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Dirección de Ignacio Arellano
(Universidad de Navarra, Pamplona)

con la colaboración de Christoph Strosetzki
(Westfälische Wilhelms-Universität, Münster)

y Marc Vitse
(Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II)

Subdirección:
Juan M. Escudero
(Universidad de Navarra, Pamplona)

Consejo asesor:

Patrizia Botta
Università La Sapienza, Roma

José María Díez Borque
Universidad Complutense, Madrid

Ruth Fine
The Hebrew University of Jerusalem

Edward Friedman
Vanderbilt University, Nashville

Aurelio González
El Colegio de México

Joan Oleza
Universidad de Valencia

Felipe Pedraza
Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real

Antonio Sánchez Jiménez
Université de Neuchâtel

Juan Luis Suárez
The University of Western Ontario, London

Edwin Williamson
University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 123

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

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ISBN 978-84-16922-96-3 (Iberoamericana)
ISBN 978-3-95487-929-8 (Vervuert)
ISBN 978-3-95487-930-4 (e-Book)

Cubierta: Carlos zamora

CONTENIDO

Christoph Strosetzki
Prólogo. El poder de la economía: la imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad Moderna

Ignacio Arellano
Dinero, mercaderes y oficios productivos en la sátira de Quevedo

Ana Suárez Miramón
El gran mercado del mundo, expresión de la teoría económica barroca

David García Hernán
La visión estamental de la nobleza y la imagen del rico y del mercader en la literatura del Siglo de Oro

Miguel Fernando Gómez Vozmediano
Duques y ducados: la burocracia financiera señorial durante el Siglo de Oro. Historia y representación cultural

Luis Iglesias Feijoo
El mercader de libros

Jesús M. Usunáriz
«Nacen, como todos, llorando, viven muriendo y mueren suspirando»: la figura del logrero en los textos del Siglo de Oro

Christoph Strosetzki
Sobre el mercader en Aristóteles, Tomás de Mercado y Martín de Azpilcueta

Teresa Ferrer Valls
Entre mercaderes anda el juego: El mercader amante de Gaspar Aguilar, Las firmezas de Isabela de Góngora y la anónima El mercader de Toledo

Victoriano Roncero López
El mercader y su mundo en El mercader amante y Las firmezas de Isabela

Frederick A. de Armas
El mercader y la cortesana: arte, cuerpo y comercio en El anzuelo de fenisa de Lope de Vega

Agnieszka komorowska
El arte de negociar el iustum pretium. Mercaderes, amigos y amantes en El amigo hasta la muerte de Lope de Vega

Ysla Campbell
De la mentalidad mercantil al pensamiento dominante: dos perspectivas generacionales en El amigo hasta la muerte de Lope

Joan Oleza
Lope y los mercaderes. Un viaje de ida sin vuelta desde la Italia de los novellieri

Francisco Domínguez Matito
Dineros y mercaderes en los Avisos de Barrionuevo: una percepción de la decadencia de la Monarquía Hispánica

Jan-Henrik Witthaus
El hombre económico: la España ilustrada entre el mercader honrado y el liberalismo

Beatrice Schuchardt
La figura del mercader honrado en el contexto de la comedia sentimental española del siglo XVIII: el ejemplo de El hombre agradecido (1796) de Comella

Christian von Tschilschke
La femina œconomica en el teatro dieciochesco español: la comedia neoclásica La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez

EL PODER DE LA ECONOMÍA: LA IMAGEN DE LOS MERCADERES Y EL COMERCIO EN EL MUNDO HISPÁNICO DE LA EDAD MODERNA

El descubrimiento del Nuevo Mundo convirtió a España en potencia mundial e inauguró un nuevo capítulo en el comercio internacional, incluso si en el siglo XVII los españoles tuvieron que hacer frente a una crisis. Con el mercantilismo, el mercader se convirtió en la figura central de la sociedad. Si a partir de entonces los nobles aspiraron a ejercer el oficio de mercader, vuelto prestigioso gracias a la riqueza que conllevaba, no dejaba de ser evidente, en muchos casos, la desigualdad existente entre el honor de ambos; en efecto, ya desde los tiempos bíblicos el usurero y el logrero dañaron la imagen del mercader, que se encuentra bajo la sospecha de ser codicioso, de sacar provecho del trabajo ajeno y de vivir ociosamente en desmedro del trabajo productivo. Sin embargo, no deja de situarse en las antípodas tanto del caballero ocioso, al cual se le prohíbe trabajar, como del pobre mendigo, quien gana su dinero a través de la mendicidad y no del trabajo. En el contexto de una nueva valoración del mercader se formuló un nuevo ideal de vida, en el cual el trabajo sobrio y disciplinado se vuelve central, mientras que el afán de honor comienza a ser condenado. El comercio se constituye así en una fuerza constructiva y civilizatoria, dejando aparecer la búsqueda aristocrática de gloria militar como una actitud destructiva. Este cambio de postura respecto a la figura del mercader, que comienza a cristalizarse en la temprana Edad Moderna, funcionará como modelo de una nueva valoración del ciudadano. De ello surgen preguntas como las siguientes: ¿En qué consiste el iustum pretium del trabajo mercantil? ¿Qué ámbitos de conocimiento, aparte de aritmética y geografía, tiene que dominar el mercader? ¿Debe actuar según la moral, o tan solo simular hacerlo, para así poder hacer frente al engaño ajeno de manera más eficiente? La tratadística y la literatura ficcional otorgan respuestas que permiten formarse una idea de los comienzos del capitalismo. ¿Cómo se llegó de la prohibición del cobro de intereses a la marginalización de todo el estamento mercantil? Si a partir de la riqueza del mercader se obtenía un alto prestigio social, lo cual llevó también a los nobles a ejercer el oficio de comerciante, ¿por qué entonces los mercaderes ricos aspiraban a un título de nobleza? ¿Puede decirse que la moral y la eficiencia se derivaban realmente de la religiosidad, en el sentido de Max Weber, o proliferó tanto en el ámbito comercial como en el político una separación entre la eficiencia y la moral, en el sentido de Maquiavelo? ¿Qué porcentaje tienen, en la concepción y valoración del mercader y su actividad, los conceptos escolásticos de la Edad Media, y qué porcentaje tienen los conceptos capitalistas de la modernidad? Estas son las preguntas inaugurales que constituyen el trasfondo de los artículos reunidos en este volumen.

En su contribución «Dinero, mercaderes y oficios productivos en la sátira de Quevedo», Ignacio Arellano muestra cómo la creciente importancia de la economía dineraria puso en peligro el sistema estamental, posibilitando que los comerciantes accedan a un estamento superior a través del dinero. Si bien Quevedo consideraba todo tipo de actividad humana como una actividad comercial, adscribe a los comerciantes características satíricas como el afán de lucro, la codicia, la usura, el interés personal y el engaño. En referencia a la situación de crisis económica del momento, Ana Suárez Miramón considera El gran mercado del mundo de Calderón como expresión de la teoría económica barroca, para lo cual se centra en reflexiones sobre el derecho de mayorazgo, sobre la representación de la vida humana como negocio, mediante la parábola bíblica de los talentos otorgados, así como sobre la función del mercado, el valor del dinero y la crítica de la mendicidad.

El hecho de que el antiguo sistema estamental se encuentre en vías de disolución es visto por David García Hernán a la luz de nuevos aspectos, puestos de relieve en la imagen del «rico» y del «mercader». Así, la riqueza pasa a ser considerada como un premio a los esfuerzos del trabajo, y el mercader es visto como «productiva figura», no solo en un sentido económico, sino también en el orden de la ética social. Esto no significa, sin embargo, que las estructuras feudales hayan desaparecido, tal como lo muestra Miguel Fernando Gómez Vozmediano, examinando la manera en la cual las relaciones de dependencia de «señores» y «vasallos» están representadas en el romancero, en los cuentos, en las canciones populares, en los pliegos de cordel y en los romances de ciego. A diferencia del antiguo estamento del siervo, con la imprenta el mercader de libros accede a un nuevo estatuto estamental. Luis Iglesias Feijoo explicita qué pasos tenía que dar este mercader en tanto emprendedor consciente de los riesgos que tenía que asumir: desde la solicitud al Consejo de Castilla de una licencia de impresión y de un privilegio para obtener la exclusiva de edición, pasando por la aprobación eclesiástica, hasta la corrección de las pruebas y el establecimiento del precio. Una figura en la cual convergen todos los prejuicios proyectados sobre el mercader es la del logrero, quien, por ejemplo, compraba en épocas favorables grandes cantidades de cereal a bajo precio para venderlo después, en épocas de escasez generalizada de alimentos, a precios abusivos. De esta figura se ocupa en detalle Jesús M. Usunáriz, recurriendo para ello tanto a variadas historias moralizantes en las que los logreros son castigados por su comportamiento inmoral con enfermedades o incluso la muerte, como a obras teatrales en las cuales el logrero es equiparado a la figura del ladrón. Que las recriminaciones dirigidas contra el mercader tienen una tradición que se retrotrae hasta la Antigüedad, es puesto de manifiesto por Christoph Strosetzki, quien destaca, no obstante, que a esta imagen negativa de la actividad mercantil le son contrapuestas características positivas ya presentes en la idea de la justa medida de Aristóteles, mas realmente tematizadas durante el Siglo de Oro con Tomás de Mercado y Martín de Azpilcueta; la ganancia mesurada, la consideración del pretium iustum y la reconducción de la riqueza excesiva al cuidado de los pobres son algunas de ellas.

Otros artículos se dedican a la representación del mercader en el teatro. Teresa Ferrer Valls presenta tres piezas teatrales: El mercader amante, de Gaspar Aguilar, Las firmezas de Isabela, de Góngora, y la obra anónima El mercader de Toledo. Mientras que en la primera pieza el mercader es caracterizado como una figura positiva, el hecho de que Góngora lo haga aparecer en una comedia —vale decir un género demasiado bajo para los señores—, dejaría conjeturar un cierto desprecio. En la tercera obra, por el contrario, el rechazo social del mercader resulta evidente. De El mercader amante, de Gaspar Aguilar, y Las firmezas de Isabela, de Góngora, también se ocupa Victoriano Roncero López, quien igualmente resalta la representación positiva del comerciante en ambas piezas. La diferencia reside en que, mientras Góngora solo pone en escena a comerciantes, en Aguilar el conflicto entre la nobleza y los mercaderes se manifiesta a través de la relación entre una noble y el hijo de un comerciante. El amor en la figura del mercader es analizado por Frederick A. de Armas con el ejemplo de El anzuelo de Fenisa, de Lope de Vega, señalando paralelos entre el amante y el mercader: los dos deben ser comedidos y no aspirar a lo ilimitado, incluso allí donde el amante se disfraza de mercader, para persuadir a su dama con sus mercancías. De ahí que el mercader sea una figura ambivalente, ora apreciada, ora sospechosa o peligrosa.

En el marco de la colonización de América, en la cual los comerciantes lograron adquirir una riqueza tal que se volvieron un peligro para la nobleza, y del concepto del pretium iustum, con el cual se aspira a armonizar valores económicos y éticos, Agnieszka komorowska muestra cómo en El amigo hasta la muerte, de Lope de Vega, la amistad entre Bernardo, hijo de Felisardo, un mercader rico, y Sancho, un noble empobrecido, debe hacer frente a numerosas pruebas. En su contribución sobre esta misma obra, Ysla Campbell pone de relieve que, si bien el padre, Felisardo, actúa según el nuevo ethos del mercader, su hijo, Bernardo, se orienta hacia los valores aristocráticos: «La paradoja radica en el fundamento de la nueva integración nobiliaria: a la nobleza se suman la virtud y la riqueza proveniente de los negocios». Joan Oleza constata la importancia del mercader tanto en la comedia erudita o regular italiana, ambientada en un marco urbano, como en la novella italiana, pero indica asimismo que su influencia sobre Lope de Vega es más bien limitada, puesto que en este último se representa un entorno social diferente y suelen aparecer figuras que solo están disfrazadas de comerciantes. En los Avisos de Barrionuevo, Francisco Domínguez Matito constata una atmósfera cargada de pesimismo a causa de los inmensos costes de la guerra, la alta carga impositiva y la inestabilidad de los precios. A la crítica de la monarquía, con su derroche y su indiferencia respecto a los problemas de la nación, se contrapone el mundo del dinero, de los mercaderes y de los banqueros.

En el siglo XVIII las circunstancias siguieron desplazándose a favor del mercader. Al respecto, Jan-Henrik Witthaus presenta tres posiciones: mientras que Juan Enrique Graef condena la búsqueda del interés particular por egoísta, considerando al mercader honrado como aquel que se ve obligado a cumplir con la exigencia del bien común, para José de Campillo y Cossío las pasiones de los individuos constituyen la clave del éxito económico; en Valentín de Foronda, finalmente, es el engranaje de los distintos intereses particulares lo que fomenta el bien común. Según Beatrice Schuchardt, también el teatro español del siglo XVIII se encuentra bajo la influencia de la recepción literaria de la pieza teatral The London Merchant, cuyo público burgués se complace en ver representadas figuras de su propio mundo del comercio y del artesanado. De ahí que El hombre agradecido (1796), de Comella, ponga en escena a Bruno, un mercader ilustrado que, actuando de manera ejemplar con cautela y autoridad natural, le brinda ayuda a un mercader caído en desgracia. Christian von Tschilschke elige como ejemplo la obra de teatro neoclásica La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez, puesto que allí el mundo se presenta como atravesado por el materialismo y por cuestionamientos económicos, aunque el marco de referencia no lo constituyan ni el mercado ni los comerciantes, sino la economía hogareña. En efecto, a la familia Pimpleas, cuyo comportamiento en materia de gastos se orienta hacia un estilo de vida aristocrático, se le contrapone doña Guiomar, quien se conduce según los nuevos valores burgueses de la racionalidad económica.

Las contribuciones del presente volumen se remontan en su mayoría a un congreso que tuvo lugar los días 9 y 10 de febrero de 2017 en los Uffizi de Florencia. Se agradece muy especialmente a Ignacio Arellano y al GRISO por la organización del congreso, y a la DFG por el financiamiento de la impresión. Y ¿cómo no señalar también nuestro cordial agradecimiento a la dirección de la Galleria degli Uffizi, que con tanta gentileza nos abrió sus puertas para debatir en el mismo espacio en el que un día hablaron Dante, Petrarca y Bocaccio, y que nos permitió desarrollar nuestro congreso en un ámbito excepcional?

Münster, diciembre de 2017
Christoph Strosetzki

DINERO, MERCADERESY OFICIOS PRODUCTIVOS EN LA SÁTIRA DE QUEVEDO1

Ignacio Arellano
Universidad de Navarra. GRISO

CRISIS Y DINERO. QUEVEDO MORALIZA

El dinero y el afán de lucro son fuerzas de pervivencia connatural al hombre, persistentes y omnipresentes, y los satíricos han moralizado siempre en su contra2. Ningún escritor satírico con perspectiva de moralista alabará nunca el dinero ni los deseos de enriquecerse. No cabe dentro del marco de las ‘virtudes’, aunque en la práctica real todos acaten el poder del dinero. Lo mismo que sucedía en tiempos de Quevedo sucede hoy con las críticas al ‘capitalismo’ y a ‘los mercados’…

El satírico don Francisco de Quevedo se encuentra por tanto con una amplia tradición en la que se inserta, aunque la situación de la España aurisecular le imponga ciertas actualizaciones y le dé un especial relieve al tema del dinero y sus anejos (mercaderes, comercio, política monetaria y financiera…).

De ningún modo queda más explícita la postura de Quevedo frente a estos aspectos de la economía que revisando una antología significativa de sus textos con algunos comentarios añadidos, que es lo que me propongo hacer en estas páginas.

La economía dineraria que caracteriza al Estado Moderno3 se apodera de las relaciones políticas y sociales quizá con vigor hasta entonces poco habitual. Los problemas económicos, especulación, medidas ineficaces de política monetaria, la inflación sobre todo, están en la base de gran parte de la sensación de caos que domina al español del Barroco4.

Geisler5, en su estudio sobre el dinero en la obra de Quevedo traza un panorama general en el que destaca la crisis de una sociedad feudal que inaugura ella misma una serie de actividades económicas que sin embargo no sabe manejar adecuadamente:

crisis de una sociedad feudal que aunque ella misma inaugura la era del comercio internacional, de la producción de mercancías, y la desarrollada economía monetaria gracias a la conquista de América y los metales preciosos americanos, sin embargo no adapta lo suficiente su propia estructura a las nuevas exigencias. (pp. 3-4)

El influjo de estos problemas en la vida cotidiana (y en la imagen que de ella construyen los españoles del XVII) se revela de manera muy significativa en las colecciones de noticias, como los Avisos de Barrionuevo, donde abundan las menciones de medidas monetarias, casi siempre inútiles para solucionar la grave crisis económica, y se pondera la sensación de catástrofe: «no se halla un real» es la fórmula con que Barrionuevo sintetiza a menudo la actualidad del país6. El costumbrista Remiro de Navarra en sus Peligros de Madrid se hace eco de lo mismo:

no se halla un real ni hay un cuarto, y la necesidad es mucho mayor de lo que se piensa, y el mundo, como dicen los menguados, está para dar un estallido; y yo añado: está tan flaco y débil de dinero, que ni aun para estallar tiene fuerza… (p. 139)

Quevedo liga sus críticas del interés, el lucro y el dinero a las circunstancias españolas y ramifica el tema en complejas vertientes7. Sobre el pensamiento estoico que subyace frecuentemente aparece la sátira tradicional, elevada hasta la denuncia política: es un amplio espectro de enfoques en torno al mismo tema. En uno de los extremos, el enfoque moral se articula sobre la oposición riqueza/pobreza, clave en el pensamiento quevediano8: La cuna y la sepultura9, Virtud militante10, Hora de todos11, y numerosos poemas morales (Poesía original, núms. 42, 43, 44, 46, 66, 68, 72, 88, 115, 117, 119, 123, 145)12 aportan textos fundamentales en este sentido, fácilmente ampliables. El dinero es un engaño, y desde el punto de vista ascético un estorbo: «¿qué otra cosa es eso que desigual carga al que aun desnudo camina cargado de sí proprio?» (La cuna y la sepultura, Prosa, p. 1332).

La doctrina sobre el lucro y la riqueza que expone, por ejemplo, Santo Tomás, contempla como ilegítimo el beneficio que vaya más allá de las necesidades vitales de cada uno. Aunque reconoce que esas necesidades varían «secumdum suam conditionem» (Suma teológica, II-II, q. 118, 1), resulta difícil establecer los límites, y en general toda tendencia al lucro se considera al menos peligrosa. Para Quevedo precisamente el boato y la riqueza desproporcionada a la condición de alguien es uno de los objetos de sátira, ya que la ‘necesidad’ de bienes la marca la condición social. La serie de canciones (Poesía original, núms. 630-634) a los retratos de un obligado de aceite, un pastelero, un avariento, una dama cortesana y un tabernero inciden parcialmente en estas cuestiones denunciando las pretensiones y exhibiciones de riqueza impertinentes a la calidad de los sujetos: al uno «diéronle riquezas no pensadas / alcuzas y ensaladas»; en otro toda su gala es «hija de un horno y nieta de una pala»; el logrero fue «enemigo de Dios y de la gente, / amigo solamente del dinero»; la cortesana «de diamantes empedrada» «fue cotorrera / y hartó de carne a Utrera»; y el tabernero indigno «pretendió en el dinero confiado / traer a Santiago sobre el pecho»…

En su desempeño como agente del duque de Osuna tuvo Quevedo oportunidad de comprobar la eficacia del oro: en una carta a Osuna13 describe el efecto de sus ofrecimientos:

Ándase tras mí media corte […] que aquí los más hombres se han vuelto putas, que no las alcanza quien no da […] para los porterillos ha sido un attolite portas, para los oídos un encanto […] adelante ha de haber tiempo de untar estos carros para que no rechinen; que ahora están más untados que unas brujas.

Quevedo proclama constantemente este poder corruptor del dinero: en el Sueño de la Muerte el dinero desplaza a los tres enemigos del alma; él solo se basta para ser el gran y único enemigo:

—¿Quién es —dije yo— aquel que está allí apartado haciéndose pedazos con estos tres, con tantas caras y figuras?

—Ese es —dijo la Muerte— el Dinero, que tiene puesto pleito a los tres enemigos del alma, diciendo que quiere ahorrar de émulos, y que a donde él está no son menester, porque él solo es todos los tres enemigos. Y fúndase para decir que el dinero es el Diablo en que todos decís «diablo es el dinero», y que «lo que no hiciere el dinero no lo hará el diablo», «endiablada cosa es el dinero». Para ser el Mundo dice que vosotros decís que «no hay más mundo que el dinero», «quien no tiene dinero váyase del mundo», al que le quitan el dinero decís que le echen del mundo, y que «todo se da por el dinero». Para decir que es la Carne el dinero, dice el Dinero: «Dígalo la carne», y remítese a las putas y mujeres malas, que es lo mismo que interesadas.

—No tiene mal pleito el Dinero —dije yo— según se platica por allá. (p. 331)

Famosa es la letrilla en la que concentra Quevedo esta idea del poder del dinero: ante él la muchacha se humilla como si fuera su amante y amado, quebranta cualquier fuero o ley, modifica la percepción que se tiene del rico, siempre hermoso y querido, aunque sea feo, doblega a la justicia, quiebra la estructura social rivalizando ventajosamente con la nobleza y la limpieza de sangre:

Poderoso caballero14
es don Dinero.

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de contino anda amarillo;
que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color,
persona de gran valor,
tan cristiano como moro.
Pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Son sus padres principales
y es de nobles descendiente
porque en las venas de oriente
todas las sangres son reales;
y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Mas ¿a quién no maravilla
ver en su gloria sin tasa
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles,
y pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.

Y es tanta su majestad
(aunque son sus duelos hartos),
que con haberle hecho cuartos
no pierde su autoridad;
pero pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas,
y pues las hace bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(¡mirad si es harto sagaz!)
sus escudos en la paz
que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
y hace proprio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Como apunta Geisler (2013, p. 133), si en la sociedad feudal que Quevedo considera «ortodoxa» los papeles sociales están bien definidos, en la nueva situación:

Todas estas definiciones realizadas con tanto cuidado el dinero las echa por tierra de un modo manifiesto. Ahí donde penetra dentro de la sociedad, el honor se convierte en un bien mueble que el dinero regala y su falta lo quita, el conde y el ganadero, el noble e incluso el mendigo [enriquecido, se entiende] se encuentran al mismo nivel, el plebeyo consigue un puesto («silla») que le correspondería únicamente a los de estatus superior, y la religión, la raza y la procedencia ya no juegan ningún papel.

Este desafío que supone la riqueza que vaya a manos que no le corresponden (a cuyas necesidades no es pertinente, diría Santo Tomás) preocupa a Quevedo, porque atenta, según se ha visto, contra la estabilidad estamental de la nobleza. En efecto, uno de los efectos perjudiciales —según Quevedo— del dinero es facilitar la movilidad social permitiendo que mercaderes enriquecidos (incluso sin sangre limpia) compren tierras y títulos, y pasen de ese modo al estamento nobiliario15: es así un «poder diabólico que conmueve el antiguo orden estamental» (Müller, 1978, p. 236), lo cual enlaza con la sátira de la falsa nobleza y de los oficios mercantiles.

Quevedo trata específicamente del poder del dinero en otras letrillas clave (Poesía original, núms. 647, 648, 649, 660).

La letrilla 647, «Toda esta vida es hurtar», formula, en palabras de Alarcos16, algo así como la conclusión a que lleva el espectáculo de la sociedad dominada por el desenfrenado apetito de dinero:

Toda esta vida es hurtar,
no es el ser ladrón afrenta,
que como este mundo es venta,
en él es proprio el robar. (VV. 1-4)

El catálogo de ladrones que despliega la letrilla es extenso: escribanos, alguaciles, letrados, cornudos consentidos, jueces… todos roban, cada uno con su instrumento. Ya lo enseñaba Clemente Pablo a su vástago: «Quien no hurta en el mundo, no vive».

El dinero confiere poder aunque se haya conseguido con malas artes:

El que si ayer se muriera
misas no podía mandar,
hoy, a fuerza del hurtar,
mandar todo el mundo espera.
(núm. 648, VV. 1-4)

y hasta puede limpiar la mancha de la sangre:

y he visto sangre judía
hacerla el mucho caudal
como papagayo real
clara ya su vena oscura.
(núm. 648, VV. 28-31)

El examen del campo léxico (metafórico en principio, muy lexicalizado en Quevedo y en todo el lenguaje del marginalismo)17 de gato ‘ladrón’ refleja la importancia del latrocinio y rapacidad en el universo satírico quevediano. La noción de rapiña concentrada en «gato» a raíz del sentido ‘animal de presa’ se ramifica en series asociativas de miz, maullar, uña, arañar, etc., que soportan innumerables juegos de palabras alusivos. A los seis ejemplos que aporta Castro (1926: tres de mices, dos de maullar y una alusión con ratones) pudieran añadirse varias decenas, que he recogido en otro lugar (Arellano, 1984) y no repetiré aquí. El romance 750 que describe una «consultación de gatos en cuya figura también se castigan costumbres y aruños» presenta, como es lógico, la mayor cantidad de juegos de palabras sobre estos términos de toda la poesía burlesca: el gato de unos escribanos es «gato de gatos» (v. 20); un mercader es más gato que su gato (v. 67) y vive de dar gatazos (v. 68); el juez es gato real (v. 205), etc. Es también muy alta la cantidad de menciones directas de hurtar, robar, ladrón18.

Frente a esa sociedad destruida por el dinero, el lujo, la molicie y los deseos de comodidad adquirida por el oro, propone Quevedo una sociedad ideal rústica, modesta, sobria, y en la que el dinero no se había convertido en amo y señor de todo, y la usura, la mohatra y la especulación no habían contaminado a los antiguos valerosos españoles de la Edad Media que evoca en la Epístola satírica y censoria:

… España con legítimos dineros,
no mendigando el crédito a Liguria,19
más quiso los turbantes que los ceros.

Menos fuera la pérdida y la injuria
si se volvieran Muzas los asientos, 20
que esta usura es peor que aquella furia.
(núm. 146, VV. 79-84)

Frente a la corrupción que implica generalmente el dinero, la pobreza, en cambio, supone beneficios apreciables: ahorra aduladores, engaños y asechanzas de ladrones: nada falta, dice en Virtud militante, al que se contenta con lo necesario (Prosa, p. 1439), y «la pobreza es hastío de todos los vicios y pecados» (Prosa, p. 1440)… En la poesía burlesca este motivo se integra en parodias del beatus ille, en las que el locutor expresa las ventajas de la vida mendiga frente a la «inquietud magnífica de los poderosos» (núm. 519):

Mejor me sabe en un cantón la sopa,21
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico que se engulle todo el mapa
muchos años de vino en ancha copa.
Bendita fue de Dios la poca ropa
que no carga los hombros y los tapa;
más quiero menos sastre que más capa,
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa;
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.22

Más descansa quien mira que quien trepa;
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a Fortuna, yo a la cepa.

En el mundo, sin embargo, muy pocos suscriben con su conducta la doctrina ascética del desprecio del oro. La letrilla 649 confronta a la pobreza con el dinero y no se acaba de decidir quién puede vencer en esa rivalidad: santa es la pobreza y levanta a los cielos su cabeza, pero los hombres en la tierra más bien parecen acostarse al lado del dinero, capaz de hacer «de piedras pan», sin ser el Dios verdadero pero convertido en ídolo de las multitudes, como los israelitas frente al becerro de oro:

Pues amarga la verdad
quiero echarla de la boca,
y si a l’alma su hiel toca
esconderla es necedad.
Sépase, pues libertad
ha engendrado en mi pereza
la pobreza.

¿Quién hace al tuerto galán
y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
le sirve de río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan23
sin ser el Dios verdadero?
El dinero.

¿Quién con su fiereza espanta
el cetro y corona al rey?
¿Quién, careciendo de ley,
merece nombre de santa?
¿Quién con la humildad levanta
a los cielos la cabeza?
La pobreza.

¿Quién los jueces con pasión,
sin ser ungüento hace humanos,
pues untándolos las manos
los ablanda el corazón?
¿Quién gasta su opilación
con oro y no con acero?
El dinero.

¿Quién procura que se aleje
del suelo la gloria vana?
¿Quién, siendo toda cristiana,
tiene la cara de hereje?
¿Quién hace que al hombre aqueje
el desprecio y la tristeza?
La pobreza.

¿Quién la montaña derriba
al valle, la hermosa al feo?
¿Quién podrá cuanto el deseo,
aunque imposible, conciba?
¿Y quién lo de abajo arriba
vuelve en el mundo ligero?
El dinero.

USURA Y AVARICIA. MOHATRAS Y ESPECULACIONES

Uno de los aspectos negativos del dinero y de su manejo es el vicio de la avaricia, la especulación y la usura, que sin producir bienes tangibles alimentan la auri sacra fames. Quevedo trata de la avaricia en Virtud militante, considerándola la cuarta peste del mundo. El retrato del avariento recuerda al todavía más caricaturesco del dómine Cabra en el Buscón:

Yo conocí un avariento; perdónole el nombre porque le conocieron otros muchos. Tenía cuatro mil ducados de renta y más de treinta mil a ganancias forzosas y seguras en el logro, no en la conciencia. Su vestido era tal que antes obligaba a los que no lo conocían a darle limosna que a pedírsela. Los pobres antes le temían que le demandaban. No tenía criado ni criada ni gastaba otra luz que la del día porque el sol se la daba de balde. Acostábase de memoria; comía de lo más barato que hallaba en el público aderezado. Tenía un sobrino solo y por no sustentarle o él, amedrentado el estómago de su sustento, servía a un oficial. Vile enfermo algunas veces y no se curaba con otra cosa sino con la cuenta que hacía de lo que ahorraba en no llamar médico ni pagar barbero ni botica. (Prosa, p. 1412)

Reprende en un soneto «la continua solicitud de los usureros»:

Con más vergüenza viven Euro y Noto,
Licas, que en nuestra edad los usureros;
sosiéganse tal vez los vientos fieros,
y, ocioso, el mar no gime su alboroto.

No siempre el ponto en sus orillas roto
ejercita los roncos marineros;
ocio tienen los golfos más severos;
ocio goza el bajel, ocio el piloto.

Cesa de la borrasca la milicia;
nunca cesa el despojo ni la usura,
ni sabe estar ociosa su codicia.

No tiene paz; no sabe hallar hartura;
osa llamar a su maldad justicia;
arbitrio al robo, a la dolencia cura.

No sabe hallar hartura: es, como dirá en otros casos (ver infra), una «pálida sed hidrópica del oro».

Estos avaros atesoran dinero pero no producen nada. Se dedican a la usura y a los fraudes, facilitados por las vicisitudes de la política monetaria. El capítulo v de La hora de todos se dedica a un mohatrero, prestamista sobre prendas, con «intereses argeles»: había prestado, por ejemplo, a un desgraciado, doscientos reales con ribete de cincuenta más en dos meses, es decir, aplicando un interés del 150%.

El capítulo XVI se ocupa de los engaños de embusteros y tramposos, metidos en un laberinto de «letras falsas aceptadas, y con fiadores falidos, y escrituras falsas, y hipotecas ajenas y plata que habían pedido prestada para un banquete» (p. 208). Uno solicita un préstamo de tres mil reales en vellón para restituirlos en dos meses en plata, lo que significa, como explican Bourg, Dupont y Geneste en su edición (p. 56) que si se tiene en cuenta el valor de la prima en los años 1633-1635, ofrece pagar un interés del 150% (aunque en realidad no piensa pagar nada).

La irritación de Quevedo lo lleva a confundir en un mismo alegato las prácticas de la usura con el comercio, cuya razón de ser para el satírico es únicamente la codicia, sin que se plantee nunca el lucro legítimo: véase el soneto

Enseña a los avaros y codiciosos el más seguro modo de enriquecer mucho

Si enriquecer pretendes con la usura,
Cristo promete, ¡oh pálido avariento!,
por uno que en el pobre le des, ciento:
¿dónde hallarás ganancia más segura?

La desdicha del pobre es tu ventura,
su hambre y su miseria tu sustento,
su desnudez tus galas y tu aumento
si socorres su afán y pena dura.

Fías de la codicia del tratante
y de la tierra, y en alado pino
los tesoros al mar siempre inconstante,

y solo dudas del poder divino,
pues su misma promesa no es bastante
a persuadir tu ciego desatino.

Ahí aparece un motivo crucial en este terreno: las navegaciones entendidas siempre en esta literatura moral y satírica como empresas comerciales impulsadas por el afán desmedido de riquezas.

COMERCIO Y NAVEGACIONES

El tema de las navegaciones es tradicional en la poesía moral, pero en el Siglo de Oro responde a la realidad de las navegaciones de Indias y se relaciona con el motivo de las flotas que llegan desde el Nuevo Mundo cargadas de oro, plata y otras riquezas. La codicia ha roto las disposiciones divinas, que separaron las tierras con los mares, y pusieron a los mares el límite de las tierras. El mismo mar, con todo su poder y la violencia de sus borrascas, obedece las leyes de Dios, pero el hombre, impulsado por la codicia, las quebranta, como proclama el soneto «Comprehende la obediencia del mar y la inobediencia del codicioso en sus afectos»:

La voluntad de Dios por grillos tienes,
y ley de arena tu coraje humilla,
y por besarla llegas a la orilla,
mar obediente, a fuerza de vaivenes.

Con tu soberbia undosa te detienes
en la humildad bastante a resistilla;
a tu saña tu cárcel maravilla,
rica por nuestro mal de nuestros bienes.

¿Quién dio al robre y al haya atrevimiento
de nadar, selva errante deslizada,
y al lino de impedir el paso al viento?

Codicia, más que el ponto desfrenada,
persuadió que en el mar el avariento
fuese inventor de muerte no esperada.

Los tesoros americanos constituyen un leitmotiv constante24. Los metales preciosos llegan a la Casa de la Contratación de Sevilla en grandes cantidades, pero no se invierten en actividades productivas, ni se aplican nuevas tecnologías industriales que están desarrollándose en otros lugares de Europa, y además crece la competencia comercial que rompe el monopolio español del comercio indiano: franceses, holandeses, ingleses, portugueses captan buena parte del flujo económico.

Cristóbal de Villalón se entusiasma en 1542 con el desarrollo del comercio global:

ahora hay una gran comunicación y unión en las mercaderías y negocios en todos los reinos y provincias del mundo, los unos con los otros, y con mucha facilidad se comunican por vía de estas industrias y agudezas todas aquellas cosas preciadas y estimadas de los que unos abundan y faltan a los otros, así todos las poseen con menos coste y trabajo y las gozan con gran alegría y placer25.

Los tratadistas de la Escuela de Salamanca examinan con mayor racionalidad las cuestiones financieras y económicas y defienden las actividades comerciales y productivas con buenos argumentos que los satíricos y moralistas —particularmente Quevedo— tienden a menudo a ignorar al menos en sus escritos satíricos (no hay que olvidar que el género tiene sus propias convenciones).

Tomás de Mercado, en el capítulo II («Del principio, origen y antigüedad de los mercaderes») de su Suma de tratos y contratos, después de admitir de pasada que el comercio tuvo su ocasión en el pecado original —como podría decirse de todas las actividades humanas tras la expulsión del Paraíso de los primeros padres—, escribe una clara defensa del oficio y su nobleza26. Señala que Plutarco concede a los mercaderes gran reputación, y que desde antiguo hombres eminentísimos se dedicaron al comercio, como los sabios Solón y Talete, que toda su juventud fueron mercaderes «y el Solón muy poderoso príncipe y prudente gobernador». Con la autoridad del mismo Plutarco y de Hesíodo señala que en los tiempos antiguos ningún oficio «era tan estimado y tenido entre las gentes como la mercancía», que causa gran comodidad y provecho para todo el cuerpo de la república: es, pues, actividad que responde al bien común, necesaria y noble, y que no se limita solo a generar flujos de dinero, sino que permite adquirir noticias de otros lugares, gentes y costumbres, y hace a los hombres «universales, cursados y ladinos para cualquiera negocios que se les ofrezcan»: papel, pues, cultural y civilizador (parafraseo a Geisler, 2013, p. 49).

González de Cellorigo, uno de los más importantes arbitristas, intenta ofrecer una serie de soluciones a los problemas de su patria en el Memorial de la política necesaria y útil restauración a la república de España (1600). Me interesa ahora subrayar dos aspectos de su memorial: uno es su denuncia de la economía no productiva, basada en censos, rentas y especulaciones que huyen «de lo que naturalmente nos sustenta»:

y emprender lo que destruye las repúblicas, cuando ponen su riqueza en el dinero y en la renta del que por medio de los censos se adquiere, que como peste general ha puesto estos reinos en suma miseria, por haberse inclinado todos o la mayor parte, a vivir de ellos y de los intereses que causa el dinero, sin ahondar de dónde ha de salir lo que es menester para semejante modo de vivir […] porque atenidos a la renta se han dejado de las ocupaciones virtuosas de los oficios de los tratos de labranza y crianza y de todo aquello que sustenta los hombres naturalmente. (cit. Geisler, 2013, p. 55)

El otro es su defensa de la dignidad de los oficios económicos y productivos, protestando de las perniciosas ideas que les niegan nobleza y honra, cuando debería ser todo lo contrario:

Lo que más ha distraído a los nuestros de la legítima ocupación que tanto importa a esta república, ha sido poner tanto la honra y la autoridad en el huir del trabajo, estimando en poco a los que siguen la agricultura, los tratos, los comercios y todo cualquier género de manifatura, contra toda buena política. Y llega a tanto que por las constituciones de las órdenes militares no puede tener hábito mercader ni tratante, que no parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural. (cit. Geisler, 2013, p. 67)

Mercado reflexiona racionalmente sobre los problemas de la economía de su tiempo. Quevedo, en sus obras satíricas, con una perspectiva en la que se unen su postura personal más acusada y las convenciones del género literario, no entra en absoluto en consideraciones racionales, sino en el terreno de la invectiva y la condena. Poco comentario requiere, por ejemplo, un alegato tan feroz como el que construye en el Sermón estoico de censura moral, en el que se explaya abundantemente contra las navegaciones y el comercio —sobre todo indiano—:

De metal fue el primero27
que al mar hizo guadaña de la muerte:
con tres cercos de acero
el corazón humano desmentía.
Este, con velas cóncavas, con remos,
(¡oh muerte!, ¡oh mercancía!),
unió climas extremos;
y, rotos de la tierra
los sagrados confines,28
nos enseñó con máquinas tan fieras
a juntar las riberas,
y de un leño, que el céfiro se sorbe,
fabricó pasadizo a todo el orbe,
adiestrando el error de su camino
en las señas que hace enamorada
la piedra imán al Norte,
de quien, amante, quiere ser consorte,
sin advertir que cuando ve la estrella29
desvarían los éxtasis en ella.
[…]

Profanó la razón y disfamola
mecánica codicia diligente,30
pues al robo de oriente destinada
y al despojo precioso de occidente,
[…]
examinando rumbos y concetos,
por saber los secretos
de la primera madre31
que nos sustenta y cría,
de ella hizo miserable anatomía.32
Despedazola el pecho,
rompiole las entrañas,
desangrole las venas
que de estimado horror estaban llenas;33
[…]
Juntas grande tesoro,
y en Potosí y en Lima34
ganas jornal al cerro y a la sima.
Sacas al sueño, a la quietud, desvelo;35
a la maldad consuelo;
disculpa a la traición; premio a la culpa;
facilidad al odio y la venganza,
y, en pálido color, verde esperanza,
y debajo de llave
pretendes, acuñados,
cerrar los dioses y guardar los hados,
siendo el oro tirano de buen nombre,
que siempre llega con la muerte al hombre,
mas nunca, si se advierte,
se llega con el hombre hasta la muerte.

Estimado horror, tirano de buen nombre: el oro es para el poeta satírico una maldición.

LAS METÁFORAS DEL ORO

Los recursos retóricos que se aplican a las menciones del oro revelan esa negativa cualidad: metáforas degradatorias y agudezas de contrariedad casi siempre en forma de oxímoros. En estos casos el sustantivo (lo esencial) refleja la dimensión negativa del oro y la riqueza, mientras que el adjetivo refleja la consideración en que se le tiene por parte de los codiciosos: el oro es así cárcel con blasón de muro (Poesía original, núm. 65, v. 14), peligro precioso (Poesía original, núm. 136, v. 43), pobreza disfrazada (id., v. 44), ponzoña dorada (id., v. 45), tirano (id., v. 80), rubia calamidad (núm. 61, v. 8), espléndido tirano (núm. 72, v. 8)… Es enfermedad de hidropesía (Poesía original, núm. 136, v. 26) «codicia hidrópica», que siente más sed cuanto más bebe: «pálida sed hidrópica del oro» (Poesía original, núm. 88, v. 14)… Ya explica Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española al definir esta enfermedad:

enfermedad de humor aguoso que hincha todo el cuerpo […] Algunas veces se toma por la avaricia, porque el hidrópico, por mucho que beba, nunca apaga su sed, ni el avariento por mucho que adquiera, su codicia.

Como serie de estas denominaciones injuriosas (miseria honrosa, pobreza ilustre, fatiga dulce, inquietud preciosa…) se organiza el significativo soneto «Séneca vuelve a Nerón la riqueza que le había dado»:

Esta miseria, gran señor, honrosa,
de la humana ambición alma dorada,
esta pobreza ilustre acreditada,
fatiga dulce y inquietud preciosa,

este metal de la color medrosa
y de la fuerza contra todo osada
te vuelvo; que alta dádiva invidiada
enferma la fortuna más dichosa.

Recíbelo, Nerón, que en docta historia
más será recibirlo que fue darlo,
y más seguridad en mí el volverlo,

pues juzgarán, y te será más gloria,
que diste oro a quien supo despreciarlo
para mostrar que supo merecerlo.

LOS OFICIOS PRODUCTIVOS36. EL MERCADER

La inquina de don Francisco a los oficios y actividades mercantiles se ha relacionado con su conservadurismo ideológico, enemigo de las presiones sociales o económicas que puedan desestabilizar la seguridad de la nobleza (Caminero, 1980, p. 29). En este sentido se liga estrechamente a los temas de la falsa nobleza, judíos y del poder del dinero37. Entremezcladas con esta impronta ideológica se hallan ramificaciones procedentes de la tradición literaria y folklórica (ya Marcial critica a taberneros y posaderos)38 y de la propia realidad: los abusos de algunos oficiales, la adulteración del vino o de los pasteles, son hechos cotidianos que fundamentan parte de la sátira de Quevedo. Tampoco debe olvidarse que estos personajes de ínfima categoría social son los propios del género satírico y burlesco39.

La sátira de los bajos oficios es muy intensa en Quevedo, que reúne amplísimos repertorios en los Sueños y La hora de todos. Es tema que he estudiado a propósito de la poesía (Arellano, 1984) y no volveré detenidamente sobre ello, limitándome a apuntar algunos detalles.

De nuevo es la codicia el rasgo que unifica todas las críticas particulares:

Y afirman, en conclusión,
de los oficios que canto,
que ya no hay oficio santo
sino el de la Inquisición;
quien no es ladrillo, es ladrón.
(Poesía original, núm. 651, VV. 65-69)

La sátira más grotesca es la que afecta al pastelero: el leitmotiv satírico es siempre el de las porquerías40 que utiliza para elaborar sus pasteles: moscas, perros muertos, gatos, pieles, carne de ahorcado, caballos muertos, etc. En el poema núm. 631, écfrasis del retrato de un pastelero, enumera las materias con las que fabrica la masa de carne:

Y sábese por cierto
que en su tiempo ni hubo perro muerto,
rocines, monas, gatos, moscas, pieles
que no hallasen posada en sus pasteles. (VV. 9-12)

A voces persiguen en el infierno a un malaventurado pastelero que ha hecho sus pasteles con carne de los ahorcados hechos cuartos y puestos en escarmiento por los caminos (chiste que reaparece en el Buscón), que le reclaman el día del juicio sus miembros para poder recomponerse:

Pero tales voces como venían tras de un malaventurado pastelero no se oyeron jamás, de hombres hechos cuartos y pidiéndole que declarase en qué les había acomodado sus carnes confesó que en los pasteles y mandaron que les fuesen restituidos sus miembros de cualquier estómago en que se hallasen. Dijéronle si quería ser juzgado y respondió que sí, a Dios y a la ventura. La primera acusación decía no sé qué de gato por liebre, tantos de güesos (y no de la misma carne, sino advenedizos), tanta de oveja y cabra, caballo y perro. Y cuando él vio que se les probaba a sus pasteles haberse hallado en ellos más animales que en el arca de Noé, porque en ella no hubo ratones ni moscas41 y en ellos sí, volvió las espaldas y dejolos con la palabra en la boca. (Sueños, p. 116)42

El sastre es otro de los oficios criticados con frecuencia, acusado de mentir y de defraudar en la medida de las telas. Muchos pasajes de la poesía satírica insisten en el inevitable latrocinio43. En todo caso para el locutor satírico del Sueño del infierno merecen la condena y son tan abundantes los sastres ladrones que van en escuadrones al infierno:

llegaron a mis compañeros y dijeron que eran sastres; y dijo uno de los diablos:

—Deben entender los sastres en el mundo que no se hizo el infierno sino para ellos, según se vienen por acá.

Preguntó otro diablo cuántos eran. Respondieron que ciento, y respondió un demonio mal barbado entrecano:

—¿Ciento y sastres? No pueden ser tan pocos. La menor partida que habemos recibido ha sido de mil y ochocientos. En verdad que estamos por no recibilles.

Afligiéronse ellos, mas al fin entraron.

Ved cuáles son los sastres, que es para ellos amenaza el no dejarlos entrar en el infierno. (Sueños, p. 183).

La crítica de los plateros del soneto 554 («Si el mundo amaneciera cuerdo un día / pobres anochecieran los plateros, / que las guijas nos venden por luceros / y en migajas de luz jigote al día») se produce de modo subsidiario, ligada al tema moral de la vanidad y lujo inútil, lo mismo que en el pasaje paralelo del Sueño del Infierno:

Si Dios hiciera que el mundo amaneciera cuerdo un día, todos estos quedaran pobres, pues entonces se conociera que en el diamante, perlas, oro […] pagamos más lo inútil […] que lo necesario y honesto. Y advertid […] que la cosa que más cara se os vende en el mundo es lo que menos vale, que es la vanidad que tenéis. (Sueños, p. 197)

Poesía original