Damas Ilustres en la Historia de España

Por Vicenta Márquez de la Plata

Damas ilustres en la Historia de España
© Vicenta Márquez de la Plata, 2018

ISBN:

Foto de cubierta: Doña Amalia de Llano y Dotres. Autor: Federico de Madrazo y Kuntz, 1853. Obra perteneciente a los fondos del Museo del Prado.
Diseño de cubierta: Anuska Romero

Maquetación: Carlos Venegas
Impreso en España
Reservados todos los derechos

Índice

Introducción

He aquí hilvanadas una serie de biografías de mujeres que han intervenido, de un modo u otro, en el devenir de nuestra historia.

Hemos tenido, como siempre que se escribe sobre damas, una cierta dificultad en espigar los datos suficientes como para pergeñar sus semblanzas. Gracias a otras personas, generalmente autoras, hemos conseguido encontrar algunas noticias que hemos podido aprovechar a nuestro favor. Agradecemos a todas ellas el esfuerzo que han hecho y unimos el nuestro al suyo para que otras investigadoras avancen en el conocimiento de las mujeres que se han esforzado por ser ellas mismas y desarrollar sus capacidades en un mundo de hombres, en épocas en las que solo se reconocía a la mujer como un ser del ámbito del hogar: en el trabajo doméstico y agrícola… además de —naturalmente— como madre y educadora.

Para organizar de alguna manera en un libro a este conjunto de mujeres hemos empezado por lo más fácil y obvio: por la fecha de nacimiento, comenzando por las más antiguas y alejadas de nuestro tiempo. Luego las agruparemos por sus hechos y así dividiremos a nuestras damas en:

En principio es fácil ver que la mayoría de las mujeres que han sobresalido eran de noble cuna, ya que eran las únicas que podían dedicar su esfuerzo al aprendizaje y no tenían obligaciones perentorias en cuanto al cuidado de la prole y el trabajo, ya fuese doméstico o agrario. Asimismo, en las grandes casas había preceptores cuyas enseñanzas a menudo se aprovechaban no solo para los hijos varones, sino también, muy frecuentemente, para las hijas, de modo que ellas también recibían enseñanzas de estos maestros, como se verá en el transcurso de la lectura.

Además de las hijas de nobles casas, otro grupo importante está constituido por las religiosas (muchas de ellas también de noble origen, aunque no siempre), las cuales dedicaban su vida a la oración y al estudio si estaban capacitadas para ello. Relevadas de los trabajos caseros, algunas de ellas lograron llegar a cimas de abstracción difícilmente alcanzables en otro lugar.

También constituyen uno de los grupos las esposas de virreyes y altos dignatarios, que muy a menudo tuvieron que desempeñar el cargo de su esposo en su ausencia o por su muerte inesperada y cuyo gobierno efectivo fue beneficioso para los gobernados.

Por último, hemos prescindido, que no olvidado, de comentar las vidas de aquellas que, por ser tan notorias tanto ellas como sus merecimientos, son conocidas por todos, como es el caso de santa Teresa de Ávila, Agustina de Aragón, reinas e infantas. Nos ceñiremos solamente a damas nobles (o no) cuyas biografías no son tan comúnmente conocidas con la esperanza de que, partiendo de aquí, otras investigadoras sigan nuestro camino y hallen más datos de estas damas notables en la historia de España y que, a su modo, abrieron camino a otras por venir. Ellas se lo merecen.

Según avanza la historia, se hace más grande el número de mujeres que tomaron parte en la historia de los hechos y de la creación artística y literaria, como veremos. Esto es normal, pues con el tiempo se les permitió acudir a la escuela y, luego, a la universidad. A todas ellas, universitarias o no, les debemos mucho.

Doña Leonor López de Córdoba

1362-1420

Una mujer extraordinaria y la primera valida de la historia

Una de las mujeres más extraordinarias que ha dado la historia de España. Nació en Calatayud alrededor del año 1362, hija del Maestre de Calatrava don Martín López de Córdoba y de doña Sancha Carrillo, sobrina de Alfonso XI.

En su niñez todo parecía augurarle una vida plena y feliz. Don Martín López de Córdoba gozaba de la total confianza del rey don Pedro I, quien le concedió el maestrazgo de Calatrava e que hizo que su hija mayor, la infanta doña Constanza, fuese la madrina de Leonor en su bautizo. Más tarde, al quedar viudo don Martín, ordenó el rey que las hijas del Maestre y las infantas se educasen juntas en la fortaleza de Carmona. Además, por el afecto que sentía por su padre, don Pedro buscó a la niña un marido acorde con su alcurnia y linaje, y así a los siete años la casó con Ruy Gutiérrez de Hinestrosa, un joven de unos veinticinco, hijo del canciller Juan Gutiérrez de Hinestrosa y de María de Haro, señora de Haro y los Cameros.

Su futuro parecía brillante. Sin embargo, el cambio de dinastía le afectó profundamente. Con el fallecimiento de Pedro I el Cruel llegó al trono su hermano bastardo, don Enrique de Trastámara, el cual asedió la fortaleza de Carmona a fin de apoderarse de las infantas y del tesoro real. Don Martín, aunque su señor ya había muerto, defendió la fortaleza durante varios meses, porque temía que si las infantas caían en manos de don Enrique, su suerte sería fatal. Viendo que no podía tomar la fortaleza, don Enrique llegó a un acuerdo con el defensor: las infantas saldrían camino de Francia para casarse, respectivamente, con Juan de Gante, duque de Lancaster, y con el conde de Cambridge, su hermano; se respetaría la vida y los bienes de los que habían defendido la plaza y el Maestre y su familia saldrían libremente.

Las infantas Constanza e Isabel salieron hacia su destino fuera de Castilla y luego, cumpliendo lo pactado, el Maestre de Calatrava rindió la fortaleza de Carmona. Sin embargo, el rey don Enrique, lejos de respetar la palabra dada, lo hizo prender, lo ejecutó de modo infame en la plaza pública en Sevilla, lo descuartizó y, no contento con esto, hizo arrastrar sus restos por la ciudad hasta que por fin los hizo arrojar a un vertedero. Leonor, su hermano Lope, menor que ella, y su marido Ruy, más todos los parientes de don Martín, fueron tomados presos y llevados a las Reales Atarazanas de Sevilla, en donde se les encadenó al brocal de un pozo durante nueve años. Tenía Leonor solo siete años cuando entró en prisión, el mismo año de su boda.

A la muerte del rey don Enrique, en 1379, abandonó la prisión: en ella habían muerto todos sus parientes, entre ellos su hermano pequeño, don Lope, a consecuencia de la peste negra. Leonor y su marido salieron solo para hallar que nada de lo que les había pertenecido era ya suyo. Todo había sido incautado por la Corona y repartido a nuevos beneficiarios afectos a la causa trastamarista. Leonor fue acogida muy fríamente por una tía, doña María Carrillo, en cuya casa vivió mientras su marido trataba de recuperar las posesiones de la familia, intento que, siete años más tarde, se mostró infructuoso, por lo que tuvieron que vivir acogidos a la piedad de la tía de Leonor.

Con su marido tuvo tres hijos y, además, adoptó a un niño judío. Sin embargo, una nueva oleada de la peste se llevó a casi todos en casa de doña Leonor y, habiendo enfermado el niño judío y al no haber ya nadie que lo cuidase, esta ordenó a su hijo mayor lo hiciese. El joven obedeció y a la mañana siguiente ambos estaban muertos. Al saberse esto en el pueblo, Leonor fue expulsada del lugar a pedradas. Se fue con su otro hijo, Gutierre y una hija, Leonor. El marido desapareció de la historia sin que se sepa qué fue de él.

Al llegar al trono Juan I se decidió que el heredero del trono, Enrique, al que la historia llama «el Doliente» por su escasa salud, se casase con la hija de doña Constanza, Catalina de Lancaster, a fin de que las dos ramas de la familia real se reconciliasen. Seguramente aprovechando la tesitura de haber sido amadrinada en su bautismo por doña Constanza, ahora duquesa de Lancaster y madre de la futura reina, Leonor López de Córdoba se presentó a la hija de doña Constanza, doña Catalina, como una persona a la que su abuelo, don Pedro, había tenido en gran estima. Doña Catalina, que no tenía amigos ni conocidos en la corte, tomó mucho afecto a doña Leonor y empezó a apoyarse en ella como persona de confianza de su señora madre, de modo que llegó a nombrarla Camarera mayor. Le otorgó toda su confianza y a tanto llegó esa predilección que, a la muerte de don Enrique el Doliente, la reina tutora, Catalina de Lancaster, convirtió a Leonor en su privada y dejó en sus manos los asuntos del gobierno. El verdadero rey era el infante Juan, de solo dos años, doña Catalina de Lancaster era su tutora y doña Leonor, la valida, la que en realidad gobernaba el reino.

Fue entonces cuando se levantaron muchos nobles en su contra. Junto con doña Catalina gobernaba, en teoría, el hermano del difunto rey, el infante don Fernando, que compartía la tutoría del joven Juan II con doña Catalina, al que la historia llama don Fernando de Antequera, quien no tenía mucho cariño a Leonor debido a, entre otras cosas, las fricciones que había entre ambos tutores. Este escribió en una carta: «Bien sabedes y oyedes dezir como Leonor López está con la dicha señora reina, y como es mucha su privanza, tanto que los que están cerca de la dicha señora, ansí prelados como dotores e caballeros han de facer y dezir lo que ella quiere».

No pasaremos a hacer la crítica de su gobierno, bástenos decir que es la primera mujer valida de la historia, cosa ciertamente extraordinaria, y más sabiendo las dificultades de su azarosa vida. A los pocos años, por la oposición de toda la nobleza, perdió el favor de doña Catalina, quien la expulsó de la Corte. Se fue entonces a Córdoba, donde escribió unas memorias, llamadas Memorias de doña Leonor López de Córdoba1, no muy largas por cierto, pero que son las primeras escritas en lengua española, abriendo así un nuevo género no cultivado hasta entonces: el autobiográfico.

Partiendo de la nada ascendió hasta el máximo poder, rehízo su fortuna, casó a su hija con un hijo de los condes de Niebla, dejó una buena dote a su hijo Gutierre y logró encumbrar hasta confesor de la reina a un hermano bastardo, hijo «de ganancia» de su padre, el Maestre. Al fin de su vida cumplió el propósito que ella había confesado: restaurar el honor del Maestre de Calatrava, su padre, muerto de manera infame en Sevilla, a quien hizo construir un mausoleo digno de su nombre.

Leonor murió alrededor de 1420. Su tumba está en Córdoba, en la Colegiata de San Hipólito, cerca de donde ella vivió con su tía, doña María Carrillo.

 

Bibliografía de Leonor López de Córdoba

CABRERA SÁNCHEZ, M. «El destino de la nobleza petrista: la familia del Maestre Martín López de Córdoba». En la España Medieval, Norteamérica, 24 de enero del 2001.

CANELLAS LÓPEZ, A. «La instauración de los Trastámara en Aragón». Zurita, Cuadernos de Historia, 4-5, pp. 19-38, Zaragoza, 1956.

DÍAZ MARTÍN, Luis Vicente. Itinerario de Pedro I de Castilla (2ª edición). Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 1975.

ECHEVARRIA ARSUAGA, Ana. Catalina de Lancaster. Reina Regente de Castilla. 1372-1418. Editorial Nerea, 2002.

LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique, su hermano, hijos del rey don Alfonso Onceno. (Edición crítica y notas de Germán Orduña, estudio preliminar de Germán Orduna y José Luis Moure). Buenos Aires, 1994-1997.

LÓPEZ DE CÓRDOBA, Leonor. Memorias. Biblioteca Capitular y Colombina. Sevilla.

MÁRQUEZ DE LA PLATA, Vicenta. La Valida. Algaida Editores, Sevilla, 2009. (Novela histórica, ganadora del III premio Ateneo de Novela Histórica 2009).

SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo xv. (Vol. XV de Historia de España,) Dir. R. Menéndez Pidal, Madrid, Espasa-Calpe: 1968.

VALDEAVELLANO, García de, Luis. Historia de España Antigua y Medieval. Tomo II. Alianza Editorial, 1988.

VICENS VIVES, J. Els Trastàmares. Barcelona, Vicens Vives, 1969.

Sor Isabel Manuel de Villena

1430-1490

Una escritora del Siglo de Oro valenciano

Su origen

Nació en 1430 sin que se sepa el día ni el lugar de nacimiento exacto, aunque se especula que fue en Valencia o Castilla. Su verdadero nombre era Elionor Manuel de Villena: el nombre de Isabel fue el que adoptó en el convento de las clarisas en donde profesó como religiosa en 1445. Era, pues, de alta cuna, y estaba emparentada con la realeza, aunque provenía de una rama bastarda por haber sido su padre don Enrique Manuel de Villena y Vega, el cual, a su vez, era nieto por vía materna ilegítima de Enrique II de Castilla y, por su padre, bisnieto de Jaime II de Aragón. La historia no nos dice el nombre de su madre, y parece que quedó huérfana de esta a muy temprana edad. A los cuatro años perdió a su padre.

La niña era prima segunda de doña María, reina de Aragón, esposa de Alfonso el Magnánimo, y por ello fue criada de manera principesca en el palacio de su tía, que residía en Valencia. Al educarse directamente con doña María, participó en los ambientes cultos y abiertos que se propiciaban en la corte del Alfonso V, lo cual le fue de gran provecho para su creación futura.

Quizás por inspiración de la soberana o por idea propia, a los quince años decidió ingresar en el Real Monasterio de la Santísima Trinidad, en ese momento un convento de clarisas que debía su fundación a la piadosa reina doña María. Es entonces cuando Elionor cambia su nombre por de Isabel. Se dice2 que, en el monasterio fundado por la reina, ella fue la primera novicia que tomó los hábitos, sin que hayamos podido contrastar el dato. Sí se sabe que el convento se fundó con diecisiete monjas clarisas y una abadesa.

A pesar de las afirmaciones de don Conrado Ángel, en realidad el convento no fue fundado por la reina doña María si no refundado por ella. A petición de la reina, el papa Eugenio IV promulgó una bula (el 23 de julio de 1443) por la que los monjes trinitarios, que hasta entonces habían ocupado el monasterio, fueron expulsados de allí y el cenobio pasó a ser ocupado por las monjas del convento de Gandía de la orden de Santa Clara.

A los treinta y tres años, el 26 de marzo de 1463, nuestra doña Isabel de Villena fue elegida abadesa del convento, cargo que conservó hasta su muerte, acaecida en 1490.

La escritora

Fue la vida de doña Isabel de Villena la de una mujer contemplativa y de gran espiritualidad, como se ve por sus obras o, mejor dicho, por su obra, pues la mayoría de estas se han perdido, como ha sucedido con muchas otras creaciones, a veces por ser manuscritos, a veces con un solo ejemplar, el original: la imprenta no estaba extendida, las ediciones eran caras y las meditaciones y conclusiones de una monja tal vez no se consideraron de importancia suficiente como para ser impresas. Como quiera que sea, no han llegado hasta nosotros. De uno de sus escritos inclusive se sabe el nombre, Speculum Animae, «Espejo del alma», obra a la que se rastrea hasta 1761 y a la que luego se pierde toda pista.

Se dice que, durante su vida, la monja Isabel de Villena llegó a compilar una extensa obra literaria, hoy perdida en su mayor parte, de tal modo que quizás no sabríamos nada de ella de no ser por la feliz circunstancia de que Isabel la Católica (que era también prima de la reina de Aragón, doña María), habiendo oído hablar encomiásticamente de su obra, la mandó pedir al convento, lo cual evitó su pérdida para siempre. Seguramente esta predilección incitó a que se realizasen algunas copias de aquel texto que deseaba leer nada menos que la soberana y que, por este camino, llegó a interesar a mucha más gente: cuando Isabel la Católica manifestó su interés por leer el libro de la muy espiritual abadesa, ya había fallecido sor Isabel, y su sucesora, la nueva abadesa, doña Aldonza de Montsoriu, al recibir la petición de la reina doña Isabel, hizo editar, en 1497, en Valencia y a su costa, la principal obra escrita de su predecesora, Vita Christi.

Hecha esta edición3 la segunda madre abadesa se la dedicó a la reina doña Isabel con las siguientes palabras: «Sor Isabel de Villena lo ha hecho, sor Isabel de Villena lo ha compuesto, sor Isabel de Villena con estilo elegante y dulce lo ha ordenado, no solamente para sus devotas hermanas e hijas de obediencia que en la encerrada casa de este monasterio habitan, sino también para todos los que en esta breve, enojosa y transitoria vida viven» (al llamar a la vida «breve y enojoso tránsito», nos recuerda a otra monja llamada Teresa, doctora de la Iglesia, que vendría más tarde y que dijo que la vida es una mala noche en una posada incómoda…). Quizás llama la atención del lector que la abadesa doña Aldonza de Montsoriu haga notar repetidas veces que la autora del libro es —o había sido— sor Isabel de Villena repitiendo que era «quien lo había hecho, quien lo ha compuesto»… etcétera. La razón de esto es que la monja escritora no había firmado su libro, tal vez por humildad o tal vez porque estaba dirigido solo a sus monjas.

En todo caso, Vita Christi fue escrito como un libro de doctrina y hoy sabemos que es en una de las obras más importantes y más universal de la literatura en valenciano en el xv, el Siglo de Oro valenciano. En la obra, Isabel de Villena destaca episodios de la vida de mujeres de la Biblia y el Nuevo Testamento: la Virgen María, María Magdalena, Santa Ana, Eva y otras santas mujeres resaltando la importancia de la vida y hechos de estas mujeres ante la vida de Jesús. No se apoya solamente en los hechos canónicos para escribir esto, sino que recurre también a los evangelios apócrifos, obras extracanónicas y a otros autores, demostrando así su erudición. Sobre todo, toma en cuenta el Pseudo-Matthaei Evangelium. Tal es la importancia que da la monja a la vida de María que el libro, a la postre, más parece, en la opinión de los expertos, un escrito acerca de la vida de María que una «Vida de Cristo». En este sentido, es una precursora de otras escritoras y escritores que toman muy especialmente a la mujer como motivo de inspiración y estudio. Doña Teresa Forcades i Vila4 nos habla de «la grandísima importancia que esta obra tuvo en su momento histórico», en sus palabras: «destaca el hecho de que toma como protagonista a las mujeres que convivieron con Jesus (…)».

El libro está lleno de vivos relatos de carácter muy realista y descriptivo que, en conjunto, dan una visión elegante y fresca de las costumbres de la aristocracia que ella había conocido por haber vivido en palacio entre los nobles y los sabios del momento. En su libro, junto a los personajes evangélicos, sobre todo el de la Virgen María, Isabel crea una serie de personificaciones femeninas: la Pureza, la Humildad y la Contemplación. Todas estas figuras aumentan el carácter renacentista del relato y vienen a ser un adelanto de lo que serán en el futuro la impersonación de las virtudes o los pecados que figurarán bajo la formas de personas vivas en los autos sacramentales del Siglo de Oro.

El texto también hace una gran defensa de las mujeres en respuesta a la ya famosa misoginia de Espejo, de Jaime Roig5, autor al que conoció personalmente pues, además de tener a una hija de Roig como novicia en el convento de la Santísima Trinidad, donde doña Isabel era abadesa, Jaime Roig era el médico de su mismo convento. En el Vita Christi sor Isabel redactó una obra de contemplación al estilo franciscano que presenta a las mujeres en vinculación directa y con un trato excepcional con el Redentor. Se pueden distinguir tres grandes bloques temáticos:

Según Pérez Moragón «El texto —de doña Isabel— queda ordenado en dos niveles distintos: el de los sucesos narrados por los evangelistas y el de los hechos sobrenaturales relacionados con los primeros. El estilo empleado es familiar, lento, gráfico y ligeramente moroso. El léxico es popular y expresivo, así como la sintaxis».

Aunque tanto su obra como sus otros libros no han llegado hasta nosotros más que en una mínima parte y estamos seguros de que la culta dama era verdaderamente amante de los libros y la lectura ya que los eruditos están de acuerdo en que la abadesa debió poseer una biblioteca apreciable: de hecho, micer Jaime Exarch, canónigo, pavorde y vicario general del cardenal Rodrigo de Borja en Valencia, legó su biblioteca a la madre Villena.

En resumen, podemos decir que Isabel de Villena fue protagonista del ambiente cultural del Siglo de Oro valenciano, y el panorama cultural en los días de nuestra monja parece particularmente animado y complejo: la introducción de la imprenta (1473) y las relaciones con Italia determinaron el surgimiento del Renacimiento local. La abadesa del monasterio de la Santísima Trinidad, desde su clausura, no estuvo ausente del movimiento literario de su época: es ampliamente conocido que en el reino de Valencia se la recuerda como una de las mejores escritoras en lengua valenciana. Para el tiempo en el que nuestra monja vivió fue un ejemplo extraordinario de cómo se podía ser mujer intelectual en la Corte, donde ella se educó, y en el convento, donde vivió su madurez. Se ha dicho que el simple estudio de su obra, Vita Christi, revela a una criatura superdotada, y si no superdotada, sí con un bagaje cultural asombroso, que expone sus conclusiones con claridad y dominio de la palabra y con un dominio del idioma nada común: los estudios realizados por sor Isabel en la corte de su tía, doña María, reina de Aragón, tuvieron que haber sido por necesidad en latín, no solo porque los textos a estudiar (Las Sagradas Escrituras, Evangelios, Apócrifos, etcétera) estaban en latín, sino porque era el idioma culto del momento y no había nadie que se preciase de conocimiento alguno si no dominaba el latín.

Nuestra monja no solo traduce, sino que glosa los textos latinos que luego comenta y explica. Ello presupone no solo el conocimiento del latín sino también de doctrina de la Iglesia, de la teología, para su interpretación dentro de la ortodoxia.

Asimismo, para incidir en las explicaciones que desea sean entendidas como importantes, usa la frase volent dir (quiero decir), tantas veces como cree necesario para recalcar lo explicado. Sin duda en la corte de doña María había entrado en contacto con maestros y latinistas, con aquellos expertos que escribían los documentos reales con elegancia, exactitud, estilo y corrección, y ello se refleja en el estilo de sor Isabel.

Tal fue la fama de la monja que en su convento se reunía lo que se ha dado en llamar «un cenáculo literario» es decir, una reunión de poetas, pensadores y creadores que se reunían alrededor de la monja para compartir sus inquietudes y comentar las obras mutuas. Sor Isabel, además del latín, dominaba perfectamente el valenciano, idioma ya estructurado que se hablaba en la ciudad y en algunos pueblos. Estas reuniones nos traen a la memoria unas tales que se celebraban en el convento de sor Juana Inés de la Cruz, la genial escritora del siglo xvii de México (cuando aún era parte de España), también monja, que reunió alrededor de su persona a toda la inteligencia del momento. También ella fue fermento de cultura y erudición.

Era sor Isabel de Villena muy apreciada por los contertulios de su convento, y por ello muchos de estos le dedicaron sus obras como muestra de amistad y aprecio. Sin duda, todos ellos estaban unidos por la literatura y las artes, de modo que se dedicaban mutuamente sus obras y así la literatura y demás obras eran sinérgicos en su mutua acción, lo que redundó en el esplendor de la cultura valenciana de esos años y contribuyó a que tuviera renombre entre otros pueblos y ciudades del país.

Por su fama de culta, piadosa y mística fervorosa, Bernat Fenollar y Pere Martines le dedicaron Lo Passi en cobles (1493), y Miguel Pérez, la traducción valenciana del Kempis, Menyspreu del mon (1491). Por su parte, Isabel de Villena pidió al venerable Jaime Pérez, obispo auxiliar de Rodrigo de Borja en Valencia, que escribiera una explicación del Magníficat, lo que hizo en 1485 con una carta dedicatoria.

Su obra como abadesa

En cuanto a su responsabilidad como abadesa, se propuso con mucha seriedad no solo la culminación de las obras materiales que con tanta ilusión había comenzado su prima, la reina María, sino también, y sobre todo, la reforma moral y espiritual de las monjas en el marco de una época difícil como era aquella del siglo xv valenciano, próspera en demografía, industria, comercio, agricultura, artes, letras y ciencias pero no tan loable en cuanto a espiritualidad y buenas costumbres. Su preocupación era modelar las almas de aquellas religiosas a imagen de Cristo, tal como la había concebido en su Regla San Francisco de Asís y, en la vertiente femenina, la madre Santa Clara.

Fernando el Católico manifestó su gran confianza en la abadesa Sor Isabel, que, por otra parte, también era su pariente, al entregarle a su hija natural, María de Aragón, para que la cuidara y educara dentro de la clausura del monasterio. Sor Isabel hizo constar, en un documento escrito de su propia mano, que doña María de Aragón, hija de don Fernando, rey de Aragón y de Castilla, y que había sido llevada al monasterio por mandato de su padre el 13 de febrero de 1484, cuando tenía cinco años y cerca de dos meses (pues nació el día de la Esperanza, que es el 18 de diciembre). Más tarde, esta hizo su profesión religiosa, convirtiéndose en sor María de Aragón y perseverando en el mismo monasterio hasta su muerte, ocurrida el 5 de septiembre de 1510, a los 26 años de edad.

Murió sor Isabel de Villena el 2 de julio de 1490, en el convento de donde era abadesa, víctima de la peste, a los 60 años de edad, 45 de religión y 27 de cargo de abadesa: la peste bubónica, que durante años segó la población en Europa, apareció varias veces en esta zona y, alrededor del año en que falleció sor Isabel, aparecen ordenanzas en relación a esta enfermedad y también se solicitan bulas papales, se realizan crides para participar en procesiones rogativas y aparecen nuevas veneraciones como la de la Mare de Deu, advocación tan amada hasta el día de hoy por los valencianos. (Acerca de la peste habla el erudito Orellana en su obra Valencia Antigua y Moderna, y tal fue el temor que esa malatía infundía que en muchos países los autores, impresionados por su acción, le dedicaron obras. Así en distintos años de ella habla Boccaccio y también Chaucer en tierras italianas e inglesas). La enfermedad dejará testimonio indeleble en piezas literarias del Siglo de Oro valenciano, apareciendo en Lo Procés de les Olives de Fenollar, Gaçull y Moreno.

Los efectos funestos de la peste fueron variados y profundos: crisis económicas y despoblación acompañaron a los episodios más mortíferos, y entre la nómina de respetables intelectuales víctimas de la peste deberemos incluir a Melchor Miralles, cuya muerte detiene, para siempre, la redacción de su conocido Dietari del Capellà d´Alfons el Magnànim, a Martí Joan de Galba, propietario del manuscrito original de Tirant lo Blanch, obra anteriormente comentada, o, por supuesto, a la protagonista de este capítulo, sor Isabel de Villena, autora de Vita Christi, pieza ineludible de ese siglo dorado al que anteriormente hemos hecho referencia.

Epílogo

No podemos terminar este breve recuerdo de doña Elionor de Villena, también conocida como sor Isabel de Villena sin repetir parte de lo que de ella escribió la erudita Rosanna Cantavella en su Introducció. Protagonistes femenines a la Vita Christi (Barcelona: La Sal, Edicions de les Dones, 1987):

«Pocas veces, en la literatura no contemporánea, podemos encontrar obras cuya gestación y publicación es protagonizada exclusivamente por mujeres. (…) La Vita Christi fue escrita por Isabel de Villena, abadesa, y dada a la imprenta por su sucesora, Aldonça de Montsoriu, atendiendo a la solicitud de Isabel la Católica, y las destinatarias más inmediatas de la misma eran las religiosas de su convento. La obra se ocupa abundantemente de los personajes femeninos del Evangelio, y defiende abiertamente la superioridad moral de la mujer sobre el hombre. (vii)

(…) ¿Puede una obra del siglo xv considerarse feminista? Sí, si aceptamos como definición de dicho concepto la defensa de la dignidad de la mujer. Naturalmente, sin anacronismos: los feministas medievales no preconizan conceptos como el derecho a disponer del propio cuerpo —el cuerpo femenino, el gran enigma de la medicina medieval—, ni el reconocimiento político (…). (xix)

(…) Un grupo de tópicos que no podían faltar en los textos misóginos pretendía demostrar que la mujer era una criatura perversa debido a defectos como el egoísmo, la lascivia, la crueldad, la falsía o la pereza. Los predicadores la reprendían continuamente por estos pecados, ejemplificados en multitud de fábulas.

En la obra de nuestra escritora, en cambio, se alude a menudo a la naturaleza virtuosa del ser femenino. Aparte de recordarnos su disposición al amor, se nos alecciona sobre su propensión a la piedad y la misericordia, al espíritu de sacrificio y a la defensa de la verdad. (XX y XXI)».

Y es que doña Elinor de Villena es una de esas mujeres que escribió a contra corriente en favor de las mujeres. ¿Se le puede llamar feminista? No, en cuanto que el término feminista en sí mismo apenas viene del siglo pasado, pero en cuanto al espíritu que la anima a defender los valores femeninos, sí. Así lo ve con claridad doña Rosanna Cantavella, cuyas palabras agradecemos y que hemos citado como el cierre de nuestro breve estudio sobre tan notable dama.

 

Bibliografía de doña Isabel Manuel de Villena

ALEMANY FERRER, Rafael. «La vita Christi de Sor Isabel de Villena». En La voz del silencio Vol. I. Asociación Cultural Al-Mudaina. Madrid, 1992.

RIQUER de, Martín. Historia de la Literatura catalana III. Ariel. Barcelona. 1964.

ROBRES, R. Villena, «Isabel de». Diccionario de Historia Eclesiástica de España, IV, Madrid, 1975.

ROIG, Jaume (ca. 1400-1478), autor del Espill o Llibre de les dones, y la escuela satírica valenciana.

SALES, A. Historia del Real Monasterio de la Stma. Trinidad, religiosas de Santa Clara, de la Regular Observancia, fuera los muros de Valencia, sacada de los originales de su archivo…, Valencia, 1761.

SEGURA GRAÍÑO, C. Diccionario de mujeres célebres, Madrid, Ed. Espasa Calpe, 1998, p. 710.

Doña Teresa Enríquez de Alvarado

1450-1529

La Loca del Sacramento

«Por su amor y rendimiento

que tuvieron su alma presa

se llamó a Doña Teresa

La Loca del Sacramento»

José María Pemán

Orígenes y parentescos

A 29 kilómetros de Toledo, por la carretera A-403, en dirección a Ávila, se encuentra el pueblo de Torrijos, donde se halla el cuerpo incorrupto de doña Teresa Enríquez, conocida como «La Loca del Sacramento».

Doña Teresa Enríquez nació en Valladolid, Medina de Rioseco, hacia 1450. Era, por lo tanto, de la misma edad que la reina Isabel la Católica, y prima hermana del rey Fernando por parte de padre, lo que la convertía en tía segunda de la reina doña Isabel.