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Akal / Inter Pares

Ricardo Forster

Huellas que regresan

Sobre la naturaleza, la infancia, los viajes y los libros

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Entre títulos y autores, en Huellas que regresan se emite un plan de acción: atraer historias personales —la experiencia del lenguaje, de la cultura— para restarle algo a una masa creciente de individuos sin memoria. Contra el presente moderno, que se agota en sí mismo, que no conjuga otros tiempos verbales, Ricardo Forster (Buenos Aires, 1957) ha conformado una colección de textos que retrotraen lecturas iniciáticas, películas y fragmentos luminosos de la historia para contraponerlos entre sí, bajo cielos distintos. “Transmitir es apenas guardar fidelidad a los muertos”, dice el autor, es “aprender a traicionarlos” pero no con deslealtad, sino al traducirlos para otras épocas.

Sin declararlo directamente, se presenta asimismo en estas páginas una biografía intelectual fundada más en las lecturas que en los grados académicos; más en la pasión que en la crítica destructiva. Así, Dostoievski, Adorno, Salgari, Carpentier (y un tren en la adolescencia) nos conducen a confiar en la memoria y eludir la nostalgia paralizante. Éste es un intento por contagiar la historia y las convicciones políticas desde la estética —y viceversa—, pero no con fantasía, sino como un modo de ensanchar los límites de lo posible. Estas Huellas que regresan van hacia la infancia, los libros y los viajes, deteniéndose en las mil formas de la naturaleza.

Ricardo Forster (Buenos Aires, 1957) es doctor en filosofía, profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires y Distinguished Professor de las Juan Ra­món Jiménez Distinguished Lectures and Seminars Series de la Universidad de Maryland. Ha sido profesor invitado en universidades de México, Estados Uni­dos, Alemania, España, Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú y República Checa. Entre sus publicaciones se encuentran Crítica y sospecha. Los cla­roscu­ros de la cultura moderna (2003), Mesianismo, nihilismo y redención. De Abraham a Spinoza, de Marx a Benjamin (2005), Notas sobre la barbarie y la esperanza (2006), La muerte del héroe (2011), El litigio por la democracia (2011), La anomalía kirchnerista (2013), La travesía del abismo. Mal y modernidad en Walter Benjamin (2014) y La repetición argentina (2016).

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RAG

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© Ricardo Forster, 2008

© Ediciones Akal, S. A., 2015

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ISBN: 978-987-46832-5-0

 

A mis hijos (Lu, Tomy y Javi), que son,

siempre, las huellas que regresan

y que mejoran mi vida.

Prólogo

El lector tiene en sus manos un libro que reúne dos escrituras nacidas de una misma cantera, pero que suponen el entramado de una búsqueda ensayística anclada en mis relaciones con la filosofía, la literatura, la infancia, las herencias y tradiciones recibidas, mis experiencias como lector, los libros y los viajes, junto con una deriva más biográfica y fuertemente signada por la presencia de la naturaleza y sus vasos comunicantes con esas otras esferas que he mencionado. Un libro, eso espero, cuyas dos partes constituyen una misma travesía existencial e intelectual; el intento por dejar constan­cia, al menos para mí, de una vida y sus filigranas, que no dejan de dar testimonio de la fragilidad de las demarcaciones nacidas del prejuicio que, aunque no lo sepan, suelen compartir los ámbitos académicos, culturales, populares y massmediáticos. Cruce de fronteras artificiales que buscan separar meticulosamente lo que en una vida no puede sino estar mezclado, yuxtapuesto, entre­lazado. Antiguos recuerdos de infancia junto con lecturas inolvidables, experiencias nacidas de circunstancias colectivas junto con la intransferible vivencia de la soledad. Viajes y libros, conversaciones con amigos y aventuras vividas o soñadas. La escritura, en todo caso, como reparación y pérdida, como itinerario retrospectivo con la mochila de la nostalgia y como desafío para seguir vis­lumbrando el hacia dónde.

Me propuse, quizás sin todavía tenerlo del todo claro al comenzar esta combinación de ensayos —que entrelazan tiempos y escrituras diversas, pero búsquedas comunes— y notas autobiográficas —en las que de un modo espontáneo fueron surgiendo los recuerdos que se despliegan en ambas partes del libro—, escribir sobre la naturaleza, indagando en lo que significó para mí un determinado paisaje o un crepúsculo en las sierras, o la imagen imborrable de un perro especialmente amado, sin sospechar que esas evocaciones me llevarían en distintas direcciones y ampliarían mis intenciones y búsquedas hasta rebasar el objetivo inicial. Lo hice tratando de encontrar los hilos que unen algunas sensaciones con ciertos libros que dejaron sus huellas en mí, pero también intenté traer recuerdos de la infancia tallados por la presencia excluyente de la naturaleza y sus mil rostros y seres. También busqué detenerme en los misterios de la memoria, en sus caprichos y azares, en la significación de algunas experiencias del pasado que dejaron su impronta en mí y que, como no podía ser de otro modo, eligió sus propios caminos siempre definidos por la alquimia de lo insospechado y lo deseado, lo inconsciente y lo intencionado. Perseguí, hacia atrás, hacia las comarcas de la infancia, esas marcas que dejaron su hendidura en mis derroteros posteriores y que alimentaron, toda una vida después, no sólo las promesas incumplidas de una felicidad inalcanzable, sino también parte de mis indagaciones filosóficas, descubriendo la imbricación entre una vivencia trascendente de la niñez y el modo como el adulto, pasados los años, interrogó e interroga el orden de las cosas. Escritura que sale en busca de ciertas huellas cuyo lenguaje se vuelve incapaz de eludir la nostalgia, sin por eso transformarla en una presencia obsesiva, embriagadora y paralizante.

Pero como todo intento por recorrer los senderos anárquicos de la memoria (por redescubrir aquello que dejó una huella), también me tropecé con la imposibilidad de cerrar las esclusas o de simplemente detenerme en el límite previamente fijado. Estas notas-reflexiones que luego se ampliaron y se mezclaron con los capítulos que conforman la primera parte, este viaje hacia la intimidad y el pasado, se fue desplegando hacia territorios impensados, fue abriendo otros horizontes que, sin embargo, estaban en la amplitud que significa escribir sobre —principal, pero no exclusivamente— la naturaleza, la infancia, la memoria, los viajes y los libros. Borges diría que ahí está todo el universo. Lo que en un principio estaba restringido a la relación con la naturaleza y a ciertas vicisitudes de la infancia se fue convirtiendo, a medida que la escritura fue avanzando a sus anchas y el tiempo también, en un texto caleidoscópico capaz de internarse por diferentes geografías de la vida, la naturaleza, los viajes, la literatura, de las ideas filosóficas y, alguna que otra vez, también de la política; como si el material hubiese ido eligiendo sus propios caminos, ampliando los territorios por descubrir y reconocer. Un libro en gran medida, si puede ser dicho así y si cabe este giro para estas páginas, autobiográfico, que, sin embargo, hace de los recuerdos y experiencias vi­vidas una excusa para avanzar en interrogaciones de distinto tipo, limitando los alcances autorreferenciales a pasadizos que se abren para llevarme hacia otras dimensiones que van mucho más allá de los recuerdos propios. Una escritura que juega entre la memoria y sus imposibilidades, que descubre —a medida que se interna en zonas que regresan exigiendo sus derechos— que el olvido también hace lo suyo desmalezando los excesos de un Yo que se cree dueño de sus decisiones. Por eso, tal vez, cierto desorden que desconoce la cronología y su lógica y que prefiere, sin que esa preferencia sea el resultado de una planificación minuciosa de quien escribe, que las cosas vayan sucediendo.

Me interesó, en especial en la segunda parte, sellar el diálogo entre esas experiencias que tienen a la naturaleza como referente principal y las diversas inspiraciones que se fueron suscitando incluso en aquellos registros del quehacer intelectual supuestamente apartado de esas experiencias. Estoy convencido de esa relación entre paisaje y reflexión filosófica o, dicho de otro modo, considero que la observación de distintos fenómenos de la naturaleza —en clave que cruce lo poético y lo filosófico— resignifica la complejidad de ese vínculo indispensable que ha definido nuestro destino humano, un destino que se juega y se jugó en los diversos modos de pensar y de sentir el mundo natural. Desde lo ético a lo político, desde lo metafísico a lo estético, toda la urdimbre de la vida sobre el seno de la Tierra no ha sido ajena a esas irradiaciones, no ha quedado al margen de lo que hemos hecho o dejado de hacer con ríos y valles, con animales y árboles, con los peces y las aves del cielo. Cada uno de los puntos que contiene este libro expresa un fragmento de lo que la naturaleza ha ido volcando en mí, sus infinitas gamas patentizadas, quizás, en esos inigualables colores de las quebradas norteñas. La risa y el dolor, la expectativa y el fracaso, la furia y la astucia, la pregunta sin respuesta y la soledad indispensable, la amistad y la violencia, la tor­menta y la calma, la pesadilla nocturna y la maravilla de la bóveda celeste, todo, o casi todo, puede ser pensado o poetizado a partir del lenguaje de la naturaleza. Y en su silencio, también, se guarda el secreto de la promesa incumplida, o tal vez, la imposibilidad de nombrar el dolor que no hemos dejado de causarle.

La escritura de estas notas y de estos ensayos ha surgido de distintas fuentes interiores y exteriores. Es notable cómo los sentidos guardan la memoria de circunstancias que nuestra conciencia aparentemente ha perdido, pero que, sin que lo elijamos ni lo esperemos, regresan repentinamente a través de un paisaje que retrotrae nuestro presente a otra escena, o que nos llega a través de un olor o de la presencia de un relato que, sin mencionar aquello de lo que habremos de hacer memoria, se convierte en un sutil disparador. Pero también los hilos del recuerdo se entretejen con los libros leídos, emergen de esas páginas que abrazaron fabulosamente nuestra infancia, de aquellos otros que fueron incorporados a lo largo de la vida y que fueron metabolizando en nuestro espíritu. Por distintos motivos este libro, nacido de un impulso a partir de ciertas circunstancias difíciles de mi vida, se fue desplegando sin responder a ninguna exigencia editorial ni a tiempos previamente establecidos. Durante algunos años permaneció estancado, tal como había surgido en ese comienzo. Un estancamiento extraño porque muy a menudo volvía sobre él simplemente para releerlo, pero sin agregar ni una línea. Como si los tiempos emocionales marcaran sus propias exigencias.

Entre estas líneas que estoy escribiendo y las del inicio han transcurrido más de diez años, en los cuales las demandas de la realidad, en particular de la política, me absorbieron parte indispensable de la libido que se requiere para encarar una empresa como ésta. No me arrepiento ni me quejo. Los últimos años fueron de una intensidad desbordante, cargados de desafíos y entusiasmos, y mis intereses me llevaron por comarcas algo alejadas de aquellas que guiaron el proyecto que le dio sentido a Huellas que regresan. Pero mejor volver a esos impulsos nacidos de la naturaleza, la infancia, los libros y la memoria, como si algo de lo significativo se volviese a evidenciar en este retorno a lo viejo conocido, a los caminos recorridos por los mundos que guardan; eso me parece, mientras escribo estas líneas, lo más importante. ¿Quizás una cierta angustia por la prioridad algo azarosa que en estos años recibió la política en detrimento de las otras esferas de la vida real o imaginaria? Regreso, no sin cierto alivio, a territorio conocido, al laberinto de los recuerdos y de los libros leídos, a antiguas nostalgias plasmadas en ciertas escrituras, a viajes que dejaron sus huellas desmintiendo, una vez más, la pobreza del nacionalismo chabacano, pueril e ignorante. El compromiso político como una estación, algo prolongada, que en un determinado momento amenazó con devorarse lo fundamental. Dejo para otro momento el balance de esta tormentosa experiencia que todavía sigue su curso azaroso.

Los viajes, por supuesto, han sido esa otra fuente indispensable, la que nos ha ido alimentando con sus mil sorpresas y su ina­gotable fertilidad; viajes reales e imaginarios, hechos en distintos tiempos y, también, surgidos de diversas necesidades. Viajes literarios, viajes inesperados, viajes a través de sueños, viajes de otros, viajes de la felicidad y viajes del desgarramiento. Cada uno de ellos me mostró un rostro de la naturaleza, algo propio e intransferible que intenté recuperar, cuando me fue posible, en estas páginas. También el viaje como aprendizaje y formación, como una aventura que agudiza los sentidos y nos abre a la diversidad de sociedades y culturas. El viaje como ruptura de las fronteras y como apertura de la mente, como una notable experiencia que descoloca nuestras certezas y que nos alimenta desprejuiciadamente de lo extranjero. Viajes materiales, atravesando países y territorios, descubriendo semejanzas y diferencias; viajes imaginarios a través de los recuerdos o de las fantasías de otros. Viajes por el universo infinito de los libros y de las ideas, viajes persiguiendo escrituras y señales para orientarme en la vida y en la historia. Viajes de huida, para perderme bien lejos de mis acechanzas internas. El viaje, en mí, como materia prima de mis sensaciones y reflexiones, de mis expectativas y frustraciones, de mis utopías devoradas por la vida y de aprendizajes inesperados. Difícil, por no decir imposible, concebir la vida, al menos la mía, sin esa vivencia siempre novedosa y frágil, cargada de promesas y de imposibilidades.

Un texto, en definitiva, que se fue construyendo con esa masa hecha de recuerdos y de libros leídos a lo largo de la vida, pero también que no pudo, ni quiso, dejar de ir hacia las herencias intelectuales y a ciertas tradiciones que, como el judaísmo o la revolución, no han dejado de inspirarme e inquietarme. Travesías por la urdimbre de la memoria y de la infancia, de las búsquedas juveniles y de la presencia de la naturaleza en cada una de mis estaciones vitales. Ejercicio en el que la nostalgia, asumida en clave benjaminiana, se convierte en un disparador de reflexiones críticas y en una estrategia para imaginar que nada es eterno ni inmodificable. Un más allá de la melancolía porque no quiere ser un duelo imposible de mundos perdidos ni un lamento de aquello que se nos ha ido para siempre. Escrituras que buscan los pasadizos a través de los que la memoria comunica el pasado y el presente. Fisuras, a veces invisibles, para hacer que regresen las huellas, como decía Karl Kraus en otra encrucijada de la historia, que nos recuerdan que “en la meta está el origen”.

Ambarkanta

(San Miguel de los Ríos, sierras de Córdoba), julio de 2005-

Coghlan (Buenos Aires), diciembre de 2016

La posibilidad de que Huellas que regresan se editase en Akal fue el resultado del encuentro, algo azaroso y mediado por un amigo común, que tuve con Jorge Betanzos en el café de la librería El Péndulo de la Condesa, en la Ciudad de México. Después de una larga y entrañable conversación en la que intenté contarle de qué iba el manuscrito, Jorge mostró su entusiasmo, sin siquiera haberlo aún ojeado, por mi libro inédito; entusiasmo que trasladó a Jesús Espino, subdirector de Edición en Akal España, quien, una vez que tuvo en sus manos el original, me hizo algunos comentarios propios no sólo de quien es un lector agudo y experto, sino de alguien cómplice de herencias y sensibilidades nacidas de nuestra común pasión por los libros, las ideas y la literatura. Difícil encontrar editores tan generosos y dispuestos para mejorar lo escrito por mí y convertirlo finalmente en el libro que el lector tiene en sus manos. Finalmente, mi agradecimiento a Joaquín Ramos, editor en Buenos Aires de Akal, por su interés y su predicamento para que también hubiera una edición impresa en Argentina.

PRIMERA PARTE

La escritura como ensayo