le preguntó Tessa.

–Pues claro que no, cariño, todo está saliendo como habíamos previsto –pero a pesar de su confiada contestación, Rosalind se volvió para que no le viera la cara–. No pasa absolutamente nada –siguió diciendo con voz temblorosa–; solo que tengo una noticia que darte.

–¿Sí? –respondió Tessa, ligeramente inquieta–. ¿Qué es?

–No te lo vas a creer –dijo Rosalind; entonces aspiró profundamente, como si quisiera armarse de valor para darle aquella noticia–. Isaac ha vuelto a casa.

Tessa se quedó inmóvil, con la mirada fija en su madre, expresando una perplejidad sin palabras. Echó un vistazo a su reflejo en el espejo y notó que se ponía pálida de repente. Entonces oyó la voz de Rosalind, pero parecía como si estuviera muy lejos.

–¡Tessa, no te pongas así!

Pero empezaron a zumbarle los oídos. La habitación, su madre y el vestido de novia reflejado en el espejo se volvieron borrosos y de repente sintió náuseas.

–Tessa, por amor de Dios, qué mal aspecto tienes.

Tessa tanteó con la mano y cuando tocó el borde de la cama cubierta por el edredón de plumas, se dejó caer agradecida sobre el mullido colchón.

–¿Estás bien, cariño? –le susurró Rosalind–. ¿Quieres que llame a tu padre? ¿Cómo te sientes?

Tessa luchó por recuperar la compostura.

–Estoy bien. Lo que pasa es que hoy se me ha olvidado almorzar –mintió, tratando desesperadamente de ocultar el pánico que se había apoderado de ella–. Deberías haberme avisado… de lo de Isaac.

–Pues claro que sí –Rosalind dijo en tono tranquilizador–. Supuse que te habrías olvidado de él después de todos estos años.

–¿Olvidarme de él, mamá? Por supuesto que me he olvidado de él. Jamás estuve… –Tessa se interrumpió bruscamente; tenía que cambiar de tema–. Ayúdame a levantarme, por favor –le dijo.

Se puso de pie con cuidado, tratando de ignorar la desesperación que ya sentía. ¡Isaac había vuelto!

–Oh, Dios mío. ¿Qué va a decir tu padre? ¡Y mira como se ha quedado el vestido de novia! Está todo arrugado.

Tessa quería gritarle a su madre que se olvidara del vestido. P ero sin darse cuenta de la consternación de su hija, Rosalind siguió examinándolo.

–Creo que bastará con plancharlo un poco –dijo algo más aliviada–. ¿Cómo te encuentras ahora, cariño?

Tessa intentó sonreír, pero los salvajes latidos que resonaban en su pecho no cesaron.

–Estoy bien, mamá –contestó.

–Menos mal que has decidido venirte a casa con nosotros a pasar el resto de la semana –dijo Rosalind, mirando a su hija con preocupación–. Mira lo que te ha pasado por no comer hoy; te has mareado. Veo que no eres capaz de cuidar de ti misma y yo tengo bastantes cosas de las que preocuparme. Aún queda mucho por hacer antes del sábado.

Una cosa era pasar los últimos días antes de la boda en casa, con su madre de los nervios mientras concretaba los últimos detalles del banquete, y otra muy distinta era que Isaac estuviera allí.

Era imposible, impensable. ¿Para qué habría vuelto Isaac? ¡Qué mala suerte! Llevaba nueve años fuera de Townsville. ¿No podría haber esperado un par de días más? ¿Cómo podía hacerle eso a ella?

Si al menos se hubiera quedado en su apartamento hasta el sábado, pensaba con pesar; pero ya era demasiado tarde. Los nuevos inquilinos se mudarían al día siguiente.

–¿Mamá, te importaría prepararme un té de hierbabuena? –dijo Tessa, con un nudo en el estómago.

–Pues claro. Eso te vendrá de maravilla. Primero será mejor que te ayude a quitarte el vestido; venga, te desabrocho los botones y ya está –Rosalind lo hizo y Tessa levantó los brazos mientras su madre se lo sacaba con cuidado por la cabeza–. No te preocupes, cariño. Dentro de una semana estarás casada y bien casada con Paul y te sentirás de maravilla.

Tessa sintió que se mareaba de nuevo.

–Todo irá bien, ¿verdad? –le preguntó Rosalind.

–Pues claro –le contestó su hija.

Mientras Rosalind iba derecha a la cocina, Tessa se planteó de nuevo esa otra pregunta que la asaltaba y sorprendía cuando menos preparada estaba. ¿Amaba a Paul?

¡Por supuesto que amaba a Paul!

La verdad era que estaba muy contenta; al menos todo lo contenta que podía esperar. Nueve años atrás, cuando Isaac se había marchado, había perdido la oportunidad de vivir un romance de ensueño, de esos que suelen pasar una vez en la vida. Pero de nada valía pensar en lo que le había ocurrido a los diecinueve años. En el presente tenía toda una vida por delante para disfrutar. Una buena vida, además. Y ese inesperado giro de los acontecimientos no iba a estropearlo todo.

Después de tantos años de vacío emocional tras la marcha de Isaac, se sintió aliviada al darse cuenta de que le estaba tomando cariño a Paul. El hecho de que ostentara una envidiable posición en uno de los despachos de abogados más importantes de Townsville y de que las dos familias tuvieran una amistad de muchos años resultaba ventajoso.

En eso era en lo que tenía que centrarse en ese momento.

Después de cambiarse se dirigió a la cocina. Su madre le estaba echando agua hirviendo en la taza en ese momento.

–Gracias –murmuró, mientras aspiraba los reconstituyentes vapores de la menta y se sentaba en un cómodo sofá.

Rosalind añadió leche a su taza de Earl Grey y se sentó frente a su hija, cruzando las esbeltas y largas piernas.

–Qué contratiempos –dijo la mujer–. Vaya día que he tenido; primero Isaac aparece de repente y ahora tú te pones mala. ¿Qué pensaría Paul si hubiera visto cómo te han temblado las rodillas al oír el nombre de otro?

Tessa suspiró y cerró los ojos, dejando que el sol de media tarde le acariciara los párpados.

–No ha sido el nombre de un hombre cualquiera, mamá. Una cosa es oír hablar de él y otra muy distinta que esté aquí. Cómo no va a sorprenderme, después de nueve años. Aunque para mí Isaac es solo mi hermano adoptivo.

–Oh, venga, Tessa –dijo Rosalind en tono crítico mientras removía el té con demasiado ímpetu–. Sé que siempre has intentado ocultar tus sentimientos por ese inclusero que tu padre trajo a casa, pero…

Tessa se quedó boquiabierta y miró a Rosalind con los ojos abiertos como platos.

–¿Mamá, qué estás diciendo?

Rosalind la miró con seriedad y dio un sorbo antes de proseguir.

–No creerás que tu propia madre no sabía lo que pasaba, ¿verdad? Querida hija, desde que cumpliste los catorce años vi cómo te comías a ese chico con los ojos cada vez que estabais juntos. Y todas esas horas que pasabais los dos paseando por las colinas y montando en barco…

La habitación empezó a dar vueltas. Tessa se frotó los ojos. ¿Sabía lo del barco? ¿Qué más cosas sabría su madre? Horrorizada, dio otro sorbo de té.

Rosalind continuó.

–Y luego suspendiste el examen final de ciencias justo después de marcharse él.

–Pero eso fue porque… porque nunca se me dieron demasiado bien las ciencias. Además, no era más que una niña.

En el presente, licenciada en Pedagogía y con un buen puesto de profesora de preescolar, Tessa consideraba que no tenía edad ya para tener que soportar aquel tipo de reprimenda por parte de su madre.

–Fue un duro golpe para todos que Isaac desapareciera así, sin despedirse –Rosalind comentó–. Tú sabes bien que a tu padre le rompió el corazón. Durante todos esos años le dimos un hogar, una buena formación, cariño, para que luego desapareciera sin dejar rastro. Fue de lo más ingrato por su parte. Y la verdad es que no me parece bien que vuelva ahora a desbaratar todos nuestros planes.

Tessa estaba allí callada, incapaz de responder a las quejas de su madre.

–Pero no podemos dejar que esto lo eche todo a perder, ¿verdad, cariño? –Rosalind se puso de pie y llevó la taza y el plato al fregadero–. Debemos irnos. Ve por el vestido y el neceser. Yo recogeré estos cacharros. Me parece que Paul se ha ocupado de todo lo demás, ¿verdad?

–Sí.

–Entonces, vamos.

A casa. Con Isaac.

En otras circunstancias, Tessa se habría quejado de que su madre fuera tan mandona. ¿Acaso no podía quedarse en otro sitio que no fuera bajo el mismo techo que Isaac durante los cuatro días siguientes? Pero la joven pareja que iba a ocupar su piso jamás la perdonaría si cambiara de planes. Resultaba difícil encontrar un apartamento de alquiler y ellos ya habían pagado la fianza y estaban deseosos por mudarse a su piso nuevo.

Por mucho que Rosalind insistiera en que no debían permitir que la repentina llegada de Isaac estropeara sus planes, para Tessa todo estaba ya estropeado. La llegada de Isaac a Townsville iba a trastocarle totalmente la vida y no tenía ni idea del daño resultante ni de cómo evitarlo.

En realidad estaba aterrorizada.

–Será mejor que no conduzcas estos días –dijo Rosalind mientras ponía en marcha el sedán azul–. No quiero que te desmayes al volante.

Tessa, que estaba colocando el vestido en el asiento trasero, hizo una pausa y levantó la cabeza.

–Mamá, no exageres. Ya se me ha pasado el susto. Además, tengo a… tengo a Paul –dijo, mientras se acomodaba en el asiento de delante, junto a su madre.

–Es cierto, tienes a Paul, cariño; no lo olvides. Es un encanto de hombre y el más adecuado para ti –dijo mientras salía a la calzada.

Un encanto de hombre, pensaba Tessa. Resultaba una descripción tan apropiada para el serio y formal de Paul. Un encanto de hombre, una buena persona. Nadie podría haber utilizado esos adjetivos para describir a Isaac. Sensual, meditabundo, peligroso, provocador, emocionante… eran algunas de las palabras que se le ocurrían al pensar en él. Pero al hacerlo experimentó un extraño anhelo y una tremenda turbación se apoderó de ella.

–¿Dónde ha estado Isaac? –fue lo que le salió.

Rosalind tomó una curva a demasiada velocidad.

–Para serte sincera, apenas he hablado con él esta tarde. Aunque ha dicho algo de unas minas en el oeste de Australia; algo de que empezó a trabajar con un hombre mayor y poco a poco fue subiendo en la industria minera, creo. Me parece que ahora tiene mucho éxito en su trabajo. Pero tu padre libra hoy y ha recibido a Isaac con los brazos abiertos como si fuera el hijo pródigo, ha abierto la última botella que le queda de su clarete favorito y llevan horas charlando. Me temo que yo estaba demasiado nerviosa como para quedarme allí sentada a escucharlos, con todo lo que tengo que hacer; además, ya sabes lo unidos que estuvieron siempre.

Su padre siempre había adorado a Isaac, pensó Tessa. Una noche apareció en casa con el niño, a quien había encontrado enfermo y muerto de frío sentado a la puerta de la consulta. El doctor Morrow nunca había hecho algo parecido con anterioridad, pero algo en el semblante inteligente y demacrado de Isaac conmovió al bueno del doctor mucho antes de que el chico le robara el corazón a Tessa. Isaac vivió con ellos durante siete maravillosos años antes de firmarse los documentos oficiales de adopción.

Y tras ese fatídico día había desaparecido.

Tessa puso freno al tren de pensamientos que la distraían y decidió volver a un terreno más seguro: el de los preparativos de la boda.

–Estoy deseando ver la marquesina toda decorada. ¿Han llegado ya las bombillas?

–La empresa de jardinería nos trajo todos los pedidos esta mañana –contestó Rosalind.

–¡Estupendo!

Le resultaba tan fácil darle un tono convincente a sus palabras… Pero los intentos de dejar de pensar en Isaac resultaron infructuosos. ¿Cómo iba a poder soportar verlo de nuevo? De repente se le ocurrió algo horrible.

–Mamá, Isaac no se quedará a la boda, ¿no?

El coche ascendía por las pendientes de Yarrawonga, la zona residencial más prestigiosa de todo Townsville, situada a uno de los lados de Castle Hill, y desde donde se disfrutaba de unas maravillosas vistas al mar.

–Tengo el extraño presentimiento de que esa pueda ser la razón por la que ha vuelto a casa –dijo Rosalind con nerviosismo–. Bueno, él dice que está aquí por no sé qué asunto de negocios con una gran compañía minera asiática. Pero a mí me parece una extraña coincidencia, ¿no crees?

Tessa tenía de repente ganas de llorar. En realidad resultaba muy extraño. Para ella sería horroroso que Isaac estuviera allí, viendo cómo se casaba con Paul Hammond. Después de todas las noches en vela que había pasado pensando en él, llorando a ratos por creer que pudiera estar muerto o herido. ¿Cuántas veces había elaborado su mente imágenes de los más terribles accidentes?

Y finalmente, después de mucho tiempo, había logrado relegarlo al subconsciente. Se había dedicado a la enseñanza de los pequeños con una pasión que había sorprendido a todos y había aportado algo de satisfacción a Tessa. Aparcado a la puerta de la casa de los Morrow había un flamante todoterreno negro. Tenía que ser de Isaac. A Tessa se le secó la garganta y empezaron a temblarle las piernas.

No podía entrar, se dijo. ¿Si viendo el coche reaccionaba así, qué haría cuando tuviera delante al dueño en persona?

En la parte de atrás del todoterreno había un perro subido; estaba alerta y meneaba el rabo con fuerza.

–No he permitido que el perro entrara; habría estropeado el jardín –murmuró Rosalind mientras el vehículo cruzaba las puertas de hierro y avanzaba despacio por el inclinado camino que llevaba hasta la casa.

–¿No pasará calor?

–Isaac le ha traído una caseta para protegerlo del sol y, conociéndolo, se lo llevará a dar paseos por las colinas. Estará perfectamente; además, julio es el mes más fresco –contestó con firmeza mientras echaba el freno de mano y abría la puerta.

Tessa intentaba convencerse de que no tenía más que entrar en la casa y saludar a un viejo amigo de la familia. La verdad, hubiera preferido entrar en una piscina llena de caimanes.

Temblando de tensión, siguió a su madre a través de la umbría casa, cuyas contraventanas permanecían cerradas para protegerla del sol, hasta llegar a la terraza trasera.

Al oír la voz de Isaac se puso nerviosa, pero al mismo tiempo estaba como atontada.

Era como si la hubieran sedado. Dejó el bolso en el sofá y fue hacia las puertas de cristal con la misma facilidad de cuando era una niña inconsciente y despreocupada.

Con solo oír su voz ya no sintió miedo, sino una alegría tremenda de volver a ver a su hermano adoptivo.

Y entonces lo vio.

Estaba apoyado en la barandilla de la terraza. Tessa se quedó entre las sombras del salón para recuperarse de la impresión. Sus facciones parecían esculpidas por la mano de un genial artista. Tenía una boca grande y sensual, cuidadosamente dibujada.

El pelo no era ya como ella lo recordaba. Lo tenía negro y las puntas rizadas, llegándole hasta el borde del cuello de la camisa. Parecía un gitano o un pirata, pícaro y aventurero, burlando los convencionalismos. Isaac poseía ese inconfundible aire peligroso que debería ahuyentarla, pero que siempre la había atraído, a pesar suyo.

A pesar de la calidad de su ropa, Isaac la llevaba con elegante abandono. El desaliño lo salvaba la esbelta y gallarda figura, los hombros anchos, las caderas estrechas y las piernas largas y fuertes.

Era imperdonable por su parte hacer una comparación inmediata, pero de nuevo pensó que no podría existir un hombre más diferente a Paul.

Mientras que Paul tenía la cara redonda y plácida, la de Isaac era angulosa y dura. Paul tenía los ojos grises, de mirada reflexiva; los de Isaac eran negros como la noche, de mirada intensa, bajo un par de cejas negras y bien dibujadas.

Tessa actuó impulsivamente y se echó a sus brazos corriendo.

–¡Isaac!

Después de las largas horas que había pasado imaginando aquel reencuentro y lo que él respondería, resultaba extraño pensar que nada más verlo la reacción de Tessa fuera tan espontánea.

No se paró a pensar en las consecuencias. Simplemente se acurrucó en su pecho y esperó a que él la abrazara con fuerza, tal y como había hecho antes en tiempos más felices.

Sintió el temblor que estremeció su esbelta musculatura al abrazarlo, pero esos brazos no la estrecharon. Y cuando lo miró a la cara percibió una breve sombra de dolor que inmediatamente fue sustituida por una máscara de indiferencia.

Él se puso tenso, como si le repeliera su cercanía, y la minúscula llama de esperanza que había permanecido encendida durante todos esos años se apagó en un segundo.

–Tessa, por Dios –Rosalind dijo en tono de reproche.

–Lo siento –dijo en tono suave–. ¿Cómo… cómo estás, Isaac?

–No puedo quejarme –contestó y paseó la mirada brevemente por los cabellos de Tessa, dorados como el trigo, y las mejillas ligeramente rosadas–. ¿Y tú, Tessa?

–Bi… Bien.

–Permíteme que te felicite –la miró divertido y la tomó de la mano, examinándole el anillo de compromiso con parsimonia.

Era exageradamente grande: una enorme esmeralda rodeada de diamantes. A Tessa siempre le había parecido demasiado grande y ostentoso para sus finos dedos, y como tenía los ojos azul profundo raras veces se vestía de verde. Pero Paul parecía muy contento de su elección.

–Un pedrusco adecuado para la reina de Castle Hill –había dicho con frialdad.

Tessa retiró la mano como si se hubiera quemado. La realidad sin tapujos ni máscaras le mostró claramente lo que su corazón nunca había dudado. Estaba claro que Isaac no había vuelto por ella.

Para empezar, si hubiera tenido tantas ganas de verla no se habría ausentado durante todos esos años. De lo que le había acusado el día que se marchó era cierto; la despreciaba a ella y todo lo que representaba. El hecho de que después de nueve años fuera capaz de volver y contemplar sin rastro de pasión cómo ella se unía en cuerpo y alma a otro hombre hasta la muerte significaba que no sentía nada por ella.

Sabía que resultaba ridículo, pero aunque seguía allí de pie, molesta por su rechazo y avergonzada por haberlo saludado con tanto ímpetu, le resultaba imposible dejar de mirarlo. Sus ojos avanzaban ávidamente por cada una de sus facciones, a pesar de que él seguía mirándola con aquella frialdad remota.

Al mirarlo de cerca vio algo en él que le resultaba al mismo tiempo familiar y extraño. Bajo aquella fachada sombría se escondía algo más, una actitud áspera y expectante, una mirada alerta y brillante que le hizo pensar en la emoción de un niño la mañana de Navidad o en el primer día de las vacaciones de verano.

La voz de su padre la sacó de su ensimismamiento.

–Tessa, cariño, qué sorpresa, ¿verdad?

Fue hacia su padre, sentado en una butaca, y le dio un beso. Al igual que su prometido, Paul Hammond, John Morrow era un hombre amable y gentil, aunque quizá algo servil con su esposa. Tessa miró a su padre con cariño, recordando que el parecido de Paul con él la había empujado a aceptar su proposición de matrimonio. La vida junto a una persona tan agradable como su padre resultaría una delicia.

Pero John Morrow no pareció percatarse de su turbación.

–¡Isaac ha tenido tanto éxito! –Morrow sonrió de oreja a oreja–. Se ha licenciado en Ingeniería de minas. Ha sudado tinta trabajando durante cuatro años en la Pilbara y ahora dirige una enorme…

–John –lo interrumpió Rosalind–. Ven, te voy a preparar una taza de té; hay algo que debo discutir contigo.

Tessa notó que su madre la miraba unos segundos más de lo habitual. Se imaginó la detallada descripción del mareo de Tessa. Se compadeció de su padre.

Pero la lástima hacia su padre se evaporó en cuanto los Morrow se metieron en la casa y dejaron a Tessa y a Isaac solos en la terraza.