Relatos de un hombre casado

 

“Volando al sur”

 

 

 

 

 

 

 

G. Narvreón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© G. Narvreón

© RELATOS DE UN HOMBRE CASADO - Volando al sur -

ISBN papel: 978-84-686-6324-1

ISBN digital: 978-84-686-6325-8

ISBN epub: 978-84-686-6853-6

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L

 

 

 

 

 

Dedicatoria

 

A todos los hombres que se animan a experimentar los placeres del

sexo, sin inhibiciones y sin tapujos

 

G. Narvreón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Índice

Introducción

Capítulo I – Volando al sur

Capítulo II – Descubriendo otro camino –

Capítulo III – Día tormentoso – La Mañana –

Capítulo IV – La tormenta no amainaba –

Capítulo V – Tarde de lluvia –

Capítulo VI – Vuelo picante –

Capítulo VII – Semana soleada –

Capítulo VIII – Día del Trabajador –

Capítulo IX – Tarde distendida –

Capítulo X – Dos a uno –

Capítulo XI – Tiempo de reflexión –

Capítulo XII – Mi reencuentro con el pétalo rosado –

Capítulo XIII – Diego, Skype y Matías –

Capítulo XIV – El regreso de Diego –

Capítulo XV – Noche de confesiones –

Capítulo XVI – La entrega de Diego –

Capítulo XVII – El día después –

Capítulo XVIII – Ratones y juguete nuevo –

Capítulo XIX – Tres Adanes y una Eva –

Capítulo XX – Noche Soñada –

Capítulo XXI– El regreso –

 


 

Introducción

 

En esta noche tórrida, típica de los veranos que golpean Buenos Aires, desperté excitado y empapado en sudor.

Sin poder conciliar el sueño y vagando en mis recuerdos, súbitamente, comienzan a surgir imágenes de las experiencias vividas hace ya un tiempo, cuando estuve trabajando en una ciudad de la Patagonia, en el sur de Argentina; experiencias que llevo atesoradas en mi memoria y sobre las cuales jamás escribí; hasta ahora…

Para preservar mi identidad y la de los involucrados, voy a omitir algunos detalles puntuales sobre mi trabajo y sobre lugares específicos; aunque los nombres y personajes son reales.

 

G. Narvreón

 

Capítulo I

Volando al sur

 

Me contrataron para trabajar en un emprendimiento en la Patagonia, en el sur de Argentina, que tendría una duración de aproximadamente un año. Permanecería de lunes a viernes allí, regresando los fines de semana a Buenos Aires para compartir con mi familia.

Me incorporé a la empresa y los dos primeros meses de trabajo transcurrieron en las oficinas de Buenos Aires. Allí fue donde conocí a Diego, con quien trabajaría en este emprendimiento y cuya mujer estaba por parir a su segundo hijo.

Diego era unos años menor que yo, alejado del estereotipo tradicional de belleza; voz gruesa, contextura delgada, nariz prominente, aunque no exagerada, aspecto de turco; hermosa y compradora sonrisa, barba dura, que llevaba siempre al ras, al menos en aquella época; vellos en el cuerpo... El cuello, debajo de la nuez, es una de las primeras cosas que relojeo cuando me encuentro con un tipo para descubrir si asoman vellos... Eso me calienta mal.

Diego me resultó un tipo simpático, aunque por momentos, confieso que tuve ganas de matarlo por causa de su carácter avasallador; por tomar decisiones he impartir órdenes sin consultar o sin avisar.

Hicimos el primer viaje al sur juntos; debíamos tantear el terreno, contactar a algunos personajes locales que estarían involucrados en el proyecto y seleccionar un hotel en el que me alojaría durante mi estadía, de entre un listado que el cliente nos había dado como opciones. Terminado el itinerario, regresamos a Buenos Aires esa misma tarde, con unas cuantas ideas más claras.

Finalmente, llegó el día en el que tuve que dejar a la familia y viajar solo. Me tomó un tiempo adaptarme al ritmo de los vuelos, a estar lejos de casa y viviendo solo de lunes a viernes.

Pronto le tomé el gusto a las comodidades de vivir en un hotel, en una linda habitación, sin que nadie me rompiese las pelotas; llegar del trabajo, ducharme, dejar todo tirado, ir un rato a la piscina, ponerme una bata y tirarme a mirar TV rascándome las bolas, sin quejas ni reclamos...

El noventa y cinco por ciento de los huéspedes del hotel en el que me alojaba, estaban allí por cuestiones laborales, la mayoría, trabajando para compañías petroleras o de energía. Con algunos de ellos, al poco tiempo comenzamos a saludarnos al cruzarnos en el lobby, en los pasillos o en los vuelos; siempre las mismas caras y la misma rutina.

Con el gerente del hotel, un tipo sumamente simpático, extremadanamente alto y delgado, nos caímos en gracia desde un primer momento. Le había solicitado al personal de recepción que me reservasen siempre el mismo cuarto, porque no quería llegar cada lunes y estar recorriendo el hotel entero, durmiendo cada semana en un cuarto diferente, como venía sucediendo durante las primeras semanas.

Un miércoles, estando en el lobby con Diego, me levanté para ir al toilette; estaba orinando y vi que entraba el gerente que, apoyándose en la mesada del lavabo, dijo:

–Medio raro perseguirte hasta acá, pero ¿seguro que te vas a alojar todas las semanas hasta fin de año? porque, si me lo aseguras, asigno un cuarto fijo para vos.

–Sí, te lo aseguro; hasta fin de año, mínimo de lunes a viernes estaré acá, así que asigname una habitación fija; de todas maneras, cualquier cambio que surja, te aviso con anticipación –respondí.

–Ok.

Regresé al lobby y le conté a Diego lo acontecido, ya que me había resultado una situación algo extraña… ¿El gerente del hotel siguiéndome al toilette para hacerme esa pregunta...?

Diego, cagándose de risa dijo:

–Tené cuidado, a ver si se te mete en el cuarto...

Se organizó un cronograma de trabajo, según el cual todos los miércoles habría reunión de coordinación con los involucrados en el proyecto, por lo que Diego y demás participantes de otras empresas, viajarían desde Buenos Aires. Salvo por alguna excepción, llegaban en el primer vuelo de la mañana y regresaban a Buenos Aires en el último vuelo de la noche.

Frecuentemente, regresábamos al hotel a almorzar y luego, íbamos al cuarto a ver un poco de televisión tirados en las camas. Mi habitación se encontraba en PB, tenía un ventanal que daba al parque, desde donde se podía ver la piscina; estaba amueblada con dos camas de plaza y media, más un escritorio y una pequeña mesa redonda para comer.

Me daba mucho morbo ver que, al entrar al cuarto, Diego se sacaba los zapatos, se tiraba en la cama y quedaba tendido, relajado, aprovechando cada minuto en el que pudiese dormir. Su mujer ya había parido y el bebé le estaba quitando horas de sueño. Durante unas cuantas semanas, ese fue el ritmo…

Esto sucedió durante una época en la que en los aeropuertos existieron muchos problemas con los radares, por lo que nunca se sabía cuándo salía o llegaba un vuelo, si es que salía y si es que llegaba.

Un miércoles, luego de un arduo día de trabajo, alrededor de las seis., regresamos al hotel y nos quedamos en el lobby tomando algo fresco. Finalizaba febrero y realmente, hacía mucho calor.

Diego llamó a Aerolíneas para confirmar su vuelo y le informaron que se cancelaba, por lo que regresaría a Buenos Aires el día siguiente en el primer vuelo de la mañana.

Puteó un rato, porque tenía ganas de regresar con su familia y llamó a su mujer para avisarle que no viajaría. No tenía otra alternativa más que permanecer en el sur. De tomarse un micro, por la distancia existente hasta Buenos Aires, terminaría llegando después que si esperase el vuelo del día siguiente.

De todas maneras, problemas de hospedaje no habría, ya que se quedaría conmigo en el cuarto y de dinero tampoco, pues los viáticos corrían por cuenta de la empresa.

El verdadero problema lo comenzaba a tener yo, pues mis ratones se escaparon inmediatamente de la jaula y comenzaron a correr por mi cabeza... Salvo por una experiencia vivida hacía ya algunos años, jamás me había tocado compartir un cuarto con un compañero de trabajo.

–Con el calor que hace, qué bueno estaría ir un rato a la piscina, pero la cagada, es que no tengo short ni ropa para cambiarme –dijo Diego.

–Olvidate, te presto short y después te doy ropa limpia; la semana que viene me la traés, no hay drama –contesté.

Yo viajaba todas las semanas con bastante ropa y la que no usaba, la dejaba en el hotel.

–Bue… ya que me tengo que quedar… a aprovechar los servicios –comentó Diego.

Yo pensé “No tenés idea de los servicios que te puede brindar este hotel...”

–Dale, vamos... –dije.

Fuimos al cuarto, le di una bermuda de baño y ojotas. Pensé que iría al baño para cambiarse, pero sin ningún tipo de prejuicio, comenzó a desvestirse, quedándose en bolas frente de mí.

Se sacó la camisa, dejando al descubierto su pecho velludo, nada de panza, brazos peludos y para mi sorpresa, bíceps bastante tonificados.

Tuve que hacer un gran esfuerzo como para disimular mis miradas y para no ser tan obvio. Diego quedó sentado en el borde de la cama, con su pecho descubierto; se sacó los zapatos, se incorporó nuevamente y se quitó el pantalón, quedando solo en bóxer.

Uy Dios; patas también peludas, bien pobladas de pelos... Qué lindo espectáculo me estaba brindando este tipo.

Sin poder controlarlo, comencé a tener una erección y tuve que pensar en otra cosa para distraerme; yo también tenía que cambiarme y no podía quedarme en bolas frente a él con mi miembro erecto.

Fue hasta el baño para orinar y pensé que se cambiaría allí, pero no. Regresó hacia la cama, se quitó el bóxer con total naturalidad, como si estuviese solo, dejando al descubierto su miembro y toda su naturaleza.

Claramente, había sido beneficiado en el reparto. Su pene se veía grueso y de una longitud que superaba el promedio; sus bolas acompañaban proporcionalmente; mucho vello púbico, un macho peludito, de esos que podrían quitarme el sueño.

Se puso la bermuda de baño... Intenté hacerme el boludo, pero no resistí a la tentación de recorrerlo con la mirada de arriba a abajo. Mientras se subía la bermuda, me miró y me dijo:

–Me queda bien...

–¡Genial, ¡bárbaro! –respondí.

“Te queda bárbaro, vos estás bárbaro, me calenté mal y ahora de que me pinto" –pensé.

Yo también quedé en bolas; aún tenía mi pene a medio parar y no quería que me viera, por lo que le di la espalda. Tomé un par de remeras del cajón, le tiré una y nos fuimos directo a la piscina.

Era usual que en la piscina no hubiese mucha gente y esa tarde no era la excepción. Nos sacamos las ojotas, dejamos toallones y celulares sobre las reposeras y nos zambullimos.

Realmente, resultó refrescante el contacto con el agua; en lo personal, me vino particularmente bien para enfriar mi miembro, que aún no bajaba y continuaba a media asta.

Nos quedamos en la parte baja disfrutando del agua y conversando. Diego me preguntó cómo me había adaptado al ritmo de viajar todas las semanas y de estar lejos de la familia; le conté como venía viviendo la experiencia. Por un lado, extrañaba a la familia, pero me había acostumbrado a las comodidades del hotel; el personal era muy cordial y sabiendo que yo estaba solo, se encontraban siempre predispuestos a compartir una conversación. Realmente, me sentía cómodo alojándome allí.

Sorpresivamente, Diego comentó:

–Imagino cómo debes garchar los fines de semana con tu mujer, considerando la veda de lunes a viernes... A no ser que el gerente del hotel te ayude… (haciendo alusión al episodio del toilette.)

–No seas pelotudo... –respondí riéndome, y respondiendo a su pregunta, agregué– la verdad es que viernes y sábado garcho de lo lindo con mi mujer; me descargo por el resto de la semana...

–Me imagino... suerte la tuya... yo, con el tema de la cuarentena, ni eso... encima, necesito dormir, porque el pendejo no nos deja pegar un ojo. –dijo Diego.

–Bueno, esta noche te sacás las ganas... de dormir tranquilo me refiero... –dije, sonriendo sarcásticamente.

Diego entendió perfectamente mi comentario picarón; me miró y se cagó de risa... Cruzamos algunas conversaciones con un par de flacos de Buenos Aires que también estaban trabajando allí y que, como nosotros, estaban disfrutando de la piscina. Ya cayendo la noche, salimos del agua y fuimos hacia el cuarto...

Diego dijo:

–Duchate vos primero, pero dejá que me saque la bermuda para no mojar todo...

Se quedó en pelotas, se puso una bata blanca y se tiró boca arriba en la cama. Realmente, esa imagen me calentó mal, verle las patas y el pecho peludo, relajado, sabiendo que estaba sin ponerla desde vaya a saber cuánto tiempo... Apoyó su cabeza en la almohada, cerró los ojos, se relajó y con el sonido de la televisión como fondo, rápidamente se quedó dormido.

Me fui al baño, me metí en la ducha y me clavé una tremenda paja, porque sabía que, de no hacerlo, estaría con la pija dura toda la noche...

Salí del baño, me senté en la cama y vi que Diego seguía profundamente dormido. Tuve el impulso de tocarlo, al menos, de recorrer su pecho con mi mano, de entrelazar mis dedos con sus pelos, pero sabía que no podía jugarme de esa manera, porque éramos compañeros de trabajo y ante un rechazo de su parte, se generaría una situación muy incómoda y complicada para ambos.

Me quedé un rato tirado en la cama y me sobresaltó el teléfono, que hizo que Diego también se despertase. Era un llamado de la recepción, preguntándome si mi compañero se quedaría a dormir en mi habitación, ya que la tarifa se modificaba. El personal del hotel siempre estaba al tanto sobre la situación de los vuelos. Le contesté que sí, que compartiríamos la habitación.

Diego, desperezándose y aún con los ojos cerrados dijo:

–Me quedé profundamente dormido y hasta soñé.

–Ya me di cuenta... y provocándolo agregué:

–Contame tu sueño que debe haber estado buenísimo, porque hasta tuviste una erección...

Sin inmutarse y acostado como estaba, abrió su bata, miró

su pene que estaba muerto y preguntó:

–¿En serio? lo tengo muerto…

–No boludo, te estoy jodiendo... –dije.

Esa clase de juegos me divertían y si bien Diego no había demostrado en absoluto ninguna pista en cuanto a su sexualidad, estaba claro que era un flaco súper desinhibido, cero vergonzoso y fundamentalmente, me había dado la valiosa información de que hacía mucho tiempo que no la ponía.

Se incorporó y se fue a duchar. Con la excusa de cepillarme los dientes, me metí en el baño, con la clara intención de verlo en bolas mientras que se enjabonaba bajo la ducha y para asegurarme de que no se clavaría una puñeta que mitigara su calentura acumulada, producto de su cuarentena.

Sin prestar atención a mi presencia, Diego pasaba el jabón por su pecho, por sus vellos púbicos, por las bolas, por los glúteos; cero prejuicios el pibe.

Salí del baño caliente como pava y lo dejé tranquilo; fui hasta el placar y dejé sobre su cama un bóxer, pantalón, medias y una chomba. Diego apareció en el cuarto con un toallón blanco atado a su cintura; pocas imágenes más calientes que un macho peludo en esa situación.

–Ahí te dejé ropa –dije, preguntándole si estaba bien.

–Perfecto, gracias, la semana que viene vuelve limpita –dijo.

–No hay problema –contesté pensando–. “Dejá el bóxer sin lavar, así me lo quedo de suvenir...”

Nos vestimos y nos fuimos al snack a comer algo; no teníamos ganas de salir del hotel. Pedimos unas cervezas y cenamos realmente relajados. Se me cruzó la idea de hacerlo tomar demás como para dejarlo medio entregado por los efectos del alcohol, pero pensé “Esas cosas no se hacen…”

Regresamos al dormitorio, fuimos al baño y nos tiramos cada uno en su cama. Diego se desvistió, quedándose en bóxer y sin taparse; yo hice lo mismo. Encendimos la televisión y comenzamos a ver una película clase Z. En una escena, el protagonista entró a un boliche donde había minas bailando en el caño y Diego comenzó a hacer comentarios sobre las tetas de una rubia. Noté claramente que se le estaba agrandando el bulto.

Comenzó a sucederme lo mismo que a Diego, pero no solo por la rubia, sino por lo que tenía disponible a mi lado y sin la posibilidad de avanzar, por temor a quedar realmente mal parado.

Comencé a seguirle el juego y dije:

–Uyyy, esta atorrante debe garchar como una yegua en celos... ¿Te imaginas tenerla chupándote la chota con las tetas bailando delante tuyo?, ¿o tenerla acá y garcharla los dos juntos, haciéndole una doble penetración, o uno por la boca y otro por la concha? –dije.

Diego me miró y dijo:

–Uyyy… no seas pelotudo… Con la calentura que tengo y me venís con esos comentarios… Tengo las bolas que me explotan… No te imaginaba tan chanchito...

–Ahhh, no tenés idea lo morboso que puedo llegar a ser –contesté.

–Mejor apaguemos todo, que no voy a poder dormir y realmente, lo necesito... –agregó Diego, y eso hicimos.

Me resultaba imposible conciliar el sueño. A pesar de la paja que me había clavado en la ducha, tenía mi pene erecto apretado contra el colchón.

Con la luz apagada y el black out cerrado, no se veía nada, pero solo el hecho de saber que a un metro de mi cama tenía recostado a este tipo pijón y peludo, me ratoneaba incontrolablemente.

Noté que Diego daba vueltas y vueltas, hasta que, en un momento, se quedó quieto.

Repentinamente, me pareció escuchar una especie de gemido, por lo que encendí la luz. Ahí lo tenía, acostado boca arriba, con el bóxer bajo su cintura, dándole a su pija duro y parejo.

Sin largarse la chota, me miró y dijo:

–La verdad, es que no daba más; o me pajeo o no duermo...

Me senté en mi cama y me quedé mirándolo. Lo primero que salió de mi boca sin pensar mucho fue:

–Boludo, tenés un caño enorme...

–La verdad, es que fue el comentario de cada mina con la que me encamé... –y agregó– el tuyo no se queda atrás boludo. Mientras miraba mi entrepierna.

Yo ni me había dado cuenta, pero mi chota estaba hecha un mástil y asomaba erecta por fuera de mi bóxer...

–Pajeate vos también, porque no vas a poder dormir –dijo Diego y agregó– ¿te gusta que te la mamen?

Me dejó sorprendido con la pregunta, ya que no me quedaba claro si estaba proponiéndome hacerme una felatio, o lo había tirado como un comentario entre machos. Le contesté que lo disfrutaba mucho y le pregunté:

–¿A vos te gusta?

–¿A quién no le gusta…? –respondió Diego

“Y si” pensé “Su pregunta fue muy boluda y la mía también...”

–Por supuesto que sí, me encanta, pero a mi mujer nunca le gustó que le acabe en la boca y hacer eso me da mucho morbo; lo disfrutaba mucho de soltero, pero a esta altura, hasta olvidé que se siente...

El muy hijo de puta, estaba hablando conmigo y no paraba de sobarse la chota con las manos. Ante tanto desprejuicio y sin darme cuenta, me encontré yo también tocándome la mía.

Lanzándome al vacío, dije:

–¿Querés recordarlo?

Diego, mirándome fijamente a los ojos, dijo:

–¿Qué me estás proponiendo?, ¿tenés alguna minita para llamar?, ¿o el hotel tiene algún Book o algo así?

Ya había saltado del trampolín y claramente, no era momento de arrepentimientos. Me incorporé, crucé el espacio que separaba nuestras camas y con una mano, fui directo para agarrar su chota, temeroso de la reacción que él pudiese tener.

Diego sacó su mano y permitió que con la mía atrapara su hermosa morcilla.

–Ah bue, esta sí que no me la esperaba... ¿querés una paja cruzada? –dijo.

Esa respuesta, sí que no me la esperaba yo... ¿Diego iba a agarrar mi chota?

Se sentó en la cama y con una mano tomó mi chota, mientras que yo agarraba la suya. Comenzamos a pajearnos mutuamente... Estiró sus piernas y dijo:

–Para esto están los compañeros de trabajo ¿no?

No emití palabra y me concentré en sentir el calor de su pija entre mi mano y la presión de su mano atrapando la mía. Diego cerró sus ojos, recorrí con mis ojos la extensión de sus piernas peludas, subí hacia mi mano para observar su miembro que tenía atrapado firmemente... No resistí más y me puse de rodilla en el piso, entre sus patas y frente a él.

Diego abrió los ojos y me dijo:

–No te la puedo creer... pensé que esto quedaba en pajas cruzadas, pero...

Sin darle tiempo a terminar la frase, fui con mi boca para atrapar entre mis labios esa hermosa morcilla y comencé dulcemente a mamarle el glande. Diego no me detuvo y comenzó a decir:

–Uyyy campeón, cómo necesitaba esto... sí, sí, despacio... No creo poder durar mucho, me voy a correr bien rápido.

Comencé a subir y a bajar con mi boca. Diego apoyó sus brazos a los costados de su cuerpo, dejando caer un poco su torso y entregándome su miembro, dispuesto a disfrutar del placer de la gran faena a la que estaba siendo sometido.

Por momentos, tomaba con una mano mi nuca para empujarla hacia abajo y llevar el ritmo de mi mamada y volvía a alejar el brazo... Comenzó a gemir y no dejaba de hablar:

–Que buena mamada, necesitaba que me hicieran esto...

–¿Te animás hasta el final campeón? –preguntó.

Diego no tenía idea de que eso ni me lo tenía que pedir...

Conociendo el hecho de que había sido recientemente padre, me daba la tranquilidad de saber que estaba sano y la idea de que me llenase la boca de semen, era un morbo enorme que no me pensaba perder.

Saqué su chota de mi boca y comencé a lamerle las bolas, se las chupé, le lengüeteé el perineo, volví a sus bolas para finalmente meterme su chota entera nuevamente en la boca.

Subí y bajé unos pocos minutos, hasta que, repentinamente, Diego quedó sentado en la cama y tomó mi cabeza firmemente con ambas manos para manejar el ritmo, mientras que comenzaba a gritar:

–Me vengo, me vengo.

Saque su pija de mi boca y le pedí que no gritase, porque nos escucharían de las habitaciones contiguas.

–Dale boludo, chupá que me vengo... –insistió.

–Si bestia… lléname la boca de esperma –dije.

Calcé su pija nuevamente entre mis labios y en unas pocas subidas y bajadas, sentí que un mar de semen inundaba mi boca, al punto de no poder contener semejante caudal.

Un hilo blanco comenzó a derramarse por la comisura de mis labios; tragué lo que pude, mientras que escuchaba el gruñido de placer de Diego y como intentaba contener un grito de desahogo.

Sentí otro espasmo y el temblor de su cuerpo, mientras que un nuevo chorro de semen se depositaba en mi paladar.

Continué lamiendo su glande sin darle descanso; muy despacio, comencé a jugar con mi lengua por su perímetro.

Sus espasmos no cesaban y yo no podía desprenderme de mi juguete. Superado por el placer, intentó alejarme con las manos, pero no lo dejé y continué mamándosela.

Finalmente, Diego se relajó; apoyó nuevamente sus brazos en la cama, sin dejar de mirar atentamente el juego de mi boca con su pija. Vi como una gota de semen salía de la punta de su glande y lo limpié con la lengua. Un hilo de esperma quedó tenso entre la punta de su pene y la punta de mi lengua.

Lo miré fijamente a los ojos y le clavé una sonrisa muy morbosa. Diego se pasó la lengua por los labios; moviendo su cabeza de un lado hacia el otro y casi haciendo mímica, apenas susurrando dijo:

–¡Espectacular!, una mamada de antología.

Calcé nuevamente su miembro en mi boca y continué mamándosela, sintiendo como nuevos espasmos invadían su cuerpo. Su glande estaba muy sensible y me di cuenta de que aún tenía las bolas cargadas.

No tardó mucho y ante mi continuo subir y bajar, volvió a largar leche, que asquerosamente y mirándolo a los ojos, comencé a pasar por mis labios, abriendo la boca para que viera mi lengua repleta de su espeso esperma; quería que observara como su néctar se deslizaba por mi lengua para desaparecer por mi garganta.

Dejé su chota colorada y sus bolas vacías. Diego quedó tendido de espaldas sobre la cama, con los ojos cerrados y sin moverse, mientras que yo no le daba tregua y seguía mamándole la pija.

Completamente seguro de que no quedaba más nada por sacar de sus bolas, me recosté a su lado y le pedí que me retribuyese el favor. Mi pene se mantenía erecto, sensible y ávido por lanzar chorros de semen.

Diego me miró fijamente y dijo:

–Discúlpame, si querés te pajeo, pero ni loco te la mamo...

Ante esa respuesta, me relajé y dejé que me sobara la chota con la mano, que, en menos de un minuto, quedó cubierta por mi guasca que fluyó a borbotones, para mezclarse con los pelos de su mano, de su brazo y de mi abdomen.

Tomé su mano y me la llevé hacia mi boca para limpiarla con la lengua. Mi postre había sido la leche de Diego y mi propia carga.

Diego observaba como me tragaba mi propio semen. Con una sonrisa morbosa dibujada en su cara, sorpresivamente, recolectó con sus dedos el semen que aún estaba depositado sobre mí abdomen, para dejarlo caer en gotas dentro de mi boca.

Sin mediar palabra, fue hacia el baño y regresó en pelotas, con la chota colgando, pero aún gruesa; me miró y dijo:

–Realmente inesperado, extremadamente placentero, necesario y al mismo tiempo perturbador... Durmamos y si te parece, mañana hablamos.

Me limité a decir:

–OK.

Apoyé mi cabeza en la almohada y aún, con el delicioso sabor de su semen y del mío embebido en mi boca, me quedé dormido...

Capítulo II

– Descubriendo otro camino –

 

La mañana siguiente, me desperté y noté que Diego no estaba en su cama. Escuché el ruido de la ducha, miré el reloj y me di cuenta que en hora y media saldría su vuelo.

Me quedé remoloneando en la cama, intrigado por la actitud que tendría y que comentario haría sobre lo acontecido anoche.

Cerró los grifos y pasados unos minutos, vi que ingresa al cuarto con un toallón atado a su cintura. La imagen hizo que se me comenzara a parar la chota, más, pensado en la hermosa mamada que le había pegado hacía solo unas horas.

Me había encantado mamársela, aunque hubiese deseado poder recorrer todo su lomito y entregarnos a un fuego cruzado caliente y salvaje.

–Buen día –dije.

Diego se sorprendió, me miró y respondió:

–Buen día, pensé que dormías... disculpame si te desperté.

–No hay drama... ¿dormiste bien? –pregunté.

Como un angelito, realmente, lo estaba necesitando –contestó como si no hubiese sucedido nada.

–Me alegro; imagino que en algo debo haber colaborado –acoté.

–Diego se limitó a hacer un gesto con la boca y no emitió respuesta, por lo que me desconcertó; no entendía si estaba arrepentido por lo que habíamos hecho o qué carajo le pasaba.

Retiré las sábanas y me senté por un momento en la cama. Diego puso su vista en mi entrepierna y sin hablar, volvió a hacer el mismo gesto con su boca.

Me di cuenta de que mi erección era notoria y ante su mutismo y comportamiento osco, decidí actuar con el desparpajo con el que él lo había hecho la noche anterior.

Me paré y con la chota haciendo carpa en mi bóxer, muy naturalmente, como si estuviese solo, comencé a caminar hacia el baño, pensando “Andate a lavar el orto, si querés comportarte así, bien, yo me saqué las ganas y no te violé, fue consentido, así que andá a hacerte ver...” Aunque estaba de por medio el trabajo que duraría todo el año, así que debería evitar cualquier tipo de fricción.

Regresé al cuarto. Diego estaba terminando de vestirse y dijo:

–Che, quédate durmiendo un rato más que es muy temprano, es al pedo que te levantes, si el aeropuerto está a solo tres cuadras; dejá que voy solo.

Comencé a agarrar ropa y mientras me vestía contesté:

–No boludo, ya estoy despierto, desayunemos y te acompaño hasta el aeropuerto –dije.

–Como quieras –contestó Diego.

Realmente, en ese momento tuve ganas de mandarlo a la mierda, pero respiré hondo y me callé. Diego agarró su mochila y fuimos hacia la confitería del hotel sin emitir palabra alguna.

Luego de lo sucedido durante la noche, esperaba una conversación más amistosa, más cercana a la que podrían mantener dos varones compinches, que a la que podían mantener dos compañeros de trabajo.

Llegamos a la mesa, e inesperadamente dijo:

–Mirá, no creas que soy un marciano... lo que sucedió anoche, realmente me gustó; realmente lo necesitaba y no te imaginas cuánto.

Me había quedado claro eso, que lo necesitaba y mucho. Hacía tiempo que no veía a un tipo largar tanta leche y con tanta potencia como lo había hecho Diego.

Le pedí que bajara la voz, porque no quería quedar incinerado frente al resto de los huéspedes con quienes me cruzaba a diario.

–Me hiciste gozar como hacía tiempo que no gozaba, hacía mucho que no garchaba por el tema del bebé y hace años que no llenaba una boca de leche; la mamás increíblemente bien, podrías dar clases; sucede que, hasta ayer, salvo por alguna paja cruzada en mi adolescencia, jamás había hecho algo así con un hombre.

Hizo una pausa y continuó:

–Encima, está el trabajo de por medio y no quiero que tengamos quilombos, ni vos, ni yo.

–Todo bien Diego; relajate, lo que sucedió ayer, queda acá, es personal y no tiene por qué mezclarse con el trabajo; pintó hacerlo, vos lo pasaste bien, lo necesitabas, lo disfrutaste, te relajaste; yo lo pasé bárbaro, me calentaste, me encantó mamártela y lo haría otra vez; listo, acá queda. Relajémonos, enfoquémonos en el trabajo y que las cosas fluyan, ¿OK? –dije.

–OK –respondió Diego.

Terminamos de desayunar y comenzamos a caminar hacia el aeropuerto, hablando de temas relacionados con el trabajo.

Hizo el check in y nos sentamos en la sala de espera. Vimos aterrizar al avión y rápidamente comenzó el embarque. Nos paramos y al hacerlo, exprofeso, apoyé una mano sobre su muslo; me miró y sonrió. Nos despedimos con un leve abrazo y acercándome a su oído dije:

–Espero que el próximo miércoles vengas bien cargado… me refiero a la ropa en tu mochila...

Me miró y leí como sus labios dijeron:

–¡Sos un hijo de puta!

Regresé al hotel intentando despejar mi cabeza repleta de imágenes sobre lo acontecido en las últimas doce horas y tratando de poner foco en los días de trabajo que quedaban por delante…

Ese mismo día por la tarde, Diego me llamó desde Buenos Aires para ajustar algunos temas de trabajo. Estábamos por cortar y dijo:

–Ah, sábelo; todavía tengo la chota colorada, vengo del baño de la oficina, donde me tuve que clavar una tremenda paja pensando en vos y en lo que hiciste anoche. Me cuesta concentrarme en el trabajo; preparate que el miércoles voy con leche condensada. Me dejó mudo; yo estaba con gente y sin posibilidades de poder explayarme, por lo que solo respondí:

–Ahh bue... el miércoles lo vemos; finalmente cortamos. El viernes, regresé a casa y dejé a mi mujer sumamente feliz; la garché como hacía mucho tiempo que no lo hacía. La puse en cuatro y le dejé la concha paspada.

El resto del fin de semana, transcurrió tranquilamente y disfrutando de la familia. Siempre se hacía corto, bastante corto. Sin poder hacer todo lo que hubiese deseado, ya era lunes y estaba nuevamente viajando al sur.

Durante el lunes y el martes, solo hablamos un par de veces con Diego y nada sobre lo sucedido durante aquella noche de la semana anterior.

Finalmente, llegó el miércoles y Diego arribó en el primer vuelo. Nos encontramos en la oficina y pasamos una mañana de trabajo bastante agitada.

Yo pensaba regresar al hotel para comer algo allí y fundamentalmente, para poder meter a Diego en el cuarto y vaciarle nuevamente las bolas.

Siendo la una del mediodía, lo miré y dije:

–¿Vamos a almorzar al hotel?

Diego, clavando una sonrisa sarcástica contestó:

–¿A almorzar...? dale, vamos a almorzar... poniendo énfasis en “almorzar.”

Saltó un flaco de otra empresa y dijo:

–¿Vayamos a comer todos juntos a un restaurante del centro?

Me quería matar y quería asesinar a este flaco. No había manera de zafar y me quedaría con las ganas hasta la semana próxima. Nos miramos con Diego, hicimos un gesto como diciendo “Que le vamos a hacer” y salimos todos juntos.

Pasamos el resto del día trabajando. A las seis llegó el remise y nos fuimos juntos hacia el hotel, donde yo me bajaría y Diego se iría directamente hacia el aeropuerto. Por la mañana me había comentado que viajaría en el vuelo de las siete menos cuarto, en lugar del de las diez y media.

Antes de salir de la oficina, noté que había estado un buen rato hablando por teléfono.

Llegamos al hotel, amagué para despedirlo y me dijo:

–No, pará que bajo con vos.

–Pero boludo, vas a perder el vuelo –dije.

–Olvidate del vuelo –respondió.

Sin entender bien que sucedía, saludé al remisero que me llevaba y traía todos los días y caminando hacia el lobby dije:

–No entiendo, ¿vas a viajas en el de la noche? –pregunté.

–Después de la frustración del mediodía, hice cambio de planes; cambié mi pasaje para mañana; hablé con mi mujer y le conté que teníamos mucho trabajo, así que me quedo a pasar la noche con vos.

Su decisión me sorprendió y me alegró; agradecí por este trabajo, que me daba la posibilidad y la libertad como para que se dieran este tipo de situaciones.

Salvo por lo acontecido la semana anterior, que había sucedido de manera fortuita, nunca antes había experimentado el placer de pasar la noche entera con otro hombre, en la que se diera una situación sexual. Esa noche, volvería a suceder, solo que, esta vez, planificado; no por mí, sino que por Diego.

Habíamos pasado un día bastante denso, por lo que imaginé que haríamos más o menos la misma rutina de la semana pasada; primero piscina, después cena y después… ¡después lo que tuviese que suceder!

Pasamos por recepción y avisé que Diego se quedaría. Crucé un par de palabras con el gerente y seguimos hacia el cuarto. Tiramos las mochilas sobre las respectivas camas; Diego abrió la suya y dijo:

–Tomá, gracias –devolviéndome la ropa que le había prestado la semana pasada.

–Hoy no va a ser necesario que me prestes nada, ya que vine equipado –agregó.

–Muy bien –dije.

Fue hacia el baño y dejó la puerta abierta; escuché que estaba meando. Caminé hacia allí para bajar la temperatura del aire. El comando estaba al lado de la puerta del baño, en el pasillo de acceso al dormitorio.

A través del espejo que cubría una de las paredes, pude ver que Diego se estaba lavando la poronga en el lavabo y que la tenía crecida. No se dio cuenta de que yo estaba parado allí mirándolo.

La guardó dentro del bóxer, subió el cierre de su pantalón y salió. Me preguntó qué estaba haciendo y se quedó parado frente al espejo, acomodándose la ropa.

Era claramente visible que la tenía hinchada. No pude más que decirle:

–Veo que tu estado es estar siempre alzado.

–Parece; algo voy a tener que hacer, porque no puedo ir a la piscina así… –respondió.

–Imagino que no –dije.

Sin dar más vueltas, me arrodillé frente a él, le desabroché el pantalón, bajé el cierre, deslicé la cintura para bajárselo hasta los pies, hice lo mismo con su bóxer y comencé a jugar con su chota.

Se la agarré con una mano, mientras que con la otra, comencé a franelear su abdomen y sus piernas.

Diego permaneció parado, apoyado contra la pared, viéndome desde arriba y viéndonos a los dos reflejados en el espejo de enfrente. Su pija rápidamente creció y comencé a mamársela; me la sacaba de la boca y la lamía, lamí el caño entero, volví al glande, lo besé, bajé hacia sus bolas, que succioné muy lentamente.

Diego posó sus manos sobre mi cabeza y comenzó a jugar con mis pelos mientras que decía:

–Ni en pedo me iba a perder esto; desde el miércoles pasado que no paro de pensar en este momento.

Continué mamándosela con total pericia; refregué por toda mi cara su pija babeada con mi saliva; lo hice girar para quedar de costado al espejo y para poder mirarme mientras le regalaba semejante felatio.

Me dio mucho morbo ver esa pija raspándose con mi barba sin afeitar; verme reflejado en el espejo, mientras que disfrutaba con su glande entre mis labios.

Apoyé su chota contra su abdomen para dejarla bien parada hacia arriba, sosteniéndosela con una mano y observando como sobrepasaba su ombligo; comencé a recorrerla con la punta de la lengua, mordiendo su frenillo, bajando por toda su longitud, siguiendo por su escroto, primero un huevo, luego el otro, después los dos.

Me agaché más para poder hacer un buen trabajo con su perineo. Noté que Diego separó un poco sus piernas, abriéndome el camino para que siguiera trabajando esa zona tan sensible.

Diego me incentivaba con sus palabras, diciéndome:

–Sí, sí, que bien lo hacés, haceme gozar, hacé lo quieras; chupámela bien chupada papi.

Habiendo comprendido que Diego estaba abierto y dispuesto a que lo hiciera gozar, decidí terminar rápido con este trárealmente distendidos por el agua y saciados por la cena y el alcohol.