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Viktor Frankl

Logoterapia
y análisis existencial

Textos de seis décadas
(Segunda edición ampliada)

Herder



Título original: Logotherapie und Existenzanalyse

Traducción: José A. de Prado, Roland Wenzel, Isidro Arias, Roberto H. Bernet

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2017, Beltz, en Verlagsgruppe Beltz, Weinheim

© 2018, Herederos de Viktor Frankl

© 2018, Herder Editorial, S.L, Barcelona

2ª edición

ISBN DIGITAL: 978-84-254-4200-1

2ª edición digital, 2018

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Herder

www.herdereditorial.com


ÍNDICE

PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

PRIMERA PARTE
TEXTOS DE SEIS DÉCADAS

I. Problemática intelectual de la psicoterapia

II. Autorreflexión psiquiátrica

III. Filosofía y psicoterapia

IV. Sobre la ayuda de los fármacos en la psicoterapia de las neurosis

V. Psicología y psiquiatría del campo de concentración

VI. Rudolf allers como filósofo y psiquiatra

VII. ¿Psicologización o humanización de la medicina?

VIII. El encuentro de la psicología individual con la logoterapia

IX. Hambre de pan y hambre de sentido

X. El hombre en busca del sentido último

XI. In memoriam 1938

XII. Observaciones sobre la patología del espíritu del tiempo

SEGUNDA PARTE
ELEMENTOS DEL ANÁLISIS EXISTENCIAL
Y DE LA LOGOTERAPIA

I. Análisis existencial como explicación de la existencia personal

II. Análisis existencial como terapia de neurosis colectivas

III. Logoterapia como «cura de almas» médica

IV. Logoterapia como terapia específica de neurosis noógenas

V. Logoterapia como terapia no específica

ÍNDICE DE LAS FUENTES (POR CAPÍTULO)

OTRAS OBRAS DE VIKTOR FRANKL


QUIEN TIENE UN PORQUÉ PARA VIVIR
SOPORTA CASI CUALQUIER CÓMO


PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN

Yo no soy solamente médico especialista en dos disciplinas, sino también superviviente de cuatro campos de concentración, y, por esa razón, tengo también conocimiento acerca de la libertad que tiene el hombre para elevarse por sobre toda su condicionalidad, para oponer resistencia incluso a los condicionamientos y a las circunstancias más terribles y duras en virtud de lo que suelo denominar el poder de obstinación del espíritu.1


Cuando Viktor Frankl escribió estas líneas, poco después de su liberación del campo de concentración, nadie hablaba todavía de «resiliencia». Este concepto llegó a constituirse como una categoría permanente del discurso médico solo a fines de la década de 1970, con el extenso estudio longitudinal de Emmy Werner titulado «Die Kinder von Kauai». Werner, psicóloga evolutiva estadounidense, había observado durante un período de cuarenta años a 698 niños nacidos en la mencionada isla del archipiélago de Hawái en 1955 y que habían crecido todos en circunstancias difíciles. Un tercio de ellos llegaron a gozar de estabilidad psíquica y a ser adultos exitosos a pesar de la pobreza, la desocupación o el alcoholismo con el que habían convivido en su casa paterna. Observando con más detalle el grupo, Werner se encontró con una serie de «factores de resiliencia», ante todo el vínculo seguro a una persona de referencia constante, pero también humor, disposición para aceptar ayuda y diferentes formas de espiritualidad.

Con la llegada de la psicología positiva, la investigación sobre la resiliencia ahondó en el estudio de estos y otros factores como momentos determinantes y reconoció pronto que estos deben tenerse en cuenta no solamente para la superación de circunstancias de vida difíciles, sino también, en general, como pautas para una vida lograda. Por eso, desde hace un tiempo se registra en la literatura psicológica tanto científica como popular un verdadero auge del concepto de resiliencia.

En esta literatura se hace frecuente referencia a Viktor Frankl —a su obra tanto como a su biografía, en especial con vistas a su supervivencia y al modo en que abordó sus experiencias como prisionero en cuatro campos de concentración durante la dictadura de Hitler—. Algunos autores llegan a describir a Frankl como uno de los pioneros de la investigación sobre la resiliencia, a pesar de que, en realidad, la palabra «resiliencia» no aparece ni una sola vez en la vasta obra de Frankl.

Esta ausencia es digna de mención ya por el solo hecho de que Frankl participó de forma muy activa y con mucho interés hasta su muerte, en 1997, en el discurso científico de actualidad de la psiquiatría, la psicoterapia y la psicología y entró una y otra vez en un diálogo crítico con nuevas tendencias y temas de investigación dentro de las ciencias de la conducta. Por este motivo es improbable que, en especial en el marco de su actividad docente en las universidades de Harvard, Dallas, Duquesne y San Diego, no haya entrado en contacto con el concepto y enfoque de la resiliencia.

Retrospectivamente no es posible reconstruir con seguridad las razones por las cuales Frankl no retomó nunca el concepto, dejándoselo a otros, a pesar de que, con el «poder de obstinación del espíritu», expuso un concepto prima facie semejante, que resuena también en la cita de Nietzsche que aparece reiteradamente en diversos textos de Viktor Frankl: «Quien tiene un porqué para vivir soporta casi cualquier cómo».2 Aunque Frankl transforma el «soportar» pasivo de Nietzsche en el activo «poder de obstinación del espíritu»:

Si uno se convertía en un detenido típico o si incluso en esta situación forzada, en esta situación límite, uno seguía siendo hombre. De esta decisión se trataba en cada caso. […] Si todavía hubiera necesitado una prueba de que el poder de obstinación del espíritu es una realidad, el campo de concentración era el experimentum crucis.3

¿Qué relación guardan entre sí la resiliencia y el «poder de obstinación del espíritu»? En lo que sigue se habrán de esbozar los contornos del concepto de resiliencia y los del trabajo de Frankl sobre la cuestión de la posibilidad de superar psíquicamente sano un sufrimiento irremediable a fin de mencionar las coincidencias y diferencias entre ambos enfoques.

¿Resiliencia avant la lettre?

Ahora bien, para entrar en un diálogo semejante entre la investigación sobre la resiliencia y la tradición investigativa fundada por Frankl hay que aclarar primeramente un malentendido histórico, sobre todo porque una elucidación racional de ese error allana también el camino hacia un tratamiento más informado sobre la relación entre la logoterapia de Frankl y la resiliencia. Se lee a veces que la propia supervivencia de Frankl a sus tres años de prisión en los campos de concentración de Theresienstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim se debe a su resiliencia (o poder de obstinación),4 y que ese hecho es hasta un ejemplo clásico de los efectos del comportamiento resiliente —con lo cual se obtiene más conocimiento sobre la falta de realismo histórico y existencial que sobre la resiliencia o sobre el «poder de obstinación del espíritu».

En efecto, la cosa no es tan simple, por desgracia. El sufrimiento, la enfermedad, la injusticia y la muerte no se dejan engañar tan fácilmente ni someter a la factibilidad del hombre como si, por ejemplo, la mera actitud «correcta» o determinados factores de resiliencia pudiesen hacer posible de forma segura la superación de situaciones dolorosas (y, a la inversa, como si a quienes no sobreviven y superan dichas situaciones se les pudiese imputar una corresponsabilidad por su destino). El mismo Frankl enfatiza bastante a menudo en sus discursos conmemorativos que precisamente «los mejores» no sobrevivieron al Holocausto, y que la supervivencia en sí misma se debía con frecuencia a poco más que la mera casualidad o una gracia inmerecida:

Pues los supervivientes sabíamos perfectamente que los mejores que habían estado con nosotros no salieron de allí: ¡fueron los mejores los que no regresaron! De ese modo, no podíamos sentir nuestra supervivencia sino como una gracia inmerecida.5

Antes bien, Frankl enfatizó el papel del albur de morir y la gracia de sobrevivir, así como el nefasto papel de un sistema político que dejó que las cosas llegaran al punto de que la mera casualidad, por ejemplo, en la forma del momentáneo estado de ánimo de los supervisores y comandantes del campo, pudiesen determinar sobre el ser o no ser de los internos. Así pues, en ese sentido —y no solamente con relación al sufrimiento histórica y biográficamente único del Holocausto—, Frankl se sentía demasiado comprometido con una valoración realista del sufrimiento humano como para que pudiese agregar al sufrimiento otro fin o concepto que no fuese lo que el sufrimiento es, mal que nos pese: algo doloroso y que, en cuanto tal, no puede trivializarse intelectual o eufemísticamente con nada.

Por eso los intentos de reinterpretar de esa manera el sufrimiento le resultaban sospechosos —como deberían resultarles a todas las profesiones asistenciales—. Y ello por dos motivos: primero, porque no hacen justicia ni a la seriedad de la situación concreta ni a la proporcionalidad del sufrimiento con respecto a la situación; y segundo, porque corren el peligro de subestimar el carácter absoluto del sufrimiento mismo y, de ese modo, dejan de colocarse precisamente en la actitud mental a partir de la cual se puede reconocer el sufrimiento, afrontarlo con honestidad y, tal vez, también superarlo.

A pesar de todo, decir sí a la vida

Lo que a Frankl le importaba ante todo no era tanto la superación del sufrimiento concreto sino más bien una cuestión mucho más fundamental y absoluta que había que aclarar con anterioridad: si una vida que tarde o temprano se ve alcanzada por la trágica tríada de sufrimiento, culpabilidad y muerte —y, diciendo esto, se está hablando de toda vida humana— puede tener todavía sentido y merecer vivirse, absolutamente hablando. La reflexión de Frankl sobre esta pregunta se expresa en un pasaje clave de una de sus primeras conferencias tras la liberación del campo de concentración. En él formula al mismo tiempo uno de los motivos centrales de su obra de vida, de la logoterapia y el análisis existencial:

Señoras y señores, no creo cometer un error si en este punto asumo un lenguaje más personal. Antes bien, creo que, de alguna manera, se lo debo a ustedes a fin de facilitar su comprensión de aquello que quisiera exponerles. Pues bien: en el campo de concentración había muchos problemas, y problemas difíciles; pero, para los prisioneros, el problema rezaba, en última instancia: «¿Sobreviviremos? Pues solo entonces tendría sentido nuestro sufrimiento». Sin embargo, para mí el problema rezaba de forma diferente: mi problema era justo lo contrario: «¿Tiene sentido el sufrir, el morir?»

Pues solo entonces podría tener sentido sobrevivir. Con otras palabras, solo una vida con sentido —una vida que tenga sentido en cualquier caso— me parecía digna de ser vivida. Por el contrario, una vida cuyo sentido estuviese a merced del más crudo albur —a saber, del albur de si se sale o no con vida—, una vida así, con un sentido tan cuestionable, tenía que parecerme realmente indigna de vivirse incluso si uno sobreviviera…6

De modo que cuando Frankl retorna una y otra vez en su vasta obra al tema de la superación del sufrimiento, lo hace, ciertamente, para abordar la pregunta del modo en que se puede permanecer psíquicamente sano incluso en el sufrimiento, pero no solamente ni en primer lugar por ello. Había que aclarar, ante todo, si la vida misma puede, en general, tener sentido, también cuando y a pesar de que, a veces, se ve ensombrecida por el sufrimiento. De ese modo Frankl coloca el sufrimiento en el contexto de la cuestión del sentido de la existencia en general: ¿se puede, a pesar de todo, decir sí a la vida?

Según Frankl, solo en la medida en que la vida tenga sentido a pesar del sufrimiento y en la medida en que, a veces, se pueda incluso alcanzar a ver un sentido también en situaciones dolorosas valdría la pena, en general, asumir las fatigas de la lucha por y con la vida ante la cual puede colocarnos el sufrimiento —siempre presuponiendo, desde luego, que se trate de un sufrimiento irremediable—. Pues, por el contrario, si fuese remediable, la invitación al sentido que hace ese momento estriba de manera patente no en soportar, sino en actuar para quitar ese sufrimiento o, por lo menos, mitigarlo.

El elemento decisivo del tratamiento que hace Frankl del sufrimiento es el realismo. Por ese motivo, los textos de seis décadas reunidos en este volumen muestran que la mirada de Frankl hacia el hombre que sufre se diferencia de numerosos modelos de superación del sufrimiento actuales en aquel entonces, incluido el de la resiliencia, en el hecho de que no considera el sufrimiento como un caso especial de la vivencia humana, sino como un elemento normal de la existencia humana. Pues no hay existencia que se vea exenta de sufrimiento y culpa, y cada una es confrontada con el problema de la caducidad de las cosas y de la propia mortalidad. Frankl apela, pues, al realismo de las profesiones asistenciales cuando incorpora la capacidad de sufrir del ser humano en el inventario de la madurez psíquica y espiritual del mismo modo que hace con la capacidad de amar y de trabajar. Se trata, en última instancia, de la capacidad de vivir, porque el sufrimiento, al igual que la alegría, forma parte de la vida.

Sentido en el sufrimiento y a pesar del sufrimiento

A menudo y —presumiblemente— con razón, se dice de Viktor Frankl que pinta un cuadro extremadamente optimista y positivo del hombre y del mundo. Por eso podrá parecer a primera vista paradójico que la capacidad de sufrir y la superación del sufrimiento ocupen tanto espacio en su obra. Seguramente ese hecho debe entenderse también, por un lado, en clave histórica y biográfica. Una psiquiatría y psicología europea del siglo pasado que fuese seria, si se sentía obligada a un mínimo de realismo, no podía ni quería darse el lujo de pasar simplemente de largo junto a las rupturas de la civilización de Auschwitz y de Hiroshima y volver, como si nada hubiese pasado, a una vida cotidiana sin preocupaciones. Por otro lado, fácilmente puede verse que la cuestión del sentido se plantea en especial en el sufrimiento, cuando se cierran espacios de libertad y los hombres corren el peligro de dudar o desesperar de la vida en su conjunto.

La aportación de la logoterapia a esta problemática estriba en un realismo incondicional. Y eso significa, por una parte, no reprimir el sufrimiento de la imagen de conjunto de la vida, pero, por la otra, no olvidar ni perder de vista tampoco el bien que queda en el sufrimiento y dirigir la mirada hacia los espacios de libertad que aún quedan o a los nuevos que se abren y buscar en ellos posibilidades de sentido escondidas.

El consuelo que traen la logoterapia y el análisis existencial al hombre que sufre consiste también en que se le asegura que su vida ha tenido siempre sentido y puede seguir teniéndolo todavía, también en medio del sufrimiento. Además, dicho consuelo se funda en la observación clínica de que el sufrimiento no tiene que significar necesariamente desesperación, sino que, dado el caso, depara una multiplicidad mucho más amplia de reacciones, o sea, que el destino, independientemente de la valencia con la que nos salga al encuentro, puede ser todavía plasmado.

Frente a la visión centrada en el rendimiento que se asocia a veces a la actual recepción del concepto de resiliencia hay que proteger el modelo del «poder de obstinación del espíritu» en Frankl del malentendido de que su intención fuese conducir a la persona que sufre hacia el éxito, la fortaleza y la realización de sí misma en el sentido de los esfuerzos de optimización, muy presentes en la actualidad. Todo eso podrá darse —y, realmente, la investigación empírica sobre las posibilidades del hallazgo de sentido en el sufrimiento se aproxima abrumadoramente a un efecto semejante—. Pero cuando Frankl formuló sus ideas sobre el «poder de obstinación del espíritu» y sobre el descubrimiento del sentido en el sufrimiento estos efectos no estaban para nada en el centro de la cura de almas médica que él fundó.

A Frankl le importaba más bien presentarle al paciente una alternativa vivible al sufrimiento en una vida sin sentido, un sufrimiento que, agregado al de su enfermedad primaria, amenaza tan a menudo con quebrar al paciente cuando ve que su enfermedad le arrebata los ámbitos de despliegue que le son familiares: es decir, buscar y hacer realidad todavía espacios individuales de libertad para el sentido, pero no a raíz del sufrimiento ni en contra de él, sino a pesar de él.

La sanación requiere sentido

Viktor Frankl y la logoterapia no estuvieron por mucho tiempo solos con esta superestructura existencial y con el ofrecimiento de la cura de almas médica que de allí resultaba. Para ser exacto, no solamente no estaban solos, sino que se encontraban hasta en directa oposición respecto de modelos antitéticos de motivación mucho menos existencial, que querían desterrar toda la cuestión del sentido al reino de la patología. Viktor Frankl hablaba en este contexto de «patologismo»,7 o sea, del error acerca de las inquietudes humanas por no reconocerlas propiamente como signos de madurez humana, sino, por el contrario, malentenderlas como desviaciones psíquicas.

El más problemático es el patologismo, en el que se confunde con lo enfermo no solo lo humano, sino lo más humano que puede darse, a saber, la preocupación por realizar lo más posible el sentido de la existencia humana, en el que lo más humano es considerado como algo demasiado humano, como una debilidad, como un complejo. La exigencia del hombre de encontrar un sentido a la existencia, esta voluntad de sentido tiene tan poco que ver con un signo de enfermedad que incluso la movilizamos como un medio curativo.8

Previsiblemente, para la persona individual movilizada de manera especial por la pregunta por el sentido —o sea, la persona que en el sufrimiento se encuentra confrontada con preguntas existenciales—, la consecuencia de esta generalizada sospecha patologista es doblemente fatal. Por un lado, su vida se encuentra ensombrecida por el sufrimiento. Y, encima, ahora se le certifica que su sufrimiento por la presunta o real pérdida de sentido no es una inquietud existencial, sino, en realidad, nada más que una deformación psicológica. Así lo dice, por ejemplo, Sigmund Freud:

En el mismo momento en que se pregunta por el sentido y el valor de la vida se está enfermo, pues ni una cosa ni la otra existen de manera objetiva; solo se ha admitido que se tiene una reserva de libido insatisfecha y que alguna otra cosa tiene que haber ocurrido con ella, una suerte de fermentación, que conduce a la tristeza y a la depresión.9

Según Frankl, la más humana de todas las preguntas, la pregunta por el sentido, se declara de esta manera como signo de un déficit psíquico, con la consecuencia de transmitirle a uno que no solamente el mundo no está en orden, sino que también en nosotros mismos hay algo que no está en orden. Véase, por ejemplo, el intento de Kurt Eissler, descrito sobre la base de este modelo de sentido, de acompañar con su consejo a una paciente moribunda:

La paciente comparaba la plenitud de sentido de su vida anterior con el sinsentido de la fase actual. Pero consideraba que incluso ahora, en que ya no podía trabajar en su profesión y tenía que permanecer acostada durante muchas horas del día, su vida tenía sentido, porque su existencia era importante para sus hijos y ella misma tenía así una tarea que cumplir. Pero decía que, si alguna vez fuese ingresada en el hospital sin expectativas de regresar nunca a casa y ya no fuese más capaz de dejar el lecho, se transformaría en un amasijo de carne inservible en proceso de descomposición, y su vida perdería todo sentido. Estaba dispuesta a soportar todos los dolores mientras ello tuviese todavía sentido de alguna manera, pero, me preguntaba para qué querría yo condenarla a soportar sus sufrimientos en un tiempo en que su vida ya no tendría sentido alguno. A ello le respondí que, según mi modo de ver, ella cometía un craso error, pues su vida toda carecía de sentido, y había carecido de sentido desde siempre, aun antes de que ella enfermara. Le dije que los filósofos habían intentado todavía en vano encontrar un sentido de la vida, y que, por eso, la única diferencia entre su vida anterior y su vida actual era que, en su fase anterior, ella podía todavía creer en un sentido de la vida, mientras que, justamente, en la fase actual ya no era capaz de hacerlo. En realidad, le insistí, ambas fases de su vida carecían totalmente de sentido. Ante esa manifestación, la paciente reaccionó con desconcierto, alegó no entenderme del todo y rompió a llorar.10

La logoterapia y el análisis existencial oponen a semejante nihilismo referencias y ayudas acerca del modo en que podemos enfrentar el mundo con esperanza y aceptar ese mismo mundo justamente en su imperfección. Pues esa imperfección nos dice que el mundo depende de nuestra esperanza, y el único que lleva esperanza al mundo es el ser humano. Si él la abandona, la esperanza desaparece sin más de la faz de la tierra, y ello con predecibles consecuencias no solamente para el mundo, sino también para la persona individual. Eso significaría, a su vez, que la esperanza y la aspiración del ser humano por el sentido no es un fallo psicológico, sino que se encuentra en su naturaleza, y que, con ello, reside ya en la naturaleza del mundo. Antes bien, el fallo psicológico se manifiesta en el abandono de la esperanza y del sentido, pues se trata del abandono de una característica central de la vivencia humana del yo y del mundo.

Junto a la extensa exposición de este enfoque en «Elementos del análisis existencial y de la logoterapia» (págs. 247-412), los textos de Frankl de seis décadas muestran las diferentes dimensiones de una psicología centrada en el sentido, comenzando por su temprana delimitación de la psicología orientada por el déficit («Autorreflexión psiquiátrica», págs. 59-66), pasando por «Psicología y psiquiatría del campo de concentración» (págs. 93-132), hasta llegar al análisis que hace Frankl de las crisis de sentido de la moderna sociedad de consumo («Observaciones sobre la patología del espíritu del tiempo», págs. 229-244).

La dignidad del hombre quebrado

Así pues, el camino hacia la fortaleza interior frente a circunstancias de vida difíciles no pasa solamente por el yo que se ha de fortalecer, sino también por el sentido que se ha de realizar. Por eso, ante al papel que se atribuye a veces a Frankl como pionero de la resiliencia hay que afirmar que, indudablemente, se constatan importantes coincidencias entre la resiliencia y el «poder de obstinación del espíritu», pero que el camino y la meta de la superación del dolor son en uno y otro caso diferentes.

Por ejemplo, el modelo de Frankl se distingue de la actual recepción de la resiliencia en el hecho de que, para su modelo, esta última no constituye propiamente el fin, sino que se considera como subproducto de una apertura incondicional para el sentido. Se distingue, además, porque este modelo confía en las fuerzas naturales de autocuración del ser humano con tal de que este haya llegado a ver una posibilidad de sentido incluso en el dolor irremediable y, con ello, se encuentre también en mejores condiciones para valorar el perfil individual de la persona en cuestión en la unicidad de su situación.

En contraste, en la investigación sobre la resiliencia aparece a veces el esfuerzo por aislar, a partir de observaciones individuales e investigaciones grupales, aquellos factores que, usualmente, ayudan a las personas a ser resilientes. En ello se pierde a menudo de vista que, en especial frente al sufrimiento y su superación, todo pensamiento en la categoría de lo «usualmente» útil se encuentra con una persona única e irrepetible en una situación también única —y, de ese modo, también con sus límites—. Tan pronto como uno se encuentre confrontado con sufrimiento concreto se hace necesario orientar la propia vivencia, decisión, actuación y ayuda no solamente hacia hechos conocidos, sino también hacia posibilidades aún por descubrir, que aguardan a ser realizadas solo cuando se presente la situación precaria.

Se lo puede formular de manera aún más general: el modelo de Frankl intenta preservar la dignidad del ser humano quebrado frente al golpe asestado por el sufrimiento y activa de alguna manera como efecto colateral muchos de los factores que la investigación contemporánea ha descubierto y fijado como variables de la resiliencia.

También desde este punto de vista, un redescubrimiento de Frankl en el marco de la investigación sobre la resiliencia es algo que merece celebrarse y que abre a la investigación nuevas posibilidades a las que, en gran parte, se ha prestado demasiado poca atención. Por una parte, para el logoterapeuta es sumamente interesante que la psicología contemporánea sea llevada por caminos a veces totalmente distintos paso a paso hacia comprensiones formuladas anteriormente en un contexto social y de historia de las ideas diferente (aquí en particular a consecuencia del Holocausto y de los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki). Y para el psiquiatra, psicólogo y psicoterapeuta contemporáneos puede resultar igualmente interesante que los factores de protección tratados en el marco de la investigación sobre la resiliencia estén insertos también en el contexto de un modelo más amplio de psicología existencial, que ha demostrado su valía incluso frente a las rupturas de la civilización del siglo pasado, hasta hoy inconcebibles, y que, aparte de la resiliencia, contiene presumiblemente otras muchas indicaciones por descubrir hacia la mejor ayuda y consejo que puedan darse al hombre sufriente de nuestros días.

Alexander Batthyány*



1. V.E. Frankl, Ärztliche Seelsorge. Grundlagen der Logotherapie und Existenzanalyse. Und Vorarbeiten zu einer sinnorientierten Psychotherapie, en Gesammelte Werke, vol. 5, Viena, 1993, p. 347.

2. Cf. infra, pp. 123, 232 y 330.

3. Cf. infra, p. 112.

4. Por ejemplo, en D. Mourlane, Resilienz. Die unentdeckte Fähigkeit der wirklich Erfolgreichen, Gotinga, 2012, pp. 29ss.

5. V.E. Frankl, Psychologie des Konzentrationslagers. Synchronisation in Birkenwald. Und ausgewählte Texte 1945-1993, en Gesammelte Werke, vol. 2, Viena, 2006, p. 185.

6. V.E. Frankl, Psychologie des Konzentrationslagers. Synchronisation in Birkenwald. Und ausgewählte Texte 1945-1993, en Gesammelte Werke, vol. 2, Viena, 2006, p. 195.

7. Cf. infra, pp. 326-328 y 363.

8. Íd., Teoría y terapia de las neurosis. Iniciación a la logoterapia y al análisis existencial, Herder, Barcelona 1992,p. 208 [traducción enmendada].

9. S. Freud, «Brief an Prinzessin Marie Bonaparte, 13.8.1937», en Briefe 1873–1939, Frankfurt del Meno, 1960, p. 429.

10. K. Eissler, The Psychiatrist and the Dying Patient, Nueva York, 1955, pp. 190s (según la version alemana de Edith Weißkopf-Joelson).

* Alexander Batthyány es profesor de Filosofía y Psicología y titular de la cátedra Viktor Frankl en Liechtenstein, así como director de la Sección Logoterapia en el Instituto Universitario de Psicoanálisis de Moscú. Es director del Viktor Frankl Institut de Viena y primer editor responsable de las Obras Completas de Viktor Frankl. El autor agradece a Tarek Münch (del grupo editorial Beltz) por el intercambio de ideas durante el proceso que ha llevado a esta nueva edición.


PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

La Universidad de Viena otorgó al Prof. Dr. Viktor Frankl el título de doctor honoris causa en ciencias el 14 de mayo de 1986. Fue el duodécimo título honoris causa de Frankl y para mí como laudator de este acontecimiento fue un motivo de echar una mirada retrospectiva a la obra y a la vida de un hombre que yo mismo tuve la suerte de conocer como joven estudiante hace más de 30 años.

Pronunciar la laudatio no fue una tarea complicada: no resulta difícil ensalzar a un hombre del que, desde 1946, han aparecido nada menos que 39 libros en 50 idiomas (¡entre otros, una edición en 7 volúmenes de su obra completa en japonés!). Destacar los méritos del autor de El hombre en busca de sentido, una obra que a nivel mundial tuvo nada menos que 149 ediciones hasta hoy, ensalzar a un científico del que, apremiado por el tiempo, como laudator uno solo puede reproducir de forma ejemplar los homenajes y distinciones, debería constituir una tarea sencilla, de no existir otro problema: el de escoger entre la inmensa cantidad de sus obras lo que fue decisivo para él, para sus tesis y para su evolución.

Entonces, tuve que tomar mi decisión a solas, y el mismo Viktor Frankl confirmó mi selección. Cuando, en esta ocasión, se me rogó hacer una introducción para una obra que pretende resumir «textos de cinco décadas», fue grande mi curiosidad por saber qué aspecto tendría esta selección. Recordaba muy bien que su primera publicación había aparecido ya en 1924: una fecha que desconcierta, si se piensa en el año de su nacimiento, 1905. Con solo 19 años había publicado en la revista internacional de psicoanálisis un artículo sobre el origen de la afirmación y negación mímica al que había precedido una correspondencia que el estudiante adolescente había tenido con Freud durante muchos años. Solo dos años más tarde presentó una ponencia de principios, como joven estudiante de medicina, en el Congreso Internacional de Psicología Individual.

Ya entonces encontramos la característica esencial de Viktor: la voluntad inamovible de tomar un camino propio. Y quien decide así, tiene dificultades para ser aceptado por las instituciones establecidas. Las discrepancias, insinuadas ya en la mencionada ponencia de principios, respecto a las posiciones académicas ortodoxas de la psicología individual se agravaron y finalmente llevaron a la ruptura con Adler, por cuyo deseo expreso Frankl fue excluido en 1927 de la Asociación de Psicología Individual.

El artículo El encuentro de la psicología individual con la logoterapia presenta una visión conciliadora de esta fase de evolución que para Frankl representó un paso necesario en su propio camino. Parece que ya entonces veía claro que el psicoanálisis se propone adaptar el hombre a la realidad mientras que la psicología individual pretende una conformación de esta realidad —una serie de niveles en la que ya al joven Frankl le parecía que faltaba la posición siguiente, última y decisiva—. Esta se describe en el artículo Problemática intelectual de la psicoterapia.

El paso fundamental, más allá de la adaptación y de la conformación, es la asunción de responsabilidad: ser yo quiere decir ser responsable. De esta forma, hay que postular como nivel supremo el del descubrimiento de sentido, el descubrimiento de aquellos valores que puede realizar el individuo en el destino concreto de su vida. Ya en este trabajo escrito en 1938 pone de manifiesto que no somos nosotros sino que es el mismo enfermo quien debe decidir. Decidir ante quién se siente responsable (sea ante Dios o ante su conciencia) y de qué se siente responsable, es decir, qué sentido encuentra en su vida.

Ya en estas obras tempranas de finales de los años 30, Viktor Frankl sitúa en el centro de sus reflexiones el problema de la aparente carencia de sentido de la existencia y reivindica el sorprendente paso terapéutico de la conversación dirigida en el sentido de una cosmovisión.

En ello se vislumbra y se esquiva un escollo peligroso: es decir, que no se puede ofrecer o incluso imponer un determinado punto de vista, sino que más bien la actitud sin compromisos y sin pretensión proselitista debe ser un dogma clave de la actividad del psiquiatra. Frankl pronuncia esto de forma clara y vinculante en «Autorreflexion psiquiátrica». «Es irrelevante qué visión del mundo elige una persona. Lo decisivo es que posea una visión del mundo».

Esta actitud tolerante ni siquiera se detiene ante la esfera religiosa: en la conferencia «El hombre en búsqueda del sentido último», pronunciada cuando se le concedió el premio Oskar Pfister, se establece el puente hacia la religión con todas las consecuencias para la actividad psiquiátrica. Sin embargo, la concepción que Frankl tiene del término «religión» es tan amplia que se pueden incluir en ella el agnosticismo e incluso el ateísmo.

En su autobiografía, Viktor Frankl cuenta cómo, a la edad de más o menos 4 años, se despertó sobresaltado con la idea de que también él debía morir algún día. Fue este impulso temprano el que le hizo formular de forma tan clara la cuestión central: ¿cómo se puede armonizar el sentido de la vida con su carácter efímero? Ya como estudiante adolescente Frankl se enfrentó, animado entre otros por Gustav Theodor Fechner, con ideas que debía discutir más tarde con Martin Heidegger. De modo que para él, desde un principio, el ámbito conceptual está integrado en la actividad psiquiátrica.

En «Filosofía y psicoterapia» se reivindica de forma inequívoca que el psiquiatra no debe «tratar pasando por alto» decisiones cosmovisivas y valores personales del paciente. Las neurosis surgen a causa de posturas cosmovisivas muy precisas y/o se mantienen gracias a ellas. Y en modo alguno es una casualidad que Frankl haga referencia en su artículo «Rudolf Allers como filósofo y psiquiatra» a una cita literal de su profesor de fisiología: «Todavía no he visto ningún caso de neurosis en el que no se haya revelado como último problema y como último conflicto una, si así se quiere llamar, cuestión metafísica sin resolver…».

Como si el destino quisiera medir a Frankl en sus propias tesis, este camino perseverante y con éxito sufre una ruptura repentina: es separado a la fuerza de su trabajo como médico jefe del Hospital Rothschild y llevado a varios campos de concentración (entre otros a Auschwitz). ¿Qué decir de estos años en los que perdió en los campos de concentración a su primera mujer, a su padre, a su madre y a su hermano? Frankl mismo habla de una forma totalmente desapasionada de un gran experimentum crucis para sus ideas sobre el descubrimiento de sentido ya formuladas claramente entonces: «La sobrevivencia solo se puede conseguir gracias a una orientación hacia el futuro, hacia un sentido cuya realización es esperada en el futuro».

¿No parece una ilustración concisa del destino el hecho de que Frankl perdiese el manuscrito de Ärztliche Seelsorge (Cura psiquiátrica) y que el deseo de su reelaboración se convirtiera en uno de los impulsos decisivos para su sobrevivencia? En «Psicología y psiquiatría del campo de concentración», Frankl describe de forma fría y cortante la situación límite de una existencia permanentemente provisional y de la incertidumbre continua del fin. Sin embargo, tuvo no solo la fuerza de sobrevivir, sino también la de permanecer fiel a sus principios con serena sensatez incluso después de su vuelta del campo de concentración. Con decisión se opone a la idea de una culpabilidad colectiva y escribe en 1947 en Die Existenzanalyse und die Probleme der Zeit (El análisis de la existencia y los problemas de la época): «Si hay una responsabilidad colectiva, esta solo puede ser una responsabilidad planetaria. Una mano no debe presumir de que no es ella sino la otra la que está afectada por un absceso; pues siempre es todo el organismo el que ha caído enfermo».

En 1947, en Zeit und Verantwortung (Tiempo y responsabilidad), Viktor Frankl condensa su actitud diferenciada y marcada por una posición básica positiva —dar vida a algo a través del amor— contraponiendo un Amo ergo est al Cogito ergo sum de Descartes.

El puente entre filosofía y psicoterapia —realizado por Frankl tanto en su doctrina como en su vida— no debe hacer olvidar, sin embargo, otro componente decisivo: su entusiasmo científico-experimental. En su esbozo autobiográfico relata que ya a la edad de tres años había manifestado el deseo de ser médico y que podía presentar también algunas ideas para comprobar los efectos de medicinas (que, sin embargo, no deberían corresponder en modo alguno a los estándares actuales).

De todos modos, la psicología experimental fascinó tanto a Frankl que se doctoró en la asignatura principal de psicología en 1949 en Viena. La idea central de que, junto al nivel noético y psicológico, no se debe pasar por alto el ámbito biológico, sin duda explica también que ya en 1939 presentase el estudio «Sobre la ayuda de los fármacos en la psicoterapia de las neurosis». Así que sorprenderá solo al profano el hecho de que Pöldinger en su Kompendium der Psychopharmakotherapie (Compendio de la psicofarmacoterapia) cite a Frankl como uno de los primeros que pudieron informar sobre resultados positivos de tratamiento en depresiones ansiógenas a través de esteres de glicerina y de que lo coloque entre los pioneros de la investigación sobre tranquilizantes.

No obstante, tampoco aquí se ve el «útil» fármaco como algo aislado. Según la convicción de Frankl, tiene más bien el valor de un doping «dentro de una lucha para la que el enfermo tiene que haber recibido con anterioridad el arma de manos del psicoterapeuta». Esta frase escrita en 1939 parece hoy día más importante que nunca, en una época que está marcada por el convencimiento de que hay y debe haber una píldora para y contra todo.

El carácter abierto de Viktor Frankl frente a la psicología experimental también fue el estímulo para que ya en 1972 se me presentase la oportunidad de dirigir el primer estudio empírico en forma de tesis Logotherapie als Persönlichkeitstheorie (Logoterapia como teoría de la personalidad) de Elisabeth Lukas. A este trabajo le siguió una larga serie de estudios en los que se analizaron varias tesis e ideas del campo de investigación relativo al análisis de la existencia y/o a la logoterapia como método de tratamiento psicoterapéutico.

Sin embargo, aquí no se debe hacer caso omiso de una idea central en toda la obra de Frankl: en el intento de ayudar al enfermo no se debe esquivar la confrontación con el concepto que se tiene del mundo. Podemos encontrar, en principios terapéuticos conductistas surgidos mucho más tarde, técnicas como ignorar los síntomas, la derreflexión o incluso la ironía y la intención paradójica. Sin embargo, considerar estas técnicas como útiles aislados necesariamente debe llevar a la misma decepción que una sobrevaloración de la ayuda de los fármacos en la terapia.

La muestra representativa de medio siglo de trabajos de investigación que aquí presentamos, ofrece el maravilloso puente que realizó Viktor Frankl entre psiquiatría, filosofía y psicología. Entenderíamos mal su objetivo si nos contentáramos con admirar este puente sin reconocer que Frankl exige con él al mismo tiempo la unidad inseparable de estos tres ámbitos. El esfuerzo psicoterapéutico, sin inclusión de la dimensión filosófica del concepto que uno tiene del mundo, seguirá siendo estéril. Estos estudios ayudarán a entender esta reivindicación desde su génesis y de esta forma tomarlos en serio.

Permítaseme tomar un préstamo de las expresiones propias de Frankl al manifestar la esperanza de que este volumen hará comprender esto: ¡que el sentido de la vida de Viktor Frankl consistió en ayudar a otros a ver un sentido en su vida!

Giselher Guttmann*



* Giselher Guttmann, nacido en 1934 en Viena, fue profesor de Psicología general y experimental de la Universidad de Viena.

In memoriam Otto Pötzl*










* Presidente de la clínica neurológico-psiquiátrica de la Universidad de Viena entre 1928-1945.



PRIMERA PARTE

TEXTOS DE SEIS DÉCADAS