Dedicado a quienes miraron la adversidad
y la invitaron a bailar.
 
A Teresa Navazo y Javier Vázquez, a Imagina.
 
A Xavier Mercé, mi compañero de viaje.

Prólogo


Llevaba muy poquitos meses en Madrid y me sentía la hormiguita más pequeña del hormiguero.

Iba siempre con mi guitarra en la espalda, como quien porta un arma noble cargadísima de ilusión, cantando por los garitos y plazas.

Buscaba trabajo como psicóloga (o como cualquier cosa) mientras estudiaba Musicoterapia. Deseaba que la vida y la noche me brindaran todo el rato historias emocionantes que sentir, que beber y que contar.

Aún recuerdo esa llamada. Caminaba algo perdida por la Gran Vía. Supongo que me andaría cuestionando si esta decisión de apostar por lo que deseaba valdría la pena. Una voz dulce detrás del teléfono me hablaba de mi canción «Comiéndote a besos». Me invitaban a la presentación de la primera campaña de Imagina MÁS, una nueva ONG que nacía con el deseo de mejorar la vida de las personas seropositivas, de las personas, en general. Me decían que por fin encontraban una canción llena de luz sobre el VIH. No me podía creer que mi letra y mi melodía provocaran algo tan grande. Se me iluminó la cara para el resto del mes.

Y ahí me presenté, un 2 de junio de 2012.

Ese día conocí a todo el equipo de Imagina MÁS y conocí a Iván.

Los dos vestíamos de blanco. Los dos con falda. Sí, los flechazos existen. Me enamoré perdidamente de ellos.

Es difícil no fijarse en Iván por la personalidad arrolladora que gasta, porque tiene arte hasta en los andares, porque es divertido a rabiar, porque es de los de mirada verdadera, fulminante, por su transparencia, por su manera hipnótica de hablar… Por la seguridad que proyecta tras tantos años de preparación y, por qué no decirlo, porque le encantan las lentejuelas y el brilli brilli.

Desde ese día me hicieron sentir parte de esta familia sensible y comprometida… porque con ellos uno puede despreocuparse de aparentar y vive el privilegio de ser quien es en realidad.

Sigo cada uno de sus pasos con orgullo y admiración. Son pasos firmes, creativos y exquisitos. En un mundo vacío de réplicas exactas, ellos trabajan duro para aportar contenido, originalidad y luminosidad.

Así es este libro: luminoso y necesario.

Hace referencia al autoestigma y sus consecuencias. Si ya es duro vivir con una enfermedad crónica, vivir además con el estigma de tenerla es demoledor.

La persona que interioriza estereotipos y prejuicios sobre su propia condición se verá abocada a la creencia de que es un ser poco valioso, al aislamiento social, al autoboicot y al temor de ser identificada. Por eso es importante que las personas seropositivas se empoderen tomando parte activa en la lucha frente al estigma.

Estas páginas también pasean por la historia de la infección, por las experiencias de la primera generación del VIH. Es imprescindible que la sociedad esté informada para avanzar en cualquiera de las causas sociales. Conocer la raíz, la historia de nuestros antecesores, los porqués y la evolución. Saber que el tratamiento actual consigue detener la replicación del virus en el organismo, dejándolo latente, dormido, hasta llegar a ser indetectable y, por tanto, intransmisible. Si todos supiésemos que a día de hoy las personas con VIH en tratamiento no pueden transmitir el virus, que su esperanza de vida es idéntica a la del resto de la sociedad, tendríamos el aliado perfecto para derrotar el prejuicio existente hacia las personas seropositivas.

Este libro también es un homenaje a los activistas del VIH en España. Es el reconocimiento a los héroes de una generación diagnosticada en la década de los ochenta y principios de los noventa. Los supervivientes de una de las enfermedades más crueles del siglo XX. Una era en la que el diagnóstico a menudo suponía una sentencia de muerte.

Estas páginas son esenciales por su defensa del sexo seguro, por una liberación sexual que no implique riesgo. Porque «no existe el mundo perfecto, un lugar sin sida. Porque los condones no solo son necesarios, sino que son obligatorios». Porque el sexo seguro salva vidas.

Este libro es salud porque irrumpe en una sociedad infantilizada en la que se esquiva cualquier oportunidad de dialogar sobre los territorios más sombríos de la vida como la enfermedad, el envejecimiento o la muerte. Te invita a hablar del dolor y de la tristeza con normalidad, como algo que vivimos y sentimos absolutamente todas las personas.

Y lo mejor de todo es que esta obra es ave fénix. Este libro es resiliencia, la capacidad que posee el individuo para crecerse ante la adversidad, la manera de pegar con paciencia las piezas rotas de nuestra porcelana, ensalzarlas, hacerlas bellas y descubrir nuestra transformación.

Iván acompaña en su día a día a pacientes en el proceso de aceptación. Estoy convencida de que todo el esfuerzo volcado en estas páginas también acompañará a las personas en cualquier fase de la enfermedad en la que se encuentren. Cambiará más de una vida. Más de una vida salvará. Porque combate el terror universal de la vida: el miedo a no ser amado, a la soledad.

Ponte la chaqueta más brillante que tengas
y sal a la calle.
Nos toca bailar…

Rozalén

1 https://www.nature.com/articles/nature19827.

2 Rubin, Z. y Peplau, A. (1973), «Belief in a Just World and Reactions to Another’s Lot: A Study of Participants in the National Draft Lottery», Journal of Social Issue, núm. 29 (4), pp. 73-93.

3 Lerner (1965), en Deconchy (1988), p. 460

4 Goffman, Erving (1970), Estigma: la identidad deteriorada, Amorrortu, Buenos Aires.

5 Ibidem.

6 Marichal, F. y Quiles, M. N. (2000), «La organización del estigma en categorías. Actualización de la taxomonía de Goffman», Psicothema, núm. 12, 3, pp. 458-465.

7 Fazio, R. H. y Olson, M. A. (2003), «Attitudes: Foundations, Functions, and Consequences», en Hogg, M. A. y Cooper, J. (eds.), The Sage Handbook of Social Psychology, Londres, Sage, pp. 139-160.

8 Chacón, L. (1992), «La mujer prostituta: cuerpo de suciedad, fermento de muerte», Revista de Ciencias Sociales, núm. 58, pp. 20-34, San José de Costa Rica, Universidad de Costa Rica.

9 Rüsch, N.; Angermeyer, M. C. y Corrigan, P. (2005), «Mental Illness Stigma: Concepts, Consequences and Initiatives to Reduce Stigma», Eur. Psychiatry, núm. 20, pp. 529-539.

10 Corrigan, P. W. y Watson, A. C. (2002), «Understanding the impact of stigma on people with mental illness», World Psychiatry, núm. 1, 1, pp. 16-20.

11 «Reducing HIV-Related Stigma: Lessons Learned from Horizons Research and Programs», Public Health Rep. (2010), mar-abr, núm. 125(2), pp. 272-281. doi: 10.1177/003335491012500218. Julie Pulerwitz, ScD, ScM, a Annie Michaelis, PhD, b, c Ellen Weiss, MSc, d Lisanne Brown, PhD, MPH, e, f and Vaishali Mahendra, MScg, h.

12 Link (1987); Link, Struening, Rahav, Phelan et al. (1997).

13 La «nosofobia» es el miedo a contraer alguna enfermedad. Las personas nosofóbicas sufren ante la posibilidad de infectarse de alguna ITS (especialmente VIH), sin necesidad de sentir sintomatología alguna. Véase Martín, Gabriel J. (2016), Quiérete mucho, maricón, Roca Editorial, Barcelona, p. 170.

14 Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (ONUSIDA). Protocol for the identification of discrimination against people living with HIV..

15 ICRW (2002), Understanding HIV-related stigma and resulting discrimination in sub-Saharan Africa, Washington, ICRW, junio.

16 La PrEP finalmente se ha aprobado y la Seguridad Social contará con ella dentro de la cartera de servicios a nivel nacional a partir de noviembre de 2019.

17 Hemos respetado la oralidad de los testimonios siempre que ha sido posible para preservar la forma de hablar de cada entrevistado (Nota del editor).

18 Van der Houwen, K. et al. (2010), «Risk factors for bereavement outcome: a multivariate approach», Death Stud. Mar; núm. 34 (3), pp. 195-220.

19 Reyes, M. C.; Grau, J. y Chacón, M. C. (2009), Cuidados paliativos en pacientes con cáncer avanzado: 120 preguntas y respuestas, ECIMED, La Habana.

20 Maslin, Janet (2009), «Michael Specter Fires Bullets of Data at Cozy Antiscience in ‘Denialism’», The New York Times, 4 de noviembre.

21 Scudellari, M. (2010), «State of denial». Nat. Med. núm. 16 (3), marzo, p. 248. PMID  20208495. doi: 10.1038/nm0310-248a.

22 http://www.theperthgroup.com/whatargued.html.

23 Kalichman, Seth C. (2014), «The Psychology of AIDS Denialism», European Psychologist, núm. 19 (1), 1 de enero, pp. 13-22. doi:10.1027/1016-9040/a000175.

24 https://newhumanist.org.uk/2165/how-to-spot-an-aids-denialist.

25 Barré-Sinoussi, F.; Chermann, J.; Rey, F.; Nugeyre, M.; Chamaret, S.; Gruest, J.; Dauguet, C.; Axler-Blin, C.; Vézinet-Brun, F.; Rouzioux, C.; Rozenbaum, W. y Montagnier, L. (1983), «Isolation of a T-lymphotropic retrovirus from a patient at risk for acquired immune deficiency syndrome (AIDS)», Science 220 (4599), pp. 868-71. Bibcode:1983Sci...220..868B. PMID 6189183. doi:10.1126/science.6189183.

26 Gelderblom, Hans R., Fine Structure of HIV and SIV, Robert Koch-Institut, Nordufer 20, D-13353 Berlín.

27 http://www.virusmyth.com/aids/hiv/vtwbtests.htm.

28 Mellors, J. W.; Muñoz, A.; Giorgi, J. V.; Margolick, J. B.; Tassoni, C. J.; Gupta, P.; Kingsley, L. A.; Todd, J. A.; Saah, A. J.; Detels, R.; Phair, J. P. y Rinaldo, C. R. Jr. (1997), Plasma viral load and CD4+ lymphocytes as prognostic markers of HIV-1 infection 126 (12), 15 de junio, pp. 946-54. PMID .

29 Unaids (2010), «Global report. Unaids report on the global aids epidemic», pp. 107-112.

30 Ornstein, Charles y Costello, Daniel (2005), «A Mother’s Denial, a Daughter’s Death», Los Angeles Times, 24 de septiembre (archivado desde el original el 1 de enero de 2009).

31 http://www.eluniversal.com.mx/ciencia-y-salud/salud/el-negacionismo-del-vih-agrava-la-epidemia-de-sida-en-rusia.

32 Werner, E. y Smith, R. (1982), Vulnerable pero invencible: Un estudio longitudinal de niños y jóvenes resilientes, McGraw-Hill, Nueva York.

33 Guénard, Tim (2009), Más fuerte que el odio, Gedisa, Barcelona.

34 Antonovsky, A. (1987), Unraveling the mystery of health. How people manage stress and stay well, Jossey-Bass, San Francisco.

35 WHO (2013), Global and regional estimates of violence against women: Prevalence and health effects of intimate partner violence and non-partner sexual violence.

36 Hatcher, A. M.; Smout, E. M.; Turan, J. M. et al. (2015), «Intimate partner violence and engagement in HIV care and treatment among women: a systematic review and meta-analysis», AIDS, núm. 29(16), pp. 2183-2194.

37 Halkitis, P. N.; Parsons, J. T. y Wilton, L. (2003), «Barebacking among gay and bisexual men in New York City: explanation for the emergence of international unsafe behavior», Arch sex Behavior, núm. 32, pp. 351-357.

38 Johnson, Ramon, «Bug chasers & gift givers Parties. Deliberately Transmitting HIV».

39 LeBlanc, B. De (2007), «An Exploratory Study of ‘Bug Chasers», Sociological Imagination.

40 Race, K. (2007), «Engaging in a culture of barebacking: gay men and the risk of HIV prevention», en Hannah-Moffat, K. y O’Malley, P. (eds.), Gendered Risks, Glasshouse Press, Londres.

41 Race, K. (2007), op. cit., p. 7.

Epílogo


He aprendido mucho escribiendo este libro, en parte, debido a la labor de investigación y documentación que requiere cualquier fundamentación rigurosa. También, especialmente, gracias a las íntimas conversaciones que he mantenido con las personas que han compartido con el mundo sus biografías. Si bien al inicio el VIH fue calificado como la enfermedad de las cuatro haches (homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos), al final ha terminado revelándose como la enfermedad del tabú (al sexo, al consumo de drogas y a la muerte). Son aspectos inherentes a la naturaleza humana que la sociedad occidental se empeña torpemente en ignorar.

La principal vía de transmisión actualmente en España es la sexual y, sin embargo, todo cuanto tenga relación con la sexualidad parece que debe ser escondido como si de algo indigno o vergonzante se tratara. Este tabú al sexo es responsable de los diagnósticos tardíos con múltiples consecuencias para la salud. Algo similar sucede con la muerte, en los años más feroces, cuando la enfermedad cercenaba millones de vidas, el tabú de la muerte privó de cualquier compasión hacia los enfermos. Incluso borrando su recuerdo de la historia como táctica para eludir la humillación asociada al sida. El tabú mal gestionado produce miedo en el conjunto de una sociedad; en este caso, puede ser miedo al contacto con personas seropositivas ante el temor de un posible contagio. Pero también el miedo a poder transmitir el virus a otras personas y, por supuesto, el pánico a sufrir discriminación por el VIH.

Si al miedo no se le combate con educación e información veraz, comienzan a germinar falsas creencias que, a menudo, son la antesala de prejuicios, actitudes y conductas discriminatorias. Estas pueden darse en muchos ámbitos y ser tan sutiles que resultan difíciles de identificar, por ejemplo, cuando algunos profesionales sanitarios se ponen doble guante para atender a un paciente con VIH o los protocolos de ciertos quirófanos en hospitales públicos concentran a los pacientes seropositivos a última hora para esterilizar a conciencia el material quirúrgico empleado. ¿Existe alguna razón que justifique la adopción de estas medidas? No, no hay criterios científicos ni humanos que respalden estas acciones a todas luces discriminatorias. Y, si estas costumbres se dan en un entorno sanitario, pocas mejoras pueden esperarse en otros sectores menos familiarizados con la salud.

Las conductas discriminatorias fomentan el silencio y la invisibilidad por parte de las personas diagnosticadas. Y, sin referentes sociales visibles de lo que significa tener VIH en la actualidad, la sociedad perpetúa los clichés y las falsas creencias de la existencia de grupos de riesgo. Generando desigualdades sociales, diagnósticos tardíos y entorpeciendo tanto la prevención de la infección como la lucha contra el estigma. Romper este tabú pasa por fomentar un mayor nivel de información y educación sexual, por legislar a favor de la no discriminación de las personas con VIH y por fomentar el empoderamiento y la visibilidad entre personas seropositivas. Finalmente, debemos ser capaces de dar respuestas eficientes y ágiles ante los desafíos de la realidad imperante, como por ejemplo la aprobación de la PrEP o sacar del entorno hospitalario la medicación para favorecer la conciliación de la vida profesional y el cuidado de la salud entre los pacientes. Como ven, aún queda mucho por hacer y muchas respuestas por inventar.

El VIH, además de ser una patología infectotransmisible, se ha constituido como una herramienta para la segregación social. Un instrumento con el que excluir a determinados grupos sociales inoculando a través del estigma social una herencia cultural basada en el sentimiento de vergüenza, culpabilidad, humillación y miedo. Una excusa para rechazar a homosexuales, migrantes, pobres, drogodependientes, en definitiva, a los otros. Entender el proceso a través del cual se etiqueta a una persona cuando recibe el diagnóstico de VIH y se le confiere una serie de valores preconcebidos que promueven su exclusión resulta vital para desactivar la secuencia.

El nivel de discriminación ha sido tan elevado a lo largo de la historia reciente que ha producido un silencio mayoritario entre los pacientes. La estrategia de evitación del estigma ha tenido como consecuencia una palpable invisibilidad entre las personas seropositivas. En especial, con la mejora de los tratamientos antirretrovirales y la reducción de efectos secundarios como la lipodistrofia. Los desafíos clínicos que conlleva esta patología pasan desde la curación de la enfermedad hasta la mejora en la administración de la medicación, las comorbilidades y el envejecimiento precoz. Aunque los avances científicos han logrado que el VIH sea en la actualidad una infección crónica, al menos en España, sigue siendo una de las enfermedades más estigmatizadas.

El esfuerzo que las distintas administraciones públicas han llevado a cabo para la prevención de la infección ha variado según el color del partido político que ostentara el poder. Lo cierto es que ningún compromiso intermitente puede reducir la prevalencia del VIH en la sociedad española. Sin embargo, en lo referente a la lucha frente al estigma, los esfuerzos desde la administración siempre han sido residuales y han quedado relegados prácticamente a las respuestas que las propias asociaciones de pacientes tengan capacidad de ofrecer. La batalla frente a la discriminación puede que sea, junto con la de la curación, una de las mayores exigencias de las personas con VIH en la actualidad.

Revertir esta tendencia pasa por diseñar políticas que garanticen la educación sexual, así como por la elaboración de campañas periódicas que tengan impacto en la sociedad. No solo hay que promocionar el uso del preservativo, sino también informar de otros métodos preventivos como la PrEP y el propio tratamiento entre las personas con VIH. También convendría sacar la dispensación del tratamiento de los hospitales para favorecer que los pacientes puedan conciliar su vida profesional con la personal y el cuidado de su salud. No se entiende que, en pleno siglo XXI, los pacientes tengan que ir una vez al mes hasta la farmacia hospitalaria para recoger su medicación. Este procedimiento es a todas luces anacrónico. También hay que trabajar para erradicar todas las barreras legislativas que discriminan a las personas con VIH y velar por garantizar el cumplimiento de sus derechos y libertades.

Además, hay que apostar por valores que desacrediten cualquier prejuicio y conducta discriminatoria frente a las personas seropositivas. Tratar de empoderar al colectivo para que vivan sin culpabilidad o estigma tendrá enormes beneficios también para el conjunto de la ciudadanía. Una sociedad decente no discrimina a parte de sus integrantes tras adquirir una infección por comportarse como meros seres humanos. Una vez más, encontramos en la educación una parte importante en la respuesta ante actitudes inaceptables en una sociedad adulta.

Este libro trata de rendir homenaje a esos cuerpos que socialmente fueron calificados como dañados, defectuosos, biológicamente tóxicos y capaces de infectar a otros seres sanos. Individuos cuyas capacidades humanas quedaron anuladas ante la alarma provocada por el virus. Personas hoy medicalizadas con una identidad deteriorada y cuestionada debido a las falsas creencias imperantes en la sociedad en torno al VIH. Estamos ante una encrucijada donde la ignorancia perpetúa la invisibilidad de las personas seropositivas.

Sin embargo, encontramos algunas personas con identidades positivas que se intersecan con otras cuestionadas como el ser gay, transexual, mujer, migrante, pobre o trabajador del sexo. Nadie puede imponer cómo debe experimentar el VIH una persona seropositiva, pero cabe resaltar la fortaleza de aquellas identidades positivas que se enfrentan ante una cultura que las culpabiliza y discrimina negándoles, en muchos casos, hasta el mero hecho de existir al argumentar que no hay motivo alguno para sentirse orgulloso de tener una enfermedad (mucho menos una infectotransmisible).

La profundidad de semejante sentimiento no parte de las características biológicas del virus, sino más bien de la cultura que situó a las personas con VIH en el infierno de la exclusión social, la invisibilidad y el silencio más ensordecedor. Las palabras de Jean-Paul Sartre «el infierno son los otros» cobraron más fuerza que nunca. El orgullo identitario proviene del camino que estas almas han recorrido desde lo más profundo de la culpabilidad hasta alcanzar un nuevo paradigma. Una cima a la que solo unos pocos están llamados, aquellos que se replantearon su existencia desde cero cuestionándose todo cuanto sabían o, al menos, todo aquello que un día les hicieron creer.

¿Cómo no sentir orgullo cuando se vencen las sombras de la vieja caverna? Cuando te desnudas de etiquetas para pasar a aceptarte como ser humano en su máxima vulnerabilidad. Y, aunque el infierno sean los demás, cuando te educan desde la más tierna infancia entre llamas, un soplo de azufre queda en tu corazón. Se requiere de un ejercicio de desarrollo personal para purificar fantasmas y deshacerse del peso que a uno no le corresponde ya que, a menudo, sobre nuestros hombros cargamos con peso ajeno. Esto lastra nuestro progreso o, al menos, ralentiza nuestros pasos. El diagnóstico de VIH, junto con otros acontecimientos de la vida, puede servir de punto de inflexión para librarse del peso ajeno que cada cual lleva a cuestas. El duelo supone hacer un alto en el camino para recomponerse y salir fortalecido ante la adversidad. Ser resiliente es la mejor respuesta ante los retos que la vida plantea. No solo es señal de inteligencia, sino también de creatividad ya que la adaptación requiere reinventar alternativas frente a los cambios vitales inesperados o, al menos, no deseados.

El VIH, además, ha sido una patología profundamente deshumanizadora en múltiples aspectos como la sexualidad. En la década de los noventa, y hasta que llegó el hito de la indetectabilidad, el miedo por parte de la sociedad a mantener relaciones sexuales con personas seropositivas llevó a las más subversivas a tatuarse el símbolo de riesgo biológico, haciendo clara referencia al miedo social a establecer cualquier contacto que supusiera un riesgo para la transmisión del virus. Esta deshumanización se extendió hasta después de la muerte de los primeros enfermos. Aunque lo realmente importante es la pérdida del ser querido y no la causa, era tal la humillación experimentada por algunos familiares de los fallecidos a causa del sida que, a menudo, solían maquillar el motivo de la muerte. Porque el sida dejaba una mancha imborrable, un estigma tan profundo en la identidad del paciente que desdibujaba todo rasgo de dignidad humana. El VIH ha deshumanizado a los pacientes desde que recibían el diagnóstico, demacrando su fisionomía, robando cualquier apariencia humana y consumiendo sus cuerpos hasta provocar la muerte, momento en el que algunas familias ocultaban el motivo del fallecimiento o bien evitaban hacer cualquier referencia al mismo con el fin de preservar la identidad del ser querido. Conviene reconocer que otras muchas familias no robaron la identidad a los fallecidos, sino que les amaron y honraron, como la familia de David Kirby.

Pero el VIH también ha deshumanizado a una sociedad que no reflexiona ni cuestiona nada. No reclama información ni se actualiza, sino que más bien se aburguesa mostrándose conformista con aquello que sus gobernantes les ofrecen, mientras continúan reproduciéndose falsas creencias y conductas a todas luces discriminatorias. Parece que en la era de internet y las nuevas tecnologías resulta más cómodo tolerar el miedo irracional e injustificado que desafiarlo con información actualizada sobre el VIH. Actualmente, la sociedad tiene acceso a toneladas de información. Solo hay que tener la motivación por investigar (querer saber) y saber cómo buscarla (a través de recursos con fuentes veraces y contrastadas). En la era de las tecnologías de la información y de la comunicación, permitir que el miedo irracional sostenga falsas creencias carece de sentido.

Ojalá este libro haya contribuido a proyectar un ápice de claridad entre las tinieblas para poner en valor la grandeza de los seres humanos que lo conforman. Héroes que superaron arduas dificultades y que comparten con el mundo su aprendizaje. Si a través de estos capítulos se han replanteado algunas cuestiones, habrá merecido la pena el viaje emprendido en la primera página. Porque mi compromiso como escritor es el de facilitar un medio para que se escuchen aquellas voces que suelen ser ignoradas. Porque, si algo me ha enseñado la vida, es que de aquellas personas situadas en el lado menos favorecido del camino es de las que más se puede aprender.

Imagina MÁS
ONG de salud sexual, igualdad y diversidad

Es una asociación sin ánimo de lucro que tiene como objeto principal trabajar en la salud, educación, formación, prevención, reducción del estigma y discriminación, exclusión social y laboral, así como fomentar la igualdad y diversidad principalmente en los colectivos más vulnerables: personas con VIH y otras ITS o en riesgo de contraerlas, mujeres, migrantes, colectivo LGTBI, personas que ejercen la prostitución (PEP), jóvenes, mayores.

Ofrece diferentes servicios en proyectos de VIH (prueba rápida, asesoramiento, grupos de apoyo), transexualidad (atención e información), prostitución (acompañamientos, asesoría, material preventivo, talleres, etc.), acción social (campañas de prevención, concienciación, etc.), así como editoriales sobre bienestar y salud sexual.

Sus valores, presentes en todo lo que hacen, son el respeto, la transformación social, la creatividad, la innovación y el compromiso.

http://imaginamas.org

© Iván Zaro, 2019

© Prólogo de Rozalén, 2019

© De esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2019

Todos los derechos reservados.

Primera edición: diciembre, 2019

Publicado por Punto de Vista Editores

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Diseño e imagen de cubierta: Joaquín Gallego

Coordinación editorial: Miguel S. Salas

ISBN: 978-84-16876-88-4

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Prefacio


En la sociedad occidental existe una clara diferencia entre las enfermedades: las sobrevenidas y las adquiridas. Las primeras tienden a despertar compasión y apoyo entre la ciudadanía, los medios de comunicación e, incluso, entre los profesionales sanitarios creando un entorno favorable para que las personas diagnosticadas compartan su estado con el mundo y puedan buscar apoyos en su proceso de curación o mejora. Todos conocemos a afamados artistas que hacen público su diagnóstico de cáncer y de esta forma reciben hasta cierta admiración, ya que hacer pública la enfermedad puede ayudar a otras personas que padezcan la misma patología.

Las enfermedades adquiridas, aquellas que son prevenibles y por tanto evitables, no reciben la misma consideración social. El diagnóstico viene acompañado de un estigma asociado a la creencia de que necesariamente algo habrán tenido que hacer estas personas, estableciendo así dos categorías de enfermedades: una correspondiente a personas correctas que no pueden hacer nada para evitarlas y que producen compasión y apoyo social y otras patologías asociadas a personas cuyas conductas desviadas les ha llevado irremediablemente a una enfermedad. Esta categorización de la salud es tan perversa e injusta como real y palpable en muchos ámbitos de la vida cotidiana, especialmente y de forma curiosa, en el sector sanitario. Recuerdo haber estado en una sesión clínica sobre la Profilaxis Preexposición (PrEP) rodeado de profesionales de la medicina y la enfermería. Un médico expuso datos científicos sobre la eficacia del tratamiento para la prevención del VIH y apuntaba a lo útil que sería en colectivos tan vulnerables a la infección como hombres que tienen sexo con otros hombres (HSH) o en personas que ejercen la prostitución donde la negociación y el uso del preservativo puede ser una tarea compleja. Al terminar la exposición científica, una enfermera lanzó la pregunta sobre quién iba a costear ese tratamiento cuando ya existen otros medios profilácticos más baratos como el preservativo. Obviamente esa enfermera no había querido entender nada. El médico aportó información sobre la implementación de la PrEP en otros países del mundo como Francia, donde se dispensa sin coste alguno. Al auxilio de la enfermera, indignada ante la posibilidad de tener que sufragar este tratamiento con sus impuestos, salió otra compañera microbióloga. El médico dijo que no entendía dónde estaba el problema, que nadie se queja cuando hablamos de sufragar tratamientos para la diabetes, y que no deberían existir diferencias entre la diabetes y el VIH. Ante lo que la microbióloga exclamó «yo soy diabética y la diferencia está en que yo no me he ido buscando la diabetes y ellos el VIH, sí». Pensé que había escuchado mal sus palabras, le pedí amablemente que repitiera su intervención. Ella, desafiante, las reprodujo. Abandoné la sala no sin antes apuntar que su actitud era tremendamente ofensiva.

Es novedoso que miremos a las personas que están al otro lado del camino, en el lado incorrecto, aquellos que adquirieron una infección asociada al libertinaje, reconociéndolas como seres con capacidades heroicas.

Les invito a conocer de primera mano las historias de hombres y mujeres que se enfrentaron a la adversidad. Y, aunque en muchos casos pagaron un precio muy elevado, hoy siguen con vida para contar al mundo todo cuanto aprendieron. Gracias a todas y cada una de ellas, y a otras tantas cuyas historias no han podido tener cabida en este libro. También resulta innovador centrar la atención en las personas y no en el virus. Es frecuente que los medios de comunicación hablen sobre la vacuna del VIH, su erradicación y cura. Mientras que la representación de las personas con VIH queda relegada a noticias residuales con una profunda carga de criminalización. Este libro tiene como protagonistas a las personas y no al virus, porque este es demasiado pequeño para darle tanto poder.

Desde el estallido del sida en 1981 han pasado tres generaciones del VIH y, a pesar de ello, sus voces siguen siendo ignoradas. Esta obra pretende rendir homenaje a todas ellas, compartiendo sus experiencias, las lecciones aprendidas y las historias de superación. La primera generación está compuesta por aquellas personas que recibieron el diagnóstico de una enfermedad mortal de la que poco se sabía. Se desconocían los mecanismos de transmisión, no existían tratamientos efectivos y aquellos prescritos tenían una toxicidad terrible (AZT). La segunda generación es aquella que fue diagnosticada a partir de 1996, con la llegada de los inhibidores de la proteasa y el tratamiento antirretroviral de alta eficacia (TARGA), también conocidos como «cóctel» debido al elevado número de pastillas que lo componían. Esta medicación convirtió al VIH en una infección crónica, aunque los efectos secundarios del tratamiento seguían siendo duros y temidos entre las personas seropositivas. Algunos de ellos eran la lipodistrofia y lipoatrofia, que suponían cambios en la distribución de la grasa en el cuerpo. Esto deformaba la fisionomía mostrando por ejemplo rostros cadavéricos sin tejido que cubriera las mejillas o bien la acumulación de una cantidad anormal de grasa en la nuca (giba de búfalo) o en el abdomen. La tercera generación arranca en 2006, con la llegada de tratamientos monodosis que simplifican la toma del medicamento, mejorando la adherencia y reduciendo considerablemente los efectos secundarios. Y alcanza hasta el hito de la indetectabilidad en la era de la PrEP.

Desde el inicio de la epidemia, el tratamiento que los medios de comunicación dieron sobre la enfermedad la relacionaba inexorablemente con la homosexualidad. Este es el motivo por el que desde mi niñez siempre me sentí tan próximo a las personas con VIH. Tenía la convicción de que el miedo que la sociedad sentía hacia las personas con sida era injusto. Recuerdo que con doce años comencé a lucir un lazo rojo cada 1 de diciembre en un entorno conservador y religioso como era el colegio Menesiano en Madrid. Sabía que mostrar públicamente mi apoyo a las personas diagnosticadas de VIH era lo único que podía hacer a mi edad. En mi adolescencia, comencé a leer algunos libros sobre el tema ya que mi hermano mayor estudiaba Farmacia y tenía acceso a obras sobre enfermedades infecciosas. Asimismo, a principios de los noventa falleció a causa del sida alguien muy próximo a mi infancia, mi padrino. Recuerdo aquel incómodo silencio en torno a su muerte, era algo de lo que sencillamente no se podía hablar. Así es como gran parte de mi vida ha estado ligada al VIH, a su lucha desde la prevención pero, por supuesto, desde la erradicación del estigma y la discriminación.

A lo largo de quince años de carrera profesional, he tenido la oportunidad de conocer a innumerables personas con VIH. Solo en mi entorno cercano, haciendo un ejercicio de memoria, en los últimos diez años, al menos 33 hombres han seroconvertido. Es decir, amigos, conocidos o compañeros activistas que conocí siendo seronegativos posteriormente adquirieron el VIH. La mayoría de ellos han encajado la noticia del mejor modo posible, algunos han asistido a los grupos de apoyo que gestiono o bien han necesitado de apoyo individual en sesión de counselling conmigo o con los psicólogos de Imagina MÁS. Todas me han enseñado algo, todas han cincelado la persona y el profesional que soy hoy. También he lamentado la muerte de compañeros activistas que consagraron su vida a preservar la igualdad y los derechos de la comunidad LGTBI y de las personas con VIH.

Este libro, aunque tiene un compromiso didáctico, no está pensado ni escrito para dar nociones básicas de VIH, no es un compendio de la enfermedad desde sus inicios hasta la fecha y tampoco es un repaso a la historia reciente del movimiento frente al VIH. Es una obra que trata de rendir un homenaje a través del testimonio de personas que se enfrentaron a la adversidad saliendo victoriosas. Trata de unificar las distintas generaciones del VIH para arrojar algo de luz entre tanto silencio. La estructura del libro consta de siete capítulos a modo de fases por las que habitualmente una persona deambula desde que recibe la noticia hasta que alcanza su aceptación. Algunos de ellos me consta que pueden resultar controvertidos y polémicos puesto que en el universo del VIH también existen tabúes. Escribir este libro ha sido el viaje más íntimo que he realizado hasta la fecha. Me ha llevado a lugares absolutamente oscuros como la muerte, la vergüenza, el dolor o la negación. Sin embargo, recorrer este camino me ha dado la oportunidad de alcanzar cimas como la aceptación, la fortaleza, la compasión o el amor.

La primera parada del viaje nos lleva hasta «el golpe», el momento en el que una persona recibe el diagnóstico. Conoceremos la historia de David, un joven médico que recibió el diagnóstico al ser ingresado de urgencias en el hospital en el que trabajaba. Con él exploraremos la discriminación en el ámbito sanitario y veremos cómo la moral forma parte de la consulta médica. También tendremos la oportunidad de conocer al padre Pablo, un sacerdote homosexual recientemente diagnosticado. De su mano reflexionaremos, entre otros aspectos, sobre el posicionamiento de la Iglesia católica frente al uso del preservativo y el concepto del sida. Este capítulo pretende romper con la creencia de que el VIH solo afecta a determinadas personas. A pesar de la extendida creencia que asocia el VIH con hombres homosexuales y personas consumidoras de sustancias por vía inyectada, la realidad es que este virus no entiende de género, orientación sexual ni edad y tampoco discrimina por profesión o vocación.

La aventura de este viaje continúa adentrándonos hasta el camino que debe transitar una persona tras recibir el diagnóstico, el inicio de un duelo que culmina con la aceptación. Conocerán una oscura fase en la que algunas personas se quedan atrapadas confeccionando todo tipo de fabulaciones que niegan la existencia de la enfermedad. El negacionismo es una corriente que ha causado un daño irreparable y ha acabado con innumerables vidas. Eva es una superviviente que estuvo a punto de morir al negar durante años la existencia del VIH. A través de su testimonio desea advertir del peligro que supone caer en la trampa de la disidencia del sida. Es una corriente carente de solidez científica que se lucra de la esperanza de las personas afectadas.

El estigma es un tema trasversal en este libro y supone una señal visible en el individuo que sirve para poder ser reconocido y excluido por la sociedad. Si antaño marcaban la fisionomía a personas privadas de libertad para que fueran evitadas por la ciudadanía una vez alcanzaban la libertad, cuando llegó el VIH se estigmatizó a los enfermos para proteger a la sociedad. El estigma, en este caso, pretende culpabilizar (en especial, a las minorías sexuales, las personas que ejercen la prostitución, los consumidores de sustancias, extranjeros y las personas sin recursos económicos) con el fin de establecer una distancia de seguridad imaginaria entre esta sociedad y las personas que forman estos grupos vistos como amenazas. El paradigma del estigma asociado a la enfermedad lo encontramos en Gaëtan Dugas, un auxiliar de vuelo francocanadiense, también conocido como el paciente cero. Durante casi treinta años el mundo entero le responsabilizó de llevar el sida a Estados Unidos diseminando el virus por Nueva York. Los medios de comunicación encontraron en él un blanco perfecto para sus lapidaciones por ser seropositivo, homosexual y activo sexualmente. De este modo la publicación National Review (1987) lo bautizó como «El Colón del sida» y la primera plana de The New York Post publicó una imagen suya bajo el titular «El hombre que nos dio el sida». La reputación de Dugas, que murió en 1984 a causa de la enfermedad, y la de su familia fue destruida de forma injustificada. Por fortuna, Richard McKay (Universidad de Cambridge) y Michael Worobey (Universidad de Arizona) realizaron un estudio que detallaba los primeros movimientos del virus en Estados Unidos cuyos hallazgos publicaron en 2016 en la revista Nature1. Esta investigación establece el árbol filogenético que detalla cómo el virus se originó en chimpancés del África Central a principios del siglo XX para llegar a Haití a mediados de los años sesenta y saltar finalmente a Nueva York en 1971. Extendiéndose principalmente en California y Nueva York hacia 1976.

Es cierto que actualmente el VIH diagnosticado precozmente y con un tratamiento médico no presenta grandes problemas para tener un buen estado de salud. Sin embargo, las consecuencias del estigma, como la invisibilidad y el silencio, suelen acompañar a los pacientes. Quienes a veces no comunican a sus seres queridos su diagnóstico, llegan a quitar la pegatina del envase de la medicación al llegar a su casa o temen ser vistos por compañeros de trabajo o conocidos en la consulta médica o en la farmacia hospitalaria. El estigma es tan correoso que algunas de las personas que aparecen en este libro me pidieron que maquillara detalles sobre su identidad. A menudo las necesidades de las personas con VIH y el compromiso para combatir el estigma con el que viven han pasado desapercibidos para las administraciones públicas. Se infravalora el poder que el estigma social tiene de cara a la prevención de la infección, responsable en muchos casos de los diagnósticos tardíos con sus complicaciones para la salud. Generar las condiciones necesarias para que las personas con VIH sean visibles en su entorno cercano tendría un gran impacto no solo en su calidad de vida sino también favoreciendo que la sociedad ponga cara a los retos que conlleva ser seropositivo. Mientras nadie se lo impida, la existencia del estigma continuará alimentando la creencia infundada de que el VIH afecta a los otros, no a mí. Si el tratamiento antirretroviral resulta fundamental para garantizar la supervivencia de las personas seropositivas, la educación lo es para combatir el estigma y aquellos prejuicios que promueven actitudes discriminatorias (también conocidas como serofobia).

De igual modo, este viaje nos mostrará cómo el ser humano es capaz de crecerse ante las situaciones más críticas. La cultura japonesa tiende a reparar las fracturas de la cerámica uniendo las piezas de nuevo. Para ello, sella las grietas con un barniz mezclado con polvo de oro, plata o platino. Este arte es denominado kintsugi, un término que significa «carpintería de oro». La filosofía de esta técnica plantea que las roturas en la porcelana forman parte del objeto y que estas deben ser ensalzadas para embellecer la pieza y descubrir su transformación. Esta técnica adaptada al ser humano bien podría compararse con la resiliencia, esa capacidad que posee el individuo para crecerse frente a la adversidad. Y es que hay personas que se rompen al recibir el diagnóstico pero, tras un tiempo, renacen en la mejor versión de sí mismas. Este viaje nos llevará hacia los testimonios de María José Fuster y Miguel Caballero, dos personas cuyas cicatrices están selladas con oro. De su mano conoceremos los desafíos que conlleva la visibilidad como personas seropositivas y cómo se sienten siendo referentes en un mundo plagado de oscuridad. Ojalá sus voces les inspiren para ganar la batalla al silencio y les ayuden a caminar hacia la transformación como si piezas de artesanía kintsugi se tratara.

En este viaje existe un mundo anhelado por todas las almas aventureras que sueñan con su conquista. No es otro que el amor, algo por lo que merece la pena vivir. Si hay un temor universal entre las personas con VIH, y no solo tras recibir el diagnóstico, es enfrentarse al momento de enamorarse y tener que comunicar su seroestatus a la persona amada. ¿Cuándo decirlo? ¿El primer día o tras tener meridianamente claro que esa persona es con quien quieres construir algo sólido? ¿Conviene decirlo antes de mantener relaciones sexuales? Son muchas las dudas en torno a tan compleja cuestión. Lo que está claro es que, cuando nos enamoramos y parece que estamos en sintonía con la otra persona, situar el VIH entre los primeros temas de conversación puede hacer que la relación se ralentice. En especial, entre personas heterosexuales para quienes el virus es algo inusual en su imaginario. El temor a sufrir un rechazo y, por tanto, al desamor es cotidiano, aunque el amor es más fuerte que la ignorancia e, incluso, que el miedo. Conoceremos la experiencia de José Manuel y Pedro, una pareja serodiscordante, es decir, un equipo de dos en el que uno de sus miembros es VIH y el otro no. Veremos cómo el miedo más irracional y primigenio puede ser vencido a base de información científica y amor. Porque el amor hacia uno mismo y hacia la pareja resulta ser el antirretroviral más eficaz frente al miedo.

Uno de los pasajes de este libro nos aproxima a la liberación sexual experimentada tras recibir el diagnóstico. Junto a Asier reflexionaremos sobre cómo toda una generación de hombres gays ha crecido con miedo a la infección. Desde la infancia han venido escuchando como una vieja letanía aquel cuento que les advertía de la llegada de un temible lobo a sus vidas. Al final la profecía se vio cumplida y el lobo terminó convirtiéndose en un perro totalmente domesticado a los pies del amo. Para descubrir una sexualidad sin miedos, disfrutando del placer junto a otros cuerpos sin sombra alguna de amenazas. Nos detendremos también en un punto de no retorno que continúa siendo un tabú entre las personas con VIH: el sexo sin preservativo.

El viaje concluye mirando hacia atrás, al origen de la epidemia. Conocerán a Enrique, un superviviente del sida que estuvo a punto de morir. Un héroe que vivió los peores años, alguien que perdió a muchos seres queridos a causa de la enfermedad. De su mano conoceremos el síndrome del superviviente del sida y rescataremos su experiencia para honrar homenaje a las primeras generaciones del VIH, garantizando que sus voces no se pierdan en el olvido. El legado es el capítulo final del libro que sirve de cierre de un círculo infinito. Porque actualmente se estima que cada día en España diez personas reciben un diagnóstico de VIH. Almas que volverán a sufrir un golpe que les dejará fuera de juego, iniciando el camino del duelo hasta volver a ponerse de pie convirtiendo aquellas cicatrices en insignias de una batalla vencida. Personas que se enfrentarán al rechazo externo y a los prejuicios internos, descubriendo una nueva intimidad en el universo de la sexualidad. Y tal vez amando con más intensidad la vida al reconocerse como seres vulnerables y finitos. Para mirar irremediablemente hacia atrás, al origen de la epidemia, al sentir junto al diagnóstico el peso de sus treinta años de historia. A todas esas almas, os aseguro que no estáis solas.

Escribir este libro ha supuesto para mí un reto ya que el VIH es una inmensidad que puede ser explorada desde muy distintos enfoques. He querido en todo momento no perder el centro gravitacional que son las personas seropositivas. Mediante técnicas etnográficas, he pretendido recoger sus voces sin censura alguna, reproduciendo sus palabras para compartirlas con la sociedad. Siempre desde el respeto y el cariño, alejándome de cualquier enfoque sensacionalista. Este libro supone un desafío: convertir un tema desconocido para muchos y doloroso para otros en algo divulgativo para todos. Una contribución con la que poner fin a tantos años de silencio.

7
El legado


Existe toda una generación de personas con VIH diagnosticadas en los tiempos previos al tratamiento antirretroviral de gran actividad (TARGA), que se enfrentaron a la muerte al recibir el diagnóstico de una enfermedad que entonces tenía escasas esperanzas de supervivencia. El colapso vital que produce desconocer cuánto tiempo te resta de vida llevó a muchas personas a la venta urgente de sus propiedades, tratando de cumplir con las últimas voluntades de unos jóvenes que apenas habían comenzado a vivir. Si ya de por sí es duro tener la sospecha de que tras el diagnóstico la probabilidad de supervivencia es remota, imagínate lo abrumador que resulta pensar en la calidad de vida del tiempo que le reste. El desconsuelo ante la llegada de enfermedades oportunistas, que precederán a la muerte, es enorme, más cuando muestran un cuerpo privado de capacidad de respuesta ante el esperado final.