Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2009 Kate Hardy. Todos los derechos reservados.
PASIÓN CON EL JEFE, N.º 1756 - noviembre 2010
Título original: Playboy Boss, Pregnancy of Passion
Publicada originalmente por Mills & Boon
®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9254-4
Editor responsable: Luis Pugni


E-pub x Publidisa

Prólogo

–Entonces, ¿cómo se llama, Luke? –le preguntó Karim mientras ambos abandonaban las pistas de squash.

–¿Quién?

–La mujer que te está distrayendo –replicó Karim, con una mirada cómplice–. ¿Cómo si no iba yo a poder derrotarte con un marcador tan amplio?

Luke sonrió muy a su pesar. Él también le había hecho aquella pregunta a su amigo en alguna ocasión. La diferencia era que, cuando él cuestionó de este modo a Karim, sí que había habido una mujer distrayendo a éste, la que en aquellos momentos era su esposa. El caso de Luke era muy distinto. Él no tenía intención alguna de dejar que nadie se le acercara tanto.

–No tiene nada que ver con mi vida social, sino con el trabajo.

–Pues parece que necesitas que alguien te dé unos mimitos, al estilo de Lily. Vente a cenar a casa con nosotros.

–¿Cómo? ¿Esta noche? No me parece justo decírselo a Lily así, en el último momento.

–Tú eres de la familia.

Antes de que Luke tuviera ocasión de protestar, Karim marcó el teléfono de su casa. Dos minutos más tarde, colgó y dijo:

–Arreglado.

A Luke no le quedó más remedio que aceptar. Sabía que su amigo lo hacía con la mejor de las intenciones. Además, no creía que pudiera encontrar una sustituta para Di aquella noche. La empresa de trabajo temporal le iba a enviar a alguien a primera hora de la mañana y esperaba que esa persona se quedara el tiempo suficiente hasta que pudiera encontrar una sustituta adecuada mientras su asistente estaba de baja por maternidad. Simplemente tendría que ser paciente.

Ja. Paciente. Esta palabra apenas aparecía en el vocabulario de Luke. Cuando él quería algo, lo conseguía. No perdía el tiempo. Por eso, el hecho de tener que estar pendiente de los planes de otras personas era el modo más rápido de volverlo loco.

No tardaron en llegar a casa de Karim. Entraron y él se dirigió directamente a la cocina donde besó a su esposa muy cariñosamente, tomándose su tiempo.

–Suéltala ya, por el amor de Dios. Lleváis casados tres meses ya. Deberías haber superado ya esta etapa –dijo Luke desde la puerta.

Lily simplemente se echó a reír.

–Ya veo que estás algo decaído, Luke. Toma, consuélate con esto hasta la hora de cenar –le dijo, señalando un plato de canapés que había sobre la encimera que ocupaba el centro de la cocina.

–Gracias, Lily –dijo Luke sentándose sobre un taburete.

–De nada. Bueno, ¿nos vas a contar qué es lo que te preocupa?

–Ojalá comprendiera por qué diablos las mujeres quieren tener hijos –suspiró Luke–. Di no ha dejado de vomitar desde el día en el que se hizo la prueba de embarazo y...

Se detuvo en seco al notar la mirada que Karim y Lily estaban intercambiando. La clase de mirada que sólo podía significar una cosa.

–Vaya, lo siento... Soy un impresentable. Perdonadme... y, por supuesto, lo que acabo de decir no se aplica a vosotros. Me alegro mucho por los dos.

–Eso espero –dijo Karim–, ya que te vas a convertir en tío honorario de la criatura.

Por lo que Luke sabía, cabía la posibilidad de que ya fuera tío. Decidió no pensar en eso. La decisión que había tomado había sido difícil, pero también era la única posible. Si se hubiera quedado, habría terminado como el resto de los hombres de su familia.

–Gracias –dijo, cortésmente–. Me siento muy honrado. ¿Para cuándo lo esperáis?

–Dentro de seis meses –respondió Lily, riendo–. Veo que te estás esforzando mucho por decir lo que debes, ¿verdad, cariño? –añadió, mientras le revolvía el cabello de camino al frigorífico.

Lily estaba tratando a Luke como si fuera su hermano mayor y esto hacía que él se sintiera muy raro. Como si tuviera un espacio vacío dentro de él. Como si quisiera formar parte de una gran familia.

Ridículo. Estaba perfectamente bien solo. Mucho mejor que formando parte de una gran familia. Ya lo había sido y no tenía intención de volver atrás.

–Sí, pero sólo porque tú vas a preparar la cena y quiero que me des de comer –replicó.

–¿Y quieres que me crea eso? Sé que en realidad eres como un gatito.

Karim se echó a reír. Se sentó y agarró a su esposa para que se le sentara encima mientras le colocaba las manos con gesto protector alrededor del vientre.

–Te aseguro que por ti, Lily, podría serlo –bromeó Luke–, pero desgraciadamente tienes un esposo al que seguramente no le haría mucha gracia. Me conformaré con que me des de cenar.

–Tus deseos son órdenes para mí –replicó ella–. Bueno, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Que tu secretaria tiene náuseas por las mañanas?

–Y a la hora de comer. Y por la tarde. Mi despacho es un lío y ella ni siquiera ha podido instruir a la temporal, si es que la hay mañana, y yo tampoco y... Ya he tenido bastante caos por el momento. He mandado a Di que se tome la baja para lo que le queda de embarazo. Necesito a alguien que pueda organizarme el despacho antes de que pierda más oportunidades.

–Alguien que sea buena organizadora –dijo Lily, pensando–. Creo que podría ayudarte. Louisa, mi proveedora favorita, tiene una hermana que soluciona problemas en empresas y despachos.

–¿De verdad?

–Es una persona organizada y eficaz a la que se le da muy bien solucionar las cosas. ¿Has visto alguna vez esos programas de televisión en los que la gente viene a tu casa a ayudarte a limpiar o a organizar los armarios? Bueno, pues eso es lo que hace Sara en la vida real, aunque se centra en despachos y empresas. Ella se podría encargar de todo...

–¿Tienes su número?

–No, pero tengo el de su hermana –dijo Lily. Desapareció unos minutos y regresó con una tarjeta–. Aquí tienes.

–«Productos orgánicos Fleet» –dijo Luke leyendo la tarjeta.

–Hacen zumo de manzana, vinagre balsámico y... bueno, todo lo que se espera de una tienda de productos orgánicos –explicó Lily–. Pregunta por Louisa. Dile que yo te di su número y que necesitas hablar con Sara.

–Gracias –replicó Luke mientras se guardaba la tarjeta–. Espero que sea buena...

–Podría estar ocupada...

–Hmm, eso fue lo que le dijo alguien a Karim sobre ti, pero de todos modos consiguió que cocinaras para él –le recordó Luke con una sonrisa–. La llamaré a ver si puede. Gracias por tu ayuda.

–Bueno, ya está hecho –anunció Lily, después de abrir la puerta del horno–. Idos los dos al comedor.

Karim y Luke obedecieron enseguida.

Luke fue el primero en probar la comida.

–Lily, esto es maravilloso. Si alguna vez decides que te aburre ser una princesa, puedes venir a mi casa y convertirte en mi ama de llaves.

–Te aseguro que no se aburrirá –le informó Karim–. Encuéntrate tu propia princesa.

–Yo no soy un príncipe –repuso Luke–. Ni necesito princesa.

Lo único que él quería era una buena asistente para su trabajo, un ama de llaves a tiempo parcial y un montón de novias que quisieran divertirse y que aceptaran el hecho de que él no estaba buscando nada permanente.

Aparte del problema de su asistente, que esperaba solucionar con la persona que Lily le había recomendado, así era su vida en aquel momento. Y le gustaba.

Capítulo Uno

Sara comprobó la dirección en su agenda. Sí, allí era. Se trataba de un antiguo almacén transformado en un bloque de uso residencial, con oficinas y tiendas. La planta baja estaba ocupada por cafeterías y tiendas de bisutería. Suponía que el primero y el segundo piso eran oficinas y que el resto del bloque serían viviendas. Las habitaciones de uno de los laterales del edificio tendrían unas maravillosas vistas del Támesis.

«Seguramente se necesita una pequeña fortuna para poder permitirse uno de esos pisos». Ella no se quejaba del dormitorio que su hermano mayor le había cedido en su apartamento. El hecho de que no tuviera una vivienda propia no significaba que fuera una fracasada. Tenía una familia que la quería tanto como ella a ellos, una gran vida social y un trabajo que le gustaba. No necesitaba nada más.

Subió al primer piso, donde una recepcionista estaba sentada tras un mostrador de madera.

–¿Puedo ayudarla?

–Tengo una cita con Luke Holloway. Mi nombre es Sara Fleet.

–Al final del pasillo, la última puerta a la derecha –respondió la recepcionista con una sonrisa.

La última puerta a la derecha estaba cerrada. Llamó y esperó.

–Entre –dijo una voz, que sonaba algo agobiada.

Sara se había imaginado a Luke Holloway como un hombre de traje impecable y zapatos hechos a medida. Sin embargo, el que vio estaba hablando por teléfono con los pies sobre el escritorio y tenía más bien el aspecto de ser una estrella de rock. Llevaba un jersey y pantalones negros y tenía el cabello corto y oscuro, peinado con uno de esos estilos que le daban el aspecto de acabar de levantarse de la cama. Eso, junto a unos ojos azules y la boca más sensual que ella hubiera visto nunca, era suficiente para poner a la libido de Sara en estado de alerta.

A pesar de todo, sabía muy bien que no debía mezclar los negocios con el placer. Después de todo, aquel hombre era su cliente. Bueno, un posible cliente.

Él colocó la mano sobre el recibidor y dijo:

–¿Es usted Sara?

Ella asintió.

–Estupendo. Yo soy Luke. Lo siento mucho. Estaré con usted dentro de un par de minutos. Siéntese.

Sara se sentó y miró a su alrededor. Había dos escritorios en la sala, que contaban con ordenadores de última generación, y un montón de archivadores. Desde la ventana, se divisaba una increíble vista del río.

–Está bien. Soy todo suyo –dijo él, unos instantes después.

Estas últimas tres palabras pusieron en la cabeza de Sara unos pensamientos muy poco profesionales. Se imaginó a Luke Holloway desnudo sobre unas sábanas de algodón... Apartó la idea de su pensamiento y esperó que no se hubiera sonrojado. ¿Qué demonios le ocurría? Nunca antes había fantaseado sobre sus clientes. Ni siquiera sobre los guapos.

No obstante, Luke Holloway era más que guapo. Era el hombre más atractivo que ella hubiera visto nunca. La clase de hombre cuya sonrisa podía ponerle alas al corazón de una mujer.

–¿Le apetece un café? –le preguntó él.

–Sí, gracias.

–¿Lo toma con leche, azúcar...? –quiso saber él tras abrir una puerta, que dejaba al descubierto una pequeña cocina.

–Sólo leche, por favor.

Luke Holloway añadió leche a una taza y azúcar a la otra y luego sacó una lata de un armario.

–Sírvase usted misma. Son mi único vicio. Bueno, casi.

Galletas de chocolate. Sara notó el brillo que se le reflejó en los ojos y se imaginó sin poder evitarlo el otro. De repente, se le secó la boca y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para centrarse de nuevo en su trabajo. Luke Holloway necesitaba a alguien que lo sacara de un apuro, no a una amante. Además, ella tampoco estaba buscando pareja. Le gustaba su vida tal y como era. Feliz y soltera. Sin complicaciones.

–Bien, ¿qué le hace pensar que yo podría ayudarle? –le preguntó.

–Viene usted muy recomendada. Lily me advirtió que podría usted estar ocupada.

–Suelo estarlo. Había pensado en tomarme el verano libre para poder viajar un poco. Pasarme un mes en Italia o Grecia.

–¿Buena comida, buen tiempo y playas de fina arena?

–Ruinas, más bien –le corrigió ella. Asociaba las playas con el aburrimiento. Le gustaba explorar–. Es una de las ventajas de trabajar para una misma. Puedo elegir cuándo quiero tomarme unas vacaciones.

Luke le entregó su café y volvió a la zona del despacho para sentarse de nuevo a su escritorio.

–Vaya. A la mayoría de los que tienen su propio negocio hay que convencerlos para que se tomen tiempo libre.

–Es importante hacerlo. Si no se llena el depósito, uno acaba quemado y ya no le sirve de nada a nadie. El aprovechamiento correcto del tiempo ayuda mucho.

Luke no pareció convencido, pero, al menos, no trató de discutir con ella. Menos mal. Después de Hugh, Sara había terminado harta de los hombres adictos al trabajo. En realidad, había terminado harta de los hombres. Mantenía relaciones superficiales sin dejar opción alguna al compromiso.

–Mi despacho no suele estar tan desorganizado –dijo.

–¿Desorganizado? –repitió ella. Todo estaba impoluto.

–Como le dije por teléfono, mi asistente personal está embarazada y está de baja. He tenido algunas empleadas temporales, pero, Di, mi asistente, no ha podido prepararlas adecuadamente ni yo he estado aquí lo suficiente para hacerlo yo mismo. La empleada temporal que esperaba hoy ni siquiera se ha molestado en aparecer. Estaba hablando con la agencia cuando se ha presentado usted.

–¿Me está usted diciendo que da tanto miedo que las empleadas temporales tienen su nombre en una lista negra y se niegan a venir a trabajar para usted? –bromeó ella.

–No doy ningún miedo. Simplemente espero un volumen de trabajo justo por una paga diaria también justa. Además, si no se pueden hacer cosas básicas como contestar el teléfono cortésmente o anotar un mensaje, no se debería aceptar un empleo como asistente personal. Necesito a alguien que repase todos los archivos y ponga mi despacho en el orden al que estoy acostumbrado y que lo mantenga funcionando hasta que Di decida si quiere regresar después de haber tenido a su hijo.

–Lo primero lo puedo hacer sin problemas, pero yo sólo realizo trabajos durante un corto espacio de tiempo. Creo que una baja por maternidad es un periodo demasiado largo para mí.

–Comprendido.

–¿El volumen de documentos sin archivar adecuadamente es muy grande? Porque, a menos que me esté volviendo loca, yo no veo ningún papel fuera de su sitio.

Luke se levantó y se dirigió al otro escritorio. Entonces, sacó una caja de cartón enorme de debajo. Estaba llena de papeles colocados de cualquier manera.

–Además, Di tira documentos del archivo de vez en cuando y creo que tampoco lo ha hecho desde hace algún tiempo.

–¿Tendría yo carta blanca para reorganizar el archivo?

–Si sirve para ahorrar tiempo, sí. Si sólo es para justificar sus honorarios, no.

A Sara le gustaba que Luke Holloway fuera tan directo. Esto significaba que sabía exactamente qué terreno pisaba con él.

–Bien. ¿A qué se dedica usted exactamente?

–¿Me está diciendo que no me ha buscado en Internet?

Ella se sonrojó. Por supuesto que lo había hecho.

–No he encontrado mucho. Sé que tiene usted veintiocho años y que es un millonario que se ha hecho a sí mismo.

Sus novias eran todas del mismo tipo. Altas, con largas piernas, aspecto exótico y un cabello oscuros de un brillo imposible. Salía mucho y estaba en la lista de invitados de las mejores fiestas. Además, cambiaba de novia frecuentemente. Demasiado frecuentemente.

–Sin embargo, los artículos de los periódicos y las columnas de crónica rosa en la red no siempre resultan exactas.

–Yo tampoco he encontrado mucho sobre usted, aparte del hecho de que no tiene sitio web.

¿La había investigado a ella? Por supuesto. Luke era la clase de hombre que prestaba mucha atención a los detalles.

–No necesito página web. Consigo mis clientes con el boca a boca.

–Y ésa es precisamente la mejor forma de anunciarse. Es exacta y no puede comprarse.

–Aún no ha respondido usted a mi pregunta –dijo ella, reconduciendo la conversación.

–Compro y vendo empresas.

–¿Es usted uno de esos empresarios que compra empresas para destruirlas?

–No. Lo que ocurre es que me canso fácilmente y me gustan los desafíos. Compro negocios que están teniendo problemas y, cuando logro recuperarlos, los vendo de nuevo a los directivos que trabajan en ellas. Se me da bien resolver problemas. Normalmente –dijo, señalando a su alrededor–. Ésta es la excepción que confirma la regla.

–¿Qué clase de negocios?

–Deportes y ocio. Gimnasios, clubes deportivos, spas... Estoy pensando en ampliar un poco el negocio.

–¿Y lo hace usted todo solo?

–Con una buena asistente personal y directivos de categoría en cada negocio. ¿Y usted? ¿Por qué trabaja por libre?

–Supongo que por la misma razón. Se me da bien resolver problemas y me aburro con facilidad. Además, me gusta ordenar las cosas. Supongo que soy una obsesiva de la limpieza –comentó ella, mientras contemplaba el minimalista despacho–. Parece que a usted también.

–¿Hace usted otras cosas aparte de ordenar?

–¿A qué se refiere?

Luke se quedó atónito por lo primero que se le vino a la cabeza. Acababa de conocer a aquella mujer. Además, era completamente opuesta al tipo de mujeres que solían gustarle, aparte del hecho de tener las piernas largas. Tenía el cabello rubio y liso, peinado en un elegante recogido. Todas sus novias siempre habían tenido el cabello oscuro y los ojos oscuros, al contrario del penetrante color azul de los de aquella mujer. Iba vestida muy profesionalmente, con un traje de chaqueta oscuro y una blusa blanca. Una gargantilla de perlas negras añadía un toque de clase.

Y entonces estaban los zapatos. Tacón de aguja. Brillantes... y de color rosa.

Un toque de exotismo.

Luke respiró profundamente y deseó que su libido volviera a aplacarse. Aquello no era apropiado. Aunque Sara Fleet tuviera una boca muy sensual y unas piernas maravillosas, estaban tratando de temas de trabajo. No pensaba dejarse llevar por el impulso de invitarla a cenar ni del de tomarla entre sus brazos, soltarle el cabello y besarla.

–No sé cuánto tiempo va a llevarle ordenar todo esto ni cuánto voy a tardar yo en encontrar una sustituta adecuada. Creo que usted funciona igual que yo. Se va a aburrir de ordenarme el archivo.

–¿Qué otra cosa tenía usted en mente? –insistió ella.

Una vez más, se la imaginó pegada a él, con el cuerpo enredado en el suyo. Era una locura. Aparte del hecho de que Sara Fleet no era su tipo, sabía muy bien que no debía mezclar los negocios con el placer. Siempre terminaba mal.

–Bueno, la clase de negocio que estoy considerando en estos instantes... Me vendría bien un punto de vista femenino. Y sincero.

–¿De qué clase de negocio se trata?

–Estoy pensando en comprar un hotel. Tengo tres o cuatro opciones y quiero comprobar cómo son todas, por lo que tendríamos que viajar un poco. ¿Sería eso un problema?

–No. A Justin no le importaría.

¿Justin? Evidentemente, se trataba de su pareja.

Este hecho la colocaba decididamente fuera de su alcance. Luke sólo salía con mujeres solteras que no quisieran casarse. Sara ya estaba comprometida con otro, por lo que sería mejor que se despidiera de aquella instantánea atracción.

Tomó un sorbo de café y comenzó a explicarle los distintos archivadores, respondiendo las preguntas que ella le iba haciendo. A continuación, encendió el ordenador y le mostró varios programas.

–Cuentas, nóminas, correspondencia, proyectos pasos, proyectos presentes... Todo esta informatizado. Supongo que sabe usted hacer gráficos y esquemas.

–Sí.

Ella realizó algunas preguntas más. Entonces, por fin llegó el momento de tomar una decisión. Luke sabía lo que quería. Fue directo al grano, como siempre.

–Bueno, eso es todo –dijo–. ¿Estaría usted dispuesta a ordenar mi despacho y a trabajar como mi asistente personal hasta que encontrara una persona adecuada?