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No se puede hablar del arte románico sin haber paseado antes un poco por los pasillos del feudalismo. La aristocracia feudal del Medievo es la clase social creadora del arte románico, tanto en sus manifestaciones religiosas como civiles. El románico fue un arte esencialmente religioso, pero también feudal, aristocrático. Los altos clérigos y abades medievales tenían los mismos intereses políticos y económicos que la nobleza, y compartían sus quehaceres, luchas, ilusiones y fracasos. Los monasterios benedictinos, centro irradiador y neurálgico del arte románico, disponían de inmensas riquezas y legiones de súbditos, como dice Hauser (cuyas citas frecuentaremos al hablar del románico), y de ellos salieron los más poderosos Papas de la Alta Edad Media.

Del siglo V al X se han venido desarrollando en España unos estilos prerrománicos, cuyos protagonistas son los nobles visigodos, los indómitos astures y los segregados mozárabes. El románico desborda todo concepto de estilo y se instala como ciclópea representación de una civilización entera: el feudalismo europeo occidental. Es un estallido de emoción religiosa tallado en piedra. Sus obras, las imponentes «fortalezas de Dios», marcan un hito en la arquitectura de todos los tiempos, y nuestra península está cuajada de ellas.

El estilo románico nace en el corazón de la Europa cristiana, Francia, y es obra de clérigos, como el Imperio de Carlomagno. La reforma de Cluny, a principios del siglo X, es el factor determinante de esta transformación arquitectónica. Sus obras arquitectónicas son iglesias y monasterios, pero de unas proporcione s desconocidas hasta entonces. Los monasterios, situados en lugares escarpados, en medio de extensas propiedades son baluartes de defensa, tan inexpugnables como los castillos de los nobles. Albergan dentro de su ámbito económico todo un ejército de producción que les permite llevar una existencia autárquica, denominada «economía doméstica cerrada». A medida que va transcurriendo el siglo X podremos hablar ya de una «economía natural sin mercados» (Pirenne). La idea del progreso es casi desconocida en la Alta Edad Media. En frase de Hauser: «Es una época tranquila, segura de sí misma, robusta en su fe, que no duda de la validez de su concepción de la verdad ni de sus leyes morales, que no conoce ningún conflicto del espíritu ni ningún problema de conciencia, que no siente deseos de novedad, ni se cansa de lo viejo». En la Alta Edad Media todo lo humano está referido a lo divino, y la Iglesia derrama por Europa su visión cósmica y moral, tranquila, homogénea, cerrada.

El espíritu de la Iglesia medieval se concretiza en el arte románico a partir del siglo X. El florecimiento de la arquitectura y del ímpetu místico en Europa es seguido de un temprano fruto filosófico: la escolástica, inseparable del Medievo y de la Iglesia.

Las formas pesadas, macizas, anchas y poderosas del románico son «arcaizantes»si las comparamos con las evolucionadas de los bizantinos y árabes. Son reflejo de una demanda social determinada. La naturaleza religiosa del arte románico no significa solamente que la vida medieval estuviera determinada por la religión, sino más bien que toda la sociedad es «Iglesia». Como consecuencia de esta sacralización de la sociedad, el arte no fue considerado como un quehacer estético, sino como una ampliación del culto, a la vez ofrenda y catequesis.