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Parafraseando a Baricco:

“Si ésta fuera sólo una historia de futbol, no valdría la pena ser contada”

Para la HP34.

Para el único y verdadero
“Chilaquil” Bolaños, razón y motor, sea o no futbolista algún día.

ÍNDICE

Previo al partido

El “Chilaquil” Bolaños

Arnulfo Córdova

Bulmaro Sotres

El “Chilaquil” Bolaños

Arnulfo Córdova

Bulmaro Sotres

La gran selección: Jugar Bonito

El “Chilaquil” Bolaños

Arnulfo Córdova

Bulmaro Sotres

El “Chilaquil” Bolaños

Arnulfo Córdova

Bulmaro Sotres

La Gran Selección: Silbatazos

El “Chilaquil” Bolaños

Arnulfo Córdova

Bulmaro Sotres

El “Chilaquil” Bolaños

Arnulfo Córdova

Bulmaro Sotres

El “Chilaquil” Bolaños

La Gran Selección: Así es jugar al futbol

Poeta que no entiende futbol

El principio del final

Previo al partido

(Entre el calentamiento y el vestidor)

Silencios. Palabras. Acciones. Pensamientos. Una cancha vacía. Un vestidor ordenado con el uniforme listo. A modo. Los vendajes y el masaje. Podría ser ésta la historia de la espera. Al silbatazo inicial. Al silbatazo final. El vuelco. A la vida. A un torneo. A una Copa. A un Mundial. Fantasmas en las gradas. Casualidad que se hizo historia. Luego memoria. Que se niega a ser olvido. Recuerdos de un instante. Instantáneas de un recuerdo. En la duda. En la poesía de una jugada. Su mirada. Pasión. Vestido en las ropas de su cuerpo, el mío, insaciable y trémulo, deambula entre el tiempo y el espacio. Pasto y cal. Sin sonido local. Pasos en falso. Chanfles. ¿Puede nombrarse lentamente la pasión? ¿Pronunciarse? Repetir su nombre. Cadencia y melodía. Ritmo. Buscarle. Como se busca al Gol. Su grito. Y desfogue. Delirio y deseo. En el mundo que es redondo. De amores y amantes. De estrategias y tácticas. Menos Benedetti y más Valdano. Las esferas. Los balones. Ciclos. Escapes. Tiempo regular. Tiempo cumplido. Tiempo extra. Penalties. Y entonces el futuro en un volado. El mundo gira y lo mueve una pasión: el futbol. El placer. La pelota que se escabulle al terreno de juego. Galeano. Árbitros. García Galiano. Banderines. Juan Villoro. Tarjetas amarillas o rojas. Pérez Gay. Senderos que se abren que bifurcan, que desaparecen. En una frase. En una caricatura. En la trama de un cuento breve. Fontanarrosa. El gran Fontarrosa. O ciertas voces incompletas. Frustraciones. Dolores. Triunfos que a poco saben, pero mitigan. El fraude del mejor. La pulsión del triunfo. El amor a una camiseta. Sacheri. Frases a medias. Hacerle el amor a la pelota. Hacerle el amor a la vida. En sentido de amar. Levantar la Copa. Esa que se mira y no se toca. Alcanzar el gran amor. La alineación ideal. De 11. De 12. Porque el hincha o aficionado, suma. Cuenta. Descuenta. La alineación ideal. De a dos. Con dos. El vínculo. Posible y deseable. O Desvincularse. O desmarcarse. Con noventa minutos por delante. O sin éstos. Dos pensamientos. Dos vidas. Dos nombres. Dos rivales. Dos equipos. Una cancha. Uno que otro villamelón. La vida. Distintas formas de reventar un balón para meterlo en el arco. El placer dolorido de vivir. Jugar de local o de visitante. Butragueño. A diario, nos jugamos el partido de nuestra vida. Maradona. Hasta endiosarlo. A veces, apenas y se ha hecho el reconocimiento de cancha. De pronto el recuerdo. Otra vez, recordar que recuerdo. La estética estática de este presente que me lleva a buscarle. Al balón. A la pasión. Al grito en las gradas. A su sonrisa. Ahí entre símiles. ¿Es la experiencia vivida un partido amistoso? No saber leer las jugadas del equipo rival o ignorarlas, nunca ha ido para bien. Ni del juego. Ni del negocio. Ni del aficionado. Ni de los jugadores. Apenas y se es capaz de trazar algunas jugadas de pizarrón. ¿Funcionarán? ¿Será apropiada la cancha? ¿Tiene claro el timing ? A veces, el partido ha acabado ya. Y ni se ha enterado uno. Dijo alguien, nunca jamás. Hugo Sánchez. Labor de equipo. Genialidad. Messi. Encuentro. Desencuentro. Escribir. Dibujar una historia en el papiro de tu cuerpo. Trazar una jugada en el césped natural. Con la hume-dad necesaria para que corra el balón. Driblar. Ir hacia la media cancha. Bailar el esférico. Entregártelo. La pelota está ahí, al centro. La pluma está ahí, sobre el papel. Nervios e inspiración. Deseo. Aficionados protagonistas. Un poeta que entiende futbol. Al menos un instante. Un momento de vida. Una ráfaga que atraviese desde un cuarto de cancha. Sin barrera. Directito al segundo palo. Imparable. Ir hacia el gol. Pensar en otro tiempo. Han pasado cuatro años. De espera. De ausencia. De sequía. Emoción efímera. Colectividad. Compañerismo. Se llora el triunfo. Se goza. Se llora la derrota. Se goza. La del rival. Y viceversa. Con la víscera. Para volver a casa. Juntos. Casualidad que hace historia. Memoria. A la espera. A la espera del marcador final que nos dé, por fin, el pase a la siguiente ronda. ¿Para qué vive si no, un aficionado, si no es para vivir el siguiente Mundial? Éste es mi Mundial. O no.

El “Chilaquil” Bolaños

Él sabe que ha perdido el toque. En un futbolista puede considerarse el principio del fin. Peor que un esguince de tobillo pasado por alto. Sí, el bajo rendimiento, no cooperar en los triunfos del equipo, y una larga lista a raíz de este hecho, en el inmediato se traduce en pocos minutos en el terreno de juego –cada vez menos– hasta llegar a la no alineación; ésta, da pie a charlas complejas con la Directiva, entrenamiento con el equipo B, castigos de los patrocinadores, baja en publicidad, poco interés mediático y poco a poco, se pone sobre la mesa plantearse el retiro.

El jugador sabe distinguirlo. No le responden las piernas. No es una mala racha o falta de concentración: ¿será que se cansó de jugar, de entrenar? ¿De ir de aquí para allá? No es sólo la falta de asertividad o el error inexplicable. Tampoco, falta de tino. Es no tener ese olfato, ese vínculo con el esférico que te hace su mejor amigo, su amante, su cómplice. Perder el toque, va ligado a la sensación de que la pasión con la que salía a rompérsela hace ocho, cuatro años, no está más; la sensación de que ha olvidado cómo hacer del factor sorpresa, su aliado. ¿Será poca voluntad o depresión? Quizá un poco de ambas. Un hartazgo profundo hacia el entorno del juego y no al juego mismo.

No tiene juego aéreo. No tiene inventiva. A veces piensa que ya se cansó de jugar y aunque se arrepiente al segundo, agua vitaminada en mano se dice que quizá es un sinsentido postergar lo impostergable. Sin toque, no se puede ni en las canchas ni en la vida. El mundo del futbol es tan redondo como el balón mismo. Y el vínculo entre ellos está roto. Se han desenamorado. Quieren y no quieren seguir. En la relación. En las canchas. En los vestidores. No se encuentran, aunque se amen. Su aquí y ahora es muy distinto al que imaginó.

A pesar de ello, confundido entre lo que cree saber, lo que se dice, lo que lee y escucha de la Directiva y de los medios, siente en lo profundo de su corazón que puede tener una última oportunidad para ser convocado a la Selección.

Uno más. De cientos que tienen probabilidades. Una carta, una llamada. Sin embargo, cuando estás en la lista de los prescindibles, cualquier situación es posible. Quizá aún se mantenga en la lista de favoritos. Por motivación. Por trayectoria. Porque no queda de otra. Es año nuevo y las campanadas de la iglesia contigua a su departamento se lo recuerdan. Hoy comienza la cuenta regresiva hacia el silbatazo inicial. De un año. De un ciclo. Un ciclo en el que tampoco ella está. 162 noches más de espera a sabiendas de que la suya será mucho más breve. Acaso 100 noches, acaso 50. ¿Cuántas noches hace que ella se fue? Esa cuenta de tan perdido que estaba, la perdió. Muchas más noches atrás de lo que quisiera. Tan frío este invierno que le cala hasta la rodilla lesionada. Tan fría la cena que se oxida sobre la mesa. No hay misterio alguno que desvelar, si acaso rutinas que seguir. Ilusión y deseo se contraponen a la realidad. Ante los números. Frente a sí. Cada campanada un espasmo. Cada recuerdo una mueca agridulce. Los hombres no lloran aunque se duelan.

Está cansado: de las preguntas innecesarias, de las exigencias del DT, de dormir en hoteles. Está cansado de que su casa apenas sea una estación entre el campo de juego, de entrenamiento y de la Asociación. Un espacio transitorio que no es sino vitrina de glorias pasadas: trofeos, uniformes, balones. Esa escuela para jóvenes talentos que un día le inspiró y visualizó como una extensión de sí mismo, hoy es un semillero de oportunistas. Aun cuando los alumnos le respetan, están conscientes de que él es un fantasma: una firma en un diploma, en una carta. Se presenta al inicio de cursos, se toma fotos, sale en los periódicos. Luego desaparece. El futbol no espera. Consume, exige. No puede recuperar el balón. Lo pierde en el saque de banda.

Un montón de periódicos apilados en una esquina haciéndose amarillos sin ser capaces de convocarle la emoción de vivir ni evocarle el gozo de la pelota dentro del área, parecen observarle. Intenta fintarlos. Recuerda que en ellos hay cientos de reseñas de tal o cual final. De tal o cual Mundial. Hoy son sueños rotos. En 23 semanas Rusia bailará los jorovody del balón. Él no. Ya no es su turno. ¿Le dará la vida una última oportunidad?