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Contenido

Portada

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Créditos

Presentación

La sandalia desatada. José Zuleta

La piel cobarde

El radar de los murciélagos

Ecosistemas

Dora

El trébol

El luto

Mi regalo de Jánuka

Lavar la ropa

Sueños atravesados

Un acorde

Vetas de amanecer

Descentramientos y fugas

Un olvido freudiano en el 2010

A mis hijas Érika y Ana.

Por el viento fresco

de sus revoloteos impredecibles.

Fleisacher, Esther

Gestos hurtados / Esther Fleisacher. -- Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit, 2015.

100 p.; 18 cm -- (Letra x letra)

ISBN 978-958-720-300-4

1. Cuento colombiano. I. Zuleta, José, Prol . II. Tít. III. Serie

C863 cd 21 ed.

F596

Universidad EAFIT- Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

Gestos hurtados

Primera edición: septiembre de 2015

© Esther Fleisacher

© Fondo Editorial Universidad EAFIT

Carrera 48A No.10 Sur-107

Tel. 261 95 23, Medellín

ePub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co

www.eafit.edu.co/fondoeditorial

e-mail: fonedit@eafit.edu.co

ISBN: 978-958-720-300-4

Imagen de carátula: Ventana de mirar para adentro, Antonio Bustamante, técnica mixta, 1992.

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.

Editado en Medellín, Colombia

Presentación

La sandalia desatada

Esther Fleisacher camina. Ve desde su ventana lo que ocurre bajo los almendros. Un murciélago entra en plena visita y todo cambia: lo que no se dice se hace evidente. Un muchacho duerme tendido en plena acera. Una bolsa azul es olvidada. Recuerdos, pequeñas cuitas, hechos fortuitos son convocados en Gestos hurtados en el tono menor de una poesía mayor. Estos relatos que parecen crónicas y a la vez poemas o las páginas de un diario, son el testimonio de que lo que ocurre a un escritor, aún lo cotidiano, lo rutinario, está lleno de sentido.

El sentido lo confiere la búsqueda. La pregunta por un orden estético. La aguda y profunda capacidad de observar. Hay mayor valor en hacer literatura a partir de lo ordinario que de lo extraordinario; porque en lo común, en lo que pasa todos los días está la vida desplegada sin la parafernalia ni la vistosidad teatral de los grandes acontecimientos. Preguntarse por la razón de un olvido, por las bolsas de leche que rasgan los gatos en la madrugada, por el muchacho que lava carros, por la pasajera anónima de una buseta que lleva un gorro que oculta la calvicie de la quimioterapia, es un desafío que pone a prueba al escritor. El desafío de buscar, de conferir sentido a lo que encuentra a su paso.

La profunda dimensión que la literatura es capaz de otorgar a la vida parece ser lo que anima a quien escribe estos textos. Desnudas de artificios estas páginas logran mover y conmover, en ellas la escritora desata las tiras de su sandalia para que el camino sea vivido a pies descalzos, y así “la piel cobarde” logra ver con claridad, sentir plenamente, afirmar lo humano en medio de la rutina. Al leer a Esther Fleisacher sentimos que la quietud de un estanque ha sido golpeada por una mano que hace cobrar vida a las aguas dormidas; entonces de lo que era quietud y silencio emerge una música clara, precisa que nos cuenta y nos vindica.

José Zuleta
Cali, junio de 2015

Gestos hurtados

La piel cobarde

Un día sofocante, la casa de un perro encadenado.

Unos pasos más allá un platito lleno de agua.

Pero la cadena es demasiado corta y el perro no alcanza.

Añadamos a la imagen un detalle más:

nuestras mucho más largas

y menos visibles cadenas

gracias a las cuales podemos pasar de largo tranquilamente.

Wislawa Szymborska, “Cadenas”

—¿Falta mucho para llegar a La Aguacatala? –preguntó al conductor la mujer que estaba sentada en la primera banca del bus.

—Sí, otro tanto –respondió otra mujer que iba una banca atrás.

—¿Allá queda el Centro de Oncología, cierto? –De nuevo la primera mujer. Sin esperar respuesta, continuó–. Tengo quimioterapia a las ocho, y mi hija no está. Cuando ella está me lleva y me trae en taxi. –Y miró a la mujer de la banca de atrás, que le indicó algo en voz baja mientras se paraba para bajarse del bus; era alta y robusta, se veía saludable. Se despidió con amabilidad.

Yo me encontraba dos bancas atrás de las mujeres, en diagonal. Miraba con detenimiento a la del gorrito, pálida y vivaracha, de ojos negros, ojeras marcadas y nariz pequeña; vestía pobremente, una blusa lila, falda gris y sandalias negras; llevaba en la mano un monedero, un sobre de manila y un pañuelito blanco con bordes amarillos. Aparentaba sesenta años. Movía los labios y gesticulaba como si hablara consigo misma.