Relatos de un hombre casado

 

“Hombres de barrio”

 

 

 

 

 

 

G. Narvreón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© G. Narvreón

© RELATOS DE UN HOMBRE CASADO - Hombres de barrio -

ISBN papel: 978-84-686-6495-8

ISBN digital: 978-84-686-6496-5

ISBN epub: 978-84-686-7107-9

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L

 

 

 

Dedicatoria

 

 

A todos los hombres que se animan a experimentar los placeres del sexo con otros hombres, sin inhibiciones, sin tapujos y sin cuestionar su masculinidad.

 

 

 

 

G. Narvreón

Índice

 

 

Introducción

Capítulo I - El rechazo -

Capítulo II - Avanzando un paso -

Capítulo III - Noche gloriosa -

Capítulo IV - Nuevo vecino -

Capítulo V - Andrés -

Capítulo VI - La tentación de Andrés -

Capítulo VII Andrés cumplió mi sueño -

Capítulo VIII - Mi reencuentro con Martín -

Capítulo IX - Soporte técnico -

Capítulo X - Dos días después -

Capítulo XI - Soporte técnico x dos -

Capítulo XII - La historia continúa -

Capítulo XIII - Fiesta anhelada -

Capítulo XIV - Viaje soñado -

Capítulo XV - Visita al Doc. -

Capítulo XVI - Visita a domicilio -

Capítulo XVII - Blanco y Negro -

Introducción

 

 

Nos cruzamos jugando al futbol, en un partido de tenis o quizá en uno de rugby… Nos vemos en el supermercado; a veces estamos solos, otras, acompañados. Somos tipos comunes que tenemos nuestras familias o nuestras novias, trabajamos, hacemos deporte, nos afeitamos o no, disfrutamos de una cerveza o de un buen vino, nos cuidamos, aunque no nos producimos…

 

Somos tipos comunes, hombres de barrio; solo que vos y yo compartimos un secreto…

 

… Solo vos y yo sabemos de qué estoy hablando.

 

 

 

 

 

G. Narvreón

Capítulo I

El rechazo

 

 

 

Transcurría la época en la que mi mujer finalmente descubriría mi bisexualidad. Solo unos meses antes de que esto sucediera, habíamos comenzado a concurrir a un gimnasio e inmediatamente, uno de los dos entrenadores, Martín, había atrapado mi atención.

 

Martín era un tipo de más o menos mi edad, parco y de un carácter medio osco. Quizá, un día saludaba amablemente y el día siguiente pasaba a mi lado sin siquiera mirarme. Aun así, para mí siempre tuvo un atractivo muy especial por su aspecto varonil, sus piernas y brazos peludos, muy bien formados y naturales, no a fuerza de fierros; culo redondito, cara de macho, pelo corto y prolijo, bien tipo de barrio.

 

Por una cuestión de horarios, el otro entrenador, Adrián, fue finalmente el que prepararía mis rutinas y quien seguiría mi entrenamiento. Adrián no estaba nada mal, blanco, rubio, más musculoso que Martín, ojos claros, pelado, abdomen marcado, pero pantorrillas muy flacas y para mis estándares, eso restaba muchísimos puntos.

 

En algunas ocasiones, solapando horarios de cambio de entrenadores, mientras que yo hacía ejercicios de pecho, Martín se acercaba para seguir mis series de pectorales, quedándose parado detrás de mi cabeza, con su miembro arriba de mi cara; en otras, simplemente me encendía la cinta para correr. Confieso que, mientras corría, no podía resistirme a la tentación de seguirlo con la mirada por todo el gimnasio.

 

Muchas veces intenté darle charla y en verdad, cuando se dignaba a saludar, resultaba una persona simpática, pero quizá, como ya dije, al día siguiente no me saludaba.

 

Inesperadamente, mi mujer había recibido una oferta laboral para viajar por unos meses al exterior, que resultó económicamente muy tentadora y luego de debatirlo, finalmente aceptó, por lo que me quedé solo y con la casa a mi disposición.

 

En un día de entrenamiento como cualquier otro, terminaba de ducharme y Martín ingresó al vestuario para mear. Cruzamos algunas palabras y tentado por la atracción que me producía, busqué una excusa como para sacarle conversación.

 

–Che, Martín, decime… ¿das clases particulares o laburás solo acá? –pregunté.

 

Martín, que estaba meando y sin prestar mucha atención a mi presencia, giró su cabeza y respondió:

 

Sí, si tengo la oportunidad, lo hago; en verdad, tengo pocos alumnos fuera del horario del gym, porque no me queda mucho tiempo libre; ¿por?

 

–Porque me interesaría entrenar puntualmente algunas áreas para mejorarlas y veo que acá se me hace un poco lento el avance –respondí.

 

–Boludo, mirá que tu cuerpo hizo un cambio enorme –comentó, agregando– de todas maneras, no tengo problema, si querés, combinamos y listo.

 

Nos pasamos los números de celulares y quedamos en que lo llamaría.

 

Me fui del gym y pasé el resto de la tarde pensando en si llamarlo o no. Claramente, poco me importaba el entrenamiento y mi intención era traerlo a casa con alguna excusa. Finalmente me animé, tomé el teléfono y lo llamé; era viernes por la tarde y combinamos como para que viniese el sábado antes del mediodía.

 

El sábado amaneció absolutamente soleado, clima ideal para disfrutar de la pileta y del aire libre. Tomé una ducha, me puse un bóxer y preparé mi desayuno. Me senté en la galería para disfrutar de un rico jugo de naranjas, café con leche y tostadas con queso feteado. Subí a cambiarme con la intención de estar listo para cuando llegase Martín; me puse calzas, un short de rugby y una remera de manga corta Dry Fit.

 

Se acercaba el mediodía y sonó el timbre. Eran las once y media; Martín llegaba puntual y esperaba frente a la puerta.

 

Abrí la puerta de calles desde el portero y me acerqué a la entrada principal para recibirlo.

 

Nos saludamos con un beso en la mejilla y lo invité a pasar. Martín vestía una musculosa anaranjada, calzas negras y un short de rugby también negro; medias sin caña y zapatilla de running. Ese short ajustado marcaba su hermoso ojete redondo y la musculosa, dejaba ver sus bíceps marcados y sus brazos peludos.

 

Las patas de Martín eran un tema aparte; sin fisuras ni defectos, hermosas pantorrillas y cuádriceps marcados, bien macizas, bien velludas; un espectáculo para los ojos.

 

Cruzamos algunas palabras y nos dirigimos hacia un cuarto de planta baja, en donde tenía algunos elementos para hacer gimnasia. Comenzamos la rutina que me fue marcando y dejamos para el final la parte de abdominales.

 

–Acostate boca arriba –dijo.

 

Me acosté en el piso tal como me indicó y él quedó parado, apoyando un pie a cada lado de mi cabeza.

 

–Agarrate de mis tobillos y elevá las piernas –indicó.

 

Tomé sus tobillos, e inevitablemente sentí que mi miembro comenzaba a latir. Era la primera vez que mis manos lo agarraban. Martín empujaba mis piernas hacia el suelo y yo debía impedir que mis pies tocasen el piso, elevándolos nuevamente; típico ejercicio para fortalecer abdominales. Yo mantenía la vista hacia arriba y me encontraba con el esplendor de sus hermosas piernas peludas.

 

Con la intención de tocar sus piernas en diferentes lugares, cada tanto movía mis manos para cambiarlas de posición; nada me calienta más que unas lindas piernas. Afortunadamente, yo tenía calzas debajo de los pantalones, que ayudaron a que mi pija se mantuviese apretada, porque ya se me había puesto dura del placer que me producía el solo hecho de mirarlo.

 

Continuamos por aproximadamente una hora, variando los ejercicios y finalmente dijo:

 

–Listo por hoy, si no mañana te va a doler hasta el orto.

 

Pensé “Si me fuese a doler el orto porque me pude encamar con vos, bienvenido sea, que me duela una semana entera.”

 

–Ok –contesté.

 

–Lindo parque y hermosa pileta; lo debes pasar lindo –comentó Martín.

 

–Sí, la verdad es que está lindo y es una casa grande para los dos solos; encima, Andrea está trabajando en el exterior, así que imaginate… yo solo en esta casa –respondí.

 

–Ah, mirá vos, no sabía que tu mujer se había ido a trabajar afuera; con esta casita y solo… Pirata suelto –dijo Martín.

 

Me llamó la atención su comentario, e imaginé que seguramente eso es lo que él hubiese hecho de encontrarse en mi situación. Era vox populi que Martín se había trincado a varias minas del gym; tenía fama de piratón.

 

Sonreí ante su comentario.

 

–No, yo soy un santo –dije.

 

–Me imagino… bueno, comienza el fin de semana de verdad –dijo Martín.

 

–¿Terminaste?, ¿tenés más alumnos? –pregunté.

 

–No, tarde de huevo –respondió.

 

–¿Querés quedarte?, disfrutamos de la pileta y comemos algo; yo tampoco tengo planes, voy a estar al pedo y solo todo el día –dije.

 

–Estaría bueno, pero no tengo ropa –respondió Martín.

 

–No seas boludo, te doy un short y lo que necesites para cambiarte –dije.

 

–Ok, me convenciste –contestó Martín.

 

Subí al cuarto, me saqué la ropa y me puse un short de baño; bajé en cuero y en patas, con dos o tres shorts para que Martín eligiera.

 

–Ya te estás esculpiendo querido –comentó Martín, haciendo referencia a mi cuerpo.

 

–¿Sí?, ¿te parece? –pregunté.

 

–Si Gonzalo, un gran cambio desde que comenzaste en el gym –agregó.

 

Agarró uno de los shorts y se metió en el toilette para cambiarse.

 

Salió descalzo y en cuero; era la primera vez que lo veía así y en nada discordaba con lo que me había imaginado; además de los brazos y piernas que ya conocía, acompañaba un lomo divino y cubierto de pelos; el abdomen sin marcar, pero firme, hasta diría que con una leve curvatura, producto de una tímida pancita que se perdía entre tanto pelo; perfecto ejemplar de barrio, bien machazo, sin producir, prolijo, pero bien hombre.

 

Fuimos hacia la pileta y nos tiramos al agua. Sentí un tremendo placer con el contacto del agua que enfrió mi cuerpo acalorado por el ejercicio y por mis pensamientos.

 

Martín nadó un rato y nos quedamos en la parte baja conversando y disfrutando del sol.

 

Finalmente salimos y nos recostamos sobre sendas reposeras. Noté como el short mojado se aplastaba contra su cuerpo, marcándole el bulto y como los pelos, por el peso del agua, quedaban estampados sobre su piel.

 

–¿Cómo llevas el tema de la separación?, debés estar garchándote a todas estas yeguas de gym –dije, intentando llevar la conversación para el lado sexual.

 

Martín sonrió, haciendo con su cabeza un gesto de negación.

 

–No, man, realmente me pegó mal lo de la separación; la convivencia no daba para más, pero los sentimientos están ahí; hace mucho tiempo que no la pongo; raro en mí, pero la verdad es que casi que ni me pajeo –respondió.

 

Inesperadamente, Martín me estaba dando una valiosa información y con más detalles de lo que yo hubiese esperado.

 

Permanecimos más o menos una hora tomando sol y conversando, hasta que decidimos entrar a la casa para comer algo.

 

–¿Puedo darme una ducha? –preguntó.

 

–Si boludo, por supuesto, seguime –respondí.

 

Lo guie a mi habitación, le indiqué la puerta del baño y jodiendo dije:

 

–Usá lo que necesites, ahí tenés jabón, shampoo, toallónes… y si necesitas que le enjabone la espalda, me avisas.

 

No sé cómo me animé a decirle eso, porque, la verdad es que no éramos amigos ni mucho menos; ciertamente, era la primera vez que compartíamos tanto tiempo juntos.

 

–Que boludo –dijo Martín, como respuesta a mi comentario.

 

Fue al baño, dejó la puerta abierta y comenzó a desvestirse. Solo logré verlo de espaldas y me calentó sobremanera observar sus piernas y su redondo culo peludo.

 

Escuché el sonido del agua que comenzaba a caer; me saqué el short mojado y me puse un bóxer holgado para tirarme en la cama a la espera de que terminara.

 

Comencé a dormitar y me sobresaltó la voz de Martín pidiéndome que le alcanzara un toallón. Entré al baño, tomé uno y al girar, lo tenía ahí, parado dentro de la bañera, con la mampara abierta, todo empapado, con los pelos que caían sobre su cuerpo por el peso del agua, una hermosa pija colgando entre sus piernas, de esas bien carnosas y voluminosas; todo un espectáculo.

 

Me acerqué, le tendí el toallón con una mano y dije:

 

–Turro, ¡que lomazo tenés!; que bien que te mantenés.

 

–Es parte de mi trabajo; me tengo que mantener en forma –dijo.

 

Secate y vení que te doy ropa para que te vistas –dije, pensando que, en verdad, quería que se quedara así, en pelotas y saciar sus necesidades sexuales, que venían siendo descuidadas desde hacía tiempo.

 

Salí del baño y fui hacia el vestidor para buscar ropa. Me senté en la cama y vi que Martín salía del baño con el toallón atado a su cintura. Realmente, no sabía cómo encararlo; tenerlo en mi cuarto y medio en pelotas, era una situación soñada, pero no se me ocurría de qué manera podía avanzarlo.

 

Me daba miedo el contundente rechazo que probablemente recibiría. Sabía que se había acostado con muchas minas del gym y no imaginaba que siquiera se le hubiese cruzado alguna vez la idea de garchar con un tipo.

 

Martín se sentó en el borde de la cama, frente al espejo que cubría completamente una pared lateral del cuarto y sonriendo, dijo:

 

–Turro, se ve que sos fiestero, eh; las cojídas que te debés mandar acá con tu mujer mientras que se miran en el espejo.

 

La verdad es que no sabía qué responderle ni como tomar su comentario; teniendo en cuenta lo que me había contado hacía un rato, sobre el tiempo que llevaba sin garchar, lo único que pensé, fue en decir cosas que pudiesen calentarlo.

 

La verdad es que sí; soy muy morboso y no sabés cómo me gusta mirarme mientras se la entierro, la pongo en cuatro y le doy de atrás, por la concha y por el culo… o cuando hacemos un 69, mientras que ella me embadurna el orto con lubricante y me hace gozar con sus dedos –dije.

 

Me miró a los ojos y dijo:

 

–Uy, turro, no podés ser tan guacho; me estás haciendo calentar; jamás imaginé que fueses tan morboso, pareces un tipo tan serio…

 

Me acerqué y miré directo a su bulto. Martín, no tenía manera de ocultar su erección; su pija estaba dura por debajo del toallón.

 

–Sí, veo; mirá cómo está tu caño… –dije, intentando abrir el juego.

 

Sin darle tiempo a pensar, tiré del nudo del toallón, dejándolo desnudo y me arrodillé frente de él.

 

Martín se quedó duro, mirándome a los ojos. Sin dejarlo reaccionar, le agarré la poronga y me la metí en la boca. Inesperadamente, Martín me agarró de los pelos, alejó mi cabeza de su pija y se paró.

 

–Pará forro, ¿qué hacés?, ¿estás loco?, jamás cojí con hombres y no me atrae la idea. Disculpame, pero esto no es para mí; me parece que entendiste cualquier cosa –dijo enojado.

 

–Disculpame, man, pensé que podía ayudar a aliviar tu calentura –dije.

 

No, man, gracias, pero paso –respondió Martín.

 

Fue a buscar su ropa, se vistió y comenzó a bajar la escalera. Lo seguí para abrirle la puerta, nos despedimos fríamente, le pedí nuevamente disculpas y se fue sin decir más nada.

 

Era la primera vez en la vida en la que me enfrentaba a semejante situación… ¿Martín divulgaría lo acontecido con la gente del gimnasio o lo mantendría entre nosotros? Obviamente que a ese gym no regresaría más y no se me ocurría que excusa le inventaría a mi mujer. Estaba perturbado y una catarata de pensamientos comenzaban a invadir mi cabeza.

 

Ciertamente, no tenía idea en cómo haría para mirarlo a los ojos nuevamente y desde ya, sospechaba que jamás regresaría a mi casa. La situación tan incómoda que acababa de vivir, me había quitado todo tipo de calentura. Fui a la cocina para comer algo al paso y me puse a ver TV en el living, hasta que quedé profundamente dormido.

Capítulo II

Avanzando un paso

 

 

 

Me despertó el sonido de una llamada entrante en mi celular. Eran las seis y para mi sorpresa, la pantalla indicaba que era Martín. No me animé a contestar y el teléfono dejó de sonar. Pasaron dos minutos, y nuevamente sonó. Mal que me pesara, de una u otra manera, en algún momento, debería enfrentar la situación, así que mejor hacerlo rápidamente, por lo que decidí contestar.

 

–Hola –dije de manera seca.

 

–Hola, te llamo para disculparme por la reacción un tanto violenta que tuve hoy –dijo Martín.

 

–No, disculpame vos; realmente, me salió hacerlo sin pensar en nada y, de alguna manera, tu reacción fue lógica –dije.

 

–Mirá, la verdad es que me fui mal y me quedé mal el resto de la tarde. Fuiste muy amable al invitarme a la pileta, al prestarme ropa, al dejarme duchar; quizá hice o dije algo que te llevó a pensar de una manera equivocada –dijo Martín– y continuó:

 

–Si vamos a ser sinceros, realmente me hiciste parar la pija cuando comenzaste a hablar de las cosas que hacías con tu mujer y obviamente, lo notaste; quizá eso te hizo pensar que yo estaba buscando otra cosa.

 

–El que hizo el primer comentario imaginando lo que yo hacía frente al espejo con mi mujer fuiste vos, vos comenzaste a hablar de sexo; de todas maneras, todo bien Martín, dejémoslo así; fue solo un malentendido. Lo que, sí te pido, es que lo sucedido quede entre nosotros.

 

Desde ya, olvidate… ¿Querés que vaya a tu casa y que lo charlemos personalmente? –preguntó.

 

Difícil dejarme sin palabras, pero Martín lo acababa de lograr; no supe bien que responder. Meterlo en mi casa siempre había sido con una intención concreta. Después de lo acontecido, del enojo con el que se había ido y que ahora me estuviese proponiendo regresar para charlar sobre lo sucedido… realmente no supe cómo tomarlo ni en que podría terminar.

 

–Me sorprendes, pensé que no me querrías ver más ni en figuritas, pero si querés venir, no tengo problemas, ya sabés que estoy solo y al pedo; vení y charlamos –respondí.

 

–Ok, en quince estoy ahí –dijo, cortando la llamada.

 

Realmente, me puse nervioso… Fui a la heladera para verificar que tuviese cerveza fría. Fui al baño, me puse una remera para no recibirlo solo en bóxer, regresé al living, puse música tranquila y me quedé esperando su llegada.

 

Escuché el sonido de un auto estacionando en la puerta y le envié mensaje diciéndole que abriría el portón para que lo entrara al estacionamiento. Martín entró con su auto y me dirigí a la puerta principal para recibirlo.

 

Nos miramos, sonreímos y ambos hicimos un gesto de vergüenza. Martín se había cambiado de ropa; tenía una bermuda, una chomba celeste y estaba en ojotas. Lo invité a pasar, no sentamos en el living y le ofrecí cerveza, que aceptó con gusto.

 

Fui hacia la cocina y regresé con dos botellitas, le alcancé una y me senté a su lado.

 

Bueno, ya nos dijimos algunas cosas por teléfono –dije, como para romper el hielo.

 

–Sí, es verdad y como te dije, fuiste muy amable y vuelvo a disculparme por la manera en la que reaccioné, pero entendé que jamás me había sucedido algo así –dijo Martín.

 

–Te comprendo, solo que, como tenías la pija parada y yo soy muy amplio con el sexo… en verdad, te confieso que soy bisexual y pensé que podría ayudarte –dije.

 

–Me dejás mudo –dijo Martín.

 

–Mirá… yo tomo mi bisexualidad con total naturalidad; sexo es sexo, sexo es placer, sexo es gozar; cada uno lo hace a su manera y de la forma que mejor le plazca; mientras que sea consensuado entre las partes, todo bien, ¿cuál es el problema? –dije.

 

Martín me miraba con los ojos bien abiertos y sin decir nada.

 

–Yo también tengo mis límites y hay cosas que no me van. Solo garcho con tipos que sean machos, no me van los amanerados, los trabas, ni el sexo escatológico, sado o cosas extremas; macho contra macho. ¿Nunca compartiste al menos una paja cruzada con un tipo? –pregunté.

 

–Ah, bue… veo que la tenés clara… Ya que te sinceraste de esa manera, la realidad, es que compartí minitas con un amigo, participé en tríos con él y con varias trolas, pero nunca le toqué la chota intencionalmente; en verdad y me da vergüenza decirlo, quizá se la agarré para embocársela en la concha o en el orto a alguna amiguita, pero hasta ahí llegué –dijo Martín.

 

–¿Experimentaste con doble penetración? –pregunté.

 

–Sí, lo hice varias veces –respondió Martín.

 

–¿Y no te calentaba la presión de las dos chotas dentro de la minita o de ver como tu amigo se la empomaba? –pregunté.

 

–La verdad es que sí, pero nunca se me cruzó la idea de garchar con mi amigo –respondió.

 

Miré hacia su entrepierna y noté que, como había sucedido al mediodía, se le había comenzado a parar la pija. Era evidente que estaba muy caliente y que la conversación cargada de contenido sexual, nuevamente lo estaba comenzando a encender.

 

–Te hago una pregunta –dije.

 

–Decime –dijo Martín, con gesto de intriga.

 

–Pensalo de esta manera ¿qué diferencia existe entre que te la mame una mina y que te la mame un tipo?

 

Martín quedó un momento callado, mirándome fijamente a los ojos y finalmente respondió.

 

–Si lo planteas de esa manera, si cierro los ojos mientras que lo hacen, en verdad, no existe diferencia; ambos tienen boca y lengua, los dos chupan igual… va, imagino, nunca me la chupó un tipo. Solo que, en el contexto, verle las tetas a una mina mientras que te la está chupando, no es lo mismo que tener delante a un flaco en bolas… No sé, nunca me imaginé a un flaco tirándome la goma –respondió Martín.

 

–Mirá, las dos son bocas, pero te aseguro que las mamadas que da un tipo, son mejores que la de las minas; es más, me atrevería a decirte que los flacos activos la maman mejor que los pasivos. El hombre sabe cómo darle placer a otro hombre, mejor que una mina –dije.

 

Adrede, miré nuevamente hacia su entrepierna, para luego mirarlo a los ojos y volver a su entrepierna. Quería que se diera cuenta de que me había percatado de su erección y como ya no tenía nada que ocultarle, poco me importaba ser explícito con la mirada.

 

–Veo que nuevamente se te puso dura –dije.

 

Martín me miró con un gesto de vergüenza.

 

–Boludo, te conté que hace meses que no la pongo y vos me haces esta clase de comentarios morbosos… ¿Cómo querés que se me ponga? –dijo.

 

Clavé mi vista nuevamente en su bulto y pasé mi lengua por mis labios para humedecerlos. Lo miré a los ojos, como pidiéndole autorización para hacer lo que había querido hacer al mediodía. En verdad, es lo que había querido hacer desde aquel día en el que lo vi por primera vez en el gym.

 

Me animé y apoyé la palma de mi mano sobre su cuádriceps izquierdo; Martín no dijo nada; lentamente la fui deslizando hacia su paquete y comencé a franeleárselo. El hermoso cilindro que esa mañana había tenido por breves segundos dentro de mi boca, se marcaba a través de su pantalón.

 

–Uy, papito… mirá cómo la tenés –dije, y pregunté– ¿me dejas?

 

Martín no emitió respuesta, solo se acomodó en el sillón, abrió sus piernas, apoyó su espalda en el respaldo y se quedó quieto.

 

Medio temeroso por lo acontecido al mediodía, pero tentado por la situación y empujado por su silencio, me animé y bajé el cierre de su bragueta, desabroché la cintura y busqué con mi mano ese tronco tan necesitado de afecto.

 

Me quedé mirando ese caño, que lo tenía a centímetros de mi cara… grande, grueso y largo, imaginé que era similar al mío, sin depilar, al natural, como a mí me gusta.

 

Pegué su pija a mi cara, elevé la mirada para verlo a los ojos y sin más trámite, poniendo la mejor cara de depravado, la introduje en mi boca y comencé a mamársela lentamente. Estaba dispuesto a regalarle la mejor mamada que jamás hubiese tenido.

 

Uf –fue la única exclamación que emitió Martín.

 

La saqué de mi boca, cargué saliva y la escupí sobre su pija. Comencé a mamársela como si me estuviese comiendo lo más rico del mundo y ciertamente, para mí, en ese momento, su pene era el más codiciado manjar.

 

Noté que, lentamente, Martín se iba relajando y que emitía sonidos de placer. Elevó sus glúteos, permitiendo que deslizara su bermuda hacia el piso, dejando su verga absolutamente expuesta y entregada.

 

–No te la puedo creer; sos un recontra comilón guacho, como me la estás mamando –dijo.

 

Atrapé su glande con mis labios y tomé con una mano su tronco. Intercalaba succiones con lengüetazos y con escupidas, mientras que lo pajeaba con la mano. Descendí hacia sus bolas y comencé a lamérselas, metiéndome un huevo y después el otro, sin dejar de masturbar su pija.

 

Martín comenzó a elevar su pelvis para cojerme la boca.

 

–Que pija divina tenés papá; parejita, igual de ancha en la base que en el glande… Me encantan las pijas así ¿imagino que estás sanito no? –pregunté.

 

–Si nene, despreocupate –respondió.

 

Mi única preocupación, era que Martín se había comido a muchas minas, pero como hacía poco que se había separado, imaginé que, seguramente, para cuidar a su mujer, siempre había tomado los recaudos pertinentes como para no correr riesgos.

 

–Uy, boludo, tenías razón… la mamás más rico que la más puta… –dijo casi susurrando y con voz entrecortada.

 

Tomó mi cabeza con ambas manos y empujó, impidiendo que su pija saliera de mi boca. Incrementó el ritmo y comenzó a gritar:

 

–Sí, sí, cométela, me vengo, que placer boludo, me vuelvo loco, me vengo.

 

Rápidamente, sentí que un litro de leche invadía mi boca; tragué una parte y el resto se escurrió por la comisura de mis labios; pocas veces había visto a un macho largar tanta leche.

 

Saqué su pija de mi boca para refregármela por la cara, viendo que su glande continuaba despidiendo leche. Martín emitía gritos acompañando cada eyaculación. Cerré los ojos y continué mamándosela, mientras que sentía los espasmos y las contracciones que continuaban invadiéndolo.

 

Martín quedó tirado sobre el respaldo del sillón, con las piernas estiradas y completamente relajado.

 

–Veo que estabas un poco cargado, man, nunca vi salir tanta leche de una pija –dije.

 

Uf, en mi vida había acumulado tanto, ni había pasado tanto tiempo sin garchar… Tremendo, man, ¡flor de mamada que me pegaste! –dijo.

 

Limpié el semen que tenía desparramado por mi cara. Recolectándolo con los dedos y mirándolo a los ojos, comencé a llevarlo hacia mi boca para no desperdiciar ni una gota.

 

–Uy, man, sos muy puto, como disfrutás tragando guasca… Hay muchas minas que no quieren hacerlo y vos lo disfrutas como loco… Tan machito y flor de trolo resultaste –dijo Martín.

 

Volví a meter su pija en mi boca y noté que rápidamente volvía a ponerse dura. Este pibe necesitaba descargar por un buen rato como para quedar mansito y relajado.

 

Me incorporé y aunque creí que se negaría, lo invité a ir al cuarto para estar más cómodos. Para mi sorpresa, se incorporó, se subió su bermuda y me siguió sin decir nada.

 

Entramos al dormitorio y lo invité a que se pusiera en bola. Tímidamente lo hizo y se sentó en el borde de la cama, cual principiante y sin saber cómo actuar.

 

Mi pija hacía carpa por debajo del bóxer. Me saqué la remera y luego bajé mi bóxer para quedar completamente en pelotas.

 

–Ah, bue… ¡cómo venís equipado!, flor de pija tenés, man. –exclamó Martín.

 

Tras sonreír sin decir nada, me acerqué a la cama, me arrodillé y comencé a mamársela nuevamente.

 

Que rico, que rico la mamás nene –dijo Martín, que apoyaba sus brazos sobre la cama para quedar recostado y con los ojos cerrados.

 

Mientras que se la seguía chupando, estiré el brazo hacia la mesita de luz, agarré un frasco de lubricante y una caja de preservativos; unté mi mano libre y con los dedos, comencé a lubricarme el ano, dejándolo listo para el paso siguiente. Martín continuaba con los ojos cerrados y disfrutando de la tirada de goma que le estaba dando; yo tenía miedo de hacer las cosas rápido, logrando que se arrepintiera.

 

Noté que comenzó a acelerar los gemidos y que se estaba poniendo colorado. Rápidamente saque su pija de mi boca, calcé un preservativo en su pene y antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, me paré en la cama y comencé a bajar en cuclillas, embocando su pija en mi ano. Bajé hasta sentirla apoyada y ahí me dejé caer lentamente, metiéndomela entera, sin tiempo de juego previo como para dilatármelo, ya que hubiese corrido el riesgo de que se arrepintiese y que se fuera.

 

Martín abrió sus ojos y exclamó:

 

–No, no te la puedo creer.

 

Era yo el que no lo podía creer; tres años viendo a este macho en el gym, imaginándome todo tipo de cosas, y finalmente lo tenía tendido en mi cama, clavándome hasta el fondo su deliciosa poronga.

 

–Sos un hijo de puta, salía, levantate –dijo.

 

Haciendo caso omiso a su pedido, cerré mis ojos e intenté relajarme, para hacer que el dolor de haberme enterrado ese caño sin juego previo, diera paso al placer. Lentamente, comencé a darle ritmo a mis movimientos, subiendo y bajando cada vez más rápidamente, mientras que le tocaba el pecho, jugando con mis dedos entre sus vellos.

 

Finalmente, sus prejuicios y conceptos fueron superados por la necesidad y por la calentura que tenía. Sentía su caño como un mástil dentro de mí y apreté mi ano como para atraparlo firmemente, haciendo que su placer fuese mayor.

 

Para mi sorpresa, tomó mi cintura con ambas manos para manejar el ritmo de mis movimientos.

 

Arriesgándome a que todo terminara ahí, pregunté:

 

–¿Querés probar otra posición?

 

Martín abrió los ojos y no contestó.

 

Me incorporé, haciendo que su poronga saliese de mi ano y me puse de rodillas en el borde de los pies de la cama, dejando mi culo bien parado, dispuesto a que me embistiera por detrás. Martín se incorporó y observé a través del espejo que se paraba detrás de mí. Hermoso ver su cuerpo armonioso y peludo reflejándose en el espejo, con sus músculos no exagerados, con su pene erecto y con una cara de morbo total, que jamás le había visto. Nos miramos a los ojos a través del espejo, sin decir una palabra y diciéndonos todo.

 

Sin hablar, me estaba diciendo “Vos querías pija, ahora aguantate lo que se viene.”

 

Se lubricó nuevamente la punta de su chota y la apoyó sobre mi ano; con ambas manos tomó mi cintura por detrás y empujó su pelvis hacia adelante. Sentí como se me abría el orto nuevamente y me lo llenaba por completo con su miembro.

 

Hice un gesto de dolor, que pronto se convirtió en uno de placer. Martín comenzó a bombearme con un ritmo lento, mientras que yo giraba la cabeza y veía en el espejo como sus nalgas musculosas y peludas se contraían con cada embate que me daba, cosa que me excitaba aún más. Dejé que tomara su ritmo y que controlara los movimientos; supo llevarme a un punto en el que comencé a moverme más y más, suplicando por pija y por más pija. Continuó con ambas manos apoyadas en los costados de mi cadera y agarrándome firmemente.

 

Noté que comenzó a aumentar la potencia de las embestidas; había logrado llevarme a un estado de éxtasis difícil de explicar. En ese momento, hubiese cedido a cualquier reclamo.

 

–No aguanto más –dijo Martín.

 

–Dame leche papá, llename –contesté.

 

Inmediatamente, comenzó a gritar y a tener espasmos, mientras que largaba semen dentro de mí. Sentía sus espasmos que no hacían más que incentivar mi deseo por pedir más y más; me lo quería comer entero.... ¡Qué lindo macho!

 

Finalmente, sacó su caño de mi orto, se quitó el preservativo y quedó desplomado boca arriba sobre la cama.

 

Vi su cara colorada y empapada, con las venas de las sienes marcadas y latiendo... Comenzó a sonreír, emitiendo sonidos entrecortados por la agitación.

 

No lo puedo creer –dijo.

 

Yo me sentía en el límite de la excitación, pensando en lo que acababa de suceder; viendo a Martín exhausto, tirado sobre mi cama.

 

Me acerqué a su cara completamente sudada y dije:

 

–¿Estás más relajado ahora?

 

–Sos un hijo de puta –respondió.

 

Comencé a bajar por su pecho peludo, mordí sus tetillas, pasándole la lengua por todos lados, hasta llegar a su pija semi erecta. Por la punta de su glande, asomaba una gota de semen, que limpié con la punta de mi lengua.

 

Volví a engullirme su pene, notando como comenzaba a ponerse firme nuevamente.

 

A pesar de los meses que llevaba sin tener sexo y de su estado físico, me llamó la atención que luego de dos polvos, tan rápidamente se le estuviese parando.

 

Man, pará, ¿no tenés límites? Me la vas a gastar. ¿No te cansaste de chupármela? –dijo Martín.

 

Lo miré a los ojos, saqué su pija de mi boca y respondí:

 

–Con un papi como vos, no me puedo cansar nunca; puedo continuar toda la noche. ¿Para qué crees que entreno en el gimnasio? –dije sarcásticamente.

 

Continué mamándosela dulcemente, metiéndomela hasta donde podía y sacándola, hasta que quedé besando solo la punta. Comencé a chuparle las bolas y me animé a descender más cerca de su ano. Note que Martín comenzó a hacer unas muecas de placer, como no entendiendo que le estaba haciendo, o no conociendo que podía sentir placer en esa zona, que, evidentemente, nunca había sido explorada.

 

–¿Nunca te chuparon el orto? –pregunté.

 

–No, nunca y no creo que alguna vez me lo hagan –dijo.

 

Pensé “Eso vamos a descubrirlo ahora mismo.”

 

Puse foco en su perineo; comencé a recorrer con mi lengua desde la punta de su glande, hasta la puerta de su ano y permanecí en esa área, lamiéndolo de un lado al otro, apretando y pasando la lengua desde las bolas hasta cerca de su orificio. Me engullí nuevamente su pija, que estaba nuevamente como un tronco y comencé a bajar hacia sus bolas. Pasé mis brazos por debajo de sus piernas y las coloqué sobre mis hombros para disponer de su culo a mi voluntad.

 

Martín permanecía con los ojos cerrados y con los brazos cruzados por detrás de su cabeza.

 

Bajé y fui con mi boca directo a su orificio; se lo escupí bien, llenándoselo de saliva y comencé a lamérselo, introduciéndole lentamente la punta de la lengua. Martín comenzó a retorcerse de placer.

 

–Que flor de hijo de puta que sos nene –exclamó– jamás imaginé que se pudiese sentir tanto placer en esa zona.

 

Tomé el frasco de lubricante y comencé a embadurnar bien su culo, mientras que ponía un preservativo en mi pija, que ciertamente, no tiene el tamaño ideal como para desvirgar a nadie.

 

En verdad, estaba seguro de que, cuando Martín notara lo que estaba por hacer, me lo impediría y hasta se enojaría, pero estaba dispuesto a correr el riesgo e intentarlo.

 

Acomodé bien sus piernas por sobre mis hombros y apoyé mi glande en su ano. Recién ahí, se dio cuenta de lo que estaba pasando, abrió los ojos e intentó incorporarse, pero no pudo; cruzándole los brazos por detrás de sus piernas, lo tenía dominado. Presioné levemente mi glande sobre su ano.

 

–Para, hasta acá llegué, ni en pedo me cojés –dijo enojado.

 

Pude ver su cara de temor.

 

Ayudado con los brazos, deslizó su cuerpo hacia atrás para alejarse de mí, e intentó bajar las piernas para incorporarse. Yo siempre pensé que las cosas debían hacerse con el consentimiento de las partes y a pesar de que estaba descontrolado, me di cuenta de que necesitaba laburarlo más como para lograr que cediese. Realmente, tenía el deseo de violarlo, pero, claramente, no era la manera.

 

Dejé que bajase sus piernas y me tiré a su lado.

 

–¿Te gustó la chupada de orto que te di? –pregunté.

 

–Increíble, man, pero cojerme no; eso sí que no –dijo.

 

–Relajate, no va a pasar nada que no quieras que pase –dije.

 

Martín dejó sus brazos peludos tendidos al lado de su cuerpo. Su pene continuaba erecto como tronco, por lo que me dirigí hacia allí para pegarle otra mamada.

 

Descendí hacia su ano para comenzar con el mismo trabajo que le había hecho previamente, elevando nuevamente sus piernas y apoyándole mi glande.

 

–¿Qué parte no entendiste? Tenés la idea fija querido… –dijo Martín.

 

Claramente, no cedería a ser penetrado y si mi meta era esa, debería buscar otra estrategia.

 

–Estoy con la chota a punto de explotar boludo –dije.

 

–Y bueno, pajeate, pero en mi orto no entra –respondió.

 

–Al menos ayudame, pajeame vos –dije.

 

–Ni en pedo, man.

 

Estaba todo dicho; Martín no se dejaría cojer, no me la tocaría y menos aún me la mamaría, por lo que me tiré a su lado sin tocarme y permanecí a la espera de que se me fuese la erección. No quería descargar, por si llegase a producirse algún milagro que me permitiese avanzar hacia mi objetivo.

 

Le pregunté si quería darse una ducha y aceptó. Me quedé tirado en la cama, pensando en que movida podría hacer como para mantener a Martín en casa... Algo se me ocurriría, pero debería ser rápido. Ya estaba cerrando las llaves del agua y en breve saldría del baño, se vestiría y se marcharía…

Capítulo III

Noche gloriosa

 

 

 

Me incorporé y fui hacia el baño para cepillar mis dientes y para tomar una ducha. Martín aún permanecía dentro de la bañera y estaba terminando de secarse.

 

–Uf, ahora es otra cosa –dijo.

 

–¿Te referís a la descarga o a la ducha? –pregunté sarcásticamente.

 

–A ambas cosas –respondió.