rosa

Matrimonio místico de Santa Rosa de Lima, Lazzaro Baldi (1666-1670). Rijksmuseum, Ámsterdam.

Santa Rosa de Lima

(Lima, 20 de abril de 1586 – Lima, 24 de agosto de 1617)

RELIGIOSA PERUANA DE LA TERCERA ORDEN DOMINICA

BEATIFICADA el 15 de abril de 1668 por Clemente IX
CANONIZADA el 12 de abril de 1671 por Clemente X
PATRONA de Perú, Filipinas e India
RECIBE SEPULTURA en la basílica del Santo Rosario, en Lima
SE CONMEMORA el 23 de agosto
PROTEGE a jardineros y floristas
SE RELACIONA con el lirio y la rosa
SANTUARIO PRINCIPAL convento de Santo Domingo, en Lima

Introducción

Sicut lilium inter spinas. Este verso del Cántico de los cánticos parece bastante apropiado para describir la naturaleza y la obra de santa Rosa de Lima. Realmente, «como un lirio entre espinas», la santa marcó con su obra una época histórica muy complicada —justo en plena epopeya de la conquista de América—, protagonizada por personajes controvertidos, de fuerte personalidad, que, para bien o para mal, diseñaron el rostro no solo de aquellas tierras llamadas entonces Indias Occidentales, sino también de la propia Europa.

Por una parte, se encontraban los conquistadores, gentes de todo tipo, desde nobles cadetes a auténticos criminales, que con métodos brutales provocaron, simplemente por hambre de riquezas, la casi total extinción de civilizaciones tan antiguas como sofisticadas. Y, por otro lado, había unos pocos religiosos convencidos que exploraron todos los caminos para que se reconociera la dignidad humana de las poblaciones sometidas y para ofrecer un ancla de salvación a todos aquellos situados en los límites de una sociedad profundamente injusta, prisionera del arbitrio y la arrogancia de los poderosos.

Sin embargo, esta mujer de apariencia delicada pero dotada de una férrea voluntad, con una trayectoria vital totalmente dedicada al Señor, basada en la oración, la penitencia y las obras pías dirigidas en primer lugar a los últimos de la pirámide social y a los sufridores, supo provocar una reforma religiosa y moral. Esta reforma fue de tal alcance que contribuyó de manera determinante a hacer mucho más humana una sociedad nacida bajo el signo del abuso y de la rapiña. Todo aquello convirtió a Rosa en un modelo de fe que, en la actualidad, conserva intacto todo su valor.

La Ciudad de los Reyes

Isabel Flores de Oliva, destinada a convertirse en la santa más venerada de América Latina con el nombre de Rosa, nació el 20 de abril de 1586 en Lima.

La capital de Perú, una de las posesiones más ricas de la Corona española en Hispanoamérica, fue fundada por Francisco Pizarro en tierras del señor de Taulichusco, el 18 de enero de 1535. La decisión fue tomada el 6 de enero de ese mismo año y, por ello, enseguida fue llamada «Ciudad de los Reyes», con referencia explícita a los Reyes Magos. El nombre actual de la ciudad parece remontarse a una corrupción del nombre «Rimac», el río en cuyas márgenes se levanta la ciudad, y que los nativos pronunciaban «Limac». Debido a su ubicación en la costa, Lima no tardó en convertirse en una importante escala comercial en el tráfico con la metrópolis a través del puerto vecino de Callao.

El trazado de la ciudad, típico del Renacimiento, fue diseñado por Diego de Agüero. Este se inspiró en el esquema ortogonal ideado por el arquitecto griego Hipodamo para la ciudad de Mileto, a partir del castrum, el campamento fortificado donde vivían los soldados romanos para acordonar los territorios conquistados que, con frecuencia, constituían el núcleo de las colonias romanas.

La primera iglesia de Lima y la Orden de la Merced

La primera iglesia de Lima es de la Orden de la Merced, construida en piedra gris y rosada, caracterizada por una fachada-retablo que presenta una gran escultura de la Virgen con un amplio manto que recoge y protege a todos los pueblos del mundo.

La Orden de la Beata Virgen María de la Merced fue fundada en 1218 en Barcelona por san Pedro Nolasco, bajo la protección del rey Jaime I de Aragón, con el objetivo de liberar a los cristianos prisioneros de los musulmanes, quienes, a menudo, les obligaban a renegar de su religión. El santo puso en pie su obra precisamente para impedir el peligro al que se exponían sus almas, antes incluso que sus cuerpos. En 1235, Gregorio IX promulgó una bula de aprobación de la orden, organizándola según la Regla de san Agustín.

Pedro, descendiente de una familia noble francesa, se trasladó a Barcelona, donde era comerciante, un hecho que le permitió entrar en contacto con mercantes árabes y conocer la trata de cristianos. Decidió, pues, empeñar todas sus riquezas para salvar a los desventurados de aquel destino. Según el relato de los hagiógrafos, se le apareció la Virgen, que expresó el deseo de que naciera una orden religiosa totalmente dedicada a la redención de los esclavos. Así, el 10 de agosto de 1218, Pedro, junto a otros compañeros, fue consagrado por el obispo Berenguer de Palou II en la catedral de Santa Eulalia de Barcelona. Al principio, los religiosos de la orden adoptaron el nombre de Hermanos de Santa Eulalia, y ya en 1232, con la fundación de la nueva sede de la congregación, cuya capilla pasó a ser denominada Nuestra Señora de la Merced, adoptaron el nombre que aún llevan hoy.

La orden tuvo en principio un carácter laico y caballeresco. Solo a partir de 1327 fue reorganizada por el nuevo maestro general Raimundo Albert, quien impuso un giro clerical y espiritual en la conducta de vida de los mercedarios. La liberación se producía pagando un rescate, cuya cantidad variaba según la edad, las condiciones de salud y los medios económicos del prisionero. En ocasiones, cuando el dinero no resultaba suficiente, sucedía que los religiosos debían ofrecerse como rehenes a cambio de un esclavo, quedando cautivos hasta la llegada de la suma desde Europa y exponiéndose personalmente al riesgo de la muerte.

Justo después del descubrimiento del Nuevo Mundo, la orden dirigió su actividad hacia América centro-meridional, y estableció como base un convento en Santo Domingo, desde donde se expandieron por toda América Latina. Los mercedarios realizaron allí un intenso trabajo de evangelización de los indígenas, y no dudaron, en ciertas circunstancias, incluso en defender a estas poblaciones, mediante la denuncia ante las autoridades acerca de la violencia y las vejaciones de los españoles.

En la actualidad, la orden centra su actividad principalmente en las situaciones de marginación económica y psicológica, como la que puede darse en las cárceles, y en la ayuda a los refugiados o en la evangelización misionera en los países en vías de desarrollo.

La ciudad originaria estaba compuesta por ciento diecisiete islas, y cada una comprendía cuatro manzanas. El entramado ordenado de calles paralelas y perpendiculares se desplegaba desde la plaza de Armas central, trazada por el mismo Pizarro, a cuyos lados se levantaban los edificios públicos y religiosos más importantes. Allí se encontraban el palacio del gobernador —aún llamado «casa de Pizarro»—, el ayuntamiento y el palacio de justicia, además de la catedral y el palacio arzobispal.

La plaza de Armas, verdadero corazón de la ciudad, fue el escenario de muchos de los acontecimientos que marcaron la vida de la comunidad. En este lugar se reunieron, en 1541, los fieles a Diego de Agüero —a quien Pizarro había mandado estrangular—, antes de irrumpir en el palacio del gobernador y matar a cuchilladas al célebre conquistador; aquí se celebraron las ceremonias de investidura de todos los virreyes, desde el primero, Andrés Hurtado de Mendoza. También fue el lugar donde eran ajusticiados los condenados por el tribunal de la Inquisición. Monumentales iglesias fueron confiadas a franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, órdenes que realizaban la misión de evangelizar a los pueblos autóctonos. Destaca asimismo el gran convento de Santo Domingo, con la iglesia dedicada a él que, posteriormente, se convertiría en la basílica del Santo Rosario.

La conquista del Imperio inca

Desde que, en 1492, Cristóbal Colón descubrió el llamado Nuevo Mundo, es decir, el continente americano, las potencias europeas empezaron a conquistar estos territorios desconocidos pero de enorme riqueza. España y Portugal, que se cuentan entre las primeras, concentraron sus esfuerzos en América Central y del Sur.

Portugal limitó su campaña de colonización en América a algunas zonas costeras de Brasil. España, por el contrario, realizó auténticas campañas militares que protagonizaron los conquistadores, motivados a emprender esta aventura por el deseo de poder y riquezas. La mayor parte de ellos eran hidalgos, jóvenes nobles sin título ni riqueza, hombres de armas y criminales de todo tipo. Las primeras etapas de la colonización española los llevaron a La Española (Haití y República Dominicana), Puerto Rico, Cuba y Jamaica. Más tarde, los conquistadores fueron al interior y se dirigieron tanto hacia los territorios del centro como del sur de América.

Entre ellos, destacaron por su crueldad los nombres de Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Cortés en solo tres años, de 1519 a 1521, conquistó el Imperio azteca, que comprendía un territorio que correspondía, grosso modo, a la parte central de México.

Francisco Pizarro se centró en el rico y cívico Imperio inca, que se extendía por un territorio vastísimo que correspondía con los actuales Perú y Ecuador, junto con la parte occidental de Bolivia y la zona septentrional de Chile, con una longitud de casi 4000 kilómetros.

El término «inca» era el nombre por el que estos pueblos andinos eran conocidos, pero, en realidad, hacía referencia solo al emperador (jefe absoluto de este extenso territorio con capital en Cuzco). La identidad de dichos pueblos se completaba, además, con la lengua quechua y un panteón en cuya cúspide se hallaba el dios del sol, personificado por el soberano, a quien se le ofrecían sacrificios animales y, muy a menudo, humanos.

Se trataba de una sociedad jerarquizada cuyo máximo representante, el inca, ejercía el poder gracias a una estructura administrativa centralizada y eficiente y a un ejército bien organizado. De su familia procedía la clase dirigente militar y religiosa. El Estado regulaba toda actividad social y privada, como las costumbres, las leyes, la religión y la economía. También la propiedad de la tierra era exclusiva del soberano. A cada comunidad se le confiaba una parcela, proporcional al número de individuos y a su sexo: a las mujeres, de hecho, les correspondía una cantidad menor. Cuando llegaron los españoles, estos pueblos disponían de una floreciente industria metalúrgica, de una agricultura a la vanguardia y de una compleja y eficaz red de caminos.

En 1531, Pizarro, que consiguió junto a su compañero Diego de Almagro el grado de capitán y la autorización para ir a la guerra contra el Imperio de los incas, comenzó la conquista con menos de doscientos hombres y veintisiete caballos, recibiendo a cambio el 50 por ciento de las riquezas cosechadas por la explotación de la tierra. Su empresa se vio favorecida por una evidente disparidad tecnológica: contra las armas de fuego, el ejército indígena, aunque estaba bien organizado, no podía sino oponerse con armas de piedra. Así, ayudado por otro centenar de hombres procedentes de tierras conquistadas de América Central, Pizarro asedió la capital, Cuzco, y, después de apoderarse de ella (1533), la sometió a un despiadado saqueo. Las riquezas acumuladas aumentaron por la enorme cantidad de oro que les entregó el emperador Atahualpa a los españoles con la esperanza, que luego resultó vana, de ser liberado. Por haberse negado a convertirse al cristianismo y aceptar la soberanía del rey de España, fue encarcelado como idólatra y condenado a la hoguera. Aterrorizado por la idea de morir entre llamas —circunstancia que le habría impedido alcanzar la vida ultraterrena destinada a los soberanos incas—, Atahualpa se convirtió al cristianismo y, además, les entregó a los españoles un inmenso tesoro como rescate para la liberación que le prometió Pizarro. A pesar de todo esto, fue condenado a muerte por estrangulamiento.

En 1535, Pizarro fundó Lima, que se extendió a lo largo de la costa, en una posición descentrada respecto a los asentamientos incas, que, también por ello, dieron lugar a muchas revueltas. Sin embargo, nada comparado con las feroces luchas intestinas entre los conquistadores, provocadas por el mismo Pizarro, ambiguo y desleal. Precisamente durante uno de esos enfrentamientos, fue asesinado en 1541.1


1 Para saber más, véase: Alberto Pincherle, La leggenda nera. Storia proibita degli spagnoli nel Nuovo Mondo, Feltrinelli, Milán, 1972; y Ruggiero Romano, I conquistadores: meccanismi di una conquista coloniale, Mursia, Milán, 1992.

Un nacimiento premonitorio

La familia de Rosa tenía orígenes nobiliarios españoles. El padre, Gaspar Flores, nació en Puerto Rico y descendía de una familia de la nobleza toledana. Amasó su fortuna luchando en las filas de los conquistadores y, así, se convirtió en propietario de una gran factoría en la que un gran número de indígenas prestaban servicio como verdaderos siervos de la gleba.

El sistema económico de las colonias