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© 2018, Emiliano Campuzano

© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial

 

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Daniel García

Portada

Juan Emiliano Vargas Campuzano

María Alejandra Domínguez

Ilustración

Juan Emiliano Vargas Campuzano

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Revisión

Jesús Espinola

Primera edición: Marzo de 2018

ISBN: 978-84-17142-91-9

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

 

 

 

 

 

A NADINE

 

 

 

CAPITULO

1

Sin importar lo que Samantha August te pueda contar, el apocalipsis zombi comenzó como cualquier otro día.

Era lunes por la mañana y yo era nuevo en la ciudad. Caminé un poco nervioso a través de los helados pasillos de mi nueva escuela hacia mi primer día de mi último año de preparatoria, traía una sudadera delgada y un par de jeans rasgados que no ayudaban, pero para nada a mantener mi temperatura corporal, entre los escalofríos noté que seguía medio dormido. Tenía que llegar al salón 405 y aunque me dolían un poco las articulaciones por el viento, caminé tan rápido como pude para hacer más corto el rato largo que me esperaba.

Al llegar al salón, no me encontré con nada nuevo, todos tenían ya su grupo de amigos y esos grupos estaban dispersos a través de la habitación y en el pasillo gélido; entré haciéndome paso entre la multitud y dejé la mochila sin pensarlo mucho en el último escritorio al fondo a la derecha, junto a la ventana. Me senté.

Miré alrededor de mí para analizar a los que serían mis compañeros durante los siguientes doce meses, de nuevo, nada sorprendente; los chicos ricos conversaban con las chicas lindas y me llamó la atención en especial un niño mimado que traía un cinturón de unos quinientos euros y unos zapatos marinos que seguramente costaban más que toda mi ropa junta, presumía de su viaje a Mónaco y estaba con otros tres chicos y dos chicas guapísimas que no lucían para nada tan prepotentes como él.

No tardé en poner los ojos en blanco y pronto sentí su mirada colectiva de vuelta, solo que un poco menos cordial, si es que la mía lo era de ese modo, soltaron una risa tonta y mejor volteé por la ventana para evitar conflictos; allí me encontré otros tantos grupos del mismo tipo de personas y sin querer me preocupé que quizá, para variar, no encajaría de nuevo para nada.

Me pasé mirando a mis compañeros por un par de segundos cuando, de pronto, no pude hacerlo más y una voz, dos partes dulces y una ronca, invadió mi cabeza por mi lado izquierdo; la razón por la que esta historia existe llegó en ese momento.

—Va a ser un largo año, ¿no?

—Parece ser que sí —volteé solo para encontrarme con una chica que… Bueno, a primera vista no parecía chica en lo absoluto, tenía el cabello más corto que el mío, del mismo tono de negro y sin maquillaje a excepción de un Gloss con brillantina que traía en los labios; no era convencionalmente femenina y, si no me equivoco, traíamos puesta la misma sudadera.

—Sí, suelo causar esa primera impresión —respondió riendo, me imagino que mi expresión fue tal que tuvo que romper el hielo de esa manera.

—Lo siento —quise disculparme, pero me arrepentí momento seguido al pensar que eso admitía que pensé lo que ella ya sabía y eso que ella sabía, no era nada educado.

—No tienes que —volvió a reír.

La chica dejó su mochila en el asiento de enfrente y sacó de ella una gorra de lana roja, se la puso encima y me sonrió. Definitivamente era rara, pero yo también lo era y entonces, algo hizo clic.

—Soy Sam, no Samantha, solo Sam; Sam August —dijo, sentándose en mi escritorio—. ¿Y tú?

—Jace, Jace Griffin —contesté un poco más cómodo.

—¿Y la K? ¿Qué significa? Jace K. Griffin —preguntó, acomodándose su poco cabello debajo de la gorra.

—¿Cómo demonios…? —pregunté sorprendido.

—Soy bruja, na, broma; está en tu mochila, Jace K. Griffin —bromeó y me miró.

—No es nada —respondí un poco cerrado.

—Anda, dime tu nombre. No se lo diré a nadie, además, no es como que nadie aquí fuera de mí se muera por saberlo —dijo, tenía razón.

—Katherine —contesté.

—¿Eso no es nombre de chica? —rio y me enfadé un poco.

—No, no lo es —respondí; sí lo era.

—Claro que lo es, pero es lindo, me gusta, Kate —dijo Sam.

—No me digas Kate.

—No hay vuelta atrás, Kate —rio y se bajó de mi escritorio.

Quizá era coincidencia, pero mi nombre no sonaba tan mal en su voz y por un momento, no lo odié tanto. Mi primera clase de ese semestre fue Álgebra y mi profesor fue Max, una especie de «prodigio» (según él) de veintisiete años que veía a las chicas cuando pasaban al pizarrón y quería ser amigo de los chicos «cool» haciéndoles chistes malísimos; lo analicé y al valorar la situación, me dediqué a pasar notitas de papel con Sam y nos decíamos realmente nada, a veces volteaba echando la cabeza para atrás para sonreírme.

La siguiente clase fue Francés y luego Literatura; me dormí en Literatura y antes de que sonara la campana, Sam me despertó.

—Te dejaría dormir, pero es el primer día y, como en un apocalipsis zombi, es mejor permanecer juntos —dijo Sam y yo reí un poco—. ¡Venga, despierta!

—Voy, voy —dije aún dormitando.

—Ten, ponte mi bufanda, acabas de despertar —me dijo Sam dándome una bufanda de su mochila que al parecer tenía todo menos cuadernos y una pluma.

—Gracias, pero no es…

—Sí, póntela, Kate —rio y se paró en el marco de la puerta.

—No me digas Kate —hablé en voz baja.

Salí con ella del salón y bajamos los tres pisos para llegar a la base del inmenso campus y, con eso, con otros cientos de chicos y chicas, la mayoría cayendo en el estereotipo que había analizado previamente.

—¿No crees que criticarlos sin ni siquiera saber su nombre te hace igual de superficial que ellos? —dijo Sam, distraída.

—No —contesté, un poco extrañado, nunca me lo había planteado así.

—Perdón —volteó a verme mientras caminábamos a la cafetería—. A veces no filtro lo que digo, solo sale y ya…

—Sí, ya vi; no te preocupes —respondí, abrazándome, me dolieron los dedos de las manos por el viento.

Cruzamos el campo de futbol americano, el de básquetbol y llegamos, finalmente, a la cafetería que, por el frío, se encontraba a reventar.

—Ni siquiera tengo hambre —dijo Sam—. ¿Y tú?

—No, tampoco —respondí.

—Ven, ahí hay un lugar —dijo la chica caminando a una mesa ya ocupada.

—Creo que ya está ocupa…

Sam se sentó sin preguntar y solo se le quedó mirando a la bola de chicos junto a ella, no pasaron ni cinco segundos y se fueron, dejando la mesa libre.

—Da —terminé mi frase.

—Ya no —dijo Sam—. Ven, siéntate. Cuéntame de ti, Kate.

Sam era la excepción, de la masa uniforme de personas que se expandía a través del campus, ella era genuina y, aunque tuve que analizarla, como siempre lo hacía con todos, me quedé con más preguntas que respuestas.

—Pues…

—Aparte de que tienes nombre de chica —bromeó ella.

—Sam también es nombre de chico —contrataqué.

—¿Te parece que me importa? —dijo riendo, por un momento pensé que la había ofendido. —Exacto. —No fue así.

—¿Touché? —reí.

—Sí —Sam sonrió a medias y siguió—. Empiezo yo. Tengo diecisiete años y me acabo de mudar acá con mi mamá que se acaba de divorciar, mis colores favoritos son el rosa y el verde, me gusta mucho leer lo que sea y amo las películas de terror. Siempre quise ser piloto de aviones de pequeña y, aunque sé que creíste que era un chico cuando me viste por primera vez, sí, Kate, soy chica. ¿Mucha información?

Sí.

—No —mentí—. Tengo diecisiete años también y soy malísimo en los deportes; me gusta el rock británico y las películas en general.

Cool —interrumpió Sam.

—Mi color favorito es el azul, creo, también soy nuevo en la ciudad y nací en California. Vivo con mis papás y mi prima que se vino con nosotros para estudiar la universidad aquí. Quiero tener una banda famosa cuando crezca y mi sueño es dedicarme a tocar guitarra y escribir canciones.

—¿Escribes canciones? —Sam volvió a interrumpir.

—Bueno, no, aún no. No es tan fácil.

—Me imagino.

—No pensé que eras un chico cuando te vi.

Sam levantó una ceja y asintió con una sonrisa incrédula.

—No, claro que no —dijo con sarcasmo.

—En serio —respondí.

—De verdad, está bien —terminó Sam—. Me lo dicen seguido, hasta mamá lo hace. Me gusta mi cabello, tarda menos en secarse así.

—Supongo que tienes razón —contesté.

—Oh, olvidé mencionarlo, soy demasiado preguntona —asintió con la cabeza y pensó—. Y un poco impulsiva también.

—Sí, lo noté.

—Tú eres más frío, eso es bueno —contestó Sam.

—¿Ah, sí?

—A veces, depende qué resultado busques.

Antes de que pudiera notarlo, la campana volvió a sonar, pero esta vez, no nos tocaba en la misma clase, yo iría a Música y ella a Pintura. Nos despedimos por esas dos horas y nos dirigimos a nuestros respectivos salones.

En Música había pocos alumnos, había una chica un poco bajita y de cabello chino que se veía que tampoco era de muchos amigos, un chico con una gorra snapback que se veía a kilómetros que era baterista, dos chicos en el teclado y, claro, no podía faltar el bajista, solo que aquí era chica y era una chica coreana que sabía poco español y que, al igual que yo, era nueva.

Nuestro profesor de música llevaba por nombre Gerard, era un rockero de profesión, graduado de una prestigiosa universidad, derrochaba talento y tenía tatuajes en casi todo su cuerpo. Me cuestioné cómo alguien así había terminado dando clases en una preparatoria pública, pero antes de poder preguntarle a él, fuimos directo al grano y nos dio indicaciones para tocar un cover de Seven Nation Army, una canción tan icónica que, sin importar la experiencia en música, todo el mundo sabe tocar. A un par de salones pude ver el salón de Sam.

Gerard nos explicó que el proyecto del semestre sería tocar para un concierto navideño, nos dio una lista de canciones y nos dejó a nosotros elegir el resto conforme fuera pasando el año, empezaba a gustarme la clase.

El chico baterista era Chris, los del teclado nunca hablaron ni mencionaron su nombre, pero se parecían bastante, por lo que solo eran twins (gemelos), la chica bajita cantaba increíble y su nombre era Bianca; la chica bajista era Bora y era extrañamente buena armando ritmos. Nos divertimos un rato ensayando la icónica canción.

Para cuando la clase terminó, fui por Sam a su clase de pintura y no me preguntes por qué, pero dicen que en el arte que haces expresas quien realmente eres, y como no podía analizarla, moría por ver lo que había pintado. De verdad me sorprendió.

—¿Y… qué es? —pregunté.

—Hoy —contestó Sam cerrando un poco los ojos y viendo su pintura.

El lienzo parecía haber sido atacado por un grupo profesional de Gotcha… Básicamente había cientos de pincelazos sin simetría ni sentido aparente, algo así como un Pollock.

—¿O sea?

—No sé solo sucedió —rio Sam—. Podríamos ponerlo en un museo y venderlo por unos cinco millones de dólares. ¿No?

—Sí —me hizo reír, era cierto—. Pensé que harías algo más…

—¿Común? —interrumpió Sam e hizo una mueca—. Me esfuerzo demasiado para alejarme lo más que puedo de eso, no tendría sentido seguir la instrucción de hacer una flor que era el proyecto de hoy.

—Sí, si quieres pasar —gritó la maestra desde su lienzo personal.

—¡Es una flor surreal! —contestó Sam.

—¿Lo es? —le pregunté.

—El arte es subjetivo, Kate.

—Jace.

—Katherine.

Nos sonreímos por un segundo; al parecer había encontrado a alguien en quien confiar en el primer día y ya no me sentía nervioso, que no es que lo hubiera hecho en primer lugar…

—Entonces… ¿Amigos, Kate? —preguntó Sam como si aún no estuviera segura.

—Amigos, Samantha —contesté.

—Sam —me corrigió.

—Samantha.

—Katherine.

 

 

 

CAPITULO

2

En el receso del tercer día, estaba buscando a Sam para ir a comer juntos cuando ella me sorprendió por la espalda.

—Kate —rio.

—Jace… —corregí. Sam traía con ella una chica introvertida que quizá vi en la cafetería el primer día.

—Te presento a Becca; Becca, él es Kate

—Soy Jace, mucho gusto —saludé a Becca..

Becca se veía como ese tipo de chica que no habla mucho, pero que, si te toma confianza, no la callas nunca; también se veía que le gustaba estudiar, tenía esa chispa de nerd que tanto caracteriza a la gente así y, por eso, me agradó bastante.

—Becca escribe poemas —dijo Sam.

—Meh, más o menos —corrigió Becca.

—Ay, cállate, claro que lo haces.

—No, en serio… —siguió Becca.

—Además, son buenísimos —siguió Sam.

—Ni siquiera los has leído —suspiró Becca.

—¡Shh! —la calló Sam bromeando, noté que Becca estaba genuinamente extrañada—. Bueno, ya, algún día los leeré, da igual.

Sam, Becca y yo caminamos hacia la cafetería y nos dirigimos al mismo lugar en el que habíamos almorzado durante los últimos días. La mesa estaba ocupada, como siempre, pero Sam hizo lo suyo y la reclamó de nuevo.

—¿Verdad que Katherine es nombre de chica? —preguntó Sam bromeando y abrazándome del brazo.

—Supongo… —respondió Becca.

—¿Cuánto más vas a seguir con esto? —pregunté.

—Siempre —contestó.

Debí saber que hablaba en serio.

—¿Son novios? —preguntó Becca interrumpiendo.

—No, no —dijimos Sam y yo a la vez.

—Somos —continuó Sam.

—Amigos, nos acabamos de conocer —terminé nuestra oración.

—Oh, es que como se llevan de maravilla —dijo Becca.

—No, no, él es prácticamente una chica —bromeó Sam.

—Y ella un chico —contrataqué.

—Terminarán juntos —afirmó Becca.

—No —negó Sam.

—De ninguna manera —dije yo.

Becca rio.

Tocaba Música y a Sam, Pintura, así que nos despedimos y subimos a nuestros respectivos salones. Gerard ya estaba organizando a los demás para tocar y llegué a tiempo para tocar la guitarra. Bianca estaba practicando una canción de Radiohead y la seguimos; fue ahí cuando extraoficialmente comenzó mi banda.

Tocamos un par de canciones más para el recital de Navidad que Gerard estaba organizando y al terminar la clase, se me acercó Chris.

—Jace. ¿Cierto?

—Cierto —contesté, él rio.

—Oye, tocas muy bien la guitarra.

—Muchas gracias —respondí.

Iba a salir del salón cuando noté que Becca y Sam llegaron a asomarse a la ventana. Sam entró.

—¡Toquen algo! —gritó Sam emocionada.

—Sí, toquen algo —continuó con voz baja Becca—. Anda Chris.

—¿Se conocen? —pregunté.

—Sí, nos conocimos el primer día —contestó Chris.

—¡Qué coincidencia! La chica aquí y yo también nos conocimos el primer día. ¿No, Kate? —dijo Sam bromeando y queriendo abrazarme, me quité.

—Bueno, nosotros desde hace dos años —corrigió Chris.

—Bueno ya, toquen algo —exigió Becca.

Chris me miró como invitándome a darles lo que pedían y me di cuenta de que no tenía alternativa, así que volví a conectar mi guitarra e invité a Bianca.

—Pero ya me iba… —renegó Bianca.

—Anda, solo una canción y ya —dijo Chris desde la batería, ya preparado.

—Okey, que sea Creep —respondió Bianca, prendiendo el micrófono del salón.

Bora se había ido y los gemelos también, así que solo quedamos los tres para tocar, Sam se sentó en una silla al revés y recargo la cabeza en sus manos, emocionada. Becca se quedó parada viendo.

—Okey, uno, dos, tres y… —empezamos a tocar.

A pesar de que no teníamos armonía ni bajo, sonábamos bastante bien para ser honestos.

Sam aplaudió y corrió a abrazarme.

—Nada mal, Katherine —sonrió Sam.

—Ya me voy —gritó Bianca ya apagando su micrófono, nos despedimos con señas.

—Dime Jace, Sam.

Sam me presionó la nariz con su dedo y negó con la cabeza.

—Deberían hacer una banda —comentó Becca.

—A eso iba —interrumpió Chris.

—¿Ah? —pregunté.

—¿Y si hacemos una banda? —preguntó Chris.

La verdad es que siempre había querido tener una banda, así que no dudé en aceptar.

—¡Suena genial! —comenté.

Sam, Becca y yo estábamos por salir del salón cuando Chris gritó desde atrás.

—Oigan… —volteamos—. ¿Puedo ir con ustedes? —preguntó Chris.

—¿Y George, y tus amigos? —preguntó Becca extrañada.

—Estoy peleado con ellos —contestó en voz baja Chris.

—Ya veo.

Por fin tuve oportunidad de analizar a Chris, era un exchico cool desterrado de su reino y que ahora no tenía a dónde ir; era extrovertido y parecía el tipo de persona que te molía a golpes si lo hacías enojar, sin embargo, parecía una buena persona, sus intenciones eran buenas y ahora que era mi baterista, confiaba en él. Al principio pensé que miraba mucho a Sam, pero entonces se me ocurrió que quizá estaba exagerando.

Los cuatro caminamos a la cafetería para el segundo receso y nos sentamos en nuestro lugar.

—Bien, ahora tenemos un buen equipo para el apocalipsis zombi —dijo Sam.

—¿Apocalipsis zombi? —preguntaron Becca y Chris.

—Le gusta el escenario —la defendí. Sam rio.

Platicamos treinta minutos acerca de los gustos de música de todos, de cómo Becca solo escuchaba folk y que Chris era fan del rock de los ochenta, de que yo nunca había tomado formalmente clases de guitarra y de cómo Sam moría de hambre a pesar de no parar nunca de comer.

Chris luego empezó a platicarme de lo que tenía en mente.

—Así que… —se metió un bocado de sándwich a la boca—. Mi papá me compró una laptop para grabar.

—¿Para grabar? —pregunté.

—Sí, sí —continuó Chris—. He estado queriendo grabar un disco, pero soy malísimo con todo menos con la batería.

—En eso eres bueno —contesté.

—Muy bueno —aceptó—. Pero en lo demás no. Así que te escuché y dije «Es ahora», estoy pensando en rock, pero ya sabes, un poco más moderno.

—¿Sintetizadores?

—Sintetizadores, ritmos con más groove, más simple —siguió—. ¿Crees que Bianca quiera entrar?

—Supongo que sí —contesté—. No pierdes nada en preguntarle.

—Tal vez tienes razón —rio Chris—. Es linda. Las chicas lindas traen buena audiencia —recalcó Chris.

—¿Yo qué? —se entrometió Sam.

—Tú nada —bromeé, ella me golpeó el brazo.

—Kate escribe canciones —mintió Sam.

—¡¿Escribes canciones?! —preguntó Chris.

—No —le bajé la gorra a Sam—. Quiero, pero no es tan fácil.

—Es fácil —comentó Becca—. Por lo menos hacer letras.

—Eso es porque eres poeta —respondió Chris.

—Pero sí eres bueno con la guitarra, Kate —dijo Sam levantándose la gorra.

—Se me ocurre algo —dijo Chris confiado.

Sonó la campana y nos fuimos a nuestros salones a tomar clase, esas dos clases no las tomaba con Sam y, aunque pensé que iba a descansar un poco de ella, la verdad es que se me hicieron eternas. Me dormí en la segunda clase y me desperté porque el profesor llegó a llamarme. Quizá no era tan extraño que me sintiera mucho más cómodo que el día anterior. Ya había analizado a todo mi salón y, aunque la mayoría eran niños malcriados, había un par con los que podía dirigirme la palabra y bromear de vez en cuando.

Al salir, mi madre había tardado, así que caminé hacia las escaleras y esperé a que llegara; entonces miré hacia arriba y me encontré a Sam esperando con su gorra puesta en el piso de arriba. Subí y tiré la mochila al lado de ella, se asustó con el sonido.

—¿Qué haces? —pregunté.

—Se me fue el bus —contestó Sam aburrida—. Ven, hazme compañía.

Me senté con ella.

—¿Apocalipsis zombi? —pregunté.

—Me gusta el panorama —contestó.

—Escenario —corregí. Ella rio.

—Escenario, eso. No sé, suena bien, es como decirles a las personas que les confiarías tu vida en una situación de caos.

—¿Le confías tu vida a gente que acabas de conocer? —pregunté.

—¿Por qué no? —cuestionó ella.

Asentí con la cabeza.

—Podría comenzar a enumerar razones…

—Bueno, quizá a ti sí —me interrumpió.

La miré y me sonrió.

—¿Tú qué haces aquí? —preguntó.

—Aún no llega mi mamá —contesté—. ¿A qué hora sale el siguiente bus?

—En dos horas —contestó Sam agachando la cabeza entre los brazos.

—Mierda —dije.

—Sí.

Entonces recibí un mensaje de mi madre.

«¿Podrías regresar caminando? Tuve un problema y tardaré en salir de aquí. Tu papá está trabajando. Te amo».

Suspiré.

—¿Qué pasa? —preguntó Sam.

—Tendré que volver caminando a casa —contesté.

—¿Es muy lejos?

—Un poco, como unos cuarenta minutos caminando.

—¿Quieres que vaya? —preguntó Sam.

—No, ¿cómo crees? —la miré.

—No quiero que vayas solo —contestó.

—Pero entonces tú regresarías sola.

—¿Por dónde vives?

—Por el Graham Park.

—Yo como a dos manzanas —contestó sonriendo—. Vamos.

Estábamos como a cuarenta minutos caminando de nuestras casas, así que no perdimos más tiempo y nos colgamos las mochilas al hombro. Nos dirigimos a casa, a pesar de que no conocíamos bien la ciudad todavía.

—Y dime, Kate, ¿tienes novia? —preguntó Sam.

—No —contesté.

—¿Novio?

—No, me gustan las chicas —respondí.

—Entonces estoy descartada —bromeó Sam.

—Claro que no.

—¿Cuántas relaciones has tenido? —preguntó Sam.

—¿Por qué? —pregunté.

—Curiosidad, hacer el camino menos pesado —rio.

Pensé un segundo.

—Dos.

—¿Dos? —preguntó Sam sorprendida.

—Sí. ¿Tú? —interrogué.

—Dos también —contestó segura.

—¿Ah, sí?

—No porque tú creas que parezco niño significa que no soy guapa —afirmó Sam.

—No considero que luzcas como un chico —dije.

—Pero no crees que soy linda —complementó Sam.

Me quedé callado, a la niña le gustaba vivir veloz.

—El primero en la secundaria, se llamaba Roger, era un imbécil, pero supongo que yo no era muy madura entonces.

—¿Eras? —bromeé.

—Cállate —rio—. En fin, me engañó y terminamos, luego en primero de preparatoria fue Matt, jugaba futbol americano.

—¿Qué tienen con el futbol americano? —pregunté.

—Es sexi —contestó Sam. La miré levantando una ceja—. Cuando eres una chica cool, lo es —sonrió.

—¿Y qué pasó?

—Me mudé acá —contestó Sam.

—¿Y no pudieron hablar por internet? —pregunté.

—No, él… Él ya tenía a alguien más.

—Lo siento.

—No tienes que, Kate.

—Jace…

—Kate.

Sam se detuvo un segundo a estirar el cuello un poco, estaba cansada por lo pesado de la mochila.

—Hey, te ayudo —le cargué la mochila.

—No, no es necesario —contestó Sam queriendo quitármela, pero no la dejé—. Gracias… —asentí.

Seguimos caminando en silencio un par de metros más hasta que Sam volvió a hablar.

—Y bueno, Jace Katherine, cuéntame de tus relaciones.

—No —reí.

—Anda, anda, anda —Sam insistió—. Te conté de las mías.

—Nadie te pidió que lo hicieras —bromeé.

—Es etiqueta básica, Kate —me miró seria, pero a la vez en broma.

Me aclaré la garganta.

—Oh, Dios —dijo Sam. Me carcajeé.

—La primera se llamaba Ivette, también me engañó y también en la secundaria.

—El primer amor nunca es el bueno. ¿Eh?

—Quizá sí, pero quizá no siempre llega en orden —reí—. La segunda es Grace, ella, bueno… Ella fue increíble —suspiré.

—¿Y?

—Me mudé acá —la imité.

—Ya —entendió Sam.

Finalmente, llegamos a casa de Sam y tocamos el timbre. Su mamá abrió preocupada y se miraba un tanto molesta.

—Samantha, tenías que haber llegado hace casi una hora. ¿Y tu teléfono? —preguntó su mamá.

—Se me terminó la batería y perdí el bus —contestó Sam—. Pero me vine con Kate —me señaló.

—Oh, Kate —exhalé, ahora hasta su mamá me decía Kate—. Disculpa, mucho gusto, soy Lorena.

—Mucho gusto —dije sonriendo.

—Gracias por traer a Samantha.

—No hay problema —respondí.

Sam la miró con ojos de cachorro y su mamá asintió como entendiéndola sin hablar.

—Kate —dijo su mamá.

—¿Sí? —pregunté.

—¿Por qué no pasas? —preguntó.

—No, no —traté de crear una excusa—. Seguramente me están esperando en la casa —mentira—. Y ya han de tener comida y…

—No es cierto, sus padres están ocupados —tosió Sam.

La mamá de Sam sonrió.

—Anda, pasa —me invitó y no pude negarlo.

Entré y acompañé a Sam a dejar sus cosas, pero ella subió a cambiarse, así que me quedé esperando en la sala.

—¿Te gusta el spaghetti, Kate? —preguntó su mamá desde la cocina.

—Sí, pero no se preocupe —respondí acercándome.

—No, en serio. No solía cocinar, así que no supe medir las cantidades de pasta y ahora puedo alimentar a toda la capital —bromeó su mamá—. Entonces… ¿te quedas a comer con nosotros? Claro, si no hay inconveniente.

—¡Se queda! —gritó Sam desde arriba.

Reí.

—Creo que sí me quedo, muchas gracias.

 

 

 

CAPITULO

3

Sam bajó con una sudadera y un pants.

—¿Tenías que cambiarte? Te veías bien —pregunté.

—Sí, pero no quiero cargar con todas las malas energías de la escuela, ugh —rio.

—Supongo que tiene sentido —dije.

—¡Mamá, Kate tiene hambre! —gritó Sam.

—¿Qué? Yo no dije nada —reí. Su mamá rio también.

—Ya, ya. Les sirvo —dijo su mamá.

—Te odio —le dije a Sam.

—No, no me odias —respondió ella.

Su mamá nos sirvió un plato de spaghetti de lo que parecía ser un recipiente con suficiente pasta como para acabar con el hambre del mundo.

—Provecho, Kate —me dijo la mamá de Sam.

—Gracias, igualmente, señora —dije, Sam me sonrió.

—Por favor, dime Lorena —contestó su mamá.

Enrollé un poco de pasta en mi tenedor y me lo llevé a la boca para probarlo, estaba muy caliente, pero el sabor era bueno y hasta ese momento, no me había dado cuenta de lo mucho que me estaba muriendo de hambre.

—¿Van juntos en la escuela? —preguntó Lorena.

—En el mismo salón —contestó Sam.

—Solo en algunas clases —complementé.

—¿Eres de aquí, Kate? —preguntó Lorena.

—Es californiano —respondió Sam antes de que yo pudiera hablar.

—Deja que responda, Samantha —rio Lorena.

—Bueno, no sé por qué se mudó —contestó Sam.

—Pues —pasé mi bocado—. Mi papá consiguió un trabajo aquí, así que realmente no tuvimos opción.

—No está tan mal —dijo Lorena—. El clima es agradable.

—Es frío —dijo Sam.

—Sí, pero algunos cambios son buenos —complementó Lorena.

Sam se quedó callada un segundo, pero típico de ella, no duró mucho.

—Oh, Kate es músico.

—¿En serio, Kate? —preguntó Lorena.

—Sí, bueno, algo así.

—Toca la guitarra increíble —dijo Sam emocionada.

—Eso es genial, Kate.

—Gracias —dije.

—Y un día me va a escribir una canción —dijo Sam confiada.

—¿Ah, sí? —le pregunté.

—Eventualmente —sonrió Sam.

Por un rato, Sam habló de mí sin dejarme ni siquiera opinar como si me conociera de años, su mamá solo me miraba como riendo de la situación y, aunque al principio fue extraño, terminó por sentirse lindo. Me acabé mi spaghetti.

—¿Quieres más, Kate? —preguntó Lorena.

—Sí, sí quiere —dijo Sam riendo.

—No, muchas gracias, estaba delicioso, pero voy a reventar —bromeé.

—Eso de calcular raciones no es fácil —dijo Lorena—. ¿Ves, Samantha? Para eso sirven las matemáticas.

—Y para frustrar gente altamente efectiva —respondió Sam y yo reí.

Sam levantó nuestros platos y cubiertos, nos paramos de la mesa.

—Les llevo helado. ¿Dónde estarán? —preguntó Lorena.

—En mi cuarto —respondió Sam, me latió el corazón un poco más rápido, no es que nunca hubiera ido al cuarto de una chica, pero… No, olvídalo, sí era eso.

—Está bien, Samantha —contestó Lorena.

Sam me jaló y la seguí a su cuarto. Al igual que ella, su habitación retaba las expectativas, no tenía rosa ni cosas de princesa y, en su lugar, había un par de estantes, uno con libros y otro con cuadernos, cientos de cuadernos. Había también clásicos de la literatura y otras novelas de las que había escuchado hablar mucho, pero que nunca me había animado a leer.

—Así que, en serio te gusta leer.

—¿Qué? ¿Pensaste que era broma? —contestó Sam sentándose en un sillón de gel—. Sí, Kate, me gusta mucho leer. Ven, siéntate —me ubiqué junto a ella—. ¿Lees algo?

—No —admití—. Me gustan más las películas.

Cool —dijo Sam, se quitó su gorra.

—Pero no soy tonto —quise corregir.

—¿Qué? —preguntó Sam.

—Ya sabes, no leo, pero no soy tonto.

—Leer no te hace culto o inteligente. Puedes aprender mucho en una película o en un programa de televisión y leer por pura diversión y entretenimiento también. Eso es una opinión muy superficial, Kate; me sorprendes, es casi como si solo lleváramos dos días de conocernos.

—Perdón —reí.

—No te disculpes, no toda la gente que lee es lista y sé que no eres tonto, todo lo contrario —me sonrió.

En ese momento su mamá entró con dos copas con helado y nos las dio. Era helado napolitano.

—Espero que les guste —dijo Lorena.

—Gracias —dijimos a la vez.

Lorena salió y Sam empezó a jalar su sillón a la ventana donde había un pequeño balcón y me invitó a hacer lo mismo.

—¿Qué hacemos? —pregunté.

—Disfrutar la vista —dijo Sam. De su balcón solo se veían otras casas y unas cuantas calles a la redonda, nada realmente majestuoso.

—¿La vista? —volví a preguntar.

—Tú, siéntate —bromeó Sam.

Lo hice, en eso entró una llamada a mi celular, era mi mamá.

—Jace. ¿Dónde estás?

—En casa de Sam, mamá —contesté.

—¿Quién es Sam? —preguntó.

—Una amiga —dije, Sam comió una cucharada de helado.

—¿Una amiga? ¿No vendrás a comer? —preguntó mi mamá sorprendida.

—Sí y no, ya comí —contesté.

—¿Qué haces? —interrogó.

—Tarea. Regreso en cuanto termine, es cerca —respondí.

—Okey. Te amo, hijo.

—Yo te amo a ti, mamá —contesté.

Colgué.

—Ay, qué lindo —dijo Sam.

—Cállate —reí.

—Mi mamá también pregunta mucho —dijo Sam.

—Con que de ahí salimos —contesté.

Sam me miró y brindamos con las copas de helado.

—¿No extrañas California? —preguntó Sam.

—Supongo que después de un mes, ya lo acepté o simplemente no he reaccionado todavía —contesté.

—Buena respuesta.

—¿Tú extrañas…?

—Jacksonville; no. Mi mamá ya no estaba feliz allá y es lindo verla sonreír, cocinar y hacer cosas así —contestó Sam.

Comí un poco de helado.

—¿No extrañas a Grace? —preguntó Sam.

—A veces, supongo —contesté—. Como todo, pero es lindo comenzar otra vez.

—Sí.

—¿Y tú?

—Ya respondiste por mí, Kate.

Seguimos comiendo helado y hablando mientras se hacía de noche. El aire se tornaba más frío y se empezaban a mostrar las estrellas.

—Perdón si llego a ser molesta —dijo Sam en voz baja.

—¿Qué? —pregunté sorprendido—. No digas eso.

—No, en serio, voy a molestarte mucho más y va a ser difícil que te libres de mí ahora, pero sé que a veces puedo ser dura de soportar, así que me disculpo por adelantado.

—Perdón si llego a ser un idiota —contesté.

—¿Qué? No lo eres.

—No, pero puedo llegar a serlo.

—Todos, dado el momento.

Sam me miró y yo la miré.

—Así que —interrumpí—. ¿Cómo empezaste a leer tanto?

—Después de mi segunda relación —dijo Sam con helado en la boca—. Supongo que necesitaba un lugar para alejarme de todo aquello y yo sé que no te gusta eso ni mucho menos, pero es libertador.

—Me imagino.

—Es como cuando tú ves películas.

—Pero yo tardo hora y media en ver una película.

—Más a mi favor —dijo Sam—. Yo puedo tener hasta una semana de refugio en las páginas de un libro.

Asentí, Sam bajó su mano al mismo tiempo que yo y, por una décima de segundo, se encontraron nuestros dedos; dos décimas de segundo más tarde, no nos movimos.

—Es extraño, Kate —dijo Sam.

—¿Qué es extraño, Sam? —pregunté.

Sam bajó su copa de helado vacía, yo hice lo mismo.

—Siempre he sido extrovertida y todo, pero nunca había tenido un amigo como tú.

—¿Cómo? —pregunté.

—Uno que me aguantara más de dos días —reí.

—Vamos tres, aún no cantes victoria —bromeé, ella me miró sarcástica—. Es broma, gracias a ti, pensé que moriría en la soledad de ser el nuevo de la escuela hasta que te conocí.

—Lo sé, soy genial —dijo Sam.

—Pensé que nos estábamos poniendo sentimentales —mencioné.

—No, para nada —Sam bromeó—. Oye, quiero que veas algo —asentí.

Sam se levantó y sacó un par de cuadernos de dibujo de su estante, luego se volvió a sentar junto a mí.

Abrió la primera página y entonces entendí que lo que había hecho en clase de arte no era al azar, todo su cuaderno estaba lleno de arte abstracto hecho con plumones, crayones y otras cosas.

—Así que eres artista —dije.

—Cariño, soy todo —bromeó Sam mientras movía su sillón para acercarse más a mí. Se recargó en mi hombro mientras veía sus dibujos—. ¿Qué ves?

—No sé. ¿Arte abstracto? —respondí. Ella rio.

—Sí, pero ¿qué ves? —preguntó de nuevo.

Esa página eran trazos bruscos de azul con gris y algunas manchas de golpes de plumón.

—¿Enojo? —pregunté.

—Casi, decepción —sonrió Sam mientras apuntaba a su hoja—. Este lo hice cuando me enteré de que me engañaban.

—Puedo verlo —mentí.

—Claro que no —reímos—. Pero puedes sentirlo, ¿puedes ver la incertidumbre? —preguntó de nuevo.

Entonces pude notar la diferencia de trazos, los azules estaban hechos con más fuerza y los grises más suaves, como sin ganas. Los puntos estaban al azar.

—El azul es tu enojo, el gris son tus ganas y tus motivos para creer y los puntos… No sé.

—No, no, vas muy bien —dijo Sam, pero no pude entender los puntos.

—No son nada, no todo en el arte tiene sentido, solo es una expresión. Sabía que no eras tonto.

Reímos y seguimos viendo sus páginas.

—Este, por ejemplo —señaló Sam—. Lo hice cuando me enteré de que mi papá había engañado a mi mamá.

—Lo siento mucho —dije.

—No tienes que, tú no —me sonrió.

Una parte de esa hoja estaba hasta rota de la agresividad de su dibujo.

—¿Me vas a escribir una canción? —Sam rompió con el tema.

—No tengo ni una escrita, además, acabo de conocerte.

—Digo, eventualmente —rio.

—¿Que hable de zombis? —pregunté.

—Por favor.

Sam se recargó más en mí porque hacía mucho frío y la abracé, pensé que tal vez estábamos dejándonos llevar muy rápido.

—Creo que ya me tengo que ir —le dije a Sam.

—Treinta minutos más y ya —dijo.

—Pero solo treinta.

—Empezando… ahora.

Sam levantó un poco la mirada.

—¿Recuerdas que preguntaste que qué vista tendríamos desde aquí? —preguntó Sam.

—Sí —respondí.

—Mira hacia arriba.

Un domo estrellado se levantaba sobre nosotros y la oscuridad permitía distinguir perfectamente la luz individual de cada uno de los soles muertos.

—Guau —dije.

—Todos los hogares tienen esa vista, Kate. Solo tienes que tomarte un segundo para voltear.

—Qué profunda, Sam.

—Nah, yo nunca —bromeó—. Los libros son como estrellas.

La miré, ella se rio un segundo.

—Deja te explico.

—Te escucho —le dije.

—Todas esas estrellas que ves en el cielo…

—Están muertas —interrumpí.

—Sí, exacto, pero su luz viaja por millones de años luz hasta llegar a nosotros, esta noche.

—¿Y cómo eso se asemeja a un libro? —pregunté.

—Puedes leer Cuento de Navidad años después de que Lewis Carroll murió y seguirá teniendo una impresión en ti en el momento en que lo leas, así sea cien o doscientos años después de que él ya no esté. Es una manera de dejar una luz que viaje lo suficiente como para alcanzar a alumbrar cientos de años después.

—Qué profundo —dije.

—También la música tiene esa magia, Kate. Por si no lo sabías.

—En un momento puedes ser hiperactiva y en otro, puedes escribir un libro de filosofía.

—No filosofía, solo cursilerías —corrigió Sam.

Lorena entró a la habitación y salió al balcón con nosotros.

—Kate, ya es tarde, te llevamos a tu casa.

—Aún no, mamá —dijo Sam.

—Sí, Samantha, es tarde.

—No se preocupe, señora.

—Lorena —interrumpió Lorena.

—Perdón, Lorena, iré caminando.

—De ninguna manera, Samantha trae una chamarra.

Sam obedeció a regañadientes y me pidió que la levantara. La ayudé a poner sus cuadernos en su lugar y luego tomé mi mochila.

Nos subimos al auto de la mamá de Sam y me llevaron a la casa. Al llegar, Sam se bajó y me dio un beso en la mejilla.

—Anda, Kate, te veo mañana.

—Te veo mañana, Samantha.

—Sam.

Entré a mi casa y me recibió mi prima Dana, que podía pasar con frecuencia de ser la persona en la que más confiaba a otra totalmente detestable. Era como mi hermana y tenía solo un año más que yo.

—¿Es tu novia? —preguntó Dana.

—¿Cómo va a ser mi novia? La acabo de conocer. Solo es Sam, mi amiga —contesté.

—Es linda. Solo que su cabello parece de niño.

—¿Estabas espiando? —pregunté.

—No, solo vi —rio Dana.

—Pues no lo hagas —contesté un poco molesto—. Y no tiene cabello de niño. Se le ve bien corto.

Entonces sonó la puerta, Dana abrió, era Sam.

—Olvidaste tu mochila en el auto —dijo Sam sonriendo.

—Gracias —dije, recibiéndola.

Dana se aclaró la garganta para llamar la atención.

—Oh, sí, te presento a mi prima…

—Dana —interrumpió ella—. Mucho gusto, tú debes ser Sam. Jace habla mucho de ti.

—¡No es…! —me callé a media oración.

—Sé que no es cierto —me tranquilizó Sam—. Mucho gusto, solo pasaba para eso…

—Puedes venir cuando quieras, Sam —contestó Dana sonriendo.

Sam se despidió y volvió a subir a su auto, estaba feliz, su cara estaba un poco enrojecida y detrás de las ventanas del auto, su mamá bromeó con ella.

—Sí es linda, me gusta para ti —dijo Dana.

—¡Cállate ya! —contesté poniéndome rojo yo también.