Cubierta

JUAN MANUEL DIEZ TETAMANTI

CARTOGRAFÍA SOCIAL

TEORÍA Y MÉTODO.
ESTRATEGIAS PARA UNA EFICAZ TRANSFORMACIÓN COMUNITARIA

Editorial Biblos

A mi amor, Carla, con quien todos los colores son posibles;
y a quienes dibujan el mapa de mi futuro, Marcos y Carmela.

CARTOGRAFÍA SOCIAL. TEORÍA Y MÉTODO.
ESTRATEGIAS PARA UNA EFICAZ TRANSFORMACIÓN COMUNITARIA

En los últimos años, la cartografía social ha ingresado a los movimientos sociales y grupos académicos alternativos. En 2008 se llevó adelante la primera experiencia en este campo, dentro de una cátedra formal de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata. Este libro es resultado de diez años de investigación sobre el tema: talleres, intercambios de experiencias, derivas y cursos en diferentes lugares de América Latina y África, que proporcionaron el marco para dar forma inicial a una “metodología” que es abordada con diferentes matices y denominaciones –mapeo social, mapeo colectivo, cartografía subversiva–, según las regiones y variantes que presenta.

Estas páginas son también una invitación a volver a hablar sobre el territorio e intercambiar experiencias singulares para crear un abordaje colectivo, con la certeza de que de este texto emergerán transformaciones y otros modos de ver el territorio. Sean bienvenidos a ese mundo donde el mapa es la excusa para producir colectivamente.

 

 

Juan Manuel Diez Tetamanti. Doctor en Geografía. Investigador en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y docente investigador en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Ha sido profesor y coordinador tallerista, invitado en diferentes universidades nacionales e internacionales. Actualmente es coordinador de la cátedra libre de Cartografía Social de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y director del Grupo de Investigación Geografía, Acción y Territorio.

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2. Cuándo conocí al primer cartógrafo social

Mayo de 2002. Faltaba muy poco para que me graduase como profesor en Geografía. Como en la actualidad, entonces también era común que pocos años antes de graduarse los estudiantes dictaran clases en las escuelas primarias y medias como suplentes. En esos momentos tenía trabajo en unas cinco escuelas de Mar del Plata y otras localidades cercanas; iba y venía en ómnibus, a dedo o caminando. Una de las escuelas estaba ubicada en lo que en ese entonces era casi la periferia de Mar del Plata, en El Martillo, un barrio tradicional de la ciudad que alguna vez fue poblado principalmente por obreros de la pesca y la construcción. Dar clases allí era siempre un desafío. En primer lugar, porque cada vez que llegaba me obligaba a preguntarme qué hacer frente a los estudiantes, en medio de una de las peores crisis económicas de la Argentina, cuando además de los problemas edilicios, gremiales y de todo tipo los alumnos de ese séptimo grado permanecían largos períodos inquietos, prestando muy poca atención a lo que yo creía que era una clase de Geografía. Ollas populares, cortes de ruta, ferias del trueque, permanentes paros y protestas sociales enmarcaban al espacio escolar como un lugar de resistencia.

En una de las clases de séptimo grado teníamos que tratar el tema de hidrografía. En el pizarrón se desplegaba un mapa desgajado, seguramente impreso en la década de 1960. Los estudiantes prestaban atención a ese mapa que colgaba de un clavo torcido, atentos más a la novedad que implicaba la vejez del material expuesto que al contenido.

Mientras intentaba explicar las diferencias entre ríos, arroyos, canales, lagunas y lagos, uno de los estudiantes preguntó:

–¿Y por qué el mapa tiene el dibujo que tiene?

–Porque es una representación de las formas que tiene el planeta, los continentes, los mares… Eso que vemos ahí es un dibujo más pequeño de las formas que tienen en la realidad –respondí.

–¿Y cómo sabe que es así? ¿Por qué es así y no tiene otra forma? –volvió a preguntar el mismo alumno.

–Bueno, porque así se puede ver con las diferentes tecnologías que usan los cartógrafos, por ejemplo, en la actualidad cuentan con las imágenes que toman los satélites.

–¿Pero usted lo vio? ¿Y si es de otra forma? Yo, si tengo que dibujar acá el barrio, lo hago como lo veo yo, no como me dicen que lo vea.

Un silencio con risas escondidas plagó al aula de duda. El estudiante había cuestionado ese mapa casi ancestral que colgaba, mis pobres argumentos y todos los siglos de historia cartográfica que pesaban sobre la currícula escolar.

El cuestionamiento quedó en mi memoria para siempre. Años más tarde descubriría que en algunos países de Latinoamérica ya se estaba trabajando con otras cartografías. Algunos textos aislados y guías de trabajo llamaban a eso cartografía social, mapeo social o cartografía subversiva.

El modo de pensar otros mapas en conjunto con adolescentes me apasionó. Así fue como comencé a realizar talleres de cartografía social en diferentes escuelas e instituciones. Surgían así frente a mis ojos otros mapas, diferentes; con otras formas, desobedientes y simpáticos. Mapas que hablaban de otras cosas y hacían hablar a quienes los producían.

“Yo, si tengo que dibujar acá el barrio, lo hago como lo veo yo, no como me dicen que lo vea” se transformó, así, en este libro.

 

1. Cartógrafos somos todos

Hoy, en ciencias sociales, las palabras mapa y cartografía son utilizadas frecuentemente como metáfora o analogía ante variadas formas de producción o representación. Hace algunos años, explorando las experiencias de cartografía social, me encontré con un campo de trabajo que más tarde modificó mis prácticas de investigación, intervención y análisis.

Como muchas de las cosas que nos apasionan, comencé a realizar talleres sobre el tema, con muy poco conocimiento pero con un gran deseo de explorar y aprender. Ese nuevo campo de trabajo fue abordado con muchísimo entusiasmo, no solo mío como docente e investigador, sino de todos aquellos que participaban de los talleres.

Muchas veces me pregunté por qué la cartografía social suscita tanta simpatía y curiosidad, tanto entre mis colegas como entre los cartógrafos sociales1 que participaban de los talleres, o incluso en cualquiera que se acerque al tema. Es una pregunta para la cual no tengo una respuesta clara, aunque con certeza dos cosas que hacemos en cartografía social entusiasman mucho: jugar y producir.

Ese entusiasmo de jugar y producir se combina con otro ingrediente fundamental: el trabajo colectivo. Producir jugando y de manera colectiva nos lleva inevitablemente a un evento que probablemente asociemos de inmediato con la infancia, la diversión y la libertad para crear.

Así, los talleres de cartografía social son exitosos en sí mismos, como evento, como momento de encuentro y de compartir. De ahí que muchas de las organizaciones sociales con las que hemos trabajado han realizado talleres no con un propósito académico estricto para intervenir, sino como una simple excusa para dialogar, pensar diversos temas y reunirse.

La producción de mapas sociales en cartografía es siempre un evento único e irrepetible. Es, además, un evento colectivo en el cual el arte de dibujar, de trazar un territorio consensuado, se resuelve en un intercambio de conocimientos intertextual que excede lo gráfico.

Cada vez que iniciamos un taller de cartografía social se enlazan dos mecanismos: uno de representación y otro de reproducción (en el cual ingresan las concepciones de mapa, correcto/incorrecto, norte/sur, entre otras oposiciones), que tenderán a copiar y traducir las ideas aprehendidas y más naturalizadas sobre cartografía, que traemos como conocimiento preteórico. El otro mecanismo es creativo y productivo, en el que el juego, el diálogo y la libertad de acción serán ingredientes fundamentales.

Por esto, y antes de continuar, tenemos que tener bien presente que la cartografía social es un acontecimiento de representación, deconstrucción y producción, por momentos complementarios y por otros en conflicto, cuestiones sobre las que ahondaremos más adelante.

Finalmente, y quizá sea una de las virtudes de la que todos los cartógrafos sociales dan cuenta luego de producir mapas sociales, en el propio proceso de producción cartográfica colectiva todos acabamos con mayor conocimiento del territorio en el que vivimos.

En los próximos capítulos haremos un recorrido por el método cartográfico, su aproximación con la práctica de cartografía social y diversas formas de producir talleres, dispositivos de intervención e investigación a tener en cuenta al momento de sistematizar y analizar los resultados.

1. Cartógrafos sociales son todos aquellos sujetos que participan en el proceso productivo del mapa.

PRÓLOGO
Cartografías sociales: lenguaje y territorio

Alfredo J.M. Carballeda

 

 

 

 

 

La creciente complejidad de los actuales escenarios sociales muestra la necesidad de desarrollar más y nuevas formas instrumentales de producción de conocimiento y transformación que aporten diferentes aproximaciones a la comprensión y explicación de lo social, y que también puedan ser útiles para el desarrollo de estrategias orientadas a la intervención en este campo.

En este aspecto, la cartografía social se presenta como un hacer, una práctica, que surge o dialoga de forma estrecha desde y con los interrogantes que generan las diferentes expresiones actuales de la cuestión social, especialmente desde su inscripción en lo territorial, lo que le confiere otras posibilidades de conocer y transformar.

Asimismo, a partir de su capacidad de integrar lo teórico y lo instrumental, tiene la posibilidad de transformarse en un camino que facilite la constitución de un modo de acceso a diferentes maneras de saber donde lo singular, al estar situado en un espacio definido, se expresa tomando la forma de nuevas significaciones. Estas, al ser reconocidas y reinterpretadas, pueden convertirse en otras formas de lenguaje que, tal vez, permitan profundizar, complejizar y poner en cuestión lo aceptado como natural, lo conocido, lo trasmitido, generando un camino de apropiación crítica y resignificación de lo dado.

Por otra parte, esta forma de construcción de conocimiento propone generar, de manera sistemática y organizada desde la relación que se construye entre los actores sociales y el territorio, nuevas maneras de interpelación, mostrando a su vez la capacidad de responder a los interrogantes que surgen de ellas en forma situada. Es decir, a partir de una construcción que se desarrolla en un contexto que le imprime su singular influencia, intentando articular lo espacial con lo histórico-social.

De esta forma, es posible pensar la cartografía social como una metodología que facilita la expresión colectiva e histórica que logra relatarse desde el territorio, desde un orden que surge de este, o sea, de quienes lo habitan, lo construyen y son construidos en él. Logra así proponer una forma de lenguaje que tiene la posibilidad de decir, reflexionar y pasar a la acción desde diferentes perspectivas, visiones y posicionamientos históricos y sociales.

Desde la construcción colectiva de un lenguaje, relata historias donde quizá la veracidad dialoga y hace síntesis con la representación que se hacen de ella quienes la cuentan. Desde esta perspectiva, la cartografía social no busca únicamente la precisión del dato como en un mapa clásico, sino que también tiene posibilidades de acceder al conocimiento del impacto que este tiene en la singularidad de lo histórico y lo colectivo.

Así, la cartografía social tiene la posibilidad de construir un lenguaje que implica también una modalidad de conocer, que facilita la producción de diferentes saberes acerca de aquello que construye nuevas preguntas y de acción apoyada en lo territorial, lo intersubjetivo y las diferentes formas de reciprocidad e intercambio, que pueden llevar a procesos de construcción de identidad y pertenencia. En definitiva, facilitando y generando otras modalidades de sociabilidad, de encuentro, donde los lazos sociales pueden ser construidos desde distintas perspectivas que se resignifican en la práctica. Pero, también, esa forma de construcción de conocimiento implica una nueva y tal vez más profunda modalidad de apropiación colectiva del espacio. Esta se facilita a través de la generación de formas de intervención social que lo atraviesan y pueden transformarlo, inscribiéndose en él de manera simbólica y real. Asimismo, a través de formas de relación heterogéneas que facilitan los procesos de intervención social se hace posible la elaboración de significados generales y subjetivos, fortaleciendo interacciones que pueden aportar más y nuevas formas de definición colectiva de la identidad.

En este aspecto, se hace posible pensar la cartografía social como una intervención que va mucho más allá de la descripción o aproximación a los espacios habitados. Implica, también, una posibilidad de apropiación y transformación de estos, cimentando a su vez formas de comprensión y explicación desde la lógica de quienes los habitan generando acontecimiento, es decir, la reelaboración de esos espacios desde los procesos históricos, políticos y sociales. Aquí, la noción de acontecimiento se construye desde la conjugación de hechos y circunstancias que se hacen singulares en la explicación de aquello que está ocurriendo, y cuyas causas y consecuencias tienen una expresión objetiva y subjetiva relevante.

La cartografía como un modo de intervención en lo social tiene la capacidad de trabajar desde la aplicación de las distintas formas de procesamiento y sistematización de la información que muchas veces, al correrse de la formalidad del dato empírico intentando ir más allá de este, construye otras prioridades y formas de resolución de problemas en espacios de interacción desde lo colectivo.

Así, la cartografía social puede ser entendida como la posibilidad de construcción de una gramática, de un orden del discurso singular, de un lenguaje territorial, donde los que participan pueden elaborar desde lo heterogéneo visiones compartidas, pautando diferentes prioridades, jerarquías o inquietudes en las que se visibilizarían temas, problemas o cuestiones que interpelan la cotidianidad y la atribución de sentidos en esa esfera y tal vez pudiendo, a la vez, lograr articular lo macrosocial y lo microsocial en la singularidad del territorio.

Por otra parte, esta modalidad de intervención puede hacer perceptible aquello que pasa desapercibido y que a veces, por cotidiano y repetitivo, desaparece de la inscripción subjetiva, sencillamente a partir de la ubicación y reinscripción en el espacio de diferentes miradas que se complementan y muestran la capacidad de potenciarse. Se reafirma así la posibilidad de hacer ver, de ver con otros, desde otros a partir de la propia singularidad.