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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Red Garnier

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El beso perfecto, n.º 1959 - enero 2014

Título original: Wrong Man, Right Kiss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4036-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

Molly Devaney necesitaba un héroe.

No se le ocurría ningún otro modo de resolver el dilema. Llevaba dos semanas sin poder dormir, dando vueltas en la cama, sin poder dejar de pensar en lo que había hecho, deseando, rezando y esperando que pudiera encontrar la manera de arreglar las cosas. Y debía hacerlo todo lo rápido que pudiera.

Había necesitado quince días con sus quince infernales noches para llegar a la conclusión de que necesitaba ayuda. Y pronto. Solo había un hombre que pudiera ayudarla, igual que la había ayudado antes en numerosas ocasiones.

Su héroe de siempre, desde que tenía tres años y él seis, cuando Molly y su hermana, que acababan de quedarse huérfanas, habían ido a vivir con la rica y maravillosa familia de él en la mansión que tenían en San Antonio.

Julian John Gage.

Ciertamente, no era ningún santo. Era un seductor de pies a cabeza. Podía tener a todas las mujeres que deseara, del modo que prefiriera y cuando le apeteciera, y él lo sabía. Eso significaba que estaba dispuesto a saborearlas a todas.

Eso molestaba mucho a Molly.

Sin embargo, a pesar de ser el azote de las damas y de la prensa debido a su puesto como jefe de relaciones públicas para el San Antonio Daily, un problema para sus hermanos y una maldición para su propia madre, para Molly, Julian John Gage era su mejor amigo. Era la razón por la que ella nunca había encontrado pareja y la única persona en la Tierra que podía ser lo suficientemente sincero como para decirle cómo seducir a su testarudo y frustrante hermano mayor.

El problema era que Molly podría haber encontrado un momento mejor para exponerle sus maquiavélicos planes. Presentarse en su apartamento un domingo por la mañana no había sido la mejor de idea, pero sentía que estaba perdiendo un tiempo precioso y necesitaba urgentemente que Garrett, el hermano mayor de Julian, se diera cuenta de que la amaba antes de morir de tristeza.

Ojalá Julian pudiera dejar de mirarla como si hubiera perdido la cabeza por completo, algo que llevaba haciendo ya unos minutos, justo desde el momento en el que ella le había soltado inesperadamente sus planes.

Él estaba allí, mirándola. Era la más maravillosa obra de arte de aquel impecable y moderno apartamento. Tenía los pies separados y la observaba con la mandíbula ligeramente entreabierta.

–Seguramente no he oído bien –dijo por fin. Su profunda voz iba cargada de incredulidad–. ¿Me acabas de pedir que te ayude a seducir a mi propio hermano?

Molly dejó de caminar alrededor de la mesita de café.

–Bueno... en realidad no he dicho «seducir» exactamente... ¿O sí?

Se produjo un incómodo silencio mientras los dos pensaban en lo que había dicho. Julian enarcó una ceja.

–¿No lo has dicho?

Molly suspiró. Ella tampoco se acordaba. Se había sentido un poco cohibida cuando la escultura viviente, es decir, Julian, le había abierto la puerta vestido tan solo con unos pantalones de pijama algo caídos y el torso completamente desnudo. De hecho, llevaba los pantalones del pijama tan caídos que se podía distinguir claramente el vello oscuro que le comenzaba justamente debajo del ombligo. Este hecho la había turbado mucho, dado que nunca antes había visto a un hombre en aquel estado de desnudez. Además, Julian no era un hombre cualquiera. Parecía más bien el hermano pequeño de David Beckham. Y más guapo. Menos mal que la amistad que había entre ellos había inmunizado a Molly.

–Está bien, tal vez sí que lo haya dicho. No me acuerdo –admitió Molly–. Es que me acabo de dar cuenta de que necesito hacer algo drástico antes de que cualquier lagarta me lo robe para siempre. Tiene que ser para mí, Julian. Y tú eres el experto seductor, por lo que necesito que me digas lo que tengo que hacer.

Sus ojos, verdes como las hojas de los árboles, se abrieron un poco más.

–Mira, Molls. No sé muy bien cómo explicarte esto, pero deja que lo intente. Todos crecimos juntos. Mis hermanos y yo te vimos con pañales. Garrett no podrá dejar de verte nunca como a su hermana pequeña. Repito, hermana pequeña.

–Está bien. Sobre lo de los pañales ya no puedo hacer nada, pero tengo razones de peso para pensar que los sentimientos que tiene Garrett por mí han cambiado. ¿Te ha dicho él alguna vez que tan solo me ve como a su hermana pequeña? Tengo ya veintitrés años. Tal vez piense que he crecido lo suficiente como para ser una mujer sexy y sofisticada.

«Con unos pechos bonitos que me acarició muy contento el día del baile de máscaras», pensó ella muy segura de sí misma.

Julian contempló el modo en el que iba vestida, no era uno de los mejores conjuntos de Molly...

–Tu hermana Kate es sofisticada y sexy, pero tú... –le dijo, indicando la falda hippie y la camiseta manchada de pintura que ella llevaba puesta–. Dios, Molls, ¿te has mirado últimamente en un espejo? Parece que te han dado una paliza y luego te han dado una vueltecita en una batidora.

–¡Julian John Gage! –exclamó ella tan dolida que el corazón le dolía–. Mi siguiente exposición en solitario en Nueva York es dentro de cuatro semanas. ¡No tengo tiempo para cuidar de mi aspecto! Además, no me puedo creer que me estés metiendo caña con mi aspecto cuando tú estás medio des...

Se escuchó un portazo en la parte posterior del apartamento y, cuando Molly se dio la vuelta, vio de reojo que alguien se acercaba. En ese momento, se quedó sin habla. Ese alguien era, por supuesto, una mujer.

La rubia más rubia y con las piernas más largas que Molly había visto en toda su vida acababa de salir del dormitorio de Julian. Llevaba un bolso de estilo clutch dorado y par de zapatos de tacón de aguja de color rojo, además de una camisa de Julian que apenas parecía poder contener unos pechos enormes.

–Tengo que marcharme –le dijo la mujer a Julian con voz sugerente–. Te he dejado mi número encima de la almohada, así que... Fue muy agradable conocerte anoche. Espero que no te importe que te tome prestada una camisa. Parece que mi vestido no ha salido tan bien parado como yo.

Soltó una risita y cruzó elegantemente la sala para marcharse mientras que Julian permanecía completamente inmóvil.

En el momento en el que las puertas del ascensor se cerraron, Molly, que había estado observando a la rubia completamente boquiabierta, se volvió de nuevo a mirar a Julian.

–¿De verdad? –le espetó mientras la furia la empujaba a acercarse a él para darle en el hombro con un dedo–. ¿De verdad que te acuestas con todas las mujeres a las que conoces?

Volvió a darle, pero el hombro de Julian se movió lo mismo que si estuviera hecho de hormigón. Entonces, él soltó una carcajada y agarró la mano de Molly.

–No estábamos hablando de mi vida amorosa, sino de la tuya. Y del hecho de que tienes pintura en la punta de la nariz, en el cabello y en los zapatos. Esa imagen de artista muerta de hambre no va a llamar la atención de mi hermano.

Molly lo miró con desprecio. Entonces, lo empujó y se dirigió al vestíbulo.

–¡Oh, deja que vaya a por una de tus camisas! Estoy segura de que eso hará maravillas.

–¡Venga ya, Molly! No te vayas así. Vuelve aquí y déjame que piense en todo esto, ¿de acuerdo? Sabes que siempre has sido bonita y creo que por eso no te importa tu aspecto.

Julian la alcanzó con tres zancadas. Le agarró del brazo y la hizo regresar al salón. Molly lo miró con desprecio al principio. Entonces, cuando oyó que él suspiraba, la ira se le desvaneció. Le resultaba muy difícil estar enfadada con Julian John.

Sabía que él haría cualquier cosa por ella. Nadie, a excepción tal vez de su hermana, había hecho nunca las cosas que Julian John había hecho para asegurarse de que estuviera segura y protegida.

Kate había asumido el papel de madre cuando las dos se quedaron huérfanas. Kate la había ayudado en el colegio, la había criado y le había dado todo el cariño que hubieran debido darle sus padres. Por eso, el hecho de que Julian hubiera estado a su lado casi tanto como Kate decía mucho de un hombre que insistía en fingir que no era más que un playboy.

Eso era precisamente lo que Julian John era y la razón por la que Molly se contentaba con que él fuera su amigo y no el hombre al que hubiera convertido en objetivo de sus intenciones más románticas.

–Mira –dijo ella cuando Julian la soltó. Se sonrojó al recordar el beso robado de Garrett–. Sé que tal vez no lo comprendas, pero amo tanto a tu hermano que yo...

–¿Desde cuándo, Molls? Siempre nos has sacado de quicio a los dos.

–Es cierto, bueno... pero eso era antes, cuando era tan rígido, ya sabes... Antes.

–¿Antes de qué?

–Antes... antes de que él...

«Antes de que me dijera las cosas que me dijo cuando me besó», recordó. Trató de relajarse para poder seguir hablando.

–Yo... no te lo puedo explicar –añadió–, pero algo ha cambiado mucho y sé que él me corresponde. Lo sé, Julian... Te ruego que no te rías.

Por alguna razón inexplicable, no podía mirarlo a los ojos. Por eso, se dio la vuelta y se sentó en el sofá. El silencio fue llenando el espacio que los separaba hasta que, de repente, se vio quebrado.

La risa que rompió el silencio fue lo peor que pudo ocurrir. Era de todo menos alegre.

–No me lo puedo creer...

Molly contuvo el aliento y lo miró. Vio que él tenía el ceño fruncido. Jamás había visto a Julian verdaderamente enfadado, pero si aquel ceño era un indicador, lo iba a ver y muy pronto.

Sintió que se le hacía un nudo en el estómago cuando observó el musculado torso y la uve que el vello formaba antes de perderse por debajo de los pantalones para conducir a...

No podía seguir pensando en eso. Tenía que centrarse en Garrett.

–Julian... Mira, mientras estamos hablando, ¿te puedes poner una de las camisas que te quedan? El torso y la tableta y todo eso que tienes son demasiado... Digamos que me hace querer echarle un vistazo a los de Garrett.

Julian lanzó un gruñido y flexionó unos impresionantes bíceps.

–Sabes muy bien que mi hermano no tiene estos músculos.

–Y él también.

–Tal vez yo sea su hermano pequeño, pero con esto lo puedo tumbar en cinco segundos.

–Venga ya... Lo único que probablemente se te da mejor que a él es lo de ir acostándote por ahí con todo el mundo.

Durante un largo instante, los dos permanecieron allí sentados, mirando al vacío.

Cuando Julian volvió a tomar la palabra, Molly se sintió aliviada al escuchar que su voz había vuelto a adquirir el mismo tono jovial de siempre.

–Sí, tienes razón. Se me da mejor acostarme por ahí con todo el mundo que a mis dos hermanos juntos, aunque, ahora que está casado, a Landon ni siquiera se le ocurriría mirar a otra mujer. Garrett... ¿por qué no? Siempre se ha mostrado muy protector con Kate y contigo. Se pondría furioso si se enterara de que estás saliendo con alguien, en especial si ese alguien tuviera una mala reputación. Solo tienes que conseguir que algún tío finja ser tu enamorado un tiempo y que sea lo suficientemente convincente como para despertar al bueno de Garrett.

Molly se sintió encantada de que, por fin, Julian hubiera comprendido su situación. Estuvo a punto de saltar del asiento de la alegría. Aplaudió dos veces.

–¡Sí! ¡Sí, eso es una buena idea! La cuestión es si conozco un hombre que pueda hacer algo así...

Julian sonrió maquiavélicamente.

–Nena, lo tienes ante tus ojos.

 

 

Aquellas palabras parecieron golpear a Molly como si fueran una descarga eléctrica.

–¿Cómo dices? Creo que te he oído mal –dijo ella irguiéndose en el sofá–. ¿Acabas de ofrecerte a ser mi novio o algo así?

–O algo así –afirmó Julian.

Él parecía tranquilo. Sin embargo, en el interior de su cabeza, las ruedas giraban con unas ideas particularmente inspiradoras. Ideas que tal vez más tarde fuera a lamentar, pero que, a pesar de todo, eran muy buenas.

Julian casi no podía soportar lo adorable que ella estaba sentada allí, con la incredulidad y la sorpresa reflejadas en el rostro.

Tenía los ojos abiertos de par en par, tan maravillosamente azules que un hombre tendría que haber sido de piedra para no mover montañas por ella. Julian jamás había visto una expresión tan sincera y tan inocente en su vida. Diablos, tan solo porque ella lo miraba con aquellos ojos se sentía una especie de superhéroe.

Con una sonrisa, se lo explicó todo.

–Significa que yo no tengo novias, Molly. Tengo amantes. Y estaría encantado de fingir ser el tuyo.

–Me estás tomando el pelo, Jules –replicó ella.

–Tal vez me gusten las bromas, Molls, pero te aseguro que no te estaría tomando el pelo con esto –le dijo, muy en serio.

–¿Estás dispuesto a fingir que estás enamorado de mí?

Él asintió. Ansiaba poder borrarle una mancha de pintura de la frente y otra de la mejilla.

–Supongo que he hecho cosas peores, Moo. Como esa chica que acaba de marcharse... Creo que no estaba muy bien de la cabeza –añadió, señalándose la frente.

Molly se levantó. Los ojos le brillaban ante una proposición que, por fin, estaba empezando a asimilar.

–¡Garrett nos verá juntos y se volverá loco de celos! Dios mío, sí. ¡Es una idea brillante, Julian! ¿Cuánto tiempo crees que tardará en darse cuenta de que me ama? ¿Un par de días? ¿Una semana?

Julian la miró fijamente en silencio. Realmente sonaba... enamorada.

Si la diferencia de diez años no era un problema, el hecho de que los Gage hubieran sido educados con estrictas normas de conducta con respecto a las niñas Devaney debería tener cierto peso, en especial con Garrett, que nunca jamás infringía una regla. ¿Había hecho su hermano algo para darle la impresión de que estaba interesado?

Maldita sea, aquel asunto le daba tan mala espina que no sabía ni siquiera por dónde empezar.

Su hermano Garrett se mostraba excesivamente protector con las dos hermanas. Se habían quedado huérfanas porque su padre, que era el único progenitor que les quedaba con vida y uno de los guardaespaldas de los Gage, había muerto en cumplimiento de su deber mientras protegía al padre de Julian de una banda armada contratada por la mafia mexicana para asesinarlo por haber publicado artículos en que revelaban sus nombres. Además, había muerto protegiendo a Garrett. Aunque los miembros de la banda habían sido condenados a cadena perpetua, como único superviviente de aquella sangrienta noche de hacía casi dos décadas, Garrett había sido sentenciado a una vida en el infierno.

Vivía abrumado por la culpabilidad y el arrepentimiento. Cuando su madre viuda acogió a las dos niñas, Garrett se había mostrado ansioso por protegerlas, incluso de Julian. Siempre les habían dejado muy claras las reglas en lo que se refería a las hermanas Devaney. De hecho, hasta les habían prohibido hacerles cosquillas, algo que había molestado no solo a Julian sino también a Molly. A ella le encantaba que le hiciera cosquillas. Por eso, resultaba difícil creer que, después de la actitud demostrada por Garrett durante muchos años, Molly estuviera loca por él.

¿A qué diablos venía todo aquello?

Julian y Molly eran amigos. Molly al menos había admitido que la amistad que había entre ellos era mejor que una relación romántica. Sin embargo, después de escuchar cómo ella profesaba su amor por Garrett, Julian se había dado cuenta de que si hablaba en serio, y aparentemente así era, tendría que ayudarla.

Iba a ayudarla a darse cuenta de que no estaba enamorada de Garrett Gage.

–Creo que podremos tener a Garrett donde queremos aproximadamente en un mes –le aseguró por fin, mirándola profundamente a los ojos en un intento de descubrir lo enamorada que se creía.

Molly enrojeció de excitación, dio un salto hacia delante y abrazó a Julian con fuerza mientras le daba un beso en la mejilla.

–Eres el mejor, Jules. Muchas gracias.

Cuando los delgados y esbeltos brazos de ella le apretaron la cintura, Jules se tensó por completo. Estaba desnudo de cintura para arriba y, de repente, sentía a Molly en todas las partes donde no quería sentirla. Cálida y maravillosa.

Lo peor de todo fue cuando ella giró el rostro hacia el cuello y susurró:

–Eres lo mejor de mi vida, ¿lo sabes, Jules? Jamás sabré cómo darte las gracias adecuadamente por todo lo que haces...

¿Hablaba en serio? Las ideas que aquellas palabras le habían metido en la cabeza estaban muy, pero que muy mal. No pudo relajarse ni un poco hasta que ella se separó de él. Entonces, dejó escapar un largo suspiro y, evitando mirarle a los ojos, gruñó:

–No me des las gracias todavía, Molls. Veamos cómo va todo, ¿no te parece?

–Irá estupendamente, Julian. Lo sé. Antes de que termine el mes, probablemente tendré en el dedo un anillo de compromiso.

Julian puso los ojos en blanco. No se podía creer que aquello estuviera ocurriendo de verdad.

–Bueno, no creo que debas llamar al organizador de bodas todavía, ¿de acuerdo? Solo tienes que recordar que, durante este mes, estás conmigo. Además, nena, esto no le va a hacer mucha gracia al resto de la familia.

Ella frunció el ceño y se plantó las manos en las caderas.

–¿Y por qué no? ¿Acaso no soy lo suficientemente buena para ti?

–No, Molls, soy yo –susurró él mirando por la ventana. Sentía un enorme peso en el pecho–. Pensarán que soy yo el que no es lo suficientemente bueno para ti.

Capítulo Dos

 

–Me estás mintiendo, canalla. ¡Lo sé!

Julian se reclinó en su butaca y contuvo una sonrisa mientras observaba cómo su hermano caminaba de un lado a otro por la elegante sala de reuniones del San Antonio Daily.

–Hermano –replicó Julian–, sé que soy más joven que tú, pero no te olvides de que soy más fuerte y de que te tiraré al suelo si me sigues cabreando.

–Entonces, básicamente estás admitiendo que te estás acostado con nuestra pequeña Molls.

–Yo no he dicho eso. Lo que te he dicho es que estamos saliendo y que se va a venir a vivir conmigo –dijo. Esto último era algo de lo que Julian no había hablado con Molly, pero, de repente, le había parecido una buena idea. Cuando el rostro de Garrett adquirió el color de un tomate maduro, Julian comprendió que había dado en el blanco.

Julian y Molly habían acordado unas reglas básicas el día anterior. No saldrían con otras personas, una buena dosis de muestras de afecto en público cuando estuvieran con familiares o desconocidos y que ninguno de los dos revelaría nunca a nadie que su relación romántica había sido falsa.

A Julian le parecía bien. De hecho, le habría parecido bien cualquier cosa que significara apretarle las clavijas a Garrett. No tenía nada en su contra, a excepción de que era demasiado honorable y que desde que Landon se marchó de luna de miel parecía creer que llevaba el peso del mundo sobre los hombros. Al menos, en lo que se refería a los asuntos familiares.

Los tres hermanos se querían mucho, pero Julian llevaba mucho tiempo esperando una oportunidad para vengarse de Garrett. Mucho tiempo.

La noche anterior Julian no había podido pegar ojo pensándolo. En aquellos momentos, se tomó un instante para disfrutar el hecho de que el rostro de su hermano estuviera tenso.

Por fin, Garrett se detuvo y se apoyó en la mesa.