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Título original: THE TRUE NAME, Vol. 1, by OSHO

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El contenido de este libro está formado por charlas de Osho provenientes de unas series originales en hindi tituladas “Ek Omkar Satnam” impartidas por Osho ante una audiencia en vivo. Todas las charlas de Osho han sido publicadas íntegramente como libros, y también están disponibles las grabaciones de audio. El archivo completo de audio y de texto puede ser consultado en la Biblioteca en línea en la página www.osho.com.

© de la edición en castellano:

2012 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

Traducción del inglés: Elsa Gómez

Revisión: Amelia Padilla

Diseño cubierta: Katrien van Steen

Composición: Pablo Barrio

Primera edición: Noviembre 2012

Primera edición digital: Noviembre 2012

ISBN-13: 978-84-9988-192-8

ISBN epub: 978-84-9988-219-2

ISBN kindle: 978-84-9988-220-8

ISBN Google: 978-84-9988-221-5

Depósito legal digital: B-30.378-2012

Todos los derechos reservados.

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Sumario

1. El cantor

2. El peso de una flor

3. La resolución del enigma

4. El otro Ganges

5. El arte de escuchar

6. Solo la contemplación lo puede conocer

7. Termina el viaje

8. Incontables maneras

9. Teñido de Su color

10. La atracción de lo infinito

Sobre el autor

OSHO International Meditation Resort

Más información

1. El cantor

Él es uno, Él es Omkar, la verdad suprema.

Él es el creador, que existe más allá del miedo, más allá del rencor.

Su forma es atemporal.

Nunca nació, es autocreador.

Se llega a Él por la gracia del gurú.

Era verdad antes del principio del tiempo y es verdad mientras el tiempo sigue su curso.

Nanak dice: «Él es verdad eterna ahora, y lo será para siempre».

No podemos comprenderlo aunque pensemos en Él un millón de veces,

ni aquietar la mente con silencio, por mucho que nos sentemos a intentarlo.

Ni siquiera una montaña de pan saciará el hambre del alma,

ni cien mil proezas de la mente conseguirán la unidad con Él.

¿Cómo alcanzar la verdad y desgarrar el velo de lo falso?

Nanak dice: «Sometiéndonos al orden divino que está predeterminado».

Era una noche oscura, sin luna; las nubes estaban cargadas de lluvia porque era la estación de los monzones. De repente se oyó un trueno y brilló un relámpago, a la vez que empezaban a caer una gotas. La aldea dormía. Solo Nanak estaba despierto, y el eco de su canto llenaba el aire.

La madre de Nanak se preocupó, porque había pasado más de la mitad de la noche y la lámpara del cuarto de su hijo seguía encendida. Lo oía cantar. Al final, no pudo contenerse y llamó a su puerta: «Duérmete ya, hijo mío. Falta poco para que amanezca». Nanak guardó silencio. Desde la oscuridad llegó el reclamo de un gavilán. «¡Qui-qui-qui!», se oyó.

«¡Escucha, madre! –gritó Nanak–. El gavilán llama a su amada; ¿cómo puedo yo callar cuando estoy compitiendo con él? Llamaré a mi amado tanto tiempo como él llame a su amada, o incluso más, porque ella está cerca, quizá en el árbol de al lado, ¡y mi amado está tan lejos! Tendré que cantarle durante muchas vidas para que mi voz llegue hasta Él.» Y siguió cantando.

Nanak llegó a Dios por medio de su canto; la suya fue una búsqueda muy poco frecuente: su camino estuvo adornado de canciones. Lo primero que debemos saber de Nanak es que no practicó austeridades, ni meditación ni yoga; solo cantaba, y, cantando, alcanzó su meta. Cantaba de todo corazón, con toda el alma. Tanto era así que su cántico se hizo meditación; su cántico fue su purificación y su yoga.

Cuando alguien realiza cualquier acto con toda el alma, ese acto se convierte en su sendero. Largas horas de meditación hecha con desgana no te llevarán a ninguna parte, mientras que cantar una canción con todo tu ser o danzar con esa misma absorción total te llevarán a Dios. La cuestión no es lo que haces, sino cuánto de ti pones en ello.

El sendero que condujo a Nanak a la realización suprema, a la santidad, está salpicado de cantos y flores. Cuanto dijo, lo dijo en verso. Su sendero era cadencioso y suave, rebosaba de sabor a ambrosía.

Kabir dice: «Tan embriagador era el sentimiento, que mi mente encantada vació la copa sin preocuparse de medir la cantidad». Lo mismo le ocurría a Nanak: bebía sin llevar la cuenta de cuánto había bebido; a continuación cantaba y cantaba sin fin. Pero sus canciones no eran las de un cantante común; proviniendo de lo más profundo de quien ha conocido a Dios, rezuman un aroma de verdad y palpita en ellas Su reflejo.

He aquí otro detalle sobre Japuji. La noche sin luna que describía al comienzo pertenece a un incidente de la vida de Nanak, cuando tenía alrededor de dieciséis o diecisiete años. Cuando se concibió Japuji, Nanak tenía treinta años, seis meses y quince días. El primer incidente se refiere a los tiempos en que todavía era un aspirante en busca del amado. La llamada al amado, el estribillo, «Qui-qui-qui...», era todavía el reclamo del gavilán; todavía no se había encontrado con Él.

Japuji fue su primera proclamación tras la unión con el amado. El gavilán había encontrado lo que anhelaba, y el canto de «Qui-qui» había quedado atrás. El Japuji fueron las primeras palabras que Nanak pronunció después de su autorrealización, y ocupan por tanto un lugar muy especial entre los dichos de Nanak. Son las últimas noticias traídas del reino de los cielos.

Es necesario entender también el incidente que precedió al nacimiento del Japuji. Nanak se sentó a la orilla del río en total oscuridad con su amigo y discípulo Mardana. De repente, sin decir palabra, se quitó la ropa y entró en el río. Mardana lo llamó: «¿Adónde vas? ¡Está muy oscuro, y hace frío!». Nanak siguió alejándose, y se zambulló en las profundidades. Mardana esperó, pensando que saldría pronto, pero Nanak no volvía.

Esperó cinco minutos, y cuando hubieron pasado diez se puso nervioso. ¿Dónde podía estar? No había señal de él. Mardana empezó a correr por la orilla gritando: «¿Dónde estás? ¡Contéstame! ¿Dónde estás?». Entonces le pareció oír una voz que decía: «¡Ten paciencia, ten paciencia!», pero seguía sin haber señal de Nanak.

Mardana regresó a la aldea y despertó a todo el mundo. Aun en mitad de la noche, una multitud se congregó a la orilla del río, porque la aldea entera sentía un gran afecto por Nanak. Todos habían intuido, vislumbrado, lo que llegaría a ser, pues habían percibido el aroma de su presencia igual que se percibe la fragancia del capullo de una rosa antes de que se abra la flor. Todos lloraban. Corrieron adelante y atrás a lo largo de la orilla del río, pero de nada sirvió.

Pasaron tres días. Para entonces, ya no cabía duda de que Nanak se había ahogado. La gente imaginaba que la fuerza de la corriente habría arrastrado el cuerpo río abajo, y que tal vez ya lo habrían devorado las fieras. La aldea estaba sumida en un profundo pesar. Sin embargo, a la tercera noche Nanak salió del río, y las primeras palabras que pronunció se convertirían desde entonces en el Japuji.

Eso cuenta la leyenda..., y una leyenda siempre es a la vez verdad y no verdad. Es verdadera porque transmite una verdad esencial, y es falsa en el sentido de que es solo simbólica; pero es evidente que, cuanto más profundo es un tema, mayor es la necesidad de utilizar simbolismos.

Cuando Nanak desapareció en el río, cuenta la leyenda que se encontró ante las puertas de Dios. Experimentó a Dios. Allí estaba, ante sus ojos, el amado al que había anhelado tanto, al que había cantado día y noche. ¡Aquel que había llegado a ser la sed de cada uno de sus latidos se había revelado a Nanak! Se habían colmado todos sus deseos. Después Dios le habló: «Vuelve, y da a los demás lo que yo te he dado». Y el Japuji es la primera ofrenda de Nanak a su regreso de Dios.

Bueno, esto es una leyenda, pero es importante que entendamos lo que simboliza. En primer lugar, a menos que te pierdas por completo, hasta morir, no esperes conocer a Dios. Da lo mismo si te pierdes en un río o en la cima de una montaña, pero debes morir, pues tu aniquilación deja paso a Su ser. Mientras tú estés presente, Él no puede estarlo. Eres el obstáculo, el muro que te separa de Él. Este es el significado simbólico de ahogarse en el río.

Tú también tendrás que perderte, también tendrás que ahogarte. Debido a que la muerte no se completa hasta pasados tres días –ya que el ego no se rinde con facilidad–, los tres días de la leyenda de Nanak representan el tiempo necesario para que el ego se disuelva por completo. Y como la gente solo era capaz de ver el ego y no el alma, pensaron que Nanak había muerto.

Siempre que una persona se hace sannyasin [1] y emprende la búsqueda de Dios, sus familiares lo entienden y le dan por muerto. Ya no es la misma persona; los antiguos lazos se rompen, el pasado desaparece, y amanece una vida nueva. Entre lo viejo y lo nuevo hay un abismo, y a eso se debe el símbolo de los tres días que transcurren antes de la reaparición de Nanak.

El que se ha perdido invariablemente vuelve, pero vuelve nuevo. No hay la menor duda de que quien recorre esta senda regresa. Mientras Nanak la recorría era un ser sediento, pero al regresar es un benefactor; atrás ha quedado el mendigo, y el que regresa es un rey. Todo el que recorre esta senda lleva consigo su cuenco de mendicante, y, a su regreso, posee tesoros infinitos.

El Japuji es el primer regalo de Nanak al mundo.

Aparecer ante Dios, alcanzar al amado son expresiones puramente simbólicas, que no se han de tomar al pie de la letra. No hay un Dios sentado en las alturas ante el que uno aparezca, pero, para referirse a ello, ¿qué otra forma hay de expresarlo? Cuando se erradica el ego, cuando desapareces, lo que está ante tus ojos es el propio Dios. Dios no es una persona... Dios es una energía que trasciende toda forma.

Estar ante esa energía sin forma significa verlo donde quiera que mires, en lo que quiera que veas. Cuando los ojos se abren, todo es Él. Solo hace falta que tú dejes de ser y que tengas los ojos abiertos. El ego es como una mota en el ojo; en cuanto se quita, Dios se revela ante ti. Y en cuanto Dios se manifiesta, tú también eres Dios, porque no existe otra cosa que Él.

Nanak volvió, pero el Nanak que volvió era también Dios mismo. Entonces, cada palabra que pronunciaba era de un valor incalculable; cada palabra suya era equiparable a las palabras de los Vedas.

Vamos a intentar entender ahora el Japuji:

Ek Omkar Satnam

Él es uno, Él es Omkar, la verdad suprema.

Él es el creador, que existe más allá del miedo, más allá del rencor.

Su forma es atemporal.

Nunca nació, es autocreador.

Se llega a Él por la gracia del gurú.

Él es uno: Ek Omkar Satnam.

Para ser visibles a nuestros ojos, las cosas han de tener muchos niveles y formas distintos; por eso siempre que vemos, vemos multiplicidad. En la playa, solo vemos olas, no vemos el mar. La realidad, sin embargo, es que solo el mar es; las olas son meramente superficiales.

Solo podemos ver lo superficial porque solo tenemos ojos externos, y para mirar el interior de las cosas hacen falta ojos internos. Según sean los ojos, será la visión. No es posible ver a mayor profundidad de la que tienen los ojos. Con los ojos externos ves las olas, y piensas que has visto el océano; pero, para conocer el océano, tienes que abandonar la superficie y zambullirte en las profundidades. Por eso, en la leyenda, Nanak no se quedó en la superficie, sino que se sumergió hasta lo más profundo del río. Solo entonces se puede saber.

Las olas por sí solas no son el mar; el mar es mucho más que una serie de olas. El hecho más elemental es que la ola que ahora ves, dentro de un momento ya no existirá, ni existía un momento antes.

Había un faquir sufí llamado Junnaid. Su hijo, al que quería con todo su corazón, murió de pronto en un accidente. Junnaid fue y lo enterró. Su esposa estaba perpleja por su comportamiento; había imaginado que enloquecería de dolor ante la muerte del hijo al que amaba tanto, y, en cambio, Junnaid actuaba como si no hubiera pasado nada, ¡como si su hijo no hubiera muerto! Cuando todo el mundo se fue, su esposa le preguntó:

–¿No estás triste? Yo estaba tan preocupada por que te derrumbaras... ¡Lo querías tanto!

–Por un momento me quedé conmocionado –le contestó Junnaid–, pero luego me acordé de que, antes de que este hijo naciera, yo ya existía, y era bastante feliz; de modo que ahora que él ya no está, ¿qué razón hay para estar afligido? He vuelto a estar como estaba antes. Entre el antes y el ahora, el hijo vino y se fue. Pero si no era desgraciado antes de que él naciera, ¿por qué habría de serlo ahora por no tener un hijo? ¿Qué diferencia hay? Entre antes y ahora hubo un sueño, que se ha desvanecido.

Lo que se formó y luego se destruyó ya no es más que un sueño. Todo lo que viene y se va es un sueño. Cada ola es un sueño; el océano es la realidad. Las olas son muchas, mientras que el océano es uno, aunque a nuestros ojos sea un sinfín de olas. Hasta que no veamos la unidad, la unicidad del océano, continuaremos vagando.

Hay una sola realidad; la verdad es solo una: Ek Omkar Satnam. Y, dice Nanak, el nombre de esta unidad es Omkar. Todos los demás nombres son obra nuestra: Ram, Krishna, Allah son meramente símbolos creados por el ser humano. Solo hay un nombre que no proviene de nosotros, y ese nombre es Omkar, y Omkar significa el sonido de Om.

¿Por qué Omkar? Porque cuando las palabras desaparecen y la mente queda vacía, cuando el individuo se sumerge en el océano, incluso entonces, el son de Omkar sigue siendo audible en su interior. No es un sonido artificial, sino la melodía de la existencia. Omkar es el propio ser de la existencia, y, por tanto, Om no tiene significado. Om no es una palabra, sino una resonancia, que es única, que no tiene origen, que nadie ha creado. Es la resonancia del ser de la existencia. Es como una catarata: te sientas a su lado y oyes su bramido, pero el sonido lo crea el agua al golpear contra las rocas. O te sientas y escuchas el rumor de un río; es el río el que lo crea al rozar sus orillas.

Tenemos que profundizar más para entender las cosas. La ciencia intenta descomponer la existencia entera. Lo primero que descubrió fue la energía en forma de electricidad, y luego una serie de partículas con carga eléctrica, como el electrón, de las que está compuesta la totalidad de la existencia. La electricidad no es más que una forma de energía. Si le preguntamos a un científico de qué está hecho el sonido, dirá que no son más que ondas de electricidad, ondas de energía. La energía está en la raíz de todo. Los sabios dicen lo mismo; coinciden con los científicos, salvo por una ligera diferencia de lenguaje. Los sabios han llegado a saber que toda la existencia proviene del sonido, y que el sonido es solo una expresión de la energía. Existencia, sonido y energía son uno.

El método de la ciencia es descomponer las cosas y analizarlas para llegar a una conclusión. El del sabio es muy diferente: por medio de la síntesis, él ha descubierto la indivisibilidad del sí mismo.

El viento al pasar crea un murmullo en las ramas del árbol, una colisión del aire contra las hojas. Cuando el músico pulsa una cuerda de un instrumento, el sonido lo produce una percusión. Todo sonido está producido por un impacto, y un impacto requiere dos elementos: las cuerdas del instrumento y los dedos del músico. Son necesarios dos para formar cualquier sonido.

Pero el nombre de Dios está más allá de toda separación. Su nombre es la resonancia que permanece cuando todas las dualidades se han desvanecido y han dejado de existir. En el interior de este todo indivisible te encuentras con esa resonancia. Cuando una persona alcanza el estado de samadhi, Omkar le resuena dentro. Lo oye resonar en su interior y todo a su alrededor; la creación entera parece vibrar dentro de ella.

La primera vez que le ocurre, se queda maravillada, pues sabe que ella no está creando el sonido. Ella no hace nada, y, aun así, le llega esa resonancia... ¿de dónde? Después se da cuenta de que el sonido no es producto de ningún impacto, de ninguna fricción; es el anahat nad, el sonido sin fricción, el sonido sin causa.

Nanak dice: «Únicamente Omkar es el nombre de Dios». Nanak se refiere al nombre muy a menudo. Cada vez que habla de Su nombre –«Su nombre es el camino», o «Quien recuerda su nombre alcanza lo supremo»– se refiere a Omkar, porque Omkar es el único nombre que no proviene del ser humano, sino que es Suyo propio. Ninguno de los nombres que el ser humano Le ha puesto pueden llevarnos muy lejos; y si nos permiten recorrer cierta distancia y aproximarnos un poco a Él, es solo porque una ligera sombra de Omkar late en ellos.

La palabra “Ram”, por ejemplo. Cuando repites Ram una y otra vez, empieza a transportarte un poco, puesto que la “m” de Ram es también la consonante de Om, y, si sigues repitiéndola mucho tiempo, descubrirás de repente que el sonido de Ram ha cambiado sutilmente, convirtiéndose en la resonancia de Om, porque, a medida que la repetición va aquietando la mente, entra Om hasta penetrar Ram; entonces Ram va desvaneciéndose poco a poco, y Om ocupa su lugar. Es la experiencia que han vivido todos los sabios: fuera cual fuese el nombre con el que iniciaran su viaje, al final era siempre Om. En cuanto el ser se aquieta, entra Om, pues está siempre a la espera; solo necesita que te quedes en calma.

Dice Nanak: «Ek Omkar Satnam».

Conviene que entendamos la palabra sat. En sánscrito hay dos términos: sat, que significa “ser”, “existencia”, y satya que significa “verdad”, “validez”. Aunque los dos provienen de una misma raíz, hay una gran diferencia entre ellos. Veamos cuál es.

Satya es la búsqueda del filósofo, que busca la verdad. ¿Qué es la verdad? Está presente en las leyes por las que dos más dos son cuatro, no cinco ni tres. Satya, por tanto, es una fórmula matemática, un cálculo de creación humana, pero no es sat. Es la verdad lógica, pero no la realidad existencial.

Por la noche sueñas. Los sueños existen; son sat, realidad, pero no satya, verdad. Los sueños tienen existencia..., si no la tuvieran, ¿cómo podrías verlos? Son, pero no puedes decir que sean verdad, porque por la mañana descubres que se han evaporado y no son nada. De modo que hay sucesos en la vida que son verdaderos pero no existenciales, y hay sucesos que existen, pero no son una verdad lógica. Las matemáticas son verdad pero no existenciales; son satya pero no sat. Los sueños, por su parte, son existenciales, pero no son verdad.

Dios es ambas cosas: es sat, y también es satya; es tanto existencia como verdad. Y dado que lo es todo, no es posible conocerlo ni mediante la ciencia, que busca la verdad, ni mediante las artes, que exploran la existencia. La búsqueda de ambas está incompleta, pues se dirige solo hacia una mitad de Él.

La búsqueda de la religión es completamente distinta de todas las demás. Combina sat y satya: va en busca de aquello que es más auténtico y verdadero que ninguna fórmula matemática, y va en busca de aquello que es más existencial, más empírico, que ninguna imagen poética. La religión busca ambos. Si emprendemos la búsqueda desde una de las dos perspectivas, fracasaremos; solo cuando lo hacemos desde las dos alcanzamos la meta.

Así que cuando Nanak dice: «Ek Omkar Satnam», tanto sat como satya están contenidos en su expresión. El nombre de la existencia suprema es igual de verdadero que una fórmula matemática, e igual de real que cualquier obra de arte; es igual de bello que un sueño, e igual de exacto que una fórmula científica; contiene todas las emociones del corazón, y todo el conocimiento y la experiencia de la mente.

Allá donde la mente y el corazón se encuentran, empieza la religión. Si la mente domina el corazón, nace la ciencia; si el corazón domina la mente, entramos en el ámbito del arte: la poesía, la música, el canto, la pintura, la escultura. Pero si la mente y el corazón se han unido, entramos en Omkar.

Una persona religiosa está por encima del científico más eminente, y mira desde arriba al artista más sublime, porque su búsqueda contiene lo esencial de ambos. La ciencia y el arte son dualidades; la religión es la síntesis.

Nanak dice:

«Ek Omkar Satnam.

Él es uno. Él es Omkar, la verdad suprema.

Él es el creador [...]».

Tomar esto literalmente te impedirá comprender las palabras de Nanak. Será un error.

Una de las dificultades con la que se encuentra el sabio radica en la necesidad de utilizar palabras de uso general. Tiene que hablar contigo, y por tanto debe hablar tu idioma, pero lo que quiere decir está más allá de las palabras. Tu idioma no lo puede contener, ya que es muy limitado y la verdad es muy vasta; es como si alguien tratara de comprimir la totalidad del cielo en su casa, o de apresar la totalidad de la luz en la palma de su mano. Aun así, el sabio tiene que emplear tu idioma.

Es a causa de las palabras, a causa del lenguaje, por lo que hay tantos movimientos religiosos. Por ejemplo, el Buddha nació dos mil años antes que Nanak y utilizó el lenguaje de su tiempo. Krishna había nacido otros dos mil años antes que el Buddha, y su lengua era bastante distinta, pues había nacido en un país diferente, con un clima y una cultura diferentes también; y lo mismo puede decirse de Mahavira y Jesús. La diferencia radica solo en la lengua, y las lenguas difieren entre sí a causa de la gente; a no ser por esto, no hay una auténtica diferencia entre los seres iluminados. Nanak hizo uso de la lengua que se hablaba en los tiempos en que vivió.

Nanak dice: «Él es el creador». Pero al instante uno piensa: «Si Él es el creador y nosotros somos creación Suya, eso establece una diferencia entre nosotros y Él, cuando desde el primer momento Nanak negó que hubiera ninguna dualidad, al decir que “Dios es uno”». El lenguaje es el responsable de todos los obstáculos, que irán aumentando a medida que profundicemos más en las palabras de Nanak.

Las primeras palabras pronunciadas por Nanak después del samadhi fueron: «Ek Omkar Satnam».

De hecho, la religión sikh está comprendida en su totalidad en esas tres palabras. Todo lo demás no es más que un intento de enseñarte, de ayudarte a entender. Esas tres palabras transmiten por sí solas el mensaje completo de Nanak, pero, como a la gente común le resultaba imposible entender el mensaje directamente, hubo que hacer un esfuerzo para explicarlas. La razón de las explicaciones es esa: tu incapacidad para comprender; en lo que respecta a Nanak, él ya había dicho cuanto quería decir en el instante en que pronunció: «Ek Omkar Satnam». El mantra estaba completo. Sin embargo, para ti no tiene pleno significado; estas tres palabras no te bastan para resolver el misterio, de modo que hay que hacer uso del lenguaje.

Dios es el creador, pero debes comprender que no está separado de su creación; está absorbido en todo lo que ha creado y es uno con ello. Por eso Nanak nunca hizo separaciones entre el sannyasin y el padre de familia. Si el creador estuviera separado de su creación, puede que tuvieras que dejar atrás todas las actividades mundanas para encontrarlo, y abandonar la tienda, la oficina o el mercado. Pero Nanak no renunció a sus responsabilidades con el mundo hasta el final. En cuanto regresaba de sus viajes iba a trabajar al campo; eso es lo que hizo toda su vida, arar los campos. Por otro lado, a la aldea en la que se estableció le puso el nombre de Kartarpur, que significa la aldea del creador.

Dios es el creador, pero no pienses que está separado de su creación. Cuando el ser humano esculpe un ídolo y el ídolo está terminado, el escultor y la escultura han dejado de ser uno; están separados: la escultura seguirá existiendo después de que el escultor muera, y, aunque la imagen se rompa, el escultor no se romperá por ello, porque son independientes. Pero entre Dios y su creación no existe esa distancia.

¿Qué tipo de relación existe entre Dios y Su creación? Es como la de una bailarina y su danza. Cuando alguien baila, ¿es posible separarlo de su baile? ¿Puede regresar a casa y dejar el baile tras de sí? Si la bailarina muere, su baile muere con ella. Cuando el baile termina, ya no es una bailarina. Están unidos. Por eso, desde tiempos muy antiguos, los hindúes han considerado a Dios el bailarín, “Nataraj”, que simboliza la unidad indivisible del bailarín y su baile.

El poeta no está ya relacionado con su poema una vez que lo ha terminado. El escultor, cuando ha completado su escultura, está separado de ella. La madre da a luz a su hijo, y están separados; el padre, siempre ha sido un ser distinto de su hijo. Pero Dios no es distinto de Su creación; está contenido en ella. Sería más exacto decir que el creador es la creación, o que el creador no es sino creatividad.

Al descartar toda idea de separación, Nanak dice que no hay necesidad de renunciar al mundo o escapar de él. Allá donde estés, está Dios. Nanak fue el origen de una religión única, en la que el cabeza de familia y el sannyasin son uno. Solo tiene derecho a considerarse sikh aquel que, siendo padre y esposo, es a la vez sannyasin, y aquel que, siendo sannyasin, continúa siendo padre y esposo.

No se puede ser sikh por el mero hecho de dejarse crecer el pelo o de llevar un turbante. Es difícil ser sikh. Se ha de seguir en casa..., pero como si no se estuviera allí, sino en el Himalaya; seguir a cargo de la tienda, pero mantener el recuerdo de Su nombre vibrando siempre en lo más hondo, y contar las ganancias, pero abrazando Su nombre junto con el dinero.

Antes de alcanzar samadhi, Nanak tuvo toda una serie de pequeños vislumbres de Dios –lo que llamamos satori–. El primero ocurrió mientras trabajaba en la tienda de grano, donde su labor era pesar el arroz y otros cereales para los clientes. Un día, según los medía, «Uno, dos, tres...», llegó al número trece, que en la lengua de Punjab es tera, palabra que significa también “tuyo”. Cuando Nanak llego a trece, tera, perdió por completo la consciencia del mundo exterior, porque le asaltó el recuerdo del Señor, su amado.

Llenaba la jarra de medir y repetía, «tera, tuyo, tú». La llenó una y otra vez... «tera»..., como si todos los números acabaran en tera. Tera se convirtió en su mantra. Había alcanzado su destino; todo terminaba en tera para Nanak. La gente pensó que se había vuelto loco e intentaron detenerlo, pero Nanak estaba en otro mundo: «¡Tera! ¡Tera! ¡Tera!». No podía ir más allá de tera; más allá no había nada.

En realidad, solo hay dos lugares en los que detenerse: uno es yo y el otro, tú. Se empieza por yo y se termina por tú.

Nanak no está en contra de lo mundano. De hecho, está enamorado de ello, porque para él el mundo y su creador son uno. Ama el mundo y, por medio del mundo, ama a Dios; ve a Dios a través de Su creación.

Cuando Nanak alcanzó la mayoría de edad, sus padres le ordenaron que se casara. Nanak no se negó a ello, aunque la gente temía que lo hiciera, pues desde la niñez su comportamiento había sido tan distinto del de los demás. Su padre estaba muy preocupado por esto. Nunca había entendido a Nanak..., ¡todos aquellos cantos devocionales, y siempre en compañía de los santones!

En una ocasión lo envió en viaje de negocios a la aldea vecina con veinte rupias para comprar algunos artículos que revender a fin de obtener algún beneficio. Puesto que los negocios se hacen así, comprando algo a buen precio y vendiéndolo más caro, su padre le dijo que comprara algo a lo que se le pudiera sacar provecho. Nanak hizo varias compras, y, en el camino de regreso, se encontró con un grupo de ascetas que no habían comido desde hacía cinco días y les rogó que lo acompañaran a la aldea, en lugar de quedarse allí sentados esperando a que les llegara algo de comida.

–Pero ese es el voto que hemos hecho –contestaron–. Dios nos proveerá de alimento cuando Le parezca. Gustosamente aceptamos Su voluntad. El hambre no representa para nosotros un problema.

Nanak se dijo a sí mismo entonces: «¿Qué puede haber más provechoso que alimentar a estos hombres? Debería repartir entre ellos la comida que he comprado. ¿No dijo mi padre acaso que hiciera algo de provecho, algo que valiera la pena?».

De modo que entregó a los sadhus lo que había traído de la aldea vecina, aunque su acompañante, Bala, intentó detenerlo diciéndole:

–¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?

Nanak insistió:

–Hago algo que vale la pena; ese era el deseo de mi padre –y volvió a casa muy satisfecho por lo que acababa de hacer.

Pero a su padre aquel comportamiento le pareció inadmisible, y se enfadó mucho.

–Eres un insensato –le dijo–. ¿Es así como quieres obtener beneficios? ¡Me vas a arruinar!

–¿Qué puede haber más beneficioso que esto? –respondió Nanak.

Pero nadie era capaz de entender de qué beneficio hablaba, y mucho menos Kale Mehta, su padre. Era incapaz de entender qué provecho se le podía sacar a aquel acto. Estaba convencido de que el muchacho se había descarriado por estar en compañía de los ascetas, de que había perdido la sensatez; por eso esperaba que el matrimonio hiciera de él una persona más razonable. La gente suele pensar que, como el sannyasin renuncia a las mujeres y escapa de ellas, la manera de mantener a un hombre en el mundo es uniéndolo a una mujer. Pero el truco no surtió efecto en el caso de Nanak, porque él no renegaba de nada.

Cuando su padre le dijo que se casara, aceptó al instante. Se casó y tuvo hijos, pero esto no cambió su forma de ser. No había forma de echar a perder a este hombre, porque él no veía ninguna diferencia entre Dios y el mundo. ¿Cómo se puede corromper a una persona así? Si un hombre abandona sus riquezas para hacerse sannyasin, se le puede tentar ofreciéndole riquezas. Si otro ha dejado atrás a su esposa, ofrecerle una mujer le hará caer de inmediato. Pero ¿cómo se puede echar a perder a un hombre que no ha abandonado nada? No hay manera de provocar su caída. A Nanak no se le podía corromper.

Mi visión sobre el sannyasin es similar a la de Nanak, porque él es uno formidable e incorruptible. A aquel que vive en el mismo mundo que tú y a la vez no pertenece a él, no se le puede tentar de ningún modo.

Nanak llama a Dios «el creador», «el que no tiene miedo», porque el miedo existe cuando existe “el otro”. Hay una expresión de Jean Paul Sartre que se ha hecho famosa: «El otro es el infierno», y que describe tu experiencia: ¿cuántas veces quieres escapar del otro, como si él fuera el origen de todos tus problemas? Cuando el otro es alguien próximo a ti, la perturbación es menor que cuando se trata de alguien lejano, de un extraño. Pero el otro es siempre problemático.

¿Qué es el miedo? El miedo siempre está referido al otro: si alguien puede quitarte algo, ese hecho destruye tu seguridad. Luego están la enfermedad y la muerte, que también son el otro. El infierno es estar rodeado del otro; el infierno es el otro.

¿Y cómo escapar del otro? Aunque huyeras al Himalaya, seguirías sin estar solo. Te sientas bajo un árbol; los excrementos de un cuervo te caen en la cabeza, y te enfureces con el cuervo. Están las lluvias, y el sol... ¡Hay motivos de irritación por todas partes! ¿Cómo escaparás del otro, que está presente allá donde vayas? La única forma de escapar del otro es encontrando el uno. Entonces el otro desaparece; entonces se desvanece el miedo y no hay muerte ni enfermedad; no hay molestias, porque el otro ya no existe. Finalmente estás solo. El miedo permanecerá mientras, para ti, el otro siga siendo el otro.

Ek Omkar Satnam. Una vez que este mantra haya penetrado en tu ser, ¿dónde está el miedo? Dios no tiene miedo; ¿a quién podría temer? Él es el único, no hay nadie aparte de Él.

Él es el creador, que existe más allá del miedo, más allá del rencor.

Su forma es atemporal.

Nunca nació [...]

Debes entender que tiempo significa cambio. Si nada cambia, no serás consciente del tiempo. No puedes medir el tiempo si las agujas del reloj no se mueven. Todo está cambiando constantemente: el sol sale y es la mañana; luego llega la tarde, y después la noche. Primero está el niño, luego el joven, y finalmente el anciano. Una persona sana enferma, y una persona enferma se cura; el hombre rico lo pierde todo y es pobre, y el pobre se convierte en rey. El cambio es constante. El río fluye eternamente. Y el cambio es tiempo.

El tiempo es la distancia entre dos cambios.

Imagina que te levantas una mañana y que no sucede nada hasta la noche. Ningún cambio: el sol está quieto, las agujas del reloj no se mueven, las hojas no se marchitan, tú no envejeces...; todo está detenido. ¿Cómo sabrás entonces qué hora es? No habrá tiempo.

Eres consciente del tiempo porque estás rodeado de cambios. Para Dios, sin embargo, el tiempo no existe, porque Él es eterno, perpetuo, inmortal. Existe para siempre. Para Él nada cambia, todo es estático. El cambio es la experiencia de los ojos miopes que no perciben las cosas en toda su perspectiva. Si pudiéramos ver las cosas desde el más destacado lugar estratégico, no habría ningún cambio, y el tiempo se detendría; dejaría de existir. Para Dios, todas las cosas son como son; nada cambia, todo es estático.

Su forma es atemporal.

Nunca nació, es autocreador.

No ha nacido de nadie. Dios no tiene padre ni madre. Todos los que han sido engendrados por el proceso de la procreación entran en el mundo del cambio. Por eso, debes encontrar dentro de tu ser eso que no ha nacido. Este cuerpo nace, y morirá. Nace como resultado de la conjunción de dos cuerpos, y se desintegrará un día. Cuando los cuerpos que le han dado vida han perecido, ¿cómo es posible que perdure lo que está compuestos de ambos?

Pero en el interior de ese compuesto existe también eso que nunca ha nacido, pero que llegó a este mundo a la vez que el embrión. Existía incluso antes de la formación del feto, y, sin ello, un día el cuerpo volverá a ser solamente barro. Lo atemporal ha penetrado en este cuerpo, que no es más que una vestimenta de lo atemporal. Aquello que existe más allá del tiempo reside en el interior de lo que está sometido al tiempo; de ahí que solo cuando descubras el ser atemporal que hay en ti, serás capaz de comprender las palabras de Nanak. Tienes que buscar en tu interior aquello que nunca cambia, aquello que es inmutable.

Si practicas estar simplemente sentado con los ojos cerrados, desde dentro no sabrás qué edad tienes. Dentro, te sentirás igual a los cincuenta que te sentías a los cinco..., como si el tiempo no hubiera pasado en el mundo de tu interior. Cierra los ojos y descubrirás que dentro no ha cambiado nada.

Eso que es inmutable dentro de ti no ha nacido del vientre materno. Has nacido de tu padre y de tu madre, pero ellos son solo el camino que te ha traído hasta aquí; no son ellos los que te han dado la vida. Has pasado por ellos porque necesitabas que ellos atendieran las necesidades de tu cuerpo, pero lo que entró en ese cuerpo y le dio vida provenía de más allá. El día que descubras en ti eso que no ha nacido, comprenderás que Dios no tiene origen, no tiene fuente, porque Dios es la totalidad; es la suma de todas las cosas. Dios significa totalidad; ¿y cómo podría la totalidad nacer de un ser particular? Más allá de la totalidad no hay nada que pudiera ser madre ni padre; luego nunca nació, es autocreador.

Ser autocreador significa que Él existe por sí mismo y que, para ser, no cuenta con más apoyo que el Suyo propio; se ha engendrado a Sí mismo y no tiene origen. El día que vislumbres esta realidad dentro de ti, aunque sea durante un instante, te habrás librado de todas tus angustias y preocupaciones. ¿Por qué te preocupas? La preocupación siempre nace de tu dependencia de las cosas, porque en cualquier momento podrían arrebatársete y, con ellas, la seguridad que te dan. ¿Hoy tienes riquezas? Es posible que desaparezcan para mañana, y ¿qué harás entonces, si crees que eres rico por lo que posees y no por lo que eres?

El sannyasin es rico por derecho propio; es rico por sí mismo, y por eso nada ni nadie puede robarle sus riquezas. ¿Qué podrías robarle al Buddha o a Nanak? No puedes empobrecerlos quitándoles algo; no puedes ni añadir a su riqueza ni sustraer de ella. Lo que es Nanak se deriva de ser uno con el apoyo supremo; no necesita nada en lo que apoyarse.

El ser supremo no es una entidad separada. Dios no tiene ningún punto de apoyo. El día en que también tú estés preparado para vivir sin ningún punto de apoyo sucederá tu unión con Dios.

Esta definición de Dios no es la interpretación que hace el filósofo, sino una herramienta que le sirve al aspirante para conocer las características de Dios. Y, si quieres descubrir a Dios, tendrás que hacer de ellas tu práctica religiosa, pues tienes que intentar ser Dios a pequeña escala. Luego, a medida que te vayas asemejando a Él, notarás que se establecen en ti un ritmo y una resonancia entre tú y Dios.

Nunca nació, es autocreador.

Se llega a Él por la gracia del gurú.

¿Por qué dice Nanak «por la gracia del gurú»? ¿No basta con la labor del ser humano? Es importante que entendamos este aspecto tan sutil, porque con mucha frecuencia Nanak hace hincapié en el papel del gurú. Más adelante dice que, sin él, no se puede llegar a Dios. ¿Cuál es la razón? Si Dios es omnipresente, ¿por qué no podemos conocerlo directamente? ¿Qué necesidad hay de que intervenga el gurú?

Krishnamurti dice que el gurú es totalmente innecesario, e intelectual y racionalmente parece que esto tenga sentido. ¿Qué necesidad puede haber de introducir al gurú si yo he nacido de Dios, al igual que él? La mente no está de acuerdo con la idea del gurú, de modo que hay una congregación de egotistas en torno a Krishnamurti. Está en lo cierto al decir que el gurú no es necesario..., siempre y cuando seas capaz de aniquilar el ego tú solo.

Pero deshacerse del ego es igual de difícil que levantarse a uno mismo del suelo tirando de los cordones de los zapatos. Es como un perro intentando atrapar su cola; cuanto más se gira, más lejos está la cola. No obstante, si una persona es lo bastante competente, entonces Krishnamurti tiene toda la razón al decir que el gurú es innecesario.

Pero pronto empiezan las complicaciones. En cuanto hayas encontrado la manera de vencer el ego, dirás: «Me he desecho del ego», y, al decirlo, habrás introducido una forma nueva de ego aún más peligrosa que la anterior. Por eso es necesario el gurú, para que no nazca ese nuevo ego. Pero es posible que, incluso al decir «por la gracia del gurú», lo que se trasluzca en tu actitud sea: «¡Ved lo humilde que soy! ¡Nadie puede ser más humilde!», y, en ese caso, el tuyo volverá a ser un camino que ha delineado el ego: hasta ayer estabas orgulloso de tus riquezas, y hoy lo estás de haber renunciado a ellas y de tu humildad. Has quemado la superficie de la cuerda, pero la torsión interior sigue existiendo. ¿Cómo se puede destruir esa arrogancia? Esta es la razón por la que Nanak subraya la importancia del gurú.

No es difícil descubrir a Dios directamente, porque está presente justo delante de ti. Dondequiera que vayas, está Él. El único problema es el que habita en tu interior; ¿cómo harás desaparecer ese tú que interfiere entre el ser que verdaderamente eres y Dios? De ahí, «la gracia del gurú». El aspirante ha de hacer lo que debe hacer, pero el último paso es siempre por la gracia del gurú, y este concepto en sí impedirá que se forme el ego. Destruirá el viejo ego e impedirá que se forme uno nuevo; porque, de lo contrario, te librarás de una enfermedad y contraerás otra.

Se ha creado una situación muy graciosa. Una multitud de egotistas se han reunido en torno a Krishnamurti, gente que no quiere inclinarse ante nadie. Se sienten a sus anchas porque no tienen que agacharse y tocar los pies de ningún maestro; no tienen nadie a quien reverenciar. Creen firmemente que no necesitan un gurú, que llegaran por sus propias fuerzas; y este es precisamente el problema.

Si fueran personas como Nanak o Ramakrishna las que se congregan en torno a Krishnamurti, sus palabras habrían surtido efecto; pero la multitud que lo rodea está compuesta precisamente por personas que son incapaces de desprenderse de sus egos..., precisamente por aquellas personas que con más urgencia necesitan un gurú. Lo más irónico del caso es que quienes rodean a Krishnamurti necesitan un gurú, mientras que quienes rodeaban a Nanak hubieran podido hacer su camino sin necesidad de él.

Quizá te suene a paradoja, pero es un hecho que quienes rodeaban a Nanak habrían descubierto a Dios incluso sin un gurú, porque estaban deseosos de aceptar el regalo del gurú; estaban dispuestos a renunciar a sí mismos. El descubrimiento ocurre sin el gurú, pero la idea del gurú resulta efectiva para destruir el ego, a fin de que no te llenes de arrogancia por lo que sea que consigas. De lo contrario, presumirás de todo lo que hagas: «¡Puedo estar en postura supina durante tres horas, y medito cada mañana!».

La esposa de un caballero sikh se quejaba una vez:

–Todo empieza a ser un despropósito. Mi marido viene a verlo a usted, así que, por favor, aconséjele.

–¿Qué pasa? –le pregunté.

–Se levanta a las dos de la madrugada y empieza a recitar el Japuji, y al resto de la familia no nos deja dormir. Si me quejo, ¡me contesta que todos deberíamos levantarnos y recitarlo también! ¡No sé qué hacer!

Hice venir al marido. Le pregunté:

–¿Cuándo recitas el Japuji?

–Cada mañana, temprano, alrededor de las dos –contestó con orgullo.

–Lo cual está resultando ser un auténtico incordio para los demás.

–Eso es culpa suya –dijo–. ¡Son perezosos e indolentes! Deberían levantarse todos a esa hora. Además, les hago un favor recitando en voz alta, pues de ese modo las palabras llegan a oídos, no solo de los miembros de mi familia, sino de los vecinos también.

–Tómate las prácticas con más calma. De hoy en adelante puedes levantarte a las cuatro –le aconsejé, sabiendo que a una persona así hay que hacerla descender gradualmente, o de lo contrario es sencillamente imposible hacer que descienda ni lo más mínimo.

–¡De ninguna manera! –replicó–. Nunca imaginé que le oiría pronunciar estas palabras. ¿Quiere robarme mi religión? –el hombre no daba crédito a lo que oía.

Esa era la razón de ser de su arrogancia: que nadie era capaz de recitar el Japuji como él. Paradójicamente, este era su único obstáculo. Puedes repetir el Japuji toda tu vida sin darte cuenta de que solo hay una cosa necesaria, y es que pongas fin a tu arrogancia.

Por eso, Nanak dice una y otra vez: «Hagas lo que hagas, no conseguirás nada a menos que erradiques tu sentido de individualidad». De ahí que el concepto del gurú sea un inestimable instrumento alquímico para aniquilar el ego, pues al referirte a cada una de tus acciones dices: «Todo es por la gracia del gurú». El problema es la idea de que soy yo quien hace. De modo que, si eres capaz de erradicar el “yo” sin ayuda de nadie, no necesitas un gurú, pero no hay más de una persona entre un millón que sea capaz de hacerlo; ella es la excepción para la que no es necesario crear normas ni establecer directrices.

A veces ocurre que una persona se desprende del ego sin la ayuda de un gurú, pero, para ello, es necesaria una compresión muy profunda, de la que tú careces. Debería ser una comprensión tan profunda como para poder ordenar al ego que se pusiera ante ti, y entonces, con solo mirarlo de frente, el ego por fuerza se desvanecería. Deberías tener ojos como los de Shiva, ante cuya mirada el dios del amor se convirtió en cenizas. Ese estado de consciencia deberías tener. Un Buddha o un Krishnamurti escrutan el ego con tal intensidad que se disuelve y no queda nada; no surge otro sentimiento para ocupar su lugar... Y ni siquiera son conscientes de haber hecho algo, simplemente sucede.

Pero tú no eres ellos. Cada vez que haces algo, hay una voz dentro de ti que repite: «He hecho esto; he hecho aquello...». Si cantas un himno, eres consciente de que estás cantándolo; si meditas, el sentimiento que brota en ti es: «Estoy meditando». Con tu oración o tu alabanza, tu ego se recrea y obtiene una nueva satisfacción a cada momento.

Así que vamos a dejar de lado las excepciones, el uno entre un millón que inevitablemente alcanzará el despertar. Para todos los millones restantes, solo hay un camino: hagas lo que hagas, sea cual sea la práctica, el ritual o la repetición, deberías sentir que los resultados que obtengas son por la gracia del gurú.

Él era verdad antes del principio de los tiempos, y lo es mientras el tiempo sigue su curso.

Nanak dice: Él es verdad eterna ahora, y lo será para siempre.

Atendiendo a un antiguo dicho de la India, durante el Sat Yuga, la era de la verdad, el gurú no era muy necesario, pero en Kali Yuga, la era de la oscuridad, que empezó hace cinco mil años, el gurú será una necesidad. ¿Por qué? Sat Yuga fue un período en el que la gente estaba muy despierta, muy consciente. En el Kali Yuga, en cambio, la gente es insensible, inconsciente, está casi dormida.

Por eso las religiones del Buddha o de Mahavira, que se crearon en el Sat Yuga, no son tan útiles en la actualidad como lo es la religión de Nanak, que es la más moderna, aunque tenga ya quinientos años de antigüedad. Necesitamos otra religión nueva, pues quienes escucharon a Mahavira y al Buddha estaban relativamente más despiertos que nosotros, y eran también más sabios, más sencillos y más ingenuos. Y si nos remontamos a una época más antigua todavía, quienes escucharon a Krishna eran aún más conscientes.

A medida que retrocedemos en el tiempo encontramos mayor inocencia, como ocurre cuando alguien recuerda su vida y va retrocediendo hasta llegar al período de su infancia: en la infancia, uno era sencillo e inocente; en la juventud, empezó a ser más complicado. Es difícil encontrar a un anciano que rebose de sabiduría. El hombre llega a la vejez, cree que lo sabe todo, y sin embargo no sabe nada. La vida lo he vapuleado, y piensa que el sufrimiento le ha hecho un hombre de gran experiencia; ha recogido inmundicia, y cree que ha recolectado diamantes.

El niño es simple, inocente; él es el símbolo de Sat Yuga. El anciano, en cambio, es terriblemente complicado, y su insensibilidad aumenta de día en día, a medida que la muerte se aproxima; él es el símbolo de Kali Yuga. La consciencia del niño está fresca, porque la fuente de la vida está muy cerca de él; es como una onda recién emanada de Dios. El anciano está sucio, le pesa el polvo acumulado, y está a punto de volver a caer en Dios. El niño es un capullo de flor; el anciano es la flor marchita cuyo aliento vital está casi agotado.

Kali Yuga es un período en el que el fin está muy próximo. La vida es ya vieja. Por eso, en Kali Yuga no es posible, bajo ninguna circunstancia, despertar sin la mediación del gurú, porque el ego se apoderará de ti continuamente. Cuando cada acción que realizas te llena de ego, ¿cómo pretendes no estar lleno de arrogancia al hacer tus prácticas espirituales? Si construyes una cabaña y te enorgulleces de ello, el día que llenes tu arca de tesoros, tu engreimiento no tendrá límites; y el día que emprendas la búsqueda del tesoro supremo, tu vanidad y el sentimiento de importancia personal serán inimaginables.

Fíjate en la mirada de desprecio que dirige el hombre que va con regularidad al templo o mezquita a aquellos que no lo hacen. Sus ojos dicen: «¡Sois viles pecadores, y os pudriréis y arderéis en las llamas del infierno! En cambio, ¡miradme a mí! Rezo cada día, y estoy salvado». Recita «Ram, Ram» y cree que tiene abiertas las puertas del cielo, mientras que los demás irán al infierno.

Cuanto mayores sean tu insensibilidad y somnolencia, mayor será tu necesidad de un gurú. Debes entender esto. Si estás profundamente dormido, ¿cómo puedes despertarte a ti mismo? Alguien tendrá que sacudirte; e incluso entonces es muy posible que te des la vuelta y te quedes dormido otra vez.