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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Marie Rydzynski-Ferrarella

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Te conquistaré, n.º 25 - abril 2014

Título original: Lassoing the Deputy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4338-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

Había estado a punto de no verla.

La carta había llegado a primera hora de la tarde junto con un montón de publicidad, folletos y catálogos que le ofrecían desde carne, que le llevarían directamente a su apartamento de Beverly Hills, a juguetes y artilugios que «solo un profesional exigente podía apreciar» o, ya puestos, pagar.

Los lanzó todos al cubo de la basura, pero falló el tiro y algunos cayeron al suelo de la cocina.

Los recogió para tirarlos, y fue entonces cuando vio la carta de su abuelo, oculta entre dos catálogos.

Estuvo a punto de no abrirla.

Quería mucho a su abuelo. Harry Taylor era el único pariente que le quedaba y la mejor persona que conocía, pero el agujero negro en que su nieto había caído hacía cuatro meses era cada vez más profundo.

Quería que su dolor y su sentimiento de culpabilidad acabaran de una vez.

Otro tal vez se hubiera perdonado a sí mismo por lo sucedido, pero él era incapaz de hacerlo, y últimamente la carga le resultaba demasiado pesada.

De todos modos, la carta continuaba reclamándolo.

Su abuelo, que se negaba en redondo a tener algo que ver con «tonterías modernas» como los ordenadores o Internet, prefería comunicarse a la antigua usanza, con pluma y papel.

Con la carta en la mano, Cash Taylor sonrió por primera vez desde hacía semanas pensando con afecto en el anciano que la había escrito.

Su abuelo siempre había respondido cuando lo había necesitado. Los había acogido en su casa a su madre y a él al morir su padre en un accidente, y había sido su tutor al morir su madre un año después, víctima de un cáncer.

Era un hombre sencillo, honrado y trabajador que no sabía nada de lo sucedido ni de lo que ocurría en la vida de su nieto.

Cash recordó, y no era la primera vez, que los años vividos en el rancho, en el pueblo de Forever, habían sido los mejores de su vida.

Abrió la carta con precaución. Era muy corta, ya que su abuelo no se entusiasmaba con sus propias palabras.

 

Voy a casarme otra vez. ¡Con la señorita Joan! ¿Te lo puedes creer? He conseguido vencer su resistencia. La boda será dentro de tres semanas. Sé que estás muy ocupado, pero me haría mucha ilusión que estuvieras aquí conmigo. Te echo de menos.

Tu abuelo

 

Eso era todo.

Cash metió la carta en el sobre con pesar. Ansiaba recobrar lo que había tenido.

–Yo también te echo de menos, abuelo –susurró–. Más de lo que te imaginas.

En los años que había vivido con el anciano, este nunca le había pedido un favor. Pero en aquella invitación lo hacía por primera vez: le rogaba que acudiera a la boda.

Cash miró la pistola que había comprado esa semana para acabar con su dolor.

La misma, pensó entonces, que causaría dolor a su abuelo.

Después de todo lo que el anciano había hecho por él, de su amabilidad, amor y paciencia, no podía pagárselo suicidándose.

No sería justo.

Agarró el arma, se dirigió al lujoso dormitorio y la metió en el cajón inferior de la cómoda.

No podía decepcionar a su abuelo.

Iría a la boda, y ya tendría tiempo de hacer lo que tenía que hacer cuando volviera.

Solo más tarde se daría cuenta de que la invitación era un salvavidas al que se había aferrado con ambas manos.

Su abuelo lo había salvado por segunda vez.

Capítulo 1

 

El sheriff Rick Santiago se detuvo al volver de servirse un café. Dirigió una mirada pensativa a su única ayudante femenina, Alma Rodríguez, que tenía una expresión extraña y parecía estar muy lejos de allí.

Llevaba así desde el día anterior, lo cual no era normal en aquella mujer de pelo negro, siempre sonriente.

No estaba habituado a ver la tristeza en sus ojos castaños.

–¿Te encuentras bien, Alma?

Los pensamientos de Alma volvieron a la oficina del sheriff, y ella intentó prestar atención a su jefe.

–Claro. ¿Por qué?

–No sé. Pareces un poco... ida –afirmó el sheriff, a falta de una palabra mejor para describir lo que llevaba dos días contemplando.

–No, estoy bien –respondió ella con un exceso de entusiasmo. Gracias por preguntar –añadió, con la esperanza de que Rick volviera a su minúsculo despacho, similar a un armario para guardar escobas, y ahí cesaran las preguntas.

En condiciones normales le hubiera encantado hablar con su jefe, un hombre al que admiraba y que, además, le caía bien.

Forever era un tranquilo pueblo de Texas en el que no había mucho que hacer salvo cuando los devotos del alcohol bajaban la calle tambaleándose por haber bebido más de la cuenta o cuando el gato de la señorita Allen se subía de nuevo a un árbol del jardín.

Con respecto a la señorita Elisabeth, hacía más de un año que no andaba por la calle en camisón.

En Forever, el delito estaba de capa caída, por lo que a Alma le sobraba el tiempo para pensar en cosas que no quería.

Como el regreso de Cash Taylor, aunque fuera por poco tiempo.

No estaba preparada.

Harry Taylor le había comunicado alegremente el día anterior que su nieto iría a la boda.

A Alma se le había formado un nudo en el estómago, y allí seguía.

–Te lo pregunto –prosiguió Rick– porque, aparte de la cara de preocupación que tienes, el café que has hecho esta mañana está muy cargado. No me importa, y creo que a Joe tampoco –dijo refiriéndose a su cuñado, Joe Lone Wolf, que también era su ayudante–. Nos gusta muy fuerte, pero es posible que Larry te amenace con demandarte –esbozó una sonrisa al referirse a su tercer ayudante, Larry Conroy, cuyos modales dejaban mucho que desear–. Y eso después de que se levante del suelo y deje de ahogarse y de farfullar.

Se detuvo un momento y respiró hondo.

–Creo que has puesto el doble de café –apuntó el sheriff amablemente, como si se tratara de un error habitual–. Como sé lo cuidadosa que eres, me parece que estabas distraída.

Rick la miró a los ojos del modo que empleaba para que los ladrones de caramelos de diez años confesaran al instante. Le había funcionado muy bien con los pocos sospechosos que había tenido que interrogar.

–¿Quieres desahogarte, pero se trata de algo que no te apetece contar en casa?

La familia de Alma estaba compuesta por cinco hermanos varones y el padre, y la vida hogareña no era muy femenina. A Alma no le importaba, ya que ella tampoco lo había sido en exceso. Era competitiva y le encantaba ganar a sus hermanos en lo que fuera. Pero había momentos en que echaba de menos tener a una mujer con la que hablar y a la que confiarse. Eran pocos, pero se daban.

Como en los dos días anteriores.

Rick había percibido el cambio en ella, una diferencia en su actitud. Estaba ausente.

–Lo que quiero decir –prosiguió él al ver que no obtenía respuesta– es que puedes hablar conmigo cuando quieras, aquí o fuera de aquí.

Ella esbozó una leve sonrisa.

–Ya lo sé, y te lo agradezco –trató de parecer más animada–. Pero no me pasa nada, de verdad.

Rick se dio cuenta de que se resistía, por lo que no siguió presionándola.

–Salvo el error del café.

–Salvo eso –reconoció ella–. Lo siento –dijo mientras se levantaba–. Voy a tirarlo antes de que Larry lo pruebe.

–Buena idea.

Rick se dirigió a su despacho. Era la primera vez que Alma le había mentido. Pero, cuando estuviera dispuesta a hablar, él estaría allí para escucharla.

Pensó, mientras se sentaba a su escritorio y miraba la foto de su esposa y de su hija, que Alma se sentiría mejor si hablara con Olivia, por lo que se le ocurrió que podía enviar a su esposa a verla con cualquier pretexto para que después le propusiera que fueran a comer juntas. Había algo que preocupaba a su ayudante, y estaba dispuesto a averiguarlo como fuera. No le gustaba ver sufrir a los demás.

Alma vació la cafetera en el fregadero de la minúscula cocina y, mientras lo hacía, tuvo que reconocer que el café parecía barro, y se dijo que prestaría atención al preparar otra cafetera.

Había sido una estúpida al perderse de aquel modo en sus pensamientos. No era propio de ella, que podía hacer tres o cuatro cosas a la vez.

El sheriff tenía razón, se dijo mientras medía la cantidad exacta de café. Esa mañana había puesto el doble. Era inaceptable distraerse de ese modo.

Era cierto que en aquel pueblo no había que estar constantemente alerta como en las grandes ciudades. No se producían situaciones de vida o muerte, salvo en la época de los incendios. Pero eso no era una excusa.

Cash la estaba trastornando, y eso que aún no había llegado. ¿Qué le sucedería cuando estuviera allí?

«Todo saldrá bien, ¿me oyes?», pensó.

Aunque no fuera la época de los incendios, a ella se lo pareció. Aunque aquel era un fuego distinto, porque lo que ardía era su corazón.

Contó las tazas de agua que añadió al café, no fuera a ser que se volviera a equivocar y todos en la oficina tuvieran que salir corriendo, con retortijones, a la clínica del doctor Davenport.

«Tienes que controlarte, Alma. Solo es un hombre. Lo más probable es que Cash esté gordo y casado y que no se parezca en nada a como lo recuerdas. Así que deja de pensar en él», se ordenó a sí misma.

Pero no conseguía quitarse de la cabeza su rostro la última vez que habían estado juntos, justo antes de que él se marchara de Forever y la dejara para siempre.

–¿Estás bien, Alma?

Esa vez era Joe Lone Wolf. Ella se sobresaltó al darse cuenta de que estaba a su lado. No lo había oído llegar, pero Joe era un indio navajo, por lo que caminaba sin hacer ruido alguno.

–Sí –dijo ella, enfadada–. ¿Por qué lo preguntas?

–En primer lugar, porque tienes el ceño fruncido. Creo que no te lo había visto hacer antes. Por eso he pensado que te pasaba algo y que tal vez te pudiera ayudar –señaló la cafetera con la cabeza–. ¿Ya está listo?

–Faltan un par de minutos –replicó ella, aliviada por poder cambiar de tema.

Tenía que dejar de estar a la defensiva, ya que lo único que hacían Rick y Joe era preocuparse por ella.

A diferencia de Cash.

–Y no me pasa nada –mintió. Ya era la segunda mentira del día, y se preguntó dónde estaría el límite.

¿Dos mentiras?

¿Diez?

¿Doscientas?

–Solo estaba pensando en lo que le iba a regalar a la señorita Joan por la boda.

–No dejes fuera a Harry –dijo Larry uniéndose a la conversación al entrar en la cocina–. Van a ser una pareja: la señorita Joan y Harry.

El joven ayudante negó con la cabeza.

–La señorita Joan casada. Vaya. Se me hace difícil verla así –se sirvió una taza de café–. Me pregunto si subirá los precios después de la boda.

Alma no veía la relación.

–¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

Larry se sirvió cuatro cucharadas de azúcar, y Joe se estremeció al pensar en todo ese dulzor.

–Bueno, va a comenzar una vida de casada, lo que significa que querrá tener muchas cosas nuevas, que cuestan dinero, y su fuente de ingresos es la cafetería. La señorita Joan subirá los precios, ya lo verás, y tendré que traerme los sándwiches de casa.

–Para eso tendrás que aprender a preparártelos –afirmó Joe en voz baja.

Larry pareció no haberle oído, pero sí oyó las protestas de Alma, que tenía un lugar especial reservado en el corazón para la señorita Joan. La mujer le había dado trabajo en la cafetería cuando tenía quince años para que, junto con sus hermanos, pudiera ayudar a su padre a pagar el coste médico de tratar de prolongar la vida de su madre. Alma sabía que la señorita Joan le había pagado más del sueldo habitual.

–La señorita Joan no va a hacer eso –insistió–. No es de esas. Además, ya tiene todo lo que necesita, en la cafetería o en casa.

–Y Harry no ha estado viviendo en un árbol todos estos años –apuntó Joe apoyando a Alma.

Larry probó el café y le añadió crema de leche.

–Es cierto. Tiene el rancho y la casa.

La casa en la que Cash había vivido ante de marcharse para ir a la universidad, antes de dejar a Alma.

Esta lanzó un grito cuando tocó la cafetera con el dorso de la mano. Disgustada consigo misma, apretó los labios mientras la retiraba.

–Te vas a quemar la mano –la previno Larry cuando ya era tarde.

–Ya lo ha hecho –observó Joe. Agarró la mano de Alma–. Ponla debajo del agua fría, primero, y después te pondré una cataplasma que...

Ella retiró la mano. Lo único que le faltaba era que la cuidara como si fuera una doncella en apuros.

«Contrólate de una vez», se repitió.

–Estoy bien, de verdad –le dijo a Joe. Levantó la cabeza y vio que Rick había entrado en la cocina, probablemente atraído por su grito, que la había dejado en ridículo. Se había esforzado mucho para que la respetaran, y en cuestión de minutos estaba perdiendo el terreno ganado.

Aquello tenía que acabar.

–Dejadme tranquila.

–Lo haremos cuando dejes de comportarte como si esperaras que se te apareciera el fantasma de la Navidad en cualquier momento –dijo Rick.

Ella pensó que Rick lo sabía, y que lo más probable era que Joe también. Debía guardarse sus sentimientos para sí misma y no exponerlos a la vista de todos.

Y que la compadecieran.

–No espero ver espíritu alguno. Estoy un poco preocupada, eso es todo. Vosotros también lo estáis en determinados momentos.

–Sí, pero eres Alma, y no haces esas cosas –dijo Joe con voz tranquila–. Eres la que nos tiene a raya.

–El elogio es una buena manera de distender la situación –comentó Rick mientras Alma se metía en el servicio para poner la mano bajo un chorro de agua fría.

–Con Mona funciona.

Rick se echó a reír.

–Pues voy a intentarlo con Olivia la próxima vez que se enfade.

Larry hizo un gesto negativo con la cabeza.

–Sois los dos unos calzonazos.

–No, somos considerados –apuntó Joe.

–E inteligentes –añadió Rick–. Se cazan más moscas con miel que con vinagre. De todos modos, ya hablaremos cuando estés casado, Larry.

–¿Casado yo? Bromeas, ¿no? ¿La misma rutina todas las noches? No, gracias. No voy a casarme.

–Muy bien, Larry. Tú sigue soñando –dijo Joe palmeándole el hombro.

–No sabes lo que te pierdes –observó Rick.

Lo decía en serio, porque, por primera vez en la vida, sabía la diferencia entre estar resignado a la suerte que le había tocado a uno o estar realmente contento con ella. Y Olivia y su hija lo hacían muy feliz.

Larry masculló algo ininteligible y volvió a su escritorio.

–Está celoso –concluyó Joe.

–Es evidente –asintió Rick.

Al salir de la cocina, se puso serio y le dijo a Joe en voz baja:

–Hazme un favor: vigila a Alma.

–De acuerdo.

Alma los oyó. No le hacía falta que la vigilaran. Lo que necesitaba era que Cash no volviera a Forever a estropear lo que de otro modo sería una ocasión festiva.

Pero no había solución. Cash iría a la boda y ella tendría que hallar la forma de aceptarlo hasta que volviera a marcharse.

No era justo, pensó mientras guardaba la lata de café en el armario y recogía automáticamente la cocina, que a ella le siguiera importando Cash cuando era evidente que él no sentía lo mismo por ella.

Pero saldría adelante.

¿No había tenido que enfrentarse a la enfermedad de su madre, a tener que ponerse a trabajar muy joven para ayudar a su padre a pagar las facturas médicas? Facturas que hubo que pagar aunque, al final, su madre no se hubiera curado. Había sucumbido a la insidiosa enfermedad que la roía por dentro. Al final, no era más que un espectro de la mujer de ojos brillantes y llena de vida que había sido.

¿Y no había hecho frente a la dura realidad de no poder ir a la universidad, como había hecho Cash, gracias a la insistencia de su abuelo, para cumplir su sueño de ser abogado?

Podía haberse dado por vencida entonces, pero no lo hizo. En aquella época creía que Cash volvería cuando obtuviera la licenciatura. Resuelta a que no se avergonzara de ella, comenzó a seguir cursos nocturnos en Internet mientras seguía trabajando en la cafetería de la señorita Joan.

Al final obtuvo un título en Criminología. Y fue feliz cuando Rick la contrató como ayudante.

Su objetivo final era llegar a ser sheriff cuando Rick decidiera marcharse del pueblo.

Si no lo hacía, se iría ella. Pero todo eso formaba parte de una nebulosa futura. En aquel momento, el pueblo en el que había nacido seguía siendo su hogar.

Un hogar a punto de ser invadido.

Después de recoger, volvió a la sala principal y a su escritorio.

Tendría que...

Sus pensamientos se interrumpieron bruscamente y el corazón se le desbocó.

Cash estaba allí, en medio de la oficina del sheriff.

Frente a ella.

Capítulo 2

 

–Alma, mira a quien me he encontrado pasando por delante de la oficina –dijo Larry.

Era evidente que el ayudante lo había hecho entrar creyendo que estaba haciendo una buena obra.

–Por fin, el abogado de la ciudad se digna a volver a su pueblo. ¿Qué tal estás, Cash? –le preguntó mientras le estrechaba la mano–. ¿Ya te ha echado el lazo alguna elegante mujer de Los Ángeles?

–Estoy bien –respondió Cash automáticamente–. Y no, todavía no me han echado el lazo –lo dijo mirando a Alma en vez de a Larry.

Y le pareció que ella le estuviera mirando el alma.

Eso era lo que él le decía, que ella era su alma. Era un juego de palabras con su nombre, que en español significaba «alma». Y lo decía en serio. Entonces, ella era su principio y su fin.

Lo era todo para él.

Ese último verano, antes de que él se marchara a estudiar a la Costa Oeste, se quedó muy sorprendido al darse cuenta de que se estaba enamorando de ella.

Habían crecido juntos. Cuando su madre y él se fueron a vivir con su abuelo, él tenía siete años, y al cabo de poco tiempo le pareció que llevaba viviendo allí toda la vida y que conocía desde siempre a los hijos de la familia Rodríguez.

Alma y él se veían prácticamente todos los días, jugaban juntos y se peleaban. También era amigo de sus hermanos, sobre todo de Eli y Gabe, y ella siempre los acompañaba, por mucho que sus hermanos y él intentaran deshacerse de ella.

Por aquel entonces, él creía que era una pesada. No recordaba cuándo había cambiado de opinión. Poco a poco se hicieron amigos y, poco a poco, ella se convirtió en su mejor amiga.

Y, por último, en su primer amor.

Alma había formado parte de su vida cotidiana.

Hasta que él se marchó para ir a la universidad.

Se había marchado para labrarse un futuro. Eso era lo que creía. Pero, en algún momento, se había dejado atrapar por la novedad y la vida de una gran ciudad como Los Ángeles. Era un chico de pueblo que quería ser tan refinado y experimentado como los estudiantes que había en las aulas universitarias.

Al principio sentía nostalgia de su pueblo y estaba deseando recibir carta de Alma. Las devoraba como el hambriento devoraba hasta la última migaja de su comida.

Pero pronto descubrió que ser alto, rubio, guapo y con acento del sur atraía a las mujeres. Los chicos querían ser amigos suyos para que les sirviera de imán para las chicas. Ellas simplemente lo deseaban.

Al cabo de un tiempo, Cash se olvidó de contestar las cartas de Alma; y después, de leerlas. Se dijo que estaba muy ocupado con los exámenes, pero lo cierto era que lo estaba acumulando experiencias, como si tratara de recuperar el tiempo perdido.

Estudiaba mucho, pero cada fin de semana salía con una chica distinta. Como no iba en serio con ellas, se decía que no le era infiel a Alma.

Se decía que simplemente estaba estableciendo contactos que le ayudarían cuando fuera abogado.

Mucho después se dio cuenta de que, en realidad, se había convertido en un ser tan superficial como la gente con la que salía.

De todos modos, consiguió el título con unas de las mejores calificaciones de su promoción. Le llegaron ofertas de importantes bufetes para que hiciera las prácticas con ellos. Se decidió por el bufete más destacado, Jeffers, Wells, Baumann & Fields, especializado en defender a criminales.

Cuando comenzó a trabajar, se hizo el propósito de convertirse en el mejor becario que el bufete hubiera tenido en sus ciento tres años de existencia. Y lo consiguió.

Y en su ascenso hubo victorias y galardones. Y mujeres: muchas mujeres, cuyos nombres y rostros confundía.

Hasta el terrible día en que todo se desmoronó.

Todo eso pasó por su mente en cuestión de segundos mientras miraba a Alma, y sintió un vacío tan grande que ni siquiera le hizo daño.

–¿Cómo estás, Alma? –preguntó en voz baja.

No parecía la voz de Cash, pensó ella. ¿Lo había conocido en realidad o se lo había imaginado?

–Bien –contestó Alma. Y ante el incómodo silencio que se produjo, añadió–: tu abuelo me dijo que venías, pero no esperaba verte hasta justo antes de la boda.

No mencionó que su abuelo había hecho todo lo posible para prepararla ni que a ella se le había caído el vaso que tenía en la mano, que se hizo añicos sobre la barra de la cafetería, donde estaba al recibir la noticia.

Al principio, Cash sopesó la posibilidad de llegar el día antes de la boda, pero sabía que, si esperaba hasta entonces, no iría, porque la desesperación que lo invadía se habría incrementado hasta el punto de ser imposible de manejar.

Se encogió de hombros antes de responder a Alma.