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ÍNDICE

1. Los músicos. Museo de Berlín

2. Vieja friendo huevos. National Gallery. Glasgow

3. San Juan en Patmos. National Gallery. Londres

4. Inmaculada Concepción. National Gallery. Londres

5. El aguador. Museo Wellington. Londres

6. Cena de Emaús. Metropolitan Museum. Nueva York

7. Adoración de los Reyes. Museo del Prado

8. Cristo en casa de Marta. National Gallery. Londres

9. Busto de un caballero. Instituto de Arte de Detroit

10. Felipe IV. Museo del Prado

11. Los borrachos. Museo del Prado

12. La fragua de Vulcano. Museo del Prado

13. Tentaciones de Santo Tomás de Aquino. Museo de la Catedral de Orihuela

14. Pablillos de Valladolid. Museo del Prado

15. La rendición de Breda. Museo del Prado

16. El Cardenal Infante, cazador. Museo del Prado

17. El Conde-Duque de Olivares, a caballo. Museo del Prado

18. Baltasar Carlos, a caballo. Museo del Prado

19. El niño de Vallecas. Museo del Prado

20. El bufón Calabacillas. Museo del Prado

21. Menipo. Museo del Prado

22. Marte. Museo del Prado.

23. La dama del abanico. Colección Wallace, de Londres

24. Paisaje de la Villa Medicis. Museo del Prado

25. Venus del espejo. National Gallery. Londres

26. Inocencio X. Palacio Doria Pamphili. Roma

27. Las Meninas. Museo del Prado

28. La fábula de Aracne o Las hilanderas. Museo del Prado

29. Detalle del cuadro anterior. Museo del Prado

30. Felipe IV, anciano. Museo del Prado

31. La Infanta Margarita (detalle). Museo de Viena

32. El Infante Felipe Próspero. Museo de Viena

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Nace Diego de Silva y Velázquez en la ciudad de Sevilla el año de 1599. Su padre, Juan Rodríguez de Silva, es de ascendencia portuguesa y de familia noble. Su madre, Jerónima Velázquez, cuyo apellido va a perpetuarse en la historia de los pinceles, es de antigua familia sevillana. Desde muy joven siente Diego de Silva la llamada de la pintura, y acude a los talleres de los maestros sevillanos más competentes, como Herrera el Viejo, con quien se cree que estudió, aunque no hay pruebas documentales al efecto. Sabemos, sin embargo, con toda seguridad, que a los doce años estaba trabajando como aprendiz en el taller de Francisco Pacheco, donde permaneció seis o siete años, hasta conseguir el título de maestro, que parece alcanzó hacia 1617, es decir, cuando sólo contaba dieciocho años de edad. No es muy corriente tanta precocidad en el complicado y sutil arte de los pinceles, y ya desde los primeros tiempos se reconoció a Velázquez un talento pictórico excepcional. Todos sus maestros coinciden en elogiar la portentosa facilidad de Velázquez para la pintura. En términos modernos, podríamos decir que Velázquez fue un «niño prodigio».

Pacheco vivía en un ambiente intelectual y culto que favoreció mucho el desarrollo del muchacho. Su talento innato y su buen carácter ganaron desde el primer momento a Pacheco y a su hija Juana, con la que contrajo matrimonio, pasando a ser yerno de su maestro. El círculo de pintores, escritores y nobles que frecuentaban el taller y las tertulias de su suegro ayudó a Velázquez a entrar en contacto con la aristocracia y con la Corte. Sabido es que la carrera de un pintor del XVII sólo podía culminar si ganaba el mercado cortesano.

De la etapa sevillana conservamos muchos cuadros de Velázquez, aunque no los mejores, como es de suponer. A pesar de su condición de «niño prodigio», es Velázquez una personalidad madura y sensata que comprende el valor del aprendizaje y del oficio. Nadie se entrega como él al trabajo de los pinceles en su fase de aprendiz. En poco tiempo debemos suponer que sobrepasa a Pacheco, quien poco tiene que enseñarle. Velázquez ensaya incansablemente con los modelos sevillanos, comenzando con un estilo decididamente naturalista, casi tenebrista, como todos los pintores del XVII que reciben el eco del Caravaggio. De esta época son la «Vieja friendo huevos», «Cristo en casa de Marta», «El aguador», «La adoración de los Reyes» y otras muchas obras que tendremos ocasión de conocer con detalle en el comentario.