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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 María Teresa Valdearenas Ibáñez

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Alados: La Sala de los Alas Grises, n.º 182 - enero 2018

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Fotolia y Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-856-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Epílogo

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

A mi familia. A mis amigos. A mis lectores.

Gracias por estar ahí.

 

Habrá señales extrañas en el firmamento, el sol se oscurecerá, la luna se tornará roja como la sangre y las estrellas perderán su luz la noche en la que un Alas Negras llore y con ello llegue el gran y terrible día de la oscuridad. Y en la Tierra reinará el caos y los Frágiles observarán perplejos los mares rugientes, las montañas fundiéndose por el calor del mismísimo infierno, la tierra abriéndose ante sus ojos dejando sus entrañas expuestas. Cuando todo eso suceda huid y escondeos, Frágiles, porque un mal como nunca antes se ha conocido será liberado para arrasar la bondad que desaparecerá por siempre para dejar paso al Reinado de los Alas Grises.

 

Alissa Brontë

Prólogo

 

El sentimiento era tan poderoso y fuerte que Kennan no encontraba las fuerzas para luchar en su contra: se sentía perdido, solo y vacío.

Trababa desesperadamente de pelear contra un enemigo invisible que lo atrapaba demasiado deprisa, intentando escapar de esa oscuridad que lo engullía y que le obligaba a aproximarse despacio hacía la luz usando las escasas fuerzas de las que disponía.

Tenía que avanzar hacia ella, su Alma. Hacia esa esencia clara y brillante que desprendía y que a pesar de ello no la hacía carecer de entereza o valentía.

Le esperaba al final del túnel luminoso, estaba seguro de ello, aunque era incapaz de distinguirla a causa de la brillante luz. Tuvo que parpadear varias veces para acomodar su visión y poder enfocar con claridad. A pesar de no ser capaz de distinguir su rostro, el sonido de su risa suave y armoniosa llenaba su mente, haciéndolo más fuerte.

Extendió la mano tratando de tocarla con la yema de los dedos en su oscuridad, pues la luz era cegadora y le impedía ver con claridad, pero no dejó que eso le amedrentase. Estaba seguro, estaba allí. Al final. Esperando por él. Saberlo le llenó el pecho de una nueva sensación que hasta entonces no había sentido, una emoción tan poderosa que le recorrió el cuerpo y se alojó en su corazón con tanta fuerza que le dejó sin aliento y le provocó una sonrisa a pesar del dolor.

Continuó arrastrándose sin descanso pero, por más que lo intentaba, no lograba acercarse a la luz ni a la risa que lo llamaba. Ya sin fuerzas se relajó, impotente. Supo que no iba a ser capaz de continuar la lucha, solo podía cerrar los ojos y verla en su mente, dejar que su voz suave llenase sus oídos mientras sus ojos seguían inmersos en la más profunda oscuridad.

—¡No te rindas! —escuchó de repente la voz de Altair exigiéndole que no abandonara. Que luchase—. ¡Rasga el tiempo! ¡Regresa con ella! ¡Te necesita!

Al escuchar el grito desesperado de Altair y la premura en su voz, algo en su cerebro se activó y comenzó a estar más atento, a sentirse más fuerte.

—Regresa, hijo, regresa por ella, por nosotros… Estamos en peligro, Kennan, no puedes rendirte muchacho—. De repente las voces a su alrededor eran más claras, mas concisas, y pudo escuchar a Samuel con su voz profunda y serena rogando.

«Ella está en peligro», repitió su mente, y eso hizo que reaccionara. Algo tiró de su cuerpo con fuerza, alejándolo de la luz, de la risa de Alma, de la paz… El tiempo se rasgó con un suave susurro, deteniéndose un instante, el mismo que necesitó para agarrarse a la vida, abrir la boca para pronunciar su nombre y llenar de nuevo su cuerpo de aire.

En ese instante, Kennan exhaló un último aliento y abrió los ojos.

Capítulo 1

 

Kennan abrió los ojos por la fuerza del empuje. Sintió como si unas manos lo arrastraran por el suelo, y así debía de haber sido, no existía un solo rincón en su cuerpo que no le doliese. Se llevó las manos a la cabeza, pues no era capaz de recordar con claridad qué había sucedido o dónde estaba.

¿Y Alma?preguntó mientras pestañeaba varias veces para adaptarse a la luz. Luz, como en su sueño…

Confundido se incorporó despacio y por un instante se sintió desvanecer de nuevo, pero unas manos firmes lo sostuvieron.

—Tranquilo —dijo en un susurro una voz familiar—, te pondrás bien.

—Me pondré bien —repitió mientras se preguntaba de qué debía reponerse.

—Casi lo perdemos del todo, ha estado tan cerca… —escuchó otra voz masculina, más suave. La voz de Altair. La misma voz que le había pedido que luchase por su vida, por rasgar el tiempo… por ella.

Entonces lo recordó. Las imágenes aparecieron atropelladas agolpándose en su mente, unas encima de otras, pisándose.

Se vio suspendido en el aire besando a Alma, su Alma, la que prendía en él esa llama de calor en su interior muerto, frío y estéril, donde ella había conseguido que esa pequeña chispa echase raíces y el calor no muriese a causa de la frialdad de su alma, de su corazón muerto.

Observó a su alrededor buscándola con la mirada, sin verla.

«¿Dónde está? ¿Por qué no la siento? ¿Por qué no distingo su aroma?».

Volvió a parpadear y centró su atención en los que le rodeaban: recordó el dolor, la corriente eléctrica inmovilizándole, haciéndole perder el control hasta no ser capaz de mantenerse en el aire y caer… Cayeron. Los dos.

«¡Alma! ¿Estaba bien? ¿Herida por el golpe? ¿Algo peor?».

Un miedo hasta ahora desconocido hizo que el cuerpo le temblase y el vello de la nuca se le erizase, el golpe había sido muy fuerte. Incluso él, un Alas Negras, lo había notado. Asustado, trató de tranquilizarse respirando con pausa para calmar el acelerado jadeo que escapaba de sus labios. ¡Todo era tan extraño! Se sentía raro, confundido y extrañamente solo… Diferente.

—No, no, no, no… —tartamudeaba sin cesar. Miraba en todas las direcciones sosteniendo su propio cuerpo con dificultad, analizando los olores y sintiéndose un inútil incapaz de encontrar la esencia de ella. Ese único y especial aroma que la diferenciaba de los demás—. ¿Dónde… está? —consiguió decir.

Su boca no deseaba obedecer, así que forzó a sus labios a pronunciar las palabras que constataban que ella no estaba entre ellos. Nadie contestó, y deseó salir volando, gritar y desplegar su furia hasta saber qué había sucedido, acabar con todos si era necesario hasta obtener una respuesta, pero se sentía tan cansado y débil.

—Descansa —dijo de nuevo esa voz tan parecida a la de ella, la de su madre, Laya. Era capaz de distinguir su alma oscura entre las demás más luminosas.

—¿Ella está bien? —volvió a obligarse a decir.

El dolor del abdomen se intensificó. Su cuerpo dio una sacudida. Al menos estaba vivo. Se preguntaba qué le habrían hecho. No había sido capaz de preverlo. Todavía recordaba el brillo en los ojos de Adriel mientras le atravesaba con su espada. Después, había huido seguido de David. ¡Panda de cobardes! Deseaba… Deseaba… ¿Por qué no era capaz de desear acabar con sus vidas? ¿Qué era ese sentimiento que le ahogaba? ¿Qué hacía que su pecho sintiese calor?

—¿Qué me sucede? —preguntó confuso.

—¿Recuerdas que te hirieron? —inquirió Laya.

—Sí, lo recuerdo. Adriel y David. Ellos…

—Lo sabemos, Alma nos explicó qué te había sucedido.

—¿Ella lo sabe?

—Sí, David le dio a Adriel una bolsa de polvo de Alado especial.

—¿Especial?

—Una mezcla de polvo de Alas Blancas y Alas Negras. Untaron con ella la espada y te infectaron la herida. Creímos que te perdíamos.

—¿Estuve a punto de morir? Estuve a punto de morir…

—De hecho, nos abandonaste.

Una imagen de su cuerpo frío e inmóvil se mostró ante él. De repente, era capaz de escuchar los lamentos de Alma, sus quejidos desesperados, su dolor. Ella le quería de verdad. No sabía por qué había tenido esa suerte, pero supo que le amaba con todo su ser y él la correspondía con la misma intensidad.

Ahora estaba seguro, ese sentimiento cálido, ese deseo, esa continua preocupación, el anhelo de poseerla, si lo sumaba todo, era amor.

Cabeceó. ¿Por qué ahora lo tenía tan claro? ¿Dónde habían quedado sus dudas?

Ella lo había salvado, pero ¿dónde estaba?

—¿Y Alma? ¿Por qué no está a mi lado? ¿También la han herido? —su voz cada vez sonaba más desesperada, temiendo lo peor.

Como única respuesta, más silencio. Nadie contestaba a sus preguntas y todos miraban hacia cualquier lugar que no fuese su rostro, evitando su mirada.

—Por favor… —se oyó suplicar—. Altair… Samuel… Laya… Decidme que no está… —se interrumpió. Solo de pensarlo el cuerpo se le dobló de dolor. El pecho le iba a estallar al no ser capaz de contener esa emoción incapaz de explicar.

—Kennan, nos dejaste. ¿Recuerdas que por unos instantes tu alma se separó de tu cuerpo?

—Lo recuerdo vagamente. La recuerdo gritando, llorando por mi pérdida. Recuerdo… —la bruma que ocultaba el recuerdo de lo sucedido se disipó y ya no necesitó la respuesta—. Lo recuerdo todo —dijo furioso—. Mi padre… ¡Él me dejó morir! Alma… —se detuvo al rememorar el susurro de la espalda de ella al rasgarse para dejar salir dos magníficas alas negras—. Debe estar muy asustada. Debo… Tengo que ir en su busca. ¡No sabe que sigo vivo!

—Lo siento —sentenció Laya con voz firme—, pero no estás en condiciones de ir tras ella.

—Pero estará asustada y confundida. Tengo que ir junto a ella —argumentó—. Estará sufriendo por algo que no tiene sentido. Sola, tratando de lidiar con sus nuevos sentimientos, ahora es una Alas Negras y no hay nadie para guiarla. ¡Necesito encontrarla! ¡Estar a su lado! —gritó fuera de sí.

—No puedes casi tenerte en pie; ¿cómo pretendes salir en su busca? —espetó Laya.

—Entonces… ¡Id vosotros a buscarla! —rogó desesperado. No comprendía por qué todos parecían tan calmados, cuando una agonía arrolladora le asfixiaba sin darle tregua.

—Ahora deberías descansar —interrumpió Altair—. Debes reponer fuerzas, todavía estás muy débil. Tu cuerpo ha soportado una dura prueba y Samuel hizo todo lo que estuvo en sus manos para devolverte al mismo cuerpo. No quiso cambiar tu apariencia. No te preocupes por Alma, estará bien. Iremos a buscarla. No hemos dejado de hacerlo —susurró.

—¿Samuel? ¿Me salvaste? —preguntó para romper su silencio.

—Sí, te devolví a la vida.

—¿Ese es el motivo por el que no siento esa repulsión hacia vosotros de repente y sin embargo la siento por Laya? —interrogó, deseoso de ir aclarando enigmas.

La cordura, poco a poco, regresaba. Estaba débil y Kennan era consciente de ello pero, al menos, se iba sintiendo más conectado a la realidad.

Ahora percibía que tener a Laya cerca le causaba un deseo de alejarla, igual que le ocurría al estar junto a un Santurrón.

—Por eso y por… —se detuvo Altair.

—¿Por qué? —exigió.

Todos de nuevo rehuían su mirada, ninguno parecía dispuesto a darle una respuesta que lo satisficiera.

—Porque ahora eres uno de los nuestros —contestó, por fin, Altair.

—¿Uno de los vuestros? ¿Y eso qué demonios significa? —demandó confundido.

Todos esperaban su reacción sin hablar. Samuel seguía en su Trono, tranquilo, sabía que el joven acabaría aceptándolo y su nuevo temperamento no le iba a permitir dañar a los demás, solo necesitaba hacerse a la idea.

Kennan cojeaba por la sala, aturdido, dejando que las palabras de Altair llegasen a cobrar sentido en su cabeza, que protestaba con largas y dolorosas palpitaciones por toda la nueva información que estaba recibiendo.

Caminó despacio hasta uno de los grandes ventanales arqueados que rodeaban la Sala del Trono y dejó que su reflejo le hablase. Su rostro demacrado y cansado mostraba unas enormes manchas oscuras bajo los ojos y su mirada había perdido… brillo.

Se levantó la camiseta, destrozada, y observó la herida todavía fresca. Le iba a dejar una bonita cicatriz para recordar ese momento del que en realidad deseaba huir, si tan solo pudiese desplegar sus alas y marcharse de allí…

Y eso hizo, apretó los puños para calmar el miedo que sentía mientras las palabras de Altair golpeaban en su mente de nuevo, firmes y tranquilas: «Ahora eres uno de los nuestros».

Con temor, dejó que sus alas brotasen y el reflejo le mostró unas alas desconocidas, no podían pertenecerle a él.

Se llevó de nuevo las manos a la cabeza para tratar de calmar el golpeteo constante.

—No puede ser. ¡No puede ser! —repetía nervioso de un lado a otro. Sin pensarlo se enfadó por la situación, se giró con dificultad y se encaminó hacia el anciano—. ¿Tú has hecho esto? ¡No tenías ningún derecho, Samuel! ¿Cómo voy a estar con ella ahora? ¿Cómo voy a protegerla de mi padre? ¡Devuélveme mi esencia! ¡Devuélveme mi alma oscura!

Gritaba muy cerca de Samuel, y Altair se acercó para tratar de sosegarle, pero el anciano, con un gesto de la mano, le indicó que se detuviese.

No era más que un niño confundido tratando de gestionar los nuevos sentimientos que corrían por su cuerpo.

—Ven, hijo mío —susurró, abriendo los brazos para acogerlo.

—Samuel, por favor… —musitó limpiándose las lágrimas—. Devuélveme mi alma, ella no podrá amarme ahora.

—Ha sido el amor que despertó en ti la causa del cambio, no yo. Lo siento, pero no puedo hacer nada.

Kennan permaneció entre los brazos de Samuel mientras toda su pena era liberada por sus ojos.

Capítulo 2

 

Los días pasaban y Kennan se debatía continuamente en una lucha interna entre lo que había sido y lo que era ahora; un maldito Santurrón.

Deseaba poder estar furioso, gritar, pelear y acabar con la vida de algún ser vivo para calmar la ansiedad que la desaparición de Alma, que parecía haberse desvanecido, le causaba. Pero a pesar de que se obligaba con todas sus fuerzas, ya casi repuestas por completo, a sentir ese odio, su cuerpo era incapaz de generar en su nuevo estado unos sentimientos tan intensos.

Lo único que sentía real y no se permitía olvidar era el rencor hacia su padre. Se recordaba a sí mismo que debía odiarlo y se obligaba a rememorar cómo había acabado con la vida de su madre y con la suya propia para obligar a Alma a dejarse utilizar como una llave y se había asegurado que la llave abriese la puerta a su favor y, no contento con ello, había dado un paso más, comportándose como el perro rastrero que era, al forzarla a convertirse en uno de los suyos.

La había abocado a convertirse en una Alas Negras.

Debía reconocerle que había sido un plan perfectamente orquestado; haciendo que Adriel y David lo ayudaran logró que ella sintiera el deseo de sed, de venganza.

Hizo que Alma le perteneciese, arrebatándosela. Y por eso pagaría. Pero primero debía recuperarse, aunque era una ardua tarea, pues no era capaz de pensar en otra cosa que en ella, sola y asustada, tratando de controlar sus nuevos sentimientos y creyendo que estaba muerto.

—Lo siento, se marchó precipitadamente cuando creyó que habías muerto, horrorizada por su cambio y deshecha por tu perdida.

—¿Por qué nadie la siguió?

—Lo hicimos, pero no fuimos capaces de dar con ella. Nell y Lydia la siguieron, pero juran que perdieron su rastro y no han vuelto a saber nada más.

—¿Te han dicho la verdad?

—Sí, Nell me explicó que les pidió que no la siguieran, que necesitaba estar a solas, que necesitaba vengarse…

—¿Crees que Adriel y David estarán…?

¿Por qué ahora le costaba incluso imaginar algo así?

—No lo sé, tampoco los hemos vuelto a ver. A ninguno.

—De todas formas, su aroma habrá cambiado.

—Lo he pensado, quizás por eso no logro localizarla.

—Ahora no será como el que poseía siendo humana, tendrá uno nuevo, uno inmortal —Kennan se imaginó encontrándola, estrechándola, regalándole el calor que ahora no podría generar, y se sintió culpable, la había llevado a ese abismo y la empujó hasta caer en la oscuridad que envolvía a Balthazar.

—Kennan —interrumpió sus pensamientos Laya de nuevo—, ¿te has planteado la posibilidad de que no te reconozca? ¿De que, tal vez, no sea capaz de luchar contra la aversión natural que sienten nuestras naturalezas la una por la otra?

—Sé que esa posibilidad existe, pero también sé que he de verla y decirle que la amo por encima de todo y de todos.

—Será una prueba difícil y peligrosa.

—Me arriesgaré de todos modos. Es la llama que me ilumina, tú deberías entenderlo mejor que nadie.

—Por eso te lo advierto, porque sé lo duro que puede resultar. Ya no va a poder amarte de la forma en que ahora tú puedes amarla.

Kennan se quedó en silencio, aún existían demasiadas incógnitas para las que nadie tenía respuestas y todavía no se encontraba lo suficientemente fuerte ni en una posición adecuada para plantar cara a Samuel y exigir esas aclaraciones, pero las hallaría.

No era capaz de entender por qué su alma había optado por cambiar, por regresar de nuevo pura en vez de oscura y, contra eso, no podía hacer nada al respecto salvo creer que el rechazo que sentirían el uno por el otro cuando se encontraran no fuese tan fuerte como el amor que sintió por él y el deseo abrasador que él había sentido por ella.

Esperaba que ese sentimiento siguiera ahí, en algún lugar oculto en lo más recóndito y oscuro de su alma, porque entonces lo sacaría a la luz.

Habían sido días muy duros en los que no había podido dejar de sollozar y lamentarse por todo, por cómo había cambiado su vida. Un sentimiento nuevo, una emoción extraña que había sido incapaz de controlar y, la verdad, llorar sentaba tan bien después de tanto tiempo sin poder hacerlo que acabó rindiéndose. Pero sabía que no podía seguir lamentándose, debía reponerse y sanar con la mayor rapidez posible para salir a buscarla. No haría caso a las advertencias sobre lo peligroso que era que se mezclara de nuevo con las sombras, esas que habían sido su hogar durante tanto tiempo y a las que, a pesar del cambio, todavía pertenecía.

Se mezclaría con ellas y se enfrentaría con ellos. ¡Con todos! Incluyendo a su padre, su reinado iba a llegar a su fin, no iba a permitirle que utilizase a Alma. Era suya, a pesar de cómo había terminado todo, le pertenecía. El Rito de Unión se había celebrado y ella había hecho una promesa de pertenencia eterna.

Suya. Ahora y siempre. Pasara lo que pasase.

Tenía la esperanza, otro nuevo sentimiento extraño y a la vez hermoso, de que esas palabras fuesen lo suficientemente fuertes para que recordara lo que había sentido por él.

Mientras se recuperaba, estaba atento a cualquier noticia que llegaba de fuera, había oído que un Alas Negras estaba acabando con la vida de todos los Alas Blancas que se cruzaban en su camino, por lo que las filas de Balthazar engrosaban a gran velocidad mientras que las de los Alas Blancas mermaban igual de rápido.

¿Sería ella? Tenía que serlo, era la única pista con la que contaba por ahora. También sentía curiosidad por qué habría pasado con Adriel y David, parecía que nadie sabía nada acerca de ellos.

Temía que Alma hubiese acabado con ellos, conocía muy bien ese sentimiento que te nublaba la visión, la ira que desmenuzaba tu cuerpo, la sed que hacía que la garganta doliese hasta que la aplacabas con un poco de esencia pura…

¿Habría sido capaz de parar a tiempo? ¿Habría terminado con ellos con el último beso, el beso de la muerte?

Demasiadas preguntas, pocas respuestas. Samuel se negaba a hablarle, se justificaba manteniendo silencio porque no sabía nada. No era capaz de entenderlo, él siempre lo sabía todo y sin embargo, con Alma, estaba en blanco.

Laya la buscaba cada noche, Altair todos los días. Armando y su gente la buscaban a todas horas.

Encontrarla antes que Balthazar se había convertido en la única misión de todos.

Capítulo 3

 

Las noches habían sido agotadoras tratando de hallar a Alma y no es que no lo hubiese intentado con ganas o que no deseara dar con ella, le apenaba pensar en lo sola que se habría encontrado en la transición, pero también necesitaba divertirse… ¡Y hacía tanto que no se daba un buen revolcón! Así que no lo pensó, Nell estaba junto a ella, disponible y apetecible.

No podía evitar ser un alma débil, era su esencia, así que había dejado que sus cuerpos hablasen y que sus bocas inundaran todo con sus jadeos.

Lydia podía sentir la pasión, aunque no el calor, aun así, todavía le quedaba un leve recuerdo de lo que se sentía al estar tan caliente como lo estaba ahora. Su monstruo se había despertado, pero no había peligro, podía dejarlo salir libremente y que consumiera a su compañero.

Las manos masculinas la recorrían de arriba abajo, sin miedo, sin pudor. Solo la pasión y el deseo controlaban sus mentes.

Dejó que las manos masculinas trazaran sus sinuosas curvas contenidas a duras penas en su ropa, que se pegaba a su silueta como una segunda piel, solo que oscura, al igual que la noche que los arropaba.

El beso se intensificó y ella no pudo evitar dejar volar sus manos por el cuerpo duro como el acero de él que, ante el contacto, se pegó aún más a ella, dejando que notase que estaba listo para penetrarla.

El contacto acabó y, por un instante, Nell se detuvo, dejando su frente perlada en frío sudor sobre la de ella. Los resuellos de ambos llenaban todo a su alrededor.

—¿Estás segura? —preguntó dándole otra oportunidad para arrepentirse.

—Lo estoy —contestó volviendo a la carga.

Desplegó sus alas y lo elevó con ella, ansiosa por poseerlo, permitiendo a la oscuridad que los ocultara más. Subieron todo lo alto que podían para sentirse seguros y a salvo arropados por la fría oscuridad, la misma que yacía instalada en sus oscuros y yermos corazones.

La pasión los cegaba, la bestia se desató y no pudo evitar darle un mordisco en el labio inferior a Nell; cuando la sangre llenó su boca, el monstruo se relamió, excitado.

Sus manos no podían quedarse quietas, acarició la fuerte espalda, dejó que las alas de Nell la acariciaran, agarró su trasero entre las manos, prieto y duro y, sin poder evitarlo por más tiempo, sacó el miembro que la esperaba preparado. Listo para ella.

Él, ante el atrevimiento de Lydia no pudo hacer nada más que jadear y gruñir, su bestia se había despertado hambrienta y se llenó la boca, para calmarla, con la sedosa piel de los senos de Lydia.

El pezón erguido en su boca era delicioso, lo lamió y chupó hasta que suplicó por más.

Sus caricias se hicieron más osadas, Lydia sabía que iba a llegar ese punto en el que perdería el control, en el que iba a decir y hacer cosas de las que más tarde, si tuviese conciencia o corazón, se arrepentiría.

Pero no era el caso.

Apretó la cabeza del joven contra sus pechos y ella misma los liberó de la estrecha cazadora. Nell agarró ambos entre sus manos y lamió el centro, la hondonada que se formaba entre ellos, perfecta, suave y estrecha. Acto seguido lamió y acarició con su húmeda lengua el otro, para saborearlos por igual.

Lydia no dejada de suspirar, de solicitar más atención.

Mientras Nell se ocupaba de sus senos, ella bajó la cremallera de su pantalón y agarró el sexo masculino húmedo entre sus manos y, mientras lo acariciaba despacio y dejando que esa humedad le llenase los dedos, comenzó a acariciarse a sí misma.

Nell pensó que iba a morir de excitación, una sobredosis de deseo. ¿Sería posible? Si algo podía matarlo además del polvo de Alas Blancas o del propio Balthazar, estaba seguro de que esa era ella. Era la sensualidad con forma humana, no había quien pudiese resistirse ante una belleza salvaje y desinhibida como la que poseía.

Lydia dejó que sus dedos acariciaran su clítoris formando suaves círculos que lo inflamaban por el deseo que su cuerpo emanaba. El deseo que despertaba en ella.

Un chico guapo que estaba dispuesto a cualquier cosa para complacerla, todo lo que podía esperar alguien como ella, alguien que no era capaz de sentir amor.

Las caricias se hicieron más agitadas. Frotó el pulgar por el sexo de Nell y este gimió con fuerza.

Su gruñido la encendió más y al mirarle a los ojos por fin la vio, la bestia que habitaba bajo la piel se había despertado, furiosa y hambrienta de caricias y sexo.

Nell dejó de ser cuidadoso y de pensar y, sin ninguna delicadeza, la giró, colocándola de espaldas a él. Sus manos bajaron el pantalón de Lydia con brusquedad hasta dejar su hermoso y lleno trasero al descubierto.

Lo contempló embelesado durante unos instantes; al fin la tenía entre sus brazos. Algo que había imaginado tantas veces…

Acarició la espalda y el trasero femenino notando la suavidad de la piel y el deseo que emanaba, Lydia se retorcía impaciente entre sus manos.

—Nell, ya, te deseo… —susurró.

Al escucharla suplicar perdió el escaso control del que disponía y con una firme y profunda estocada la penetró.

El grito de Lydia extasiada al sentirse llena fue musical, una sensación parecida a cuando la esencia pura de un humano llenaba sus vacíos cuerpos, recordándoles su anterior vida. El calor.

Ahora se sentía así.

Nell se movía rápido y fuerte dentro de ella, tanto, que no era capaz de dejar de jadear. Lydia, sin poder evitarlo, agarró sus propios senos entre las manos y se mordió el labio inferior hasta sentir como un leve reguero de sangre brotaba de él.

—No pares —gimió—. Nunca.

Y esas palabras lograron que se excitara más. Con las alas extendidas la sostenía en el aire mientras la penetraba con fuerza desde atrás.

Creyó que iba a morir de placer cuando Lydia comenzó a tensarse, estaba a punto de ser arrasada por el clímax y, con el primer gemido de ella, se dejó ir, liberando la pasión contenida por tanto tiempo.

Sus gemidos al unísono llenaron la noche de armonía sexual, liberándolos de una tensión que ya no soportaban y llenándolos de una nueva vitalidad que no recordaban.

Permanecieron unidos algunos segundos más, mientras las oleadas se iban desvaneciendo lentamente, disfrutando de algo que había sido fantástico.

Lydia alzó una de sus manos y le agarró el cuello a Nell, atrayéndolo hacia sí.

—Ha estado muy bien —dijo sonriendo.

—Sí, ha sido genial… ¿Eso significa?

—No me pidas en exclusiva, no soy de las que tienen una pareja fija, ya lo sabes.

—Lo sé —contestó apesadumbrado.

—Aun así, pensaré en ti en más de una ocasión.

Nell sonrió para sí mismo, sabía que ella nunca repetía, pero a él acababa de dejarle una ventana abierta, un punto a su favor. Había sido la mejor con diferencia.

Se colocaron bien la ropa y bajaron hasta tocar el suelo. Miraron juntos el cielo, el horizonte se mostraba oscurecido por la escasa luz de la luna y observaron la desolación.

—¿Nunca vamos a ser capaces de hallarla? —susurró el joven.

—No lo sé.

—¡Maldita sea! Es solo una chiquilla asustada y sin experiencia. ¿Cómo es que nos ha esquivado tanto tiempo?

—No sé cómo lo logra, de lo que estoy segura es de que a Balthazar se le está acabando la paciencia, si no la encontramos pronto, no sé qué va a pasar.

—Echo de menos a Kennan —confesó.

—Yo también.

—No quiero fallarle, le prometí que la cuidaría.

—Bueno, eso haremos… Cuando la encontremos.

Y Lydia, satisfecha, alzó el vuelo, dispuesta a dar con Alma.

Capítulo 4

 

Laya sobrevolaba su sitio secreto, necesitaba comprobar que el diario seguía ahí, probablemente algún día lo necesitaría. En el pequeño libro estaban grabados todos sus recuerdos, cada detalle que recordaba de la Guarida. Su escondite, un islote casi imperceptible en mar abierto, seguía siendo su lugar; el sitio en el que se había refugiado tantas veces para estar sola, lejos de Balthazar.

Después de todo, no había podido deshacerse de él. A pesar de luchar con todas su fuerzas y de poder resistirse a su ligadura, todavía la perseguía a través de su hija.

Su dulce Alma, ¿dónde estaría? Pensar en ella hirió su frío corazón. La extrañaba tanto…

No habían sido capaces de encontrarla y, aunque no quería decirlo en voz alta, de vez en cuando pasaba por su mente la idea de que, tal vez, le hubiese ocurrido algo terrible.

Adriel, ese alado estúpido que ahora era un Alas Negras, era capaz de cualquier cosa, incluso de atentar contra la vida del mismísimo hijo de Balthazar.

No sabía si era un tipo con muchas agallas o tan solo un joven demente.

Demente, como Balthazar. Aún recordaba cómo acabó con la vida de Lylh, su amiga. Su hermana. ¿Cómo demonios habían llegado a eso?

Posó los pies sobre el irregular terreno del islote. Era un pedrusco en el mar, quizás islote era una palabra demasiado grande para esa área tan pequeña.

Se sentó sobre la dura superficie, en la parte más lisa que casi formaba un asiento natural y que, a pesar de su dureza, la había consolado y abrigado en muchos momentos: cuando tomaba notas en su diario, mientras se maldecía en silencio frustrada por no poder salvarlo, cuando lloraba por no poder decirle que sabía quién era él.

Las imágenes de Altair en la celda, destrozado, con su ala quebrada en una posición extraña, su rostro inflamado por los golpes, las heridas… La sacudieron con fuerza, tanta que su bruma negra la envolvió.

Algún día Arión y Orión pagarían muy caro lo que le hicieron; Altair no había dejado que ella le vengara, pero llegaría su momento, ese en el que satisfaría esa deuda pendiente y quedaría por fin en paz.

Acarició con sus manos el asiento, buscando el hueco natural que formaba en su interior y que, por alguna extraña razón, permanecía seco. En una ocasión había hallado el diario un poco húmedo, pero su tapa, fabricada con cuero negro curtido a mano, lo había protegido lo suficiente. Parecía que estaba creado para mantenerlo allí, a salvo.

Algún día se lo daría a su hija, si la encontraba. Merecía conocer toda la historia, cómo empezó todo y lo que sufrieron, no solo a través de sus visiones, sino del puño y letra de su propia madre.

¿Seguiría teniendo esos sueños? ¿Habrían desaparecido? ¿Habrían evolucionado y los tendría más a menudo y con mayor claridad?

Se consolaría pensando que así era, que ese era el motivo por el que seguía viva y era capaz de escapar a Balthazar.

Estaba exhausta, tantas noches de búsqueda infructuosa, tratando de evitar a los Alas Negras, tratando de evitar a Balthazar. Lo conocía tan bien que no necesitaba verlo para saber cuán furioso estaría, en la Guarida todos debían estar frenéticos y aterrorizados. Cuando estaba enfadado de verdad su ira lo asolaba todo, sumiéndolo en una música sombría que marchitaba todo a su paso, que doblegaba a cualquier espíritu, menos el de ella, que siempre había sido diferente, quizás por el amor tan fuerte que sentía por Altair, quizás porque de cierta forma también era parte de Balthazar.

Abrió el diario por una página al azar y leyó por encima las letras dibujadas con esmerada caligrafía.

 

No he podido hablar de esto con nadie, ni siquiera me he atrevido a contárselo a Lylh, algo me dice que a pesar de ser mi única amiga, si lo supiera tendría que traicionarme, y es la única forma que tengo para protegerle. Él no debe saber nunca que soy capaz de anular su ligadura.

 

Laya detuvo la lectura, no le apetecía recordar aquellos días que pensó que había dejado atrás y sin embargo la seguían persiguiendo. Dejó el diario de nuevo en su sitio, a salvo, y alzó el vuelo sin pensarlo. Se elevó todo lo que pudo, hasta que las nubes dejaron de serlo para convertirse tan solo en pequeñas gotas frías y húmedas sobre su piel helada. Le encantaba esa sensación, siempre le había gustado mezclarse con las nubes, acariciarlas, dejar que ellas se fundieran con su cuerpo.

Se elevó más y dejó que los rayos de luna bañaran su rostro. Cerró los ojos y, por un intenso instante, se sintió libre y feliz.

Pero la sensación no duraría mucho, en cualquier momento la imagen de su hija sola, abatida, herida o algo peor, la asaltaría de nuevo.

Debía proseguir la búsqueda, no quedaba elección. Necesitaba saber al menos que ella estaba bien. Continuó su vuelo rápido tratando de hallar alguna señal de ella, algún rastro que le diera la oportunidad de encontrarla, o de tener la certeza de que seguía con vida, pero por alguna maldita razón Alma parecía haberse esfumado sin dejar el menor rastro de ella.

Cansada por la larga noche de búsqueda llegó a la Fortaleza Blanca, sus torres se confundían con las nubes que impedían ver su fin, logrando que parecieran infinitas.

Era un hermoso lugar; el acantilado sobre el que estaba ubicado era salpicado constantemente por la espuma blanca de las olas del mar, un mar que casi siempre se agitaba nervioso, como tratando de proteger la Fortaleza, un lugar inhóspito al que solo se podía llegar si se disponía de alas.

Miró el otro lado del precipicio, donde normalmente los Frágiles se detenían esperando ser recibidos por los Alas Blancas, no había otra forma de llegar, salvo aferrado a uno de ellos, que eran usados como transporte. Por eso, apenas tenían visitas.

El sol acariciaba los muros blancos, dotándolos de un brillante halo dorado. Si pudiera emocionarse ante tanta belleza dejando escapar una lágrima, lo haría. Pero no era capaz.

Observaba embelesada la estructura cuando lo vio: Kennan.

Apenas los rayos del sol salían se lanzaba a la búsqueda de Alma con los primeros rayos del sol; la amaba profundamente, y ella sabía qué clase de amor era ese.

Le preocupaba un poco su estado de salud después del incidente –como le gustaba llamarlo, en vez de su muerte y regreso de las garras de la misma–, no había vuelto a ser el mismo, su confusión y su dolor al conocer qué había sucedido, su adaptación a este nuevo estado, el manejo de emociones que nunca antes había sentido y, sobre todo, comprendía la soledad que sentía. La echaba de menos tanto como ellos, pero Kennan no podía disimular el dolor que eso le causaba.

Lloraba. Y eso le hacía pensar que era frágil y no era consciente del poder que tenía ahora.

Suspiró profundamente y se dirigió a su encuentro.

—¿Vas a salir?

—Como todos los días —le dedicó una sonrisa apagada—. ¿Ahora regresas?

—Como todas las noches —sonrió triste—. ¿Hasta cuándo?

—Hasta que la encuentre.

—Espero que sea pronto. Cada día es más duro, siento como si ella…

—No se te ocurra decirlo —la interrumpió, sujetándola de los hombros con firmeza—. Ella está bien, si no lo sabría. Estoy seguro.

—Eso me gusta creer, que si le hubiese ocurrido cualquier cosa algo en mi interior me advertiría, una alarma tal vez… Pero no estoy segura.

—Son el cansancio y la desesperación los que hablan por ti. Ahora voy a salir, quizás tenga suerte.

—¿Dónde vas a ir?

—No lo sé, a cualquier lado que se me ocurra, a nuestro pozo. Quizás sienta añoranza también.

Kennan miraba a Laya esperando que le dijese que sí, pero no podía mentirle.

—No puedo saber si todavía recordará todo, después de su rápida conversión se marchó como loca en busca de Adriel y David, después de eso Nell y Lydia juran que la perdieron de vista, que estaba como enloquecida.

—Lo sé, pero también sé que está ahí, en algún lugar, esperando que la encuentre.

—Cree que estás muerto.

El suspiro de Kennan llenó el corazón de Laya de amargura.

—No tengo la menor idea de cómo va a actuar cuando me vea.

—Tendrás que ser cuidadoso, si es que llegas a encontrarla.

—Lo manejaré de la mejor forma posible.

—Buenos días —los interrumpió la voz de Altair.

—Buenos días —contestó Laya besando a su marido en los labios fugazmente, no porque no deseara darle un beso profundo para consolarlo, sino porque Kennan los miraba con la tristeza en su rostro, él no podía besar a su esposa. Y quizás, nunca más podría.

—¿Nada? —preguntó escuetamente a su esposa.

—No he tenido suerte. Ninguna.

—Hueles a mar.

Ella sonrió, Kennan no pudo evitar notar que Altair sabía dónde se había dirigido su mujer y despertó su curiosidad.

—Luego nos vemos —dijo Altair despidiéndose con un suave beso de nuevo.

—Hasta el crepúsculo —se despidió Kennan.

Ambos partieron.

—¿Dónde, Kennan?

—Yo al norte. Tú, al sur.

—Está bien, suerte, hijo.

—Gracias.

Todavía le costaba escucharlo llamarle de esa forma tan familiar pero, después de todo, se habían convertido en familia y, además, ahora era un miembro más de los Alas Blancas. Ellos no se comportaban como los Alas Negras, a diferencia de estos, eran una gran familia en la que todos se apoyaban y se ayudaban entre sí.

Alzó el rostro y disfrutó del sol, era lo mejor de esa nueva vida, poder gozar del calor sin miedo a que un Santurrón lo derribase o buscase pelea. Sonrió, ahora el Santurrón era él, y sabía dónde iba a dirigirse: al mar.

La curiosidad había ganado la batalla y deseaba saber dónde exactamente se había dirigido Laya y por qué.

Capítulo 5

 

Kennan se detuvo en el pozo, su pozo, y recordó el momento exacto en el que se elevó con Alma hacia el cielo, arropados por la noche y por sus propias alas.

Rememoró cómo la besó y cómo ese beso lo cambió todo, sabía que le pertenecía, que sería suya, para siempre. No podía amar, era cierto, pero supo que despertaba en él un sentimiento diferente a todos lo que había sentido hasta ese momento, y eso debía significar algo.

Ahora lo sabía con certeza: amor. La amaba hasta tal extremo que incluso su recuerdo le dolía tanto que en sus delirios durante las largas noches en las que se recuperaba de su dura prueba, se estremecía al notar el tacto de sus dedos sobre su piel, de sus labios sobre los suyos… La añoraba de una manera abrumadora, de una forma tan intensa que le apretaba el pecho y se lo estrujaba con fuerza, hasta que sus ojos dejaban escapar esas malditas gotas saladas que le hacían sentir un frágil Santurrón.

Y lo odiaba.

Con todo su ser.