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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

Blame it on Karma © 2007 Jacquie D’Alessandro.

Together Again? © 2007 Jill Shalvis.

Tall, Dark & Temporary © 2007 Chris Marie Green.

© 2007 Harlequin Enterprises, Ltd. Todos los derechos reservados.

DESTINADAS A AMAR, Nº 7 - junio 2012

Título original: Jinxed!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-0177-6

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Fondo: YOBRO10/DREAMSTIME.COM

Mujer: LEOPOLDO JIMENEZ/DREAMSTIME.COM

 

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

El karma tiene la culpa
Jacquie D’Alessandro

 

 

¿Juntos de nuevo?
Jill Shalvis

 

 

El amor de su vida
Crystal Green

 

 

 

 

El karma tiene la culpa
Jacquie D’Alessandro

Prólogo

 

Isabelle Girard, alias «la legendaria Madame Karma», observaba a la multitud que paseaba por el espacioso jardín, desde su mesa de adivina. Era un día soleado, perfecto para celebrar la fiesta de San Valentín en el recién remodelado edificio de lujo Fairfax, al sur de California. El evento estaba siendo un éxito. Había gente de todas las edades. Familias con niños, parejas, solteros y grupos de adolescentes, paseaban por los caminos rodeados de flores y, o, por el césped, probando la comida de los puestos que habían montado algunos restaurantes de la zona. Muchos asistentes llevaban bolsas con el logotipo de una de las tiendas de Fairfax mientras que otros cargaban con cuadros u objetos de cerámica comprados en uno de los puestos de artesanía montados para la ocasión. También había diferentes entretenimientos, gente que pintaba el rostro de los asistentes, malabaristas, magos y la propia Madame Karma. Incluso había un grupo de música y una pista de baile donde disfrutaban algunas parejas.

Isabelle suspiró satisfecha. Le gustaba participar en eventos como aquéllos. No sólo le proporcionaban un ingreso extra y le permitían ampliar la cartera de clientes, sino que le encantaba estar al aire libre. El sol y el aire fresco hacían que se sintiera rejuvenecida. Y después de haber trabajado como adivina durante más de seis décadas, Madame Karma agradecía el cambio de escenario.

Se fijó en la fuente con forma de «U» que estaba en el centro del jardín y vio que las gotas de agua suspendidas en el aire formaban una arco iris. El lugar estaba rodeado por setos y flores y había numerosos bancos de hierro situados en lugares estratégicos, unos a la sombra de los árboles y otros a pleno sol. Era el lugar perfecto para que los visitantes del complejo comercial descansaran un rato, o para que los empleados de las oficinas disfrutaran de su comida.

También era el lugar ideal para que las parejas disfrutaran de unos momentos románticos. Sobre todo, en el día de San Valentín.

Isabelle se fijó en una de las parejas y notó que estaban profundamente enamorados. Isabelle centró sus energías, o como ella las llamaba, sus sentimientos cósmicos, en la pareja, y sonrió al percibir el motivo de su felicidad manifiesta. Estaban esperando un bebé. Ella confiaba en que se acercaran a su mesa para poder confirmar sus sensaciones.

Continuó haciendo el estudio de otros visitantes. Muchos de ellos poseían auras importantes y le provocaban intensas reacciones físicas. Una vez más, esperaba que aquellas personas se acercaran a su mesa. No sabía si era debido a que se celebraba el día de San Valentín, o a la alineación de los planetas, pero en el ambiente había una fuerte presencia de amor y romance. Sin embargo, sabía por experiencia que mucha gente luchaba contra la fuerza del destino. O del karma. Y que ignoraban a la pareja perfecta por motivos preconcebidos, centrándose en personas que, a la larga, no conseguirían hacerlas felices, cuando tenían a la persona que daría un sentimiento de plenitud a sus vidas delante de sus narices.

Era una lástima, porque si esas personas aceptaran su karma, les iría muy bien en los asuntos del corazón. Luchar contra el destino era como tratar de enfrentarse al océano con una escoba… El fracaso estaba asegurado.

Quizá, ese día, aprovechando la energía romántica que estaba suspendida en el ambiente, ella consiguiera que algunos de los visitantes encontraran su camino. Podría ayudarlos a encontrar a su media naranja o, al menos, evitar que eligieran a la persona equivocada.

Al ver que una mujer joven se acercaba a ella, se recolocó en la silla. Aquella mujer tenía un aura especialmente brillante. Isabelle notó que sus instintos se activaban con anticipación.

Estaba a punto de pronosticar el karma y el destino.

Capítulo Uno

 

Lacey Perkins se acercó a la mesa de la adivina con una taza de té humeante en una mano y una gran galleta en la otra.

El sol de la tarde calentaba su piel. Incapaz de resistirse, se detuvo unos segundos para disfrutar de él con los ojos cerrados. Llevaba metida en Constant Cravings desde por la mañana temprano y, por mucho que adorara su tienda de café, agradecía un momento de respiro.

A juzgar por la cantidad de gente que había en los jardines y el gran número de clientes que habían entrado en Constant Cravings durante todo el día, la fiesta de San Valentín que celebraban en Fairfax estaba teniendo mucho éxito. Desde luego, sus ventas habían excedido mucho sus expectativas, y durante todo el día había reconocido a muchos de sus clientes habituales.

Pero lo que más le animaba era el número de clientes nuevos, y el hecho de que la mayoría hubiera guardado una de las tarjetas que tenía junto a la caja registradora. Era posible que aquellas personas que habían visitado el local por primera vez, regresaran a por alguno de sus cafés, tés, y galletas recién hechas. Que entraran en su página web, y que le encargaran algún artículo para un evento especial.

Ella había trabajado mucho para convertir en realidad el sueño de tener una tienda, y se sentía orgullosa de lo que había conseguido con Constant Cravings. Era una tienda distinta a las múltiples franquicias que existían en Los Ángeles. Estaba situada en Baxter Hills y Lacey había cuidado al máximo todos los detalles, desde la decoración, los postres, y las servilletas de colores que utilizaba. Esperaba que ese día sirviera no sólo para que las personas que habían entrado por primera vez se convirtieran en clientes habituales, sino también para que hablaran de la tienda a sus amigos y sus ventas aumentaran.

Con lo que por fin, conseguiría librarse de Evan Sawyer.

De pronto, y como si el hecho de haber pensado en el gerente del edificio Fairfax, que además era el gerente del local donde tenía la tienda, lo hubiera hecho aparecer, Lacey lo vio al otro lado del jardín. Como siempre, estaba frunciendo el ceño y, a pesar de que era sábado y hacía calor, vestía traje de negocios y corbata.

Aquel hombre siempre tenía un aspecto impecable, como si acabara de salir de una sesión de fotos para la revista GQ. Traje negro, camisa blanca perfectamente planchada, y zapatos lustrosos. Y aunque el viento le hubiera alborotado el cabello, conseguía mantener un despeinado perfecto.

Sí, mostraba el tipo de perfección que a ella siempre le había hecho sentir torpe y descuidada, y que hacía que deseara pasarse las manos sobre su traje arrugado, y haberle dedicado más tiempo a su peinado. Algo completamente ridículo. ¿Qué le importaba que a él no le gustara su aspecto? Aunque nunca le había dicho nada al respecto, la miraba dejando claro que no le daba su aprobación. Y desde luego, tampoco ocultaba que no aprobaba su manera de gestionar Constant Cravings.

Llevaba ocho meses como arrendataria en Fairfax y todos los encuentros que había tenido con Evan Sawyer habían sido frustrantes. Él era una persona estricta, y siempre se quejaba de los maniquíes vestidos en ropa interior con los que ella decoraba el escaparate. Decía que eran demasiado sugerentes, igual que las galletas que tenían forma de busto de mujer y torso de hombre y que, sin embargo, eran las que más vendía. Además, la última idea que ella le había propuesto y que consistía en ampliar la tienda si algunos de los locales que tenía a los lados se ponían en alquiler, le había parecido aberrante.

Cualquiera habría pensado que el hombre se habría ilusionado con la idea de que ella quisiera ampliar la tienda puesto que generaba buenos ingresos, parte de los cuales iban destinados a Fairfax. Pero no, todo lo que él había hecho era quejarse. Era un hombre nervioso, inflexible, y adicto al trabajo. Y a juzgar por su aversión a todo lo que estuviera relacionado con la sensualidad, ella sospechaba que debía de ser aburridísimo entre las sábanas.

Una lástima, porque para las mujeres a quienes les gustaban los ejecutivos, resultaba un hombre atractivo. Por suerte, ella no lo encontraba atractivo. Además, sería ridículo que lo hiciera cuando aquel hombre no era su tipo. ¿Qué más daba que le quedaran bien los trajes de chaqueta? ¿O que tuviera los ojos azules más bonitos que había visto nunca? Había muchos hombres con cuerpos fornidos y ojos bonitos. Y, probablemente, la mayoría también sabía sonreír. Y reír. Y tomarse un instante para detenerse a oler las rosas. Y no ofenderse porque las galletas tuvieran forma de torso.

Decidida a no permitir que aquel hombre irritante estropeara su maravilloso día, Lacey estaba a punto de darse la vuelta para dirigirse hacia la mesa de la adivina cuando la mirada de Evan se posó en ella. Sintiéndose como si estuviera en el punto de mira de un francotirador, se quedó paralizada y, durante varios segundos, se miraron el uno al otro. Lacey sintió un escalofrío, se obligó a inclinar la cabeza a modo de saludo y esbozó una sonrisa. Pero ¿él intentó hacer lo mismo? Nooo. Él la miró de arriba abajo y frunció el ceño con más intensidad. Ella agachó la cabeza para mirar la blusa blanca, los pantalones, y los zapatos negros que llevaba, con el fin de encontrar el motivo por el que él hubiera podido poner esa cara. Ese hombre era un cascarrabias.

Alzando la barbilla, lo ignoró y se dirigió a la mesa de Madame Karma. Después de presentarse, Lacey le dijo:

–He visto que estaba libre y pensé que a lo mejor quería tomar algo –dejó el té y la galleta sobre la mesa.

–Gracias, cariño. Es todo un detalle –contestó Madame Karma con brillo en la mirada.

Agarró la galleta y se fijó en que tenía la forma de una pierna de mujer, doblada y vista desde un lateral. La cobertura que tenía hacía que pareciera que estaba cubierta con unas medias de red y que llevara un zapato rojo de tacón.

–Ojalá mis piernas todavía fueran así –dijo Madame con un suspiro–. Solían serlo, cuando tenía tu edad.

–Esta galleta se llama Sólo Para Tus Piernas. Es una de las que más se venden.

Madame mordió un poco del zapato y masticó despacio. Después de beber un poco de té, dijo:

–Delicioso. ¿Cuánto te debo?

–Invita la casa. Iba a traértelo antes, pero la tienda ha sido una locura.

–Si no permites que te pague, al menos permíteme que te lea el futuro, en agradecimiento a la que es la galleta más deliciosa que he comido nunca –le guiñó un ojo–. Y créeme, he comido muchas galletas en mi vida.

–Me parece un buen intercambio.

–Por favor, siéntate –dijo Madame Karma, y señaló la silla que estaba frente a ella. Después de que Lacey se sentara, se inclinó hacia delante y la miró fijamente a los ojos, como tratando de penetrar en su alma–. Tienes un aura brillante, cariño –le dijo en un susurro–. Noto una fuerte conexión –sin dejar de mirarla, sacó una baraja de cartas de una caja de madera–. Contigo, emplearé estas cartas. Para una lectura especial. Una que nos permitirá tener una visión profunda.

Lacey miró la baraja. Parecía una baraja normal.

Madame colocó las cartas sobre la mesa, boca abajo.

–Por favor, elige siete cartas con la mano izquierda y entrégamelas.

Lacey siguió las instrucciones, y repitió la tarea dos veces más. Tras colocar las cartas en tres filas, Madame señaló el primer grupo.

–Estas representan tu pasado –miró las cartas en silencio, durante casi un minuto y después dijo–: Veo a dos mujeres contigo. Tu madre y tu hermana. Había un hombre, pero su presencia era borrosa y después se ha ido –miró a Lacey a los ojos–. Murió, ¿verdad?

Lacey pestañeó al oír sus palabras y sintió un nudo en la garganta.

–Sí –susurró.

–Murió joven –continuó Madame, estudiando las cartas–. Por un problema de corazón.

Lacey se estremeció. ¿Cómo podía saber algo tan personal? La imagen de su padre, serio y absorto en su trabajo, invadió la cabeza de Lacey. Tuvo que tragar saliva para poder hablar.

–Murió de un ataque al corazón, cuando yo tenía catorce años.

Madame asintió.

–Veo la tristeza que dejó su muerte. Las penurias que provocó en la familia. Pero también veo el amor que sentías por la vida. Tu determinación a conseguir el éxito, pero no a costa de tu salud, como hizo tu padre. Tu decisión a no cometer los mismos errores que sientes que cometieron tu madre y tu hermana.

Lacey se estremeció de nuevo y tuvo que contenerse para no moverse de la silla. Era como si Madame pudiera ver lo más profundo de su alma.

–Estas cartas representan tu presente –continuó Madame Karma, y señaló la fila del medio–. Tu vida profesional va muy bien, aunque veo una presencia. Alguien o algo que está frustrándote, una espina a tu lado.

La imagen de Evan Sawyer apareció en la cabeza de Lacey y ella no pudo evitar apretar los dientes y entornar los ojos.

–¿Qué pasará con esa espina? ¿Desaparecerá?

–Paciencia, cariño –dijo Madame–. Sabré más cosas cuando lea la última fila, la que representa tu futuro. Ahora, continúo con el presente. Aunque tu vida profesional progresa de forma adecuada, con tu vida personal no ocurre lo mismo. Veo soledad. Ninguna compañía masculina, aunque… –frunció el ceño.

–¿Qué? –preguntó Lacey.

–Alguien se avecina por el horizonte.

–¿Alguien agradable? –preguntó Lacey con esperanza. Hacía más de un mes que no tenía una cita. Y las tres últimas habían sido terribles.

–Alguien que, de algún modo, está relacionado con tu vida profesional. Vamos a continuar con la última fila, la que representa tu futuro inmediato –tras estudiar las siete cartas, Madame Karma frunció los labios–. Con respecto a la espina que mencioné antes, veo claramente que es un hombre. Un hombre cercano a ti, aunque no de forma sexual. Quizá, un compañero de trabajo –la miró a los ojos–. Sabes a quién me refiero.

–Se me ocurre un hombre al que describiría como una espina a mi lado –dijo Lacey–. Es el hombre que dirige este edificio.

Madame Karma asintió despacio.

–Sí, eso encaja perfectamente, ya que las cartas indican que es un hombre con poder.

–Sí. Un poderoso idiota.

–¿Cómo se llama?

–Evan Sawyer –contestó Lacey–: ¿Y puedes decirme si va a marcharse de Fairfax? ¿Si se va a trasladar a Siberia?

–No. Justo al contrario. Su forma de estar cerca de ti está a punto de cambiar. Pasará de ser alguien que no te resulta atractivo a… No podrás vivir sin él.

Lacey se quedó boquiabierta. Después, soltó una carcajada.

–Tiene que haber otra espina a mi lado porque te aseguro que eso no va a suceder con él.

–Cariño, yo te aseguro que sí. Está en las cartas, y no se puede luchar contra el karma. No se puede negar el destino. Hacerlo sería como el equivalente a estar maldita. Confía en mí, eso no lo quiere nadie. Tu suerte cambiará de buena a mala en un instante –Madame chasqueó con los dedos y sus brazaletes de metal chocaron unos con otros. Estiró los brazos y agarró las manos de Lacey–. Evan Sawyer, aunque creas que es malo para ti, es el hombre de tu vida.

Capítulo Dos

 

Evan Sawyer vio que Lacey Perkins estaba al otro lado del jardín y, al mirarla, sintió que se le tensaba el cuerpo. Había algo en aquella mujer que lo hacía sentir incómodo, de una manera que ni comprendía ni le gustaba. Seguramente, la tensión que ella le provocaba tenía que ver con el hecho de que a él no le gustaba que en su tienda vendiera productos con nombres sensuales, ni la decoración de los escaparates. ¿Quién diablos vendía galletas con nombres como Orgasmo de Chocolate? ¿O café que se llamaba Caliente, Húmedo y Salvaje?

Evan había entrado en la tienda el día de la inauguración con la idea de comprarse un capuccino para llevarse a la oficina. Antes de que pudiera pedirlo, Lacey le había preguntado con una sonrisa si deseaba probar el probar la especialidad del día: Un Lento Viaje Hasta El Placer. Eso había sucedido hacía ocho meses y, sin embargo, todavía recordaba cómo se había estremecido al oír su voz y al ver el brillo pícaro de su mirada. Incluso después de todo ese tiempo, el recuerdo le provocaba que deseara aflojarse el nudo de la corbata. No recordaba haberse puesto tan nervioso con ninguna otra mujer.

Y no le extrañaba. Lacey y él tenía personalidades completamente diferentes. Si Constant Cravings no hubiera sido una de las tiendas que más ingresos generaba en el complejo del edificio Fairfax, Evan habría cancelado su contrato de arrendamiento meses atrás. Ella siempre lo ponía a prueba tratando de ver hasta dónde podía llegar. ¿Por qué no podía seguir las reglas como el resto de los arrendatarios?

Sin duda era una de esas personas que creían que las reglas estaban hechas para saltárselas, y no comprendía que Fairfax trataba de dar un tipo de imagen que no encajaba con el sugerente diseño de su escaparate. No, ella siempre se burlaba de él cuando se lo recordaba. Insistía en que el diseño de su escaparate hacía que las ventas de sus productos aumentaran, y que era evidente que el sexo vendía.

Evan no podía discutir acerca de su éxito, pero mantenía que las reglas se habían hecho para algo. Por desgracia, en el contrato de arrendamiento de la tienda, la cláusula que hablaba sobre la decoración del establecimiento era bastante genérica como para poder tomar algún tipo de medida. Hasta el momento, nadie se había quejado, pero él sospechaba que sería cuestión de tiempo, sobre todo porque ella continuaba explotando el tema de la sensualidad cada vez que cambiaba el escaparate.

En ese momento, ella se volvió y sus miradas se encontraron. Él se quedó paralizado. Aunque no podía ver el color de sus ojos en la distancia, le recordaban al color del caramelo. Un iris con manchitas doradas y rodeado por un anillo negro que se parecía al chocolate derretido. Cada vez que él la miraba a los ojos, sentía un inexplicable deseo de comer algo dulce.

Evan trató de mirar hacia otro lado pero, como siempre, parecía que sus ojos se negaran a obedecer a su cerebro. En lugar de apartar la mirada, la miró de arriba abajo. Su ropa no tenía nada de provocativa, pero él no pudo evitar apretar los dientes. Cada vez que la veía, imaginaba sus labios moviéndose para formar la frase: «¿Le apetecería probar Un Lento Viaje Hasta El Placer?». Se movió para aliviar la tensión que notaba en la entrepierna y frunció el ceño con irritación. ¿Cómo podía ser que su cuerpo reaccionara de esa manear ante una mujer que ni siquiera conocía?

Ella inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa a modo de saludo, pero antes de que él pudiera responder, alzó la barbilla con un gesto de decisión y se volvió para dirigirse hacia la mesa de la adivina. Él trató de apartar la vista de ella, pero no lo consiguió y permaneció observando su manera de caminar. Quizá fuera una quebrantadora de reglas, pero no podía negar que su forma de andar era sensual y que incitaba al pecado.

Tras aclararse la garganta, Evan consiguió mirar a otro lado y posó la vista sobre el escaparate de su tienda. Al ver la provocativa decoración, apretó los dientes. Una pareja de maniquíes aparecía en una cocina. La puerta del horno estaba abierta y el maniquí femenino, que lucía un vestido corto de color rojo, sujetaba una bandeja de galletas. En la otra mano, sostenía una galleta con cobertura de color rosa y forma de corazón. Tenía los labios pintados y semiabiertos, los ojos entornados, y le estaba ofreciendo la galleta al maniquí masculino que estaba detrás de ella.

El maniquí masculino iba vestido con un batín de raso negro y unos boxers a juego con corazones de color rosa. Tenía las manos apoyadas en las caderas del maniquí femenino y la cabeza apoyada en el hombro de ella. En la ventana, se podía leer: Pruébame… Y después trata de marcharte.

La imagen de Lacey, ataviada con ese vestido rojo tan sexy y ofreciéndole una galleta, invadió su cabeza, provocándole que una intensa sensación de calor recorriera su cuerpo.

–¿Estás pensando en visitar a la adivina, Evan?

Evan pestañeó para borrar la imagen de su cabeza y se volvió para encontrarse con Paul West, un abogado que había sido su mejor amigo desde la universidad y que la semana anterior había trasladado su oficina al edificio Fairfax.

–¿Cómo?

–La adivina. Por el número de personas que he visto pasar por su mesa, diría que es el éxito de la fiesta. ¿Vas a ir a que te lea las cartas?

–¿Yo? –preguntó Evan, arqueando las cejas–. No lo dirás en serio...

–Sí, hablaba en serio. Que es lo que tú haces siempre. Deberías relajarte un poco. Esto es una fiesta, ¿recuerdas?

–Por supuesto que lo recuerdo –¿cómo podía haberlo olvidado? La fiesta había sido su idea, y la empresa para la que trabajaba, GreenSpace Property Management, era quien corría con los gastos. Sin duda, era un dinero bien invertido, puesto que la fiesta estaba siendo un éxito. Entre la variedad de tiendas y cafés, todo el mundo encontraba su sitio. Y Evan se sentía orgulloso de que todos los locales estuvieran alquilados. Su objetivo era conseguir que las oficinas, que estaban alquiladas en un ochenta por cien, llegaran a alquilarse en un cien por cien para final de año.

Paul le dio un golpecito en las costillas y miró hacia el otro lado del jardín:

–Parece que a Lacey Perkins le están leyendo el futuro.

Evan miró hacia donde estaba la adivina y vio que Lacey estaba sentada de espaldas a ellos.

–¿La conoces? –preguntó con tono de sorpresa.

–Claro que sí. ¿Crees que no voy a conocer a la propietaria del café que está más cerca de mi oficina? La conocí la semana pasada, en mi primer día aquí. Me preparó el mejor café que he tomado nunca. Es muy simpática.

–¿Simpática? –Evan negó con la cabeza–. Ésa no es la palabra que yo emplearía para describirla.

–Hmm. Quizá tengas razón. Es mejor algo como «extremadamente caliente».

Evan miró a su amigo y vio que tenía toda la atención centrada en Lacey. De pronto, algo parecido a un sentimiento de celos lo invadió por dentro.

–¿Caliente? ¿Tú crees?

–¿Bromeas? –Paul lo miró con incredulidad–. Eres el gerente de este sitio. ¿No te has fijado en ella?

–Por supuesto.

–¿Y no te parece que esa mujer podría conseguir que el océano Pacífico se pusiera en llamas?

La pregunta pilló a Evan desprevenido.

–Cualquier atractivo que tenga se contrarresta con el hecho de que ella, sus insinuantes escaparates y sus productos me suponen un quebradero de cabeza.

–Sí, pues esos productos de los que hablas son deliciosos. Ayer probé un pastel que se llamaba Labios de Azúcar y… ¡Guau! Las cosas que esa mujer puede hacer en la cocina podrían hacer llorar a un hombre –sonrió–. Espero que la galleta de la semana próxima se llame algo así como Sexo Salvaje En El Asiento Trasero. Me encantaría disfrutar de algo así… con ella.

Evan notó un nudo en el estómago y apretó los dientes. Paul lo miró, levantó las manos y dijo:

–Lo siento. No me había dado cuenta de que estaba pisando en tu terreno.

–¿De qué estás hablando?

–De cómo me has fulminado con la mirada. No me habías mencionado que sintieras algo por ella.

–Por supuesto que no, porque no es cierto –dijo Evan.

–Ajá. Entonces, ¿por qué no has sido capaz de dejar de mirarla? No te lo echo en cara… Lacey merece que la miren.

–Si la estaba mirando era sólo porque trataba de averiguar qué va a hacer después. Siempre se salta las normas.

–Ah. Entonces, te reta.

–No, me molesta.

–No es el tipo de mujer que suele gustarte.

Evan negó con la cabeza y miró hacia el cielo.

–No me gusta. De hecho, me gustaría que se marchara de Fairfax cuando se le termine el alquiler. Sin embargo, está hablando de ampliar la tienda. Quiere que la avise si alguno de los locales que tiene a los lados se pone en alquiler.

Paul lo observó un instante y sonrió.

–¡Qué mal lo llevas! Y lo que es más divertido es que no te has dado ni cuenta. He de decir que por un lado me alegro de que por fin muestres interés por una mujer que no es estirada, caprichosa y aburrida, como las que te gustan pero, maldita sea, ojalá hubiera visto a Lacey primero. Es estupenda –amplió la sonrisa–. A lo mejor tiene una hermana.

–Te la dejo toda para ti –dijo Evan, molesto. Y preocupado porque había tenido que esforzarse para pronunciar aquellas palabras.

–Si por un segundo creyera que lo dices en serio, iría a por ella.

–Y normalmente no me gustan las mujeres aburridas, caprichosas y estiradas –dijo Evan, con el ceño fruncido. «¿O sí?».

–Puede que ahora no, pero sólo porque llevas la vida de un monje. ¿Antes? Casi todas las mujeres con las que has salido en los dos últimos años han sido una copia de la anterior, y todas eras estiradas, caprichosas y aburridas.

–Lacey Perkins es una inquilina muy caprichosa.

–Eso no significa que sea una mujer caprichosa. Y desde luego, no parece una persona estirada, ni aburrida. Y sólo como advertencia, creo que te costará trabajo hacerte con ella. Puesto que no sabía que te interesaba, he estado coqueteando con ella cada mañana. Y aunque ha sido muy simpática, es todo lo que ha sido. Desde luego, da la sensación de que no quiere nada con nadie. Probablemente tenga novio.

Evan se sintió aliviado al oír que Lacey no había aceptado ninguna de las indirectas que Paul le había lanzado y, también, un poco molesto al pensar que pudiera tener un novio formal. ¿Qué diablos le importaba si coqueteaba con Paul? ¿Y si tenía novio formal? No. De hecho, confiaba en que tuviera un novio y que estuvieran a punto de trasladarlo a otro estado, para que se la llevara con él.

–Vamos a que te lean el futuro –dijo Paul–. A ver si tus cartas dicen algo sobre Lacey…

–Te aseguro que no.

–Bueno, pues a lo mejor la adivina puede decirte si vas a tener suerte con una mujer dentro de poco.

–¿Por qué no vas tú, a ver si te puede decir si vas a tener suerte dentro de poco?

–Yo ya lo sé –Paul puso una pícara sonrisa–. Tengo una cita esta noche con una chica que se llama Melinda. La conocí ayer en el supermercado. Coincidimos comprando brócoli.

–A ti no te gusta el brócoli.

–Muy cierto. Pero me gustaba tanto la mujer que estaba comprándolo, así que mereció la pena gastarme tres dólares en esa porquería.

–Tengo la sensación de que cada semana estás con una mujer diferente.

–Así es. ¿Y sabes por qué? Porque salgo mucho. A lugares donde hay mujeres. Mujeres que quieren conocer hombres. Deberías probarlo alguna vez.

–Yo salgo con mujeres –aunque tenía que admitir que no mucho, y que las últimas citas que había tenido habían sido con mujeres atractivas físicamente pero poco interesantes–. ¿Y no te cansas de ir a discotecas? ¿Ni de las primeras citas? ¿De intentar encontrar a una mujer con la que se pueda hablar de verdad?

–¿Hablar? –Paul negó con la cabeza–. Parece que tengas noventa y dos años, en lugar de treinta y dos. Sé que últimamente has estado entregado a tu trabajo, pero no imaginaba que la situación estuviera tan mal. ¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con alguien?

«Hace demasiado tiempo», pensó Evan. Y aunque dos últimas veces que lo había hecho se había sentido satisfecho físicamente, había terminado con un sentimiento de vacío interior. Algo que no terminaba de comprender y que, desde luego, no tenía intención de explicarle a Paul.

–No voy a hablar de esto.

–Desde que te separaste de Heather, te has convertido en un adicto al trabajo. Han pasado seis meses. Ya es hora de que dejes de lamentarte por una mujer que no era la adecuada para ti.

–No me estoy lamentando. Sólo estoy ocupado. He tenido que dedicar mucho tiempo a controlar la reforma del edificio Fairfax.

–Ningún chico está tan ocupado como para no poder acostarse con alguien.

–¿Quién dice que no lo haya hecho?

–¿Te has acostado con alguien?

–Por supuesto.

–¿Desde que te separaste de Heather?

–Sí.

–Bueno, eso me tranquiliza. ¿Cuántas veces?

Evan suspiró con impaciencia.

–Dos.