Autora

Elodie López

Título

Hope. No todos los bebés los trae la cigüeña.

© 2018 Elodie López 

© 2018 Ediciones Especializadas Europeas SL. CIF: B-61.731.360 

EEEliteraria (www.eeeliteraria.com/)

info@eeeliteraria.com

Foto portada: Elodie López

ISBN:  978-84-948349-6-7

Reservados todos los derechos. Este libro está protegido por copyright. Ninguna parte puede ser reproducida, traducida, contenida en algún medio de recuperación, o trasmitida de cualquier modo o forma electrónica, mecánica, fotocopias, incisiones u otros, sin permiso escrito del editor. 


 Hope. No todos los bebés los trae la cigüeña

Elodie López






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Dedicatoria 

A ti, Egar, porque también eres indomable

Te debo unos ojos porque gastaste los tuyos observando mi mundo. Te debo una mano porque aunque yo tenía dos, utilizaste las tuyas para sostener las mías. Te debo lágrimas porque gastastes las tuyas para que yo no derramara las mías. Te debo palabras porque me las prestastes para entender el mundo. Te debo una espalda cargada de mochilas que llevaste para que yo caminara sin ellas. Te debo un corazón que arrancaste de tu pecho y me lo entregaste para que yo aprendiera a amar de nuevo. Te debo una vida porque me entregaste la tuya cuando la mía estaba consumida por el dolor.

Le debo unos ojos, porque gastó los suyos observando mi mundo. Le debo una mano porque aunque tenía dos, las usó para sostener las mías. Le debo lágrimas porque gastó las suyas para que yo no las derramara .Le debo palabras porque me las prestó para aprender a entender el mundo. Le debo una espalda cargada de mochilas que me llevó para que yo pudiera seguir caminando sin ellas. Le debo un corazón que arrancó de su pecho y me lo entregó para que yo aprendiera a amar de nuevo. Le debo una vida por entregarme la suya, cuando había vendido ya la mía al dolor.

 Agradecimientos

Cuando me ofrecieron la oportunidad de poder plasmar nuestra historia en este libro, la primera sensación que experimenté fue de VÉRTIGO. El mismo día que recibimos el resultado negativo de nuestra última beta espera, yo estaba destruida.  

Abrí los correos a la una de la madrugada y había un mensaje de Lorena que me proponía empezar un largo y precioso camino contando nuestra historia al mundo. Fue como un cambio de dirección, como si todo aquello que tenía en mente en ese mismo instante no formará parte de mi vida. Como un aire que necesitaba, como un pequeño ápice de felicidad. No era fácil tomar la decisión de revivir cada uno de nuestros recuerdos y escribirlo para compartirlo contigo, tú, la persona que tienes este libro en tus manos. Conforme iba componiendo capítulos, me fui dando cuenta de que nada de lo que hemos tenido planeado en nuestras vidas ha salido como esperábamos. Yo no escogí ser infértil, no escogí ninguna de las situaciones que forman parte de mi día. Entonces fue cuando me di cuenta de la fortaleza que hemos mantenido durante años y, después de acabar la última frase del libro, me sentí tremendamente orgullosa de la mujer en que me he convertido. Todo pasa por algo… Supe que mi experiencia podía llegar a muchos corazones y llenarlos de mucha “HOPE”.  

Así que sí, este libro es para ti. Para la persona que me está leyendo, para todos los que estáis día a día desde hace más de cinco años regalándonos abrazos detrás de una pantalla en nuestra cuenta de instagram @indomablejulieta, para todos los que formamos una gran comunidad llena de AMOR del bueno, porque yo jamás podría llamaros seguidores. A mis padres, por regalarme esta maravillosa vida y enseñarme que peleando duro a veces y sólo a veces las cosas se consiguen, y cuando no, hay que cambiar de camino. A mi hermana, por demostrarme que dos corazones pueden latir al mismo tiempo estando separados. A mi abuela, porque nunca he sentido un amor como el que nos tenemos la una a la otra. A mi tía, “ mi ángel“, por ayudarnos tanto en este duro camino. A mi familia,  por el gran apoyo incondicional. A mis amigas, que aunque no hablen lo dicen todo con una mirada. A Lorena porque apareció en mi vida y desde entonces no puedo vivir sin ella. A Joan, mi editor, por su profesionalidad y paciencia, ha sido mi mano derecha y la izquierda. No soy escritora y ha conseguido sacar con amor lo mejor de mi. A todas las personas que están detrás trabajando duro para que esto se hiciera realidad. 

PD: A mis perros, oye, ¡que yo quiero dedicárselo a quien me dé la gana! Pues a ellos también porque hemos formado una familia preciosa junto a Egar. 

Recordad: la vida es demasiado corta, demasiado bonita y demasiado jodida como para no vivirla con intensidad. ¡Vive! 


Nunca debí decir esas palabras

Siempre he creído que todo en mi vida tiene que ver con las opciones que van apareciendo en mi camino, con todas las puertas que he ido abriendo y las que me quedan por cerrar. En el momento más decisivo de mi vida elegí una opción que me hacía sentir bien; quizá no era la más fácil, pero sí la más realista.

Ahora me llamo Julieta y muchas personas me conocen por este nombre, pero la verdad es que yo, antes de todo lo que os voy a contar, me llamaba de otra manera.

Un día, mientras desayunaba, leí un relato anónimo que aparecía publicado al final de una revista del corazón. En él se decía que existe un hilo rojo, imaginario, que es capaz de unir dos almas, estén donde estén, y ambas permanecerán unidas invisiblemente hasta llegar a encontrarse. Esta idea me pareció una estupidez y me explicaré. Se dice que todos tenemos una alma gemela, una media naranja o medio limón, eso va a gustos, y si una de ellas vive en Los Ángeles y la otra en Chipiona, ¿cómo se supone que se van a encontrar? Pero, ¿sabéis una cosa? Me equivocaba. A veces las cosas son más fáciles de lo que pensamos y las casualidades existen.

Pero, bueno, a lo que iba. Ciertamente, siempre he pensado que los que escriben esas historias para que sean leídas por miles de personas no son más que unos cobardes, porque publican anónimamente toda esa mierda para sentirse mejor.

En aquella época yo era de las que pensaba que el amor no es otra cosa que dejarse llevar; que estar muchos años durmiendo con la misma persona es lo más parecido a vivir y que no tenía que ser tan difícil sobrellevarlo, pues, a fin de cuentas, mis padres ya lo hicieron. Si ellos fueron capaces de eso, viendo hoy como mi padre sigue tocándole el culo a mi madre cada cinco minutos, con la misma intensidad tantos años seguidos ... Si ellos pudieron, ¿por qué no el resto? En fin, mi respuesta al amor se basaba en dejarme llevar por mis impulsos y desmontar sábanas cada noche, esa era la salida.

Cada vez que pienso en aquella niña de veintidós años, con pensamientos de niña y con cuerpo de niña... Apenas medía 1, 57 cm, pesaba 40 kg y mis pechos eran minúsculos, unos pezones y poco más. A veces me pasaba por la cabeza eso de operarme el pecho y tal, pero cuando me metía en Youtube y veía con mis propios ojos en qué consistía la operación, la tontería me duraba cinco minutos, los cinco primeros minutos del vídeo, porque cuando llegaba la parte del bisturí lo paraba. Pero, esa es otra historia que no vengo a contaros precisamente. Nos habíamos quedado en la descripción de aquella niña. Digo yo que si vais a leer sobre mí, lo justo es que os cuente cómo era, ¿no?

Peinaba una larga melena con mechas rojas. No es que yo fuera de esas chicas atrevidas que experimentan con su pelo, no, pero estaba atravesando una época en la que me sentía frustrada y, como suele pasarnos a las chicas cuando estamos en días de crisis, me fui a la peluquería para hacerme eso que no te atreves a hacer cuando estás bien; y esas mechas arruinaron mi preciosa melena morena. 

Siempre había tenido la sensación de que mi cara pequeña, de ojos marrones, con largas pestañas y cejas pobladas, muy pobladas, y una melena suelta morena, me hacía parecer más delgada de lo que ya estaba, aunque mi chico siempre se encargaba de hacerme saber que me hiciera lo que me hiciera, para él siempre estaría preciosa. Es verdad, tengo que contaros algunas cosas sobre él, pero eso será más adelante. 

Hablemos de mí. Trabajaba en una zapatería de mi pueblo, Blanes, en la costa de Girona. Era un trabajo que me gustaba mucho porque hacía lo que me daba la real gana, así de claro. Entré a trabajar allí cuando tenía diecisiete años. Os podréis imaginar quién prácticamente me había criado: mis jefes. Bueno, vale, no es cierto, los que me criaron fueron mis padres, pero a mis jefes también les quería mucho: me pasaba allí más horas que en mi propia casa. Ah, por cierto: tenía una casa; bueno, más bien un piso, pero no vivía sola, no, vivía con él, "mi chico", esa persona misteriosa, aunque muy misteriosa no es, pero a mí me gusta dejar lo bueno para más adelante, no seáis impacientes.

Mi vida era muy normal, como la de todo el mundo. Trabajaba de lunes a sábado a jornada completa y el fin de semana salía a disfrutar de unos bailes con el grupo de amigos. A pesar de llevar una vida un tanto adelantada para mi edad, en comparación con mis amigas, yo disfrutaba de la vida y lo compaginaba con una responsabilidad más o menos de adulta: pagar facturas, pagar hipoteca, aprender a cocinar, llegar a final de mes, y que me sobrara un pico para poder comprarme otro modelito. ¡Menuda fenómeno estaba yo hecha! Yo creía que después de aprender a gestionar una casa, convivir con un hombre, realizar un trabajo, todo al mismo tiempo, y encontrar tiempo para mis aficiones, con eso ya era suficiente para saber de qué iba la historia. 

Mi carácter me ayudaba mucho en eso. Siempre había sido una niña soñadora y pensaba que podía encontrar el camino que me llevaría directa a mis sueños. Vivía en una realidad distorsionada y a menudo me veía sentada frente a mi padre, aguantando uno de sus largos discursos sobre cómo hay que sobrevivir en esta vida, y me hacía bajar de la nube en la que andaba subida un día sí y otro también, porque no todo eran confetis y purpurina. 

-En esta vida, Elodie, vas a tener que luchar y mucho, créeme. -Decía. 

Ahora ya sabéis mi verdadero nombre y también que mi padre me ponía recta cada vez que yo me pasaba de la raya. Si tengo que ser sincera, hay días en los que añoro a esa niña alocada y rebelde, pero la añoro porque pensar en ella me hace recordar lo enamorada que estaba de "Él”.

A Él lo conocí, cuando yo tenía quince años, de la manera más absurda que existe. Si las almas se esperaban la una a la otra, hasta encontrarse por un hilo rojo, nosotros fuimos aún más chapuceros y en vez de un hilo revoloteando por el mundo, yo llevaba una brida atada en mi muñeca derecha, estrangulando tanto mi mano que la sangre ya no me llegaba a los dedos. No es que os esté contando un trozo de la película de Saw: ésta es mi historia de amor. 

La cosa fue así: un amigo me llevó al garaje de su primo ... Espera, contándolo así, parece la escena de un crimen, pero fue el crimen más bonito del universo. Todo fue muy normal, mi amigo necesitaba una pieza para arreglar su moto y entre risas y tonterías acabé atada por una absurda broma. ¡Qué vergüenza! Aún me sudan las manos cada vez que lo recuerdo. No había manera de quitarme esa maldita brida. Probamos la solución lógica: romper la pieza pequeña que apretaba, pero no hubo forma; utilizar la fuerza, pero tampoco funcionó, me hizo más daño que otra cosa y eso cada vez apretaba más mi muñeca . Entonces apareció el héroe de esta historia, moreno de ojos verdes y una sonrisa que era capaz de cortar la respiración. La respiración se me paró a mí cuando lo vi sudando con aire de preocupación, intentando resolver el problema sin que nadie saliera mal parado. Él actuaba como un jodido adulto intentando no regañar a dos niños traviesos que se habían metido en un buen lío. Le costó dios y ayuda, pero al final consiguió quitarme la brida sin hacerme apenas daño y cuando me miró, sus ojos parecían gritar: “¡Te daría una somanta de ostias, no vuelvas a asustarme así !” En ese mismo instante supe que yo había encontrado a mi alma gemela. Preocupado y responsable como si tuviera el derecho u obligación desde ese mismo minuto a cuidar de mí de por vida. Así conocí a Egar.

Nuestra relación siempre fue muy apasionada en todos los sentidos desde que nos hicimos novios, bueno, más bien desde que él me pidió salir en una Nochebuena, muy borrachos los dos, tengo que decirlo. Para mí era como estar dentro de una novela de esas que siempre acaban con un final feliz y lo cierto es que feliz sí que lo éramos. A media noche, con largas conversaciones, con risas de cansancio -"la risa del sueño" solía llamarla yo-, con esa tontería que te entra cuando ya no puedes con tu cuerpo y necesitas dormir, pero no puedes porque no quieres que ese momento acabe nunca, en medio de una autopista recorriendo cien kilómetros para comer un helado en un pueblo perdido de la montaña, descubriendo rincones que para la gente pasan desapercibidos...

Él era ese  tipo de personas que te absorben el aire para devolvértelo en forma de besos, porque cuando fundía mis labios con los suyos me dejaba sin nada, desaparecida en un mundo irracional donde amar con locura hacía desaparecer toda mi sensatez. 

A menudo hablábamos de la cantidad de veces que el amor no sería suficiente y ambos sabíamos que nuestra historia no era de esas que solo se desarrollan en una cama. Nosotros hacíamos el amor cada día, dentro de una sonrisa, en cada palabra envuelta de caricias; y en desayunos en cualquier barucho sabíamos hacer el amor y alimentarlo con confianza de la forma más bonita. Él era ese tipo de personas que no te bajaría la luna, sino que te acompañaría a que la cogieras tu misma, a susurros, para que nunca tuvieras miedo a dar nuevos pasos, a abrir nuevos caminos. Capaz de abrir puertas por ti y aún sabiendo que posiblemente él iba a tener que quedarse en el felpudo, esperando a ver si alcanzas la meta. Ese tipo de personas que sería capaz de regalarte hasta su propia vida, porque tenía claro que sin mí ya no la necesitaría.

Muchas veces acabamos bailando las canciones de Extremoduro y cantando en el sofá a pleno pulmón. "Golfa " era mi canción preferida.

"Si hace sol se tira de la cama y por el ascensor las nubes se levantan, y ahí voy a romper las telarañas de tu corazón, verás como se espantan."

Joder, ojalá pudierais vernos, era verdaderamente impactante: era capaz de dejar a la niña soñadora a un lado y convertirme en la mayor zumbada del planeta. Lo teníamos todo: trabajos estables, dos coches, una furgoneta, un piso más o menos apañado y mucho, pero que mucho, amor. Así era Egar. Recuerdo que cuando él apenas tenía veinticuatro años y yo veinte, una tarde cualquiera hablamos sobre cómo sería tener hijos, a quién se parecerían, cómo sería nuestra vida. Y en un momento de euforia absoluta, Egar me planteó ser padres, pero esta vez de verdad, sin fantasías, y aunque parecía una locura inviable, le dije que sí. Sus padres habían sido papás jóvenes y los míos también. Los dos nos amábamos con locura y teníamos una economía sostenible, pero en medio de ese pequeño ápice de madurez yo le solté unas palabras que me voy a arrepentir de ellas toda mi vida y pronto sabréis por qué. 

-Yo nunca tendría hijos con alguien como tú, eres muy feo. 

Evidentemente, solo quería picarle un poco, pero lo que yo no sabía es que aquellas palabras iban a retumbar en mi memoria el resto de mis días.









 


 ¿Qué está pasando?

Los primeros meses de búsqueda del embarazo transcurrieron de una manera muy relajada. No teníamos la mirada puesta a corto plazo, simplemente dejamos de tomar precauciones en nuestras relaciones y nos dejamos llevar. Pero, sin darnos cuenta, el tiempo fue pasando y la cosa se complicaba cada vez más sin que realmente fuéramos conscientes. 

Un tarde, tomando café con uno de nuestros grupos de amigos, tuve como una revelación. Por suerte, teníamos muchos grupos de amistades. A veces, nos reuníamos con los amigos de Egar, otras con los amigos de la infancia, entre los que se encontraban mis primas, y también con las amigas del centro de la ciudad, de todas las chicas que teníamos el trabajo cerca. Como hacíamos un horario laboral partido, nos encontrábamos casi todos los mediodías antes de entrar al trabajo en una cafetería del centro que parecía ya nuestra casa. Ni siquiera quedábamos para vernos, pues sabíamos que siempre encontraríamos a alguien allí para confiarle nuestras frustraciones o problemas del corazón y algún que otro cotilleo, no os voy a mentir. Pues bien, aquella tarde estábamos todas reunidas y una de ellas se encontraba muy angustiada porque el fin de semana anterior había conocido a un chico, llevaba toda la semana saliendo con él y pensaba que el asunto estaba durando demasiado. Todas nos reímos de la situación e intentamos hacerle ver que los príncipes azules no existen, pero si ella ponía algo de su parte y se dejaba llevar, al final daría con la persona imperfecta perfecta para ella. 

Mientras escuchaba sus batallitas, me di cuenta de que algo no encajaba en aquella mesa, y ese algo era yo. Mis preocupaciones no tenían nada que ver con las suyas. Cuando me contaban sus “grandes” problemas tales como “mi jefe no me da fiesta este sábado”, “mi madre me da la chapa con los estudios”, “mi novio no me llama desde hace tres días”, etcétera, pasaba un rato muy entretenida, pero me sentía muy alejada de todas aquellas historias. 

Yo estaba madurando muy rápido. Los cuatro años de diferencia de edad con Egar habían hecho que yo avanzara a pasos agigantados: vivía con mi chico, tenía un hogar y problemillas de adultos: “Me faltan horas al día con el trabajo y la casa”. "No puedo irme de vacaciones con vosotras porque no me alcanza el dinero para pagar las facturas”. "No puedo quedarme embarazada". En serio ¿tenía que mantener esa conversación con aquellas inmaduras? Nunca me sentí mal por haber escogido el estilo de vida que llevaba, aunque no viviera lo suficiente o, mejor dicho, no viajara tanto como ellas, porque escogí con el corazón y aposté por Egar desde el primer minuto.

En un momento puntual de la conversación les confesé que llevaba un tiempo preocupada porque no quedaba embarazada y las caras de ellas fueron dignas de un casting de interpretación. Una vez ya con las caretas quitadas y las cartas sobre la mesa, me di cuenta de que definitivamente ellas no iban a poder ayudarme con mi problema. No las juzgo, es más, nunca lo hice. Todavía necesitaban unos años por vivir nuevas experiencias. Hay que entenderlo, tenían sólo dieciocho años y yo un secreto que guardar, porque todavía no era capaz de comprender lo que me pasaba. Realmente, yo también era muy joven.

A lo que íbamos, que me lío yo sola con los recuerdos. Ahora ya sabéis que en realidad me llamo Elodie, pero, ¿por qué acabé llamándome Julieta? Una de esas noches, cuando salía de la zapatería de camino a casa, hice una especie de plan en mi cabeza y me planteé hacer un cambio radical en mi vida. Empezaba a estar cansada de la misma rutina, trabajar para tener un sueldo, llegar a casa reventada y no tener apenas tiempo de ver a Egar. Él trabajaba en el turno de mañana en una fábrica textil y esto le permitía pasar bastante tiempo en casa. Tengo que confesar que eso me tranquilizaba porque cuando llegaba al mediodía Egar ya tenía la comida preparada. Así era mi chico. 

Siempre encontrábamos algún momento en la noche para fabricar una especie de burbuja en el tiempo, un lugar donde refugiarnos y tal vez también encontrarnos. Yo no sabía muy bien cómo empezar eso que llevaba tiempo nublando mi cabeza, pero como siempre he sido de soltar toda la mierda de golpe, así lo hice. Le confesé no estar a gusto con mi vida, había algo en mi interior que no me dejaba ser feliz del todo y antes de estallar quería buscar una solución. 

Él supo desde el primer minuto de qué estaba hablando. Llevábamos más de dos años intentando ser papás y vosotros os preguntaréis: ¿Y no hicisteis nada en esos dos años? La respuesta es sí. En una de las visitas al ginecólogo, después de tomar varias medicaciones para conseguir un embarazo natural y al ver que pasaba el tiempo y no lo conseguíamos, le pedí que nos pusiera en la lista de espera de la Seguridad Social para una fecundación in vitro. El doctor nos explicó que éramos demasiado jóvenes y que estaba seguro que no necesitaríamos ninguna ayuda, solo superar nuestro estrés y cambiar el estilo de vida y ya estaría solucionado. Dentro de mí sabía que aunque no lo habíamos hablado mucho, eso era lo que me pasaba.

Habíamos estado dejando pasar el tiempo de la mejor forma posible, disfrutando de las pequeñas cosas y no pensar en nuestro problema para que no se convirtiera en una obsesión. Pero, llegó el momento de soltar las verdades y ahí estuve yo vomitando todo lo que llevaba arrastrando en mi interior.

Necesitaba cambiar de hábitos, necesitaba dejar mi trabajo (quizás el estrés que me producía el ser la encargada de una tienda no era bueno para mi salud), debía relajarme y empezar de cero. Estuve más de cuatro meses intentando entrar en la fábrica de Egar. En ella no estaba bien visto contratar a parejas por posibles problemas que pudieran ocasionar, pero, aun así, yo lo intentaba cada quince días y al final me admitieron. Me contrataron con una condición: como Elodie, como una mujer casada de la que no conocían al marido. Y, naturalmente, no lo conocían.

Os tengo que confesar que era un tanto incómodo cruzarse por los pasillos y no poder decirnos nada, pero con la mirada nos los decíamos todo. Esta era la oportunidad perfecta de empezar desde cero porque los dos teníamos el mismo horario y el resto del día para disfrutar el uno del otro. Nadie, absolutamente nadie, podía imaginar que aquel chico callado, ausente, excesivamente trabajador y sin ningún tipo de comunicación con sus compañeros, podía haber perdido el corazón por la chica arrolladora, zumbada y risueña que acaba de entrar. Nadie. 

Nos escondíamos entre pasillos para poder darnos los buenos días y Egar estuvo los primeros dos meses preocupado por mi estado de ánimo, por mi adaptación al nuevo trabajo. Era como mi pequeño subidón de adrenalina, porque cuando acababa la jornada laboral yo estaba hecha una piltrafa de cansada y él venía para ayudarme a cargar cajas, para que no me jodiera tanto la espalda. ¡Un chico trabajador y encima un buen compañero que ayuda a la chica! 

Nos encantaba salir separados por la puerta de aquel almacén y al cruzar la esquina fundirnos en un beso apasionado, lleno de deseo y precaución.  Era verdaderamente divertido, aunque no nos duró mucho el misterio. Al cabo de un año de contrato toda la fábrica sabía que Egar era mi marido, pero como habíamos demostrado durante muchos meses que éramos responsables y podíamos trabajar juntos, nos aceptaron. Él seguía siendo el chico callado y yo me había ganado a todo el almacén, y lo tenía en el bolsillo. En ello podéis ver el carácter de los dos:  Egar, el chico reservado, Elodie, la chica arrasadora.

Con dos trabajos estables y mucho tiempo libre para disfrutar el uno del otro, yo seguía necesitando sentirme realizada. La fotografía era algo que siempre me había picado la curiosidad y sin pensarlo dos veces abrí una página de Facebook anónima donde yo podía ir subiendo mis reportajes sin que nadie supiera quién era, y evitar así las críticas a mi trabajo. Me daba mucho miedo empezar en ese mundo y digamos que aún no me sentía preparada, aún estaba aprendiendo, y no era la reina de la fotografía. Tenía que buscar un nombre que me identificara, un nombre fácil de recordar y un nombre con historia. 

Estaba totalmente segura de que esto lo quería hacer para ocupar mi mente y no pensar tanto en que no podía ser mamá. Mi psicóloga, sí, iba al psicólogo, me insistía en hacer cosas relacionada con los niños y las familias para sentirme mejor y así luchar contra el rechazo que sin querer había crecido en mi interior. 

Ver a una embarazada por la calle me dolía. A veces me pasaba las tardes en los parques infantiles, sentada en un banco, observando a las madres con sus hijos. Me dolía, me dolía tanto que yo no lograba entender por qué todas ellas podían formar una familia y yo no. Ahora ya sé que Egar y yo formamos una familia de dos, pero entonces yo no lo sabía. 

En ocasiones, me sentía mal por pensar que si me descubrían aquellas mamás, pensarían que yo era una especie de perturbada que observaba a a su hijo a cierta distancia. Tal y como lo veo hoy, podía parecerlo un poco, pero yo me sentía viva cada vez que las miraba. Era como una especie de chute de esperanza para algún día sentirme como ellas. Entonces, decidí hacerme fotógrafa de familias en mis horas libres. Si yo estaba esperando un milagro y el nombre de mi página tenía que ser algo mío, pensé en llamarla "La sonrisa de Julieta”. No tenía muy claro cómo enfocarlo, pero ese blog o sitio web iba a ser mi salvación, y mi trabajo seria mi felicidad, y por eso ahora yo soy Julieta.

Practicaba la fotografía pidiendo a familias que me dejaran retratarlas a cambio de que no le dijeran a nadie quién era yo y aprovechaba los fines de semana que tenía libres para disfrutar de algo que me apasionaba un montón. Egar era mi apoyo dentro de la fábrica, mi inspiración en la fotografía y mi tesoro en casa. Èl era consciente de que poco a poco yo empezaba a ser otra persona, mucho más segura de mi misma y volvía a sonreír. 

Tuvimos que informar a la empresa de que buscábamos un embarazo y faltaría muchos días al trabajo porque tenía citas médicas. Nuestro ginecólogo de la Seguridad Social quiso volver a repetir pruebas y esta vez asegurarse de que no había ningún hilo que se le escapara. Empezamos con los análisis hormonales de sangre, un seminograma entre otras pruebas. En una de esas consultas Egar no pudo asistir porque entendíamos que era mejor que faltara uno al trabajo y no los dos. Me senté en aquella sala fría y cuando el doctor sacó los resultados de mi analítica me dijo que ya sabía cuál era nuestro problema: "prolactina alta”. 

Os podéis imaginar que yo no tenía ni idea de lo que era eso y el ginecólogo no tuvo mucho tacto al explicarlo. Básicamente me dijo que el nivel de prolactina se debía a una especie de tumor entre los ojos y el principio de la nariz; la prolactina es una hormona que estimula la secreción de leche después de dar a luz. En ocasiones, el tumor se puede controlar con medicación y si es excesivo hay que operar. Se trata de una operación muy sencilla que se hace por la nariz.  

¿Os podéis hacer una idea de como salí yo de aquella consulta? ¿Un tumor? ¿Una hormona? ¿Operación? Cuando llegué a casa para contárselo todo a Egar me derrumbé. Pensé que todo lo malo me pasaba a mí y no entendía por qué nosotros teníamos que luchar contra algo como esto. Apenas éramos unos críos. A él todo esto le sobrepasaba un poco, no era de los chicos que exterioriza sus sentimientos, más bien se los tengo que sacar yo con cuchara. Egar no hablaba con nadie sobre esto porque pensaba que era un problema personal y sentía un poco de vergüenza. ¡No puedo ser padre! ¿Seré yo la causa? Esto lo abrumaba y solo lo hablaba conmigo, en todas y cada unas de nuestras conversaciones él era el pilar, el fuerte, el salvador, y verme ahí destrozada y hundida lo hundió y rompió a llorar de una manera que yo jamás había visto. Se hizo pequeñito en segundos, era como abrazar a un niño que había estado estudiando duro para un examen y aún así lo suspendía. Le aseguré que tomaría la medicación que me habían mandado y que lo conseguiríamos: si estamos unidos nada ni nadie podrá con nosotros.

Un día, al salir del trabajo, vi que tenía varias llamadas perdidas de una de mis mejores amigas del colegio. Vamos hacer una cosa: para mantener la privacidad de todos los que forman parte de mi vida vamos a llamar a cada persona según su carácter con el nombre de un país o ciudad. En este caso, ella es Sevilla, siempre alegre y llena de vida, con un color especial. Había estado toda la mañana llamándome y yo no lo entendía, porque ella conocía perfectamente mi horario y algo gordo debía de estar pasando.