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Sobre el autor

M. J. DeMarco es fundador y CEO de Limos.com, emprendedor multimillonario, autor y revolucionario antigurú del «hacerse rico lentamente».

No hace mucho tiempo, M. J. DeMarco vivía con su madre, limpiaba suelos y perseguía el sueño, como tantos otros, de vivir libre de jefes, libre de jornadas laborales de 9 a 5 y de despertadores, libre de una vida de mediocridad.

Tras años de riguroso autoconocimiento e innumerables errores y fracasos, M. J. descifró el código de la riqueza y descubrió que no tenía nada que ver con tener un empleo, invertir en fondos de pensiones o malgastar tu vida durante cuarenta años. Al rechazar la hoja de ruta financiera preestablecida que dicta «conformarse con menos», M. J. pudo jubilarse muy joven, con apenas treinta años, y sin sacrificar un estilo de vida bastante desahogado: sí, bebe café de Starbucks, conduce coches caros y no se priva de los canales de televisión de pago. Actualmente, vive en la hermosa ciudad de Phoenix, Arizona, y le gusta viajar, comer, escribir, jugar al béisbol, hacer ejercicio y, por supuesto, vive una fanática pasión por la marca Lamborghini.

Prefacio

LA «PROFECÍA DEL LAMBORGHINI» SE CUMPLE

La vía rápida del millonario es el eco de un encuentro casual que tuve hace mucho tiempo cuando era un adolescente rechoncho. Ese encuentro despertó mi conciencia a la vía rápida; fue una resurrección provocada por un extraño que conducía un coche mítico: un Lamborghini Countach. En ese momento nació la vía rápida, y con ella la resolución y la creencia de que crear riqueza no requiere cincuenta años de mediocridad financiera (décadas de trabajo, décadas de ahorro, décadas de absurda austeridad y décadas de rentabilidades del mercado de valores del 8 %).

En este libro hago referencia a los Lamborghinis en muchas ocasiones, y no fanfarroneo cuando digo que he tenido varios. El icono de la marca de vehículos de lujo representa el cumplimiento de una profecía en mi vida, la cual quedó formulada cuando vi mi primer Lamborghini y esto me sacó de la zona de confort. Me dirigí a su joven dueño y le hice una sencilla pregunta: «¿Cómo puedes permitirte un coche tan impresionante?».

La respuesta que me dio, la cual revelo en el capítulo dos, fue corta y potente, pero me gustaría que me hubiese dicho algo más. Ojalá ese hombre hubiese dedicado un minuto, una hora, un día o una semana a hablar conmigo. Ojalá ese joven desconocido me hubiese enseñado cómo conseguir lo que yo pensaba que representaba el Lamborghini: la riqueza. Ojalá ese hombre hubiese metido la mano en su automóvil y me hubiese dado un libro.

Démosle al botón de avance rápido y situémonos en el día de hoy. Mientras circulo por las calles en mi Lamborghini, revivo ese mismo momento, si bien los roles están invertidos. Para celebrar mi éxito con la vía rápida, compré una de esas bestias legendarias, un Lamborghini Diablo. Si nunca has tenido la oportunidad de conducir un automóvil que cuesta más que la vivienda de la mayoría de las personas, déjame decirte cómo funciona el tema: no puedes ser tímido. La gente te persigue entre el tráfico. Se te pegan detrás, curiosean y causan accidentes. Si aprietas el acelerador, es todo un acontecimiento: te toman fotos, los ecologistas enfurecidos te echan mal de ojo y los envidiosos hacen insinuaciones sobre la longitud de tu pene (¡como si poseer un Hyundai implicara estar bien dotado!). Y, sobre todo, la gente hace preguntas.

Quienes más preguntan son adolescentes curiosos de mirada lasciva, como había sido yo muchos años atrás: «Guau, ¿cómo puedes permitirte uno de estos?», o «¿A qué te dedicas?». Los Lamborghini se asocian con la riqueza, y si bien esto es más una ilusión que otra cosa (cualquier tonto puede llegar a tener un Lamborghini), es sinónimo de un estilo de vida de ensueño que la mayoría de las personas conciben como incomprensible.

Ahora, cuando escucho la misma pregunta que hice décadas atrás, puedo regalar un libro y, tal vez, un sueño. Este libro es mi respuesta oficial.

Introducción

EL TRAYECTO HACIA LA RIQUEZA CUENTA CON UN ATAJO

Hay una carretera oculta que conduce a la riqueza y la libertad financiera, un atajo que puede recorrerse a una velocidad deslumbrante y que permite alcanzar la riqueza en la plenitud de la juventud y no en la decrepitud de la senectud. En efecto, no tienes por qué conformarte con la mediocridad. Puedes vivir rico, jubilarte cuatro décadas antes de lo habitual y llevar una vida que la mayoría no puede permitirse. Por desgracia, el atajo mencionado está ingeniosamente disimulado para que no puedas verlo. En lugar de llevarte al atajo, te conducen por un camino paralizante cuyo fin es la mediocridad: una deslustrada cornucopia de estratagemas financieras adaptadas a las masas adormecidas, innumerables directrices que te llevan a sacrificar tus sueños más salvajes en favor de unas expectativas entumecidas.

¿Cuál es este camino? La mediocridad financiera, conocida como «hazte rico poco a poco», «la vía lenta» o «la riqueza en silla de ruedas». Se concreta en este sermón tedioso: «Ve a la escuela y a la universidad, saca buenas notas, gradúate, consigue un buen trabajo, ahorra un diez por ciento de tus ingresos, invierte en el mercado de valores, saca el máximo partido a tu plan de pensiones, * reduce tus tarjetas de crédito y recorta cupones... Entonces, algún día, cuando tengas sesenta y cinco años, serás rico».

Esta directriz es un decreto que nos dice que entreguemos nuestra vida a cambio de la vida. Es la ruta larga, y no, no es pintoresca. Si la riqueza fuera un viaje oceánico, la instrucción de «hazte rico poco a poco» consistiría en navegar alrededor del cuerno de América del Sur, mientras que la vía rápida consistiría en utilizar el atajo: el canal de Panamá.

La vía rápida para ser millonario no es una estrategia estática que predique directrices concretas como «compra bienes inmuebles», «piensa en positivo» o «emprende un negocio», sino que es una fórmula psicológica y matemática completa que descifra el código de la riqueza y abre la verja que permite acceder al atajo. La vía rápida ofrece una serie de indicaciones, en orden progresivo, que permiten que lo indecible llegue a ser probable: que vivas rico hoy, aún eres joven, décadas antes del momento en que se supone que deberías alcanzar la riqueza, al jubilarte. Sí, puedes gozar de toda una vida de libertad y prosperidad, tanto si tienes dieciocho años como si tienes cuarenta. Lo que puede conseguirse en cincuenta años con la estrategia del «hazte rico poco a poco» puede lograrse en cinco con el atajo que es la vía rápida.

¿QUÉ TAL SI TOMAS EL ATAJO?

Si eres el buscador de riqueza típico, tu enfoque puede sintetizarse en una pregunta intemporal: ¿qué debo hacer para enriquecerme? La búsqueda de la respuesta (el Santo Grial que es la ­riqueza) te lanza a una persecución en la que encuentras una diversidad de estrategias, teorías, carreras profesionales y planes que, supuestamente, traerán la prosperidad a tu vida. ¡Invierte en bienes raíces! ¡Comercia con divisas! ¡Hazte futbolista profesional! «¡¿Qué tengo que hacer?!», exclama el buscador de riqueza.

¡Detente, por favor! La respuesta tiene que ver más con lo que has estado haciendo que con lo que no has estado haciendo. Hay un viejo proverbio cuya formulación ha cambiado varias veces, pero su esencia es esta: si quieres seguir obteniendo lo que estás obteniendo, sigue haciendo lo que estás haciendo.

¿La traducción? ¡DETENTE! Si no te has hecho rico, DEJA de hacer lo que estés haciendo. DEJA de seguir los consejos convencionales. DEJA de seguir a la multitud y de usar la fórmula incorrecta. DEJA de seguir el itinerario que prescinde de los sueños y conduce a la mediocridad. DEJA de ir por carreteras que restringen la velocidad y que te obligan a tomar un sinfín de desvíos. Llamo a todo esto anticonsejos, y gran parte de esta obra está centrada en evitar que perseveres en ellos.

Este libro expone cerca de trescientas indicaciones relativas a la riqueza diseñadas para descifrar el código del enriquecimiento, sacarte de la carretera en la que estás actualmente y hacerte entrar en otra en la que podrás descubrir el atajo a la riqueza. Las indicaciones son marcadores direccionales para que pongas fin a tus viejas formas de actuar, pensar y creer y te reorientes en una nueva dirección. Esencialmente, debes desaprender lo que has aprendido.

TU REALIDAD NO CAMBIA LA MÍA

Este apartado es para los envidiosos. Presento la vía rápida con un cinismo descarado. Este libro contiene mucha «mano dura», y puesto que es tendencioso, en última instancia deberás buscar tu propia verdad. La vía rápida podrá hacerte sentir insultado, ofendido o desafiado, porque va en contra de todo lo que te han enseñado. Va a contradecir las enseñanzas de tus padres, profesores y ­asesores financieros. Y como yo contravengo todo lo que la sociedad representa, puedes apostar a que las mentes mediocres tendrán problemas con mis mensajes.

Afortunadamente, el hecho de que des crédito (o no) a la estrategia de la vía rápida no cambia mi realidad; solo cambia la tuya. Permíteme repetirlo: lo que pienses de la vía rápida no cambia mi realidad; su propósito es cambiar la tuya.

Y ahora déjame hablarte de mi realidad. Vivo feliz en una gran casa con vistas a las montañas en la hermosa Phoenix (Arizona). Tiene habitaciones que no visito durante semanas. Sí, es una vivienda demasiado grande. ¿Cómo acabé en ella? Esta es una historia épica horrible que prefiero olvidar.

No puedo recordar la última vez que puse la alarma del reloj para despertarme. Para mí, todos los días son sábado. No tengo un empleo ni un jefe. No tengo ningún traje ni corbata. Mis niveles de colesterol confirman que ceno en restaurantes italianos con demasiada frecuencia. Fumo cigarros baratos. Actualmente conduzco un Toyota Tacoma para ir al trabajo (es decir, para ir al gimnasio y a hacer la compra) y un Lamborghini Murciélago Roadster por placer. Casi pierdo la vida compitiendo en la calle con un Viper de 750 caballos al que le habían metido óxido nitroso. Compro en Costco, Kohl’s y Wal-Mart si estoy en el barrio y son más de las doce del mediodía. No, no voy al Wal-Mart con el Lamborghini; eso podría causar una alteración en el continuo espacio-tiempo (los fans de Star Trek sabrán de qué estoy hablando).

No tengo ningún reloj que cueste más de ciento cuarenta y nueve dólares. Disfruto con el tenis, el golf, el ciclismo, la natación, el senderismo, el sóftbol, el póker, el billar y el arte, y me encanta viajar y escribir. Viajo cuando y adonde quiero. Aparte de mi hipoteca, no tengo contraída ninguna deuda. No puedes comprarme regalos porque tengo todo lo que quiero. Los precios de la mayoría de las cosas son insignificantes para mí, porque aquello que quiero, lo compro.

Logré mi primer millón de dólares a los treinta y un años. Cinco años antes, estaba viviendo con mi madre. A los treinta y siete, me jubilé. Todos los meses gano miles de dólares en intereses y por la revalorización de inversiones de alcance mundial. Haga lo que haga en cualquier día dado, una cosa es segura: me pagan y no tengo que trabajar. Cuento con libertad financiera porque descifré el código de la riqueza y escapé de la mediocridad financiera. Soy un tipo normal que vive una vida anormal. Estoy en un mundo de fantasía, pero es mi realidad, mi normalidad. Vivo fuera del ámbito de lo ordinario; puedo perseguir mis sueños más descabellados en el contexto de una vida libre de trabas económicas. Si hubiese elegido el camino predeterminado, el de «hacerme rico poco a poco», mis sueños estarían en coma; probablemente se habrían visto reemplazados por un despertador y un pesado desplazamiento matutino hasta un lugar de trabajo.

¿Cómo te va con tus sueños? ¿Necesitan reanimación? ¿Si crees que ya no tienes la posibilidad de manifestarlos, tal vez el consejo de «hacerte rico poco a poco» los haya matado. Es un crimen que esta filosofía te exija que ofrezcas tu libertad para conseguir la libertad. Este intercambio es una locura, y acaba con los sueños.

Pero hay una alternativa. Si viajas por las vías adecuadas y haces caso al mapa de carreteras correcto, tus sueños podrán cobrar vida de nuevo, pues verás la posibilidad de realizarlos. Como viajero de la vía rápida, podrás obtener riqueza vertiginosamente, mandar al diablo el consejo de «hacerte rico poco a poco» y tener una vida caracterizada por la prosperidad, la libertad y la realización de los sueños, como en mi caso.

Si ya no eres tan joven, no te preocupes. Para la vía rápida no es relevante tu edad, tu experiencia laboral, tu raza o tu sexo. Tampoco si sacaste un suspenso en la clase de gimnasia de segundo de secundaria o la reputación que tenías como bebedor de cerveza en la universidad. Para la vía rápida es indiferente si te licenciaste en una universidad de prestigio o si cursaste un máster en Harvard. No se te pide que seas un deportista o un actor famoso, o un finalista de Operación Triunfo. La vía rápida no tiene en cuenta tu pasado si abres la verja de entrada a su universo.

Finalmente, para no parecer un locutor de programa de teletienda de los que se emiten a altas horas de la madrugada, déjame aclarar algo: no soy un gurú autoproclamado ni quiero serlo. No me gustan los gurús, porque la «guruidad» implica «saberlo todo». Puedes llamarme el «antigurú» de la filosofía de «hacerse rico poco a poco». La vía rápida es una escuela de por vida en la que nadie se gradúa; llevo más de veinte años con esto y admito humildemente que debo seguir aprendiendo.

ESTO NO VA DE TRABAJAR CUATRO HORAS A LA SEMANA

Quiero dejar algo claro, para empezar: este no es un libro de «cómo hacerlo». No voy a contarte todos los matices sobre «cómo lo hice», porque la forma en que lo hice no es relevante. Esta obra no contiene una lista de sitios web que te indican cómo puedes «externalizar» tu proyecto. El éxito es un viaje, y no basta con subcontratar un equipo en la India mientras tú trabajas cuatro horas a la semana. La vía rápida para ser millonario es como un camino de baldosas ** amarillas pavimentado con psicología y matemáticas que hace que tengas muchas probabilidades de conseguir una gran riqueza.

Durante mi viaje de descubrimiento de la vía rápida, siempre estuve buscando la fórmula absoluta e infalible que condujese a la riqueza. Lo que encontré fueron ambigüedades e imperativos subjetivos como «sé resuelto», «la perseverancia tiene su recompensa» o «lo importante no es lo que sabes, sino a quién conoces». Si bien todo esto era parte de la fórmula, no garantizaba la riqueza. Una fórmula viable debe basarse en modelos matemáticos y no en declaraciones ambiguas. ¿Cuenta la riqueza con una fórmula ­matemática, con un código que puedas emplear para inclinar las probabilidades a tu favor? Sí, y la vía rápida lo descifra.

Ahora, las malas noticias. Muchos individuos que buscan la riqueza tienen falsas expectativas acerca de los libros que hablan de «ganar dinero» y piensan que algún gurú mágico hará el trabajo por ellos. Pero en el camino hacia la riqueza no se cuenta con acompañantes, y está siempre en construcción. Nadie deja caer millones en tu regazo; el trayecto que has de recorrer es tuyo y solo tuyo. Yo puedo abrir la puerta, pero no puedo obligarte a cruzarla. No afirmo que la vía rápida sea fácil; de hecho, requiere trabajar duramente. Si esperas encontrar en este libro la forma de tener una semana laboral de cuatro horas, te llevarás una decepción. Todo lo que puedo ser es ese inquietante enano *** que señala a lo lejos para dar una instrucción tajante: «Ve por la carretera de adoquines amarillos».

La vía rápida es ese camino.

TOMANDO UN CAFÉ CON UN MULTIMILLONARIO

He escrito este libro en forma de conversación, como si fueses mi nuevo amigo y estuviésemos tomando un café en una pintoresca cafetería del barrio. Esto significa que mi intención es darte información, no venderte algún seminario costoso, obligarte a suscribirte a alguna web o hacerte pasar por un embudo de conversión. Si bien voy a interactuar contigo como si fueras mi amigo, seamos sinceros: no tengo ni idea de quién eres. No cuento con ninguna información sobre tu pasado, tu edad, tus prejuicios, tu cónyuge o tu formación. Por lo tanto, necesito hacer algunas suposiciones generales para asegurarme de que nuestra conversación te parezca personal. Son estas:

Si algunos de estos supuestos reflejan tu situación, este libro marcará un antes y un después.

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE ESTA OBRA

Al final de cada capítulo, hay un apartado titulado «Resumen del capítulo: indicaciones para la vía rápida», que sintetiza los ­puntos más importantes que componen la estrategia. ¡No los pases por alto! Son los componentes básicos que te permitirán diseñar tu vía rápida. Además, las historias y los ejemplos que se exponen en este libro están entresacados del Foro de la Vía Rápida y de otros foros de finanzas personales. Si bien las historias son reales y provienen de personas reales con problemas reales, he cambiado los nombres y he corregido los diálogos para mayor claridad. Y, por último, siéntete libre de comentar la estrategia de la vía rápida (Fastlane) con miles de personas en nuestro foro (TheFastlaneForum.com). Cuando la vía rápida haya cambiado tu vida, detente un momento y explícanos cómo lo ha hecho, o mándame un correo electrónico (en inglés) a mj.demarco@yahoo.com.

Tardé años en descubrir y ensamblar las estrategias de la vía rápida, aprenderlas, usarlas y, finalmente, ganar millones. Aburrido, jubilado, y sí, aún joven y con cabello, meto la mano en mi Lamborghini (ver el prefacio) y te doy este libro. Y no solo eso: te invito a sentarte en el asiento del copiloto. Abróchate el cinturón de seguridad, agarra bien tu café con leche de diez dólares ¡y emprendamos un viaje por carretera!


* En este libro, plan de pensiones hace referencia a lo que en Estados Unidos es el plan 401(k), en que el empresario ingresa directamente una parte del salario del empleado en un fondo de jubilación. Según los términos del plan, el empleado puede o debe hacer sus propias contribuciones a este fondo (N. del T.).

** El autor hace referencia al camino que conducía hasta la casa del gran mago conseguidor de deseos en el clásico infantil El mago de Oz. A lo largo del cuento, diversos personajes le indican a su protagonista, Dorothy, que siga el camino de baldosas amarillas.

*** El autor hace referencia a uno de los personajes de El mago de Oz.

1.ª PARTE

LA RIQUEZA EN SILLA DE RUEDAS:
«HACERSE RICO POCO A POCO»
ES LLEGAR A SER RICO EN LA VEJEZ

La gran decepción

La normalidad no es algo a lo que haya que aspirar; es algo de lo que hay que huir.

Jodie Foster

EL EPISODIO DE MTV CRIBS QUE NUNCA TUVO LUGAR *

Presentador: Hoy visitamos al Gran Ricachón y su nido de setecientos cuarenta y dos metros cuadrados. Estamos en la hermosa costa atlántica, en la soleada Palm Beach de Florida. El Gran Ricachón tiene veintidós años. Bien, ¡preséntanos tus juguetes!

Gran Ricachón: Pues mira, tengo el Ferrari F430 de allí con las llantas de veintidós pulgadas, el Lamborghini Gallardo de allá con diez altavoces de sonido estéreo (una instalación personalizada) y ese Rolls Royce Arnage para esas noches en las que solo quiero relajarme con las damas.

Presentador: Y ¿cómo puedes costearte estos maravillosos juguetes? ¿Y esta mansión en la playa? ¡Te debe de haber costado más de veinte millones de dólares!

Gran Ricachón: Pues mira, me hice rico contratando fondos de inversión y poniendo una cantidad de dinero fabulosa en mi fondo de pensiones gracias a mi empleo en la tienda de teléfonos móviles.

De pronto, la filmación se interrumpe con un crujido. Y ya no sigue.

Como puedes imaginar, un diálogo como este nunca tendría lugar. La respuesta del Gran Ricachón es ridícula y absurda. Somos lo bastante inteligentes como para saber que los niños ricos de veintidós años no han hecho fortuna contratando fondos de inversión y poniendo dinero en su plan de pensiones a partir de un empleo como el mencionado. Sabemos que los individuos que se hacen ricos en la juventud pertenecen a ámbitos muy específicos de la sociedad: son deportistas profesionales, o raperos, o actores, o estrellas del espectáculo, o gente famosa. A quienes no somos nada de eso nos queda el consejo tradicional que nos brindan los expertos financieros. Se llama «hazte rico poco a poco» y consiste más o menos en lo siguiente: ve a la universidad, obtén buenas calificaciones, gradúate, consigue un buen empleo, invierte en el mercado de valores, saca el máximo partido a tu plan de pensiones, prescinde de las tarjetas de crédito y recorta cupones... Si lo sigues al pie de la letra, algún día, cuando tengas sesenta y cinco años, serás rico.

«HACERSE RICO POCO A POCO» ES UNA APUESTA PERDEDORA

Si quieres hacerte rico y tu estrategia es conseguirlo poco a poco, tengo malas noticias. Es una apuesta perdedora, y lo que estás apostando es tu tiempo. ¿De verdad crees que el tipo que vive en una mansión en la playa y que tiene aparcado un superdeportivo de quinientos mil dólares junto a la entrada se hizo rico ­contratando fondos de inversión? ¿O recortando los cupones que dan en los supermercados? Por supuesto que no. En tal caso, ¿por qué le damos crédito a este consejo como una forma viable de hacernos ricos y conseguir la libertad financiera?

Muéstrame a un joven de veintidós años que se haya hecho rico contratando fondos de inversión. Muéstrame a un hombre que haya ganado millones en tres años al sacarle el máximo partido a su plan de pensiones. Muéstrame a un joven de veintitantos años que se haya hecho rico recortando cupones. ¿Dónde están todas estas personas? No existen. Son personajes imposibles, de cuento de hadas.

Sin embargo, seguimos confiando en los viejos y cansinos medios financieros que defienden esta doctrina de la riqueza: «Sí, señor, consiga un empleo, trabaje cincuenta años, ahorre, viva con austeridad, invierta en el mercado de valores y pronto llegará el día en que obtendrá la libertad, cuando tenga setenta años... y si el mercado de valores se porta bien y tiene usted suerte, podrá alcanzar la libertad financiera a los sesenta». ¿No te parece emocionante este plan financiero de la «riqueza en silla de ruedas»?

En el tumultuoso clima económico de hoy en día, me sorprende que la gente aún crea que estas estrategias pueden funcionar. ¿Acaso la recesión no expuso la filosofía del «hacerse rico poco a poco» como el fraude que es? ¡Ah, ya lo entiendo!, si trabajas durante cuarenta años y evitas las pérdidas del 40 % que puede experimentar el mercado de valores, lo de «hacerse rico poco a poco» va a funcionar; basta con que tengas paciencia, trabajes y confíes en que la muerte no te encuentre primero. Entonces ¡serás la persona más rica del asilo!

El mensaje de «hacerse rico poco a poco» es claro: sacrifica tu hoy, tus sueños y tu vida por un plan que rinde dividendos una vez que la mayor parte de tu vida se ha evaporado. Permíteme ser franco: si tu camino hacia la riqueza devora tu vida adulta activa y los resultados no están garantizados, ese camino apesta. Un «­camino ­hacia la riqueza» codependiente de Wall Street y basado en el tiempo, en el que lo que apuestas es tu vida, es un callejón sucio y maloliente.

No obstante, el plan predeterminado sigue teniendo poder; es recomendado e impuesto por una legión de «expertos financieros» hipócritas que no se han hecho ricos siguiendo sus propios consejos, sino siguiendo su propia vía rápida. Los defensores de la vía lenta saben algo que no te dicen: lo que enseñan no funciona, pero venderlo sí funciona.

LA IDEA DE SER RICO JOVEN ¿ES UN DISPARATE?

La vía rápida del millonario no apunta a que te jubiles multimillonario, sino a redefinir la riqueza de tal modo que incluya la juventud, la diversión, la libertad y la prosperidad. Alguien escribió este comentario en el Foro de la Vía Rápida:

¿Es un disparate el sueño de vivir la vida cuando aún eres joven? Poseer automóviles lujosos, ser dueño de la casa anhelada, tener tiempo libre para viajar y perseguir tus sueños... ¿Realmente puedes escapar de la rutina en la juventud? Trabajo en la banca de inversión, tengo veintitrés años y vivo en Chicago (Illinois). Mi sueldo es modesto, y las comisiones que percibo también lo son. Según el criterio de la mayoría, tengo un buen empleo. Pero yo lo odio. Cuando voy por el centro de Chicago, veo a algunos tipos que están viviendo la vida. Conducen coches caros y pienso: «¡Todos tienen cincuenta años o más y el cabello plateado!». Uno de ellos me dijo una vez: «¿Sabes, niño?, cuando por fin puedes comprarte un juguete como este, eres casi demasiado viejo para disfrutarlo». Era un inversor inmobiliario de cincuenta y dos años. Recuerdo que lo miré y pensé: «Dios..., esto de ser rico joven no puede ser verdad. ¡Tiene que ser mentira! ¡Tiene que serlo!».

Puedo confirmarlo: no es mentira. Puedes vivir «la vida» cuando aún eres joven. La vejez no es un prerrequisito para alcanzar la riqueza o jubilarte. Lo que es un disparate es pensar que puedes lograrlo a los treinta años siguiendo la filosofía predeterminada del «hacerse rico poco a poco». Lo que es un disparate es creer que debes jubilarte viejo, permitir que esta filosofía robe tus sueños.

ES POSIBLE JUBILARSE JOVEN

¿Qué te evoca la palabra jubilación? A mí, a un anciano malhumorado en un porche sentado en una mecedora crujiente. Me evoca farmacias, consultorios médicos, andadores y pañales antiestéticos. Me evoca asilos y unos seres queridos agobiados. Me evoca vejez e inmovilidad. Diablos, ¡incluso huelo un ambiente rancio propio de los primeros años de la década de los setenta! La gente se jubila con sesenta y tantos o setenta y tantos años. Incluso a esas edades, luchan para llegar a fin de mes y tienen que depender de los programas del gobierno para sobrevivir. Otros trabajan hasta bien entrada la «edad dorada» para poder mantener su estilo de vida. Algunos no consiguen jubilarse y trabajan hasta la muerte.

¿Por qué llega a ocurrir esto? Es fácil de entender. Se requiere toda una vida para completar la ruta del «hacerse rico poco a poco», y su éxito depende, nefastamente, de demasiados factores que no puede controlar. Invierte cincuenta años en un empleo y en llevar una vida miserable; luego, un día, podrás jubilarte rico, en compañía de tu silla de ruedas y tu caja de pastillas. ¡Qué panorama tan poco alentador!

Sin embargo, millones de personas apuestan por este viaje de cincuenta años. Quienes tienen éxito reciben la recompensa de la libertad financiera junto con un apestoso regalo: la vejez. Pero no te preocupes; un mensaje condescendiente baja del cielo: «¡Te encuentras en la edad dorada!». ¿A quién pretenden engañar?

Si para recorrer esta ruta necesitas cincuenta años, ¿vale la pena? Un viaje de medio siglo hacia la riqueza no es una opción convincente, y debido a ello, pocos tienen éxito. Y quienes lo ­tienen se contentan con obtener la libertad financiera en el crepúsculo de la vida.

El problema que tienen las normas de jubilación aceptadas es lo que no ves. No ves la juventud, no ves la diversión y no ves la realización de tus sueños. Los años dorados no son dorados en modo alguno, sino la antesala de la muerte. Si deseas obtener la libertad financiera antes de que la parca venga a buscarte, la filosofía de «hacerte rico poco a poco» no es la respuesta.

Si quieres jubilarte joven y con salud, vitalidad y cabello, vas a tener que ignorar este itinerario predeterminado, y tampoco deberás permitir que algún gurú te dé de comer agua sucia con una cuchara. Hay otra manera.

RESUMEN DEL CAPÍTULO: INDICACIONES PARA LA VÍA RÁPIDA


* MTV Cribs es una serie de televisión estadounidense transmitida por el canal MTV, en el que se hace un recorrido por las mansiones de celebridades. (N. del T. Fuente: Wikipedia).

Cómo mandé al diablo el
«hazte rico poco a poco»

El objetivo de la vida no es estar del lado de las masas, sino huir y encontrarse en el bando de los locos.

Marco Aurelio

«HACERSE RICO POCO A POCO», UNA FILOSOFÍA DESTRUCTORA DE SUEÑOS

Cuando era adolescente, nunca me di la oportunidad de ser un joven rico. Riqueza + juventud era una ecuación que no contemplaba, sencillamente porque no tenía las capacidades físicas necesarias. Las vías habituales que pueden llevar a un joven a enriquecerse son competitivas y requieren talento; las posibilidades que tenía de ser actor, músico, una estrella del espectáculo o deportista profesional eran nulas. El acceso a todas estas vías estaba obstaculizado por un gran letrero que decía: «CARRETERA CORTADA». Dicho letrero se burlaba de mí: «¡Ni lo sueñes, M. J.!».

Así fue como, siendo aún muy joven, me resigné. Renuncié a mis sueños. La doctrina del «hazte rico poco a poco» lo dejaba muy claro: estudia, consigue un trabajo, confórmate con menos, sacrifícate, economiza y deja de soñar con la libertad financiera, casas en la montaña y coches de lujo. Pero yo seguía soñando, como todo adolescente. En mi caso, mi gran motivación eran los coches; concretamente, el Lamborghini Countach.

LOS NOVENTA SEGUNDOS QUE CAMBIARON MI VIDA

Crecí en Chicago y era un niño gordinflón con pocos amigos. No me interesaban las adolescentes ni los deportes, sino estar tumbado en un puf hartándome de rosquillas mientras veía reposiciones de Tom y Jerry. No tenía unos padres que me controlasen; se habían divorciado hacía unos años, así que mis hermanos mayores y yo fuimos criados por una madre soltera. Mi madre no tenía formación universitaria ni una profesión, y trabajaba haciendo frituras en Kentucky Fried Chicken. Eso me dejaba a mi libre albedrío, y lo que solía hacer era consumir dulces y ver el último episodio de El equipo A. Mis esfuerzos se limitaban a manejar una escoba rota: la usaba como control remoto de la televisión, ya que el verdadero estaba estropeado y yo era demasiado perezoso como para desplazarme. Cuando lo hacía, mi objetivo solía ser la heladería del barrio; obtener un placer azucarado era una motivación que siempre estaba ahí.

Ese día era como cualquier otro: quería un helado. Pensé en el sabor de mi próximo capricho y me dirigí a la heladería. Cuando llegué, allí estaba. Me encontré frente al coche de mis sueños, el Lamborghini Countach que adquirió fama con la exitosa película de los años ochenta Los locos del Cannonball. Estaba ahí aparcado, impasible como un rey omnipotente, y lo contemplé como un adorador fiel a su Dios. Me quedé anonadado; cualquier pensamiento que tuviese que ver con helados había desaparecido de mi cerebro.

Estaba muy familiarizado con el Lamborghini Countach; lo tenía colgado como póster en las paredes de mi dormitorio y había babeado sobre él en mis revistas de automóviles favoritas: era precioso, diabólico, obscenamente rápido, sus puertas parecían las de una nave espacial y su precio era exorbitante. Y ahora ahí estaba, a unos cuantos centímetros de distancia, como un Elvis resucitado. Aprecié su grandeza tangible y pura como un artesano que se hubiese encontrado con un Monet auténtico. No me perdí detalle: las líneas, las curvas, el olor...

Me quedé boquiabierto durante unos instantes, hasta que un joven salió de la heladería y se dirigió hacia el automóvil. ¿Podría ser ese el propietario? De ninguna manera; no podía tener más de veinticinco años. Vestido con unos vaqueros azules y una gran camisa de franela por encima de una camiseta de Iron Maiden, pensé que no podía ser el dueño. Esperaba a un tipo mayor, con el cabello gris y poco abundante y con ropa pasada de moda. Pero no fue el caso.

«¿Qué demonios...?», pensé. ¿Cómo podía un chico joven permitirse un automóvil tan deslumbrante? ¡Por el amor de Dios, ese coche costaba más que la casa en la que yo vivía! «Tiene que haberle tocado la lotería –especulé–. Mmmmm... o tal vez sea un niño rico que heredó una fortuna. No, es un deportista profesional. Sí, eso es».

De repente, un pensamiento atrevido invadió mi mente: «Oye, M. J., ¿por qué no le preguntas qué hace para ganarse la vida?». ¿Podía preguntarle eso? Permanecí estupefacto en la acera, mientras debatía conmigo mismo. Finalmente, envalentonado y vencido por la adrenalina, mis piernas se movieron hacia el automóvil, aunque mi cerebro no pareciese estar de acuerdo. En el fondo de mi mente, mi hermano se mofaba: «¡Peligro, Will Ro­binson, peligro!». *

Sintiendo mi acercamiento, el propietario ocultó su inquietud con una sonrisa forzada y abrió la puerta. ¡Guau!, se elevó vertiginosamente hacia el cielo, en lugar de abrirse hacia un lado, como en los automóviles normales. Eso barrió mi escasa valentía y traté de mantener la compostura, como si los coches con puertas futuristas fuesen el pan de cada día. Lo que pudieron no haber sido más de veinte palabras me parecieron una novela. Mi oportunidad estaba ahí y la aproveché.

–Disculpe, señor –murmuré nerviosamente, esperando que no me ignorara–. ¿Puedo preguntarle qué hace para ganarse la vida?

Aliviado de que no fuera un mendigo adolescente, me respondió amablemente:

–Soy inventor.

Perplejo por el hecho de que su respuesta no coincidiera con mis preconceptos, las siguientes preguntas que tenía preparadas quedaron anuladas, y ello bloqueó mi próximo movimiento. Me quedé allí tan congelado como el helado que había ido a buscar. Percibiendo que era su oportunidad de escapar, el joven propietario del Lamborghini se sentó, cerró la puerta y encendió el motor. El fuerte rugido del tubo de escape barrió el estacionamiento, alertando a todas las formas de vida de la formidable presencia del vehículo. Me gustara o no, la conversación había terminado.

Sabiendo que pasarían años antes de que volviese a contemplar algo así, registré mentalmente el unicornio automovilístico que tenía delante. Una vía neuronal se abrió de pronto en mi cerebro; fue un despertar.

¡NO HACÍA FALTA QUE FUESE FAMOSO NI QUE TUVIESE TALENTO!

¿Qué cambió ese día? Se me presentó la vía rápida y una nueva verdad. En cuanto al helado que acudí a buscar, no llegué a entrar en la tienda. Me di la vuelta y me fui a casa imbuido por una nueva realidad. No era atlético, no sabía cantar y no podía actuar, pero ¡podía hacerme rico sin ser famoso y sin poseer ningún talento físico!

Desde ese momento, las cosas cambiaron. El encuentro del Lamborghini duró noventa segundos, pero fue el principio de una nueva vida para mí. Pasé a tener unas nuevas creencias, a tomar nuevos rumbos y a efectuar nuevas elecciones. Decidí que algún día sería dueño de un Lamborghini, y que ese día aún sería joven. No estaba dispuesto a esperar hasta el próximo encuentro, la próxima experiencia casual y el próximo póster: quería lograrlo por mí mismo. Sí, dejé de lado la escoba y levanté del puf mi gordo trasero.

LA BÚSQUEDA DE LA VÍA RÁPIDA PARA SER MILLONARIO

Después del encuentro del Lamborghini, hice un esfuerzo consciente por estudiar a jóvenes millonarios que no fueran famosos ni tuviesen talento físico. Pero no me interesaban todos los millonarios; solo aquellos que llevaban un estilo de vida lujoso, opulento. Esto me llevó a centrarme en un grupo limitado de desconocidos, un pequeño subconjunto de millonarios anónimos que cumplían estos requisitos:

  1. Llevar un estilo de vida ostentoso o ser capaces de ello. No me interesaba saber acerca de millonarios austeros que vivían entre la gente de clase media.
  2. Debían ser relativamente jóvenes (menores de treinta y cinco años) o tenían que haberse hecho ricos rápidamente. No me interesaban las personas que llevaban cuarenta años de su vida empleadas y acumulaban sus millones centavo a centavo. Quería ser rico en la juventud, no en la vejez.
  3. Tenían que haber logrado la riqueza por sí mismos. Mi familia estaba sin blanca, de manera que prescindí de investigar a los ricachones que lo eran porque les había tocado la lotería espermática.
  4. No podían haberse hecho ricos gracias a ser famosos, tener talento físico, jugar al fútbol profesional, actuar, cantar o estar en el mundo del espectáculo.

Busqué millonarios que hubieran comenzado como yo, tipos promedio sin ninguna habilidad o talento especial que, de alguna manera, hubiesen llegado lejos. Durante mi etapa en el instituto y la universidad, estudié religiosamente estas «anomalías millonarias». Leí revistas, libros y periódicos y vi documentales de hombres de negocios que habían triunfado. Absorbí todo aquello que me proporcionase información sobre ese pequeño subconjunto de personas ricas.

Lamentablemente, ese entusiasmo por descubrir el secreto del enriquecimiento rápido me llevó a experimentar decepciones. Hice realidad el sueño de cualquier empresa que se anuncia en la teletienda, pues era crédulo, estaba dispuesto a gastar e iba armado con una tarjeta de crédito. Asalté innumerables oportunidades, desde las que ofrecía un pequeño anuncio clasificado hasta las que prometían que te esperaba el mismo destino que al magnate de bienes raíces asiático que estaba rodeado de chicas sexis en bikini en su yate. Ninguna de estas opciones me hizo rico, y a pesar de los anuncios ingeniosos y sus reclamos, las modelos de pechos grandes nunca se materializaron.

Mientras alimentaba mi apetito de conocimiento y aguantaba un empleo extraño tras otro, mi investigación me llevó a descubrir algunos denominadores comunes en los que valía la pena fijarse. Estaba seguro de haber descubierto todos los componentes de la vía rápida para ser un millonario anónimo. Estaba decidido a hacerme rico joven, y emprendería el camino tras haberme graduado en la universidad. No sabía lo que me deparaba el futuro: los obstáculos, los desvíos y los errores que dificultarían mi empeño.

RESISTIÉNDOME A LA MEDIOCRIDAD

Me gradué en la Universidad del Norte de Illinois con dos títulos empresariales. Ir a la universidad era someterte a un lavado de cerebro de cinco años cuya finalidad era prepararte para que fueses un empleado, y la graduación era el sobrevalorado clímax de este proceso. Consideré que la formación universitaria era un adoctrinamiento destinado a que formases parte de la tripulación de ­alguna nave espacial corporativa, un matrimonio fracasado entre el graduado universitario y una vida de empleos, jefes, sobrecarga de trabajo y salarios insuficientes. Mis amigos obtuvieron magníficos empleos y alardearon al respecto: «¡Trabajo para Motorola!», «¡He conseguido un trabajo en Northwestern Insurance!», «¡Hertz Rental Cars me ha contratado como director de formación!».

Me alegré por ellos, aunque lo que habían hecho era creerse la mentira de la vía lenta. ¿Y en cuanto a mí? Gracias, pero no, gracias. Procuré evitar la vía lenta como si de una plaga medieval se tratase. Mi idea era encontrar la vía rápida y jubilarme rico y joven.

OBSTÁCULOS, DESVÍOS... Y UNA DEPRESIÓN

A pesar de lo confiado que estaba, los años siguientes distaron muchísimo de colmar mis expectativas. Vivía con mi madre mientras saltaba de un emprendimiento a otro, sin ver el éxito por ninguna parte. Cada mes probaba con un negocio diferente: las vitaminas, las joyas, algún programa de marketing excitante «de resultados inmediatos» encontrado en la contraportada de alguna revista de negocios o algún trabajo ridículo de marketing en red.

A pesar de todos mis esfuerzos, mi registro de fracasos fue en aumento, al igual que mis deudas. Pasaron los años y la locura fermentó en mí cuando me vi obligado a aceptar una serie de empleos neandertales que hirieron mi ego: fui ayudante de camarero en un restaurante chino (sí, hay cucarachas en la cocina), jornalero en barrios marginales de Chicago, repartidor de pizzas, repartidor de flores, transportista, chófer de limusina, repartidor del periódico Chicago Tribune a primeras horas de la mañana, vendedor de bocadillos en un restaurante del metro, empleado de almacén en Sears (en el maldito departamento de cortinas), captador de donativos para una ONG (hucha metálica en mano) y pintor de casas.

¿Lo único peor que estos espantosos trabajos y sus salarios? Los horarios. La mayoría requerían ponerse manos a la obra antes del amanecer: a las tres de la madrugada, a las cuatro... Tras cinco años en la universidad, me gradué para vivir como un granjero de lácteos. ¡Demonios!, tenía tan poco dinero que le ofrecí servicios sexuales a una mujer mayor para pagar el regalo de bodas de mi mejor amigo (sí, las maduritas «atacaban» en la década de los noventa).

Mientras tanto, mis amigos progresaban en sus carreras; estaban obteniendo sus aumentos salariales del 4 % anual. Compraron sus Mustangs y Acuras y sus casas adosadas de ciento diez metros cuadrados. Parecían estar satisfechos y vivían ilusionados la vida predeterminada por la sociedad. Eran normales, al contrario que yo.

A los veintiséis años, caí en una depresión; mis negocios no se sostenían por sí mismos y yo tampoco. La depresión estacional hizo mella en mi psique fracturada. El clima lluvioso, oscuro y lúgubre de Chicago me hizo desear la comodidad de una cama caliente y sabrosos pasteles. Los logros iban precedidos por la luz del sol; de modo que, efectivamente, no estaba consiguiendo mucho. Cansado de los trabajos que suelen aceptar quienes no acaban la educación secundaria, me costaba salir de la cama, y las dudas me asaltaban a diario. Agotado física, emocional y económicamente por el fracaso, sabía que mis resultados no eran un reflejo de mi verdadero yo. Conocía la vía rápida hacia la riqueza, pero no lograba ejecutarla. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Qué me estaba frenando? Después de todos esos años de investigación y formación, con un armario lleno de libros, revistas y vídeos para «empezar rápidamente», no estaba más cerca de la riqueza. Estaba parado en el arcén ** sin atisbar la vía rápida por ningún lado.

Mi profunda depresión me llevó a evadirme, pero en lugar de sumergirme en las drogas, el sexo o el alcohol, me perdí entre libros y seguí estudiando a los millonarios anónimos. Si no podía tener éxito, me refugiaría en las vidas de aquellos que sí lo habían logrado por medio de absorber libros sobre gente rica, ­autobiografías de individuos de éxito y otros relatos de enriquecimiento a partir de una situación de pobreza.

Pero la cosa fue a peor. Las personas cercanas me dieron por imposible. Mi novia, con la que llevaba mucho tiempo, proclamó: «¡No tienes remedio!». Ella tenía un trabajo seguro en una agencia de alquiler de coches, pero discutíamos porque trabajaba muchas horas a cambio de calderilla, unos míseros veintiocho mil dólares al año. Por supuesto, ella replicaba exponiendo la realidad de los hechos: «No tienes trabajo, ganas veintisiete mil dólares menos que yo y ninguno de tus negocios va bien». Nuestra relación terminó cuando empezó a flirtear con el publicista de una radio corporativa.

Y luego estaba mi madre. Durante los primeros años que siguieron a mi etapa universitaria, hizo la vista gorda, pero luego vinieron los fracasos y los empleos ridículos. Le rogué que fuera paciente y defendí que la creación de riqueza, para un emprendedor de la vía rápida, progresa de forma exponencial, mientras que quienes tienen empleos están sujetos a un avance lineal. Desafortunadamente, no importó lo geniales que fueran mis gráficos y diagramas; mi madre perdió la fe, y no la culpé por ello. Había más posibilidades de que un ser humano pisase Marte que de que yo triunfase.

Sus instrucciones frenaron mi impulso. Gritaba «¡consigue un trabajo, hijo!» veinte veces a la semana por lo menos. ¡Uf!, incluso hoy me estremezco. Esa frase, gritada con esa voz, podría haber exterminado las cucarachas en un mundo posapocalíptico. Hubo días en los que me habría gustado meter la cabeza en un tornillo de banco y aplastar mis oídos para volverme sordo. El «¡consigue un trabajo, hijo!» penetró en mi alma; era un decreto maternal que ponía fin al juicio con un veredicto unánime del jurado: «Fracaso, más una moción de censura».

Mi madre sugirió: «En el supermercado están buscando un responsable para la sección de charcutería. ¿Por qué no te acercas y miras a ver qué tal?». Pero no estaba dispuesto a que mi formación universitaria y los esfuerzos de los últimos cinco años quedasen eclipsados en el mostrador de una charcutería; no estaba dispuesto a cortar rodajas de mortadela y servir ensaladas de patata a las amas de casa del barrio. Así que agradecí el consejo, pero pasé de él.

UN DESPERTAR EN MEDIO DE UNA TORMENTA DE NIEVE

Hizo falta el dolor de una fría tormenta de nieve, en Chicago, para que me viese arrojado a una encrucijada vital. Era una noche oscura y gélida, y estaba muy cansado de trabajar como conductor de limusina. Mis zapatos estaban empapados por la nieve húmeda y luchaba contra la migraña. Las cuatro aspirinas que había tomado dos horas antes no habían surtido ningún efecto. Quería llegar a casa, pero no podía. Estaba atrapado en la tormenta y las rutas que solía tomar estaban intransitables. Me detuve en el arcén de una carretera débilmente iluminada y sentí que el frío helado de la nieve derretida subía por mis piernas procedente de los dedos de los pies. Puse la limusina en punto muerto y me confronté conmigo mismo en medio de un silencio absoluto, apenas perturbado por la caída de los copos de nieve, que me recordaban lo mucho que odiaba el invierno. Levanté la mirada al techo de la limusina, que tenía quemaduras de cigarrillo, y pensé: «¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Es en esto en lo que se ha convertido mi vida?».

Sentado en una carretera sin tráfico en medio de una tormenta de nieve y de la oscuridad de la noche, en mitad de la nada, lo tuve claro. A veces la claridad te inunda como una brisa apacible y otras veces te golpea como un piano de cola que te cayese en la cabeza. En mi caso, ocurrió esto último. Una declaración contundente poseyó mi cerebro: «¡No puedes vivir otro día como este!». Si quería sobrevivir, tenía que cambiar.

LA DECISIÓN DE CAMBIAR

El duro invierno me llevó a actuar con rapidez. Decidí cambiar. Decidí tomar el control de algo que creía incontrolable: mi entorno. Decidí trasladarme. ¿Adónde?, no lo sabía y, en ese momento, no me importaba.