Cantidad y calidad

El trabajo de casa puede llegar a ser, como cualquier otra profesión, muy absorbente. A mí me encanta mi trabajo, me considero una profesional de la organización del hogar. A menudo ocupa todo mi tiempo y mi mente. Los trabajos que nos apasionan tienen el riesgo de convertirse en un arma peligrosa por exceso. Con el tiempo estoy aprendiendo a dejar espacios exclusivamente para mí y a poner en ocasiones un punto y seguido o, incluso, un punto y aparte en una tarea doméstica.

Le había oído a mi madre decir que el trabajo de casa es una rueda, que siempre es lo mismo y que cada día hay que volver a empezar. Me he oído a mí misma soltar en algún momento de desesperación la misma expresión. Es curioso cómo esas frases calan en nuestra conciencia más de lo que nosotros mismos podemos controlar. Cuando era pequeña y me decían «ponte las zapatillas» creo que pensé que de mayor no se lo diría a mis hijos. Huelga decir cuántas veces lo repito.

La forma de hacer determinadas cosas en nuestra casa ha pasado de generación en generación, las hemos aprehendido y las aceptamos. Mi abuela, por ejemplo, siempre que cambiaba la bolsa del cubo de la basura ponía unas hojas de papel de periódico en la base para que al sacar la bolsa no pudiera manchar el suelo si algo chorreaba en el interior. Mi madre siempre lo ha hecho. Yo lo hago y los de casa lo hacen cuando cambian la bolsa.

Tenemos por tanto ya un aprendizaje, digamos, cultural, de cómo se han hecho las tareas de casa. Algunas son costumbres como, por ejemplo, la forma de doblar las sábanas bajeras. En casa las doblamos por las esquinas dejando en el interior una parte, otras personas lo hacen de otro modo. Ocurre también con los calcetines. Existen diferentes modalidades de emparejarlos. Hay otras tareas que han cambiado con la introducción de la tecnología, como lavar los platos. Y existe un tercer grupo de tareas que son propias según nuestras prioridades y necesidades. En casa tenemos muchos libros y acumulamos mucho papel, es prioritario organizar y limpiar todo ese material.

La rutina de las tareas del hogar no es un lastre. La rutina nos ayuda a organizarnos. Igual que a los niños pequeños –y a nosotros– les ayuda mucho saber, por ejemplo, que después de lavarse los dientes y leer el cuento es hora de ir a la cama, a quienes trabajamos en casa nos orienta saber qué hay que hacer en cada momento. Tú te creas unos hábitos. A mí me gusta en primer lugar abrir ventanas, ventilar bien, empezar el día con esa sensación de aire nuevo, y hacer las camas. Con las camas hechas y la casa aireada tengo la sensación de que todo está bastante recogido. Herencia de mi madre, repaso el salpicadero de las ventanas al abrirlas. Mi amiga Gemma llama cariñosamente tics a estas rutinas y me reta a saltármelas algún día para comprobar si puedo sobrevivir sin hacerlo. Le confieso ahora que a veces he quedado con ella por la mañana y he dejado de hacer algunas cosas, bien es verdad que a la vuelta repaso lo pendiente aunque algún día no he repasado las ventanas. ¡Y no me ha pasado nada!

También tiendo siempre las toallas después de ducharnos. No me gusta que se sequen en el baño y huelan a humedad. Al poco están secas, las doblo bien –cuando digo bien quiero decir bien, no de cualquier manera; que no se vea la etiqueta e igualadas– y las devuelvo a su sitio en el cuarto de baño.

Tu casa es la primera y más preciada de las organizaciones, es la empresa base sobre la que se construyen otras trayectorias. Si tu casa funciona ya tienes mucho ganado, tú y sobre todo los que viven contigo. Si eres capaz de llevar tu casa con las múltiples actividades que se generan en ella, seguro que serás capaz de realizar otras tareas profesionales.

La casa son las cuatro paredes que delimitan el espacio donde vivimos. El hogar es mucho más que esas paredes, el hogar es ese lugar único e intransferible que tenemos en nuestra memoria: al que anhelamos llegar cuando estamos lejos de viaje, al que corremos cuando buscamos un rato de relax, el mejor espacio para las celebraciones, la mejor tarjeta de visita para nuestros amigos, el descanso para la fatiga y muchísimas más cosas. Nuestro hogar está lleno de vivencias, sensaciones y experiencias. Es único y personal.

Construir un hogar es por tanto una tarea que tiene mucho sentido. Comprendo que no a todo el mundo le guste este trabajo para dedicarse a él en exclusiva. Sin embargo alguien debe hacer el trabajo básico de la casa para que los que viven en ella se sientan cómodos y a gusto. Incluso en los casos en los que las tareas domésticas están realizadas por otras personas ajenas, debe existir un timón, una voz de mando, que marque las pautas y las directrices.

Considero que el trabajo de casa requiere cantidad de horas y que esta multitud de horas revierte en una calidad de hogar. Podemos ser más eficaces en algunos aspectos y ahorrar algo de tiempo, pero ese no es el tema principal.

Tenemos un amigo que siempre se ha preocupado de ser muy eficiente. Hace años que le oímos explicar a los de su casa que una correcta colocación de la vajilla en el lavaplatos les permite ahorrar energía. En la misma línea van encaminados los trabajos de un amigo ingeniero que estudia cómo economizar tiempo en el hogar con, por ejemplo, una adecuada distribución de los armarios y de los hábitos de los de casa. Me explica que sus estudios consisten en aplicar al ámbito doméstico parámetros que funcionan en empresas. Muchos profesionales muy resolutivos en su trabajo no lo son al entrar en sus hogares. Las investigaciones de mi amigo pretenden aplicar los procesos de eficacia empresarial a la vida doméstica, reduciendo al máximo los tiempos muertos. Sin duda, todas estas aplicaciones son útiles. No hay que resistirse, tampoco en el hogar, a los cambios y novedades que racionalizan y mejoran nuestro trabajo.

El trabajo del hogar tendrá un mejor resultado si interiorizamos hábitos eficaces. La cantidad de tiempo invertido en la casa no es estático sino dinámico como la vida misma. Hay épocas que requieren mucha más dedicación, como cuando los niños son pequeños, que otras. La persona que se queda en casa debe gestionar el tiempo, el presente y el futuro. Es importante tener proyectos para cuando la casa ya no nos ocupe tantas horas.

La casa requiere dedicación, dedicación y dedicación. Y por supuesto imaginación y motivación para hacer que el trabajo doméstico no sea monótono.

Limpieza y orden

Los dos ejes fundamentales para llevar bien una casa son limpieza y orden. Conozco casos en los cuales sólo se trabaja sobre uno de ellos. Es posible, pero el resultado incompleto. Si tuviera que escoger uno de los dos me decantaría por el primero: la limpieza.

Una casa ha de estar fundamentalmente al día en limpieza. Eso implica limpiar cada día. Aunque nos parezca que limpiamos sobre limpio, repasamos porque la vivencia de las casas conlleva un desgaste y, por cuidadosos que seamos, siempre ensuciamos.

La cocina y los baños deben estar impecables. Son espacios de vital importancia y no hay color entre entrar en una cocina limpia o en una grasienta, entre entrar en un cuarto de baño aseado o hacerlo en otro turbio. Si el trabajo de casa requiere una buena inversión de horas, muchas redundan en trabajos ya hechos.

Cada día debemos repasar los sanitarios del baño, ventilar las toallas, repasar los cristales, abrillantar los grifos y aspirar y fregar el suelo. Suelo meterme en la ducha con el set de limpieza a mano. Cuando acabo, enfundada en la toalla, repaso las gotas de agua de la mampara de cristal con una gamuza especial para vidrios. De esta forma seco las gotas y queda impecable. Si dejas pasar unas horas es mucho más costoso limpiar los restos de cal que deja el agua al secarse.

Si diariamente le damos un repaso a las estancias que tanto utilizamos, la sensación de limpieza permanece. Hay días que tenemos que salir rápido de casa y esta tarea la hacemos en apenas unos minutos, pero la hacemos. Si, por el contrario estamos en casa y no miramos el reloj, vamos haciendo el repaso y no hay día en que no descubramos nuevos frentes para trabajar. Te agachas con el aspirador y te das cuenta de que los sifones de los sanitarios tienen polvo, los repasas; pasas el recipiente de acero inoxidable y ves que está salpicado de gotas, las secas; repasas una caja de cosméticos y te pones a ordenarla y a eliminar cosas acabadas o inútiles.

Estos descubrimientos ocurren constantemente y cuando ya lo has hecho todo te vuelves a entretener en lo que hiciste el primer día. Está bien rematar esa tarea de repaso a fondo comprando una vela o poniendo unas flores en un rincón del baño. ¡Qué gustazo entrar luego! Si tienes invitados y el baño tan preparado sólo tendrás que añadir unas toallas de aseo para ellos y pasar a última hora una toallita de baño para que todo esté impecable.

Tener la casa en condiciones es una deferencia para los tuyos y por supuesto para las visitas.

La limpieza que os he descrito a vuela pluma es el día a día, dejemos para otro capítulo las limpiezas generales. Esta tarea, si va acompañada de orden, luce mil veces más que todo limpio pero en desorden: el papel de váter fuera de su dispensador, el peine en medio de la encimera, los jabones abiertos, los productos de belleza dispersos… Si tienes un estante los ordenas allí, si tienes un armario los colocas en su interior, si no, los pones en una cesta mona y ya está.

Una promoción publicitaria exclama: «Y es que es verdad. A nadie le gusta limpiar». Entiendo que hasta hace poco hablar del trabajo doméstico no entraba en el discurso de lo políticamente correcto pero los tiempos cambian. Podemos hablar con normalidad de nuestras casas y de que limpiar no es algo horroroso e indigno. Me gusta limpiar y disfrutarlo. A mí y a mucha más gente.

El segundo eje sobre el que giran las tareas del hogar es el orden. Aceptemos que la casa puede estar limpia y desordenada y, sin duda, es mejor que sucia y ordenada. Limpieza y orden se llevan bien. Son dos conceptos que trabajan en la misma dirección y creo que es más complicado disociarlos que hacerlos caminar juntos.

Ordenar implica en primer lugar tener un criterio de cómo deben ir las cosas y saberlo transmitir. El orden que establecemos en nuestros hogares debe ser racional y asequible para que todos los miembros de la casa lo puedan llevar a cabo. Es importante explicarles, por ejemplo, que la ropa sucia tiene un cubo especial, que los recipientes para reciclar van en una bolsa que está en un armario determinado, que los mandos de la televisión se dejan en una cesta concreta, que las medicinas las guardamos en una caja que está en determinado lugar. Y así en un largo etcétera de funciones que aparecen diariamente.

Siempre hay que completar las tareas: si acudimos al botiquín en busca de una tirita, no podemos encontrarnos horas después con la caja encima del mueble del baño. Necesitas la tirita, atiendes primero la urgencia y después tiras a la basura el papel sobrante, cierras la caja y la guardas en su sitio. Es cansino ir detectando restos de actos, seguirle la pista –«¿quién ha utilizado una tirita?»– e incluso en ocasiones constatar que las tiritas se han acabado y nadie ha dicho nada. El «servicio» de mantenimiento es importantísimo para que la gran maquinaria del hogar funcione.

Constato en mi propia casa que el concepto de orden (el diccionario dice: «Manera de estar colocadas las cosas o de sucederse en el espacio o en el tiempo, cuando está sujeta a una regla o norma») es amplio y subjetivo. He oído en múltiples ocasiones decir que el desorden es una forma de orden, que «yo me aclaro y sé dónde está cada cosa».

Cuando en una casa conviven dos personas, a menudo, una se define como ordenada y la otra no. Si el número de habitantes de la casa crece se suele mantener el porcentaje. Eso facilita la convivencia y el equilibrio de fuerzas. Aunque sospecho, por mi propia experiencia, que con los años las personas ordenadas imponen sus criterios. Quizá se ha producido un desgaste psicológico en los desordenados o al disfrutar de las ventajas del orden se han convertido: «Yo antes era mucho más desordenado», comentan algunos sin nostalgia.

Establece unos criterios de orden claros y explícalos a los de casa. Busca que cada cosa tenga un lugar para evitar espacios contenedores donde todo vale.