Anatomía funcional del yoga

Guía para profesores y alumnos

David Keil

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Copyright de la edición original: © 2014 David Keil

© Todos los derechos reservados.

Esta obra se ha publicado según acuerdo con Lotus Publishing.

Ilustraciones: Amanda Williams y Emily Evans

Imágenes interior: Jose Caban

Título original: Functional anatomy of yoga

Autor: David Keil

Traducción: Beatriz Villena Sánchez

Diseño de cubierta: David Carretero

Edición: Mª Ángeles González Moreno

© 2017, Editorial Paidotribo

Les Guixeres

C/ de la Energía, 19-21

08915 Badalona (España)

Tel.: 93 323 33 11 – Fax: 93 453 50 33

http://www.paidotribo.com

E-mail: paidotribo@paidotribo.com

Primera edición

ISBN: 978-84-9910-678-6

ISBN EPUB: 978-84-9910-697-7

BIC: VX; MFC

Fotocomposición: Editor Service, S.L.

Diagonal, 299 – 08013 Barcelona

Índice

Agradecimientos

Prefacio

Introducción

Parte I: Anatomía funcional

Capítulo 1: Introducción a la anatomía funcional

Capítulo 2: El pie y el tobillo

Capítulo 3: La rodilla

Capítulo 4: La articulación de la cadera

Capítulo 5: La pelvis

Capítulo 6: La columna vertebral

Capítulo 7: Comparación de las extremidades superiores e inferiores

Capítulo 8: Mano, muñeca y codo

Parte II: Patrones anatómicos de las asanas

Capítulo 9: Patrones anatómicos de las flexiones hacia delante

Capítulo 10: Patrones anatómicos de la rotación externa de cadera

Capítulo 11: Patrones anatómicos de las torsiones

Capítulo 12: Patrones anatómicos de los equilibrios sobre los brazos

Capítulo 13: Patrones anatómicos de las flexiones hacia atrás

Conclusión

Términos para describir posición y dirección

Referencias

Índice de materias

Agradecimientos

Son muchas las personas que han participado en la creación de este libro. En primer lugar, me gustaría darle las gracias a mi mujer, que ha soportado que lo dejara aparcado, lo retomara y que no parara de quejarme por todo lo que me ha pasado hasta terminarlo. En segundo lugar, a mi editorial, que ha sido extremadamente paciente conmigo y ha aguantado que me retrasara mucho en las fechas de entrega. En tercer lugar, a mi editor, Eryn Kirkwood, que ha hecho un trabajo fantástico ayudándome a explicar con total claridad el tema que nos ocupa.

Ahora mismo este libro no estaría en tus manos si no se hubieran dado una serie de acontecimientos en el orden adecuado y en el momento oportuno.

Un agradecimiento especial a Iris Burman y al personal que tanto me ha ayudado en la Educating Hands School of Massage de Miami (Florida). Sin su apoyo, orientación y, básicamente, sin que me tiraran al vacío y me obligaran a empezar a enseñar, no habría perfeccionado mis habilidades como profesor. También fue en Educating Hands donde conocí a mi primer mentor en terapias corporales, Nick Chitty. Con sus consejos, su amistad y sus enseñanzas llevó mi trabajo al siguiente nivel.

Mi primer taller de anatomía para estudiantes de yoga jamás habría tenido lugar si no fuera por Karen Schachter que, en 2000, me pidió que instruyera a un grupo de amigos en un estudio de yoga local. Mis primeros anfitriones fueron Ryan Spielman y Marisa Gallardo en Yoga Grove, en Miami (Florida).

Aprendí a entender realmente mi anatomía a través de la práctica del yoga. Para eso, en 2001 conocí a John Scott y a su mujer Lucy Scott. Si no les hubiera conocido, jamás habría ido a Mysore, en la India, donde conocí a Sri K. Pattabhi Jois y a su nieto Sri R. Sharath. Gracias a los consejos de John y Lucy en cuanto a mi práctica y a la disciplina que encontré en Mysore, pude profundizar en mi propia práctica. Esta profundización y especialización me ayudaron a entender mi anatomía, en especial en todo lo relacionado con el yoga.

Además, han sido innumerables los estudios que me han acogido amablemente como parte de sus programas de formación para maestros y que han presentado la anatomía a sus estudiantes. Todos ellos han ayudado a que este libro llegue a tus manos. Sin las preguntas, los comentarios ni las miradas de confusión absoluta de estos estudiantes, jamás habría pulido mis enseñanzas. Después de todo, siempre crecemos a través de las relaciones. Muchas gracias a todos estos estudiantes; agradezco mucho sus comentarios e interacciones.

Por último, pero no por ello menos importante, me gustaría dar las gracias por la ayuda recibida de Yoganatomy.com. Mi agradecimiento a Christine Wiese, Amy Dolan, Aaron Segall y Guy Andefors.

Prefacio

En 2001, David llegó a nuestro estudio de yoga de Penzance, Cornwall (Reino Unido), para trabajar con Lucy y conmigo, y así desarrollar su práctica de yoga ashtanga vinyasa. David llevaba ya algún tiempo practicando asanas (posturas de yoga), pero era obvio que no respiraba ni usaba los bandhas (control sutil del cuerpo) correctamente ni con eficacia; tenía que pulir su relación y el equilibrio entre sthira (una base firme, inmóvil y estable) y sukha (buen espacio). Para el yogui (aquel que practica el yoga), la comprensión de sthira y sukha permite profundizar en la compresión de la relación entre postura, gravedad y respiración; y para el anatomista que practica la asana, descubrir sthira y sukha ayuda a llevar la estructura, la función, la respiración y el movimiento del cuerpo humano a otro nivel.

Cuando hace ya muchos años conocimos a David, eran más que evidentes sus grandes conocimientos de anatomía y la experiencia adquirida al enseñar y trabajar en el campo del masaje. Impartió un pequeño taller de anatomía del yoga en nuestro estudio para estudiantes locales y visitantes que practicaban con Lucy y conmigo. Su animada exposición enfatizaba lo increíble que es el cuerpo humano. Al final, una médica que asistió a su clase dijo que después de tantos años de formación médica y de clases de anatomía, con tan solo una sesión con David, por fin el cuerpo había tomado vida. Lucy, también terapeuta corporal y masajista, estaba tan impresionada que se fue directamente hacia él y le invitó a enseñar anatomía en nuestras clases para profesores de yoga.

Aquella tarde fue el principio de un proceso de crecimiento mutuo, con Lucy, David y yo mismo explorando, descubriendo, investigando y adquiriendo de primera mano un nuevo aprecio por este maravilloso cuerpo en el que vivimos. Este viaje con David continuará en los años venideros, y estoy seguro de que este será el primero de los muchos libros que escribirá.

La información aquí contenida no procede del estudio de otros libros, sino de la exploración profunda sobre la esterilla de yoga. David no reduce el cuerpo a meras partes. Por razones prácticas, el trabajo se divide en capítulos, pero en todo momento David mantiene una percepción más amplia, asumiendo que el cuerpo es un organismo unificado que vive, respira y se mueve. Lleva la anatomía a un nivel totalmente nuevo.

Como en otros textos de anatomía, David hace referencia a las diferentes partes del cuerpo utilizando términos y descripciones anatómicos, pero va más allá. Como resultado de su propia experiencia con las asanas de yoga y tras haber sometido su propio cuerpo a las muchas estructuras que desafían la gravedad, consigue llevar estos conceptos a un lenguaje que todo el mundo puede entender. Este libro es un puente que salva la distancia entre el académico profesional y el estudiante de yoga que busca conocerse a sí mismo. Al llevar a la práctica sobre la esterilla las enseñanzas de David, también comprenderás mejor tu cuerpo y, a través de tu propia exploración personal, conectarás las diferentes partes de una unidad que funciona y respira, viva y estable, en una asana-sthira/sukha.

Para mí es un honor y un placer escribir el prefacio de este viaje exploratorio al funcionamiento del cuerpo físico. Cuando leí el borrador de David, podía escuchar su voz, la complejidad a la par que simplicidad de la presentación. Me sentí como si estuviera asistiendo a uno de sus talleres, impaciente porque David me dirigiera a través del ejercicio anatómico práctico sobre la esterilla de yoga. Este libro es un viaje de exploración profunda que te ayudará a comprender mejor lo que realmente significa habitar un cuerpo que no solo se sostiene en una posición anatómica neutra, samasthitih, sino que también es capaz de moverse con la respiración para crear una asana. Un cuerpo que avanza hacia la comprensión postural de nuestro cuerpo, sin tensión, relajado, inmóvil y estable, que se mueve con elegancia en el espacio, controlando la relación entre postura, respiración y gravedad.

Disfruta

John Scott

Introducción

La idea que dio lugar a este libro surgió mientras viajaba por el mundo impartiendo cursos de anatomía a futuros profesores de yoga. Por lo general, trabajo como profesor adjunto en un programa de formación para profesores y ofrezco los conocimientos mínimos necesarios de anatomía para certificarse como profesor. Doce horas a duras penas dan para una pequeña introducción a algo tan complicado como nuestro cuerpo. Espero que este libro ofrezca una exploración más completa del cuerpo humano en un contexto que sea a la vez accesible y emocionante.

Cuando imparto clase, a veces me pregunto si aquellos que siguen la senda sincera del yoga realmente necesitan saber anatomía. Con esto lo que pretendo decir es que si practicas yoga con la intención final de conocerte a ti mismo y no tan solo para dar saltitos sobre una esterilla, ¿cuánta anatomía necesitas en realidad? Lo cierto es que si nos ceñimos a la definición de yoga que se recoge en los sutras de Patanjali, el yoga es el cese de las fluctuaciones de la mente. Es alejarse de todas las voces (y de sus historias) de nuestra cabeza el tiempo suficiente como para llegar a nuestro ser verdadero.

¿Y qué tiene esto que ver con la anatomía? Bueno, la verdad es que, honestamente, no demasiado. La mayoría de nosotros no contamos con los recursos necesarios para sentarnos, calmar la mente y entrar en un estado de yoga. Así que, ¿qué tenemos que hacer? ¿Cuál es nuestro vehículo para acceder a este estado? ¿Cómo encontramos la forma? La respuesta es simple: a través de nuestro propio laboratorio de investigación, el cuerpo.

El hatha yoga nació para ayudar a todos aquellos que somos incapaces de sentarnos y simplemente calmar la mente. La asana (es decir, dar saltitos sobre la esterilla) es el vehículo mediante el cual empezamos a purificar el cuerpo (annamayakosha). Las asanas nos llegan a todos los niveles. Al nivel más básico, aumentan nuestra flexibilidad y nos fortalecen. De una forma más sutil, purifican los tejidos y, con todavía mayor sutilidad, influyen en el sistema energético que soporta y sostiene los tejidos. Por último, tras todo ese movimiento y esos saltos, las asanas nos llevan a un estado en el que podemos sentarnos con comodidad y en calma sin que el cuerpo distraiga nuestra mente. Estos saltitos sobre la esterilla también son el vehículo para profundizar en el conocimiento de nuestro propio cuerpo de forma cinestésica. Aquí es donde la anatomía se cruza con la asana.

Si llevas 10 años o más practicando asanas con regularidad durante al menos una hora al día, seguramente sabrás bastante bien cómo funciona tu cuerpo. Es posible que desconozcas los nombres anatómicos técnicos, pero tus conocimientos cinestésicos son una forma muy real y poderosa de conocer el cuerpo. Son ese tipo de conocimientos que no pueden adquirirse a través de un libro.

Por desgracia, hoy son muchos los que enseñan yoga incluso antes de haber pasado un año practicándolo. En general, si no has explorado tu propio cuerpo, te costará guiar a otros a través de la exploración del suyo propio. Pero tanto profesores como alumnos deben empezar por algún punto. Si no has dedicado el tiempo necesario para explorar tu cuerpo en profundidad y a diario, es importante que tengas algunos conocimientos de anatomía y que sepas que la anatomía de cada uno puede ser muy diferente. No obstante, ten en cuenta que en algún momento tendrás que hacer esa autoexploración.

Si estás leyendo este libro para aprender lo que deberían o no deberían hacer tus alumnos en caso de padecer tal o cual enfermedad o dolencia, la respuesta es que no hay respuesta. ¡Oh, sí, hablo muy en serio! Si crees que estas enfermedades pueden resumirse, clasificarse, sistematizarse y finalmente escupirlas como si tal, jamás llegarás a ser un buen profesor. Parto de la idea de que todo profesor aspira a ser el mejor posible y, por lo tanto, tienes que practicar y estudiar durante años. Tienes que pensar, investigar y estar abierto a otras posibilidades.

Tal vez ya hayas deducido que la información de este libro no es la respuesta definitiva a una situación o problema concreto. Pues bien, tienes razón. Pero encontrarás explicaciones que quizá se ajusten a lo que ves en clase. He intentado hacerlo de tal forma que te ayuden a entender esa perspectiva más amplia que siempre acompaña a la pequeña imagen que ves en tus clases. Lo que ofrezco son explicaciones anatómicas amplias que se puedan aplicar a muchas personas.

Tras leer este libro, tendrás información que te ayudará a pensar desde un punto de vista crítico. Contarás con las herramientas necesarias para plantear hipótesis sobre lo que puede estar sucediendo en el cuerpo de un estudiante (o en el tuyo propio) y sobre lo que puedes hacer para solucionarlo. Quiero que pienses. Cuestiona todo lo que leas y oigas (incluido lo que yo digo), no por el simple hecho de cuestionar, sino para conseguir una mayor comprensión. Por último, quiero que entiendas que aprenderás a través de la práctica.

Al enseñar anatomía, lo que busco es encontrar el equilibrio entre la simplicidad y un sentido homenaje a la complejidad del cuerpo humano. La mayoría de las preguntas que me hacen los estudiantes responden al patrón «por qué y qué»: «¿Por qué no puedo hacer esta asana?». «¿Qué me está limitando en esta postura?» «¿Qué haces si te duele la rodilla?» «¿Qué posturas debería evitar con esta enfermedad?» Son todas cuestiones prácticas.

El objetivo de este libro es ser lo más práctico posible. Al mismo tiempo, ofrezco muchas posibilidades y perspectivas. No lo hago para confundirte, sino para que seas consciente de la infinidad de posibilidades; filtrar las diferentes opciones es la función del profesor de yoga. Cuando sugiero algo a mis estudiantes sobre sus problemas, enfermedades o restricciones, ofrezco una hipótesis de trabajo. Dicho de otra forma, hago una suposición formada de lo que puede estar causando la dolencia y sobre lo que podría ayudar a aliviar o mejorar la situación. Estoy dispuesto a cambiar mi hipótesis en función de los comentarios del estudiante o de lo que observo en él a medida que vamos avanzando.

Si hay un problema inherente al estudio de la anatomía es que dividimos el cuerpo en trozos y partes para poder referirnos a él. No se me ocurre ninguna otra forma de hacerlo. El inconveniente que se plantea es que acabamos pensando que el cuerpo está compuesto por distintas partes que, de alguna forma, encajan.

No debemos olvidar que nuestro cuerpo empezó su formación con el yoga. La traducción literal de la palabra es «acoplamiento» o «unión». Cuando el esperma llega al óvulo, se produce el primer acoplamiento físico del cuerpo. En ese momento se forma una única célula, a partir de la cual se forman los huesos, los músculos, los órganos, y todas y cada una de las piezas y partes mediante división celular. El cuerpo no pone nombre a sus partes; eso es algo que hemos hecho los humanos. Así que, dado que el cuerpo funciona como un todo (en vez de como un conjunto de partes individuales), tenemos que enfocarlo como tal.

Pasa algo parecido si abordamos el yoga desde una perspectiva anatómica. Aunque se espera que cualquier estudiante serio estudie las ocho ramas del yoga, dado que este es un libro de anatomía, nos centraremos exclusivamente en una de estas ramas: la asana. La mayoría de los estudiantes de yoga entran en la senda del yoga a través de la asana. No es ni bueno ni malo. La asana es una gran forma de comprometerse con todo el yoga. Al yoga no le importa cómo interactuamos con él. Que interactuemos con él a cualquier nivel sugiere que, con el tiempo, acabaremos llegando a la práctica completa.

Como practicantes, es importante que no nos quedemos en la asana. Desde luego es posible. Se necesita toda una vida de trabajo para entender y experimentar por completo cada postura, y estudiar anatomía puede añadir ese énfasis natural en lo físico. No es mi intención que te quedes atascado en tu mente pensante o en tu cuerpo. Como ya he dicho, espero que hagas tuya esta información y esta experiencia, y así fusiones el intelecto con la parte física.

A medida que vayas leyendo, deja que tus conocimientos de anatomía se amplíen. Empieza a explorar tu cuerpo como un todo integrado. Con la práctica, experimentarás las asanas no solo como posturas individuales, sino también como elementos relacionados entre sí en el contexto de un todo superior.

En resumen, este libro pretende animarte a explorar tus conocimientos de anatomía utilizando ese laboratorio personal que es tu propio cuerpo. Como resultado, te convertirás en un practicante más consciente y en un profesor mejor. Si he hecho bien mi trabajo, querrás profundizar en el estudio de tu anatomía, de tu práctica y de ti mismo más allá de las páginas de este libro.

Namasté,        David Keil

HISTORIAS CONVERGENTES

Desde el preciso momento en que nacemos, el cuerpo se ve afectado por la vida que vivimos. En nuestro interior se produce una convergencia de información y energía. Todas las circunstancias, decisiones, accidentes e intenciones influyen en quienes somos. Nos dan forma de la misma manera que nos formamos físicamente en el útero de nuestra madre. Es imposible separar a una persona de sus experiencias vitales.

Llamo «historias convergentes» a estas experiencias o influencias, que incluyen una amplia variedad de energías informativas que nuestro sistema absorbe. Cada acontecimiento de nuestra vida, desde ver una película hasta montar en bicicleta o practicar yoga, influye en nuestro ser. Todas estas acciones tienen una calidad energética, física y emocional determinada que afecta y pasa a formar parte de nuestro cuerpo físico.

Nuestras historias convergentes nos han convertido exactamente en lo que somos en estos momentos. Algunas de estas historias simplemente nos han sucedido, sin control consciente sobre ellas. Otras, las hemos escogido y las hemos añadido de forma consciente a nuestras experiencias vitales. Cada momento que vivimos, optamos por experiencias, actividades y relaciones que pasan a formar parte de nuestro propio océano de historias convergentes. Se convierten en parte de nosotros.

La primera y más básica de estas historias es común a todos nosotros. Es la historia de la evolución humana. ¿Y qué ha hecho la evolución humana a nuestro cuerpo? Remontémonos por un instante a hace miles de millones de años, cuando éramos cuadrúpedos. Como criaturas que andaban a cuatro patas, nuestro centro de gravedad estaba en un lugar diferente. Nuestros pies y manos también eran diferentes. Así pues, cuando evolucionamos a bípedos, nuestros cuerpos tuvieron que cambiar. Como criaturas con dos piernas, la relación entre músculos y huesos tuvo que modificarse.

Como criaturas con dos piernas, andar se convirtió en nuestro principal medio de transporte. Por lo tanto, desarrollamos un tren inferior fuerte diseñado para desplazarnos hacia delante. Como consecuencia de este cambio, la mitad inferior también tuvo que evolucionar. Somos bastante buenos interactuando con las cosas que tenemos delante. Cogemos, tiramos y manipulamos el mundo tangible tal como lo perciben nuestros ojos, nariz y boca. Gracias a la increíble movilidad de nuestras manos, podemos proteger mejor la parte frontal, así como la parte inferior más vulnerable.

Nuestros fantásticos «nuevos» apéndices hacen que sea posible utilizar herramientas o tocar el piano. Y las manos han colaborado en la mayor evolución de nuestro cerebro. Sí, nuestra capacidad de sostener cosas, de manipular objetos y de crear nuevos elementos ha suministrado al cerebro una cantidad ingente de información que, a su vez, nos ha conducido a la conciencia e inteligencia humanas que ahora conocemos. Nuestras extremidades superiores también son útiles para la coordinación de la mitad inferior. Mientras corremos y para mantener el equilibrio en las situaciones difíciles, utilizamos los brazos para ayudar al movimiento del cuerpo. (¿Alguien puede decir Utthita Hasta Padangusthasana?)

El historial genético es otra pieza de nuestras historias convergentes. De entre la amplia gama de posibilidades, hemos optado por nacer de dos progenitores, cada uno con su propio mapa genético. De este crisol genético proceden el color de los ojos, el tamaño de los pies y la forma del arco del pie (o su falta). También se derivan de esta mezcla nuestra predisposición de peso y altura, así como la longitud del torso en relación con las manos. A nivel fisiológico, el historial genético parental nos predispone a determinadas enfermedades o dolencias. La implicación del historial genético llega muy lejos.

La historia a la que llamo «comportamiento parental adquirido» está relacionada de alguna forma con la genética. Para algunos de nosotros, es algo que da miedo. Puede resultar angustioso despertarse una mañana y darse cuenta de que nos estamos convirtiendo en nuestros padres, a pesar de haberte jurado que jamás sería así. Es muy difícil escapar de las poderosas improntas dejadas por nuestros padres durante el período de formación.

A nivel físico, aprendemos a andar observando e imitando a nuestros padres. Hablamos, ponemos expresiones y tenemos un lenguaje corporal parecido al de nuestros padres. Es algo natural. Nuestros padres son donde vemos por primera vez cómo suceden las cosas.

Además, adoptamos formas de pensar, maneras de ser y patrones de pensamiento como consecuencia de las contribuciones e influencias de nuestros padres. Incluso nuestras actitudes mentales se derivan en parte del historial parental adquirido. Las implicaciones son profundas. Quizá esto explique por qué millones de personas acuden a terapia para intentar erradicar la influencia «negativa» de sus padres. De ninguna manera debemos juzgar a papá y a mamá. Lo hicieron lo mejor que pudieron. Es responsabilidad nuestra reconocer los rasgos y comportamientos que proceden de nuestro historial parental adquirido, y determinar qué debemos conservar y qué descartar.

La cuarta y quinta historias convergentes que he identificado son físicas. El «historial de actividades» incluye todas las actividades físicas que hemos aprendido con los años. Quizá hemos jugado al béisbol, al fútbol o al rugby. O es posible que hayamos practicado la danza o las artes marciales, o que hayamos montado a caballo. Todas estas actividades crean patrones de movimiento en nuestro cuerpo y contribuyen a forjar relaciones entre el cerebro, los sentidos y las habilidades motrices. El grado de sofisticación que desarrollamos en las actividades y cuánto tiempo participamos en ellas nos ayudan a determinar la fortaleza de los patrones adquiridos.

Llegué al mundo del yoga siendo muy joven, a través de mi profesora de preescolar, la señorita Elphenbein. Hacíamos yoga un par de veces a la semana sobre nuestras pequeñas alfombrillas. No sé hasta qué punto eso tuvo un impacto en mi cuerpo o en mi mente, pero tengo que creer que esas experiencias formativas jugaron un papel importante en mi deseo posterior de estudiar tai chi chuan y yoga.

También practiqué yudo durante un breve período y jugué al béisbol un par de años. Era cácher, lo que evidentemente dejó una huella física en mí. Tenía que estar en cuclillas durante mucho tiempo, lo que acabó alargando o moldeando ciertos músculos de la mitad inferior de mi cuerpo, y es posible que eso haya afectado a mi postura. Algunas personas, como yo, han realizado a lo largo de sus vidas muchas actividades, mientras que otras solo han participado en algunas. Sea como sea, todas influyen en cómo se desarrolla el cuerpo y en los patrones que adquirimos.

De igual forma, debemos tener en cuenta el «historial de lesiones». En ocasiones, las lesiones son el resultado de las actividades y del deporte. En otras, son consecuencia de accidentes, como caerse de un árbol y romperse un brazo, bajarse de un bordillo y torcerse el tobillo o, incluso, que te atropelle un coche. Sea cual sea la causa, todas las lesiones influyen en nuestros patrones y quizá ni sepamos cuáles son. Es posible que después de una caída la posición del sacro o de la pelvis cambie. O puede que el proceso de sanación de un hueso roto acabe dando lugar a una pierna un poco más larga que la otra. Tenemos que ser conscientes de los efectos de largo alcance del historial de lesiones para conocer y entender mejor nuestro cuerpo.

Cuando tenía nueve años, me rompí el fémur. En aquella época, jugaba al fútbol. Le di una patada a la pelota justo en el mismo instante en que mi vecino (un niño que me doblaba en tamaño) también golpeaba el balón en dirección contraria. El impacto de nuestras patadas simultáneas me rompió el fémur. ¿Acaso no cabía esperar que la pierna se me quedara un poco girada, algo más larga y desde luego mucho más difícil de llevar detrás de la cabeza? Incluso lo que comemos siendo niños o la cantidad de cerveza que bebemos en la universidad puede influir en nuestros cuerpos y en lo que somos capaces de hacer. Así que también tenemos un «historial nutricional» que determina quiénes somos ahora.

Por último, tenemos la que quizá sea la historia más amplia y profunda que influye en lo que somos, qué lesiones hemos tenido y cómo movemos el cuerpo. Establece la auténtica esencia de quiénes somos. Lo llamo «historial espiritual». En este historial están cuestiones muy generales sobre quiénes somos, en qué creemos y cómo vivimos. Nuestras creencias espirituales no solo delatan nuestro bienestar interior, sino que también influyen en nuestro cuerpo físico.

Dado que estamos hablando de yoga, también deberíamos tener en cuenta si hay alguna influencia de vidas pasadas. ¿Qué pasa con el karma personal o samskaras y sus efectos en el cuerpo físico? ¿Cabe la posibilidad de que hiciéramos yoga en una vida pasada? Y si es así, ¿cómo puede influir eso en nuestra práctica actual del yoga?

Queda otra historia más que merece la pena mencionar: el «historial mental/emocional». El historial emocional influye en cómo vemos el mundo y cómo nos vemos a nosotros mismos. Estas influencias pueden venir de nuestros padres, de los momentos embarazosos o de orgullo, e incluso de las lesiones. Como profesor, veo esto todo el tiempo en mis estudiantes. Al observar cómo se enfrentan a su práctica o gestionan el dolor, puedo conocer una buena parte de su historia. Una lesión que ocurrió hace años puede impedir que un estudiante tan siquiera intente una determinada postura.

Por ejemplo, conocí a un estudiante que tuvo una lesión en la articulación de la cadera hacía ya 15 años. Para que pudiera sanar, le colocaron tornillos temporales para sujetar el cartílago al final del hueso. Desde ese momento, dio por supuesto que tenía una deformación ósea que le impedía la aducción de la articulación de la cadera o llevar el fémur hasta el pecho.

Durante la práctica, extremaba las precauciones, algo positivo. Cuando lo conocí, básicamente había dejado de practicar con regularidad porque le planteaba más problemas que beneficios, y la mayoría de los profesores estaban desconcertados con su lesión de cadera. Podía ver lo fuerte que eran sus creencias, la conexión con su antigua herida y las conjeturas que habían acabado convirtiéndose en un hecho. Estaba claro que a causa de esas creencias e historias era imposible que pudiera realizar una serie de posturas.

Para ser honesto, no sabía cuál era la verdad, pero el estudiante tampoco. Tras tres días de práctica y mucha confianza, conseguimos llevar el fémur al pecho y sí pudo aducir la articulación de la cadera. Sin prisa pero sin pausa, las creencias y emociones acumuladas en el cuerpo se fueron liberando, a veces en forma de lágrimas de esperanza y alegría; desaparecieron el escepticismo y el reconocimiento de las historias equivocadas y tan bloqueadas como la propia cadera.

Da igual cómo dividas u organices las «historias»; podría haber optado por otra clasificación. Lo que realmente importa es que veas cómo todas ellas se unen para crear nuestro estado en un momento dado.

Cuando observamos a un estudiante, estamos viendo el producto de estas historias convergentes. La mejor forma de ver a alguien es analizar lo que es visible (tanto dentro como fuera). Aprender a ver más allá del cuerpo forma parte de la formación del profesor de yoga. A medida que vamos siendo capaces de ver más allá del cuerpo, podemos ver mejor cómo son nuestros estudiantes en un determinado momento. Pero no debemos olvidar que, a veces, sobre todo cuando las clases son muy grandes, la individualidad desaparece y todo el mundo recibe las mismas instrucciones para la misma postura, sean cuales sean sus diferencias particulares.

Así que, ¿cómo podemos tratar a cada estudiante en su individualidad? Cada postura tiene sus principios y directrices básicos. Por ejemplo, todo el mundo tiene que rotar el muslo hacia fuera o hacia dentro, y activar tal o cual parte en una determinada postura, ¿no? ¿Cómo podemos dividir en capas estos fundamentos teniendo en cuenta lo que cada estudiante es ahora, en ese momento? ¿Y cómo podemos conseguir que los alumnos vayan de donde están ahora a donde creemos que deberían estar de una forma que se adapte a ellos? ¿Cuántas de estas historias seremos capaces de ver mientras observamos la práctica de nuestros estudiantes? ¿Deberían realizar (o no realizar) determinadas posturas en función de sus historias personales? ¿Cómo encajan esas historias en el desarrollo del estudiante en la práctica de la asana, así como en el plano más amplio del yoga? Hay que tener en cuenta unas cuantas cosas. Digámoslo así: basta con que empieces a buscar estas piezas del puzle en tus estudiantes. Basta con que intentes ver más allá del cuerpo.

ES UN TODO

Ahora que ya sabes lo sumamente difícil que puede llegar a ser ver a toda la persona, quizá seas consciente de lo complicado que puede ser enseñar anatomía enfatizando lo bien integrado que está el cuerpo. Dado que resulta fácil caer en el viejo error de ver el cuerpo sin tener en cuenta las experiencias vitales de la persona, es bastante normal ignorar la interconexión de todas sus partes. Tendemos a pensar que un dolor de hombro, una cadera tensa o una columna vertebral flexible son problemas independientes entre sí con poca o ninguna correlación. Cuando abordamos un tema tan amplio y complejo como la anatomía, puede ayudar (e incluso es posible que sea necesario) dividirlo en partes para facilitar su comprensión. Seguro que tiene un valor. El problema surge si olvidamos volver a juntar esas partes o no nos esforzamos por comprender cómo interactúan para crear una unidad.

Es habitual pensar que un músculo es una pieza, un hueso otra y el tejido conectivo es otra pieza más del cuerpo. No ayuda a nuestra causa el hecho de que efectivamente seamos capaces de sustituir una rodilla, una cadera o un hombro. El milagro de la medicina moderna refuerza esta idea de que estamos compuestos por diferentes partes y que tenemos piezas de repuesto. Aunque es cierto que podemos sustituir ciertas partes rotas, no es así como hemos sido creados, fabricados con ayuda de tornillos y tuercas. No es así en absoluto.

Nuestros comienzos y, por lo tanto, el inicio de todas nuestras partes son algo mucho más mágico e integrado que todo eso. Si nos remontamos al principio, había dos partes: un esperma y un óvulo. El acto milagroso de la fertilización inició el maravilloso proceso de la formación. A partir de ese punto empezamos a desarrollarnos. Una célula se divide en dos células, que a su vez se dividen en cuatro, que luego se dividen en ocho y así sucesivamente. Este es nuestro auténtico comienzo, una célula que se divide en muchas otras hasta que empiezan a especializarse y, finalmente, dan lugar a todas nuestras partes. Aunque el punto crucial de mi mensaje es la integración del cuerpo, esa información debe fraccionarse. Sin embargo, siempre debemos dar un paso atrás y ver cada parte individual en relación con todo lo que la rodea.

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Introducción a la anatomía funcional

EL TEJIDO CONECTIVO

Lo más adecuado es empezar nuestro estudio de la anatomía con el tejido que ejemplifica la naturaleza interconectada de todas nuestras «partes»: el tejido conectivo. La propia estructura del tejido conectivo nos obliga a reconocer que el más mínimo y sutil cambio de una de las áreas de nuestro cuerpo necesariamente tiene un impacto en la totalidad. Un pequeño movimiento del dedo gordo del pie es como una mosca que aterriza en la tela de una araña. Cuando la mosca golpea la tela, las vibraciones se propagan hasta llegar al otro extremo, donde la araña se sienta a esperar. Cualquier pequeño movimiento del dedo gordo afecta al pie, el tobillo y, posiblemente, a la posición de la pelvis. Este dedo del pie está conectado a todas estas partes mediante una red de tejidos conectivos.

Es posible que jamás hayas oído hablar del tejido conectivo. Es difícil de visualizar, pero el hecho es que las siguientes partes del cuerpo son, en realidad, tejido conectivo:

•    Huesos

•    Cartílago

•    Músculos

•    Fascia

•    Tendones

•    Ligamentos

•    Tejido cicatricial

¿Hasta qué punto es importante el tejido conectivo para el yoga? Es un componente clave para nuestra flexibilidad. Otros componentes también ayudan a determinar la flexibilidad, como los músculos, el sistema óseo y el sistema nervioso, que le dice a los músculos qué tienen que hacer, y veremos estos componentes en profundidad. Pero ahora mismo nos centraremos en el tejido conectivo.

Para empezar, ¿de qué estamos hablando? Los tejidos conectivos se componen de dos proteínas: colágeno y elastina. El colágeno es conocido por su fuerza. La elastina, como su propio nombre indica, es elástica; es el componente más maleable y resistente. Si mezclas todo esto en diferentes proporciones y densidades, obtienes el sorprendente surtido de tejidos conectivos que encontramos en el cuerpo.

Figura 1.1: La estructura de los diferentes tipos de tejido conectivo; a) tejido conectivo laxo (areolar), b) tejido conectivo laxo (adiposo), c) tejido conectivo denso regular, d) tejido conectivo denso irregular.

Ligamentos y tendones

Cuanto más denso y fuerte sea el tejido, más colágeno incluirá. Los ligamentos y los tendones contienen una alta proporción de fibras de colágeno (con relación a la elastina) y sus fibras están muy juntas. Son muy fuertes. De hecho, suele decirse que los ligamentos y los tendones tienen una resistencia a la tensión equivalente a la de los cables de acero del mismo tamaño. Eso los convierte en los tejidos ideales para cumplir sus distintas funciones.

Los ligamentos posibilitan y restringen el movimiento en diferentes direcciones. Siempre se encuentran en torno a la unión entre dos huesos. Dicho de otra forma, los ligamentos se sitúan en las articulaciones. Como sus proteínas de colágeno están tan apretadas, no tienen riego sanguíneo directo; no hay ninguna arteria que profundice hasta el núcleo del ligamento. La vaina de tejido que recubre el ligamento proporciona los nutrientes necesarios para su función y reparación. Esta falta de riego sanguíneo es una de las principales razones por la que cuando se desgarran, los ligamentos no suelen sanarse.

Los tendones son parecidos a los ligamentos, pero realizan una función diferente. Son los extremos finales de los músculos que se fijan a los huesos. Conectan los músculos a los huesos, y permiten que el músculo se contraiga y mueva el hueso en una articulación de una determinada manera. Ambos están hechos de proporciones similares de colágeno y elastina, y por lo tanto tienen resistencias parecidas.

Figura 1.2: Los ligamentos son como correas que unen los extremos de dos huesos, estabilizando, permitiendo o restringiendo el movimiento en diferentes direcciones.

Fascia

En el cuerpo hay tres divisiones principales de fascia. La fascia superficial se encuentra justo debajo de la piel y contiene las células adiposas que ayudan a mantener la temperatura corporal en la superficie. La fascia visceral rodea y suspende los órganos, no solo en el estómago, sino también en el corazón y los pulmones.

El tercer tipo es el que más nos interesa: la fascia profunda, que rodea todos los músculos. El sistema fascial es como un guante o calcetín para el cuerpo que no solo se encuentra en la superficie, sino que también envuelve estructuras más profundas como músculos, arterias, venas y huesos. Cada una de estas estructuras tiene su propia capa de tejido conectivo. Los músculos, las arterias, las venas y los huesos están unidos entre sí a través de más tejido conectivo. La tela de araña es una excelente analogía. Todas estas fijaciones crean una red de tejido que rodea una estructura y, a continuación, continúa su recorrido para envolver otra estructura, y luego otra, y así sucesivamente. De hecho, todo el cuerpo está conectado por esta red ubicua de tejido conectivo. Hay una inmensa cantidad de tejido conectivo totalmente integrado en nuestros músculos. Rodea los músculos a nivel celular, fascicular (conjunto de células) y en general por todo el vientre muscular.

Figura 1.3: Vaina fascial.

Recuerda que para mantener un punto de vista integrado, usamos términos distintos, músculo y fascia, para describir dos partes de una sola unidad. Pensar en ellos como entes diferentes no es realista ni beneficioso para la correcta comprensión del cuerpo de una forma realmente integrada. Es como un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada. Tienes la mantequilla en un trozo del pan y la mermelada en el otro, pero una vez que unes ambas partes, tienes un sándwich. Puedes hablar de la mantequilla de cacahuete y la mermelada como partes independientes del sándwich, pero es imposible separarlas. De igual forma, hablar de un músculo o fascia como dos cosas que pueden separarse no sería realista. Por lo tanto, podemos utilizar un lenguaje más sofisticado y referirnos a los músculos como miofascia. «Mio» hace referencia al músculo y, claro, el resto es obvio: fascia.

La integración no acaba aquí. Dado que los tendones, los ligamentos y los tejidos que envuelven los huesos son todos ellos tejido conectivo, la interacción y la integración son fantásticas. No existe un final obvio para un tendón, ya que se entrelaza con la capa de tejido conectivo que rodea el hueso. Pero tampoco hay ningún punto de inicio o final obvio para los ligamentos, ya que se entretejen con el tejido óseo. Cuando ves una imagen de una rodilla con todos sus tendones, ligamentos y su cápsula articular, se te hace difícil ver divisiones obvias entre estructuras. Todas estas combinaciones de tejido conectivo posibilitan la maravillosa gama de movimientos que podemos ver no solo en yoga, sino también en otras disciplinas como la danza, el ciclismo o el esquí.

Cuando el tejido conectivo está más suelto, los huesos y la postura pasan a una posición más óptima. Al liberarse de patrones de tensión largamente mantenidos, el cuerpo y la mente están más cómodos. El yoga es una gran forma de manipular estos tejidos. Al utilizar la fuerza de algunos músculos para alargar otros, o al usar el suelo o la gravedad como resistencia, podemos estirar de forma activa los tejidos conectivos. Como resultado, podemos realinear nuestro propio esqueleto.

Integración con el sistema muscular

Observemos más de cerca el sistema muscular. Para empezar, déjame que te pregunte algo: ¿De qué crees que está hecho un músculo? Si te cuesta responder, mirémoslo desde otra perspectiva. ¿Qué pasa cuando tienes un tirón o te desgarras un músculo como, por ejemplo, el isquiotibial? ¿Qué crees que significa eso, literalmente? Quizá signifique que se te han desgarrado algunas fibras musculares, ¿no?

Vale, pues supongamos que te has desgarrado una fibra muscular. ¿Qué es una fibra muscular? Si observas la construcción de un músculo, puedes encontrar dos tipos de proteínas (actina y miosina) dispuestas en largas filas. Estas proteínas están esperando a que el sistema nervioso les envíe una señal para liberar calcio y hacer que estos dos tipos de proteínas se atraigan mutuamente como imanes. Esta es la base de la contracción muscular: la introducción de moléculas de calcio en dos proteínas puede provocar que se atraigan mutuamente.

Volvamos a lo que te puedes encontrar cuando observas la estructura de un músculo. ¿Qué es lo que hace que esas proteínas se mantengan en fila y que permite que se contraigan en una dirección concreta? El tejido conectivo. En este caso, podríamos ser más específicos y hablar de fascia. A este nivel del músculo, un grupo de fibras se unen para formar una célula muscular que, como los trozos de pulpa de un cítrico, tiene su propia capa de piel. En las fibras musculares, la «piel» es una capa de fascia que las rodea.

Cuando coges un grupo de estas células musculares, las unes y las envuelves con otra capa de fascia, llamada endomisio, obtienes lo que se llama un fascículo. Esta vez sería como una rodaja del cítrico, que es como un grupo de trozos de pulpa. Por último, tienes el músculo propiamente dicho, que es un conjunto de fascículos envueltos, una vez más, en otra capa de fascia llamada epimisio. Esta última capa de fascia es como la piel de nuestro cítrico.

Figura 1.4: Imagen de las capas musculares con tejido conectivo.

Ahora volvamos a nuestra pregunta original. ¿De qué está hecho un músculo? Capas y envolturas de fascia en torno a proteínas. Así que lo correcto es decir que los músculos están hechos de tejido conectivo. Por lo tanto, cuando te desgarras un isquiotibial, en realidad te estás desgarrando tejido conectivo.

La perspectiva integrada que estamos desarrollando nos ofrece una comprensión más compleja y dinámica del movimiento. Ahora sabemos que las contracciones no solo son una fila de proteínas que se juntan y acortan el músculo. Sabemos que cada contracción implica íntimamente al tejido fascial que rodea esas proteínas. La salud de la fascia es un factor que puede impedir la función muscular. Fascia y músculo constituyen una sola unidad. Cuando se habla de alargar un músculo durante una asana, también se está hablando de alargar la fascia que lo rodea. Nuestros músculos y fascias son inseparables.

Hay otras formas en las que la fascia puede quedarse «pillada» y pegada. La fascia separa y divide los músculos entre sí. Por su naturaleza, separarlos es una forma de conectarlos, porque la fascia solo realiza divisiones dentro del todo. Es posible que aunque estos músculos «individuales» estén separados unos de otros, a la vez estén unidos.

Esto puede suceder como resultado de demasiado movimiento, de movimiento insuficiente o por una lesión. Por ejemplo, moverse demasiado podría incluir levantar pesas. El tejido conectivo tiene la habilidad de responder al estrés local al que se ve sometido. Al levantar pesas, el tejido conectivo tiene que adaptarse y cambiar en función de una mayor presión en los músculos. Lo hace sumando fibras nuevas al tejido conectivo y haciéndose más denso para poder gestionar esa mayor presión sobre el tejido.

Por movimiento insuficiente se entiende que el músculo empiece a atrofiarse y debilitarse. En este caso, el tejido conectivo no está sometido a presión para que se estire y acorte de forma significativa. En consecuencia, se tensa, al igual que el músculo, lo que hace que ya no tenga una salud óptima.

Una lesión también puede provocar cambios en el tejido conectivo. Si se crea tejido cicatricial, el volumen de tensión en el área de la fascia puede cambiar. Esto suele provocar que se pegue a la capa adyacente de fascia del músculo contiguo, lo que supone una pérdida de independencia de estos dos músculos separados. Las dos capas de fascia correspondientes ya no pueden moverse bien por separado.

Debido a la sobrecarga, y no por culpa del tejido cicatricial, los isquiotibiales son un buen ejemplo de esto. Los isquiotibiales se contraen cientos de veces al día, incluso al andar. Es normal que en la persona media estos músculos estén tensos. Tiene mucho que ver que la cantidad de tiempo pasado andando, sentado e, incluso, practicando actividades deportivas, por lo general, suele dar lugar a isquiotibiales tensos al contraerse una y otra vez.

Como resultado, con el tiempo estos tres músculos acaban «pegándose» entre sí. Cuando hablamos de que se quedan pegados, a lo que nos referimos es a que las capas de tejido conectivo que los separan y dividen también los unen. Si se quedan pegados, ya no pueden funcionar de forma independiente en su máxima capacidad. Sin embargo, no necesitamos destrezas motoras finas para usar los isquiotibiales; han sido diseñados para la potencia. Por lo tanto, es bastante posible que ni nos demos cuenta de lo pegadísimos que están, al menos hasta que intentemos estirarlos. Incluso es probable que nos preguntemos cómo podemos tener unos isquiotibiales tan tensos. Una parte se debe al uso muscular, y a cómo se relaciona con el sistema nervioso y la tensión. La otra parte es resultado de cómo el tejido conectivo ha respondido a la estimulación; una opción sería haciendo que los isquiotibiales se desarrollen juntos, lo que reduciría la individualización de estos tres músculos.

Si se diera el mismo nivel de adhesión en músculos más pequeños, como los que mueven los dedos, tendríamos un problema. Las destrezas motoras finas se complicarían, ya que para mover los dedos necesitamos más individualización de los músculos de la que necesitamos para que los isquiotibiales muevan las articulaciones de rodilla y cadera.

FUNCIONES DEL SISTEMA MUSCULAR

Técnicamente, el sistema muscular tiene cuatro funciones básicas: movimiento, producción de calor, proteger las entradas del cuerpo y mantener la postura. En lo que respecta al yoga, nos centraremos en cómo el sistema muscular interviene en el movimiento.

Muchos aspectos del sistema muscular pueden ayudarnos a entender mejor el movimiento. Lo primero y primordial es la ubicación y la función de los diferentes músculos del cuerpo. La intención de este libro no es enseñarte dónde se encuentra cada músculo ni cuál es su función, pero sí echaremos un vistazo a algunos de ellos en concreto. También quiero que entiendas los conceptos y principios que puedes aplicar a un músculo para entender mejor su función. Hablaremos de los diferentes tipos de contracciones musculares. Incluso estudiaremos cómo la gravedad y la posición del cuerpo pueden determinar qué músculos funcionan en cada situación.

Por último, íntimamente relacionado con el sistema muscular se encuentra el sistema nervioso, que dice a los músculos qué tienen que hacer y cuánta tensión soportan.

Es fácil perderse en la excesiva simplificación del sistema muscular. Por el contrario, espero ampliar tus conocimientos del sistema muscular y alejarte de la falsa noción de separación. Esto también mejorará tu comprensión de la belleza y dinámica de este complejo sistema.

Los nombres de los músculos

Conocer los nombres de los músculos te dará una valiosa información sobre su función, su ubicación, su tamaño, su forma o la cantidad de partes. En vez de desconectar el cerebro en cuanto veas un término anatómico complicado, piensa un poco en lo que significa.

Veamos un par de ejemplos. Tomemos el aductor largo, un músculo del muslo. ¿Qué podemos deducir de este músculo en función de su nombre? Bien, funciona como aductor; es decir, tira de la parte asociada al centro del cuerpo. ¿Y qué significa largo? Pues, obviamente, que es largo. El aductor largo es el músculo aductor más largo.

De igual forma, podemos aprender mucho del término bíceps braquial (un músculo del brazo). «Bi» significa dos. «Ceps» hace referencia a la división o, como a veces decimos, a las «cabezas» de un músculo. Braquial se refiere a la parte superior del brazo. Por lo tanto, el bíceps es un músculo con dos cabezas que se encuentra en la parte superior del brazo. Ahora veamos el trapecio. Se trata de un músculo grande de la espalda con forma trapezoide, así que recibe ese nombre por su forma. Esto también es aplicable a los romboides, que se encuentran en la parte superior de la espalda.

Quizá hayas notado alguna similitud entre la anatomía y el yoga. De la misma forma que las asanas