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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Jodi Dawson

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre en el camino, n.º 1812 - septiembre 2015

Título original: Her Secret Millionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6873-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

DANIELLE Michaels necesitaba encontrar un hombre. Ya había pasado la medianoche y no iba a regresar a casa hasta que lo encontrara. Comprobó de nuevo la dirección y miró a través del parabrisas resquebrajado. Nada. Algunos árboles, mucha lluvia, pero no había ningún coche. Y, definitivamente, no había ningún hombre.

«Estoy segura de que papá apuntó bien la dirección». Encendió las luces giratorias del camión. Bingo. Los haces de luz amarilla rebotaron contra el parachoques de un turismo oscuro cuya parte trasera se había metido en una zanja. Dani se acercó al vehículo y saltó a la carretera embarrada. Se puso la capucha de la chaqueta mientras rodeaba con dificultad la parte trasera del remolque. Con el aguacero casi no se veía nada.

«Muy bien, ¿dónde estás, hombre de la ciudad?» Dio unos golpecitos en la ventanilla del conductor y vio que el coche había quedado inutilizado. El cristal se bajó un centímetro escaso. En la oscuridad, el hombre que estaba dentro era solo un vago perfil con un teléfono móvil pegado a la oreja. Levantó un dedo y siguió mascullando al teléfono. Dani contó hasta diez. «El cliente siempre tiene razón, el cliente siempre tiene razón». No importaba que la fría lluvia se le estuviera colando por el cuello.

El hombre tapó el auricular con la mano y le dijo:

–Adelántese y engánchelo –la ventanilla se cerró.

«¿Por qué no lo pensé antes?»

Sacó de los bolsillos unos guantes de cuero y se los puso. Tenía los dedos congelados. No debía descargar su malhumor con ese hombre. Derek, su ex marido, había sido muy inoportuno llamando justo antes de que saliera. Y todos los problemas que tenía con Chester Bullock y su empresa de remolques amenazaban con provocarle un dolor de cabeza que le iba a durar toda la vida. Estaba deseando que ese hombre se olvidara del negocio de su padre.

Dio marcha atrás en el camión para colocarlo en la posición adecuada y miró bajo el parachoques del vehículo. No era cuestión de abollar o rayar nada. Nunca había recibido ninguna queja y no pensaba empezar esa noche. Supo que el coche era alquilado por una pegatina en el parachoques.

«Estupendo, un tipo de la ciudad que no sabe conducir con lluvia».

Después de asegurarse de que los ganchos del arnés estaban sujetos al armazón del coche, se incorporó. La puerta del conductor del coche se abrió y se cerró, y un hombre alto con un maletín y un bolso de viaje se deslizó en el asiento del copiloto del camión. Dani puso en marcha el torno y levantó el coche hasta situarlo en la plataforma. Parecía que el eje estaba torcido. «Espero que Pete pueda arreglarlo». Dani comprobó el mecanismo dos veces para asegurarse de que estaba bien sujeto y después se metió de un salto en la cabina. Ya se preocuparía más tarde por la reacción del jefe de mecánicos, era hora de irse a casa.

El desconocido no levantó la vista de los papeles que tenía en su regazo cuando dijo:

–Gracias, amigo. Si pudiera llevarlo al taller más cercano y dejarme en un hotel, se lo recompensaría.

Dani lo miró aprovechando la luz del salpicadero. Tenía un bonito perfil, con el pelo negro como el pecado y húmedo por la lluvia. «Es solo un hombre, Dani, nada nuevo». Se quitó la capucha y tiró los guantes en el asiento que había entre los dos.

–Todo está incluido en el servicio, dígame dónde puedo dejarlo.

–Pero, ¿qué…? –el hombre se giró y la miró como si fuera un extraterrestre–. Es una mujer.

Dani sonrió.

–Sí. Es increíble, ¿verdad? –su reacción no la sorprendió.

–Debió haber dicho algo, la habría ayudado –sus palabras en voz baja la hirieron como si hubieran sido un insulto, aunque no deliberado. Sus ojos, de un color azul intenso, la miraban llenos de curiosidad. Ella puso el motor en marcha y se incorporó a la carretera.

–Bueno, dudo que esté familiarizado con este tipo de camión y, si después de cuatro años no supiera enganchar un coche y remolcarlo hasta la ciudad, sería mejor que vendiera el negocio y me fuera a un instituto de belleza –él no sonrió–. ¿Cómo ha terminado en una zanja, en medio de la nada? –el rumor del limpiaparabrisas resonaba en la cabina. Dani siguió prestando atención a la carretera. «¿Y por qué huele tan bien?»

–Por estupidez. ¿Alguno de sus clientes asegura que sea por otro motivo?

–Siempre. Nadie admite que no prestaba atención, que se estaba maquillando o cualquier otra cosa que los haga culpables. Disminuyó la velocidad. El aguacero se había convertido en un diluvio. «Espero que el río no haya inundado la carretera».

–Me llamo Hunter King, y soy el culpable de haber metido el coche en la zanja. Juro que votaré a favor de la siguiente medida que prohíba usar el móvil mientras se conduce.

–Yo soy Danielle Michaels, pero me llaman Dani. ¿Se está alojando en la ciudad? –lo miró con el rabillo del ojo.

–Ni siquiera sé qué ciudad es. Esperaba que el mapa fuera más detallado.

–Estamos en las afueras de Sweetwater. ¿Dónde se dirige?

–A Pars Crossing. ¿Lo conoce? –Hunter hablaba en voz baja, pero ella sentía que las palabras caminaban de puntillas sobre su piel.

Dani intentó que se desvaneciera el cosquilleo que sentía en la espina dorsal. «Esto es trabajo».

–Todavía está a una hora y media de camino. ¿Necesita llamar a alguien para que no se preocupen?

Hunter hizo una pausa antes de responder. Nadie lo echaría de menos, nadie lo esperaba. La pregunta lo tomó por sorpresa.

–Nadie se preocupará por mí. ¿Qué hotel me recomienda?

Dani dejó escapar una risa suave y ronca.

–Señor King, ¿ha estado alguna vez en Sweetwater?

Él quería que se riera de nuevo. Su risa le había producido una sensación muy agradable que todavía conservaba.

–No.

–Bueno, pues no tenemos ningún motel ni hotel, ni siquiera una casa de huéspedes. Los únicos comercios que hay por aquí son mi taller, la cafetería de mi hermana, una tienda de libros usados y un dentista que viene a la ciudad dos días al mes –aminoró la marcha y cambió a una velocidad más corta–. Si sigue lloviendo de esta manera, no tendrá que preocuparse por dónde va a dormir, terminaremos durmiendo en el camión.

Hunter enarcó las cejas. La idea de pasar varias horas en la intimidad de la cabina con aquella mujer de piernas largas le parecía… interesante. «Deja de pensar en eso, probablemente estará casada y con un montón de niños».

–¿Por qué dormiremos en el camión? –miró su perfil en la penumbra. La nariz respingona y los labios carnosos la hacían muy atractiva.

–La última vez que llovió así, el río de Sutter inundó la carretera. Las lluvias de primavera en esta parte de Colorado suelen provocar riadas –miró hacia arriba a través del parabrisas, como si calculara las posibilidades de que la carretera quedara inundada.

–Supongamos que conseguimos llegar a la ciudad, ¿no hay nadie que pueda alquilarme una habitación?

Ella lo miró un instante, como si intentara decidir si realmente era humano.

–Tenemos una habitación libre. Considérelo parte del servicio –sus nudillos se pusieron blancos al agarrar con fuerza el volante.

¿Por qué estaba nerviosa? Seguramente era por la lluvia y porque la carretera estaba resbaladiza.

–Le agradezco que me ofrezca una cama. Mañana buscaré otro sitio –le echó una mirada a las manecillas luminosas de su reloj–. ¿O debería decir hoy?

Dani miraba a través de la lluvia. ¿Por qué le había ofrecido la habitación a un completo desconocido? Tenía muy buen ojo para la gente, pero en solo diez minutos no se podía juzgar a una persona. Acudió a su mente el viejo revólver que su padre insistía en que guardara en su cuarto. «Como si supiera usarlo».

Aminoró la marcha y se metió en el camino de la casa. Habían llegado hasta allí y no le gustaría tener que arrepentirse. Por alguna razón tenía los nervios de punta, y era demasiado consciente del hombre que se sentaba a su lado. Y el hecho de que un escalofrío le hubiera recorrido la espina dorsal cuando él había pronunciado la palabra «cama» no la ayudaba.

«Contrólate, chica. Ya has hecho otros servicios después de medianoche». Pero ninguno le había puesto las terminaciones nerviosas en alerta roja ni la había hecho sentir como una adolescente inquieta. ¿No disfrutaría Cami con esa situación? Su hermana gemela nunca perdía una oportunidad para emparejar a la gente, aunque tampoco ella estaba casada. Dani miró el perfil de Hunter. «Tal vez debería arreglarle una cita con Cami. Hmmm…» Ese pensamiento la hizo sentirse… sola. No se preocupó por el hecho de que ese hombre la hiciera ser consciente de que era del sexo masculino.

Hunter guardó el móvil en un bolsillo del abrigo.

–¿Hemos llegado?

Dani se aclaró la garganta.

–Esta es la entrada a la casa, pero todavía faltan unos tres kilómetros.

–¿Qué? –Hunter se giró y la miró–. ¿Y todo este terreno le pertenece?

–En realidad, no. Es la hacienda de mi familia y ocupa unas cuatrocientas ochenta hectáreas.

Él dejó escapar un pequeño silbido.

–No es precisamente pequeña. ¿Vive aquí sola?

–No, por Dios. Vivo con mi padre y mis hijos. Mi hermana, Camille, reformó el barracón y vive allí –los faros iluminaron el porche de la granja, fabricada en madera blanca–. Ya estamos en casa.

–Y su… Quiero decir… –la voz de Hunter se apagó.

Dani sabía cuál era la pregunta aunque no la hubiera formulado. La había oído miles de veces.

–Estoy divorciada.

–No quería ser indiscreto.

–No lo ha sido, es una suposición normal. Ya que se va a quedar con nosotros, tiene que saber quién va a freírlo –se dirigió a la parte trasera de la granja y apagó el motor. Les rodeó el silencio, solo roto por el repiqueteo de la lluvia en el techo.

Hunter la miró en la penumbra que les ofrecía la luz del porche.

–¿Freírme? ¿Me van a freír en la sartén o a preguntas?

–Le van a hacer muchas preguntas. Lo van a interrogar. Nunca he traído un hombre a casa en mitad de la noche –sintió cómo el calor le subía por el cuello–. Quiero decir…

Él sonrió.

–Sé a lo que se refiere.

Dani agarró el tirador de la puerta del camión.

–Vamos a buscarle una habitación antes de que amanezca.

Salieron juntos bajo la lluvia y, mientras subía los tres escalones del porche, Dani se giró para mirar a Hunter y vio que él la seguía. Se sacudieron el agua del pelo. Hunter se puso una mano sobre el corazón y sonrió.

–Nunca había conocido a una mujer que fuera más alta que yo.

–Mido un metro ochenta y mis piernas, alrededor de metro y medio –Dani se sintió acomplejada y apartó la mirada. «Eso es, que note que no eres precisamente una mujer bajita». Pero no le importó. No tenía por qué avergonzarse de su altura, no importaba lo que dijera Derek: «Intenta encorvarte un poco, nadie quiere que estés por encima de mí». Pronto se dio cuenta de que esas indirectas escondían una gran inseguridad.

Hunter sonrió.

–Me alegro de no tener que estar inclinando el cuello por una vez.

Dani le agradeció en silencio su cortesía. Se dirigió a la puerta de atrás y la empujó.

Hunter echó un vistazo a la habitación. «Es como un cuadro de Norman Rockwell». Una lámpara en la encimera bañaba la cocina con una suave luz, y las sartenes de cobre brillaban en un estante. Los armarios blancos y las paredes verde claro le daban un aspecto acogedor. Hasta el momento, solo había visto cosas así en las revistas, nunca creyó que ese tipo de ambiente existiera en la vida real.

–Puede colgar la chaqueta en uno de esos ganchos que hay detrás de la puerta –Dani se quitó la suya, que estaba empapada–. Su habitación está arriba. Desde que tiene mal las rodillas, mi padre solamente usa la planta baja –esperó a que él colgara el abrigo y comenzó a subir las escaleras de puntillas.

Hunter se fijó en su trasero en vez de mirar lo que lo rodeaba. Los vaqueros ajustados parecían acariciarla a cada paso. Su cuerpo se endureció. «Cálmate, muchacho, la señorita te está haciendo un favor». Definitivamente, hacía demasiado tiempo que no tenía una cita. Pero, por alguna razón, no pensaba que las cosas habrían sido diferentes si hubiera tenido una cita cada noche durante el último mes. Aquella mujer rezumaba sensualidad. Involuntariamente, pero lo hacía.

Ella abrió la primera puerta a la derecha. Accionó un interruptor en la pared y se encendió la lámpara de la mesita de noche.

–El baño está al final del pasillo. Yo estoy al otro lado, por si necesita algo –Dani le echó un vistazo a la habitación antes de volverse hacia él–. Buenas noches.

Cerró la puerta suavemente tras ella.

«¡Uf!» Hunter apoyó el maletín y la bolsa de viaje contra la pared y se dejó caer en el borde de la cama de matrimonio. Se pasó los dedos por el pelo y se restregó los ojos. Los grandes ojos de Dani acudieron a su mente. Nunca habría pensado que se alegraría de meter el coche en una zanja. Sacudió la cabeza para desechar esos pensamientos caprichosos, tenía que concentrarse en los negocios. «¿Por qué?» Se las arreglarían bien sin él. Se había dejado la piel mejorando y organizando la empresa de publicidad hasta conseguir un negocio millonario.

Exhausto, se quitó los zapatos y abrió la puerta. Observó el pasillo y se dirigió al baño. En cuanto regresó se quitó el traje arrugado y se deslizó entre las sábanas. Olían a sol y naturaleza. «Será el suavizante, ya nadie tiende la colada fuera». Se tapó con la manta hasta la barbilla y cerró los ojos. «Disfrútalo mientras puedas, King».

 

 

Dani se resistía a los tirones. Intentó volver al sueño que había compartido con un hombre alto y moreno, con ojos de un azul intenso.

–Mami –la voz de Emma desvaneció los últimos vestigios de la fantasía nocturna–. Por favor, mami, es una «mergencia».

Dani abrió los ojos. Se incorporó y miró la cara de su hija.

–¿Qué pasa? ¿Dónde está tu hermano?

–Haciendo guardia hasta que vengas –Emma la agarró de la mano.

Dani suspiró mientras apartaba el edredón.

–¿A qué estáis jugando esta mañana, chicos? –miró el reloj: las seis y media, solo había dormido cuatro horas–. Vale, cariño, estoy lista para jugar con vosotros.

Emma se llevó las manos a las caderas.

–No es un juego. He llamado a la tía Cami, primero ha gritado y luego se ha reído. Ha dicho que volvía enseguida –se dio la vuelta y comenzó a guiarla.

Dani oyó un murmullo de voces que venían del fondo del pasillo. «¿Qué está pasando? Voy a matar a Cami por animarlos a hacer bromas tan temprano». Lo mejor sería seguirles la corriente y volver a la cama para dormir treinta minutos más. Se apartó el flequillo del pelo y entró en el baño. «Oh, Dios mío». Dani se paró y observó. Por supuesto que era una emergencia, una emergencia sexual.

Drew estaba apuntando con su rifle de juguete al pecho desnudo del hombre musculoso que estaba en la ducha. Hunter, que tenía las manos en alto, solo llevaba una minúscula toalla blanca alrededor de la cintura y los miraba seriamente.

Emma y Drew lo observaban, esperando una reacción. Drew se estiró hasta donde alcanzaba su metro veinte de estatura y fanfarroneó:

–Lo tengo, mamá. Estaba gastando el agua y usando nuestras cosas.

Dani seguía mirando a Hunter, cuyos muslos se perfilaban bajo la toalla. Estaba intentando no reír. «Bueno, así que era él».

Emma tomó de la mano a Dani.

–¿Llamo al sheriff?

«A las cotillas de la ciudad les encantaría».

–No, cariño. Pero tenemos que hacer algo. ¿Alguna sugerencia?

–Dile que nos devuelva la toalla, mamá –decidió Drew.

Dani se encontró con la mirada de Hunter, que enarcó una ceja esperando su respuesta. Ella no podía respirar.

–Bueno, bueno –unas pisadas anunciaron la llegada de Cami–. Creo que tienes razón, necesitamos que nos devuelva la toalla.

Hunter bajó una mano hasta donde la toalla se sujetaba a su cintura.

Dani abrió los ojos de par en par. No se atrevería.

Capítulo 2

 

HUNTER agarró con fuerza la toalla. Miró los cuatro pares de ojos que lo observaban y se dio cuenta de que se enfrentaba con dos pares de gemelos: las mujeres y los niños. Parecía un truco de la mente. Por fin se centró en la mirada asustada de Dani.

–Supongo que se le olvidó mencionarme.

–¿Cómo iba a saber que se ducharía antes del alba? –sonrió levemente.

–Dani, ¿nos puedes presentar? –la copia de Dani se acercó mientras lo escudriñaba de arriba abajo.

Hunter se resistió al impulso de cubrirse el pecho con los brazos.

–Chicos, este es el señor King, lo recogí anoche. Señor King, estos son mis hijos, Drew y Emma –Dani movió la cabeza hacia la mujer que estaba a su lado–. Y ella es mi hermana Camille. Cami.

Cami se acercó con la mano extendida.

–Buenos días. Así que, ¿lo recogió –Hunter le dio la mano rápidamente, sujetando la toalla que apenas se mantenía en sus caderas–. Podría ser un comienzo –se volvió hacia su hermana–. Eso es lo que hay que hacer, hermanita. Ya era hora de que hicieras algo por cambiar esa vida insulsa que llevas.

Hunter miró a las dos mujeres. Sí, era como si las dos se difuminaran en una sola. Evidentemente, eran gemelas, pero no totalmente idénticas. La cara de Dani se había puesto roja por la vergüenza.

–Mamá, ¿vamos a recuperar la toalla? –le recordó Drew, que mantenía su posición de mini soldado.

«Por encima de mi cadáver, mocoso». Hunter agarró la toalla. No lo cubría mucho, pero era todo lo que tenía.

Dani se llevó a los pequeños guardas de seguridad hacia la puerta mientras les tapaba la boca con las manos. Cami los siguió, echando miradas por encima de su hombro.

–Estaremos abajo, señor King. Siento la interrupción –dijo Dani sin mirar atrás. El extraño grupo salió y la puerta se cerró tras ellos.

«Esta sí que es una forma interesante de empezar el día». Hunter se quedó mirando la puerta durante varios segundos antes de que el aire fresco lo sacara de su estupor. Salió de la ducha, se dirigió al lavabo y se frotó el pelo con otra toalla. Agarró su bolsa de aseo y comenzó a ponerse crema de afeitar en la mandíbula. Se miró en el espejo, sonriendo a través de la espuma. Solo por haber visto a Dani con el camisón blanco había merecido la pena pasar por todo eso. «Menos mal que tenía una toalla».

Se apuró la mandíbula con la cuchilla, pensando que un hombre debería ver esas piernas tan largas cada mañana. Apareció una gota de sangre en la barbilla. «Con cuidado». Sería mejor que pensara en otra cosa mientras tenía un arma letal en la mano.

Terminó de afeitarse y se aclaró la cara con agua. No solía conocer a mujeres que lo intrigaran, normalmente se aburría a los cinco minutos. En cuanto se enteraban de que dirigía la empresa los ojos les hacían chiribitas. Por una vez deseaba encontrar a alguien que lo quisiera a «él», no a su nombre, ni a la empresa ni a su dinero, solamente a él.

Las mujeres no lo perseguían por otra cosa. No era lo que se dice guapo, como su hermano siempre le decía. Brent había heredado el atractivo y Hunter, el cerebro. O eso era lo que a Brent le gustaba creer.

Daba igual. Hunter nunca había oído que una mujer se quejara, le gustaba tratarlas como a princesas, llevándolas a cenar a los mejores restaurantes. Solo habían sido relaciones superficiales, nada más. No había necesitado otra cosa, y nunca se preguntó por qué.

Abrió la puerta y observó el pasillo. Despejado. Corrió a su habitación antes de que lo acorralara otro pequeño agresor. Una vez dentro, rebuscó en la bolsa de viaje y sacó unos vaqueros y una sudadera. No era la ropa más apropiada para asistir a una reunión, pero estaría cómodo. «Hoy solo soy un hombre cualquiera».

Hunter comenzó a bajar las escaleras mientras oía un murmullo de voces y olía a beicon frito. Deseó que le ofrecieran comida. Le quedaba poco para comenzar a mendigar, sobre todo porque parecía que el almuerzo del día anterior había sido hacía millones de años, y su estómago comenzaba a rugir.

 

 

Dani apartó rápidamente la mano. Se había quemado con la sartén y la yema del dedo estaba roja. Otra vez. Las imágenes de Hunter en la ducha la provocaban y la distraían de la comida caliente. Y con razón: hacía años que no veía a un hombre tan desnudo. Y ¡caray!, vaya modo de romper la sequía. Había visto cómo el vello negro salpicaba su pecho húmedo y los muslos musculosos insinuaban lo que había debajo de la toalla.

«La Tierra llamando a Dani. Hay que volver a la realidad». Hunter King era un cliente, un extraño al que había alojado en su casa por una noche. Se habría ido antes de que cualquiera de ellos pudiera decir una sola palabra. Suspiró: era una pena. Cami se acercó a ella.

–Bueno, ¿por qué suspiras?

–No he suspirado –protestó demasiado rápido–. Me estaba soplando el dedo quemado.

–Ya, ya. Ahora me dirás que no estabas pensando en el hombre con el que ligaste anoche. Vestido solo con la toalla.

Dani echó un vistazo a Drew y Emma que, sentados a la mesa, se inclinaban sobre un libro para colorear. Ninguno les estaba prestando atención.

–Yo no ligué con Hunter, solo lo recogí. Es un cliente que no tenía ningún sitio donde dormir –le dio la vuelta el beicon crujiente–. No hagas de celestina, se habrá ido antes de que consigas avergonzarnos.

Los ojos de Cami brillaron traviesos.

–Ya veremos.

–Más te vale ayudarme, porque si haces alguna estupidez te soltaré cucarachas en la cafetería.

–Eso sería asqueroso –Cami se puso fuera del alcance antes de que Dani pudiera azotarla con el paño de cocina–. Debería encargar más pasas exóticas de las grandes. Pensándolo bien, hay un par de personas con quien podría probarlas.

Dani puso los ojos en blanco. Su hermana nunca se tomaba nada en serio, para ella la vida era un juego. Pero no era culpa de Cami. Dani sabía que había perdido su propio sentido del humor durante los dos años desastrosos que estuvo casada con Derek.

Escuchó unas risas detrás de ella. Los dos milagros producto de su matrimonio estaban conspirando frente a un dibujo. Le parecía increíble que Derek solo quisiera verlos una o dos veces al año. Aunque no quería que los influyera más de lo necesario, sabía que necesitaban un modelo masculino. Más risas. «¿Qué están haciendo?» Tapó la sartén y se puso detrás de los gemelos y de su hermana para ver el dibujo. Era Hunter. ¿A quién más podrían dibujar que llevara solo una toalla blanca?

Dani se aclaró la garganta.

–¿Es para el señor King?

–No, mamá. Es para la tía Cami, porque dijo que ojalá tuviera una cámara cuando estábamos arriba –Drew la miró con inocencia.

Dani fulminó a su hermana con la mirada.

–La tía Cami debería pensar en otras cosas, o mamá la pondrá fuera de juego –Cami le sacó la lengua y Dani la ignoró sacudiendo la cabeza–. Vamos a desayunar. Tengo que estar pronto en el taller –dijo mientras servía los huevos revueltos y el beicon.

Cami les sirvió el zumo.

–¿Dónde van hoy los chicos?