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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Heidi Rice.

Todos los derechos reservados.

ESPERANZAS OCULTAS, N.º 1804 - agosto 2011

Título original: Public Affair, Secretly Expecting

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-681-8

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

En el abarrotado aeropuerto de Heathrow, Juno Delamare intentaba controlar los nervios mientras buscaba en la pantalla el vuelo 155 procedente de Los Ángeles. Pero al comprobar que ya había aterrizado, su corazón se volvió loco.

«Por favor, chica, cálmate».

Juno metió las manos en los bolsillos de sus nuevos vaqueros, que ya tenían un siete en la rodilla, y respiró profundamente. Debía calmarse, se dijo. Tenía que llevar a cabo una misión muy importante y no había tiempo para un ataque al corazón.

Cuando la estrella de Hollywood Mac Brody apareciese en el vestíbulo de llegadas tenía que estar lista y en control de sus facultades para entregarle la invitación a la boda de Daisy Dean, su mejor amiga, y asegurarse de que acudiría.

Daisy iba a casarse con el millonario constructor Connor Brody en dos semanas y ella había decidido reunir a los dos hermanos, que llevaban años sin verse. De modo que su misión era que Mac Brody acudiese a la boda, quisiera él o no.

Cómo iba a hacerlo no tenía ni idea, pero estaba dispuesta a intentarlo. Daisy la había ayudado a poner su vida en orden seis años antes, cuando pensó que ya nada ni nadie le importarían nunca más, y estaba en deuda con ella.

Desgraciadamente, no había pensado en la logística y en aquel momento, a punto de verlo aparecer por la puerta de llegadas en la imponente terminal de Heathrow, la logística empezaba a atragantársele.

¿Y si fracasaba? ¿Y si Mac Brody viajaba con un ejército de guardaespaldas y no podía acercarse a él? ¿Y si se negaba a aceptar la invitación? Y luego estaba el golpe de gracia: ¿cuándo fue la última vez que se acercó a un extraño para intentar convencerlo de algo? Su capacidad de persuasión no era precisamente legendaria con los hombres.

No le iba lo de la seducción, no era lo bastante guapa ni tenía vestuario para ello. Y eso significaba que tendría que apelar a la generosa naturaleza de Mac Brody, suponiendo que la tuviera.

No lo conocía y nunca había visto una película suya, pero estaba en casa de Daisy dos semanas antes, cuando llegó la carta… y eso le había dicho todo lo que necesitaba saber sobre la personalidad de Mac Brody, superestrella de Hollywood y chico malo irlandés.

Era muy guapo, sí… si a una le gustaban los hombres altos, morenos y de aspecto peligroso. Pero bajo toda esa virilidad había un tipo arrogante, superficial y egocéntrico.

Juno se enfadó al recordar el tono grosero de la carta.

Daisy estaba tan emocionada, tan segura de que serían buenas noticias, pero dentro del sobre estaba la invitación de boda que le habían enviado, con una nota de su representante diciendo que el señor Cormac Brody no acudiría a la boda de su hermano Connor y pidiéndoles, además, que no volvieran a ponerse en contacto con él.

La nota había hecho llorar a Daisy y su amiga no lloraba nunca. Connor le había pasado un brazo por los hombros, diciendo que no se disgustara, que Mac tenía derecho a tomar sus propias decisiones y no podían presionarlo. Pero Juno había visto la pena que intentaba disimular.

¿Qué derecho tenía Cormac Brody a hacerle daño a su hermano? ¡Y ni siquiera había tenido valor para escribir la nota él mismo!

Juno se abrió paso entre la gente y apoyó los brazos en la barrera. Ignorando los locos latidos de su corazón, estudió a los pasajeros que iban saliendo. Tendría que disimular su hostilidad hacia Brody si quería convencerlo para que fuese a la boda, pero pasara lo que pasara no iba a darle la satisfacción de mostrarse nerviosa sólo porque fuera una estrella de Hollywood. Y tampoco iba a suplicarle.

Se fijó entonces en un tipo muy alto. En contraste con el resto de los viajeros, de aspecto elegante, la ropa de aquel hombre era informal hasta el punto de ser cutre: vaqueros gastados bajos de cintura, una viejísima y descolorida camiseta de los Dodgers que dejaba al descubierto sus bíceps y una gorra que prácticamente ocultaba su rostro.

Juno pudo ver también la sombra de barba y el oscuro pelo ondulado que le llegaba casi hasta los hombros…

¿Podría ser Brody? Si era él, no era lo que había esperado en absoluto. Con la cabeza baja, aquel hombre parecía querer pasar desapercibido.

Y estaba funcionando porque nadie se había dado cuenta de quién era.

Juno se abrió paso entre la gente, su corazón latiendo como loco.

Con la mirada en el suelo, Mac Brody intentaba olvidarse del ruido de la terminal mientras giraba los hombros para controlar la tensión y la fatiga del viaje.

Nunca le habían gustado los aeropuertos y Heathrow tenía malos recuerdos para él. La última vez que estuvo allí, tres años antes, los paparazzi le habían tendido una emboscada. Había pasado menos de una semana desde su ruptura con la top model Regina St. Clair y dos días desde que Gina vendió la historia a la prensa, contando que era adicto a la cocaína y que se acostaba con una mujer diferente cada noche.

Las fantasías de Gina podrían haber tenido gracia, pero mucha gente la había creído y desde entonces lo perseguía esa reputación de «chico malo», algo que lo sacaba de quicio porque no era verdad.

Gina se había vengado de él contando esas mentiras porque se sentía traicionada y Mac había aprendido la lección. A partir de entonces, cada vez que salía con una chica dejaba bien claro desde el principio que no quería una relación seria.

Mac miró el vestíbulo de llegadas y al ver que no había fotógrafos dejó escapar un suspiro de alivio. Podía soportar a los paparazzi cuando no tenía más remedio, pero después de un vuelo de once horas estaba agotado. Afortunadamente para él, había aprendido a mezclarse con la gente sin llamar la atención y no solían reconocerlo a menos que él quisiera ser reconocido.

Pero cuando se dirigía a la puerta de la terminal, una chica salió de detrás de una columna y se interpuso en su camino.

–¿Es usted Cormac Brody? –le preguntó.

–Baje la voz –dijo él, mirando alrededor.

–Siento molestarlo, pero tengo que hablar con usted. Es muy importante.

–Muy importante, ¿eh?

Había oído eso muchas veces, pero cuando estaba a punto de decirle que no tenía tiempo la miró a los ojos y, por alguna razón, no le salió la negativa.

Fuese quien fuese aquella chica, era una monada.

Los vaqueros y la camisa deberían darle aspecto de chicazo, pero le quedaban muy bien, acentuando una cintura estrecha y unos pechos pequeños pero altos.

Y luego estaba el impacto de esa carita ovalada y esos ojos…

Ni verdes ni azules sino algo entre medias, transparentes y enormes, fueron lo que más llamó su atención. Y si añadía la melenita rubia oscura, la piel limpia y la estructura ósea perfecta, debía admitir que el efecto era fabuloso.

Mac se preguntó si sería una fan. Esperaba que no.

–¿Qué es tan importante? No tengo mucho tiempo, cariño.

Ella lo fulminó con esos ojazos que no eran verdes ni azules y Mac tuvo que disimular una sonrisa.

–No se ponga condescendiente, señor Brody.

–Le agradecería mucho que no dijese mi nombre en voz alta. No quiero que nadie se fije en mí.

Guapa o no, aquella chica empezaba a ser una molestia.

Mac miró alrededor para comprobar que nadie se fijaba en ellos y se encontró con la persona a la que menos querría ver: Pete Danners, su mayor enemigo, el paparazzi que lo había perseguido como un rottweiler tres años antes.

–Maldita sea –Mac tiró al suelo su bolsa de viaje y la tomó por los hombros para esconderse detrás de una columna.

–¿Se puede saber qué…?

–No se mueva –la interrumpió él–. Si ese hombre me ve, este viaje será una catástrofe.

Juno se quedó tan sorprendida que casi se olvidó de respirar.

¿Qué estaba pasando?

Un segundo antes estaba mirando los ojos azules de Cormac Brody y pensando que era mucho más guapo en persona que en las fotografías y, de repente, él la empujaba contra una columna. Estaban tan apretados el uno contra el otro que podía sentir la hebilla de su cinturón clavada en su estómago.

–¿Qué está haciendo?

No había estado tan cerca de un hombre en seis años y debería ponerse a gritar. Pero, además de la sorpresa, sentía un calor poco familiar, un cosquilleo extraño.

–Se ha ido, gracias a Dios –dijo él entonces–. Te debo una, guapa.

–No puedo respirar…

Mac se quitó la gorra y clavó en ella sus ojazos azules.

–¿Qué te pasa? –le preguntó, tuteándola por primera vez.

«Tú me pasas», pensó Juno, pero no podía decirlo en voz alta.

–Relájate, cariño –dijo él, poniendo una mano en su cuello. Juno intentó decir algo, lo que fuera, pero sólo le salió un gemido–. ¿Qué tal si probamos con esto?

Entonces, de repente, inclinó la cabeza para besarla. Y en cuanto esos labios rozaron los suyos, el pulso de Juno se volvió loco.

Debería empujarlo, pero sin darse cuenta abrió lo labios y él aprovechó para deslizar la lengua en el interior de su boca. Y esa invasión desató un río de lava entre sus piernas, un cosquilleo que no había sentido nunca.

Sus lenguas se batían en duelo, tentativamente al principio, mientras él metía una bajo la camiseta para acariciar sus costillas… pero cuando se apretó más contra ella y sintió el duro miembro masculino rozando su vientre, Juno se apartó, asustada.

–Vaya, esto ha sido una sorpresa –murmuro él, con una sonrisa en los labios–. Pero será mejor que paremos antes de que se nos escape de las manos.

Juno lo miró, atónita.

¿Qué había hecho? Después de seis años de soltería, había besado a un completo extraño en el aeropuerto de Heathrow. Un extraño que ni siquiera le gustaba.

–¿Podría apartar la mano? –le espetó, avergonzada al notar que seguía acariciándola.

–¿Qué tal si buscamos algún sitio para seguir con esto en privado?

Juno se arregló la camisa con manos temblorosas, notando que le ardían las mejillas. ¿Pensaba que era una prostituta o algo así?

–¿Pasa algo? –le preguntó él, mirándola con cara de sorpresa.

«Pues claro que pasa algo, una ninfómana acababa de apoderarse de mi cuerpo».

–No, no pasa nada.

–¿Seguro? Actúas de una forma un poco extraña.

«No te lo puedes ni imaginar».

–Tengo que irme.

Y era cierto. Tenía que alejarse de esos ojos azules y de ese rostro tan atractivo antes de que volviese la ninfómana.

Pero él la tomó por la muñeca.

–Espera un momento.

–No, de verdad tengo que irme.

–No se besa a un hombre de ese modo para luego dejarlo plantado. Además, ¿no tenías algo importantísimo que decirme?

La invitación de boda.

¿Cómo podía haber olvidado la boda de Daisy?

–Suelte mi mano –le dijo–. Tengo algo para usted.

–Sí, eso ya lo sé –bromeó él.

Juno notó que sus mejillas ardían aún más. Maldito fuera. ¿Por qué la afectaba de ese modo?

–Es una invitación para la boda de su hermano. Se celebrará en Niza y…

La sonrisa de Mac Brody desapareció.

–¿De qué estás hablando?

–Es de mi amiga Daisy, la prometida de su hermano –insistió Juno, ofreciéndole el sobre.

Le pareció ver un brillo extraño en sus ojos, pero desapareció enseguida, de modo que no podía estar segura.

–Yo no tengo ningún hermano –dijo él, arrugando el sobre.

–Pues claro que lo tiene –replicó Juno, preguntándose qué demonios habría ocurrido entre Connor y él.

Se había prometido a sí misma que no suplicaría, pero después de lo que había pasado suplicarle ya no le parecía tan horrible.

–Por favor, tiene que ir a la boda. Es muy importante.

–Para mí no lo es, así que puedes decirle a tu amiga que no estoy interesado.

–¿Cómo puede ser tan… indiferente?

–¿Y por qué es asunto tuyo?

–Ya le he dicho que Daisy es mi amiga, mi mejor amiga.

–Ah, claro. ¿Y el beso fue idea tuya o de tu amiga?

–¡Usted sabe perfectamente que el beso ha sido cosa suya!

–¿Ah, sí?

–¿Sabe una cosa, señor Brody? Que sea rico y famoso no le da derecho a tratar a su familla como si fueran basura. Daisy y Connor son dos personas maravillosas y se merecen a alguien mejor que usted. Francamente, no sé por qué quieren que vaya a la boda.

De repente, Mac Brody soltó una carcajada.

–Y si te parezco tan horrible, ¿por qué me has besado?

Si no dejaba de hablar del maldito beso le daría una bofetada.

–Entonces no le conocía. Ahora lo conozco.

–Ah, pero aún no has visto lo mejor.

Juno volvió a ponerse colorada pero irguió los hombros, negándose a reconocer aquel extraño cosquilleo en el vientre.

–Me parece que sobrevalora sus encantos, señor Brody.

Él rió de nuevo.

–Pero nunca estarás segura del todo, ¿verdad?

Juno no dignificó la pregunta con una respuesta. Qué pedazo de arrogante, imbécil, creído…

Iba echando humo mientras salía de la terminal, su corazón latiendo al ritmo de sus zancadas. No estaba equivocada sobre Mac Brody, aquel hombre no merecía una familia tan maravillosa como la de Daisy, Connor y su precioso hijo, Ronan. Afortunadamente, no iría a la boda. Qué alivio no tener que volver a ver a aquel tipo insoportable en toda su vida.

Mac dejó de sonreír mientras veía a la chica salir del aeropuerto… o más bien, mientras admiraba la curva de su trasero.

No debería haberle tomado el pelo, pero le había parecido irresistible. Como lo había sido el deseo de besarla. Aunque aún no sabía muy bien por qué.

Al ver una chispa de deseo en sus ojos, el instinto se había apoderado de él. Y cuando empezó a besarla, su inocente respuesta le había parecido embriagadora.

Pero la espontaneidad era una cosa, la temeridad otra muy diferente.

Mac miró alrededor. Afortunadamente, no parecía haber paparazzi por ninguna parte. Si Danners lo hubiera visto besando a aquella chica, podría haberle hecho una docena de fotos y él no se habría dado ni cuenta.

Suspirando, tomó la bolsa del suelo y se dirigió a la puerta. Sólo entonces se dio cuenta de que seguía teniendo la invitación de boda en la mano y se acercó a una papelera. Como le había dicho a la chica, ya no tenía hermano, no necesitaba a su familia y no tenía intención de acudir a boda alguna. Lo último que necesitaba era revivir cosas que llevaba tanto tiempo intentando olvidar.

Pero cuando iba a tirarla a la papelera, se llevó el sobre a la cara y respiró el aroma de la chica en el papel… y sintió algo, una emoción que llevaba mucho tiempo sin sentir.

La deseaba. Después de aquel beso, era evidente. No era tan sofisticada o tan complaciente como las chicas con las que solía salir en Hollywood, pero lo había cautivado. Y a él no se le cautivaba fácilmente.

Mac miró el sobre. Tal vez que fuese diferente era la razón por la que lo atraía tanto. Su ropa de chico, su piel suave y su respuesta airada representaban lo único que no había tenido en mucho tiempo: un reto.

Y ni siquiera sabía su nombre.

Murmurando una palabrota, Mac guardó el sobre en el bolsillo del pantalón.