Berta se ha despertado hoy más temprano que otros días en los que no tiene que ir al colegio. Levanta la persiana de su cuarto y observa que el sol todavía está oculto tras el tejado de la casa de enfrente. Quizá sea aún más temprano de lo que ella imagina. Sale al pasillo, escucha atentamente y comprueba que no hay ningún ruido en la casa, señal de que todavía están todos durmiendo. Saca de uno de los cajones de su mesa un cartón del tamaño de un sobre, y de su mochila, el libro de lecturas, busca entre sus páginas hasta que aparece un papel azul fiesta, brillante, comprueba que el papel es lo suficientemente grande para cubrir el cartón por uno de sus lados. Abre el diccionario en el que guarda su colección de hojas y en la primera página está la hoja que le va a mandar a Miguel. Hace hueco en la mesa y coloca primero el cartón, encima el papel de plata azul, lo dobla sobre los extremos del cartón y sobre él, en el centro, coloca la hoja. Queda perfecto. Ahora sólo necesita un papel transparente para cubrirlo todo. Mejor que un papel de celofán que brilla demasiado, le pondrá uno de esos papeles que su padre llama cebolla y en los que siempre lleva dibujos de casas, en las que ella se ha fijado para hacer sus planos. Esperará a que su padre se despierte y le pedirá un trozo.

No sabe si escribir ahora la carta o después de terminar el envoltorio de la hoja. Sí, escribirá ahora la carta y después, cuando se levante su padre, le pedirá el papel cebolla y además le dirá que doble él el papel de plata y pegue la hoja y todo lo demás, así quedará mucho mejor. En ese momento se acuerda de que el otro día le preguntó a Daniel el nombre del árbol al que pertenece la hoja, y de que lo anotó en uno de sus cuadernos. Daniel le dijo que le cambiaba esa hoja por tres, pero ella le contestó que no, que era una de las mejores de su colección. Así que necesita encontrar otra antes de que su amigo le pida ver el diccionario-álbum de hojas, porque si no, no sabe qué le va a decir. Abre uno de sus cuadernos y allí está anotado el nombre del árbol. Ya lo tiene todo, ahora escribirá la carta. Arranca una hoja del mismo cuaderno en el que tenía anotado el nombre del árbol, acerca la silla a la mesa, toma un bolígrafo del estuche y piensa. No se le ocurre cómo comenzar la carta; sí, en realidad sí se le ocurre, lo que pasa es que no quiere comenzar diciéndole a Miguel lo mucho que se ha acordado de él durante todo este tiempo, y de la tristeza que le producía su silencio y el no saber si se había olvidado de ella. Preferiría empezar contándole otras cosas, pero no sabe cuáles. Decirle que le envía la hoja como regalo de Navidad es una tontería, pues todavía falta más de un mes, y, por otro lado, no hacer referencia a todo este tiempo de silencio y a que ésta es una segunda carta después de otra sin contestación, le parece casi mentir. Y, claro, mentir uno lo hace cuando no tiene más remedio, pero no en esta carta que durante tanto tiempo ha sido incapaz de escribir. Ya lo tiene: comenzará haciendo referencia a la otra carta como si quizá Miguel no la hubiera recibido, eso ha podido ocurrir; en realidad ella no lo sabe.

En ese momento escucha a su madre y a Pablo en el pasillo, que parece van camino del baño.

—Berta, veo que ya estás levantada, pues de tu habitación sale luz, ¿hace mucho que te has despertado?

—Hace un rato. Mamá, ¿se ha despertado papá? —Berta sale de su habitación dando por supuesto que sí.

—Tu padre se ha levantado temprano, iba a correr con Alberto y ha dicho que a las nueve en punto venía con bollos calentitos para desayunar, así que debe de estar a punto de llegar, si es que no se retrasa…

Berta se asoma al baño y encuentra a su madre llenando la bañera con Pablo en brazos.

—¿Querías algo de él?

—Sí, un poco de papel transparente —Berta se acerca a su madre, que está agachada abriendo el grifo de la bañera y le habla al oído en voz baja—, y si no se lo dices a nadie, te contaré que es para forrar una hoja de árbol que le voy a mandar a Miguel.

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Laura mira a su hija con una sonrisa cómplice, se acerca a su oído y le dice al tiempo que le da un beso:

—No, cariño, no se lo diré a nadie, si acaso sólo a papá.

En ese momento se abre la puerta de la calle y se oye la voz de Luis:

—¡Buenos días!, ¿hay alguien levantado?, traigo bollos recién hechos.

Berta sale corriendo al encuentro de su padre.

—Papá, necesito un trozo de papel cebolla y que me pegues unos papeles.

Berta tropieza con Luis, que está dejando las cosas en el salón. Su padre se agacha para darle un beso y le alcanza un sobre.

—No te preocupes, no se lo diré a nadie, pero he visto que es de Miguel —le dice en voz baja.

Berta mira a su padre con ojos de asombro, toma el sobre en las manos y mira el remitente, casi no lo puede creer. Sale corriendo hacia su cuarto y cierra tras ella la puerta. Se asoma de nuevo y sonriendo le dice a su padre, que va hacia la cocina:

—Si acaso sólo a mamá.

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