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EL LIBRO Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Mariano de la Campa

Ruth Fine

Aurelio González

Christoph Strosetzki

(eds.)

Klaus Dieter Vervuert
© Ricardo Torres / Revista Leer

EL LIBRO Y SUS CIRCUNSTANCIAS

IN MEMORIAM KLAUS D. VERVUERT

Mariano de la Campa, Ruth Fine,
Aurelio González, Christoph Strosetzki
(eds.)

Iberoamericana - Vervuert - 2019

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ISBN 978-84-9192-069-4 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-96456-857-1 (Vervuert)

ISBN 978-3-96456-858-8 (e-Book)

Depósito Legal: M-17886-2019

Diseño de la cubierta: Carlos Zamora

ÍNDICE

Prólogo

Lía Schwartz

Las bibliotecas privadas de estoicos y neoestoicos: Séneca, Justo Lipsio, Quevedo, Gracián

Isabel Pérez Cuenca

La biblioteca de Quevedo: una revisión bibliográfica

Javier Rubiera

Pedro Simón Abril, las comedias de Terencio y la lectura del teatro en el siglo XV

María Teresa Echenique Elizondo

El impacto de la imprenta en la codificación de la lengua: a propósito de la Gramática Castellana de Nebrija

Karl Kohut

De los hechos a los libros: huellas de la Conquista en los libros de caballerías

José Manuel Lucía Megías

Los oficios de Miguel de Cervantes: nuevas perspectivas de estudio más allá de los libros y de la escritura

María José Rodilla

Correspondencias cervantinas y contagios literarios en las Novelas Ejemplares

Klaus Meyer-Minnemann

Algunas obersaciones (no solo) narratológicas sobre el “Quijote” en El Quijote (Primera Parte)

Trevor J. Dadson

El marqués de la Celada: mayordomo del rey y lector de El Quijote

Abraham Madroñal

Gigantes a hombros de enanos: La gigantomaquia manuscrita de Mateo Juárez de Castro y Ribera (1634)

Marcella Trambaioli

Reflexiones en torno al libro en la escritura de Lope de Vega (entre autopromoción y crítica literaria)

Mariano de la Campa

Texto impreso y texto manuscrito en la poesía de Quevedo

Frederick A. de Armas

Dos sonetos de Shakespeare y sus circunstancias: Nathan Drake, Clémence Robert, “F.” y Enrique Zumel

Judith Farré Vidal

El Quijote como metáfora transatlántica del exilio republicano, entre la biblioteca y la nostalgia: el caso de José Luis López Aranguren y Eulalio Ferrer

Manfred Tietz

Los daños del libro: una “antihistoria” literaria de Antolín López Peláez (1866-1918)

José Martínez Millán:

La pervivencia del “sistema cortesano” en las novelas de Benito Pérez Galdós: La de bringas

María José Rodríguez Sánchez de León:

Contra la pasión de leer: la homilía sobre la lectura de los libros “prohibidos” del obispo de Parma Adeodato Turchi

Mechthild Albert

“El resplandor en el abismo”: luces y libros en Los libros arden mal de Manuel Rivas

Aurelio González

Prensa popular: los cuadernillos teatrales de la Imprenta de Vanegas Arroyo

Manuel Pérez

Una curiosa causa para la impresión de sermones en el siglo XV novohispano

Maxim P.A.M. Kerkhof

A propósito de los verbos sombaír y asufrir y el sustantivo rincão en el portugués de la “naçao portuguesa” de Ámsterdam

Verónica Grossi

Una parodia-retrato del libro impreso a través de un diálogo transatlántico: el caso de los Enigmas de sor Juana Inés de la Cruz

Gloria Chicote

Lo popular y lo letrado: convergencia de tradiciones culturales en el romancero vulgar

Luce López-Baralt

Borges y yo: confesiones acerca de la experiencia mística

Arturo Echavarría

Reflexiones en torno a la crítica literaria

Gesine Müller

¿Cómo se hace la literatura mundial? Con unos ejemplos desde el Sur Global

Christoph Strosetzki

“Verba volant, scripta manent”. El libro en la primera era de su reproductibilidad técnica

Ángel Gómez Moreno

La bella entre rosas y azucenas: origen y evolución de un tópico (I)

Dieter Ingenschay

De microrrelatos y macrotesis: la dislocación del texto publicado del libro tradicional a la red

Andrea Pagni

Traducir y antologar poesía: las circunstancias de Poesía alemana de hoy (1945-1966), una antología a cargo de Klaus Dieter Vervuert

Con motivo del doctorado honoris causa a Klaus D. Vervuert, otorgado por la Westfälische Wilhelms-Universität Münster

Discursos

PRÓLOGO

Se reúnen en este volumen trabajos que tratan en un sentido amplio todo lo relacionado con la producción, distribución, recepción e impacto de los libros y sus soportes en papel o electrónicos. De allí su título: El libro y sus circunstancias. Con él se pretende honrar la memoria del querido y extraordinario editor y librero Klaus Dieter Vervuert (1945-2017).

Como es sabido, la filología se ocupó desde sus comienzos de los errores en la transcripción de manuscritos. A partir del inicio de la Edad Moderna, el escritor alcanzó cierta autonomía y desarrolló su propia imagen frente al clero intelectual. Con el advenimiento de la imprenta surge la preocupación y queja de que impresores no cualificados pudieran producir libros. La mayor difusión de los libros impresos en los primeros años de la Era Moderna creó un nuevo público de lectores laicos, para quienes el Quijote constituía un ejemplo problemático. Por su parte, la censura pretendía proteger a los lectores ante influencias nocivas. En el siglo XIX, la mejora de las técnicas de impresión permitió abaratar el precio del libro y con ello aumentar la difusión de las impresiones. Así surge, por ejemplo, la novela en episodios. Seguidamente, en el siglo XX, somos testigos de fenómenos editoriales como el boom latinoamericano y las estrategias asociadas a las editoriales Seix Barral y Alfaguara. Finalmente, en la actualidad, la globalización, la digitalización y el Internet ofrecen desafíos y oportunidades que están cambiando la situación y la labor tanto de los autores como de las editoriales. Este amplio espectro de temas en torno al libro es abordado por los trabajos que integran el volumen, además de otras temáticas de interés y relevancia. En efecto, gracias a la diversidad de los enfoques de los autores contribuyentes, la presente antología ha alcanzado e incluso superado la temática prevista.

Los artículos del volumen abarcan una amplia cronología que va desde el Siglo de Oro hasta el siglo XX en España, incluyendo América Latina y Portugal. Lía Schwartz muestra cómo Justo Lipsio, Quevedo y Gracián evalúan el significado y el uso de las bibliotecas desde un punto de vista estoico y neoestoico. Por su parte, Isabel Pérez Cuenca se ocupa de la biblioteca de Quevedo y de la información que tenemos sobre ella. A partir del ejemplo de las obras de Terencio traducidas al castellano por Pedro Simón Abril, Javier Rubiera plantea la dicotomía entre texto escrito y texto representado, entre lectura de un drama y asistencia a un espectáculo. María Teresa Echenique Elizondo atribuye el hecho de que la Gramática castellana de Nebrija ejerciera una influencia tan duradera, especialmente en el campo de la fonética, al hecho de que se trata de la primera gramática de una lengua románica disponible como libro impreso, por lo cual las copias manuscritas ya no podían seguir generando nuevos cambios. A diferencia de la investigación que generalmente se ha ocupado del impacto de los libros de caballerías sobre la imaginación y la actuación de los conquistadores, Karl Kohut presenta la influencia de los hechos de la Conquista sobre los libros de caballerías.

Algunos aportes están dedicados a la vida y obra de Miguel de Cervantes. José Manuel Lucía Megías propone una perspectiva biográfica del autor que no constituya solamente una explicación de su obra. La aproximación de María José Rodilla, en cambio, analiza la figura de Cervantes aludiendo o citando su propia obra. Esta autora ofrece también una lectura de las Novelas ejemplares vinculándolas entre sí y con el Quijote y el Persiles. Klaus Meyer-Minnemann, por su parte, compara el uso del tópico del “libro en el libro” del Quijote con el de otras obras literarias del Siglo de Oro y del presente. Finalmente, Trevor J. Dadson considera la biblioteca del marqués de la Celada (1570-1621), el mayordomo del rey, y el lugar que tiene el Quijote como una obra de entretenimiento en el marco de dicha biblioteca.

Diferentes ensayos sobre el Siglo de Oro arrojan luz sobre aspectos varios del manejo de los libros. Así, Abraham Madroñal se pregunta acerca de los motivos que llevaron a Francisco de Sandoval a publicar su libro impreso La gigantomaquia (1630) cuatro años más tarde y como manuscrito, bajo un seudónimo y con una nueva dedicatoria. Marcella Trambaioli analiza ciertas observaciones de Lope de Vega, quien tenía una biblioteca de 1500 libros, sobre la producción literaria de su época, propia y ajena. Por último, Mariano de la Campa estudia el proceso creador y recreador desde el manuscrito hasta el texto impreso del Parnaso español de Quevedo, llegando a la conclusión de que no debemos dudar de que ese conjunto de poemas organizado en musas representa la última voluntad poética de su autor.

Los efectos de la temprana Edad Moderna alcanzan los siglos XIX y XX. Así, Frederick A. de Armas encuentra las primeras traducciones españolas de un tardíamente descubierto Shakespeare en dos sonetos incluidos en una obra de Enrique Zumel (1822-1897) de 1853, obra que fue muy popular en su época. Judith Farré Vidal, por su parte, concluye que el Quijote se convirtió en una de las metáforas fundamentales del exilio republicano en México con una fecunda red de correspondencias simbólicas que enlazan literatura y vida. Manfred Tietz muestra que los libros también pueden quedar marginados, como ocurrió poco después de la invención de la imprenta. Con tal fin, analiza el ejemplo de Los daños del libro (1905) de Antolín López Peláez, donde, como en Jaime Balmes, los libros buenos, que sirven a la verdad religiosa, se distinguen de los libros malos, que proclaman ideas liberales. José Martínez Millán expone cómo en la novela de Galdós La de Bringas se refleja con claridad el enfrentamiento entre dos modelos sociopolíticos que convivían en España: el “sistema de corte”, relacionado con los partidos de tendencia moderada, y las estructuras del Estado liberal, defendidas por los progresistas. La crítica de las apariencias sociales realizada en La de Bringas encubre a su vez una crítica a la sociedad cortesana. María José Rodríguez Sánchez de León analiza la Homilía sobre la lectura de los libros “prohibidos” del obispo de Parma Adeodato Turchi (1724-1803), cuyo propósito es combatir a los escritores impíos y evitar el acceso a las ideas anticatólicas procedentes de la Francia revolucionaria. El texto de Turchi interesó a los religiosos españoles, que lo tradujeron y publicaron en varias ocasiones. Mechthild Albert muestra las conexiones en relación con el libro, la cultura y la Ilustración en la obra Los libros arden mal (2007) de Manuel Rivas

Son varios los aportes dedicados a América Latina. Para Aurelio González, las publicaciones consideradas menores, como estampas, oraciones religiosas y cuadernillos teatrales, que la editorial de Antonio Vanegas Arroyo publicó en México desde 1880 durante varias décadas, son un reflejo directo de los valores aceptados por la sociedad que los consumía. Manuel Pérez señala que el sermón del cual se transcribieron 2000 títulos que comprenden los destinados a la reforma de costumbres y los de encomio fue el género más favorecido por la imprenta en la Nueva España del siglo XVII, sin importar si el sermón precedió a la impresión o si aquel tuvo solo una versión impresa y nunca fue expuesto oral ni públicamente. Maxim P. A. M. Kerkhof se dedica a los sermones de los sefardíes amsterdameses en portugués estudiando algunas de sus características lingüísticas. Verónica Grossi muestra que la obra inédita de los Enigmas (1695) ofrecidos a la Casa del Placer por sor Juana Inés de la Cruz permiten recrear los últimos años de la autora y son una clave para investigar la compleja red de intercambios locales y transatlánticos en libros y manuscritos de la temprana modernidad.

Gloria Chicote explica cómo a partir de la fijación y difusión impresa del romancero vulgar en la segunda mitad del siglo XX se tornó necesario incorporar nuevas búsquedas teóricas sobre la definición de lo popular. Dos aportes están dedicados a Jorge Luis Borges. Mientras que Luce López-Baralt se ocupa de la experiencia mística del autor argentino como una vivencia innombrable, Arturo Echavarría afirma que la obra de Borges nos permite reconocer los méritos editoriales de Klaus Vervuert, en su significativo aporte a la bibliografía de estudios borgianos, en cuyo marco se plantea la pregunta acerca de la ubicación del crítico respecto del texto artístico.

Más general es el enfoque de Gesine Müller, quien frente a una definición de literatura mundial como un proceso complejo y dinámico caracterizado por la abundancia de material indaga acerca del nuevo rol de las editoriales, las bibliotecas y los nuevos medios de comunicación. Christoph Strosetzki se interroga sobre la aplicación de la teoría que formuló Walter Benjamin respecto del arte en una época de su reproducibilidad técnica, como también respecto del libro después de la invención de la imprenta y en la era de auge de los medios electrónicos.

Además de los discursos de Manfred Tietz y Klaus Dieter Vervuert con motivo del otorgamiento del título de doctor honoris causa a este último por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Münster, hay tres aportes de carácter más personal: Ángel Gómez Moreno toma el término florilegio literalmente y traza el uso tópico del rojo de la rosa primigenia (Rosa gallica) y del blanco de la azucena (Lilium candidum). Dieter Ingenschay muestra cómo Klaus Dieter Vervuert se posicionó con respecto a la publicación de poesía y de disertaciones y llega a la conclusión de que se involucró tempranamente en la era digital, redefiniendo su propio papel y el de su editorial en el umbral de una nueva era tecnológica. Finalmente, Andrea Pagni se refiere a los inicios de la carrera de Vervuert en el mundo del libro con una antología publicada en 1967 por la Editorial Sudamericana en Buenos Aires titulada Poesía alemana de hoy (1945-1966), de la que fue el responsable de la selección y del arreglo. Vervuert trabajó en la traducción junto con Rodolfo Alonso.

Sin duda, la editorial Iberoamericana/Vervuert, con sus publicaciones pasadas, presentes y futuras, y a través de la librería, primero en Frankfurt, luego en Madrid, es la encomiable depositaria de la memoria de Klaus Dieter Vervuert. Este volumen quiere ser una humilde contribución de sus autores a dicha memoria, como expresión del inmenso aprecio y agradecimiento que sienten por Klaus Dieter Vervuert, cuyo inestimable y extraordinario aporte al hispanismo ha dejado una huella imborrable.

Mariano de la Campa

Ruth Fine

Aurelio González

Christoph Strosetzki

LAS BIBLIOTECAS PRIVADAS DE ESTOICOS
Y NEOESTOICOS: SÉNECA, JUSTO LIPSIO,
QUEVEDO, GRACIÁN

Lía Schwartz

The Graduate Center, CUNY

A Klaus D. Vervuert, in memoriam

Seneca shows that the habit of book-collecting was very common in his time, and condemns it. You ask, why did he condemn it? “Because”, he says, “they acquired books not that they might enjoy them, but simply for show. To these newly rich, ignorant even of the elements of belles lettres, books are not aids to study, but simply ornament of dining-rooms.

Justus Lipsius. A Brief Outline of the History of Libraries (1907: 91-92).

Y es cosa de notar, que siendo el hombre persona de razón, lo primero que executa es hazerla a ella esclava del apetito bestial. Deste principio se originan todas las demás monstruosidades, todo va al revés en consecuencia de aquel desorden capital: la virtud es perseguida, el vicio aplaudido; la verdad muda, la mentira trilingüe; los sabios no tienen libros, los ignorantes librerías enteras.

Baltasar Gracián. El Criticón. Segunda parte, Crisi IV, El museo del Discreto.

La obra de Séneca circuló ampliamente entre los lectores españoles desde el siglo XIII o el XIV, y así lo había señalado ya Blüher en sus estudios sobre el estoicismo de 19831. Entre los estoicos mismos, recordaba por su parte Henry Ettinghausen, Séneca tuvo gran influencia sobre los cambios por los que pasó el primer estoicismo en la “antigüedad clásica”, punto de partida de una segunda y tercera fase de este movimiento2.

Los representantes de la primera fase del estoicismo fueron, entre otros, Cleantes y Crisipo. La segunda fase, o Stoa Media, incluía a Panecio y Posidonio. En la época de la tercera fase de esta escuela, la Stoa Tardía, se debe incluir a Epicteto, entre otros. Séneca (4 a. C. - 65 d. C.), por su parte, consolidó los preceptos fundamentales de la filosofía estoica.

El sistema de la Stoa temprana se dividía en tres áreas: 1) τὸ λογικόν (teoría del conocimiento, lógica, retórica); τὸ φυσικόν (ontología, física, teología); τὸ ἠθικόν (ética). Según los estoicos, la virtud estaba basada en el conocimiento. Solo el sabio, que conoce la verdad y aun sabe que la conoce con certeza, puede ser realmente virtuoso. El conocimiento es, en la teoría estoica, la coincidencia de las concepciones mentales del hombre con la realidad; por tanto, su sabiduría consiste en mantener tales conceptos que resulten de la realidad. Se ha dicho que Séneca no se consideraba simplemente adherido a un sistema filosófico, el estoicismo, sino que se presenta desde dentro del sistema, aunque apunte algunas diferencias ideológicas3. Por otra parte, es evidente que su principal interés radica en la ética, ya que no ha dejado obras sobre temas de lógica, filosofía del lenguaje o epistemología.

Entre sus ensayos sobre la doctrina estoica, que incluyen las conocidas Consolationes, compuso el que lleva el siguiente título: “Ad Serenum de tranquillitate animi”.

En este texto Séneca le ofrece a quien había sido su discípulo una serie de consejos o recomendaciones basados en la doctrina estoica acerca de los supuestos, falsos atractivos que ofrecían el lujo, la vida pública o la fama literaria, y el rechazo que merecían por ser causa de inútiles inquietudes y final aburrimiento. Los consejos reiteran, obviamente, normas doctrinales del estoicismo que se leen en otras colecciones de obras filosóficas. En ellas también se afirma que, para vivir en concordancia con la naturaleza, había que aprender a contener los instintos y a cortar las conexiones emocionales. Así lo habían propuesto ya Zenón de Elea (siglo IV a. C.) y otros estoicos. Los principios básicos de la Stoa afirmaban que el hombre debía aprender a vivir según lo determinaban la virtud y la razón4. Así lo reitera Séneca al señalar a Serenus, por ejemplo, que el soldado no se retira de la lucha a menos que logre salvaguardar su honor: Salva militaris dignitate. Y añade: Hoc puto virtuti faciendum studiosoque virtutis5.

Un buen estoico debía aprender asimismo a ser flexible; a no adherirse a planes que no se habían concretado, a no ser obstinado, actitudes que quitan la tranquilidad y paz interior y desarrollan, en vez, tanto la incapacidad de cambiar como la incapacidad de soportar los cambios. Séneca insiste por ello en que lo más importante es que la mente de un ser humano se aparte de intereses externos y se centre en sí misma: Utique animus ab omnis externis in se revocandus est6.

Se veía como fundamental la decisión de independizarse de los intereses externos y ello incluía asimismo los gastos relacionados con los estudios, aunque estos fueran honorables en sí mismos. En cuanto a la compra de libros, también la rechazaban. ¿Para qué servía tener tantos libros y bibliotecas, cuyos títulos sus dueños apenas podían descifrarlos en toda su vida? No se trataba de elegancia ni de solicitud sino del deseo de un lujo aprendido, ni siquiera “aprendido”, ya que se trataba no de libros para estudiar sino para decorar el comedor de una casa.

Studiorum quoque quae liberalissima impensa est, tamdiu rationem habet quamdiu modum. Quo innumerabilis libros et bybliothecas, quarum dominus vix tota vita indices perlegit? Onerat discentum turba, non instruit, multoque satius est, paucis te auctoribus tradere, quam errare per multos. Quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt; pulcherrimum regiae opulentiae monumentum alius laudaverit, sicut T. Livius, qui elegantiae regum curaeque egregium id opus ait fuisse. Non fuit elegantia illud aut cura, sed studiosa luxuria, immo ne studiosa cura, quoniam non in studium, sed spectaculum comparaverant, sicut plerisque ignaria etiam puerilium litterarum libri non studiorum instrumenta sed cenationum ornamenta sunt7.

De esta noción irá desarrollándose la idea de que los libros de contenido serio, científico, intelectual, no fueron creados para el consumo de las masas sino de lectores educados que entendían lo que leían.

Gracián y Quevedo, como Justo Lipsio, creían que el amor a los libros traía prestigio y fama. Pero como buenos neoestoicos veían el mundo dividido en sapientes y stulti. Sapiens, el discreto, era quien había aprendido el camino a la sabiduría y solo a él estaba reservado el estudio y aprendizaje; en cambio, las bibliotecas en las casas de tontos, stulti, eran signo o señal de codicia. Por ello, los moralistas castigaban a los impresores y libreros por enriquecerse indiscriminadamente al trasformar los libros en meros objetos de consumo, con lo que traicionaban su naturaleza. Gracián además insulta a los impresores por vender folletos y hojas sueltas para las masas, panfletos que abarataban la lectura pero impedían su provecho8.

Quevedo, por su parte, en el Sueño del Infierno, también condenó a editores y libreros, por haber hecho posible encontrar obras de Horacio en la caballeriza. Al regresar de su visita o paseo por el infierno dice este personaje lo siguiente.

Pasé adelante por un pasadizo muy oscuro, cuando por mi nombre me llamaron. Volví a la voz los ojos, casi tan medrosa como ellos, y hablóme un hombre que por las tinieblas no pude divisar más de lo que la llama que le atormentaba me permitía.

—¿No me conoce —me dijo—? a... ya lo iba a decir y prosiguió tras su nombre el librero. Pues yo soy. ¿Quién tal pensara?

Y es verdad Dios que yo siempre lo sospeché, porque era su tienda el burdel de los libros, pues todos los cuerpos que tenía eran de gente de la vida, escandalosos y burlones9.

En diálogo con Justo Lipsio, Gracián reitera asimismo sus elogios de las buenas bibliotecas por ser fuentes del saber, pero al mismo tiempo reconoce que los saberes desordenados son también negativos. Aurora Egido, en su análisis minucioso de la segunda parte de El Criticón, admite que su autor expresa cierto desengaño y ve con escepticismo algunas frases características del vulgo, pero “ello no impide reconocer la presencia de un canto al saber y a los libros de clara raíz humanística”10.

En cuanto a la selección de las dos palabras museo y biblioteca recuerda, lo dice Egido, “el panegírico de Justo Lipsio en el que éste traza el pasado glorioso de Las bibliotecas en la antigüedad”.

No se disponían las bibliotecas para el estudio sino como espectáculo; lo mismo que para muchos ignorantes, aun de la más elemental cultura, los libros, no son instrumentos de estudio, sino adornos de sus banquetes11.

Cuando en los siglos XVI y XVII se desarrolla especial interés por el pensamiento estoico en la Europa perturbada por las guerras de religión es su variante, el neoestoicismo, el que se difunde y se manifiesta en la obra de Quevedo y en la de Gracián.

El principal especialista para interpretar con mayor conocimiento la producción de Quevedo sobre este tema es Henry Ettinghausen, lector experto de Justo Lipsio, de quien se conservan dos cartas enviadas a Quevedo en respuesta a otras dos suyas. Decía así Ettinghausen:

El neoestoicismo contribuyó y mucho al establecimiento de una ética secular renacentista capaz de formularse, bien como alternativa, bien como apoyo a la doctrina moral cristiana12.

Las traducciones de libros que expandieron el conocimiento de la doctrina estoica ampliaron su difusión desde comienzos del XVII: desde De vita beata de Séneca hasta los libros de doctrina estoica de Justo Lipsio: Manuductio ad stoicam philosophiam y Physiologia stoicorum, obras teóricas de este movimiento. Se publicó, además, en griego, el texto del manual de Epicteto, que tradujo Francisco Sánchez, El Brocense. En cuanto a Justo Lipsio, se vertieron asimismo al español De constantia y Politicorum13.

En cuanto a Quevedo, este compuso a lo largo de su vida una serie de obras teóricas, de tratados, sobre temas y aspectos del neoestoicismo, que Ettinghausen comentó e interpretó en detalle. Pertenecen a este grupo Doctrina estoica, Defensa de Epicuro, las traducciones que llevan los títulos Epicteto español, De los remedios de cualquier fortuna, La cuna y la sepultura, Virtud militante, La constancia y paciencia del santo Job, Providencia de Dios. No cabe otra interpretación que aceptar sin ambages la influencia de Séneca sobre la obra de Quevedo, tras revisar, además, los apéndices incluidos en la edición correspondiente: “I. Ejemplares de las obras de Séneca consultados por Quevedo”; “II. Anotaciones quevedianas a las obras de Séneca”; “III. Citas quevedianas de Séneca y Epicteto”14.

La influencia de Séneca o de otros antiguos estoicos se manifestaba asimismo en dos actitudes opuestas y aun aparentemente contradictorias. Por un lado, se rechazaban las bibliotecas de los neoestoicos por considerarlas símbolos del nuevo mercantilismo europeo pero, por el contrario, podían aceptarse si se las veía como ejemplo de la persistencia de un antiguo topos: las descripciones de bibliotecas reales o “ideales”, que existieron desde la Antigüedad hasta el Renacimiento y que aparecían citadas en catálogos o libros diversos, como en las conocidas obras de Erasmo a Justo Lipsio. Pero aun antes, ya a partir de Isidoro de Sevilla (ca. 560-636), quien trae en sus Ethymologiae, VI, III y VII, varios ejemplos de bibliotecas. Debe incluirse, asimismo, a Pero Mexía, autor de la primera polyanthea española, titulada Silva de varia lección. Mexía cita obras de historiadores y autores de libros sobre temas “científicos” y de retórica, como Plinio, Cicerón, Aulo Gelio o Plutarco, entre otros, mientras elogia la biblioteca de don Hernando Colón, hijo de Cristóbal. Afirma Mexía que, sin ser rico, coleccionaba libros porque era un hombre sabio, de muchos intereses intelectuales. Por ello había recogido en su biblioteca unos veinte mil volúmenes sobre temas diversos.

Ahora bien, en el año 1602 las prensas de Plantino publicaron un breve resumen histórico de las bibliotecas en la Antigüedad, escrito por Justo Lipsio probablemente en 1599: J. Lipsi de Bibliothecis Syntagma, que salió en “Antverpiae, ex officina Plantiniana apud J. Moretus”.

La obra está dedicada al Príncipe Carolus de Bélgica, patrón protector de Lipsio a quien se dirige varias veces en el texto mismo: el libellus concluye con otros elogios de su protector. Finalmente, menciona al impresor, con quien había estado asociado durante muchos años: Muret.

Al Príncipe lo describe como un gobernante benévolo, siempre dispuesto a apoyar las artes, la numismática y las bibliotecas, buena razón para publicar su Syntagma. En cuanto a Muret, a quien le dirige las palabras finales, lo considera su amigo y le asegura que solo a él puede confiarle la impresión y publicación de su Syntagma, otra prueba de su fidelidad a la casa de Cristóbal Plantino.

Se ha dicho ya que esta descripción de las bibliotecas de la antigüedad parte de fuentes clásicas, siempre respetadas por Justo Lipsio. Así se mencionan bibliotecas públicas y privadas en Egipto, Grecia, Bizancio; en Roma, en el Museo Alejandrino, etc. El ejemplo de los antiguos confirma que su elogio de las bibliotecas era equivalente a alabar la lectura, el leer. El sapiens se rodeaba de libros mientras en compañía de sus amigos gozaba de los espacios en los que literatura y arte dialogaban. En cuanto a las bibliotecas mismas, se las clasificaba por su valor e interés a partir de los libros que contenían. La biblioteca perfecta que describió Gracián en El Criticón, II, Crisi IV, reitera y desarrolla la imagen de una librería selecta, mientras presenta los libros allí reunidos como alimentos del alma. Recordaba Henry Ettinghausen que la obra neoestoica de Justo Lipsio fue considerada ejemplo de “una religión esencialmente intelectual”, ya que contribuyó a desarrollar una ética secular renacentista “como alternativa o como apoyo a la doctrina moral cristiana”15.

Así lo señala ya la frase de uno de los dos epígrafes de este trabajo, una cita que proviene de El Criticón de Baltasar Gracián: museo es el término escogido para designar la biblioteca de aquel discreto que la poseía y eran sus libros los vestigios de discreción, dignos de ser ponderados, como lo que eran: las preciosas alhajas de los entendidos. Una librería selecta era, en verdad, un convite y para el gusto de un discreto, un culto museo.

¿Qué convite más delicioso para el gusto de un discreto como un culto museo, donde se recrea el entendimiento y el espíritu se satisface? No hay lisonja, no hay fullería para un entendimiento, se enriquece la memoria, se alimenta la voluntad, se dilata el coraçón genio como un libro nuevo cada día [...]; todos los milagros del mundo desaparecieron y solos permanecen los inmortales escritos de los sabios que entonces florecieron y los insignes varones que celebraron. ¡Oh gran gusto el leer, empleo de personas que si no las halla, las haze! Poco vale la riqueza sin la sabiduría y de ordinario andan reñidas: los que más tienen menos saben, y los que menos tienen más saben, que siempre conduce la ignorancia borregos con vellocino de oro16.

Las referencias metafóricas a otros sentidos —la vista, el gusto, un alimento espiritual, un museo, unas alhajas— para expresar la importancia de los libros y de su lectura definen a Lipsio, a Gracián, a Quevedo y a los humanistas “tardíos” que trataron de sustituir, al menos verbalmente o por escrito, el ascenso económico o social por las prácticas visuales y artísticas de una minoría culta.

BIBLIOGRAFÍA

BLÜHER, Karl Alfred (1983): Séneca en España: investigaciones sobre la recepción de Séneca en España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII. Madrid: Gredos.

EGIDO, Aurora (1996): La rosa del silencio. Estudios Sobre Gracián. Madrid: Alianza.

— (2001): Humanidades y dignidad del hombre en Baltasar Gracián. Salamanca: Universidad de Salamanca.

ETTINGHAUSEN, Henry (2009): Francisco de Quevedo neoestoico. Pamplona: Universidad de Navarra (EUNSA).

GRACIÁN, Baltasar (2016). El Criticón. Edición crítica de Luis Sánchez Laílla y José Enrique Laplana. Zaragoza: Institución Fernando el Católico.

LIPSIO, Justo [Lipsius, Justus] (1616): Libro de la constancia de Ivsto Lipsio [De constantia]. Traducido de latín en castellano por Iuan Baptista de Mesa. Sevilla.

— (1907): A Brief Outline of the History of Libraries. Translated from the Second Edition. Chicago [Antwerp, The Plantin Press, John Moretus, 1607. The last from the Hand of the Author].

— (1997): Políticas. Estudio preliminar y notas de Javier Peña Echeverría y Modesto Santos López. Madrid: Tecnos.

QUEVEDO, Francisco de (1993). Sueños y discursos. Ed. de James O. Crosby. Madrid: Castalia.

SENECA (1990): Moral Essays. Ed. John W. Basore. Cambridge/London: Harvard University Press.

1 Blüher 1983 y Egido 1996.

2 Ettinghausen 2009.

3 The Stanford Encyclopedia, sub voce Seneca.

4 Seneca 1990: X.

5 Seneca 1990: 226.

6 Seneca 1990: 267.

7 Seneca 1990: 246.

8 Cf. El Criticón, II, Crisi V, “Plaça del populacho y corral del Vulgo”.

9 Quevedo 1993: I, 167.

10 Egido 2001. Cf. el capítulo titulado “El palacio del entendimiento” (114-115).

11 Justo Lipsio, Las bibliotecas en la antigüedad. Citado por Egido 2001: 114.

12 Ettinghausen 2009.

13 Lipsio 1616.

14 Ettinghausen 2009: 137-156.

15 Ettinghhousen 2009.

16 Gracián 2016.

LA BIBLIOTECA DE QUEVEDO:

UNA REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA1

Isabel Pérez Cuenca

Universidad CEU San Pablo, Madrid

Desde temprano, Quevedo se forjó entre sus contemporáneos la fama de poseer una importante biblioteca, y así nos lo recuerda Lía Schwartz (1998: 213-218) cuando se hace eco de los elogiosos comentarios que destina Mariner a los conocimientos, ingenio y biblioteca de don Francisco, convirtiendo esta última en símbolo de las cualidades de su dueño. Esa fama, sigue explicando Schwartz, se estableció en torno a la imagen de atento lector en la que se “superpone la del humanista bibliófilo y coleccionista de libros”:

Poseedor [Quevedo] de una rica biblioteca, quiso que ésta proyectara el poder que le conferían sus conocimientos de lenguas y literaturas extranjeras: textos griegos, latinos, italianos, franceses deben haberse desplegado en sus estantes, junto a otros publicados en España (Schwartz 1998: 218).

La fama a la que aludimos, alentada ya por su primer biógrafo, el italiano Pablo Antonio de Tarsia2, perdura hasta el momento presente. Sin duda Tarsia ha contribuido notablemente a difundir la imagen del esforzado lector y bibliófilo Quevedo, coleccionista de libros de toda clase de materias y escritos en variadas lenguas. En varios pasajes de la Vida se describe al escritor entregado día y noche, ya estuviese de viaje o retirado en su Torre de Juan Abad, a la lectura provechosa de alguna obra de su biblioteca, ayudado incluso de un artilugio que le permitía la consulta simultánea de varios libros, siempre pluma en mano con la que margenar y censurar sus páginas3.

Pero lo cierto es que apenas tenemos datos concretos y fidedignos acerca de su biblioteca. Poco o nada sabemos del número, materias u ordenación de los libros que coleccionó el escritor a lo largo de su vida. Tan solo contamos con el cuasihagiográfico testimonio de Tarsia, quien afirma que fueron más de “5 000 cuerpos” los reunidos por Quevedo, y con unos inventarios realizados tras su muerte con menos de 200 ítems correspondientes a los impresos y manuscritos que poseyó, dato este último que puede hacernos dudar de la palabra del biógrafo, a pesar de saber que el inventario post mortem de sus libros está incompleto4.

En el siglo XVIII complementa la información sobre la colección bibliográfica quevediana el padre Martín Sarmiento, quien hizo en un par de sus obras alusión a los libros de la biblioteca de Quevedo que se hallaban en su monasterio benedictino, el de San Martín de Madrid, y a los vestigios que el escritor dejó en ellos, como firmas, anotaciones, subrayados y billetes o papeles sueltos manuscritos por él:

Tengo estas dos coplas originales, y de la propia mano del mismo Quevedo en un papel suelto que le sirvió de registro de un libro.

Muchos de los libros que poseía Quevedo vinieron a parar a esta librería de San Martín, de Madrid. Registrando en otro tiempo esta librería tropecé con las firmas de Quevedo y con algunos papelitos suyos, y sueltos, que había puesto por registros en algún libro que iba leyendo. Entre ellos hallé una sola hojita en octavo, en la cual están las dos coplas seguidas, y como salieron de su fantasía la primera vez (Martín Sarmiento 1970: 425)5.

A principios del pasado siglo, Paz y Meliá, bibliotecario de la casa ducal de Medinaceli, en Series de los más importantes documentos del Archivo y Biblioteca del Duque de Medinaceli (1915), mencionaba poseer en la biblioteca nobiliaria un ejemplar de una obra de Guido Bonatti propiedad de Quevedo e ilustraba la referencia con una reproducción de la portada donde, con toda claridad, se dibujan dos firmas de Quevedo acompañadas de otras tantas rúbricas6. En otra parte de la obra daba cuenta de la venta de casi 1 500 libros pertenecientes al VII duque de Medinaceli a los frailes benedictinos del monasterio de San Martín7. Este dato ofrecido por Paz y Meliá explicaba cómo habían llegado “muchos de los libros que poseía Quevedo” a manos del erudito dieciochesco, puesto que este duque, Antonio Juan Luis de la Cerda, recibió a la muerte del escritor si no toda la colección que consiguió reunir Quevedo, sí al menos una sustanciosa parte de ella8.

Desde entonces y hasta el año 1975, en el que Maldonado publicó los ya mencionados inventarios post mortem de Quevedo, fueron varios los trabajos que dieron noticia de algunos ejemplares de la biblioteca quevediana y que estudiaron las anotaciones marginales que en ellos trazó la mano del satírico. Astrana Marín (Quevedo 1932) transcribió las apostillas encontradas en un ejemplar de Herrera y en otro de Séneca9. Del primero no dice nada sobre dónde y cómo lo ha consultado; mientras que del segundo no solo informa de su actual dueño, sino que hace varias observaciones sobre las diferentes manos que lo anotaron y su estado de conservación:

Inéditas. De un precioso ejemplar que perteneció a Quevedo y obra hoy en la biblioteca de mi fino amigo el conde de Doña Marina10, que generosamente lo ha puesto a mi disposición. El volumen, primitivamente, fue apostillado por varios poseedores. Nótanse en las márgenes (atiborradas de notas) cuatro clases de letra: una, indudablemente, del siglo XVI; otra, de Antonio de Midinilla y Porres (la que más profusamente llena el tomo); otra, de finales del siglo XVII, y la otra de Quevedo, de hacia 1632, pues se advierte el afán del gran satírico en registrar todos los lugares en que Lucio Aneo Séneca habla de Epicuro, lo que nos lleva a pensar que prepararía entonces su Defensa de aquel filósofo. El ejemplar hállase en excelente estado de conservación; mas, por desgracia, al ser encuadernado en el siglo XVIII, la cuchilla del encuadernador llevose unos milímetros de las márgenes. Ello imposibilita que puedan leerse cinco o seis apostillas de Quevedo y que, en general, la lectura de las restantes sea sumamente dificultosa (Quevedo 1941: 1591, n. 1)11.

De la edición de Séneca se ocupó también Ettinghausen (1972: 140-151) en un apéndice incluido en su estudio sobre Quevedo y el neostoicismo12. Aquí el hispanista inglés transcribe las apostillas manuscritas que previamente ha estudiado y relacionado con la obra de Quevedo, para concluir que esas notas ofrecen pocos indicios de su pasión por cristianizar el estoicismo (Ettinghausen 1972: 142)13.

Años después Orozco Díaz (1942: 3, n. 2) dio noticia del paradero de ese ejemplar de Herrera margenado por Quevedo, sin indicar la signatura por estar siendo catalogado entonces en el Seminario Diocesano de Vitoria. Además apuntó el nombre de un antiguo poseedor: el erudito sevillano José María Álava14. Las notas de Quevedo interesaron a Komanecky (1975) para ponerlas en relación con la polémica gongorina más de treinta años después.

En el tomo de Verso de las Obras completas de Quevedo (1932: 61, 62, 65, 424, 467, 471 y 1367-1367), editado por Astrana Marín, también se cita otro ejemplar de la biblioteca del autor áureo: el Trattato dell’amore umano de Flaminio Nobili15, con ocho poemas autógrafos que más tarde permitieron a Crosby (1967: 15-42) abordar el problema de la creación poética. Y en la edición del Epistolario, de nuevo Astrana Marín (Quevedo 1946: 641-642) dio noticia de la existencia de una obra de Scaliger también anotada por Quevedo16.

Durante los años cuarenta se publicaron otros estudios que ofrecían también información acerca de los libros propiedad de Quevedo. Uno de ellos es un extenso artículo de Manuel Fernández Galiano (1945) en el que se ocupa de una oda incompleta y manuscrita de Quevedo legada en un ejemplar de Píndaro17. Además, Fernández Galiano dedicó unas cuantas páginas a los rastros que dejó la pluma del poeta español en el libro del lírico griego, como la firma de la portada, alguna tachadura y unas notas distribuidas en unas cuantas hojas del impreso pindárico.

Un año después, Martín de Riquer (1946: 425-434) reunió cuatro traducciones castellanas de la poesía de Ausiàs March. Allí figuraba una manuscrita e inédita sacada de las márgenes de un volumen —custodiado en la Real Biblioteca— de las poesías del poeta valenciano dadas a la imprenta por Baltasar de Romaní, que creyó Riquer de mano de Quevedo18. La atribución fue descartada por Crosby (1967: 81-83) de forma definitiva; sin embargo, consideró que el ejemplar de Palacio procedía del monasterio de San Martín. Cuando el asunto parecía concluso, Maria Mercè López Casas (2002: 562)19 lo rescata del cajón de falsos autógrafos quevedianos para coincidir finalmente con el parecer de Crosby. Así pues, tanto uno como otra consideran que el padre Martín Sarmiento, a pesar de haber visto otros muchos libros con anotaciones autógrafas de Quevedo y, por consiguiente, conocer la peculiar letra del poeta áureo, erró cuando identificó la mano de Quevedo con la que realizó la traducción manuscrita en ese ejemplar que poseyó San Martín. Esta misma posibilidad fue planteada por José Luis Pensado, estudioso y gran conocedor de la obra del erudito dieciochesco, quien parece poner en duda la mencionada equivocación de Sarmiento cuando subraya, al tratar sobre el asunto del volumen quevediano de March, los muchos conocimientos sobre paleografía que poseía Sarmiento:

Es posible que el padre Sarmiento haya sido un poco precipitado en su juicio y atribución de las notas marginales a Quevedo [...]. Es también posible que el ejemplar que ha visto Sarmiento no sea el mismo que el que estamos considerando. [...]

Para salir de esta duda, convendría hacer algunas consideraciones sobre el saber paleográfico y caligráfico del padre Sarmiento. De esto podemos informar bastante bien, ya que poseemos una serie de comentarios lingüísticos muy atinados sobre nuestros viejos textos y no nos tememos equivocar si afirmamos que era un docto paleógrafo y que sus juicios merecen tenerse en cuenta (Pensado 1995: 476).

Jones (1950), Asensio (1952: 25), Aström (1956) y Ettinghausen (1964) son los responsables de las aportaciones sobre la biblioteca de Quevedo que siguen a las hasta aquí citadas. Estos añaden a la breve lista conocida obras de Moro, Beuter, Armenini y uno atribuido a Floro20, cuyos impresos conservan en sus hojas alguna huella autógrafa de Quevedo. Las notas a Moro y Armenini han merecido posteriores análisis con la voluntad de ponerlas en relación con Quevedo y su obra, resaltando así el aprovechamiento de la lectura que de aquellas realizó a la hora de construir sus propios escritos. En esta línea se encaminan los estudios de López Estrada (1967a; 1967b) y Peraita Huerta (2004b) cuando establecen las conexiones entre la Utopía de Moro y las apostillas que dejó en el impreso, por un lado, y en la Carta al rey Luis XIII, por otro. De igual intención son los trabajos de Garzelli (2008: 67-82) y Sáez (2015) sobre las tres notas quevedianas del ejemplar de Armenini.

En 1964 Ettinghausen se acerca al impreso del Epitome atribuido a Floro propiedad de Quevedo para realizar un detallado estudio de él. Primero comprueba que esta edición del Epitome se halla en los índices de libros del monasterio de San Martín datados en 1730 y 1788; por tanto, la primera conclusión alcanzada es que el volumen estudiado muy probablemente formó parte de la colección bibliográfica de Quevedo adquirida por los frailes benedictinos21. A continuación analiza y valora todas las notas y marcas manuscritas, lo que le permite afirmar que el escritor compró ese volumen de segunda mano, que fue previamente margenado por otro lector y, finalmente, que fue anotado por Quevedo en dos tiempos. Además, el ejemplar del Epitome le ofrece la posibilidad de alcanzar otras conclusiones sobre los hábitos de lectura de Quevedo y relacionar las apostillas y subrayados con la redacción de la España defendida, Política de Dios, Hora de todos y Marco Bruto. Por último, destaca que es manifiesto el interés de Quevedo por esta obra debido a las referencias que en ella se contienen sobre España; también afirma que se ve con claridad que los pasajes seleccionados por él son los más favorables a los españoles:

There are thirty-seven annotations by Quevedo, of which twentyfour are to passages dealing with Spain. The first of these was headed by Quevedo ‘Alabanza de Hespaña’, and, in addition to Floru’s references to Spanish places, tribes and words, Quevedo picked out virtually all Floru’s favourable comments on the Spanish people, particularly those in his account of the siege of Numantia. Obsessed as he undoubtedly was by national pride, the author of the España defendida was quite obviously delighted to find these compliments in a foreign and, what is more, a classical author.

Desde Tarsia hasta la publicación del trabajo de Ettinghausen, los avances en el estudio de la biblioteca de Quevedo se suceden lentamente y en pequeñas dosis. Vemos que el número de libros conocidos que pertenecieron al escritor es exiguo y las obras de los autores mencionados están lejos de representar toda clase de materias. Pero este panorama cambia radicalmente cuando Maldonado publica “Algunos datos sobre la composición y dispersión de la biblioteca de Quevedo”, en el año 197522. Este es un trabajo vital sobre el asunto que nos ocupa, pues por vez primera se publica un documento, totalmente desconocido, con 3 inventarios de libros propiedad del escritor23. En total se describen en 219 entradas los bienes de Quevedo que custodiaron en Madrid Francisco de Oviedo, Juan de Molina y el canónigo Guerrero. La mayor parte de los ítems, 176, hacen referencia a los libros de su biblioteca, los más de ellos impresos. También es la primera vez que se ofrece un listado de libros propiedad del satírico con expresa indicación de su localización, cuando esta se conoce. En total son dieciséis los ejemplares que reseña Maldonado y es primicia la noticia sobre la existencia de unos impresos de Teodosio de Trípoli, Gabriele Zinani, Dante, Lucrecio y Jacques Besson, y de un manuscrito de Isidorus Pacensis24.

De mayor interés, aun si cabe, son las varias ideas que apunta y conclusiones que alcanza, porque estas, por un lado, confirman alguna de las expuestas por Ettinghausen en el año 1964 y, por otro, permiten la posibilidad de continuar el ambicioso camino abierto hacia la reconstrucción de la biblioteca de Quevedo: 1) Es probable que el grueso de la biblioteca de Quevedo estuviese formado en 1639, año de su encarcelamiento en San Marcos de León, y que esta fuese heredada por Pedro de Alderete o Aldrete, el sobrino. 2) Los 176 libros que consignan los inventarios son solo una parte. Sospecha que tuvo uno o varios depósitos y que estos no podían estar en las casas que poseía en Madrid, puesto que estaban alquiladas, además si hubiesen estado en la corte se habrían recogido al tiempo que los 176 custodiados por Oviedo, Molina y Guerrero. Por tanto, presume Maldonado que el resto de su biblioteca estaría en la Torre de Juan Abad o en poder del duque de Medinaceli, quien después se quedaría con todos, “acaso con limitaciones”. 3) Supone que el duque de Medinaceli mandó enviar a Sanlúcar lo que más le interesaba, quedando en Madrid parte de la biblioteca. 4) Comprueba que algunos de los libros de San Martín fueron propiedad de Quevedo al coincidir varios de los que están en los inventarios publicados con los registrados en el Índice del Monasterio fechado en 1788. También comprueba que no todos los que figuran en esos inventarios terminaron en el monasterio. 5) Recomienda acudir a los archivos de la casa de Medinaceli con el fin de agotar las fuentes informativas. 6) Por vez primera se ofrece un esbozo basado en los datos concretos que brindan los inventarios, señalándose las lagunas de lo que pudo ser la biblioteca de Quevedo y observa que, a pesar de tratarse de “un lote indiscriminado, a fin de cuentas, las obras de religión, gramática, moral, historia, etc., guardan cierta proporción con las inquietudes y preocupaciones que mostró su dueño” (Maldonado: 1975: 410).

Como ya escribí en otro lugar25XVIIXVIII2627