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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Katherine Garbera

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cautivos del destino, n.º 156 - agosto 2018

Título original: Bound by a Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-694-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Allan McKinney parecía un actor de Hollywood con su cuerpo esbelto, hecho para el pecado, el estiloso corte de su pelo castaño oscuro y sus penetrantes ojos grises, capaces de hacer que una mujer se olvidara de pensar. Pero Jessi sabía que era el demonio disfrazado.

Era un mal tipo y siempre lo había sido. Conociéndolo como lo conocía, no se imaginaba que se hubiera acercado a su mesa de Little Bar, en la zona de Wilshire/La Brea de los Ángeles, por otra razón que no fuera pavonearse de su última victoria.

Solo habían pasado tres semanas desde que él, junto a sus vengativos primos de Playtone Games, se hubieran hecho con la compañía de su familia, como colofón a la rivalidad de toda una vida.

Acababan de salir de una reunión en Playtone Games en la que había hecho una propuesta para salvar su puesto. Lo más humillante de aquella fusión empresarial era arrastrarse a los pies de Allan. Era una buena directora de marketing, pero en vez de poder continuar en su puesto y sacar adelante el trabajo, tenía que ir una vez en semana a la ciudad desde Malibú y demostrarle a los Montrose que se estaba ganando su sueldo.

Allan se sentó en el taburete de al lado rozando con sus largas piernas las suyas. Se comportaba como si fuera el dueño no solo de aquel lugar, sino del mundo entero.

Eran las cinco de la tarde y el bar empezaba a llenarse de gente que acababa de salir de trabajar. Allí era una persona anónima y podía relajarse, pero con Allan a su lado interrumpiendo su momento de paz iba a ser imposible.

–¿Has venido para restregármelo por las narices? –preguntó ella.

Era lo que se esperaba del hombre que pretendía ser y con el que se había enzarzado en una competición desde que se habían conocido.

–Es algo muy de los Montrose McKinney.

Su padre siempre había advertido a sus hijas de que evitaran a los nietos de Thomas Montrose debido a las malas relaciones entre ambas familias. Había seguido su consejo, pero antes incluso de la compra de la compañía, no le había quedado más remedio que tratar con Allan cuando su mejor amiga, Patti, se había enamorado y luego casado con su mejor amigo.

–No exactamente. He venido a hacerte una oferta –dijo.

Luego, le hizo una seña a la camarera y le pidió un whisky.

–Gracias, pero no necesito tu ayuda.

Allan se pasó la mano por el pelo, entornó los ojos y le dirigió una mirada que la obligó a enderezarse en su asiento.

–¿Te diviertes provocándome?

–Más o menos –respondió ella.

Disfrutaba discutiendo con él y llevando la cuenta de quién ganaba y quién perdía.

–¿Por qué? –preguntó Allan, sacando su teléfono y colocándolo en la mesa.

Bajó la vista a la pantalla antes de volver a mirarla.

–Estar pendiente del teléfono y no de la persona con la que estás es una de las razones – respondió ella.

Le molestaba que la gente hiciera eso, y más aún si el que lo hacía era Allan.

–Además –añadió Jessi–, me gusta ver cómo se resquebraja tu fachada perfecta cuando no puedes ocultar al verdadero Allan.

La camarera le trajo la bebida y él se echó hacia delante apoyándose sobre los codos. La mujer era atractiva y llevaba unas gafas negras que eran claramente una declaración de personalidad y que combinaban muy bien con su corte de pelo. Allan le sonrió y la camarera se sonrojó. Jessi puso los ojos en blanco.

–¿Qué he hecho para que me odies tanto? –dijo Allan, volviéndose hacia ella cuando la camarera se fue.

–¿Qué más te da?

–Estoy cansado de discutir siempre contigo. Por cierto, eso me recuerda la razón por la que quería hablar contigo.

–¿De qué se trata?

–Me gustaría comprar tus acciones de Infinity Games. Ahora valen mucho, y ambos sabemos que no estás dispuesta a trabajar para mi primo Kell ni para mí. Te haré una buena oferta.

Jessi se quedó sorprendida, tratando de asimilar sus palabras. ¿Acaso pensaba que el legado de su familia no significaba nada para ella? Cada vez que pensaba en lo mucho que habían trabajado su padre y su abuelo… No, de ninguna manera iba a vender, y mucho menos a un Montrose.

–Ni hablar, antes las regalaría que vendértelas a ti.

Él se encogió de hombros.

–Creo que es una buena idea que nos puede salvar a todos de muchos quebraderos de cabeza. No pareces muy interesada en trabajar para la compañía resultante de la fusión.

–No voy a vender –dijo una vez más, por si acaso se estaba haciendo a la idea de que se ablandaría–. Tengo pensado mantener mi puesto de trabajo y hacer que tus primos y tú os traguéis vuestras palabras.

–¿Qué palabras?

–Que Emma y yo somos prescindibles.

Su hermana mayor y ella todavía tenían que demostrar su valía si querían conservar sus puestos de trabajo. Aunque eran accionistas y siempre serían propietarias de un porcentaje en la compañía, sus empleos estaban en la cuerda floja. Su hermana pequeña, Cari, se las había visto negras con los primos Montrose, y había acabado manteniendo su puesto y enamorándose de uno de ellos.

Declan Montrose se había comprometido con ella. Había llegado a Infinity Games tres meses antes para ocuparse de la fusión de las compañías, lo que conllevaba despedirlas. Pero Cari le había dado la vuelta a la tortilla revelándole que era el padre de su hijo de nueve meses fruto de la breve aventura que habían tenido. Aquello había sido una gran sorpresa para todos. Al final, Dec y ella se habían enamorado y Cari se las había arreglado para salvar su puesto en Playtone–Infinity Games.

–No iba a negarlo –dijo Allan–. La situación de Emma y tuya es diferente a la de Cari. Cuando compartió con Dec y conmigo su fórmula para salvar al personal de Infinity Games, se mostró dispuesta a escuchar nuestras ideas.

Aquellas palabras le dolieron, aunque no podía negar que eran ciertas. Cari era conocida por ser la hermana cariñosa, y Jessi, bueno, siempre había sido la rebelde, la manipuladora. Pero eso no significaba que no tuviera sentimientos. Quería que la empresa de videojuegos legado de su familia prosperara. Después de todo, Gregory Chandler había sido pionero en la industria durante los años setenta y ochenta.

–Tengo algunas ideas en las que he estado trabajando.

–Cuéntamelas –le incitó Allan, mirando de nuevo su teléfono.

–¿Para qué? –preguntó ella.

–Para ver si eres sincera acerca de mantener tu posición. No más ideas tontas, como tener personajes de los juegos en los centros comerciales. Eres la directora de marketing y esperamos más de ti.

–No son… Bueno, tal vez sí sean un poco tontas.

–¿Qué más tienes en mente? Eres demasiado inteligente para no tener una buena idea –dijo él, mirándola con sus ojos penetrantes.

–¿Es eso un cumplido?

–No te hagas la sorprendida. Eres muy buena en tu trabajo y ambos lo sabemos. Cuéntame, Jessi.

Jessi se quedó pensativa. Era buena en lo que hacía, y nunca había dudado tanto como en aquel momento. Era como si hubiera sido vapuleada.

–Yo no… ¿Qué puedes hacer?

–Decidir si merece la pena que pierda el tiempo contigo.

–¿Por qué?

–Nuestros mejores amigos están casados y somos los padrinos de su hija. No puedo dejar que Kell te despida sin al menos ofrecerte mi ayuda. Patti y John nunca me lo perdonarían.

–Entonces, ¿por qué quieres comprar mis acciones?

–Porque eso resolvería el problema y ambos saldríamos bien parados.

–Cierto, pero eso no va a pasar.

Jessi se frotó la nuca. No le gustaba nada aquella fusión, pero tampoco le agradaba la idea de ser despedida.

–No creas que voy a dejarme impresionar por tu cuenta bancaria –añadió.

Él se encogió de hombros ante su comentario y por un momento se quedó pensativo.

–Te molestó que enviara mi avión a recogerte a ti y a Patti la primera vez que nos vimos, ¿verdad? –preguntó, y echó una furtiva mirada a su teléfono antes de volver su atención a ella.

Jessi dio un sorbo a su gin tonic.

–Sí. Te estabas tomando demasiadas molestias. Quiero decir que ofrecernos tu avión privado para volar a París… Me pareció demasiado presuntuoso.

–Tal vez solo quería que Patti tuviera una proposición de matrimonio que nunca olvidara. Tú y yo sabemos que John no gana lo que gano yo. Solo estaba ayudando a mi amigo.

–Lo sé. Fue romántico. Admito que no me comporté como debería… Creo que a veces puedo ser un poco impertinente.

–Bueno, desde luego que aquel fin de semana lo fuiste –dijo él.

Al inclinarse hacia ella percibió el olor de su loción de afeitado. Cerró los ojos unos segundos. Como dejara de considerarlo un adversario, una parte de ella iba a sentirse atraída por él. Era la única persona con la que podía enfrentarse cara a cara y seguir dirigiéndole la palabra al día siguiente. Se daba cuenta de que para ella era importante ganar y no se enfadaba si lo hacía. Por su parte, él disfrutaba desquitándose, y eso le gustaba tanto como le irritaba.

–Pero eso forma parte ya del pasado. Trabajemos juntos. Creo que probablemente Emma y tú podéis aportar mucho en la nueva compañía.

–¿Probablemente? –repitió Jessi, y dio otro sorbo a su bebida antes de continuar–. Está bien, me he enterado de que van a estrenar tres películas de acción el próximo verano. Es el tipo de juegos que solemos desarrollar, y tendríamos tiempo suficiente para lanzar un juego realmente bueno.

Teniendo en cuenta que la compañía resultado de la fusión se dedicaba no solo a desarrollar videojuegos para consolas como Xbox y PlayStation, sino también a crear aplicaciones para teléfonos y tabletas, lanzar juegos basados en películas era una buena idea. Infinity Games nunca había seguido esa línea de negocio antes, pero desde la toma de control, Jessi y sus hermanas habían estado considerando nuevas posibilidades.

–Es una gran idea. Tengo algunos contactos en la industria del cine, si quieres que recurra a ellos –dijo Allan.

–¿De veras?

–Sí, mi prioridad es ayudarte.

–¿Ah, sí? –preguntó burlona.

–Soy el director financiero, Jessi. Todo lo que tenga que ver con la cuenta de resultados, me atañe.

–Por supuesto.

Tenía en un dilema. Por un lado, quería aceptar su ayuda, pero no podía olvidar que se trataba de Allan McKinney, y no confiaba en él. No había podido averiguar demasiado del investigador privado al que había encargado un informe sobre John en cuanto Patti lo había conocido. Lo que el detective le había contado sobre Allan era demasiado bueno para ser verdad. Nadie tenía una vida tan feliz y despreocupada como la que habían descubierto indagando en su pasado. Todo era demasiado perfecto. Les había dado la impresión de que ocultaba algo, pero tampoco le habían dado importancia en su momento, puesto que era a John McCoy al que habían estado investigando.

Tal vez Jessi debería pedirle a Orly, el investigador privado, que empezara a indagar de nuevo. En relación a Allan, habían encontrado pocas pistas y muchas puertas cerradas la primera vez. Teniendo en cuenta lo que había pasado entre Playtone e Infinity, y que recientemente había hecho investigar a Dec, el primo de Allan, quizá había llegado el momento de pedirle a Orly que averiguara más sobre Allan.

–Por supuesto que me encantaría que me ayudaras –dijo Jessi.

–Adivino cierto sarcasmo en tu voz –comentó Allan, volviendo a mirar su teléfono una vez más.

–No creas que no me esfuerzo.

–Discúlpame un momento. No para de llamarme un número desconocido.

Allan tomó el teléfono y contestó. Después de unos segundos, frunció el ceño y se dejó caer en el respaldo de su asiento.

–Oh, Dios mío, no.

–¿Qué? –preguntó ella.

Tomó su bolso y empezó a abrirlo, pero Allan la tomó de la mano para impedírselo.

Ella sacudió la cabeza, pero esperó mientras él atendía lo que le decían. Luego, palideció y se volvió, dándole la espalda.

–¿Cómo? –dijo él con voz áspera.

Jessi no podía apartar los ojos de él, que no paraba de negar con la cabeza.

–¿El bebé? –preguntó, y esperó–. De acuerdo, estaré ahí el viernes –dijo y, tras colgar se volvió hacia ella–. John y Patti han muerto.

Jessi quiso creer que mentía, pero estaba pálido y no se mostraba tan arrogante como de costumbre. Sacó su teléfono y vio que ella también había recibido varias llamadas.

–No puedo creerlo. ¿Estás seguro?

Jessi vio en su mirada perdida tanto dolor que supo que era cierto y se abrazó por la cintura.

 

 

Allan se había quedado muy impresionado. Había perdido a sus padres a una edad temprana, lo cual era uno de los motivos por los que John y él estaban tan unidos. Pero aquello… Era horrible que alguien con tanta vida por delante muriera tan joven.

Las manos de Jessi temblaban, y al mirarla, reconoció en su rostro lo mismo que él sentía en su interior. Aquella mujer tan fuerte y segura de sí misma parecía de repente menuda y frágil.

Se levantó y se acercó a ella, rodeándola por el hombro y atrayéndola hacia él. Ella se resistió un momento y finalmente hundió el rostro en su pecho. Al cabo de unos segundos, sintió la humedad cálida de sus lágrimas en la camisa.

Lloró en silencio, como era de esperar en alguien acostumbrado a mantener el control. Al centrarse en su dolor y en sus lágrimas, Allan pudo contener sus propios sentimientos. No quería vivir en un mundo sin su mejor amigo. John le aportaba equilibrio, le recordaba todas las razones por las cuales era bonito vivir.

–¿Cómo? –preguntó Jessi.

Se apartó de él, tomó una servilleta con la que se limpió la cara y luego se sonó la nariz.

Estaba compungida, con el rostro encendido por las lágrimas y respiraba entrecortadamente. Las lágrimas chocaban con su aspecto rebelde. Llevaba su versión de ropa de trabajo: una falda corta negra que terminaba en los muslos, una ajustada chaqueta verde con cremalleras brillantes y una camisola que revelaba la curva superior de sus pechos y un tatuaje.

Allan no podía hablar. Tenía el corazón encogido por el dolor. Pero al mirar aquellos cálidos ojos marrones, se dio cuenta de que debía sacar fuerzas.

–En un accidente de coche –respondió.

–Oh, Dios mío, ¿está bien Hannah?

–Sí. Ella no estaba con ellos. Otro conductor colisionó frontalmente con su coche cuando volvían de una reunión en la Cámara de Comercio.

–Vámonos de aquí.

Ella asintió. Era evidente que no estaba en condiciones de conducir, así que la llevó a su Jaguar. Después de ocupar el asiento del pasajero, Jessi se inclinó hacia delante, hundió el rostro entre las manos y sus hombros empezaron a sacudirse.

Nunca en la vida se había sentido tan impotente, y no le agradaba nada aquella sensación. Permaneció fuera del coche y sintió que las lagrimas ardían en sus ojos y las contuvo. Luego, rodeó el coche antes de meterse dentro.

Jessi estaba sentada en silencio a su lado, mirándolo con ojos llorosos y, por primera vez, vio a la mujer que se escondía bajo tanto desparpajo.

–¿Qué va a ser de Hannah ahora? La madre de Patti tiene alzheimer y no tiene más familia.

–No lo sé –admitió–. John tan solo un par de primos. Se nos ocurrirá algo.

–Tenemos que pensar –dijo ella encontrándose con su mirada–. Dios mío, no puedo creer que haya dicho eso.

–Yo tampoco, pero así tiene que ser.

–Cierto. Además, John y Patti querrían que hiciéramos esto juntos.

Aquella niña no conocería a sus padres, pero Allan estaba decidido a que hacer todo lo posible para que no creciera sola.

–Llamemos a su abogado y busquemos las respuestas –dijo, tomándola de la mano.

Jessi entrelazó los dedos con los suyos mientras Allan hacía la llamada.

–Soy Allan McKinney. ¿Le importa si le pongo en el manos libres? Estoy con Jessi Chandler, la madrina de Hannah.

–En absoluto –respondió el abogado, y Allan puso el teléfono en altavoz–. Soy Reggie Blythe, señorita Chandler, el abogado de los McCoy.

–Hola, señor Blythe. ¿Qué puede contarnos?

–Por favor, llámeme Reggie. No tengo todos los detalles sobre lo que sucedió, pero al parecer John y Patti volvían de una cena en la Cámara de Comercio y tuvieron un accidente. Hannah estaba en casa con su niñera… Emily Duchamp. Emily va a quedarse con el bebé esta noche. Hannah pasará mañana a un régimen de acogida temporal.

Jessi apretó con fuerza la mano de Allan.

–¿Hay alguna forma de mantener a Hannah en su casa?

–Lo cierto es que como padrinos, ustedes tienen ciertos derechos, pero deberán llegar aquí cuanto antes para evitar que la niña sea puesta bajo la tutela del Estado.

Allan sabía que John nunca hubiera permitido que algo así le ocurriera a Hannah. Tenían que evitarlo.

–Me parece que John tenía un primo que vivía cerca.

–No es buena idea tratar esto por teléfono. ¿Cuándo pueden estar en Carolina del Norte?

–En cuanto sea humanamente posible.

–Bien –dijo Reggie–. Mañana estaré todo el día en la oficina. Por favor, avísenme cuando lleguen.

–Eh…, no somos pareja –puntualizó Jessi.

–¿Ah, no? Como me llaman juntos y dados los términos de… Bueno, no importa. Ya lo resolveremos todo cuando lleguen a mi oficina.

–¿Por qué ha pensado que lo éramos? –preguntó Allan.

–John y Patti dejaron indicado en su testamento que querían que ambos tuvieran la tutela.

–Eso imaginábamos –dijo Jessi–. Podemos organizarnos.

–Para un juez –intervino Reggie–, la solución ideal es procurar al niño un hogar estable. Pero como digo, ya hablaremos de eso cuando lleguen aquí.

Cuando Allan desconectó la llamada, dejó caer la mano de Jessi, y ella lo miró como si le hubieran salido dos cabezas.

–Siempre estamos discutiendo entre nosotros.

–Cierto –convino él, antes de volver la cabeza.

Tenía mucho en que pensar. Le costaba asimilar todo aquello.

Su mejor amigo estaba muerto. Allan era un soltero empedernido que había sido nombrado cotutor de un bebé pequeño con la mujer del planeta que más lo sacaba de quicio. La miró de nuevo. Ella parecía tan disgustada como él, pero estaba convencido de que ambos harían todo lo posible para que la situación funcionara. No importaba que fueran enemigos. A partir de aquel momento, estaban unidos por una niña llamada Hannah.

–Tú y yo… –dijo ella.

–Y con el bebé, somos tres.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Allan dejó a Jessi en su casa de Echo Park. Se la veía hundida, muy diferente a la mujer indomable que solía ser y a la que no sabía cómo tratar.

No se volvió ni se despidió al entrar en la casa. Tampoco lo esperaba. Suponía que en unos días volvería a ser la de siempre, pero no pudo evitar preguntarse si sería posible. Después de lo que había pasado, ¿cómo iban a volver a la normalidad?

Había tráfico intenso y tardó cuarenta minutos en llegar a su casa de Beverly Hills. Había comprado aquella mansión después de hacerse millonario con Playtone. Él mismo había construido la pérgola y el patio trasero con la ayuda de John. Al desviarse para tomar el camino de acceso, le asaltaron los recuerdos de la última visita de su amigo a California.

Allan apoyó la cabeza en el volante, pero de sus ojos no brotaron lágrimas. Se sentía frió y vacío. Acababa de morir la persona a la que más apreciaba.

Había querido mucho a sus padres. Los tres habían formado una familia muy unida. El abuelo de Allan había desheredado a su hija después de que se negara a casarse con el rico heredero que había elegido para ella y con cuyo dinero pretendía avivar su enemistad con los Chandler. Tras la muerte de su abuelo, Kell se había acercado a Allan para invitarle a formar parte de Playtone y así diera buen uso de su habilidad para las finanzas.

Su madre se había casado por amor y había llevado una vida discreta en el valle de Temecula, un mundo aparte a tan solo dos horas de Los Ángeles.

Oyó un golpe en la ventanilla de su Jaguar y, al levantar la vista, vio a su mayordomo, Michael Fawkes, junto al coche. El exboxeador de cincuenta y siete años había estado a su servicio desde que firmó el primer contrato multimillonario de Playtone. Fawkes era un gran tipo y se parecía un poco a Mickey Rourke.

–¿Está bien, señor?

Allan quitó las llaves y salió del coche.

–Sí, Fawkes, creo que sí. John McCoy ha muerto en un accidente de coche. Mañana vuelo a Outer Banks para ocuparme de los preparativos del entierro y hacerme cargo de su hija.

–Mis condolencias, señor. El señor McCoy era una buena persona –dijo Fawkes.

–Todo el mundo lo apreciaba.

–¿Quiere que lo acompañe?

–Sí, necesito que se encargue del alojamiento en Hatteras. Creo que deberíamos quedarnos en el hotel rural que tenían John y Patti. Deme un minuto –añadió, apartándose de Fawkes.

A aquellas horas le sería difícil a Jessi encontrar plaza en un vuelo a Carolina del Norte, y la ciudad a la que tenían que ir era pequeña. Se dio cuenta de que, al menos, debía proponerle viajar con él. Era la única persona que se sentía como él. Por más que lo irritara y, aunque le fastidiara tener que admitirlo, la necesitaba. Le hacía sentir que no estaba solo ante la muerte de John.

–Por favor, incluya a la señorita Chandler en nuestros planes de viaje –dijo Allan.

–¿De veras? –preguntó Fawkes sorprendido.

El mayordomo se ponía nervioso casa vez que coincidía con Jessi.