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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Teresa Southwick. Todos los derechos reservados.

FANTASÍAS CON EL JEFE, N.º 1891 - mayo 2011

Título original: The Surgeon's Favorite Nurse

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Editor responsable: Luis Pugni

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-337-4

ePub: Publidisa

Capítulo 1

HOPE Carmichael tenía un don especial para detectar los problemas. Cuando vio entrar a aquel hombre en su despacho, supo enseguida que sería un problema.

Jake Andrews, doctor en Medicina, estaba considerado como el soltero de oro entre las enfermeras del Mercy Medical Center. Llevaba un impecable traje negro de Armani y una elegante corbata roja que parecían decir a las mujeres: «acompáñame a casa si quieres pasártelo bien». Su sonrisa sensual, su fabuloso pelo negro y su varonil corte de cara contribuían a completar su imagen de

—Hola, soy Jake Andrews —dijo a modo de saludo.

Hope permaneció de pie detrás del escritorio. En circunstancias normales se habría acercado para estrecharle la mano. Pero esa vez, sin saber bien por qué, no lo hizo.

—Sé quién es usted.

—No recuerdo que nos hayan presentado. Nunca olvidaría a una mujer tan guapa.

Si le hubieran dado un céntimo cada vez que había escuchado esa cantilena… Pero qué podía esperar... Era del dominio público en el hospital. De los tres médicos de su especialidad, los otros dos se habían casado recientemente y había quedado sólo él, Jack Andrews, como emblema y símbolo del soltero de oro. El último playboy en activo. Ella había aceptado aquel trabajo y, quisiera o no, tenía que entenderse con él.

Hacía dos semanas que había llegado a Las Vegas para hacerse cargo de su puesto de coordinadora de traumatología del Mercy Medical West, el tercer hospital del campus, que entraría en funcionamiento en unos meses. Durante su preparación en el Mercy Medical Center, una compañera le había señalado a Jake Andrews al pasar junto a ellas. Por eso les conocía.

—Tiene razón —afirmó ella—. No nos han presentado oficialmente.

—Afortunadamente, estoy yo aquí para corregir esa deficiencia —replicó él, tendiéndole la mano.

Ella dudó antes de estrecharle la mano. Hacía mucho que no se relacionaba con hombres y mucho menos con un hombre como él.

Decidió finalmente acercarse a él para darle la mano.

—Hope Carmichael, doctor Andrews.

—Es un placer. Pero llámame Jake.

Ella sintió un súbita ráfaga de calor al notar su contacto y ver su sonrisa descarada.

—Encantada de conocerte —dijo ella.

—El placer es mío. Pero dime una cosa, ¿cómo sabías quién era? —preguntó él con una sonrisa burlona.

Ella trató de controlarse. Su responsabilidad consistía en organizar el nuevo departamento de traumatología, no en elegir al cirujano jefe, el puesto que aquel hombre pretendía. Pero tenía claro que, de estar en su mano, el doctor Andrews sería el último al que votaría.

—Por un simple proceso de eliminación —contestó ella.

—¿Perdón? —exclamó él, aparentando desconcierto, pero en el fondo muy divertido por la situación.

—Los otros dos candidatos ya me los habían presentado.

—Claro, ya comprendo. Muy dignos adversarios los dos —dijo Andrews acercándose a ella y apoyándose en una esquina de la mesa con una pose muy estudiada—. Lástima que ninguno de ellos vaya a conseguir el puesto.

Hope recordó entonces a los otros dos candidatos, el doctor Robert Denton y la doctora Carla Sheridan, ambos de unos cuarenta años. Denton era un hombre pequeño y estudioso que le recordaba a Albert Einstein. La doctora, una profesional y una trabajadora incansable.

—Tengo entendido que la dirección del hospital no se ha decidido por nadie —dijo ella volviendo a sentarse—. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que va a ser para ti?

—Porque ese nombramiento significa para mí mucho más que para cualquiera de ellos. Además, soy el mejor traumatólogo de Las Vegas.

Hubo un brillo especial en su mirada mientras dijo esas palabras. Un deseo de triunfo. Una pasión por el poder. Hope no recordaba haber visto nada parecido en los otros dos médicos.

—Si es eso lo que quieres, espero entonces que salgas elegido —dijo ella.

—Yo también. Y ahora más que nunca —replicó él mirándola de arriba abajo con una expresión de admiración y aprobación.

—¿Estás coqueteando conmigo?

Se arrepintió enseguida de haber pronunciado esas palabras. Él podría pensar que estaba tratando de buscar sus elogios. Pero nada más lejos de la realidad. Todo eso que había dejado de existir para ella hacía ya más de dos años, desde su primer aniversario de bodas con Kevin.

El doctor Andrews no había confirmado ni negado explícitamente sus intenciones, pero eso era algo que a ella realmente le traía sin cuidado. Aquél era un juego que requería dos jugadores y ella no estaba interesada en participar. La entrevista había comenzado a tomar un rumbo peligroso, que por otra parte no tenía nada que ver con su trabajo, y era el momento de dejar las cosas claras.

—El caso es, doctor…

—Jake, ¿recuerdas?

Ella estaba tratando de olvidarlo, pero le resultaba difícil viéndole sentado sobre la mesa con aquella postura y sonriendo de esa forma tan seductora y sensual. En otro tiempo, quizá hubiera reaccionado de otra manera, pero ahora no quería que ningún hombre se acercara a ella.

Coquetear significaba despertar los sentimientos, y con ellos el dolor y el sufrimiento. La pérdida de Kevin le había hecho mucho daño y ella no quería volver a sufrir más.

—Jake…

Se detuvo al escuchar el nombre de aquel hombre en sus labios. Jake. Un nombre fuerte, heroico y masculino. ¡Pero qué estupideces estaba pensando! Ella no deseaba estar con ningún hombre y menos aún con un héroe. Aunque, por lo que se rumoreaba en el hospital, Jake Andrews estaba lejos de ser ese caballero dispuesto a arrojar su capa, o su bata de cirujano, en el barro para que pasase una dama. Tenía más de granuja que de caballero.

—¿Me estabas diciendo…? —dijo Jake echando distraídamente una ojeada a los papeles que había por la mesa.

—Estoy aquí para hacer un trabajo y…

—No eres de aquí, ¿verdad?

—No. Soy de Texas. De Mansfield, una pequeña ciudad entre Dallas y Fort Worth.

—Sí, ya me pareció notar un agradable acento sureño en tu voz.

¿Estaba coqueteando otra vez con ella?

—Como decía, mi trabajo es organizar el departamento de traumatología y tenerlo todo dispuesto para cuando el Mercy Medical West abra sus puertas a los pacientes.

—Háblame de ti, Hope —dijo Jack recreándose en la pronunciación de su nombre—. No, déjame adivinar… Tienes dos hermanas. Una se llama Faith y la otra Charity.

—Bueno, la verdad es que... —replicó ella sin poder evitar una sonrisa.

—Veo que he acertado, ¿eh? Fe, Esperanza y Caridad. Las tres virtudes teologales.

—Sí, Faith es la mayor de las tres y Charity la más joven. Yo estoy en medio.

—¿Qué te llevó a hacerte enfermera?

—Desde muy niña sentí el deseo de ayudar a la gente.

—Ya veo. Así que fue una llamada del corazón y no el deseo de tener una profesión bien remunerada con la que poder ganarte la vida y ayudar a la vez a tu familia.

Era extraño, pero había dado en el clavo. Eso era exactamente lo que había pasado. Y había sido culpa suya el que el hombre que había amado hubiera estado en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—Ser enfermera es una profesión muy noble —dijo ella, más acalorada de lo que hubiera querido—. Y muy necesaria. Hay muchas causas en el mundo.

—¿Muchas causas? —dijo él mirándola muy pensativo—. ¿Como cuáles?

—Los millones de personas que pasan hambre, los que no tienen un hogar donde vivir, las adolescentes embarazadas, el calentamiento global del planeta, las enfermedades de los niños del tercer mundo.

—El peligro de extinción del oso panda… —Preservar el ecosistema, sí —replicó ella, desafiante—. ¿Te estás burlando de mí?

—Dios me libre —contestó él con un gesto exagerado de inocencia—. Pero creí que el servicio comunitario era sólo para los delincuentes.

—¿No crees en ayudar a los demás?

—Soy médico —replicó él eludiendo la respuesta.

—No me refiero a ayudar a la gente por dinero.

—Es mi trabajo.

—¿Qué te llevó a hacerte médico? —le dijo ella, haciéndose eco de su pregunta.

—Siempre fui un alumno destacado —respondió él mirando unos papeles que tenía en la mano—. Ya en la escuela, destacaba en matemáticas y ciencias. Y los médicos ganan mucho dinero.

—O sea que no lo hiciste por ayudar a la gente —replicó ella en tono acusador.

—Ayudo a la gente con mi trabajo. Y a cambio recibo una recompensa.

—¡Vaya! —exclamó ella con ironía—. Juntemos todos las manos y sintamos el fluido del amor.

—La medicina es un negocio. La cirugía es una intervención invasiva para salvar o mejorar la vida de un paciente. Pero sigue siendo un negocio. Tú lo sabes tan bien como yo porque, además de tu formación como coordinadora de traumatología, tienes un máster en asistencia sanitaria.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Vamos a trabajar juntos y necesito conocer tus cualidades profesionales. No quiero ningún fallo en el servicio cuando el departamento se abra al público. Cualquier queja supondría un serio revés para mi reputación. No quiero correr ningún riesgo en mi carrera.

¡Así que era eso lo único que le preocupaba! ¿Cómo podía ser tan arrogante?

—Perdona mi franqueza, pero creo que eres un malnacido.

—Gracias —dijo él apartándose de la mesa—. Viniendo de una mujer como tú, casi es un elogio.

—Me alegro de que pienses eso. Y ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.

—Hablando de tu trabajo... He solicitado un tipo especial de instrumentación quirúrgica. Es de fabricación alemana. Siento decirte que no lo he visto en la lista de pedidos —dijo señalando a los papeles que había estado ojeando distraídamente.

—No lo has visto por la sencilla razón de que no existe ningún pedido de ese material.

—¿Y cómo es eso?

—Era demasiado caro —replicó ella—. Todos los cirujanos tienen sus preferencias, pero forma parte de mi trabajo reducir el instrumental quirúrgico al que se usa más habitualmente.

—¿Aunque eso impida conseguir los mejores resultados en la operación de un paciente?

—Si eres tan buen cirujano como presumes, seguro que te bastará con un pelador de patatas y una cuchara sopera para hacer las mejores intervenciones del mundo.

—¿Y si eso no va conmigo?

—Entonces, tendría que llegar a la conclusión de que quizá no estás a la altura de lo que se espera de ti en este departamento —dijo ella muy seria de pie mirándolo fijamente, y luego añadió tras un tenso y largo silencio—: Jake, tú eres mi jefe.

—No. Aún no.

—E incluso aunque lo fueras…

—Te veré esta noche, Hope —la interrumpió él con una sonrisa arrogante y sensual.

Ella sintió una desazón y un intenso calor por dentro que la desconcertó por un instante, pero se dio cuenta enseguida de que él estaba esperando una respuesta. Trató de recordar la pregunta.

—¿Esta noche?

—Sí, el hospital da una recepción para los altos dignatarios del Estado y de la ciudad. Será todo un desfile de personalidades. Un verdadero escaparate. Se cuenta incluso con la presencia del gobernador —Jake se detuvo en la puerta y metió las manos en los bolsillos de los pantalones—. Asistirás, ¿verdad?

—Sí, estoy al cargo de las visitas guiadas al departamento. Pero, ¿y tú?

—Sería una grosería por mi parte no estar presente en el momento en que se anuncie mi nombre como el del nuevo jefe médico de traumatología —dijo él esbozando una sonrisa maliciosa antes salir del despacho.

Ella respiró profundamente, tratando de recuperar el control. El corazón le latía con fuerza. Sabía que si se miraba en el espejo, vería su cara arrebatada. Y todo por aquel hombre, el hombre más arrogante y desesperante que había visto nunca. Un hombre que, tal como había previsto nada más verle entrar en su despacho, iba a complicarle la vida.

Pero ella no estaba dispuesta a correr más riesgos esa noche.

A Jake no le disgustaban los compromisos oficiales del hospital, pero ciertamente nunca había estado tan entusiasmado como aquel momento. Y todo por una razón: Hope.

Había dejado el coche en el aparcamiento del Mercy Medical Center y se encaminaba en aquella fría noche de enero hacia las modernas instalaciones del hospital.

Su diseño arquitectónico funcional combinado con un toque artístico conseguía que el edificio resultase agradable tanto para la vista como para el espíritu. Las paredes estaban pintadas en cada planta de un color diferente, azul, lavanda, verde o amarillo, y el mobiliario y los suelos eran de unos tonos que armonizaban perfectamente.

Las salas de consulta y los quirófanos estaban dotados de las últimas tecnologías. El departamento de traumatología iba a ser la joya de la corona del hospital, a la vez que contribuiría a dar mayor prestigio a su carrera. Tal vez consiguiese finalmente acallar la voz interior que le repetía una y otra vez que él siempre sería aquel pobre chico sin hogar, indigno de salir con la reina de la fiesta del colegio.

Al llegar al hall, las puertas dobles de cristal se abrieron automáticamente, permitiendo que llegase hasta él el murmullo de la multitud que se arremolinaba en el interior. Los hombres con esmoquin o traje oscuros y las mujeres con vestidos de noche abarrotaban el vestíbulo del hospital, habitualmente tranquilo y sereno. Los camareros, con pantalones negros y camisas blancas, deambulaban de aquí para allá con bandejas llenas de canapés y copas de champán.

Jake echó una ojeada por la sala en busca de una rubia. Pero no de una rubia cualquiera. Hope tenía el pelo color miel y los ojos avellana más hermosos que había visto nunca.

Pero era su boca lo que despertaba su mayor interés. Sus labios carnosos, perfectamente dibujados y ligeramente curvados en las comisuras, eran tentadores.

Miró el reloj. La fiesta debía llevar ya casi dos horas a juzgar por la cantidad de gente que había. Si ella no estaba atendiendo a los dignatarios, ¿dónde estaba? Mientras decidía qué hacer, el ex congresista Edward Havens, ahora presidente del consejo de administración del hospital, se subió al estrado montado al efecto y, micrófono en mano, se presentó a sí mismo a la concurrencia.

Luego presentó al gobernador, al senador, al alcalde… Después de las palabras de rigor, sonrió, y anunció que el jefe médico de traumatología era el doctor Jake Andrews.

Jake saludó cortésmente a todo el mundo que le aplaudía y estrechando simbólicamente las manos. Estaba encantado. El nombramiento suponía la consolidación de su carrera. Todo su esfuerzo había valido la pena. Ahora sería él quien decidiera sobre su vida. Nadie volvería jamás a mirarlo como un pordiosero.

Siguió mirando entre la multitud, pero no consiguió ver a Hope. Recorrió de un extremo a otro el hall sin éxito. Decidió ir entonces al despacho de ella.

Giró el pomo de la puerta y la abrió. Estaba allí.

—Toc, toc —dijo golpeando suavemente la puerta con los nudillos.

—Doctor... Jake —dijo ella sobresaltada al verlo.

Él cerró la puerta y pasó dentro. En la mesa había un ordenador y un buen montón de carpetas. Había varias cajas abiertas en el suelo. Parecía como si hubieran entrado unos ladrones y lo hubieran revuelto todo, pero al final no se hubieran llevado nada.

—¿Qué tal si damos una vuelta? —dijo él.

—Lo siento. Es demasiado tarde.

La expresión de su mirada pasó de la sorpresa a la tristeza. Él se preguntó qué podría haber hecho a aquella mujer tan desdichada. Luego se preguntó por qué se preocupaba tanto por ella. ¿Sería por haberle insultado unas horas antes?

—Te estás perdiendo la fiesta —le dijo Jake con las manos en los bolsillos.

—Eso que tú llamas fiesta es mi trabajo y me estoy tomando cinco minutos de descanso.

—¿Quieres un poco de compañía? Me gustaría tratar un asunto contigo.

—Supongo que no habrás venido a decirme que necesitas vendas con dibujos de Bugs Bunny, ¿no?

—No andas muy descaminada —respondió él acercándose a ella lo bastante como para aspirar su perfume—. Estuve examinando la composición del equipo de traumatología y me pregunto por qué no hay especialistas de admisiones en el grupo.

Hope se puso las manos en las caderas y entornó los ojos.

—¿Así que quieres bisturís de diseño, vendas con motivos de Bugs Bunny y un ayudante personal?

—Sí.

—¿Te das cuenta de que eso supone más de ciento cincuenta millones de dólares?

—Creo haber oído esa cifra antes en alguna parte —respondió él sin saber bien lo que decía porque tenía toda la atención puesta en ella, en el vestido negro tan ceñido que llevaba y en los zapatos de aguja que hacían sus piernas increíblemente largas.

—Supongo que oirías también que la implantación de un nuevo servicio supone siempre al principio una pérdida de dinero, dado que no hay fuentes de ingresos.

—Sí, eso tiene sentido —dijo él sin apartar la vista de sus labios.

Conocía bien a las mujeres y sabía que ella se sentía atraída por él, aunque tratase de ocultarlo.

—Mi función es que se cumpla el presupuesto. ¿Sabes lo que es un presupuesto?

Sí, lo sabía. Pero también sabía que tener dinero era un requisito previo para poder gastarlo. Su madre no había tenido dinero suficiente para pagar la hipoteca del piso después de que su padre los dejara, y se habían visto desahuciados y en la calle cuando él tenía sólo trece años.

Aquellos tristes y lejanos recuerdos le llenaban de humillación.

—Creo que un especialista en admisiones podría generar al principio algunos costes adicionales, pero a la larga redundaría en un beneficio para el departamento —dijo él.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto.

Sin duda ella debía conocer muy bien su trabajo, por lo que esa actitud defensiva hacia él debía ser algo personal. Ahora era la ocasión para demostrarle que ella no era la única que sabía cómo funcionaba un departamento médico.

—Me gustaría saber cómo un especialista en admisiones puede mejorar los beneficios —dijo ella.

—Me alegra que me hagas esa pregunta —dijo él acercándose a ella lo suficiente como para sentir el calor de su cuerpo—. Estoy seguro de que estás al tanto de las cuantías de las dietas y gastos diarios, y de que habrás oído hablar de los GDD.

—Por supuesto. Los grupos de diagnósticos.

—¡Premio! Así que también sabrás que todo problema, dolencia o enfermedad, tiene un precio estipulado. Igual que un traje de baño o un gorro en un centro comercial.

—¿Qué me quieres decir?

—Un especialista de admisión es necesario para establecer los protocolos necesarios para analizar todos los casos que entran por urgencias, a fin de verificar toda la información sobre el seguro del paciente o de cualquier otra ayuda financiera que pudiera tener. Sin una facturación correcta, con todos los datos del paciente perfectamente cumplimentados, los pagos podrían demorarse indefinidamente o quedar impagados y eso sería una pérdida que su presupuesto sería incapaz de absorber, por muy bien que estuviese estructurado.

—Te importa más el dinero que la medicina, ¿verdad? —le dijo ella desafiante.

—Es una pregunta de difícil respuesta. No podemos permitirnos prestar más atención a la medicina que al dinero. No es posible lo uno sin lo otro. Al final es un negocio como otro cualquiera y si no cubrimos los gastos todo se irá a pique y no podremos ayudar a nadie y la comunidad perderá su centro de salud.

—Tal vez me falle la memoria pero, ¿no estoy hablando con el mismo médico que hace apenas unas horas, en este mismo lugar, quiso colocarme un pedido carísimo de instrumental quirúrgico?

—Eso me trae sin cuidado.

—¿Qué es lo que te importa a ti? —preguntó ella—. Bueno, no quiero saberlo. Tengo que irme.

Trató de salir del despacho a toda prisa para eludir su presencia, pero tropezó con aquellos zapatos tan altos que llevaba. Él se apresuró a sujetarla en sus brazos para evitar que se cayera.

Sería mentira decir que no hubiera pensado en besarla, pero él nunca acostumbraba a actuar movido por un impulso. Sin embargo, ella estaba allí junto a él, y sentía sus curvas seductoras rozándole el cuerpo y su corazón latiendo a toda velocidad.

No podía pensar en otra cosa que en besarla. Inclinó su boca hacia la suya.

Capítulo 2

HOPE pensó que un simple beso no tendría mayor importancia hasta que sintió sus labios. Era una locura, debía apartarse de ese fuego que amenazaba con abrasarla. El problema era que nunca se había sentido tan bien. La boca de Jake se movió suavemente, seductoramente, deliciosamente sobre la suya. Se sintió tan a gusto que deseó poder seguir así toda la vida.

Él se apartó entonces unos centímetros de ella y la miró con una sonrisa. Debió ver algo en su expresión que le llevó a acariciarle las mejillas con las manos y a pasar sensualmente el pulgar por su labio inferior. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad y su pecho a subir y a bajar apresuradamente en busca del aire que parecía faltarle. Era como si el fuego que ardía en su interior estuviese consumiendo también el oxígeno del despacho.

—Hope... —dijo él—. No fue mi intención…

No era eso precisamente lo que sus hormonas hubieran querido oír. Ella siempre había sido bastante hábil para retirarse a tiempo, para las respuestas rápidas y las frases ingeniosas salvadoras. Pero ahora se sentía emocionalmente a la deriva.

—Yo tampoco quería devolverte el beso. No fue una buena idea. Creo que fue una insensatez.

—Creo que el sentido común está muy sobrevalorado —dijo él con un brillo especial en los ojos.

—Por primera vez, creo que estoy de acuerdo contigo.

Él la besó entonces de nuevo. Ella separó los labios y sintió su lengua deslizándose dentro, doblegando las últimas resistencias de su voluntad.

Se abrazaron apretándose con fuerza el uno contra el otro, y comenzaron, entre jadeos y gemidos, a dar vueltas por la estancia, componiendo una improvisada coreografía de un vals sensual. Hope sintió la pared a su espalda y a Jake presionándola de frente con sus poderosos muslos.

No había ya lugar para la razón. El deseo dominaba sus actos. Jake le levantó la falda, la agarró por detrás de los muslos y la levantó en vilo mientras ella enroscaba las piernas alrededor de su cintura. Por un instante, sólo se escucharon los jadeos de sus respiraciones entrecortadas alimentando el fuego de su pasión desenfrenada.

Él la besó en el cuello, apartando los finos tirantes de su vestido para dejarle los hombros al desnudo. Luego deslizó los labios hacia abajo, por la parte superior de sus pechos y pasó la lengua por toda la superficie visible del escote. Ella se sintió transportada de placer y deseó ardientemente tenerlo y sentirlo dentro de ella…

Entonces, sonó el móvil de Jake.

—Lo siento, estoy de guardia —se disculpó él jadeante, apartándose de ella.

—Vaya…

—Tengo que contestar.

—Está bien.

Jake la soltó suavemente hasta que sus pies tocaron el suelo y luego sacó el móvil de la funda que llevaba en el cinturón. Se volvió de espaldas para contestar la llamada.

—Andrews.

Hope se alisó la falda del vestido y tomó aliento. Pensó en la fugaz relación que había vivido con Jake y en sus consecuencias. Iba a resultar algo desagradable. Tenía que olvidarlo. De lo contrario, tendría que admitir que, de no haber sido por una llamada inoportuna, habría mantenido relaciones sexuales con un hombre prácticamente desconocido contra la pared del despacho.

Su única disculpa era que hacía mucho, mucho tiempo que no había tenido relaciones sexuales con nadie.

—Todo salió según lo esperado. Sí. Ni un solo contratiempo, todo de acuerdo con el plan. Muy bien. Gracias —Jake hablaba con mucha naturalidad por el teléfono mientras miraba de reojo los tirantes del vestido de Hope que le caían ahora a la altura de los brazos—. De acuerdo. Nos vemos. Ya ultimaremos los detalles.

—¿Alguna emergencia? —preguntó ella subiéndose los tirantes del vestido.

No se deducía tal cosa de la conversación que acaba de escuchar, pero quizá tenía la esperanza de que él tuviera que salir corriendo con urgencia, evitándole así una situación embarazosa.

—No —respondió el pasándose la mano por el pelo.

—Entonces... —dijo ella suspirando, sin mirarlo a los ojos.

—Entonces... —repitió él con una sonrisa.

—Asumo toda la responsabilidad de lo que ha pasado —replicó ella.

—¿Qué ha pasado?

—Lo sabes muy bien.

—No estoy yo tan seguro. Tengo las neuronas del cerebro saturadas. Dame alguna pista.

Estaba claro que estaba jugando con ella. Pero no quería darle la satisfacción de verla enfadada y menos aún de admitir que había conseguido excitarla.

—El beso —dijo ella ahora con aire desafiante—. Fue un error y asumo mi parte de responsabilidad en lo ocurrido.

—Muy generoso de tu parte —replicó él metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.

—No trato de ser generosa, sino honesta.

—Aun así... Una confesión como ésa podría interpretarse de muchas formas. ¿Cómo sabes que no voy a intentar aprovecharme de eso?

—Fue un error por mi parte, pero tú cometerías otro aún mayor si pensases que por esto vas a conseguir alguna ventaja personal.

—No entiendo de qué estás hablando —replicó él tratando a duras penas de encauzar la conversación por un plano estrictamente profesional.

—Porque haya tenido este desliz no esperes que vaya a tener un trato de favor contigo en el trabajo.

—¿Ah, no?