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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Tara Pammi

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Solo por deseo, n.º 2569 - septiembre 2017

Título original: The Unwanted Conti Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-035-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Desesperada, así era como se sentía Sophia Rossi aquella noche.

En realidad nunca había pertenecido a la alta sociedad milanesa de la que formaban parte su padrastro y su madre. Ella solo era una Rossi porque Salvatore la había adoptado después de casarse con su madre cuando Sophia tenía trece años. Detalles de su vida que las personas que la rodeaban no le dejaban olvidar.

No sabía ni cómo había conseguido capear la ruptura de su compromiso con Leandro Conti.

Pero el último rumor, según el cual tenía una aventura con su amigo Kairos Constantinou, que se acababa de casar con la hermana de Leandro, la había convertido en el centro de las habladurías. Si lo hubiese sabido, no habría acudido al cumpleaños de Luca, al que su hermano Leandro la había invitado probablemente porque se sentía culpable después de haber roto el compromiso.

Agarró con fuerza la frágil copa de champán, esbozó una sonrisa y paseó por el balcón.

El hecho de que la convirtiesen en una especie de arpía caprichosa, que rompía matrimonios ajenos, se había convertido en un peso para su familia.

¿Cómo era posible que, después de lo duro que había trabajado, hubiese puesto en peligro el principal objetivo de su vida?: Apoyar a su padrastro, Salvatore, y reconstruir su empresa, Rossi Leather, hasta que sus hermanastros tuviesen la edad suficiente para ocuparse de ella.

Antonio Conti, el patriarca de la familia Conti, se acercó a ella. A pesar de estar muy tensa, no dejó de sonreír.

Antonio, que tenía el pelo cano, le recordaba a un lobo: astuto, artero y siempre dispuesto a abalanzarse sobre su presa.

–Dime, Sophia –empezó, acorralándola contra una columna blanca–, ¿de quién fue la idea de que te casases con mi nieto?

La pregunta la sorprendió, aunque ella intentó que no se le notase.

–Eso da igual, Leandro ya está casado.

–Tu padrastro es un hombre ambicioso, pero poco inteligente –continuó Antonio, como si Sophia no hubiese hablado–. Trabajador, pero con poca visión de futuro. A pesar de saber que yo estaba desesperado por casar a mis nietos, a él jamás se le habría ocurrido ofrecerte en matrimonio.

Sus palabras fueron secas, incluso crueles, pero no por ello menos ciertas.

Sophia llevaba una década intentando, sin éxito, que Salvatore se diese cuenta del valor que ella podía aportar a la empresa. Solo le daba proyectos pequeños y se negaba a escuchar sus ideas.

Lo único que le importaba era la herencia que iba a dejar a sus hermanastros, Bruno y Carlos.

–Fue mía –admitió. Ya no tenía nada que perder–. Pensé que ambas familias saldrían beneficiadas.

Tal vez Sal le guardase rencor a Leandro Conti y a su familia por haber roto el compromiso, pero ella siempre había sido muy práctica.

Rossi Leather no superaría su último traspiés financiero si se enemistaba con los poderosos Conti. Antonio todavía tenía mucha influencia en la generación más mayor de la industria del cuero y Leandro Conti, su nieto mayor y director general de Conti Luxury Goods, en la generación más joven.

Sin embargo, el segundo nieto de Antonio, Luca… No tenía influencia, ni moral. Ni, probablemente, tampoco talento. Solo era un hombre con encanto, atractivo y con una total falta de moderación.

Sophia se enfadaba solo de pensar en él. Y le temblaban las rodillas.

Se había pasado noches enteras yendo y viniendo por su habitación, sin dormir, presa del pánico, con la idea de casarse con Leandro. Se había puesto enferma, había tenido pesadillas.

Pero el bienestar de su familia había estado por encima de sus ingenuos sueños de juventud.

Antonio no pareció sorprenderse, pero arqueó las cejas.

–Eres una joven curiosamente ingeniosa, Sophia.

Ella se ruborizó.

–A pesar de ser solo una bastarda medio italiana con un compromiso roto a las espaldas, ¿quiere decir?

Él la miró fijamente.

Si no hiciese mucho tiempo que había perdido la sensibilidad, si no hubiese desarrollado aquella piel de elefante, se habría sentido insultada por su mirada, de arriba abajo.

–No me evalúe como si fuese ganado –le dijo–. Ya no estoy en el mercado.

Aquello pareció divertir a Antonio.

–No solo estás completamente volcada en tu familia, sino que además eres mordaz y valiente. Me gustas, Sophia.

Era raro escuchar del sexo opuesto, salvo de sus hermanos de diez años, algún comentario que no fuese condescendiente o insultante.

–Ojalá pudiese decir lo mismo, pero he visto cómo utilizaba las carencias de los demás en provecho propio, incluidas las de Sal.

Antonio siguió sonriendo.

–¿Y por qué no aconsejas a tu padrastro?

Ella guardó silencio, se sintió frustrada. Porque Sal nunca la escuchaba. La quería, pero no lo suficiente como para confiar en sus opiniones ni en su inteligencia en lo relativo a Rossi Leather. Y aquel viejo lobo lo sabía.

–Yo podría darte lo necesario para ayudar a Salvatore, Sophia. Sin que tengas que lanzarte a los brazos de un hombre casado.

El comentario la enfadó, pero se quedó en silencio.

–Inyectaré capital en el negocio de Salvatore –continuó Antonio–. Le conseguiré contratos nuevos. Últimamente ha tomado malas decisiones y es evidente que necesita ayuda.

–No estoy en venta –replicó Sophia, sintiéndose como un burro al que le hubiesen ofrecido una zanahoria–. Sugerí casarme con Leandro para ayudar a Sal, pero habría mantenido mis promesas. Habría sido una buena esposa.

–¿Acaso piensas que no lo sé? ¿Piensas que habría permitido que Salvatore me… convenciese de que te casases con mi nieto sin saberlo todo de ti? Ese es el motivo por el que te estoy haciendo esta propuesta.

–¿Qué propuesta? –preguntó ella con el pulso acelerado.

–Tengo otro nieto. Si llevas a Luca al altar y te casas con él resolveré los problemas económicos de Rossi. El futuro de tu madre y de tus hermanos no volverá a correr peligro.

–¡No!

¿Cómo iba a casarse con Luca?

–Ni siquiera querría pasar una noche con el Conti demonio, ¿cómo voy a casarme con él?

Como si lo hubiesen invocado, Luca apareció en medio del perfecto jardín, seguido de una guapa rubia que lo seguía como un perrito.

Luca siempre llevaba una mujer colgada del brazo.

La noche en la que se anunciaba su compromiso con Leandro la mirada de Luca había sido furiosa, pero este la había evitado. Llevaba una década haciéndolo.

Tenía el pelo corto y ondulado, lo que hacía que su rostro anguloso pareciese todavía más delgado. Andaba con gracia y sofisticación, pero toda su austeridad se terminaba en el pelo.

Porque Luca Conti era el hombre más guapo que había visto jamás.

Su rostro era perfecto, tenía los hombros anchos y la cintura estrecha, los muslos musculosos gracias a horas de natación. Se movía sinuosamente entre la multitud, con la mujer alta, rubia, colgada de él como si se tratase de un accesorio.

La mirada negra, siempre con ojeras, como si no durmiese nunca, la nariz afilada y los labios carnosos…

Unos labios que invitaban a pecar… Unos labios que Luca sabía utilizar muy bien.

Y los pómulos marcados, la frente alta, como si hubiese sido labrada en mármol para convertirlo en un hombre impresionante.

Las facciones podrían haber sido afeminadas, demasiado bellas, pero había algo en su mirada que lo hacía muy masculino.

Y el demonio era plenamente consciente de su exquisita belleza y del efecto que tenía en el sexo femenino, ya fuese de diecisiete o de setenta años.

Incluso desde allí arriba era evidente que Luca había bebido, lo mismo que la rubia, que resultó ser la ex-esposa del ministro de Economía Italiano, Mariana.

¿Habría dejado esta a su poderoso marido por Luca? ¿Sabía que Luca la iba a tratar como los niños trataban a los juguetes cuando se cansaban de ellos?

Sophia casi sintió pena por la otra mujer, casi.

Oyó que Antonio juraba entre dientes a su lado.

Como era habitual, Luca estaba creando alboroto. Todo el mundo se giró a mirarlo, incluidos Kairos y Valentina. Leandro le puso una mano en el hombro para contenerlo, pero Luca se la apartó.

Se oyeron murmullos.

Luca y su acompañante estaban discutiendo, y eso era demasiado escándalo para todo el mundo.

–¿Ese es el hombre con el que quieres que me case? ¿Un hombre que alardea de tener una relación con la mujer de otro, sin pensar en las familias de ambos? ¿Un hombre que piensa que todas las mujeres son un reto por conquistar, una apuesta que ganar?

Sophia no se había olvidado jamás de cómo la había humillado a ella.

–No tocaría a Luca ni aunque fuese el último hombre de la Tierra.

Antonio se giró lentamente hacia ella, como si aquel movimiento le costase un gran esfuerzo. Su mirada era despiadada.

–Como bien sabes, Sophia, el banco le va a exigir a Salvatore el reembolso del préstamo. Además, no va a poder cumplir con el plan de producción previsto.

–Eso no es cierto. Ha pedido una prórroga…

–Que le han denegado.

Sophia supo por la mirada de Antonio que él mismo se había encargado de aquello.

Salvatore había llevado la empresa a la ruina con sus decisiones equivocadas, pero aquel último golpe, el rechazo de una prórroga por parte del banco, había sido obra de Antonio.

Al parecer, Antonio estaba tan desesperado como ella.

–Aunque aceptase su horrible propuesta, ¿cómo iba a conseguirlo? Ni siquiera yo, por muy desesperada que esté, podría llevar a un hombre al altar. Mucho menos a Luca.

A pesar de estar borracho, Luca había conseguido apartar a la mujer de la multitud, pero las risas de esta y su voz profunda se oían desde allí.

Sophia sintió calor. Y sintió pena.

La mujer estaba enamorada de Luca.

Antonio apartó la mirada de su nieto y apretó los labios, parecía furioso y… dolido. ¿Por qué?

–No, a mi nieto no le importa nada en este mundo. Sus padres hace tiempo que no están y Leandro tampoco quiere saber ya nada de él. Pero Luca haría cualquier cosa para proteger a Valentina y el secreto de su procedencia.

–Yo no quiero saber nada de eso… –le advirtió Sophia.

–Valentina no es hija de mi hijo, sino producto de la aventura que tuvo su madre con un conductor. Y, si eso se sabe, el estatus de Valentina e incluso su matrimonio con tu amigo Kairos sufrirán. Utilízalo para convencer a Luca. Él se doblegará por el bien de Valentina.

Sophia se quedó callada, mirando a Antonio.

La idea de chantajear a Luca no le molestaba tanto como la de utilizar el secreto de Valentina. No quería hacerle daño a nadie.

–Hay demasiadas personas inocentes implicadas y yo no le haré daño a ninguna solo por…

–¿Solo por salvar la empresa de Salvatore? ¿Solo para que tu madre y tus hermanos no tengan que abandonar la finca en la que viven, quedarse sin coches, sin estatus social? ¿Y qué vas a hacer, Sophia? ¿Vas a aceptar el trabajo de jefa de proyecto que te ofrece tu amigo griego? ¿Vas a ver desde lejos cómo Salvatore hunde su empresa?

–¿Por qué yo? ¿Por qué no busca a otra mujer que quiera casarse con él? ¿Por qué…?

–Porque tú eres dura y haces lo que tienes que hacer. No tienes ideas tontas acerca del amor en la cabeza.

 

 

Las palabras de Antonio retumbaron en su cabeza.

Deseó no haber ido a la fiesta… Tenía la clave para salvar la empresa de su padrastro, pero para ello debía vender su alma al diablo…

Mientras recorría el interminable pasillo de Villa de Conti, se dijo que ni siquiera debía considerarlo.

Estaba segura de que Antonio se engañaba al pensar que el mujeriego de su nieto iba a preocuparse por su hermana, pero ella tenía que intentarlo. Tenía que ver si existía la posibilidad de salvar la empresa y evitar que Salvatore, su madre y sus hermanos terminasen en la calle.

Llegó a un porche ancho, circular, que había en la parte trasera de la casa.

Y lo vio allí, sin chaqueta, con la camisa abierta, dejando entrever su pecho aceitunado. Estaba apoyado en la pared, con un pie apoyado en ella, los ojos cerrados, el rostro alzado hacia el cielo.

La luz de la luna acariciaba las curvas de su rostro, las sombras diluían la magnífica simetría de sus rasgos, haciéndolo un poco menos impresionante.

Un poco menos cautivador.

Un poco menos diabólico.

Casi vulnerable y… extrañamente solitario.

Poco a poco, Sophia se fue dando cuenta de su propia reacción. Tenía las palmas de las manos húmedas, el corazón acelerado, un nudo en el estómago. Una década después, volvió a derretirse al tenerlo cerca.

Debió de hacer ruido porque Luca abrió los ojos y la miró, sus pupilas se dilataron un instante y después adoptó aquella actitud relajada y tranquila que tanto odiaba Sophia.

–Sophia Rossi, dura como el acero y con el corazón frío como el hielo –dijo–. ¿Te has perdido, cara?

–Deja de llamarme…

Si iba a hacer aquello, Sophia tenía que hacerse una coraza de hierro y no mostrarse vulnerable. Él se apartó de la pared mientras Sophia decidía lo que iba a decir. Cuando levantó la vista lo tenía tan cerca que podía aspirar su olor masculino.

Sin aliento, nerviosa, con un suspiro atrapado en el pecho, estudió la pequeña cicatriz que Luca tenía en la barbilla, el suave arco de sus cejas, los altos pómulos. Unas facciones angelicales que ocultaban a un verdadero demonio.

Luca la miró divertido. Apoyó una mano en la pared y continuó:

–Dime, ¿cómo has terminado en la otra punta de la casa, lejos de los tejemanejes de tus amigos empresarios? ¿Cómo es posible que la pastorcilla haya perdido al rebaño y se haya topado con el lobo feroz?

Sophia intentó mantener la calma.

–Te estás equivocando de cuento.

–Pero me has entendido, ¿verdad? –le preguntó él, pasándose la mano por los ojos cansados–. ¿Qué quieres, Sophia?

–Dada tu… situación he pensado que necesitas que te rescatasen.

Él sonrió de oreja a oreja.

–Ahh… y por eso Sophia Rossi, la recta y pura, ha decidido acudir en mi ayuda.

–¿Dónde está tu amante? Puedo hacer que uno de vuestros conductores la lleve a casa.

Él la miró fijamente a los ojos.

–Está en mi cama –dijo él–. Creo que la he dejado agotada.

Sophia sintió náuseas.

–¿No te parece que es ir demasiado lejos incluso para ti? Ni siquiera se han divorciado todavía. Y estás haciendo público lo vuestro.

–Eso es lo divertido, ¿no? Los juegos peligrosos. Hacer tal vez que su marido pierda los estribos.

–¿Y luego marcharte?

«Como hiciste conmigo».

–Le destrozarás la vida a esa mujer y después te irás por otra pobre…

Él sonrió y cubrió sus labios con una mano.

–¿Eso es lo que piensas, cara? ¿Que fuiste una víctima años atrás? ¿Te has convencido a ti misma de que te forcé?

Sophia le apartó la mano y lo fulminó con la mirada mientras fingía que no le picaban los labios. Que no sentía calor con el recuerdo…

–No he querido decir que las haces tuyas sin su consentimiento, pero los dos sabemos, Luca, que después de esto ella se quedará sin nada.

–Tal vez sea la ruina lo que busca Mariana. Tal vez yo sea su única salvación. Tú no la entenderías, Sophia.

–No pienso que…

–No me importa tu opinión, así que, per carita, deja de expresarla.

Se inclinó sobre ella, que se sintió diminuta y le preguntó:

–¿A qué se debe este repentino interés por mí, Sophia? ¿Has decidido que por fin necesitas otro orgasmo, para mantenerte viva la próxima década?

Ella sintió que ardía. Su cuerpo ardía. Quiso decirle que sí, pero en su lugar respondió:

–No todo en la vida tiene connotaciones sexuales.

–Y lo dice la mujer que necesita desesperadamente que…

En esa ocasión fue ella quien apoyó la mano en su boca. Lo fulminó con la mirada. Sintió como su aliento le besaba la palma.

Los dedos largos y elegantes de Luca le acariciaron la muñeca y entonces le apartó la mano.

–¿Qué pensabas que te iba a decir, Sophia?

Ella apretó los labios, respiró hondo.

–Me gustaría hacerte una propuesta, una propuesta que nos beneficiaría a ambos.

–No hay nada que puedas ofrecerme –replicó él–… que no pueda conseguir de otra mujer, Sophia.

–No la has oído.

–No me interesa.

–Quiero casarme contigo.