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ANTONIO DIÉGUEZ

TRANSHUMANISMO

LA BÚSQUEDA TECNOLÓGICA
DEL MEJORAMIENTO HUMANO

Herder

Diseño de portada: Dani Sanchis

Edición digital: José Toribio Barba

© 2016, Antonio Diéguez

© 2017, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-3963-6

1.ª edición digital, 2017

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Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

1. ¿QUÉ ES EL TRANSHUMANISMO?

El poder de una idea

Los inicios

Modalidades del transhumanismo

2. MÁQUINAS SUPERINTELIGENTES, CÍBORGS Y EL ADVENIMIENTO DE LA SINGULARIDAD

Sueños con robots

La singularidad está siempre cerca

La era del cíborg ha comenzado

Una charla con mis copias inmortales

3. EL BIOMEJORAMIENTO: ETERNAMENTE JÓVENES, BUENOS Y BRILLANTES

La llegada de la biología sintética

Atendiendo a los matices y a los argumentos

La naturaleza humana no tiene la respuesta

Algunos cabos sueltos

4. HAY QUE SABER QUÉ DESEAR

¿Por qué no Ortega?

La crisis de los deseos como signo de nuestro tiempo

Afinar en las distinciones es imprescindible

5. CONCLUSIONES: ENFRIANDO LAS PROMESAS

También los fines importan

La inmortalidad, pero menos

El «negocio de las promesas»

BIBLIOGRAFÍA

AGRADECIMIENTOS



A mis hijas, Ana y Elena,
en quienes no puedo imaginar
nada que sea aún mejorable.

INTRODUCCIÓN

¿Qué le parecería a usted tener una vida de duración indefinida y permanecer siempre joven y sano, hasta el punto de poder considerarse inmortal? ¿Qué le parecería tener una inteligencia millones de veces superior y ser completamente inmune a la depresión o a la simple falta de ánimo? ¿O poder disfrutar del sexo, de la comida o de la apreciación del arte con una intensidad inimaginablemente mayor que la que ahora está a su alcance? ¿Qué le parecería disponer de nuevas capacidades sensoriales que le permitieran captar aspectos de la realidad que han permanecido siempre ocultos para el ser humano, como tener visión en la banda del ultravioleta o del infrarrojo, o disponer de un sentido de ecolocalización mediante ultrasonidos que lo guíe en la más completa oscuridad, al modo en que lo hacen los murciélagos? ¿Le gustaría poder respirar bajo el agua u obtener nutrientes mediante la fotosíntesis, como las plantas? ¿Le gustaría aprender en cinco minutos a tocar el piano, o dominar ese idioma que necesita y siempre se le resistió, colocando un simple implante en su cerebro? ¿Y descargar todo el contenido de su mente en un ordenador que sustituya su cuerpo para viajar sin fin a lo largo de todo el universo, explorando mundos desconocidos? ¿O disponer de prótesis biónicas reemplazables, controladas directamente por su cerebro, que le permitan desplegar capacidades físicas y mentales muy lejos de las accesibles para cualquier ser humano? ¿O vivir en una sociedad compuesta por individuos moralmente mejorados, capaces de captar de forma inmediata el sufrimiento de los demás y de actuar eficazmente para erradicar su causa? ¿O disfrutar de espectáculos deportivos en los que las habilidades físicas de los participantes fueran muy superiores a las de los deportistas de élite actuales? ¿Y qué tal fundirse finalmente con todos los demás seres inteligentes del universo, incluidos los que crearemos nosotros, en una superinteligencia cósmica, omnipresente, que todo lo observe y ordene? Puede que todo esto le parezca fascinante, puede que le parezca inquietante y amenazador, o simplemente increíble, pero por extraño que le suene, son cosas que tenemos ya prometidas por los defensores del transhumanismo y del posthumanismo; y algunas de esas promesas, como la de las prótesis mecánicas controladas por el cerebro, son ya una realidad cumplida, al menos en sus fases iniciales. La muerte misma empieza a no ser vista como un destino, como una condición básica e inexorable de nuestra forma de estar en el mundo, de nuestra índole biológica, o como un referente de nuestra comprensión como seres humanos, tal como las religiones y la filosofía nos habían venido enseñando, sino que se está transformando en un problema técnico. Algo que tarde o temprano nuestro ingenio podría solventar.

Ante tales promesas, nadie puede permanecer impasible. Si se les otorga credibilidad, porque hacía tiempo que ninguna doctrina mostraba un entusiasmo semejante por cambiar la realidad, por anhelar con tanta ambición un futuro al que orientarse, lo que cuando menos es un antídoto contra el hastío circundante, pero sobre todo es un elixir poderoso que puede dar sentido a la vida de quienes ya no lo encuentran en otras causas —y desde luego, ¡quién no se apunta a soslayar como sea los padecimientos de la enfermedad y la vejez!—. Si no se cree en tales promesas en absoluto, tampoco se podrá permanecer impasible, porque interesa entonces averiguar cómo ha podido obtener una promoción semejante tanta desfachatez y tanto trágala intelectual. Se sitúe el lector donde se sitúe entre estas alternativas extremas, creo que lo que aquí leerá le será de provecho para formar mejor el juicio. Porque no es un tema fácil. En él los matices son importantes y, sin embargo, la información que muchas veces se proporciona deja mucho que desear. No todas las promesas realizadas están al mismo nivel ni merecen la misma consideración. Hay demasiada morralla mezclada en todo lo que se escribe, y es arduo discernir qué discurso es digno de crédito y cuál no pasa de la mera charlatanería al estilo New Age, que tan bien se acopla a los vericuetos de la Red. Lo que me propongo en este libro es clarificar, en la medida de mis posibilidades y de mis conocimientos, estas cuestiones.

En el capítulo primero ofrezco una caracterización estándar del transhumanismo y describo someramente sus orígenes filosóficos. Distingo también varias formas de transhumanismo, con sus rasgos alternativos encaminados, aún así, a un fin compartido, y explico por qué se ha convertido en una propuesta cultural con tanta fuerza y atractivo mediático, pese a los recelos que despierta. No es algo ajeno a ello, en mi opinión, ni su similitud con las religiones tradicionales, con las que comparte una vocación escatológica, ni su entronque popular con la ciencia y las nuevas tecnologías.

El capítulo segundo está dedicado a la versión cibernética del transhumanismo. Expondré en él las tesis de algunos de los primeros en proponer la idea de la eventual competencia o integración simbiótica entre el ser humano y las máquinas superinteligentes. Los nombres más destacados han sido investigadores relevantes en el campo de la robótica y de la Inteligencia Artificial (IA). Expondré algunas de las implicaciones más radicales que esos investigadores han extraído de esa posibilidad de creación de una genuina inteligencia artificial general, y argumentaré que, incluso aceptando tal posibilidad, las previsiones que efectúan sobre el mundo que se avecina están deficientemente fundadas y deben ser tenidas como posibilidades muy remotas, cuando no como meras fantasías milenaristas. Prestaré especial atención a las ideas de los que anuncian la consecución de una trascendencia personal mediante la fusión total con la máquina o el «volcado» de nuestra mente en un hardware apropiado, un ayuntamiento que ellos consideran capaz de garantizarles la inmortalidad (la de su mente, o de algo parecido a una mente). Este anhelo por devenir un ciberorganismo (un cíborg) no oculta su obsesión por escapar de la muerte, y en este sentido puede ser visto como la forma postmoderna, aunque anclada en un funcionalismo muy moderno —y hasta en un dualismo premoderno—, de perseguir el sueño de una Nueva Jerusalén.1

En el capítulo tercero expondré y analizaré algunas de las cuestiones filosóficas que ha suscitado el debate sobre el mejoramiento biomédico del ser humano. El mejoramiento biomédico o biomejoramiento (bioenhancement) puede ser definido como «una intervención deliberada, aplicando la ciencia biomédica, que tiene como objetivo mejorar una capacidad existente que la mayor parte de los seres humanos normales poseen, o crear una nueva capacidad por medio de la actuación directa sobre el cuerpo o el cerebro».2 En primer lugar, señalaré las razones por las que creo que estas cuestiones merecen una discusión detenida, aún cuando han sido consideradas a veces como especulaciones sin utilidad ni fundamento. En segundo lugar, enumeraré los argumentos más fuertes que han ofrecido los defensores del mejoramiento biomédico en favor de sus tesis. Estos argumentos están bien trabados y tienen detrás extensos análisis de calidad. No pueden ser, por tanto, despachados con una simple escaramuza descalificatoria. Por último, discutiré algunas objeciones importantes que se han hecho al biomejoramiento humano. Explicaré por qué no son muy atinadas las que apelan a un orden natural que resultaría ilegítimamente manipulado y trastocado, y, en consecuencia, me centraré en las que conciernen a sus efectos previsibles en el ámbito social. Parece cada vez más evidente que el biomejoramiento humano será una opción deseable en ciertos casos, quizás muchos, pero que, al mismo tiempo y precisamente por ello, deberíamos poder establecer algunos criterios al respecto, así como límites a su aplicación. Una regulación sensata será una salida más efectiva que la prohibición que reclaman los más críticos.

Conviene aclarar que el foco de este análisis está puesto en las posibilidades más realistas de las técnicas de biomejoramiento. Dejo aquí en un segundo plano las tesis de los partidarios del biomejoramiento radical, seducidos por la pretensión de generar una nueva especie a partir de la humana. Estos «antropófugos», como los ha llamado Jorge Riechmann,3 tienen tanta prisa por desembarazarse de su humanidad que alguien los ha considerado la versión suicida o genocida del movimiento transhumanista.4 Aunque inevitablemente sus ideas habrán de ser también comentadas, me interesa más discutir acerca del mejoramiento o potenciamiento biomédico en seres humanos mantenido dentro de los límites de lo que podríamos considerar como reconociblemente humano. Esta sería en todo caso la primera fase de cualquier otra transformación, y la más cercana en su accesibilidad tecnológica.

En el capítulo cuarto utilizo como resorte analítico la filosofía de la técnica de Ortega y Gasset para mostrar que es posible una respuesta al transhumanismo sin recurrir a un concepto esencialista de naturaleza humana. En su lugar, cabe tomar en consideración la noción de proyecto vital y de bienestar, que Ortega ha sabido desarrollar de forma más acabada y a la vez sugerente que otros filósofos contemporáneos. Ortega nos enseñó que si bien no hay ninguna esencia ni ninguna otorgada dignidad que proteger, no debe perderse de vista que el objetivo de la técnica es el bienestar humano. Si perseguir ese bienestar conduce a la liquidación de nuestra especie, estamos simplemente olvidando cuál ha sido y debe ser el objetivo de la técnica desde su origen. Por otro lado, resulta bastante iluminador su diagnóstico de que la crisis de los deseos, el no saber qué desear, la desorientación en los fines, es uno de los síntomas más peligrosos de la situación en la que nos ha situado la hipertrofia de la técnica.

Finalmente, en el capítulo quinto se extraen algunas conclusiones pertinentes acerca de lo visto en los capítulos anteriores. Se destaca la cuestión de la determinación de los fines, entre ellos el de la búsqueda de la inmortalidad, y la de la base histórica y sociológica de estas grandes promesas realizadas por la tecnociencia actual.

En el camino encontraremos una buena ocasión para la discusión filosófica de temas fundamentales. Nos veremos obligados a reflexionar, siquiera sea someramente, acerca de (la existencia de) la naturaleza humana, del control de la agenda investigadora, del papel político e ideológico de la tecnociencia, de los límites de nuestra acción sobre nuestro entorno y sobre nosotros mismos, del bienestar y lo que ha de considerarse una vida buena, de las consecuencias de una vida alargada y del sentido de la muerte. Ahí es nada. Pero sobre todo espero que el contenido de este libro contribuya a esbozar una visión equilibrada acerca de todo lo que se viene oyendo y leyendo en los últimos años sobre ese futuro en el que tantas transformaciones extraordinarias se nos anuncian. Me temo que se presta demasiada atención a fantasías que algunos confunden con la ciencia solo porque las va propagando alguien que quizás hizo algunos trabajos científicos interesantes en su día, pero que no por ello puede considerarse ni mucho menos portavoz oficial de la ciencia, y así se crean expectativas que están por completo fuera de lo que cabe razonablemente esperar en función de nuestros conocimientos, pero también en función de nuestras condiciones biológicas y psicológicas. No pretendo ser un aguafiestas (para los que vean en todo esto una fiesta); tan solo deseo señalar que algunas de las cosas que se nos prometen están mejor fundamentadas que otras, y que, por tanto, las esperanzas y los temores que estas promesas susciten deberían ser ajustados en función de las razones objetivas que haya para tomarlos en serio. Defenderé que aunque algunas de las transformaciones predichas son difícilmente factibles, y poco o nada deseables en caso de que pudieran realizarse, otras muchas, por el contrario, podrían estar al alcance de la ciencia futura sin que se prevea, en principio, graves objeciones morales que resulten convincentes desde un planteamiento exclusivamente racional, y, por lo tanto, deberían ser bien recibidas, aunque buscando siempre, como en cualquier tecnología, que el reparto de sus beneficios sea justo y que no se produzcan daños a terceros. Con este programa ya en sus manos, le pido, lector, que me acompañe y prometo hacer lo posible por no defraudarlo.