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Leamos constantemente la Pasión del Señor. ¡Qué rica ganancia! ¡Cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esa farsa abofeteado y sometido a los últimos tormentos, aun cuando fueres más duro que una piedra, te volverías blando como la cera y arrojarías toda soberbia de tu alma.

(S. Juan Crisóstomo. Homilías

sobre San Mateo, 87, 1)

PRESENTACIÓN

 

Pongo en tus manos, amigo lector, este pequeño libro que he titulado Con Jesús en el Calvario porque en él se trata de las últimas horas, seis aproximadamente, que pasó Jesús en la tierra antes de su gloriosa Resurrección. Desde que salió del Pretorio con la cruz a cuestas hasta que depositaron su cuerpo, con inmenso cariño, en el sepulcro las manos amigas de José de Arimatea, Nicodemo y Juan, el evangelista, ayudados por las santas mujeres que acompañaban a la Virgen en aquel día tan triste, a la vez que tan grandioso, del primer Viernes Santo de la historia.

Acostumbrados a contemplar las bellas imágenes en que nuestros imagineros han plasmado algunos de los pasos de esta historia, podemos convertirnos en meros espectadores de una obra de arte o quedarnos en frívolos participantes de la parafernalia de una procesión o admiradores de la riqueza de una cofradía. Todo muy bello pero ajeno a nuestra propia vida. Como el espectador de una película dramática que se conmueve, pero sigue comiéndose la bolsa de palomitas.

Estas breves consideraciones se han escrito para que al leerse o, mejor, al meditarse te hagan sentir protagonista de la historia, inmerso en los acontecimientos que tan bella y tan dramáticamente nos contaron los evangelistas.

En el sufrimiento de Cristo nos corresponde una parte nada desdeñable, porque Cristo sufrió por la humanidad entera, para liberarla de las consecuencias del pecado, y nosotros, cada uno de nosotros, formamos parte de esa humanidad redimida, a la vez que pecadora. Nadie puede sentirse ajeno al pecado; todos, en una u otra porción, hemos ofendido al Señor y, por ello, participado en su tormento. No podemos, no debemos, considerarnos ajenos a aquellas multitudes que insultaban y se mofaban de Cristo.

Por otra parte, todo el drama del Calvario es fruto del amor infinito de Dios hacia el hombre, que, para liberarlo de las consecuencias del pecado, primero se hace hombre y después sufre el tormento de su pasión y muerte.

Dice el evangelista que Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo[1]. Es que el amor de Cristo hacia el hombre no tiene límites, por eso el límite de su amor lo puso en el límite de su vida terrena.

S. Pablo escribió a los cristianos de Corinto[2] un bello himno señalando las cualidades que debe adornar el amor entre los hombres.

Aunque el apóstol se refiere al amor entre los cristianos, bien se puede aplicar al amor de Cristo hacia los hombres, hacia la humanidad entera. Dice en él que el amor es paciente, y ¡bien demostrado quedó ello en la pasión!, como queda con cada uno de nosotros a los que perdona, una y otra vez, siempre que acudimos a Él, arrepentidos, a pedirle perdón de nuestras faltas y pecados. Añade que no es envidioso, ni actúa con soberbia, ni es ambicioso, ni se engríe, ni lleva cuenta del mal, ni busca su propio interés. Que excusa todo, que lo cree todo, que lo espera todo, que lo soporta todo, que no se acaba nunca.

Así es el amor de Cristo hacia cada uno de nosotros. Con cada uno de nosotros es paciente, servicial, generoso, no busca su interés, no se irrita nunca, siempre está dispuesto a recibirnos y a perdonarnos.

Es lo que hemos pretendido mostrar en estas breves consideraciones.

Dice Santo Tomás que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo para toda nuestra vida[3].

Este ha sido mi único deseo al escribir este comentario. Pido a la Virgen, que aceptó ser nuestra Madre al pie de la cruz de su Hijo, que en ti y en mí se hagan realidad las enseñanzas del Señor.

 

El Autor

 

[1]Jn 113,1.

[2]1 C 13, 4-8.

[3] Santo Tomás de Aquino. Sobre el Credo. 6, 1c.