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Del vino y del hachís

Comparados como medios de multiplicación de la individualidad

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El vino

Un hombre muy célebre que era al mismo tiempo bastante estúpido, cosas que suelen ir de la mano según parece –tendré más de una vez sin duda el doloroso placer de demostrar esto–, se ha atrevido en un libro sobre gastronomía, escrito desde el doble punto de vista del placer y la higiene, a consignar lo siguiente en el capítulo sobre el Vino: “El patriarca Noé es considerado el inventor del vino; es un licor que se hace con el fruto de la vid”. ¿Y después? Después, nada. Será inútil hojear el libro, recorrerlo en todos los sentidos, leerlo del derecho o del revés, nada más se encontrará sobre el vino en la “Fisiología del Gusto” del muy ilustre y respetado Brillat-Savarin: “El patriarca Noé” y “es un licor”.

Me imagino que un habitante de la Luna o de algún planeta lejano viaja por nuestro mundo y, cansado por sus largas escalas, desea refrescarse el paladar y calentarse el estómago. Tiene que actualizarse sobre los placeres y costumbres de nuestra Tierra. Ha oído hablar vagamente de deliciosos licores con los que los ciudadanos de este globo se procuran a voluntad; alegría y coraje. Para estar más seguro de su elección, el habitante de la Luna recurre al oráculo del buen gusto, el célebre e infalible Brillat-Savarin, y encuentra en el artículo sobre el vino esta información preciosa: “El patriarca Noé…” y “este licor se hace…”. Es algo muy digestivo y muy explicativo. Después de haber leído esta frase es imposible no tener una idea exacta y clara sobre todos los vinos, sus diferentes cualidades, sus inconvenientes y el efecto que ejercen en el estómago y el cerebro.

¡Oh, queridos amigos, no lean a Brillat-Savarin! Dios evita a los que ama las lecturas inútiles. Tal es la primera máxima de un librito de Lavater, filósofo que amó a los hombres más que a todos los jueces del mundo antiguo y moderno. No se ha bautizado postre alguno con el nombre de Lavater, pero el recuerdo de ese hombre angélico seguirá viviendo entre los cristianos cuando los buenos burgueses hayan olvidado ya a Brillat-Savarin, bizcocho insípido cuyo menor defecto consiste en servir de pretexto para un derroche de máximas totalmente pedantes tomadas de la famosa obra maestra. Si una nueva edición de aquella falsa obra maestra se atreve a afrontar la cordura de la humanidad moderna, bebedores melancólicos o bebedores alegres, los que buscan en el vino el recuerdo o el olvido y, al no encontrarlo nunca lo suficientemente a su gusto, no contemplen ya el cielo sino a través del fondo de la botella, bebedores olvidados y desconocidos, ¿comprarán un ejemplar de este libro y cambiarán el bien por el mal, el beneficio por la indiferencia?

Abro la Kreisleriana del divino Hoffmann y leo en ella una recomendación curiosa: “El músico concienzudo debe emplear el Champagne para componer una ópera cómica. En él encontrará la alegría espumante y liviana que el género reclama. La música religiosa exige vino del Rhin o del Jurançon. Como en el fondo de las ideas profundas, en ellos hay una amargura embriagadora; pero la música heroica no puede prescindir del vino de Borgoña; posee el ímpetu severo y la seducción del patriotismo”. Esto es mejor ciertamente y, además del sentimiento apasionado de un bebedor, encuentro en ello una imparcialidad que hace el mayor honor a un alemán.