Autor: Manuel Mateos Pedrero

Foto de portada: José Luis Leal

Corrección de texto: Paula del Carmen García

Editorial El Ángel

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ISBN: 9788494780479







Me llamo Manuel Mateos Pedrero y voy a contaros cómo, por muy difícil que se pongan las cosas, hay que salir adelante, crecerse ante la adversidad, pelear por la vida. Estás páginas son para celebrar la vida y para recordarte lo bueno que es estar rodeado de personas que te quieran de verdad. Sin la ayuda de mi familia, de mis amigos y de mi mujer no hubiera podido enfrentarme al cáncer.

Estos últimos años me han dado muchas penas, pero también alegrías. Las mejores son el nacimiento de mi hijo Manuel y el amor de Pilar, a la que agradezco que haya estado siempre a mi lado.





INDICE

Pag. 9 Prólogo

Pag. 13 La muerte salió a pasear

Pag. 15 Las lágrimas salen del corazón

Pag. 18 Lo peor estaba por llegar

Pag. 21 Crónica de mi lucha contra el cáncer

Pag. 22 Por un mínuto al día...

Pag. 26 Enamorados

Pag. 28 Las secuelas de la quimio

Pag. 33 Gladiator

Pag. 41 La soledad de la UVI

Pag. 44 Se lo debo todo

Pag. 49 Mi retrato

Pag. 51 La espada de Damocles

Pag. 55 Amigos del alma

Pag. 59 La Virgen de las Victorias

Pag. 63 Éramos muy jóvenes

Pag. 66 Salvar la vida

Pag. 70 Nueva vida

Pag. 76 Mi hijo Mannuel

Pag. 79 Sobre el cáncer

Pag. 80 Camino de rosas

Pag 82 Agradecimientos


PRÓLOGO

“MANOLITO, SIEMPRE...”

He escrito muchos prólogos, presentaciones, salutaciones y misceláneas de libros... y nunca había diseñado unas líneas para un familiar tan próximo como mi sobrino Manolito. Estaba más acostumbrados a recordar y honrar a los antepasados, a nuestros mayores, no había tenido la ocasión, ni tan siquiera lo imaginé, de dedicarle una introducción nostálgica a un sobrino, a quien recuerdo todavía en los juegos de la niñez retozando en la finca de mi padre, entre los nogales, los castaños y los avellanos, en la amplia pradera que se extiende junto al cauce sosegado del rio Castro, próximo ya a entregar su caudal al Tera, río que nace en el pico más alto de la provincia de Zamora, Peña Trevinca. Manolo jugaba en la ribera plagada de chopos y alisos, bajo el testigo, inhiesto y mudo del imponente castillo de Puebla de Sanabria, construido por Don Rodrigo Alonso de Pimentel, Conde-Duque de Benavente. Lo que explicaría que Manolito se sintiese tan profundamente vinculado a estos paisajes agrestes y sin par, tierras intimas, imperecederas. Estampa profunda de la tierra sanabresa, que él ha idolatrado con autentica pasión. Todavía rememoro alguna fotografía publicada por el diario La Opinión-El Correo de Zamora, que mostraba una captura truchera memorable, porque era de mayor tamaño que el niño que la pescó. Viéndola, se comprende que Ambrosio de Morales escribiera que Felipe II jamás había saboreado mejor manjar.

Cuando tuve noticia de la grave enfermedad de mi sobrino medité sobre las injusticias que el Supremo Hacedor consiente con una persona profundamente buena, afable, divertida, colmada de juventud y con ansias de vivir. Me consolaba pensando que mi padre, que tanto lo quería, no le hubiere sobrevivido para verlo en aquella postración. Y me cabía la esperanza que su juventud y su vitalidad vencerían a la enfermedad perversa que le atenazaba y acongojaba. Después he contemplado su temple, su gallardía y, sobre todo, su empuje e ilusión, como demuestran estas páginas que el lector tiene entre sus manos.

En agradecimiento desbordado hacia todos los que hemos velado su sueño hasta su resurrección vital..., especial recuerdo a Pilar, su esposa, autentico pilar en su enfermedad y madre de Manolín, quen nacía mientras escribía estas líneas.

No podía sustraerme a la petición de una sencilla dedicatoria que nace del cariño y de la sangre de quien con tanto orgullo exhibe nuestro apellido, que enaltece también la memoria de mi padre y de mi familia.

Con el reconocimiento afectuoso de tu tío.


Miguel Ángel Mateos Rodríguez

Escritor

Catedrático y Doctor en Historia.

Director del Instituto de Enseñanza Media María

de Molina

Miembro de la Real Academia de Historia de España

y Portugal







LA MUERTE SALIÓ A PASEAR

Me despierto, estoy en la habitación de un hospital en León, el San Francisco, me habían sedado porque tenía que someterme a una colonocospia, y oigo llorar en la habitación de al lado a mi madre, y a Pili, mi mujer. ¿Por qué llorarán? me pregunto, tumbado en la camilla. Yo las miraba y, aún atontado, no entendía nada. Unos instantes después, entró el doctor que realizó la prueba y me preguntó cómo me encontraba. Le dije que estaba bien y enseguida me informó de que tenía un tumor y que era malo. Vamos, que tenía cáncer y que había que tratarlo. En concreto, me dijo que tenía un tumor “del tamaño de un champiñón”. Me quedé absolutamente paralizado, no podía ni pensar. Sólo adivinaba la presencia de un champiñón negro y ponzoñoso dentro de mí.

Al salir me dirigí hacia la sala donde estaban mi madre y mi mujer. Nada más verme, me abrazaron y me dijeron que estuviera tranquilo, pero yo estaba muy negativo, pensé que se había acabado todo. El mundo, mi mundo, era oscuro. “Veis, veis como no era algo bueno”, les dije. Ellas trataban de ser más positivas y me decían que no, que no..., no les salían las palabras. Que no ¿qué? ¿Acaso no tenía un tumor en el intestino?

Mis molestias empezaron días atrás, me sentía incó- modo, mal, y en mi fuero interno sabía que algo pasaba, que algo tenía, pero como soy una persona que siempre ha tirado para delante no quise ir al médico, de hecho no había ido nunca a verlo, podía decir que ni lo conocía, y ahora, aunque sospechaba que algo no andaba bien, tampoco me decidía a ir. Pero entre las molestias, que eran persistentes, y la presión de mi madre y de mi mujer, días después terminé por pasar por su consulta. ¿Qué me dijo? Que era un cólico de gases y que me tomara un jarabe; también me recomendó ir al baño tranquilo, sin prisas.

Veinte días antes de que me hicieran la prueba del colon en mi pueblo celebrábamos una feria de pesca que organizaba la Asociación de Sanabria y la Carballeda, de la que soy presidente. Otras veces en esas fechas, en otras ferias, yo estaba a tope de energía, pero esa vez, año 2012, me sentía cansado, desganado. Se lo decía a mi mujer, pero no le dimos más importancia. A mis 32 años no podía ser nada importante, y menos un cáncer. Jamás se me pasó por la cabeza esa maldita palabra. “Me siento como un globo - le decía a Pili, mi pareja -, es como si me costara expulsar los gases”. Me sentía como un globo, pero iba tirando.

También se lo conté a los médicos que trabajaban conmigo en el 112. Solíamos pasar tiempo juntos y hablábamos de esto y aquello, cosas sin importancia, para pasar el rato. Les dije que me encontraba apático, cansado... y ellos lo achacaron a los nervios de la feria que estaba montando. Pero pasó la feria y seguía con las molestias, hasta el punto de que no quería ni ir a pescar, que es mi afición favorita. Eso fue definitivo, que no quisiera ir a pescar alarmó a mi mujer y a mi madre, que me forzaron a ir al hospital, en León. Así empezó un drama, el mío, me llamo Manuel Mateos Pedrero, un drama que duró años, y que aún perdura.



LÁGRIMAS QUE SALEN DEL CORAZÓN

En León, tras recibir la noticia, al salir del hospital me derrumbo. “Tengo cáncer”, pienso, y empiezo a llorar. Mi madre también. ¿Qué sabíamos nosotros hasta entonces del cáncer? Nada, que quien lo tenía se moría. No había otra solución. Solo pensaba en el desenlace de la enfermedad y fui llorando todo el camino, hasta mi casa, en Puebla de Sanabria, que está a 160 kilómetros del hospital “¿Por qué yo?”, me preguntaba una y otra vez, llorando, las lágrimas me salían del corazón. “Si solo tengo 32 años”. La primavera empezaba a despuntar, despacito, como la canción, pero yo no me enteré de lo que había fuera del coche. Miraba por la ventanilla, pero no alcancé a ver nada, ni un campo de trigo, una alameda, un riachuelo... Me pasé el viaje metido en mi cabeza. Estamos en abril de 2012.

¿Por qué en este momento de mi vida? ¿Qué he hecho mal?... Si soy muy joven... Todo me toca a mí... - decía en voz alta, cabreado con el mundo y recordando que me habían operado el año anterior de un osteocondroma que suele salir en las rodillas, en los cóndilos, pero que a mí me salió en el cóndilo maxilofacial, en la mandíbula. Es como un globo de grasa, pero benigno. Aunque me tuvieron que abrir para quitármelo, estuve cinco horas en el quirófano y tres días ingresado. Lo pasé tan mal que le dije a Pili que nunca más iba a pisar un hospital. “Espero que la siguiente seas tu por el tema de nuestro embarazo”. Pero el destino no opinaba lo mismo.