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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Fiona Harper

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Ocurrió en Venecia, n.º 2561 - marzo 2015

Título original: Taming Her Italian Boss

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6063-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

–¿Y HA venido aquí porque quiere que le dé trabajo?

La mujer que observaba a Ruby tras su escritorio, Thalia Benson, la directora de la agencia Benson, no parecía muy convencida. Con el ruido del tráfico de Londres de fondo, y había bastante ruido porque estaban en la planta baja del edificio, la miró de arriba abajo, fijándose en su chaqueta de retales de pana, su minifalda, los coloridos leggins que llevaba debajo, y los zapatos de lona que eran casi del mismo tono de morado que las mechas de su corto cabello.

Ruby asintió.

–Sí.

La mujer carraspeó.

–¿Y Layla Babbington le dijo que probara en esta agencia?

Ruby volvió a asentir. Layla había sido una de sus mejores amigas en el internado, y cuando había sabido que estaba buscando un trabajo, y preferiblemente uno que la ayudase a salir del país cuanto antes, le había sugerido que probara suerte en aquella agencia de niñeras.

–No te dejes amedrentar por la vieja Benson –le había dicho–. Puede parecer un sargento, pero en el fondo es una buenaza, y le gustan las personas con agallas; le caerás bien, ya lo verás.

Ruby no estaba tan segura.

–Lástima que se casara con el barón para el que estaba trabajando –murmuró la señora Benson–. No solo perdí a una de mis mejores empleadas, sino también a un buen cliente. En fin… ¿con qué preparación cuenta?

–¿Para trabajar de niñera? –inquirió Ruby nerviosa.

La señora Benson no contestó, pero enarcó las cejas como diciéndole: «¿Usted qué cree?».

Ruby inspiró profundamente.

–Bueno…, siempre se me han dado bien los niños, y soy una persona práctica, creativa y trabajadora, además de…

La señora Benson puso los ojos en blanco y levantó una mano para interrumpirla.

–Me refería a si tiene un diploma en Educación y Cuidado Infantil, en qué centro ha estudiado… ¿Cuenta usted con esa clase de preparación?

–Pues… no exactamente.

La mujer le dirigió una mirada gélida.

–O se tiene preparación, o no se tiene. No hay medias tintas.

Ruby tragó saliva.

–Es que… verá, no cuento con lo que se dice una preparación «tradicional», pero esperaba poder entrar a formar parte de su programa de niñeras de viaje. No me importa que sean trabajos temporales, y aunque me falte preparación, soy muy organizada, soy una persona flexible, y siempre me rijo por el sentido común.

La señora Benson se irguió en su asiento al oír las palabras sentido «común», y la miró con más interés. Animada, Ruby continuó.

–Y he viajado por todo el mundo desde que era pequeña. Hablo cuatro idiomas: francés, español e italiano.

La mujer tomó un formulario y empezó a rellenarlo.

–Me ha dicho que su nombre era… ¿Ruby Long?

–Lange –la corrigió Ruby.

La señora Benson alzó la vista.

–¿Lange? ¿Como Patrick Lange?

Ruby asintió.

–Exacto; es mi padre.

No solía mencionar su parentesco con el famoso presentador de documentales de naturaleza, pero no le había pasado desapercibido el destello en los ojos de la señora Benson, y necesitaba estar fuera del país dentro de dos días, cuando su querido padre volviera de las islas Cook.

Thalia Benson entrelazó las manos sobre el formulario.

–Bueno, señorita Lange, no suelo contratar a niñeras sin preparación, ni siquiera de forma temporal, pero quizá pueda encontrarle una ocupación aquí, en nuestras oficinas, hasta que acabe el verano. La becaria que teníamos acaba de dejarnos tirados para irse de viaje por Europa; la gente joven no tiene la menor seriedad.

Tal y como ocurría siempre, con solo mencionar quién era su padre, todo lo demás había pasado a segundo plano, pero había abierto la puerta que ella esperaba.

–Es muy generoso por su parte, señora Benson, pero no estoy buscando un puesto de administrativa.

La mujer asintió, pero por la sonrisa en su rostro Ruby supo que no había prestado atención a lo que acababa de decirle, y que estaba preguntándose cuánto caché podría darle a su negocio si la llevase a la fiesta anual para impresionar a su clientela o algo así. Quizá incluso estuviese pensando que podría conseguir que su padre asistiera.

Aquello no le iba en absoluto; le habían ofrecido bastantes trabajos en los que habría podido aprovecharse de la fama de su padre para ganar mucho dinero sin demasiado esfuerzo, pero los había rechazado. Lo único que quería era que viesen por una vez en ella a alguien con potencial, no a la hija de Patrick Lange.

La señora Benson se levantó y fue a abrir la puerta del despacho.

–Siéntese fuera un momento y deje que vea qué se puede hacer.

Ruby esbozó una sonrisa forzada y asintió antes de levantarse de su silla. Le daría como mucho quince minutos y, si para entonces no le hacía una oferta que le mereciese la pena, se iría de allí. La vida era demasiado corta como para perder el tiempo con algo que no le iba a reportar nada.

Cuando la puerta del despacho de la señora Benson se cerró, Ruby se encogió de hombros y se sentó. A medida que pasaban los minutos, cada vez estaba más segura de que aquello era una pérdida de tiempo.

Sus ojos se posaron en el cubilete con ceras de colores y el montón de folios en blanco sobre la mesita que tenía delante. Sin duda estaban allí por si algún cliente acudía a la agencia con sus hijos, para que se distrajeran dibujando mientras esperaban. Con un suspiro de hastío, tomó un papel y una de las ceras y se puso a dibujar garabatos.

De pronto la puerta de la entrada se abrió, y entró un hombre alto, que se dirigió con aire decidido al despacho de la señora Benson. De la mano arrastraba a una niña pequeña con el cabello negro que iba llorando a pleno pulmón.

La recepcionista se levantó y se interpuso en su camino, diciéndole que si no tenía cita no podía pasar.

–Necesito ver a la persona que dirige la agencia, y tiene que ser ahora –le contestó el hombre en un tono exigente.

Ruby reprimió una sonrisilla. Quizá se quedase un poco más; aquello se estaba poniendo interesante. La niña dejó de llorar un segundo y miró a Ruby antes de retomar su llanto, aunque ya era más un lloriqueo para llamar la atención que otra cosa.

–Si me da un segundo –le suplicó la recepcionista al hombre–, veré si la señora Benson puede atenderle, señor…

–Martin, Max Martin –contestó él.

Sin embargo, no estaba dispuesto a esperar, y rodeó a la recepcionista para continuar su camino hacia la puerta. Ruby no estaba segura de si el hombre soltó la mano de la niña, o si fue ella la que se soltó de alguna manera de la mano de su padre, pero la pequeña se quedó allí plantada, llorando, mientras el hombre seguía avanzando.

La recepcionista logró llegar antes que él a la puerta del despacho, pero apenas tuvo tiempo de llamar con los nudillos antes de que él pusiera la mano en el picaporte y abriera.

–Este es… el señor Martin, señora Benson –balbució, antes de que el tipo entrara, cerrando tras de sí.

La niña se calló, y Ruby y ella se miraron un momento antes de que ella le sonriera y le ofreciera una cera de color rojo.

 

 

Max miró a la mujer sentada tras el escritorio, que se había quedado mirándolo boquiabierta.

–Necesito a una de sus niñeras de viaje lo antes posible.

La señora Benson cerró la boca, y después de mirarlo de arriba abajo, tomando nota sin duda de su traje a medida y sus zapatos italianos, esbozó una sonrisa.

–Por supuesto, señor Martin. Solo necesito que me dé algunos detalles, y buscaré en mi lista de personal para encontrar a una niñera que se ajuste a sus necesidades –abrió la agenda que tenía frente a sí–. Si le va bien, puedo enviar a su casa a unas cuantas candidatas el jueves para que las entreviste –añadió alzando la vista.

Max se quedó mirándola. Creía que había sido claro; ¿acaso no entendía el significado de «lo antes posible»?

–Necesito una niñera para hoy.

–¿Hoy? –repitió ella, lanzando una mirada al reloj que colgaba de la pared.

A Max no le hizo falta mirarlo para saber qué hora era: más de las tres y media de la tarde. El día había empezado bastante normal, pero un poco antes de las diez su hermana se había presentado en su oficina, y a partir de ese momento todo se había convertido en un caos.

–Preferiblemente antes de las cuatro –puntualizó–; tengo que estar en el aeropuerto a las cinco.

–Pe-pero… hay algunos detalles que debo saber antes, señor Martin, como qué edad tiene el niño o los niños a los que necesita que cuiden, de cuánto tiempo estamos hablando, o qué clase de cualidades requiere de la niñera a la que quiere contratar.

Max ignoró sus preguntas y se sacó del bolsillo una hoja impresa doblada. No podía perder tiempo con esas pequeñeces si aquella mujer no podía ayudarlo.

–He venido aquí porque en su página web dice que proporcionan un servicio rápido y eficiente de niñeras de viaje. ¿Es verdad o no?

La mujer se irguió, poniendo la espalda rígida como una vara, y lo miró a los ojos.

–Mire, señor Martin, no sé qué clase de agencia cree que dirijo, pero…

Él levantó una mano para interrumpirla. Sabía que estaba comportándose de un modo bastante grosero, pero no había tiempo para formalismos.

–La mejor agencia de niñeras de Londres, según he oído. Por eso he venido aquí, porque se trata de una emergencia. ¿Puede ayudarme? Porque, si no es así, no la haré perder más tiempo.

La mujer apretó los labios, pero su expresión se suavizó un poco.

–Sí, puedo ayudarle.

Max estaba seguro de que habría preferido decirle que era imposible, pero le haría pagar un recargo por la urgencia, y a eso, sin duda, le costaría negarse.

–Al menos dígame cuántos niños son, qué edad tienen y sin son niños o niñas –le pidió.

–Una niña. No sé exactamente qué edad tiene. Más de un año, desde luego, pero todavía no está en edad escolar. ¿Por qué no sale fuera conmigo y la ve, a ver qué edad le echa usted?

La mujer lo miró de hito en hito.

–¿La niña está aquí?

Max asintió. ¿Dónde esperaba que la tuviera sino?

–¿Y la ha dejado fuera?, ¿sola?

Max frunció el ceño. Era verdad que la había dejado sola, pero lo había hecho sin pensar. Por eso necesitaba contratar a alguien que supiese qué había que hacer con una cría. De todos modos no había dejado sola a Sofia. Fuera estaba la recepcionista, y esa joven un tanto estrambótica que estaba sentada esperando.

La señora Benson se levantó y salió del despacho. En la sala de espera, apoyada en la mesita y con la punta de la lengua fuera, muy concentrada en el dibujo que estaba coloreando, estaba Sofia. Max suspiró aliviado. Al menos estaba tranquila y había dejado de llorar. Aquellos horribles berridos, que le recordaban a una sirena antiaérea, habían estado volviéndolo loco toda la mañana.

–Toma, prueba con este color para la flor –le estaba diciendo la joven, que estaba arrodillada junto a ella.

Sofia tomó la cera que le tendía, y siguió coloreando unos segundos antes de que las dos levantaran la cabeza para mirarlos con curiosidad.

Max se volvió hacia la señora Benson.

–La quiero a ella –dijo señalando a la joven con mechones morados en el pelo.

La dueña de la agencia soltó una risa nerviosa.

–Me temo que no trabaja aquí.

Max enarcó las cejas.

–Bueno, todavía no –se apresuró a añadir la mujer–, pero estoy segura de que se ajustaría mucho mejor a sus necesidades una de nuestras otras niñeras.

Max le dio la espalda y miró a la joven y luego a la pequeña Sofia, que volvía a ser la niña tranquila a la que recordaba vagamente.

–No, la quiero a ella.

Algo le decía que aquella joven era la persona a la que necesitaba, y eran las cuatro menos veinte y tenía que irse.

–¿Qué me dice? –le preguntó directamente.

La joven miró a la señora Benson.

–Bueno, tiene razón: ni siquiera trabajo aquí. He venido buscando trabajo.

–Me da igual –replicó él–. Sabe manejar a la niña; es usted la persona que necesito.

La joven parpadeó y se quedó mirándolo con los ojos entornados, como si estuviese intentando dilucidar si hablaba en serio o no.

–¿Y si el trabajo no es lo que yo necesito? –inquirió–. No sé si debería aceptar sin saber las condiciones.

Max miró su reloj y resopló.

–Está bien, está bien –le dijo–. Le haré una entrevista en el coche y le explicaré las condiciones, pero recoja sus cosas deprisa; tenemos que tomar un avión.

Y salió de la oficina, dejando a Thalia Benson boquiabierta.

Capítulo 2

 

RUBY tardó un par de segundos en reaccionar y tomar a la cría para seguir al señor… como se llamase. Con sus largas piernas andaba más rápido que ella, y cuando llegó a la calle tuvo que mirar a un lado y a otro antes de avistarlo a lo lejos, hablando con el chófer de un coche negro aparcado junto a la acera, que sostenía la puerta del asiento trasero.

Estaba a punto de echar a correr hacia él cuando se dio cuenta de que algo no encajaba. Un momento… ¿Por qué tenía ella a su hija en brazos cuando él había salido del edificio sin siquiera mirar atrás?

Era como si, en su prisa por superar el siguiente obstáculo, se hubiese olvidado por completo de que tenía una hija. Bajó la vista a la niñita, que estaba distraída mirando un autobús de dos pisos que pasaba frente a ellas. Aún era muy pequeña y no se daba cuenta de lo insensible que era su padre, pero ningún niño se merecía que lo tratasen así. Apretó los labios y marchó hacia él. Cuando llegó a su lado, le tendió a la pequeña.

–Tenga, creo que se olvidaba esto –le dijo airada.

Si no hubiese estado tan enfadada, le habría hecho gracia su expresión de desesperación cuando tomó a la niña y la sostuvo con los brazos extendidos, como si fuese una bomba, mientras la chiquitina pataleaba en el aire, berreando de nuevo con todas sus fuerzas.

–¡Tómela! –le suplicó–. Es la única que sabe cómo hacer callar a este pequeño monstruo.

Ruby se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

–Supongo que el «pequeño monstruo» tendrá un nombre.

Él volvió a tenderle a la niña, pero Ruby dio un paso atrás. Él le dio unas palmaditas en la espalda a la pequeña, para intentar calmarla, pero solo consiguió que llorara aún más.

–Sofia –le dijo–, se llama Sofia.

Ruby, finalmente, se apiadó de él y tomó a la niña, que de inmediato se calmó. Seguía sin saber si aquello era una buena idea, pero la única alternativa era trabajar para su padre, que había puesto el grito en el cielo cuando se había enterado de que había dejado la tienda de modas de Covent Garden en la que estaba trabajando.

La verdad era que, teniendo en cuenta lo poco que se interesaba por ella, la había sorprendido su reacción. Normalmente estaba demasiado ocupado como para preocuparse de su única hija, pero, por algún motivo, aquello parecía haber hecho que se acordase de repente de que era su padre.

Le había echado un sermón, diciéndole que tenía que madurar, que necesitaba un empleo, que ya era hora de que dejase de ir de un lado a otro y sentase la cabeza.

Y antes de marcharse al Pacífico Sur le había dado un ultimátum: o encontraba un buen trabajo para cuando regresase, o le buscaría un puesto en su productora. No soportaría que los empleados de su padre la mirasen de reojo y cuchicheasen a sus espaldas diciendo: «¿Quién es esa?». «Una enchufada, la hija de Patrick Lange».

–Y antes de que nos subamos al coche, al menos deberíamos presentarnos, ¿no le parece? Mi nombre es Ruby Lange.

Él se quedó mirándola, como si el apellido no le dijese nada, y como si no se hubiese dado por aludido.

–¿Y usted es…? –lo instó Ruby.

Finalmente, él parpadeó y respondió:

–Max Martin.

Ruby asintió con la cabeza.

–Un placer, señor Martin –bajó la vista al coche antes de mirarlo de nuevo–. Bueno, ¿va a hacerme esa entrevista, o no?

 

 

Max, que fue el último en entrar en el coche, se sentó y frunció el ceño, contrariado. No estaba muy seguro de qué acababa de ocurrir. Había pasado de ser él quien estaba al mando a que de repente aquella chica prácticamente le ordenase que entrase en el coche. Cuando hubo terminado de abrochar las correas del asiento de Sofia, se giró hacia él.

–Adelante, dispare –le dijo, y se quedó esperando–. Vamos con la entrevista.

Max la escrutó con ojo crítico. No se parecía en nada a las mujeres con las que solía tener trato. Su forma de vestir, para empezar, no era demasiado… ortodoxa. El colorido y ecléctico conjunto que llevaba la hacía parecer probablemente incluso más joven de lo que era. Esa podría ser su primera pregunta.

–Está bien. ¿Cuántos años tiene?

Ella parpadeó, pero le sostuvo la mirada.

–Veinticuatro.

Él le habría echado un par de años menos. Lo que importaba era que sabía manejar a aquella personita sentada entre los dos y hacerla callar cuando empezaba a berrear. Miró su reloj. No tenía tiempo para charlar, así que lo mejor sería ir al grano.

–¿Vive muy lejos de aquí? –inquirió. Y como ella lo miró sin comprender, añadió–: ¿Podríamos llegar allí en menos de media hora?

Ruby frunció el ceño.

–Vivo en la zona de Pimlico, así que sí, supongo que sí, pero… ¿por qué me pregunta eso?

–¿Puede tener hecha una maleta en menos de diez minutos?