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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Barbara Hannay

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

¿Lógica o amor?, n.º 2589 - marzo 2016

Título original: A Very Special Holiday Gift

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas

propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N: 978-84-687-7675-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LA LLAMADA telefónica que le cambió la vida a Chloe Meadows la sorprendió de puntillas, subida a una silla que había colocado encima de un escritorio para colgar unas luces de Navidad del techo del despacho.

Era miércoles por la noche. Ya casi eran las nueve de la noche y el repentino sonido del timbre del teléfono, en aquellas oficinas vacías, fue tan inesperado que estuvo a punto de caerse. Resbalando, logró bajarse a duras penas, limitada en el movimiento por esa sobria falda gris que llevaba.

Ligeramente sin aliento, agarró el teléfono justo a tiempo.

–¿Sí? ZedCee Management Consultants –se preguntaba quién podría ser a esa hora, un miércoles por la noche.

Transcurrió una fracción de segundo y entonces oyó la voz de un hombre con un notable acento inglés.

–¿Hola? Llamo desde Londres. ¿Podría hablar con el señor Zachary Corrigan, por favor?

La voz sonaba muy profesional y seria, como la de un profesor mandón.

–Lo siento. El señor Corrigan no está –dijo Chloe, mordiéndose la lengua para no recordarle que en Australia ya casi eran las nueve de la noche y que su jefe debía de estar en algún evento social a esas horas.

Aunque faltaran días para el fin de semana, Zac Corrigan casi siempre se encontraba socializándose a esas horas del día. Además, solo faltaba una semana para Navidad, así que ese día no había ninguna duda al respecto. Todo el mundo tenía alguna fiesta o reunión social a la que asistir, todo el mundo excepto Chloe. Su agenda social permanecía tranquila incluso en esa época del año.

Tristemente el único acontecimiento social que Chloe tenía que marcar en rojo en su calendario era la cena de Navidad de la empresa. Ya era el tercer año que se presentaba voluntaria para organizar el evento. Había encargado champán, vinos, y cerveza, y también una exquisita selección de canapés de François’s. Y no había tenido problema en quedarse hasta tarde ese día para decorar las oficinas con cadenas de luces, globos y brillantes guirnaldas de acebo y espumillón.

Aunque nunca lo dijera en alto, en el fondo le encantaba hacerlo. Poco después de conseguir el trabajo en ZedCee había vuelto a casa para cuidar de sus padres mayores, y a ellos no les hacía mucha gracia el exceso de adornos, así que esa era su única oportunidad para tener un poco de diversión en Navidad.

–¿Con quién hablo? –preguntó el hombre de Londres.

–Soy la asistente personal del señor Corrigan.

Chloe estaba acostumbrada a lidiar con tipos mandones, y tanta seriedad nunca la hacía perder la calma.

–Soy Chloe Meadows.

–Señorita Meadows, le habla el sargento Davies, de la policía metropolitana, y la llamo desde The Royal London Hospital. Me temo que el asunto es urgente. Tengo que hablar con el señor Corrigan.

–Por supuesto –alarmada, Chloe perdonó el tono autoritario del agente al momento y tomó un bolígrafo y un papel–. Llamaré al señor Corrigan inmediatamente y le diré que se ponga en contacto con usted.

El sargento Davies le dio su número. Con el estómago en un puño, Chloe le dio las gracias y llamó a su jefe al móvil sin perder tiempo.

 

 

La cremallera del vestido negro de seda de la joven se deslizó con facilidad y el tejido se abrió, desvelando una espalda de marfil. Zac Corrigan sonrió. Era una belleza. Estaba algo mareada después de haberse tomado algunas copas de champán, sin haber comido casi nada, pero al menos se habían escapado de la fiesta pronto... Y era tan hermosa...

Con manos expertas, acarició la suave curva de su hombro y ella dejó escapar una risita. ¿Por qué hacía reír tanto el champán a las chicas?

Su piel era aterciopelada, cálida, y su figura era exquisita. Zac le perdonaba las risitas con tal de repetir la noche que habían compartido el fin de semana anterior.

Agarrándola del hombro con firmeza, se acercó a ella para darle un beso en la nuca. Le rozó la piel con los labios. Ella volvió a reírse, pero olía tan bien que Zac no pudo resistirse a dejar un rastro de besos a lo largo de su hombro.

El dulce momento, sin embargo, se vio interrumpido por el estridente timbre de su teléfono móvil. Zac masculló un juramento y miró en dirección al butacón donde había dejado el teléfono, junto a su chaqueta y la corbata.

–¡Yo contesto! –exclamó la joven.

–No, no te molestes. Déjalo.

Demasiado tarde. Ella ya se había soltado y se dirigía hacia el butacón, riéndose sin control, como si contestar a su teléfono fuera el juego más interesante del mundo.

 

 

Chloe apretó los labios al oír esa voz femenina ligeramente atropellada.

–¡Hola! –dijo la chica con entusiasmo–. Restaurante chino Kung Fu. ¿En qué puedo ayudarlo?

–Hola, Jasmine.

Desafortunadamente Chloe conocía bien a casi todas las amigas de su jefe. Solían tener el don de la belleza, pero no el de la inteligencia, y por tanto no dejaban de llamarlo al trabajo una y otra vez. Chloe pasaba muchísimo tiempo intentando mantenerlas a raya, tomando nota de sus mensajes, tranquilizándolas a base de promesas, diciéndoles que el señor Corrigan les devolvería la llamada en cuanto estuviera libre y haciendo de mediadora en general.

–Déjate de bromas. Por favor, pásame a Zac.

–¿Jasmine? –la voz al otro lado de la línea sonó a desconcierto, a un ligero enojo–. ¿Quién es Jasmine? –los decibelios aumentaron–. Zac, ¿quién es Jasmine?

En otras circunstancias, Chloe se habría disculpado y tal vez hubiera intentado tranquilizar a la chica, pero esa noche se limitó a hablar alto y claro.

–Soy la asistente personal del señor Corrigan y se trata de un asunto urgente. Tengo que hablar con él de inmediato.

–Muy bien. Muy bien –la chica ya estaba molesta–. No hay que ponerse así.

Se oyó un sonido brusco.

–Señor Corr-i-gan –dijo a continuación, pronunciando las sílabas una a una, y con una melodía sarcástica–. Su asistente personal necesita hablar con usted y dice que es mejor que se dé prisa –dijo y entonces se echó a reír de manera absurda.

–¡Dame eso! –exclamó Zac, perdiendo la paciencia–. Chloe, ¿qué sucede? ¿Qué ha pasado?

–Has recibido una llamada urgente de Londres, de la policía, en un hospital.

–¿Londres?

La conmoción que Chloe notó en su voz era inconfundible.

–Sí. Me temo que es algo urgente, Zac. El policía quería hablar contigo de inmediato.

Se oyó un suspiro de tensión al otro lado de la línea y entonces Chloe creyó oír algo que parecía... No. No podía ser alguien llorando. Chloe sabía que los oídos la estaban engañando. Llevaba tres años trabajando en la empresa y nunca había detectado ni la más mínima fisura en ese hombre de acero que Zac Corrigan parecía ser.

–Muy bien.

Su voz seguía sonando distinta, rota, nada que ver con el Zac de siempre.

–¿Puedes darme el número?

Chloe se lo dio y comprobó que lo hubiera anotado correctamente. Parecía tan afectado que casi estuvo a punto de sentir algo cercano a la empatía por Zac Corrigan. Normalmente no se permitía esa clase de sentimientos cuando se trataba de la vida privada de su jefe, que era un desastre permanente.

Sin embargo, esa vez la situación parecía muy distinta... No recordaba haberle oído hablar de Londres en ninguna ocasión y siempre había pensado que lo sabía todo de él.

–Te llamaré si te necesito –le dijo él.

 

 

Tan tenso como un reo frente a un pelotón de fusilamiento, Zac marcó el número de Londres. Ese asunto tan urgente sin duda tendría algo que ver con Liv. Estaba seguro de ello. Había hecho todo lo posible por convencerse de que su hermana pequeña había crecido por fin, de que era capaz de dirigir su propia vida. Ignorando todas sus objeciones, se había marchado a Inglaterra con ese perdedor que tenía por novio, y no había tenido más remedio que resignarse y esperar que madurara, pero...

Liv.

Su hermana pequeña...

Ella era toda la familia que le quedaba. Era su responsabilidad.

–¿Sí? –dijo una voz con acento inglés, en un tono muy profesional–. Habla el sargento Davies.

–Soy Zac Corrigan –la voz se le quebró, así que tuvo que tragar en seco–. Creo que han intentado ponerse en contacto conmigo.

–Ah, sí, señor Corrigan –la voz del agente se suavizó de inmediato, pero eso no aplacó los temores de Zac–. ¿Podría confirmarme que es Zachary James Corrigan, por favor?

–Sí.

¿Qué podría haber hecho su hermana? No podía ser otra sobredosis de drogas. Cuando la había llamado, dos semanas antes, le había prometido que seguía limpia, de todo. Llevaba más de un año sin consumir nada.

–¿Y es el hermano de Olivia Rose Corrigan?

–Sí. Lo soy. Me han dicho que está llamando desde un hospital. ¿Qué sucede?

–Lo siento, señor Corrigan. Su hermana falleció hace un rato, a causa de un accidente de tráfico.

Zac sintió que algo explotaba dentro de su cabeza. Un calor insoportable se propagó por su cabeza y de repente perdió el equilibrio. Liv no podía estar muerta. Simplemente no podía ser.

–Lo siento –dijo el sargento Davies de nuevo.

–Yo... yo... entiendo.

Era lo más absurdo que podía decir en ese momento, pero tenía la mente entumecida.

–¿Tiene algún pariente que viva en el Reino Unido?

–No –dijo Zac, el sudor corría por su cuerpo, sin control.

De repente fue consciente de la joven que estaba a su lado. Era Daisy, y el vestido aún le colgaba de los hombros. Estaba cerca, frunciendo el ceño.

Le dio la espalda.

–Entonces entiendo que es usted la persona con la que debemos contactar en todo momento para hacer cualquier trámite necesario.

–Sí –dijo Zac con rigidez–. Pero... dígame qué ha pasado.

–Le pondré en contacto con alguien del hospital. El médico podrá responder a todas sus preguntas.

Mareado y con un nudo en el estómago, Zac esperó hasta oír una voz femenina.

–¿Señor Corrigan?

–Sí.

–Le habla la doctora Jameson, de maternidad.

Zac parpadeó. Sin duda tenía que ser un error.

–Lo siento mucho, señor Corrigan. Su hermana llegó al hospital tras sufrir un accidente de tráfico. Tenía heridas graves en el pecho y en la cabeza.

Zac hizo una mueca.

–Olivia entró en quirófano de inmediato e hicimos todo lo posible, pero las heridas eran demasiado severas –hubo una pausa–. Me temo que no pudimos salvarla.

Zac sintió un frío gélido por todo el cuerpo. Aquello que siempre había sido su mayor temor se había convertido en una realidad de repente. Dos personas se lo habían confirmado. Había pasado muchos años intentando salvarla, pero había fracasado. Le había fallado sin remedio. Y ya era demasiado tarde para volver a intentarlo.

No podía respirar. No podía pensar. El horror le golpeó con violencia y trató de ahuyentar todas esas imágenes de un accidente que le venían a la cabeza. Quería aferrarse al recuerdo más dulce de su hermana hermosa, rebelde, la joven llena de vida que había sido años antes, cuando no tenía más que dieciséis años de edad. La vio en la playa, durante unas vacaciones en Stradbroke Island, con los brazos extendidos frente al mar. Su cabello negro ondeaba con la brisa y ella reía con esa alegría infantil que se pierde con los años.

Lo recordaba todo tan bien. Llevaba aquel pareo de colores brillantes, encima de un diminuto bikini amarillo. Su piel bronceada resplandecía a la luz del sol. Parecía tan inocente entonces, siempre con tantas ganas de divertirse.

Eso era lo que pensaba de ella entonces. La veía llena de vida, de ganas de pasarlo bien.

–Pero pudimos salvar al bebé –dijo la doctora inglesa.

Estupefacto, Zac se dejó caer sobre el borde de la cama.

–¿Está usted ahí, señor Corrigan?

–Sí.

–Usted consta como el familiar más cercano de su hermana, así que imagino que sabía que su hermana estaba embarazada.

–Sí –Zac mintió.

La había llamado dos semanas antes, pero ella no le había dicho que estuviera embarazada. De repente se sentía como si todo el mundo se hubiera vuelto loco.

–Su hermana ya estaba de parto. Creemos que iba de camino al hospital cuando tuvo el accidente.

–Entiendo –Zac se echó hacia adelante y apoyó los codos sobre las rodillas–. Entonces... –comenzó a decir, pero tuvo que detenerse. Tomó el aliento–. Entonces... el be-
bé... ¿Está bien?

–Sí. Es una niña preciosa. Nació sin ningún problema por cesárea, solo dos semanas antes de la fecha estimada.

Zac se tocó la frente con una mano temblorosa. El estómago le daba vueltas y no dejaba de sudar. La mujer trataba de decirle que un cruel giro del destino le había arrebatado a su hermana y que en su lugar le había dejado a un bebé recién nacido. ¿Cómo se habían vuelto tan extrañas las cosas? Quería soltar el teléfono, acabar con aquella conversación absurda.

–Imagino que se habrán puesto en contacto con el padre del bebé –dijo, recordando al hombre que había convencido a su hermana para que se fuera con él.

Era un tipo de un grupo de rock, una banda de la que nadie había oído hablar, un hombre mayor con rastas encanecidas y unos ojos inquietos que siempre le rehuían la mirada.

–Su hermana no fue capaz de darnos el nombre del padre. Había un hombre en el coche con ella, pero nos dijo que era un vecino, que no era el padre. Hemos realizado pruebas de paternidad y lo hemos confirmado.

–Pero podría decirles...

–Me temo que no sabía nada respecto a la identidad del padre.

–Muy bien –Zac respiró profundamente y apretó la mandíbula–. Entonces, este bebé es... a todos los efectos, responsabilidad mía, ¿no?

Mientras pronunciaba las palabras, se dio cuenta de que la forma que había escogido para expresarse no había sido la más adecuada, pero ya era demasiado tarde.

–Yo... haré todos los preparativos necesarios para ir a Londres cuanto antes.

 

 

Chloe acababa de poner el último adorno cuando el teléfono sonó de nuevo.

–Chloe, sé que es muy tarde, pero necesito que me reserves un billete para Londres, que salga cuanto antes, a primera hora de la mañana, si puedes.

–Claro. ¿Quieres que te reserve un hotel también?

–Sí, por favor, en algún sitio céntrico.

–No hay problema –dijo ella, encendiendo el ordenador.

–Y necesito que te ocupes de las cuentas de Garlands.

Chloe sonrió.

–Todo está hecho ya.

–¿Ya?

Parecía sorprendido.

–Eso es estupendo. Buen trabajo.

–¿Algo más?

–¿Podrías llamar a Foster y decirle que Jim Keogh estará en mi lugar en la reunión de mañana?

–No hay problema –Chloe hizo una pausa–. ¿Eso es todo?

–En realidad, Chloe...

–¿Sí?

–Será mejor que reserves dos billetes a Londres, solo de ida de momento. No sé cuánto tiempo voy a tener que estar allí.

Aunque fuera absurdo, Chloe sintió que el corazón se le caía a los pies.

–¿A qué nombre pongo el otro billete? –le preguntó justo cuando se cargaba la página de la compañía aérea favorita de la empresa.

–Ah... buena pregunta. En realidad...

Hubo otra pausa.

Chloe comenzó a llenar las casillas de los parámetros de búsqueda del vuelo.

–¿Estás muy ocupada ahora mismo, Chloe?

–¿Cómo?

–¿Podrías tomarte unos días libres?

–¿Para viajar a Londres?

–Sí. Es una emergencia. Necesito a alguien... capaz.

Chloe se llevó una sorpresa tan grande que el teléfono estuvo a punto de caérsele de las manos.

–Sé que no te lo he dicho con tiempo y que ya casi es Navidad.

Chloe sintió que la cabeza le daba vueltas sin control. Una emoción intensa la recorrió por dentro, pero entonces pensó en sus padres mayores. La necesitaban para hacer la compra, para hacer la comida de Navidad, para que les llevara a la iglesia. Nunca podrían arreglárselas sin ella.

–Lo siento, Zac. No creo que pueda marcharme tan repentinamente.

Justo cuando decía las palabras, la puerta que estaba a sus espaldas se abrió. Chloe se sobresaltó. Al volverse vio que su jefe acababa de entrar en el despacho. Estaba más pálido que nunca y sus ojos grises dejaban ver ese asombro que no había sido capaz de aplacar.

–Si puedes venir conmigo, te daré una paga extra de Navidad más que generosa –dijo, dirigiéndose hacia el escritorio de Chloe.

Pero él ya le había dado una paga extra de Navidad más que generosa.

–¿Me puedes explicar qué es lo que está ocurriendo? ¿Qué ha pasado?

 

 

¿Qué había pasado?

Zac se frotó la frente. Ese dolor de cabeza pulsante que se había apoderado de él cuando había atendido la llamada del hospital ya estaba en pleno apogeo.

–¿Te encuentras bien, Zac? Pareces...

Chloe arrastró una silla desde el escritorio más próximo y se la puso delante.

–Toma, siéntate.

Él levantó una mano.

–No. Me encuentro bien. Gracias.

–Disculpa, pero creo que no estás bien.