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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 380 - diciembre 2018

© 2007 India Grey

Inocencia oculta

Título original: The Italian’s Defiant Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

© 2007 Julia James

Comprada por un griego

Título original: Bought for the Greek’s Bed

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

© 2007 Melanie Milburne

Matrimonio forzado

Título original: Willingly Bedded, Forcibly Wedded

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-746-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Inocencia oculta

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Comprada por un griego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Matrimonio forzado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO PUEDO hacerlo –dijo Eve con apenas un hilo de voz.

Estaba aterrorizada. Quería echarse a correr, tenía demasiado miedo. Pero, con esas botas de tacón de aguja, no podía ni moverse.

Al otro lado de las cortinas, quinientas personas llenaban el salón de baile del palacio florentino. Estaban allí para rendir homenaje al hombre que los había estado vistiendo durante medio siglo. Eran algunas de las personas más ricas, bellas y famosas del mundo. Sólo habían sido invitados a esa exclusiva fiesta los clientes más distinguidos de Antonio di Lazaro.

Sienna Swift, una de las modelos más conocidas del momento, apartó la mirada un momento de la revista que estaba leyendo y le dedicó a Eve su famosa sonrisa.

–Claro que puedes hacerlo. Todo saldrá bien.

–Pero… Pero yo soy periodista –mintió ella–. Era mi amiga la que tenía que estar aquí. A ella se le habría dado fenomenal. ¡Yo no sé cómo hacer de modelo!

–Bueno, sea como sea, tienes piernas de modelo. Y mejor pecho que muchas de nosotras. Además, no hay que saber mucho para ser modelo. No se trata de una ingeniería ni nada parecido, ¿sabes? –la tranquilizó la joven–. Supongo que no se trata más que de sexo.

–¿Sexo? –repitió Eve, desconcertada–. ¿Qué dices? No sé qué entiendes tú por sexo. De donde yo vengo, el sexo no es algo que hagas delante de medio millar de invitados.

Al menos eso pensaba, pero el caso era que no sabía nada del sexo.

Sienna suspiró y dejó la revista que estaba ojeando.

–Muy bien, no tenemos demasiado tiempo, así que intentaré dejártelo claro con pocas palabras. Lo único que tienes que hacer es concentrarte en alguien del público. En cuanto subas a la pasarela, buscas algún hombre con la mirada y no apartas tu mirada de él mientras caminas. Olvídate del resto del público. Mira –le pidió.

La modelo dio un par de pasos atrás y empujó las caderas hacia fuera, como hacían todas las modelos de pasarela. Buscó un punto de referencia con la mirada y puso los brazos en jarras.

–Tienes que andar hacia él y no dejar nunca de mirarlo. Es… No sé cómo llamarlo… Sí, «deseo a primera vista». Lo miras como si fuera el hombre más sexy sobre la faz de la tierra y te estuvieras acercando a él para quitarle la ropa allí mismo y en ese instante –le dijo.

Eve estaba muy incómoda con su escueto vestido de plástico transparente. Le apretaba. Sabía que le sería mucho más fácil seguir los consejos de Sienna si la dejaran salir con sus gafas. Sin ellas, no iba a poder concentrarse en nada que estuviera a más de metro y medio de ella.

Por otro lado, había tenido mala suerte con la adjudicación de trajes. El desfile era una retrospectiva del trabajo de Lazaro durante cincuenta años y a ella le había tocado lucir una de las creaciones más extravagantes y vanguardistas de toda su carrera. Un modelo que había diseñado durante los años sesenta. Algunas flores de llamativos colores tapaban estratégicamente su desnudez, pero ella se sentía como si no llevara nada encima.

A su alrededor, algunas de las mujeres más bellas del planeta bebían de sus botellas de agua y charlaban animadamente sobre sus vidas privadas. Algo que cualquier periodista de verdad habría sabido aprovechar. Se sentía sola entre ellas. Sola y confusa. Y tan poco sofisticada como una bicicleta entre coches deportivos de lujo.

Ése no era su sitio.

Cerró los ojos. Se sintió de repente muy triste y melancólica. Echaba de menos su escritorio en el despacho del profesor Swanson. Ése era de verdad su mundo, y sentía que había sido una locura creer por un segundo que podría meterse en el mundo de Lou. Las periodistas especializadas en moda, sobre todo las que eran lo bastante famosas como para ser invitadas a participar de manera activa en ese tipo de eventos, no eran universitarias tímidas y miopes como ella. Sabía que no podría hacerse pasar por una de ellas.

–Será mejor que me cambie –murmuró mientras pasaba entre las modelos.

El plan había fracasado antes de empezar, y sabía que era mejor admitirlo cuanto antes. Lou se había arriesgado mucho al fingir estar enferma en el último momento y enviar a Eve para que hiciera el reportaje de la fiesta. Ninguna de las dos había caído en la cuenta de lo descabellado que era su plan. Iba a decepcionar a su amiga, pero eso no era lo peor.

Lo peor iba a ser decepcionar a Ellie, su hermana gemela. Además de dejar que Raphael di Lazaro se le escapara de nuevo.

–No hay tiempo para cambiarse –le dijo Sienna–. Salimos enseguida. Mira, dice aquí que los Escorpio deberíamos tener cuidado con los asuntos financieros. ¿Crees que eso quiere decir que no debería comprarme aún ese carísimo bolso de Prada que estaba mirando antes?

–No creo que se refiera a eso. Y, por casualidad, ¿no dice nada sobre los Acuario y cómo deberíamos evitar a toda costa salir medio desnudas en actos públicos el jueves?

–Déjame ver… Acuario. «Mercurio avanza en tu signo y hará que el jueves renazca tu vida sentimental de manera espectacular. Tu destino te espera en el lugar más imprevisto» –leyó la modelo en voz alta–. ¡Es genial! Creo que será mejor que te quedes por aquí, después de todo.

Eve no creía en la astrología ni en el destino y menos aún en la resurrección de las cosas. Su vida amorosa no estaba sólo dormida, sino muerta y enterrada.

Sabía que si decidía quedarse allí no era por lo que acababan de leerle, sino por venganza.

Miró a Sienna con una temblorosa sonrisa.

–¡Qué lástima que el hombre de mis sueños vaya a aparecer en mi vida cuando me visten como si fuera una versión pornográfica de la Barbie!

 

 

Eve salió a la pasarela con piernas temblorosas.

No pudo ver nada durante unos segundos, los flashes de las cámaras la cegaron. La pasarela se extendía frente a ella, le pareció larguísima.

Se acordó de lo que le había aconsejado Sienna y buscó una cara con la mirada.

Estaba desesperada. Casi se alegraba de ser algo miope, así no reconocía las caras famosas que llenaban la sala. Eso habría sido aún más abrumador para ella.

Comenzó a caminar muy despacio y la sonrisa se congeló en su boca. No recordaba si tenía que sonreír o no. Oía el murmullo incesante del público. Era imposible elegir a una sola persona para concentrarse en ella.

Vio a alguien de pie entre las sombras, apoyado en una de las columnas. Llevaba un traje oscuro que hacía que sus anchas espaldas resaltaran contra el pálido mármol. Había algo muy atractivo en su pose. El salón estaba en penumbra y su vista era deficiente, así que le era imposible verle la cara, pero sintió que la estaba mirando.

«Puedo hacerlo, puedo hacerlo», se repitió para darse ánimos.

Las exquisitas y hermosas notas musicales de Madame Butterfly flotaban en el ambiente. Era una de las obras favoritas de las hermanas. Recordó cómo ella y Ellie se asomaban a escondidas por la escalera cuando su madre la ponía en el tocadiscos alguna noche. Esa música le dio la fuerza que necesitaba en ese instante.

Todo desapareció a su alrededor. No había público ni cámaras. El mundo se desvaneció y estaban solos ella y los ojos de aquel extraño de la columna. No se movió, pero cuando ella empezó a ir hacia él, contoneando las caderas, sintió cómo sus ojos la atravesaban con la fuerza del láser, con el poder del deseo. Pudo percibirlo en la piel e hizo que se desvanecieran también sus inseguridades y su timidez.

Por primera vez durante los últimos dos años, se sintió viva de verdad.

Cuando llegó al final de la pasarela, se detuvo y levantó la cabeza. Se miraron fijamente a los ojos por encima de los cientos de personas que contemplaban el desfile, en una especie de reconocimiento sexual cargado de significado. Durante un segundo, Eve consideró la posibilidad de seguir hacia él.

Todo su cuerpo le pedía que lo hiciera. Con una urgencia que hizo que le costara respirar. Se moría de ganas de tocarlo, aspirar su aroma y saborear sus labios.

Los fotógrafos que tenía a sus pies comenzaron a acribillarla con las luces de los flashes, y ella apartó la mirada. La silueta oscura del extraño permanecía aún grabada en su mente.

Se giró y volvió hacia la entrada de la pasarela. Aún sentía la mirada de ese hombre quemándole la piel. No pudo evitar mover las caderas con sensualidad.

Habían cruzado sus miradas sólo durante unos segundos, pero había sido suficiente para que la hechizara. Se sentía poseída por algo más fuerte que su voluntad.

Se bajó de la pasarela aún temblando. Las otras chicas la felicitaron, pero ella no podía contestar. Fue directamente hasta el enorme vestuario común y se dejó caer en una silla.

Se miró en el espejo. Su expresión reflejaba confusión, pero también deseo. Había desaparecido la tímida joven que había salido a la pasarela cinco minutos antes. El reflejo que le devolvía el espejo era el de una mujer con los labios gruesos y sensuales y los ojos llenos de deseo.

Recordó el horóscopo que Sienna le había leído. Parecía ser más acertado de lo que quería admitir. Se sentía como si su deseo hubiera estado dormido hasta el momento en el que la presencia de un hombre desconocido lo había despertado.

Pero se consideraba una mujer inteligente y sensata. No creía en todas esas tonterías.

Ella había sido la gemela tímida e introvertida, siempre a la sombra de su extravagante y segura hermana Ellie. Ella era la que creía en el destino y los astros, la que iba siempre detrás de sus sueños. Mientras Eve estudiaba en Oxford y preparaba su tesis, su hermana había abandonado sus estudios de Historia del Arte para comprarse un billete a Florencia y poder así absorber todo el arte del Renacimiento en persona.

Pero después de estar unos dos meses en Florencia, decidió que la heroína era otra de las cosas con las que quería experimentar. Y la vida de su hermana había acabado poco después con una sórdida muerte que la policía ni siquiera se había molestado en investigar.

Pero Eve se había jurado que descubriría la verdad. Habían pasado ya dos años y, desde entonces, su vida se había reducido a su trabajo en el despacho del profesor Swanson y a la necesidad de dar por terminado ese doloroso capítulo de su vida con la verdad y con la justicia.

Su cara en el espejo estaba transformada por un deseo desconocido. Era el rostro de una joven que sabía lo que quería, y no tenía nada que ver con el deseo de venganza que la había llevado hasta allí, sino con otro tipo de deseo indiscutiblemente sexual.

–¡Has estado genial! –le dijo Sienna al llegar al vestuario–. Bueno, el trabajo ha terminado. ¡Ahora empieza la fiesta! ¿Has visto la cantidad de famosos que hay allí fuera? Estoy deseando conocerlos –le confesó Sienna–. Se murmura que incluso Raphael di Lazaro ha vuelto del extranjero y está aquí. Creo que es guapísimo. Tengo que saludarlo.

Ese nombre la trajo de vuelta a la realidad. Tenía que conseguir conocerlo y olvidarse del desconocido de la columna.

–Bueno, si lo encuentras haz el favor de presentármelo a mí también. Me encantaría conocer al misteriosos Raphael di Lazaro. Apenas he encontrado información sobre él. Sólo una foto de mala calidad. ¿Cómo es que es tan esquivo con la prensa?

Sienna se encogió de hombros. Se había puesto un sexy vestido fucsia con la espalda al aire.

–Se fue al extranjero antes de que empezara a trabajar para Lazaro, pero la gente aún habla de él por aquí. Dicen que su novia se fugó con su hermano Luca. Y Raphael no pudo soportarlo. Creo que se fue a vivir a algún sitio de Sudamérica. Eso dicen, pero no sé si es verdad.

«Sudamérica, todo un paraíso de drogas», reflexionó Eve.

–El caso es que por eso no ha estado en Italia durante los últimos dos años. Y antes de eso, los paparazzi solían respetarlo bastante –le contó Sienna–. Él los odia, pero parece que ellos lo admiran y no suelen molestarlo. Debe de ser un hombre impresionante. Eve… ¿Estás bien?

–¿Eh? Sí, sí, claro –repuso ella, recomponiéndose un poco.

–Vamos entonces. Estamos perdiéndonos la fiesta. ¿Qué te vas a poner?

–Bueno, nada especial –repuso ella mientras rebuscaba en su gran bolsa de tela.

Llevaba ese petate a todas partes. Su hermana solía decirle que parecía el bolso de Mary Poppins. Sacó un vestido de seda. Se lo tiró a Sienna y ésta lo sujeto con delicadeza.

–Es precioso. ¿Dónde lo has comprado?

Eve sonrió e hizo su mejor imitación de diseñadora de moda.

–Es de una exclusiva marca de ropa conocida como «tienda de segunda mano». Lo cierto, querida, es que no llevo nada que no sea de esa boutique.

 

 

Raphael di Lazaro salió a la gran terraza del palacio. El aire, aún cálido y lleno de la fragancia de la lavanda, lo calmó al instante. El lujo y grandeza del salón de baile, lleno de pomposos personajes de la alta sociedad y de famosos, habían conseguido ahogarlo. Todo era brillante, ostentoso y perfecto. Igual que los rostros perfectos de las modelos. Todas le parecían iguales. Colombia había estado llena de caos y suciedad. Pero ahora ese mundo le parecía refrescante comparado con la riqueza que le rodeaba en Florencia.

Aceptó la copa de champán que le ofreció un camarero y miró el reloj con discreción. Siempre evitaba ese tipo de fiestas, pero si estaba allí esa noche era por negocios, no por placer. Al que se le daban bien esos eventos era a la sabandija que tenía por hermano.

En realidad sólo era hermanastro. Desde que descubriera hasta qué punto era un personaje maquiavélico y rastrero, no hacía sino recordar que sólo compartía un progenitor con Luca, no quería que lo relacionasen demasiado con él. Y Antonio di Lazaro había dedicado tan poco tiempo a sus labores paternas, que casi no podía considerarlo un padre.

Luca era el preferido de su padre. En realidad, era el preferido de todo el mundo.

Tomó un sorbo de su copa, esperaba que el champán ayudara a desvanecer el sabor amargo que siempre le quedaba cuando pensaba en esas cosas. Pensó que no iba a ser nada fácil que Antonio di Lazaro asimilara que su hijo favorito fuera acusado de tráfico internacional de drogas y lavado de dinero negro.

Pero no quería dejarse llevar por ese tema, Luca no había sido detenido aún, y Raphael estaba allí para asegurarse de que no ocurriera nada que estropeara el delicado curso de la operación.

Buscó a su padre con la mirada mientras trataba de esconder un bostezo. Siempre había odiado ese ambiente exclusivo. Después de vivir en Colombia, le repelía aún más. Ese día estaba tan cansado y aburrido, que casi se durmió durante el interminable desfile de diseños de su padre.

«A lo mejor me dormí de verdad, aunque sólo fuera un segundo. A lo mejor ese erótico momento ha sido sólo un sueño…», pensó.

Sintió cómo su cuerpo, aunque cansado, se tensaba al recordar a la chica del vestido transparente. Le parecía una imagen demasiado nítida y real como para que se hubiera tratado de un sueño. Aún recordaba el terror en los ojos de la joven al salir a la pasarela, el sentimiento de protección que le había provocado verla vacilar un instante y la explosión de adrenalina que había sentido cuando ella lo miró directamente a los ojos.

«¿Adrenalina? ¿A quién pretendo engañar? Fue pura testosterona», se dijo.

Se imaginó que no sólo estaba sufriendo por falta de sueño, sino por falta de otras cosas.

No había encontrado muchas mujeres atractivas e inteligentes en los suburbios de Colombia y dos años era mucho tiempo de abstinencia para cualquier hombre que no fuera un monje. Pero no estaba tan desesperado como para ligar con la primera modelo sin cerebro que se encontrara. La amarga experiencia le había demostrado que las modelos requerían la misma atención constante que un bebé y que, si se las dejaba desatendidas un tiempo, tenían la misma facilidad que tienen los niños pequeños para meterse en líos. No iba a ser tan tonto como para asumir ese tipo de responsabilidad de nuevo.

Se volvió y vio a Antonio. Iba tan impecable como siempre, pero le sorprendió ver cuánto había envejecido durante el tiempo que había estado fuera.

–Raphael. ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces aquí?

–He tenido que volver para acudir a los Premios de Prensa Fotográfica en Venecia, pero también tenía algunos asuntos pendientes aquí en Florencia. Relacionados con Lazaro, por cierto.

–¿En serio? ¿Después de todo este tiempo? Hace dos años que dejaste Lazaro.

–Tengo que estudiar los libros de contabilidad.

–¿Te hace falta dinero? ¿Se trata de eso? A lo mejor deberías habértelo pensado mejor antes de irte a hacer fotos de campesinos en el tercer mundo. Los premios no pagan las facturas.

Tensó la mandíbula al oír a su padre. Cuando habló, lo hizo con voz ronca y baja.

–Aún soy uno de los directores, así que tengo todo el derecho del mundo al echar un vistazo a las cuentas. Si mañana te va bien, me pasaré a verte después de revisar la contabilidad.

–Mañana no puede ser. Una famosa revista italiana me entrevista por la mañana, y tengo que asistir a la presentación de un perfume por la tarde –repuso Antonio con nerviosismo–. Además, ya sabes cuánto me disgusta tener que tratar temas económicos. Luca es el director financiero. Le he encargado todos los asuntos monetarios a él. Está por aquí, ¿por qué no hablas con él?

–Preferiría no tener que hacerlo.

–No seas así. Luca es tu hermano. Todo lo que ocurrió con Catalina forma parte del pasado. No es posible que aún lo odies por algo que sucedió… ¿Cuándo? ¿Hace ya dos años?

Raphael no pudo evitar hacer una mueca con la boca.

–No es sólo eso. Ahora tengo aún más motivos para odiarlo.

Pero Antonio no lo escuchaba. Señaló el palacio con una mano.

–Mira, está ahí mismo. Arregla las cosas con él.

Luca di Lazaro estaba apoyado en el umbral de la puerta que daba a la terraza. Sus anchas espaldas bloqueaban casi toda la puerta y cualquier tipo de posibilidad de escapatoria para la joven a la que estuviera intentando seducir en ese momento. Se le retorció el corazón al ver cómo se agachaba para susurrarle algo al oído. Se imaginó que sería algún estúpido y manido halago. Algo que consiguiera que la chica se deshiciera entre sus brazos. Era su estrategia habitual. Durante los últimos años, había conseguido engatusar a una innumerable sucesión de modelos. Por desgracia, su propia novia había sido una de ellas.

Luca se movió a un lado, y Raphael pudo ver a la chica con la que su hermanastro había estado hablando. En cuanto la reconoció, se quedó inmóvil.

Había cambiado su vestido transparente por uno de seda que ocultaba su delicioso cuerpo. Pero la suave luz procedente del salón dibujaba el contorno de sus curvas.

Sin pensárselo dos veces y sin despedirse de su padre, se acercó hasta donde estaban los dos. Lo último que tenía en la cabeza eran las cuentas de la empresa. Sólo podía pensar en agarrar a esa chica y alejarla de su hermanastro tanto como pudiera.

Luca se enderezó al verlo acercarse.

–¡Vaya por Dios! ¡El hijo pródigo vuelve a casa! –exclamó con sarcasmo–. Te presentaría a esta belleza, pero acabamos de conocernos y aún no sé su nombre…

Raphael reaccionó al instante. Le dedicó a su hermano una sonrisa gélida. Después miró a la mujer con la cabeza algo inclinada y rezó para que ella no lo delatara.

–Querida, ¿quieres conocer a alguien más o estás lista para que nos vayamos?

Contempló con triunfo cómo Luca miraba sorprendido a la mujer que tenía al lado. Había algo de ansiedad en los ojos de su hermanastro.

Raphael también la miró. Sus ojos eran aguamarina, del color de las turquesas, y brillaban a la luz de los candelabros. Sintió de nuevo el deseo recorrerlo de arriba abajo.

La joven dudó un segundo antes de responder. Cuando lo hizo, con voz baja y sin aliento, notó que su acento era inglés.

–Soy toda tuya… Querido.

 

 

Por una noche, Eve Middlemiss, licenciada con honores en Filosofía y Letras, reconoció que había estado equivocada. El destino existía. Y estaba a su lado en ese instante.

Cruzaron juntos el gran vestíbulo del palacio. Ese hombre mantenía una mano en la parte baja de su espalda mientras caminaban. Allí no había tanta gente como en el salón de baile, sólo algunos pequeños grupos de personas y la discreta plantilla contratada para el evento.

Eve notó que mucha gente la miraba al pasar, pero ya no le importaba nada.

Eso creía, hasta que se acordó de repente de Ellie.

–Tengo que volver… No debería…

En cuanto lo dijo se dio cuenta de que no resultaba convincente. Había intentado hablar de manera firme y profesional, pero no lo había conseguido.

–No, no tienes que volver, y sí que deberías. Créeme –la contradijo él.

Apretó con más fuerza su cintura, consiguiendo que se acelerara aún más su pulso. Intentó reír, pero el sonido que salió de su garganta era más un grito que una carcajada.

–No lo entiendo… Yo no suelo hacer este tipo de cosas…

Él sonrió levemente.

–Eso es obvio. Por eso tenía que liberarte de las garras de ese… De ese canalla.

–Me pareció encantador.

–Las apariencias engañan.

La llevó hasta una tranquila galería cerca de la entrada. Sólo la iluminaban pequeñas lámparas colocadas sobre algunas mesas. Acababan de entrar cuando él se giró para mirarla. Hacía tiempo que no sentía tanto deseo. El delicado encaje de su ropa interior se humedeció al instante.

–¿No debería ser yo la que me diera cuenta de eso por mí misma?

Su pelo era casi negro y brillante. Parte de él caía sobre su frente y acentuaba sus bellos rasgos, parecía haber sido esculpido en mármol. Su cara era perfecta, pero tenía un aire de cansancio y tristeza que le llamó la atención. Tuvo que contenerse para no acariciar su rostro e intentar suavizar la tensión que atenazaba su mandíbula.

–No podía arriesgarme a que tomaras la decisión equivocada.

–¿Por qué crees que lo habría hecho?

Él rió con amargura.

–Ya ha pasado otras veces.

Alargó la mano y metió un dedo bajo el tirante de su vestido, que había caído, y lo colocó con delicadeza de nuevo en su sitio. Apenas pudo contener un gemido de placer cuando los dedos de ese hombre rozaron su temblorosa piel.

Después apartó la mano y se giró para no mirarla. No podía interpretar cómo se sentía. Sus ojos, llenos de deseo, lo traicionaron cuando se volvió de nuevo hacia ella.

Con un gemido, la besó con desesperación. Parecía la actitud de un hombre que acababa de perder la batalla con su voluntad. Enredó las manos en su melena, acercándola más a él, atrapándola con sus labios.

Sus propios suspiros de deseo quedaron ahogados en el calor de ese beso. Con salvaje urgencia, la lengua de ese hombre exploró su boca, haciendo que deseara mucho más. Después se separó para concentrarse en su mandíbula, su cuello y la base de su garganta. Sin poder resistirse, ella asió su pelo y dirigió la cabeza hacia sus pechos. Sus erectos pezones rozaban la exquisita seda de su vestido y se morían por sentir la calidez de esa boca sobre ellos.

Pero de pronto oyó a alguien toser con discreción desde la puerta.

–¿Signor Lazaro? –dijo el mayordomo en italiano–. ¿Signor Raphael di Lazaro? Perdóneme, pero se trata de su padre. Me temo que es urgente.

Y él desapareció al instante. Se quedó atónita, desorientada y aturdida. No podía creérselo.

Ese hombre no era su destino, era su mayor enemigo.