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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Michelle Douglas

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Mi nueva familia, n.º 102 - abril 2014

Título original: The Cattleman’s Reddy-Made Family

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas

propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4319-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

¿Está buscando un cambio? ¿Anhela el aire fresco y el canto de los pájaros? ¿Disfruta de los productos frescos? ¿Busca un ritmo de vida más tranquilo? ¡Alquile una casa de labranza por un dólar a la semana!

Si a su familia le gusta vivir en comunidad, ¿por qué no alquilar una casa de labranza por un dólar a la semana en la maravillosa localidad de Bellaroo Creek?

Podemos prometerle un nuevo comienzo y la genuina hospitalidad del campo.

 

Cam Manning fue desde la valla hasta la granja vacía y volvió sobre sus pasos. Consultó el reloj. La segunda manecilla no se había movido mucho desde la última vez que lo miró. Soltando una palabrota, se dejó caer en el banco que había bajo uno de los baobabs que ocultaban la casa de labranza del resto de la granja y tamborileó el tronco con los dedos.

¿Dónde estaba aquella mujer?

Los tablones del banco, que necesitaban unos nuevos clavos, le hacían daño en la espalda. Habría sido más cómodo sentarse en el porche, pero desde donde estaba la fronda le ocultaba. Y le daba la oportunidad de observar a sus nuevos inquilinos sin ser visto.

Cam torció el gesto. Si es que aparecían.

Sinceramente, no le importaba mucho si se presentaban o no. Lo único que quería era tener la firma de Tess Laing en el contrato para poder volver a marcharse de allí. Tenía trabajo. Mucho trabajo.

Se inclinó hacia delante y colocó las manos bajo la barbilla mientras contemplaba la casa de labranza. Ahora que tenía el ganado controlado en la zona oeste de la propiedad y que el capataz Fraser y él se habían ocupado de las ovejas y la recolecta del trigo, lo único que quedaba era el contrato del aceite de canola.

Necesitaba cerrar aquel trato.

Una vez hecho, sería libre de salir de aquel lugar dejado de la mano de Dios. Podría sacudirse el polvo de los venenosos recuerdos que no solo le invadían de noche, sino también cuando estaba despierto.

Se levantó de un salto. Una amargura familiar le atravesó la lengua y la negrura de la traición lo atrapó como si fuera una camisa de fuerza. Por primera vez en su vida entendió que su padre se hubiera retirado del mundo.

Dejó escapar un suspiro y miró el reloj. Las tres y media de la tarde. La mujer había dicho que llegaría entre las dos y las tres. Agitó la mano en el aire. Suerte que no era empleada suya.

Suerte para ella, obviamente. Apartó la vista de las cuarenta hectáreas de tierra mejorada que se extendían tras la casa de labranza. Una tierra en la que había estado trabajando dolorosamente durante los dos últimos años. Y ahora...

Agarró el contrato que había dejado en el banco, lo enrolló y se dio unos golpecitos en las piernas con él. Cuando estuviera firmado podría sacudirse el polvo de Bellaroo Creek para siempre. Después, su madre lidiaría con los nuevos inquilinos.

Les deseaba buena suerte.

Caminó un poco más. Se dejó caer en el banco y mantuvo la mirada fija en el camino y no en aquellas polémicas cuarenta hectáreas. Finalmente apareció un coche al final del camino de tierra. Avanzaba muy despacio. Era un monovolumen.

Cam no se movió de su escondite entre las sombras. Pero tenía todos los músculos en tensión. Aspiró con fuerza el aire y trató de hacer acopio de paciencia. Le explicaría la confusión no intencionada a Tess Laing. Le explicaría que, debido a un error, sus cuarenta hectáreas habían sido incluidas en el arrendamiento de la casa. Conseguiría que firmara y recuperaría ese terreno. Fin de la historia.

Si la confusión hubiera sido un error humano... Sintió la bilis en la garganta. La sinceridad y su familia no iban necesariamente de la mano. Esperaba una traición por parte de su hermano Lance. Pero su madre... ¿habría sido capaz?

Tanto si era un error como si no, él necesitaba la tierra. Y la recuperaría. Hablaría con aquella mujer para disuadirla de cualquier ridícula idea que pudiera haberse hecho sobre llevar una granja. Le ofrecería un precio justo por recuperar la tierra. Haría lo que hiciera falta. Apretó el contrato con la mano. Cuando tuviera su firma, se ocuparía del asunto del aceite y luego sería libre para viajar hacia los lejanos horizontes de África.

Lance, Fiona y su madre podían ahogarse o nadar solos.

El coche llegó finalmente a la casa de labranza y se detuvo. Cam apoyó los codos en las rodillas y entornó los ojos. ¿Se trataría de una mujer de negocios o de una hippy de espíritu libre?

Se abrieron tres puertas del coche y salieron tres pasajeros como si fueran burbujas de gas embotellado. Una mujer y dos niños. Todos corrieron hacia la parte delantera del coche y se balancearon sobre los pies como si llevaran demasiado tiempo allí metidos.

Cam observó a la mujer. No parecía una ejecutiva. Ni tampoco parecía una hippy amante de la naturaleza. Parecía...

Con la falda de cuadros escoceses, las medias negras y las botas Doc Martens le recordaba a una mariquita. Sin embargo, sus movimientos eran como los de un gorrión, elegantes, sutiles... frescos. ¡No tenía edad para ser madre de dos hijos!

Centró la atención en los niños, un chico de unos siete años y una niña uno o dos años más pequeña. Recordó que su madre había mencionado que tenían una edad conveniente para la escuela. Aquella era la razón principal por la que el comité había escogido a aquella familia entre la marea de aspirantes.

Tal vez fueran convenientes para la escuela, pero en aquel momento eran un desastre para él.

Finalmente sonrió al ver cómo la mujer se sacudía los brazos y las piernas como si llevara demasiadas horas en el coche. Sí, era todo un paseo desde Sídney hasta Bellaroo Creek. Luego se acercó a la valla y puso las manos en ella con un niño a cada lado. Su oscuro cabello brillaba bajo el sol de otoño.

El niño la miró con cara de indecisión.

–¿Qué te parece? –volvió a mirar a la casa de labranza–. ¿Sabías que sería así?

Cam apretó los labios al escuchar el tono de desilusión del niño. La pequeña se acercó más a la mujer, como si buscara que la tranquilizara. Cam estiró la espalda. Si no les gustaba el sitio estarían encantados de devolverle todo. Eso resolvería el asunto.

–No tenía ni idea de cómo iba a ser.

Su voz sonaba a música.

Sonrió a los niños y luego entrelazó las manos bajo la barbilla.

–Pero creo que es perfecta –se arrodilló en el suelo y pasó un brazo por el hombro de cada uno.

La niña se apretó contra ella.

–¿De verdad? –el niño también se apoyó contra ella.

–¡Sí!

Cam se preguntó de dónde sacaba tanto entusiasmo. Era de la ciudad. ¿Qué sabía de la vida del campo?

A menos que supiera lo de las cuarenta hectáreas con antelación y conociera su valor. A menos que Lance hubiera contactado con ella de algún modo. A menos...

–Mira qué grande es el jardín. Será perfecto cuando hayamos cortado el césped y recortado ese seto de... –lo señaló con la cabeza; estaba claro que no quería soltar a los niños.

–No sabes qué es –la acusó el niño.

–No tengo la menor idea –reconoció ella con una de las sonrisas más radiantes que Cam había visto en su vida–. Pero, ¿verdad que será divertido averiguarlo?

–Supongo que sí.

–Y pensad en lo bonita que quedará la cabaña cuando la hayamos pintado.

¿Iba a pintar la casa?

–¡Rosa!

–¡Azul!

–¡Crema! –la joven sonrió a los niños–. Lo echaremos a suertes.

Cam confiaba en que aquello fuera una broma.

La niña empezó a saltar.

–¡Podemos tener pollos!

–¡Y un perro! –el niño empezó a saltar también.

–Y un limonero, y cortinas para las ventanas –la mujer se rio–. ¿Y que más?

–¡Y viviremos felices para siempre! –exclamaron los tres a la vez.

Cam se dio cuenta de que no podía apartar los ojos de ellos.

No era más que una casa en un terreno. Pero se dio cuenta de lo que aquella propiedad significaba. Un nuevo comienzo. Y él sabía exactamente lo que eso quería decir.

La mujer dio una palmada al aire.

–Creo que deberíamos cantarle nuestra canción a nuestra nueva casa.

Y empezaron a cantar. Los niños desafinaban un poco, pero les gustaba tanto la canción y se sonreían de tal modo que Cam no pudo evitar sonreír.

–La casa ahora nos quiere –susurró la niña.

–Creo que tienes razón.

–Me encanta el porche –afirmó el pequeño.

Y Cam supo que aquella era su manera de decir que aprobaba la casa... y su nuevo comienzo.

La mujer sonrió otra vez y Cam tuvo que revolverse en el banco.

–De acuerdo –dijo ella sacudiéndose el polvo de las manos–. Lo que necesitamos ahora es la llave.

Aquel era su turno.

No había sido su intención quedarse allí tanto tiempo observándolos sin hacerse notar. Solo pretendía hacerse una idea de cómo eran sus nuevos inquilinos. Pero se sentía más confundido que nunca.

–Ahora es cuando aparezco yo.

Los niños dieron un respingo ante su abrupta declaración, y Cam lamentó no haberse aclarado la garganta antes de hablar para advertirles de su presencia.

La niña se escondió detrás de la mujer agarrándole la falda. El niño vaciló un instante antes de colocarse delante de ella, pálido y con los puños apretados, pero dispuesto al parecer a protegerla. Fue un acto de valor sencillo que desarmó completamente a Cam.

La mujer revolvió el pelo del pequeño y lo atrajo hacia sí. Mantuvo un tono de voz alegre y sólido.

–Ah, tú debes de ser el emisario del pueblo.

–Tengo tu llave.

–¡Gracias a Dios! –la mujer se puso en jarras cuando Cam salió más a la luz–. Qué alto eres. Seguro que eres de gran ayuda para tu madre.

Los dos niños se relajaron al instante, y Cam mantuvo la sonrisa mientras se acercaba lentamente a ellos.

–En realidad, soy tu casero. Me llamo Cam Man-ning.

Ella frunció el ceño.

–Creí que Lorraine...

–Es mi madre.

–Ah –ella asintió y sonrió–. La madre a la que sirves de gran ayuda, claro.

Aquella afirmación era de todo menos cierta.

–Soy Tess, y estos son Ty y Krissie. Encantados de conocerte.

La joven le tendió la mano y Cam se movió unos metros para estrechársela. Con aquel pelo tan oscuro, casi negro, pensó que sería pálida de piel, pero la tenía de un tono dorado como la miel. Deslizó la palma en la suya, suave y fresca. Los ojos marrones y grandes de Tess le observaron fijamente sin disimulo.

Olía a caramelo y a días frescos, y cuando Cam se apartó por fin se dio cuenta de que el corazón le latía con fuerza.

–¿Sabes montar a caballo? –le preguntó Ty con tono emocionado.

–Sí.

–Yo quiero ser vaquero de mayor.

–Entonces has venido al sitio perfecto –afirmó Cam, aunque no podía creer que hubiera dicho aquello. Su intención no era ser tan amable. Quería ser brusco y profesional.

Era alto y fuerte. Y sin embargo, aquel niño pequeño se había enfrentado a su miedo a él, y Cam no podía pasarlo por alto.

–Tía Tess –la niña tiró de la manga de la mujer–. Tengo que entrar.

¿Tía? ¿No era su madre?

–De acuerdo –Tess le miró expectante–. ¿La llave?

Cam recordó que estaba considerando la posibilidad de decirles que se marcharan. El contrato que había dejado en el banco se agitaba bajo la brisa. Pensó en la valentía de Ty y en la emoción de Krissie respecto a los pollitos, y en el modo en que Tess había calmado el miedo de los niños con una canción.

Un nuevo comienzo. Él conocía muy bien aquel anhelo.

Sacó la llave del bolsillo y se la dio.

Los tres corrieron hacia la puerta de la antigua casa de labranza. Cam agarró el contrato y se quedó de pie bajo el baobab. Aspiró con fuerza el aire. De acuerdo, la casa le daba igual. No tenía planes para ella. Pero las cuarenta hectáreas sí le importaban, y necesitaba la firma de Tess en la línea de puntos.

Y no iba a marcharse hasta tenerla.

Les siguió hasta el interior de la casa.

–¡Mis maletas aquí! –gritó Ty desde el pasillo que había a la derecha–. Da al frente de la casa y así puedo ver quién viene, y eso está bien porque soy el hombre de la casa.

Aquello hizo que Cam sonriera otra vez, pero al instante recordó cómo había palidecido el niño al verle aparecer sin avisar.

Se escuchó el sonido del agua del baño corriendo y luego Krissie salió también al pasillo.

–Tía Tess, esta es tu habitación. Y la otra es la mía, porque está justo al lado.

Cam dejó escapar un suspiro y miró a su alrededor. Tal vez el jardín necesitara un repaso, pero las mujeres del comité «Salvemos el pueblo» habían limpiado la casa hasta el último rincón. El mobiliario estaba desparejado y se favorecía la comodidad frente a la elegancia, pero no había ni una mota de polvo a la vista.

–¿Café? –exclamó Cam para que Tess supiera que les había seguido hasta el interior de la casa.

–¡Excelente idea! –respondió ella también a gritos.

Cam entró en la cocina y puso agua a hervir. La casa de labranza no era ni mucho menos elegante, pero tenía un cierto encanto hogareño. Le daba la impresión de que Tess la convertiría en un hogar en un abrir y cerrar de ojos.

¿De qué diablos estaba hablando? Sacudió la cabeza. Ya la había convertido en un hogar, y no estaba seguro de cómo lo había hecho. Hacía falta algo más que una sonrisa y una canción para transformar una casa en un hogar.

¿Verdad?

Salió por la puerta de atrás. El contrato le quemaba en la mano cuando bajó los escalones para contemplar aquellas cuarenta hectáreas mágicas. Tess iba a pagar un dólar a la semana por el alquiler de todo. Aquello era suficiente para que un hombre adulto se echara a llorar.

Cam estiró la espalda. Tenía que cumplir con el contrato del aceite de canola. Había dado su palabra, y no permitiría que nadie se lo robara. Apretó los labios. No le cabía la menor duda de que una persona en particular de Bellaroo Creek intentaría hacer exactamente eso, pero ¿formaría parte su madre de aquel engaño?

–Será mejor que quites esa cara ahora mismo o Ty y Krissie tendrán pesadillas durante un mes.

Cam parpadeó y se encontró a Tess delante de él tendiéndole una taza. Frunció el ceño.

–Se suponía que yo tenía que hacer el café –su intención era mostrar algo de la hospitalidad lugareña antes de bombardearla con sus exigencias. Además, tenía ojeras bajo aquellos maravillosos ojos. Si había salido de Sídney, llevaría más de ocho horas al volante.

Lo menos que podía hacer era prepararle una taza de café. Y cortar el césped. Y recortar el seto.

–Da igual. Y lo siento, le he puesto leche sin pensar. Si quieres azúcar...

–No, está perfecto así –se apresuró a decir él–. Gra-cias.

Ella apretó los labios.

–No me dio la impresión de que fueras de los que toman el café con azúcar.

¿Qué se suponía que quería decir aquello?

Tess se quedó mirando los campos y aspiró con fuerza el aire.

–¡Oh, Dios mío, mira todo esto!

A Cam se le tensaron todos los músculos.

–Vives en una zona maravillosa, Cameron.

–Cam –la corrigió él con voz ronca. La única persona del mundo que le llamaba Cameron era su madre–. Pero tienes razón –señaló con la cabeza hacia los campos–. Es precioso.

Y debería ser suyo por derecho. Se giró hacia ella.

–Hay algo que...

–Quiero disculparme por haber llegado tarde.

Cam parpadeó ante la interrupción.

–No pasa nada.

–Me confundí de desviación al salir de Parkes. Me dirigí hacia Trundle en lugar de hacia Bellaroo Creek.

–Eso está en la otra dirección.

–Eso nos dijo el hombre del tractor.

Cam abrió la boca para volver a hablar. Pero ella señaló hacia atrás con una sonrisa contagiosa.

–¿Sabes que alguien nos ha dejado una tarta?

Él no pudo evitar esbozar una media sonrisa ante su alegría.

–Ha sido mi madre. Conozco bien su tarta de pasas. Es su especialidad.

–Entonces, debes quedarte a tomar un trozo.

Cam recuperó la rigidez.

–Mira, hay algo de lo que tenemos que hablar.

Tess alzó la mirada al escucharle y le dio un sorbo a su café.

–¿Sí?

–Se trata de esta tierra –la señaló con la mano.

–¡Vaya! ¡Mira qué grande es el jardín! –Ty y Krissie bajaron corriendo los escalones para salir al jardín.

Cam dio un respingo al ver lo crecido que estaba todo.

–¿Qué árbol es ese, tía Tess?

Ella se cubrió los ojos con la mano y miró hacia donde Krissie señalaba.

–Dímelo, por favor –murmuró hacia Cam sin vocalizar apenas.

–Es un limonero –respondió él en voz baja conteniendo la risa.

Tess se giró y le sonrió. Aquello provocó algo en su interior, algo frío y caliente al mismo tiempo. Antes de que pudiera reaccionar de un modo u otro, Tess dejó la taza de café en el suelo y se acercó al limonero con los brazos extendidos, como si quisiera abrazar al árbol y a los niños a la vez.

–¡Es un limonero!

Los niños gritaron de júbilo. Los tres empezaron a enumerar todo lo que podrían hacer con los limones: limonada, mantequilla de limón, tarta de limón y merengue, pollo al limón, té de limón... como si fuera una letanía que se supieran de memoria. Como si aquella lista ayudara a que el mundo fuera un lugar mejor.

Y al mirarles, Cam pensó que tal vez lo fuera.

–¿Dónde vive usted, señor?

Cam miró a Krissie, con sus rizos rubios y aquellos grandes ojos marrones idénticos a los de Tess y recordó el respingo que había dado cuando le vio por primera vez. Sonrió.

–Puedes llamarme Cam –dijo tratando de suavizar el tono de voz–. Si a tu tía le parece bien.

Tess asintió, pero Cam fue consciente de que le estaba mirando como si fuera una osa protegiendo a sus cachorros.

–Mi casa se ve desde aquí –señaló hacia los baobabs que había al lado de la valla y luego más allá de los campos, donde estaba su casa.

–Vaya –murmuró Ty–. Es muy grande.

Y lo era. La mansión de piedra era un motivo de orgullo local.

–El tatarabuelo de mi abuelo fue uno de los primeros colonos de la zona. Su hijo construyó esa casa.

–¿Esto es una granja?

–Así es. Se llama estación de los baobabs por los árboles que tiene. Mide seis mil hectáreas –no estaba presumiendo, era un hecho real.

–¿Y qué cultivas?

Aquella pregunta venía de Tess. La miró durante un instante. Confiaba de corazón que no tuviera intereses en aquel campo.

–Sobre todo trigo, y también tengo vacas y ovejas –y en cuanto recuperara sus cuarenta hectáreas se dedicaría también a la canola. La diversificación aseguraría el futuro de Kurrajong. Y una vez que todo estuviera encauzado, él podría marcharse.

Para siempre.

–¿Podemos jugar en esos campos? –Ty le miró esperanzado.

Cam contuvo un suspiro. En principio no tenía nada en contra de los planes de «Salvemos nuestro pueblo». Aunque él ya no quisiera seguir viviendo en Bellaroo Creek, la prosperidad de sus tierras dependía en cierto modo de que el pueblo siguiera existiendo. Aunque en términos prácticos... a él le gustaba preservar su intimidad.

Pero solo eran unos niños. No perturbarían demasiado su paz. Y además, le daba la impresión de que aquellos niños necesitaban más cariño que los demás. En lugar de decir que en aquella zona no se podía entrar, se escuchó a sí mismo decir:

–Será mejor que conozcáis primero al perro.

A Ty se le iluminó la cara.

–¿Tienes perro? ¿Cuándo podemos conocerlo?

Cam se metió las manos en los bolsillos y miró a Tess.

–¿Mañana?

Ella asintió.

–Perfecto.

Su cabello oscuro brillaba bajo el sol y tenía los ojos increíblemente grandes. Cam se dio una patada mental a sí mismo y volvió a centrarse en los niños.

–Quiero que me prometáis los dos una cosa. No entraréis en los campos si veis vacas o maquinaria pesada. Podría ser peligroso.

Los niños alzaron la vista y le miraron con excesiva solemnidad para su edad antes de asentir.

Dios, no había sido su intención asustarles. Sonrió.

–Solo queremos asegurarnos de que estáis a salvo, ¿de acuerdo?

Ellos volvieron a asentir.

–Y tampoco deberíais salir de vuestro jardín sin avisar antes a la tía Tess.

 

 

Tess observó a Cam mientras hablaba con los niños. Su mal humor inicial ocultaba al parecer una ternura natural hacia los que eran más pequeños que él. Aunque seguramente no había muchos que fueran más grandes. Cuanto más le miraba, más calor sentía por dentro.

Se sacudió aquella sensación. Quería que aquello saliera bien. Quería pensar que todo el mundo en Bellaroo Creek tendría en cuenta lo mejor para los intereses de Ty y Krissie. Pero no permitiría que aquella esperanza la apartara del camino. Demasiadas cosas dependían de que tomara las decisiones correctas. Tragó saliva y sintió una punzada en el corazón al recordar la reacción de los niños cuando Cam les sobresaltó, su miedo instintivo y su recelo.

Apretó las manos. «Por favor, por favor, que mudarse a Bellaroo Creek haya sido la decisión correcta. Por favor, por favor, que los niños aprendan de nuevo a confiar. Por favor, Dios, ayúdame a que vuelvan a sentirse queridos y a salvo».