{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Rachel Robinson. Todos los derechos reservados.

CÁSATE CONMIGO, N.º 1791 - junio 2011

Título original: At the Billionaire’s Beck and Call?

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-369-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

Estaba mirándola otra vez. Su jefe, Ryder Bramson.

Macy rehuyó su turbadora mirada para concentrarse de nuevo en la reunión, pero sus ojos volvieron a desviarse, como atraídos por una fuerza magnética, hacia el hombre de ceño fruncido y traje de Armani. Había oído hablar muchas veces de Ryder Bramson, ¿quién no?, pero ésa era la primera vez que lo veía en carne y hueso, el día en que su equipo y él habían viajado hasta Melbourne desde Estados Unidos para comprobar los progresos que estaban haciéndose en aquel proyecto especial.

Con su estatura de metro noventa, el cabello castaño y bien recortado, y esas facciones duras, Macy estaba segura de que Ryder Bramson destacaba allá donde fuera, pero aquello difícilmente podía explicar el inesperado y vibrante deseo que la había invadido nada más verlo. Ni el modo en que se le había cortado el aliento cada vez que sus ojos se habían encontrado durante las presentaciones.

En ese mismo momento estaba observándola de un modo arrogante. Decir que su actitud resultaba desconcertante sería decir poco.

Y no era que no se hubiesen quedando mirándola antes; aquélla había sido una de las pocas constantes en su vida. Antes de que escapase a Australia a los dieciocho, había vivido en una jaula dorada, rodeada de lujos y riqueza, y siendo el centro de todas las miradas. Siendo como era la mayor de las dos hijas de un importante empresario y una actriz de Hollywood, siempre había suscitado la curiosidad de la gente y los medios.

Pero el modo en que aquel hombre la miraba era distinto, más intenso, más penetrante, como si pudiese ver a través de la armadura que se había forjado a lo largo de los años para protegerse.

Macy se estremeció por dentro y volvió a centrarse en las estadísticas que tenía delante.

Su contable terminó en ese momento la exposición que estaba haciendo, y a pesar de sus dispersos pensamientos Macy tomó el relevo.

–En este informe podrán ver las cifras que manejan los potenciales competidores de Chocolate Diva.

Le pasó unas carpetillas a su asistente, que se puso de pie y fue distribuyéndolas entre las personas sentadas alrededor de la mesa.

Ryder tomó la suya y, sin abrirla siquiera, se la pasó directamente a su secretaria.

–Expónganoslas de palabra –le dijo con aquel vozarrón profundo y autoritario.

Macy no se dejó acobardar y empezó a explicar los datos que habían reunido.

–El mercado australiano está saturado de productos relacionados con la industria chocolatera, por lo que tendremos que buscar un nicho si vamos a introducirnos en él. Teniendo en cuenta el estudio que hemos llevado a cabo y nuestras previsiones, nuestra recomendación sería comenzar por tres de los productos que ya tenemos, adaptándolos al consumidor australiano mediante la venta al por menor, y abrir dos tiendas con nuestra marca, una en el centro de Sydney, y otra en el centro de Melbourne.

Durante las dos semanas anteriores a la llegada de Ryder Bramson y su séquito se había entregado en cuerpo y alma a aquel proyecto, hasta el punto de que se sabía las cifras de memoria. Ella y sus chicos habían trabajado a pleno rendimiento, echando muchas horas de más para que todo saliera bien, pero Bramson no parecía impresionado.

Sus marcadas facciones permanecieron impasibles mientras hablaba, atravesándola con esa mirada fija y penetrante.

El pulso se le había acelerado un poco, pero mantuvo una expresión neutra, como la de él, y continuó con su explicación, pasando al análisis de los beneficios y pérdidas que preveían. Apostaría lo que fuera a que esa mirada intimidante era una de las razones de su éxito en los negocios.

Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a dejarle entrever el efecto que le provocaba esa mirada. Había crecido rodeada de hombres fríos y poderosos, empezando por su padre, que se había distanciado de ella cuando Macy sólo tenía trece años y su madre acababa de morir. Comprendía que le recordaba demasiado a su madre por el parecido que tenía con ella, pero el ser consciente de aquello no había mitigado ni un ápice el dolor que le había causado su distanciamiento. Sobre todo porque desde entonces todo su afecto había sido para su hermana, cuya personalidad y aspecto no le recordaban tanto a su difunta esposa.

Macy irguió los hombros. Había superado aquello. Esa experiencia la había cambiado, la había hecho ser quien era: una mujer fuerte e independiente. Podía lidiar con el señor Bramson y su mirada inquisidora.

Pulsó un botón del teclado de su ordenador portátil para desplegar un gráfico que mostraba con más claridad lo que quería explicar. El gráfico apareció también en las pantallas integradas en la mesa, frente a cada una de las siete personas sentadas en torno a ella. Seis bajaron la vista, pero Bramson no apartó los ojos de ella, y Macy sintió cómo los nervios afloraban en su interior.

No iba a dejar que la distrajesen las reacciones de su cuerpo. No iba a dejar escapar la oportunidad de convertirse en la primera directora general de la filial australiana de Chocolate Diva. Lo miró, y le preguntó:

–¿Hay algún problema con su pantalla, señor Bramson?

Él enarcó una ceja; la primera expresión facial que le había visto desde su llegada al edificio, hacía treinta y cinco minutos.

–No he cruzado el Pacífico para mirar gráficos e informes que podría haber estudiado cómodamente en mi despacho, señorita Ashley.

Macy ignoró los nervios en su estómago y asintió. Accionó un interruptor en la mesa, y todas las pantallas se apagaron. Hora de un cambio de rumbo en la presentación. Si de algo no podían acusarla, era de falta de flexibilidad.

Cuando le había hecho una oferta para que trabajara para él, Ryder Bramson le había hecho una promesa. Durante la entrevista que habían mantenido por teléfono, le había dicho que, si aquel proyecto de dos meses salía bien, la pondría al frente de la filial de Chocolate Diva que tenía intención de establecer en Australia. Era exactamente la clase de puesto que quería, la clase de puesto por el que había estado luchando desde el día en que había obtenido su licenciatura en Ciencias Empresariales, y con la nota más alta de su promoción. Un gran paso hacia su meta de dirigir una compañía del tamaño de la de su padre.

Así que, si su jefe no quería molestarse en leer informes, por ella ningún problema.

–Hemos preparado unas muestras de posibles variaciones de nuestros productos para que su equipo las pruebe –le sostuvo la mirada, negándose a parpadear ni a mostrar el menor signo de hallarse intimidada por él–. Si quiere, podemos dejarlo aquí para que sus empleados y usted puedan aprovechar la tarde para recuperarse del jet lag, y mañana a primera hora retomamos la reunión con la degustación de productos.

Bramson volvió a enarcar una ceja, como ofendido de que estuviera sugiriendo que necesitaba tiempo para recuperarse de un viaje en avión. Macy se quedó esperando una respuesta. Le tocaba a él mover ficha.

Finalmente Bramson asintió.

–Si las muestras están listas, yo mismo me encargaré de probarlas –luego, volviéndose hacia sus empleados les dijo–: Podéis iros a descansar al hotel, pero mañana todo el mundo aquí a las nueve en punto.

Los hombres y mujeres de su equipo, todos vestidos de traje, recogieron sus papeles y sus maletines y empezaron a abandonar la sala. Bramson se levantó y, elevando la voz por encima de la algarabía, le dijo a Macy:

–Señorita Ashley, tengo que hacer una llamada. Volveré dentro de diez minutos.

Macy se puso a recoger sus carpetas, y un miembro del equipo de Bramson, un tipo delgado y de pelo entrecano llamado Shaun, le dijo por lo bajo al pasar a su lado:

–No te dejes desalentar; es su forma de ser. Es un buen jefe, pero le llamamos «la Máquina». Ya puedes imaginarte por qué.

Diez minutos después Macy ya estaba de nuevo en la sala de reuniones, mirando a su alrededor para asegurarse de que no faltaba nada. Tina, su ayudante, y ella habían reunido una serie de ingredientes el día anterior para que el equipo de Ryder Bramson se hiciera una idea aproximada de cómo podrían adaptarse los productos de Chocolate Diva al mercado australiano.

Tina entró en ese momento con un bol con trozos de fruta y lo puso sobre la mesa.

–¿Cómo quieres que lo hagamos?

Macy había pensado aquella degustación para un grupo, pero no debería haber problema en ajustarla para una sola persona. Aunque estaba bien donde estaba, empujó un bol de lichis un centímetro a la izquierda.

–Mientras tú preparas las muestras y se las vas dando al señor Bramson, yo iré explicando por qué hemos escogido esos ingredientes.

–De acuerdo.

Tina puso en marcha una fuente de chocolate que habían llenado con chocolate negro importado de su propia marca.

Macy vio algo moverse por el rabillo del ojo, y al volverse vio a Ryder Bramson en el umbral de la puerta. Se había quitado la chaqueta y la corbata, y se había remangado. La piel bronceada de sus fuertes antebrazos estaba cubierta por vello oscuro, y tenía unas manos grandes con largos dedos. La mente de Macy se vio de pronto asaltada por una imagen de esas manos recorriendo su piel y de esos brazos rodeándola y atrayéndola hacia sí. Alzó la vista a su rostro, deteniéndose primero en su carnoso labio inferior, y luego en los ojos, que estaban observándola.

Macy tragó saliva y dio un paso atrás, poniendo una silla entre ellos.

Tina levantó la cabeza hacia Ryder Bramson y sonrió; una reacción profesional, no como la suya.

–Ah, señor Bramson. Ya estamos listas para empezar.

Ryder Bramson mantuvo sus ojos fijos en Macy un instante más antes de mirar a su ayudante.

–Tina, ¿no? Parece que ha hecho usted un trabajo estupendo, pero estoy seguro de que tiene muchas cosas que hacer, y de que la señorita Ashley podrá ocuparse sola de esto.

El corazón de Macy palpitó con fuerza. Miró a Tina, y vio la pregunta en sus ojos. Sabía que Tina estaba trabajando a destajo para reunir la información de los comercios minoristas que pudieran estar interesados en vender su marca, y dado que Ryder era el único que iba a hacer la degustación, lo más lógico era que se ocupara ella sola. Claro que con la tensión sexual que había entre su jefe y ella, y con el modo en que se derretía por dentro cada vez que la miraba, no estaba segura de poder hacerlo ni de que...

Macy puso freno a sus pensamientos. Nunca había dejado que nada la distrajera de sus objetivos, y no iba a empezar a hacerlo ahora. Inspiró profundamente y sonrió a Tina.

–Está bien. Puedes irte.

Cuando Tina se hubo marchado, Ryder se acercó y escudriñó los alimentos que habían puesto en la mesa antes de mirarla a los ojos.

–¿Dónde quiere que lo hagamos?

Macy se quedó quieta, pero las duras facciones de Ryder permanecieron impasibles mientras sus ojos seguían fijos en ella. No parecía que estuviera flirteando con ella, ni intentando tomarle el pelo. Esbozó una sonrisa educada y señaló la cabecera de la mesa.

–Nos sentaremos ahí.

Ryder tomó asiento en la cabecera, y ella ocupó la silla de al lado para poder tener al alcance de la mano todos los ingredientes.

–Entre los productos que hemos probado con un grupo de población, las Barritas de Trufa han dado muy buen resultado, y pensamos que podemos introducirlas en el mercado sin modificación alguna.

Con los codos apoyados en los brazos del sillón, Ryder unió las yemas de los dedos de ambas manos bajo su barbilla pero no dijo nada.

–El segundo producto que introdujimos en nuestro estudio son los Bocados Diva –continuó Macy. Los Bocados Diva consistían en un trozo de fruta deshidratada recubierto con una gruesa capa de chocolate negro, y eran el segundo producto más vendido de la marca en Estados Unidos después de las Barritas de Trufa–. Otros productos habría que adaptarlos un poco, reemplazando algunos ingredientes originales por otros autóctonos. Por ejemplo, en Australia no hay producción de cerezas ni de arándanos, así que estamos considerando la posibilidad de sustituirlos por frutas de aquí.

Ryder señaló los boles que tenía frente a él.

–Como el mango.

Macy asintió y pinchó un trozo de mango deshidratado con un palillo. Luego lo puso bajo el chorro de la fuente de chocolate para recubrirlo.

–Esto es mango deshidratado de la variedad Bowen. En el norte hay una producción abundante durante el verano, y ahora mismo estamos tanteando a los productores.

Esperó a que el chocolate se solidificara, y le tendió el palillo a Ryder, pero ya era demasiado tarde cuando se dio cuenta de que apenas quedaba espacio en el palillo para los dedos de ambos. El pulgar y el índice de Ryder rodearon los suyos, y fue como si el tiempo se detuviera por un instante. Su cuerpo reaccionó al instante al contacto, y sintió que una ola de calor la envolvía.

¡Y pensar que había estado fantaseando con las manos de Ryder hacía sólo unos minutos! Suerte que estaba sentada.

Por fin los dedos de él tomaron el palillo y Macy lo soltó. Ryder se llevó el bocado a la boca, y Macy vislumbró su lengua un instante antes de que el bocado de chocolate despareciera y él se sacara el palillo, deslizándolo entre sus labios cerrados.

Al darse cuenta de que se había quedado mirándolo descaradamente, Macy apartó la vista y se puso a pinchar otros trozos de fruta con más palillos, aunque esa vez decidió que mejor se los ofrecería en un plato.

Manteniendo los ojos en lo que estaba haciendo, le preguntó:

–¿Qué le parece?

Ryder seguía sin responder mientras mojaba varios trozos más de otros trozos de frutas deshidratadas en la fuente y los colocaba en el plato, así que alzó la vista... y se encontró con que estaba mirándola.

Ryder carraspeó.

–Delicioso.

Había una sensualidad innegable en su voz, pero Macy se esforzó por ignorarla. No podía echar a perder aquella oportunidad de conseguir el puesto de directora general en la nueva filial australiana de Chocolate Diva.

Puso el plato en la mesa y lo empujó hacia él.

–Otras frutas que abundan aquí son la piña, los lichis y las fresas.

Ryder probó los otros bocados que le había preparado y asintió con la cabeza para indicar su aprobación.

–Muy bien. Pero en la reunión dijo que recomendaba empezar por introducir tres de nuestros productos en el mercado australiano. El primero y el segundo son las Barritas de Trufa y los Bocados. ¿Y el tercero?

–Los bombones –contestó Macy–. Los cinco rellenos que tenemos deberían ser adecuados, pero haremos más estudios de grupo.

En ese momento llamaron a la puerta y entró Tina.

–¿Cómo va todo? –le preguntó a Macy–. ¿Me necesitáis?

–No, la señorita Ashley me está atendiendo muy bien, gracias –replicó Ryder mirando a Macy.

Ésta volvió a sentirse acalorada. Era como si la intensidad de su mirada pudiera tocarla, acariciarla. Suerte que la mayor parte del tiempo estaban trabajando en puntos opuestos del globo. Le costaba mantener la compostura con Ryder Bramson cerca.

Se echó el pelo hacia atrás y bajó la vista a los ingredientes que Ryder ya había probado.

–Bueno, en realidad, a menos que quiera volver a degustar estos ingredientes, no tengo mucho más que enseñarle.

Ryder se puso de pie.

–De acuerdo, entonces dejémoslo por hoy. Tina, encárguese de repetir la degustación mañana con Shaun y el resto de mi equipo –dijo. Se volvió hacia Macy–. Señorita Ashley, querría hablar un momento con usted a solas. En mi despacho.

Macy tragó saliva y asintió.

–Cómo no.

Aquélla era su oportunidad para impresionarlo, la oportunidad que había estado esperando. Claro que eso había sido antes de conocerlo en persona y de darse cuenta de lo atraída que se sentía por él. ¿No se multiplicaría por mil el efecto que tenía sobre ella cuando estuvieran a solas en su despacho?

Capítulo Dos

De espaldas a la mesa de su despacho provisional, Ryder miraba por el ventanal las embarcaciones que navegaban por el río Yarra.

Macy era perfecta. Había cruzado el globo para conocerla, y se había encontrado con que tenía la cara de un ángel, el cuerpo de una Venus, y que era fuerte como el acero. Si quería casarse con ella, era sólo para poder comprar la compañía del padre de Macy, pero todo apuntaba a que iba a disfrutar con aquel matrimonio.

En ese momento oyó la voz de Macy acercándose por el pasillo mientras daba instrucciones sobre algo a un miembro de su plantilla, y apartó aquellos pensamientos de su mente. Todo a su tiempo. No debía adelantar acontecimientos.

Al poco Macy llamaba a la puerta abierta de su despacho. Ryder se volvió. Macy lo miró expectante, con la sedosa cortina de cabello castaño cayéndole sobre los hombros. Sus largas y torneadas piernas asomaban por debajo de la falda de su traje, pero Ryder hizo un esfuerzo por no mirarlas.

Le indicó con un ademán que pasara.

–¿Quería verme, señor Bramson?

–Creo que podemos dejarnos de formalidades; llámame Ryder –le dijo él–. Sé que no hace falta que te diga que el que decidamos finalmente expandir nuestras ventas aquí a Australia depende de las conclusiones de este proyecto, pero quería decirte que estáis haciendo un buen trabajo con este proyecto.

–Gracias.

Ryder no habría sabido decir si su cumplido la había halagado o no. La expresión de Macy se mantuvo neutra. Se metió las manos en los bolsillos.

–¿Has tenido algún problema con el proyecto?

Ella encogió un hombro.

–Nada con lo que no pudiera lidiar.

Ryder esbozó una leve sonrisa. Buena respuesta. Tenía que admitir que, aunque apenas la conocía, Macy ya le gustaba más que cualquiera de las mujeres con las que había salido. Desde el momento en que había decidido que iba a casarse con ella, hacía tres semanas, justo después de la lectura del testamento de su padre, había hecho algunas averiguaciones sobre ella, y había descubierto algunas similitudes entre los dos. Ambos provenían de familias de gran notoriedad, complicadas, y los dos se habían alejado todo lo posible de sus familiares y de la publicidad que los rodeaba.

El día de la lectura del testamento de su padre, se había llevado la desagradable sorpresa de que su padre había dividido las acciones de la compañía matriz, Grupo Bramson, entre sus hijos ilegítimos y él.

Su padre había empezado con una empresa en el sector alimentario, pero luego también había entrado en el sector hotelero, y Ryder siempre había pensado que sus medio hermanos heredarían Hoteles Bramson, y él Alimentación Bramson, la división a la que él se había dedicado durante todos esos años, o que, siendo como era el único hijo legítimo, lo heredaría todo.

Pero en vez de eso, tras la repentina muerte de su padre, lo que éste había dejado dispuesto en su testamento no había hecho sino embrollarlo todo. Ni sus medio hermanos ni él tenían suficientes acciones de la empresa matriz como para hacerse con el control, y la junta directiva se había convertido en un campo de batalla.

Hasta su divorcio, su madre había sufrido estoicamente la infidelidad de su marido, y a cambio él la había humillado públicamente tras su muerte. Por eso Ryder estaba decidido a conseguir la mayoría de las acciones para hacerse con el control del la junta directiva y volver a poner las cosas en su sitio.

Sin embargo, el fondo de la cuestión era que necesitaba hacerse con las acciones del Grupo Bramson que tenía Ian Ashley, el padre de Macy, y el problema era que éste no estaba dispuesto a venderlas si no era junto con su empresa, Ashley Internacional, y únicamente al hombre que se casara con una de sus dos hijas. Si además de conseguir las acciones casándose con ella, resultaba que había química entre Macy y él, tanto mejor.

Era el momento de poner su proposición encima de la mesa, y por eso la había hecho ir a su despacho, para poder hablar a solas con ella.