BUSHIDO

 

 

 

Inazo Nitobe

 

 

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El retrato clásico
de la cultura marcial
de los samuráis

 

 

 

 

 

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España

 

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Copyright de la edición original © 1969 by Charles E. Tuttle Co., Inc.

Título original: Bushido. The Classic Portrait of Samurai Martial Culture

Revisión técnica: Fidel Font

Traducción: Eva Alonso Porri

Diseño de cubierta: David Carretero

© 2011, Editorial Paidotribo

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Primera edición

ISBN: 978-84-9910-066-1

ISBN EPUB: 978-84-9910-235-1

Fotocomposición: Bartolomé Sánchez

bgrafic@bgrafic.es

Impreso en España por Sagrafic

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ÍNDICE

Prólogo del editor

Prólogo a la primera edición

Introducción

I. El Bushido como un sistema ético

II. Fuentes del Bushido

III. Rectitud o justicia

IV. Coraje, el espíritu del atrevimiento y de la resistencia

V. Benevolencia, el sentimiento de aflicción

VI. Cortesía

VII. Veracidad y sinceridad

VIII. Honor

IX. El deber de la lealtad

X. La educación y el entrenamiento de un samurái

XI. El dominio de sí mismo

XII. Las instituciones del suicidio y el desagravio

XIII. La espada, el alma del samurái

XIV. La formación y la posición de la mujer

XV. La influencia del Bushido

XVI. ¿Vive aún el Bushido?

XVII. El futuro del Bushido

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A mi amado tío Tokitshi Ota,
quien me enseñó a reverenciar el pasado
y a admirar las gestas de los samuráis,
dedico este libro

 

 

PRÓLOGO DEL EDITOR

Este atractivo pequeño libro que explica el “alma de Japón” ha obtenido una aceptación y una respuesta remarcables desde que fue publicado por primera vez en 1905. Hoy en día la demanda es tan elevada como siempre a pesar de la “occidentalización” de Japón.

Posiblemente, la razón principal de dicha demanda sea que el libro respondió, y sigue respondiendo, tanto a los japoneses como a los occidentales, a la pregunta de por qué algunas ideas y costumbres siguen estando vigentes en Japón.

El Bushido se ha definido de muy variadas formas, pero parece que la definición más generalmente aceptada es que es el código no escrito de las leyes que regían las vidas y conducta de la clase guerrera de Japón, equivalente en muchas formas a la caballería europea.

Los caballeros y nobles del Japón feudal eran los samuráis, servidores del daimio o señor. Así, el Bushido era el código de conducta de los samuráis, la clase guerrera aristocrática que surgió durante las guerras del siglo XII entre los clanes Taira y Minamoto y que alcanzó una gloriosa realización en el período Tokugawa.

Los samuráis cultivaban las virtudes marciales, y eran indiferentes a la muerte y al dolor en el cumplimiento de su lealtad a sus señores. Los samuráis tenían el privilegio de llevar dos espadas, que constituían el “alma del samurái”, según Nitobe.

Bushido presenta la causa de Japón en términos simples pero muy sinceros y comprensibles. El autor ilustra los puntos que presenta con ejemplos paralelos de la historia y la literatura europeas. Finalmente y ante todo, cree en la ley escrita en el corazón. Este libro fue originalmente publicado en 1905 por G. P. Putnam´s Sons, Nueva York.

 

 

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Hace unos diez años, mientras pasaba unos días bajo el hospitalario techo del distinguido jurista belga el finado M. de Laveleye, durante uno de nuestros paseos nuestra conversación se dirigió hacia el tema de la religión. “¿Quiere decir”, preguntó el venerable profesor, “que no imparten instrucción religiosa en sus escuelas?” Al responderle negativamente, se detuvo súbitamente sorprendido, y con una voz que no olvidaré repitió “¡No enseñan religión! ¿Cómo imparten la educación moral?” En ese momento, la pregunta me desconcertó. No podía dar una respuesta rápida, pues los preceptos morales que aprendí en los días de mi infancia no se enseñaban en las escuelas y hasta que no comencé a analizar los diferentes elementos que conformaban mi noción de lo correcto y lo incorrecto no me di cuenta de que era el Bushido el que los infundía en mí.

La creación de este pequeño libro se debe a las frecuentes preguntas hechas por mi esposa acerca de los motivos por los que algunas ideas y costumbres prevalecen en Japón.

En mis intentos por dar respuestas satisfactorias a M. de Laveleye y a mi esposa, hallé que sin la comprensión del feudalismo y el Bushido las ideas morales del Japón actual son un volumen cerrado.

Aprovechando un reposo obligado tras una larga enfermedad, puse en el orden ahora presentado al público alguna de las respuestas dadas en nuestras conversaciones domésticas. Fundamentalmente, consisten en aquello que se me enseñó en mis días de juventud, cuando el feudalismo continuaba vigente.

Teniendo a Lafcadio Hearn y a la Sra. Hugh Fraser por un lado y a Sir Ernest Satow y al profesor Chamberlain por otro, es realmente descorazonador escribir sobre algo japonés en inglés. La única ventaja que tengo sobre ellos es que puedo adoptar la actitud de un acusador particular, mientras que estos distinguidos escritores son, como máximo, abogados y procuradores. A menudo he pensado: “Si tuviera su don para la lengua, ¡presentaría la causa japonesa en términos más elocuentes!” Pero quien habla en un idioma prestado, debería dar gracias si consigue hacerse inteligible.

A lo largo de todo el discurso, he intentado ilustrar todos los aspectos con ejemplos paralelos de la literatura e historia europeas, en la creencia de que ello ayudaría a acercar el tema a la comprensión de los oyentes extranjeros.

Si alguna de mis alusiones a temas religiosos y a trabajadores religiosos se considera despreciativa, confío en que mi actitud hacia el Cristianismo no será cuestionada. Es hacia los métodos eclesiásticos y las formas que oscurecen las enseñanzas de Cristo, y no hacia las enseñanzas en sí mismas, que siento poca simpatía. Creo en la religión por Él enseñada y que ha llegado a nosotros a través del Nuevo Testamento, así como en la ley escrita en el corazón. Más aún, creo que Dios hizo un testamento que puede llamarse “antiguo” para todos los pueblos y naciones —gentiles o judíos, cristianos o paganos. Por lo que respecta al resto de mi teología, no debo abusar de la paciencia del público.

En la conclusión de este prólogo, deseo expresar mi gratitud a mi amiga Anna C. Hartshorne por sus muchas y valiosas sugerencias.

I. N.

 

 

INTRODUCCIÓN

A petición de sus editores, a quienes el Dr. Nitobe dejó cierta libertad de acción en relación con el prólogo, me alegra ofrecer algunas palabras de introducción a esta nueva edición de Bushido. He tenido relación con el autor durante quince años, pero, con su tema, durante más de cuarenta y cinco.

Fue en 1860, en Filadelfia (donde, en 1847, vi el Susquehanna), cuando me reuní con miembros de la embajada de Yedo. Estaba muy impresionado con estos extranjeros, para quienes el Bushido era un código viviente de ideales y costumbres. Más tarde, durante tres años que pasé en el Rutgers College, New Brunswick, N. J., estuve entre jóvenes nipones a quienes enseñé o conocí como estudiantes. Descubrí que el Bushido, acerca del cual hablábamos a menudo, era algo increíblemente atractivo. Tal y como se ve en la vida de estos futuros gobernadores, diplomáticos, educadores y banqueros, sí, incluso en las horas en que más de uno “cayó dormido” en el cementerio Willow Grove, el perfume de la flor más fragante del lejano Japón era muy dulce. Nunca olvidaré cómo el joven samurái moribundo Kusakabe, cuando fue invitado a los más nobles servicios, respondió: “Incluso aunque pudiera conocer a vuestro Maestro, Jesús, no le ofrecería únicamente los desperdicios de una vida.” Así, “en los banquillos del antiguo Raritan”, en atletismo, durante las bromas que se hacían durante la cena al contrastar lo japonés y lo yanqui, y en la discusión acerca de ética e ideales, me sentía muy deseoso de utilizar la “réplica encubierta del misionero” sobre la que una vez escribió mi amigo Charles Dudley Warner. En algunos puntos, los códigos de ética y propiedades diferían, pero más en puntos concretos o tangencialmente que como una ocultación o eclipse. Como escribió su propio poeta —¿fue hace mil años?— cuando al cruzar un páramo las flores cargadas de rocío que rozaba con su ropa dejaban sus gotas brillantes en su brocado: “En homenaje a este perfume, no quitaré esta humedad de mi chaqueta.” Es más, me alegraba salir del sendero trillado, que dicen que difiere de las tumbas sólo por su longitud. Pues, ¿no es la comparación la esencia de la ciencia y la cultura? ¿No es cierto que, en el estudio de idiomas, ética, religión y códigos de costumbres, “el que sólo conoce uno no conoce ninguno”?

Cuando me llamaron, en 1870, de Japón como educador pionero en la introducción de los métodos y el espíritu del sistema educativo público americano, qué contento estuve de abandonar la capital y, en Fukui, en la provincia de Echizen, ¡ver el feudalismo auténtico en acción! Ahí miré el Bushido, no como algo exótico, sino en su medio natural. Me di cuenta de que en la vida diaria el Bushido, con sus cha-no-yu, j-u-jȈ u-tsȈu (“jiu-jitsu”), hara-kiri, educadas genuflexiones en la calle, reglas de espada y camino, saludos pausados, cánones de arte y conducta, así como hazañas por las esposas, doncellas y niños, formaba el credo y la praxis universales de toda la población de la ciudad fortificada y de la provincia. En ellas, como en una escuela viviente de vida y pensamiento, los niños y las niñas se entrenaban por igual. Lo que el Dr. Nitobe ha recibido como una herencia, ha inhalado por las ventanas de su nariz, y de lo que tan graciosamente escribe, con tanta profundidad y amplitud de miras, yo lo ví. El feudalismo japonés “murió sin la visión” de su mayor exponente y más convincente defensor. Para él es como la ráfaga de una fragancia. Para mí era “la planta y la flor de la luz”.

Por tanto, viviendo bajo el feudalismo y a las puertas de su muerte, puedo ofrecer testimonio de la verdad esencial de las descripciones del Dr. Nitobe y de la exactitud de sus análisis y generalizaciones. Ha dibujado con arte magistral y ha reproducido el colorido del cuadro que mil años de literatura japonesa tan gloriosamente reflejan. El Código de Caballería se desarrolló a lo largo de un milenio de evolución, y nuestro autor apunta las floraciones que han acompañado el camino recorrido por millones de almas nobles, sus paisanos.

De todos modos, un estudio crítico ha hecho más profundo mi propio sentido de la potencia y el valor del Bushido para la nación. Quien quiera comprender el Japón del siglo XX, debe conocer algo sobre sus raíces en el pasado. Incluso aunque ahora sea tan invisible a la presente generación nipona como a los extraños, los estudiantes pueden leer los resultados de hoy en las reservas de energía de los días pasados. Los rayos de sol del tiempo no registrado han depositado el sustrato en el que ahora Japón cava sus pies de impacto para la guerra o la paz. Todos los sentidos espirituales son afilados en aquellos que han cuidado por el Bushido. El terrón cristalino se ha disuelto en la taza edulcorada, pero la delicadeza del sabor sigue animando. En pocas palabras, el Bushido ha obedecido la más elevada ley enunciada por Uno cuyo propio exponente saluda y confiesa como su Maestro: “Excepto que un grano de maíz muera, permanece solo; pero si muere, traerá muchos frutos.”

¿Ha idealizado el Dr. Nitobe el Bushido? ¿Cómo podría hacerlo?, nos preguntamos. Se llama a sí mismo “defensor”. En todos los credos, cultos y sistemas, mientras el ideal crece, los ejemplares y los exponentes varían. La ley es la acumulación gradual y la lenta obtención de la armonía. El Bushido nunca alcanzó un objetivo final. Estaba demasiado vivo, y finalmente murió sólo en cuanto a su esplendor y fuerza. El choque del movimiento mundial —así llamamos a la acometida de influencias y eventos que siguieron Perry y Harris— con el feudalismo en Japón no encontró en el Bushido una momia embalsamada, sino un alma viva. Lo que realmente se encontró fue el acelerado espíritu de la humanidad. Entonces el menor fue bendecido por el mayor. Sin perder lo mejor de su propia historia y civilización, Japón, siguiendo sus propios y nobles precedentes, adoptó primero y adaptó después las opciones que el mundo tenía que ofrecer. Así, su oportunidad de bendecir Asia y la raza fue única y ha sabido aprovecharl a—“con una difusión aún más intensa”. Hoy en día, Japón ha venido hacia nosotros con sus manos cargadas de regalos, no sólo para nuestros jardines, nuestro arte, nuestros hogares enriquecidos por las flores, los cuadros y los hermosos objetos, tanto si son “bagatelas de un momento o triunfos para toda la vida”, sino también en cuanto a la cultura física, la higiene pública y las lecciones sobre la paz y la guerra.

Nuestro autor nos puede enseñar, no sólo en su discurso como abogado y consejero de la defensa, sino como profeta y sabio cabeza de familia, rico en cosas nuevas y viejas. No hay otro hombre en Japón que haya unido de un modo más armonioso los preceptos y la práctica de su propio Bushido en la vida y en el trabajo, en el arte manual y el de la pluma, en la cultura del país y del alma. Iluminador del pasado nipón, el Dr. Nitobe es un auténtico hacedor del nuevo Japón. En Formosa, el nuevo aumento del imperio, igual que en Kioto, es el erudito y el hombre práctico, ducho en la ciencia más novedosa y en la más antigua diligencia.

Este pequeño libro sobre el Bushido es más que un mensaje pesado para los países anglosajones. Es una notable contribución a la solución del mayor problema de este siglo: la reconciliación y unidad de Este y Oeste.

Antiguamente existían muchas civilizaciones; en un mundo mejor que está por venir, sólo habrá una. En la actualidad, los términos “Oriente” y “Occidente”, con toda su carga de mutua ignorancia e insolencia, están a punto de dejar de existir. Como un eficaz término medio entre la sabiduría y el comunismo de Asia y la energía y el individualismo de Europa y América, Japón ya está trabajando con una energía irresistible.

Instruido en temas antiguos y modernos y cultivado en las literaturas del mundo, el Dr. Nitobe muestra aquí estar admirablemente dotado para una tarea agradable. Es un verdadero intérprete y reconciliador. No necesita disculparse por su propia actitud hacia el Maestro a quien ha seguido fielmente durante tanto tiempo. ¿Qué estudioso, familiarizado con las vías del espíritu y con la historia de la raza tal y como las conduce el Amigo Infinito del hombre, debe marcar la diferencia en todas las religiones entre las enseñanzas del Fundador y los documentos originales y las adiciones étnicas, racionalistas y eclesiásticas? La doctrina de los testamentos, a la que se ha hecho alusión en el prólogo a la primera edición, es la enseñanza del que ha venido, no a destruir, sino a satisfacer. Incluso en Japón, la cristiandad, desprovista de su molde extranjero original, dejará de ser algo exótico y hundirá sus raíces profundamente en el suelo en el que ha crecido el Bushido. Despojada por igual de sus vendas y de sus uniformes extranjeros, la iglesia del Fundador será tan nativa como el aire.

William Elliot Griffis
Itaca, mayo 1905.

 

 

 

AQUEL CAMINO,

sobre la montaña, que quien se halla en él

puede dudar si es una carretera,

mientras que si lo contempla desde el yermo

ve que la vía asciende claramente desde la base hasta la cima,

precisa, inconfundible. ¿Qué son un par de grietas

vistas desde los desiertos uniformes de ambos lados?

Además (para introducir filosofía fresca),

¿y si las propias grietas resultaran ser al final

la más consumada de las invenciones

para adiestrar el ojo del hombre, para enseñarle lo que es la fe?

Robert Browning,
Apología del Obispo Blougram

Existen, si se me permite decirlo así, tres poderosos espíritus que, de cuando en cuando, se han agitado sobre la superficie de las aguas y han dado un impulso predominante a los sentimientos y energías morales de la humanidad. Son los espíritus de la libertad, la religión y el honor.

Hallam,
Europa en la Edad Media

La caballería es en sí misma la poesía de la vida.

Schlegel,
Filosofía de la Historia

 

 

CAPÍTULO I

EL BUSHIDO COMO UN SISTEMA ÉTICO

La caballerosidad es una flor tan originaria de la tierra de Japón como su emblema, la flor del cerezo; no es un espécimen seco de una antigua virtud preservado en el herbario de nuestra historia. Aún es un objeto viviente de poder y belleza entre nosotros y, aunque no tiene una forma definida, perfuma sin embargo la atmósfera moral, y nos hace darnos cuenta de que aún nos hallamos bajo su potente hechizo. Las condiciones de la sociedad que la introdujo y la nutrió desaparecieron hace mucho; pero, del mismo modo que las estrellas distantes que un día estuvieron y ya no están, aún siguen cayendo sus rayos sobre nosotros, de manera que la luz del caballero medieval hijo del feudalismo continúa iluminando nuestro camino moral, sobreviviendo a su institución madre. Es un placer para mí reflexionar sobre esta materia en la lengua de Burke, que pronunció el maravilloso y conmovedor elogio sobre el féretro abandonado de su prototipo europeo.

Arguye un triste defecto de información concerniente al Lejano Oriente el que un estudioso tan erudito como el Dr. George Miller no duda en afirmar que el caballero feudal, o cualquier otro personaje similar, no ha existido jamás, ni entre las naciones antiguas ni entre los orientales actuales1. Tal ignorancia, de cualquier modo, es ampliamente excusable, pues la tercera edición de la obra del buen Doctor apareció el mismo año en que Commodore Perry llamaba a las puertas de nuestra exclusividad. Más de una década después, en la época en que nuestro feudalismo se hallaba en los últimos momentos de su existencia, Karl Marx, escribiendo su Capital, llamó la atención de sus lectores hacia la peculiar ventaja de estudiar las instituciones sociales y políticas del feudalismo, en ese momento sólo observables como fenómeno vivo en Japón. Me gustaría dirigir al estudiante occidental de historia y ética hacia el estudio de la caballería en el Japón actual.

Por fascinante que pudiera ser una disquisición histórica entre el feudalismo y la caballería europeos y japoneses, no es el propósito de este documento entrar en ello con detalle. Mi intención es, en primer lugar, relatar el origen y las fuentes de nuestra caballería; en segundo lugar, su carácter y enseñanza; en tercer lugar, su influencia sobre las masas, y, en cuarto lugar, la continuidad y permanencia de su influencia. De estos puntos, el primero será breve y rápido, de otro modo tendría que conducir a mis lectores hacia los tortuosos senderos de nuestra historia nacional; el segundo será tratado con mayor detalle, ya que puede interesar más por nuestros modos de pensamiento y acción a los estudiosos de ética internacional y etología comparada; el resto serán tratados como corolarios.

La palabra japonesa “bushido” significa El camino del guerrero, los usos que los nobles luchadores debían observar tanto en su vida diaria como en su vocación; en una palabra, los “Preceptos del guerrero”, el noblesse oblige de la clase guerrera. La utilización del término original sólo es aconsejable por el motivo de que una enseñanza tan circunscrita y única, que engendra una mentalidad y un carácter tan peculiares, debe llevar el distintivo de su singularidad en el rostro; algunas palabras poseen un timbre nacional tan expresivo de las características de la raza, que el mejor traductor no puede hacerles sino escasa justicia, por no decir una verdadera injusticia y agravio. ¿Quién puede mejorar a través de la traducción lo que el alemán Gemüth significa, o quién no percibe la diferencia entre las dos palabras verbalmente tan cercanas como la inglesa gentleman y la francesa gentilhomme?

Bushido, entonces, es el código de principios morales que los samuráis eran requeridos o instruidos a observar. No es un código escrito; como máximo consiste en unas pocas máximas transmitidas boca a boca o provenientes de la pluma de algún célebre guerrero o sabio. Más frecuentemente es un código no pronunciado y no escrito, ratificado enérgicamente por los hechos y por una ley escrita en las tablas de carne del corazón. Se fundó no por la creación de una mente, no importa cuán brillante, ni en la vida de un solo personaje, no importa cuán reconocido. Fue un crecimiento orgánico durante décadas y siglos de carrera militar. Quizás, ocupe la misma posición en la historia de la ética que la Constitución Inglesa en la historia de la política, aunque no tenga nada comparable con la Carta Magna o el Acta de Habeas Corpus. A principios del siglo XVII, se promulgaron Estatutos Militares (Buké Hatto), pero sus breves trece artículos se ocupaban básicamente de matrimonio, castillos, ligas, etc., y las cuestiones didácticas eran abordadas muy por encima.

XII