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Aristizábal Uribe, Ana Cristina, autor

Medellín a oscuras. Ética antioqueña y narcotráfico / Autor. Ana Cristina

Aristizábal Uribe. – Medellín: UPB, 2018. -- 253 páginas, 14 x 21 cm. -- (Colección Mensajes)

ISBN: 978-958-764-556-9 / ISBN: 978-958-764-568-2 (versión E-pub)

1. Narcotráfico – Medellín (Antioquia, Colombia) – 2. Educación – Colombia – 3. Ética social – 4. Narcotráfico – Aspectos socioeconómicos – I. Título – (Serie)

CO-MdUPB / spa / rda

SCDD 21 / Cutter-Sanborn

© Ana Cristina Aristizábal Uribe

© Editorial Universidad Pontificia Bolivariana

Vigilada Mineducación

Colección Mensajes

Medellín a oscuras. Ética antioqueña y narcotráfico

ISBN: 978-958-764-556-9

ISBN: 978-958-764-568-2 (versión E-pub)

Primera edición, 2018

Escuela de Ciencias Sociales

Facultad de Comunicación Social-Periodismo

Gran Canciller UPB y Arzobispo de Medellín: Mons. Ricardo Tobón Restrepo

Rector General: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda

Vicerrector Académico: Álvaro Gómez Fernández

Decano Escuela de Ciencias Sociales: Ramón Arturo Maya Gualdrón

Directora de la Facultad de Comunicación Social: María Victoria Pabón Montealegre

Editor: Juan Carlos Rodas Montoya

Coordinación de Producción: Ana Milena Gómez Correa

Diagramación: Ana Milena Gómez Correa

Corrector de Estilo: Delio David Arango

Fotografía: Ana Cristina Aristizábal Uribe

Dirección Editorial:

Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 2018

E-mail: editorial@upb.edu.co

www.upb.edu.co

Telefax: (57)(4) 354 4565

A.A. 56006 - Medellín - Colombia

Radicado: 1690-02-04-18

Prohibida la reproducción total o parcial, en cualquier medio o para cualquier propósito sin la autorización escrita de la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana.

Diseño epub:

Hipertexto-Netizen Digital Solutions

Contenido

A modo de introducción

Un trabajo periodístico

Metodología

Los valores tradicionales del antioqueño

Los albores del narcotráfico

Entrevistas

Entrevista a Gustavo Duncan

Entrevista a Alonso Salazar

Entrevista a Carlos Alberto Giraldo

Entrevista a Juan Gómez Martínez

Entrevista a Omar Flórez Vélez

Entrevista a Luis Alfredo Ramos Botero

Seis años que estremecieron a Medellín

Una cronología desgarradora

¿Los valores fueron cambiados por el narcotráfico o ya estaban cambiados?

Relación de actos violentos y estallido de bombas y carros bomba. Valle de Aburrá. Enero de 1988 a diciembre de 1993

Bibliografía

“Pablo y yo crecimos sabiendo que todas

las reglas estaban a la venta”.

Roberto Escobar Gaviria*

“… ese personaje que transformó el lenguaje, la cultura,

la fisonomóa y la economóa de Medellón y del paós. Antes

de Pablo Escobar, los colombianos desconocóan la palabra

sicario. Antes de Pablo Escobar Medellón era considerada

un paraóso. Antes de Pablo Escobar el mundo conocóa

a Colombia como la tierra del café.

Y antes de Pablo Escobar nadie pensaba que en Colombia

pudiera explotar una bomba en un supermercado o en

un avión en vuelo. Por cuenta de Pablo Escobar hay

hoy carros blindados en Colombia, y las necesidades

de seguridad modificaron la arquitectura.

Por cuenta de él, se cambió el tiempo de funcionamiento

del sistema judicial, se replanteó la polótica penitenciaria

y hasta el diseño de las prisiones, y se transformaron

las Fuerzas Armadas. Todo ello fue necesario

para enfrentarlo y derrotarlo”.

Revista Semana**

A modo de introducción

Es mucha la literatura que se ha escrito sobre el narcotráfico en Colombia y las consecuencias económicas, políticas, sociales y culturales que ha dejado para el país; y sobre la vida y muerte de Pablo Escobar. Cuando el fenómeno, mezclado con el terrorismo, estuvo en todo su apogeo durante las décadas de 1980 y 1990 se publicaron diversos textos en este sentido. Pero ahora, pasado el milenio, nuevas generaciones que nacieron y crecieron después de ese pico informativo, quizá no alcanzan a entender que son ‘hijos’ de un fenómeno que trastocó la sociedad colombiana.

Este no es un libro sobre Pablo Escobar. Es un texto informativo que da al lector una panorámica, con algunos detalles, de lo que se vivió en un momento determinado en la ciudad de Medellín. Está dirigido básicamente a las personas menores de 30 años que quieran saber una parte de lo que pasó en la ciudad, para que tengan un referente, una visión, otra versión de la época del narcoterrorismo. Digo que “con algunos detalles” porque es imposible referenciar absolutamente todos los hechos y acciones que sucedieron, aunque el texto puede dar una idea de lo que realmente pasó (para que nunca más vuelva a suceder). Entre 1988 y 1993 la ciudad de Medellín vivió bajo la amenaza constante del narcotráfico: asesinatos, masacres de civiles y de policías, bombas y carros bomba; secuestros, intimidaciones, toque de queda, robo de carros. Una ciudad sin ley donde sobresalió un rey que desfiguró el alma y el rostro de la ciudad: su majestad el dinero.

Los adultos que padecieron esa época han pasado tres décadas esquivando los recuerdos y tratando de olvidarla para rehacer sus vidas y la vida de la ciudad. Ese silencio ha provocado que una parte de las nuevas generaciones, tan protegidas de cualquier estímulo negativo por sus mayores, tengan sobre esa época la versión tergiversada de las narconovelas: para algunos de ellos los tristemente célebres miembros del cartel de Medellín no fueron tan malos, porque hicieron “obras de caridad” y otros se convirtieron en una especie de héroes porque desafiaron al Estado; para otros, ese mundo de dinero, poder, excesos, mujeres y estímulos por montón, es casi un ideal de vida.

El daño está hecho en dos sentidos. Primero: en medio de una ingenuidad custodiada por adultos, algunas personas de las nuevas generaciones no alcanzan a percibir el terror y, sobre todo, el daño moral que el narcotráfico –y su imperio compuesto por bandas de sicarios– causó durante años a una ciudad que aún no se repone.

Como casi todos los seres humanos que se desvían por caminos de ambición, y con el fin de tapar la perversidad de sus obras y ganar el apoyo de los paupérrimos olvidados durante décadas por el Estado, los narcotraficantes de entonces quisieron hacer "obras buenas" para acallar su conciencia (casas que reemplazaron ranchos; donde existían tierreros hicieron canchas y espacios deportivos iluminados para la recreación de la muchachada; repartieron alimentos y mercados para una población hambrienta y sin oportunidades laborales)1.

Segundo: el espíritu de ambición que ha permeado el modo de ser de los nacidos entre las montañas de Antioquia (no necesariamente son los únicos en Colombia con ese “ideal” de vida, pero este texto se centra en ellos, por eso no se habla de las otras regiones) fue el caldo de cultivo que existía, pero que después fue exacerbado, agravado, extrapolado por el despilfarro y la desmesura que se vivieron debido al ingreso de enormes cantidades de dinero ilícito a todas las capas sociales de la región. Hoy, la obtención de dinero fácil ha generado consecuencias sociales profundas entre personas que quedaron acostumbradas a ganar mucho con muy poquito esfuerzo o, por lo menos, con el esfuerzo que suponen las actividades ilegales.

Con la intención de “rehacernos”, hemos pasado 30 años tratando de olvidar y de no hablar del ciclón tremebundo que azotó la ciudad, pero los rumores y los recuerdos de las “obras buenas” de esos narcotraficantes todavía alimentan el imaginario de algunas personas; imaginario exacerbado por las camisetas estampadas con el rostro de los capos de aquella época, por las narconovelas, por las rutas turísticas diseñadas con morbo para desprevenidos turistas que recorren los lugares emblemáticos que exaltan al “Patrón”, pero que evaden los sitios donde explotaron los carros bomba, las guaridas donde tuvieron amarrados a los secuestrados, las esquinas donde se masacraron a cientos de jóvenes, todo ello producto de la guerra que el cartel de Medellín declaró al Estado2.

A ese panorama hay que sumarle que llevamos 30 años en los que no se han desarrollado planes de estudio para que en los planteles educativos de la ciudad se muestre, demuestre y prevenga cómo la ambición desmesurada por el dinero y por el poder a cualquier precio corroe una sociedad. Hay que hacer una especie de alto en el camino para tratar de entender los daños sociales que genera la avidez desbocada de dinero y que la vida no puede reducirse a conseguirlo como única condición de éxito, progreso y movilidad social. Los planes educativos en los planteles públicos y privados de esta región deberían tener un estudio obligatorio del caso particular que se vivió en aquella época (con sus antecedentes y consecuencias), con el fin de que las nuevas generaciones entiendan qué pasó y por qué no puede volver a pasar.

Además, tiene que existir un trazo claro en la educación de estas nuevas generaciones. Lo primero es que el desarrollo social debe ser política pública permanente de todas las administraciones locales, pues nadie discutiría que parte de las causas de esa época de terror fue el abandono social que por décadas vivieron algunos de los barrios de las laderas de Medellín. En esos muchachos del ‘no futuro’, como los llamó Alonso Salazar, estaba el terreno abonado para dejarse seducir por un estándar de vida para ellos inalcanzable pero deseado y que, ellos creyeron, solo con dinero podía obtenerse. La inversión social es absolutamente necesaria en los barrios periféricos de la ciudad. Y lo segundo, es que se debe volver a la sanción familiar y social. Es muy diciente lo que escribe el investigador Gerard Martin sobre la ausencia de algún tipo de sanción, reprensión o castigo hacia Pablo Escobar por parte de sus familiares, padres o en el colegio: “La constante era la impunidad. Una impunidad que empezaba en la casa, donde nadie tomó medidas para evitar la penetración de Pablo en la criminalidad, como lo ha explicado su hermana Alba Marina”3.

Más adelante, Martin explica la situación del colegio:

La única sanción impuesta a Pablo en su adolescencia parece haber surgido en el colegio. Hay evidencia de que fue suspendido varias veces por un par de días y que posiblemente fue expulsado. Sin embargo, nunca fue relegado por su colegio a algún servicio especial de reforma o resocialización… Pablo, Gustavo y Mario eran jóvenes en alto riesgo de incurrir en carreras criminales, pero ni sus familias, ni sus instituciones educativas, ni ninguna otra instancia, jamás adelantaron algún tipo de intervención preventiva o de rehabilitación institucional para con estos adolescentes. Aquella omisión terminó costando caro a la ciudad y al país4.

En medio de una educación que de alguna manera se ha vuelto laxa en cuanto al cumplimiento de la norma, la voz de Roberto Escobar, hermano de Pablo Escobar (epígrafe de este libro), es atronadoramente llamativa: “Pablo y yo crecimos sabiendo que todas las reglas estaban a la venta”.

¿Qué pasó en Antioquia para que el narcotráfico, con esa vocación “industrial” y exportadora, surgiera en esta región y no en otra en Colombia? Una posible respuesta a este interrogante la ha desarrollado el profesor Gustavo Duncan cuando asegura que “la diferencia de los antioqueños con el resto de Colombia no estuvo en la cultura de la violación de las normas, sino en que este rasgo cultural estuvo acompañado de un mínimo de sentido comercial y de relaciones monetarizadas en las clases bajas”5. Fue una mezcla entre una clase social que buscaba “reconocimiento social” ante el “descontento emocional de pertenecer a un colectivo sin mayor estima social”, con una característica social desarrollada desde tiempos de la Colonia cuando en esas clases sociales “apareció un sentido comercial que contaba con ingresos de productos de exportación como el oro y el café, un proceso migratorio y la aceptación social del ascenso a partir del éxito en los negocios”6. Ese descontento de pertenecer a una clase sin mayor estima social se podía superar consiguiendo dinero; y esa consecución de dinero fue ‘fácil’ por la capacidad comercial y financiera que se había desarrollado desde la época de la Colonia. Esto es, en síntesis, la explicación que elabora Duncan sobre por qué el narcotráfico se internacionalizó inicialmente con un grupo de antioqueños, y no con grupos humanos de otras regiones del país.

Un trabajo periodístico

Este libro que el lector tiene entre sus manos es un trabajo divulgativo, no es un trabajo de tipo académico. Treinta años después de los acontecimientos que aborda, pretende ser una compilación periodística, aunque es imposible que sea exhaustiva, de lo que se vivió durante esa época del narcoterror (1988-1993). También hay pistas bibliográficas sobre los valores éticos del antioqueño, las voces de algunas personas clave del momento y un recuento de los estallidos dinamiteros y de algunos de los atentados que pusieron a la sociedad bajo estado permanente de amenaza y a la civilidad en jaque.

Obviamente, esta versión escrita no presenta la musicalización, el gran vestuario, el maquillaje ni el interés comercial de las narconovelas y sus puestas en escena con las que se ha pretendido crear un ‘trabajo social y cultural’ acomodando a su amaño e intereses particulares la frase célebre del ensayista español Jorge Santayana: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”.

Estoy firmemente convencida de que los productores de las narconovelas han hecho tan mal su trabajo, que después de las emisiones de sus productos televisivos se sigue escuchando en las calles de Medellín a niños que quieren ser como los tristemente célebres narcotraficantes de esos nefastos años. Así se demuestra con el video “Narconovelas por Etnológica”, que en 2013 fue puesto en YouTube a disposición del público7. En este video, con imagen distorsionada para proteger la identidad de los menores de edad, se ve un grupo de niños de algún barrio de Medellín que conversa espontáneamente con un hombre, sobre sus apreciaciones de las narconovelas.

A continuación, se reproducen algunos apartes del diálogo:

–¿En esas escenas ustedes a quién le hacían fuerza?

–pregunta el hombre.

–Al capooo, obvio –responde un coro de mínimo 3 niños.

–Yo no sé. Porque uno desde el principio empieza como con la idea que el capo es el bueno… entonces uno ya, desde el principio… el capo ya tiene las de ganar, el gobernante.

Más adelante:

–¿Y qué es lo bacano de ser el capo? –pregunta nuevamente el hombre.

–Que tiene mucha plata.

–¿Y ustedes cuál serían si fueran a ser uno de los de las series?

–Pablo Escobar.

–¿Y vos?

–¿Yo? Yo sería como el capo.

–Y vos…

–Pablo Escobar.

–Y vos.

–Pablo Escobar, pero versión flaca.

–¿Y qué es lo bueno de ser Pablo Escobar? –vuelve a preguntar el hombre.

–Que él tiene muchas fincas, y él se puede esconder.

–Y esas fincas son muy secretas.

–Y él tiene mucho dinero. Y él contrata amigos.

–Y él tiene muchos amigos, muchas armas.

–Él fue malo, pero hizo muchas cosas buenas por Medellín.

–Él fue malo por el hermano.

–Él ayudó a los pobres.

El adulto vuelve a preguntar:

–Qué más es lo bueno de ser Pablo.

–Que tenía mucha plata, muchas metras.

–A mí me gusta es cuando él dice que se va a vengar del hermano.

Metodología

Esta investigación comenzó a gestarse después de escuchar a algunos jóvenes hablando de manera positiva sobre las bondades del tristemente célebre jefe del llamado cartel de Medellín. Esto es una señal de alarma que representa una de las consecuencias generadas por la subcultura del narcotráfico, que tuvo su apogeo hace ya casi 30 años: un quiebre de valores morales y la clara representación de una doble moral, fenómeno que aún está presente y que permea a múltiples ámbitos de la cultura de la región y del país.

Así que el objetivo inicial trazado fue el de tratar de establecer cuáles eran los valores que habían caracterizado a la cultura antioqueña y cuáles los que la caracterizan en la actualidad, ya que, con el comentario escuchado, era indudable que la percepción positiva sobre alguien que había causado tanta destrucción y muerte, en un momento determinado de la vida de la ciudad, reflejaba una concepción distinta de valores a lo que se ha concebido como los valores tradicionales.

Entonces surgió la pregunta que motivó esta investigación: ¿Los valores morales del antioqueño fueron trastocados por la irrupción del narcotráfico o por el contrario fueron los valores que ya poseía lo que permitió que el narcotráfico irrumpiera con fuerza volcánica en su seno social?

Esta pregunta conlleva a otras dos: ¿cuáles eran los valores tradicionales y cuáles los valores actuales? ¿Qué pasaría si se muestra una versión diferente a la versión de la televisión comercial, para que los jóvenes tengan una explicación más completa de lo que realmente pasó durante esa época y las consecuencias para una sociedad que, en su momento, naufragó en la ambición desmesurada?

Fueron tres las técnicas de investigación usadas para procurar el objetivo trazado: una exploración bibliográfica sobre los valores morales históricos característicos de la cultura antioqueña y su transformación en el contexto del tráfico de narcóticos; la revisión de archivos periodísticos para establecer por medio de dicha fuente los actos terroristas sufridos en Medellín entre 1988 y 1993 y la entrevista abierta a personas clave de ese periodo sobre el tema, para conocer de primera mano su versión y reflexión sobre esa coyuntura histórica y sus consecuencias sociales y culturales.

En la exploración bibliográfica se han tenido en cuenta algunos textos sobre el narcotráfico, como los libros: La droga: potencia mundial de Hans-Georg Behr, publicado en 1981; Narcotráfico: imperio de la cocaína, de Mario Arango Jaramillo y Jorge Child Vélez; Economía criminal en Antioquia: narcotráfico, editado por Jorge Giraldo Ramírez, y Medellín: tragedia y resurrección. Mafia, ciudad y Estado. 1975-2012, de Gerard Martin. Para el tema de los valores del antioqueño, se han abordado los libros Familia y cultura en Colombia, de Virginia Gutiérrez de Pineda; Ética, trabajo y productividad en Antioquia, de Alberto Mayor Mora y Raíces del poder regional: el caso antioqueño, de María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Álvarez.

La revisión de archivos periodísticos quiso intentar recopilar los datos publicados sobre la cantidad de actos terroristas sufridos durante los años más aciagos comprendidos entre enero de 1988 (cuando explota el primer carro bomba en Medellín) y diciembre 1993 (cuando es abatido Pablo Escobar), considerados como los más dramáticamente violentos en la ciudad de Medellín, en toda su historia. El objetivo con este rastreo de archivo de prensa es demostrar con hechos concretos que la existencia de los hombres del cartel de Medellín fue nefasta en sangre, destrucción y muerte, y presentarlo como un contrapeso a aquellos que destacan las “buenas obras” o el carácter de heroicidad que, al parecer, es lo que existe en el imaginario de algunos que nacieron años después de aquella época de terror. El objetivo es que los jóvenes conozcan la historia de lo que tuvieron que padecer y sufrir los habitantes de Medellín durante esos años ya que hasta el momento las versiones más conocidas, son las de las narconovelas, cuya imagen distorsionada de la realidad ha generado dicho imaginario positivo.

Para la revisión de este archivo periodístico se visitó la biblioteca Fernando Gómez Martínez en el Centro de Información Periodística (CIP) del periódico El Colombiano de Medellín, que tiene digitalizada la hemeroteca. La revisión del archivo fue una labor rigurosa que se desarrolló durante, prácticamente, todos los viernes del primer semestre del año 2017, con el propósito de examinar las primeras planas y las páginas de la sección Seguridad. Esta pesquisa comenzó en los archivos de enero de 1988 cuando explotó el carro bomba en el edificio Mónaco contra la familia de Pablo Escobar. Ese fue tomado como el hecho inicial de una época de terrorismo contra la sociedad civil que se caracterizó por el uso de la dinamita y, más adelante, de las masacres contra las personas, especialmente jóvenes; y que terminó –para efectos de este trabajo– en el archivo del 3 de diciembre de 1993, un día después de la muerte de Escobar.

A partir del archivo de febrero de 1992 cambió la pesquisa en las páginas de Seguridad puesto que el periódico eliminó este nombre y las noticias con el tema de orden público se siguieron publicando en las páginas nombradas como Antioquia, lo que ralentizó la búsqueda de la información ya que de mirar aproximadamente 50 o 60 páginas mensuales bajo el nombre inicial, se pasó a encontrar mensualmente entre 290 y 320 bajo la nueva denominación.

Hago un agradecimiento especial al periódico El Colombiano, de Medellín, por haberme permitido explorar sus archivos para hacer esa recuperación de datos.

Se realizaron entrevistas personales con los tres alcaldes de esos 6 años: Juan Gómez Martínez, alcalde entre 1988 y 1990; Omar Flórez Vélez, alcalde entre 1990 y 1992 y Luis Alfredo Ramos Botero, alcalde entre 1992 y 1994. También se realizaron entrevistas personales con el Ph. D. Gustavo Duncan, profesor universitario, columnista del diario El Tiempo y autor de varios libros que analizan el fenómeno del narcotráfico y su incidencia en Antioquia; asimismo con Alonso Salazar Jaramillo, alcalde de Medellín entre 2008 y 2011, autor de varios libros como No nacimos pa’ semilla y La parábola de Pablo; y con el periodista Carlos Alberto Giraldo Monsalve, reportero de larga trayectoria en el diario El Colombiano quien, para el momento de esta entrevista, se desempeñaba como editor de fin de semana de este periódico.

Anacristina Aristizábal U.

Los valores tradicionales del antioqueño

Siempre se ha catalogado a la sociedad antioqueña como una sociedad conservadora: conservadora en ideología política, conservadora en ideas sociales, conservadora y tradicional en asuntos religiosos. Ese carácter del antioqueño le ha dado una imagen de persona religiosa y poco amiga del cambio, característica que pudo afianzarse desde la Colonia cuando el aislamiento de la región, debido a la cadena montañosa que la relegaba, hacía muy difícil el contacto social que, prácticamente, solo se daba los domingos después del oficio religioso. La religión, en Antioquia, marcó una característica importante en su modo de ser: la cohesión familiar se hizo sin falta con el rezo diario del Rosario, el rezo del Ángelus al medio día y la misa diaria y dominical. En este orden de ideas, los valores morales antioqueños estuvieron guiados por la religión católica y el cura del pueblo. El sacerdote era quien determinaba lo que estaba bien y lo que no. Desde allí se fijó cómo se establecían las relaciones sociales, laborales y qué actitudes políticas se asumían.

En aquella época, el trabajo con ahínco y la astucia para los negocios corrían paralelos a los valores religiosos y conservadores que imperaban. Luis H. Fajardo8 explica que lo que él denomina “la moral protestante antioqueña” es ese amor al trabajo como valor superior de comportamiento moral. En Antioquia, el trabajo fue casi una religión, lo que determinó un modo de ser del antioqueño y lo diferenció de los habitantes de otras regiones colombianas.

Es de nuestro interés en este capítulo considerar cómo se asumió el trabajo en las diferentes clases sociales de Antioquia y qué importancia social y cultural se dio, desde entonces, al producto obtenido con dicho trabajo.

En el siglo XIX el empresario antioqueño había entendido que debía dar un trato especial a sus trabajadores, pues el éxito de su economía, asentada básicamente en la extracción del oro por el método de aluvión, dependía del buen manejo de la batea, pues un pequeño error en la mano hacía que oro y escoria volvieran al agua. Este trato dio a muchos la imagen de que no había una brecha tan marcada entre las clases sociales antioqueñas. Los investigadores María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Álvarez aseguran que los mineros independientes (blancos) debían participar al lado del negro en parte de las labores de la mina y “seguramente comparten también momentos de descanso, habida cuenta del medio hostil y aislado de los poblados donde se encuentran los ‘placeres’”9. Y citan a Manuel Uribe Ángel cuando, en su obra publicada en el siglo XIX, describe esa relación en estos términos: “La comunidad en los trabajos y en los peligros, establecida entre amo y esclavo, engendró, desde el principio, ciertos vínculos de hermandad entre las dos razas. El negro llegó a ser, más bien que siervo del blanco, el compañero, el confidente y aun el amigo”10. Aunque esto puede sonar exagerado, da cuenta de que en Medellín no era tan marcada la diferencia de clases, como sí lo era en Cartagena, Popayán, Santafé de Bogotá o Santa Fe de Antioquia.

Esto es importante por una razón. Porque fue lo que permitió que las clases populares desarrollaran una importante habilidad comercial, dejaran la timidez y estuvieran atentas a la movilidad social para salir de pobres. Muy temprano surgió en Antioquia una característica muy particular: podía “salir” de pobre todo aquel que consiguiera dinero; es decir, podía ascender socialmente. Un “negro”, o sea, el pobre, se podía “blanquear” con dinero.

Gustavo Duncan, quien ha investigado profusamente el tema del narcotráfico en Antioquia, explica que “el negro podría ‘blanquearse’ no porque cambiara el color de su piel, sino que dejaba de ser ‘negro’ en virtud de su éxito económico, sin embargo quienes no tuvieran éxito continuaban perteneciendo a una clase social segregada”11.

La antropóloga colombiana Virginia Gutiérrez de Pineda asegura que en la cultura antioqueña “el dinero todo lo consigue, desde el bienestar físico, la prelativa ubicación social en el mundo de los vivos, hasta el perdón de las faltas y el logro de la bienaventuranza y más bienes terrenales como retribución divina”12. La misma autora explica el amor del antioqueño hacia el dinero en los siguientes términos:

Extremadamente consciente del poder que genera la riqueza, concepto ampliamente internalizado en la personalidad y en la sociedad antioqueña, se hace también muy expresivo el consejo que la sabiduría popular paisa pone en boca del padre moribundo: ‘Consigue plata, hijo mío, consíguela honradamente, y si no… consigue plata hijo mijo’. O esta otra: ‘Disponer de dinero es lo importante, propio o ajeno es secundario’. La riqueza entonces es símbolo de todas las posibilidades gratificantes y por tanto la suprema aspiración vital de cada miembro de este complejo cultural13.

Por todo esto, no sería especulativo afirmar que este amor al dinero puede estar, metafóricamente hablando, en el ADN cultural de muchos nacidos en tierras antioqueñas. Cuando el viajero francés Charles Saffray escribió sobre su visita en 1861 a la Nueva Granada (faltaban dos años para cambiar el nombre por el de ‘Estados Unidos de Colombia’), y pasó por Medellín, uno de los aspectos que más le llamó la atención fue la manera cómo se valoraban entre sí los habitantes de esa pequeña ciudad, que ya para entonces (desde 1826) era la capital de Antioquia. Escribe Saffray:

El término único de comparación es el dinero: un hombre se enriquece por la usura, los fraudes comerciales, la fabricación de moneda falsa u otros medios por el estilo, y se dice de él: ‘¡Es muy ingenioso!’. Si debe su fortuna a las estafas o a las trampas en el juego, sólo dicen: ‘¡Sabe mucho!’. Pero si piden informaciones sobre una persona que nada tenga que echarse en cara sobre este punto, contéstase invariablemente: ‘Es buen sujeto, pero muy pobre’14.

Se puede ver, entonces, que muchísimo antes de la década de 1980 –cuando explotó el problema del narcotráfico en la ciudad– ya existía entre los nacidos en estas montañas una predisposición hacia la consecución del dinero de cualquier forma, reconocida por propios y extraños. Así que hasta el siglo XIX la ética paisa o el “racionalismo práctico antioqueño”, como lo denomina Alberto Mayor Mora15, era lo que había descrito Saffray en el siglo XIX: especulación ingeniosa, usura o mera audacia.

Aunque históricamente se ha reconocido a la sociedad antioqueña como familiar, religiosa y trabajadora, cuyos valores morales están moldeados por esas tres instancias; aunque, si se mira a grandes rasgos se podrían proponer dos escenarios del proceso moral del pueblo antioqueño que permitirían entender el desarrollo del fenómeno del narcotráfico en su seno social, porque, en la práctica, esos valores mencionados son los que se dejan ver, los que se muestran a la sociedad, los que van por encima, pero en paralelo se han practicado otros valores que son los que realmente acompañan las últimas decisiones éticas con las que se busca satisfacer un inmenso ego, aunque con ello se perjudique a otros que estén por fuera del círculo familiar.

En el primer escenario se muestran la familia, la religión y el trabajo. Pero en el otro escenario juega con la misma fuerza e insistencia la ambición desbordada de poder y riqueza como únicos fines de la existencia y como valores que guían el trabajo, el éxito familiar y la devoción religiosa.

En la introducción a su célebre obra, el sociólogo caleño Alberto Mayor Mora escribe:

Durante mucho tiempo se tuvo a Antioquia como la parte colombiana dotada de las mayores reservas morales. Sus líderes no se cansaban de repetir: ‘La más alta riqueza de nuestro pueblo no son sus minas, ni su comercio, sino las virtudes morales heredadas de nuestros antepasados’; a tono con lo cual el antioqueño fue símbolo proverbial de industriosidad, laboriosidad y compromiso con su trabajo. Hoy [escribe en 1984] parecen haberse agotado no sólo sus minas, comercio e industria, además de la parte más preciada de la herencia: su moralidad16.

Virginia Gutiérrez de Pineda destaca la forma tan decidida como la religión católica marcó el êthos (carácter) antioqueño, cuando después de la actividad colonial minera, y como consecuencia de las ordenanzas del oidor Juan Antonio Mon y Velarde y la posesión de las tierras fértiles del sur y del oeste, la sociedad antioqueña se “transformó vigorosamente en una sociedad agrícola, con costumbres puritanas, una religión al servicio de su actividad económica y reguladora de su moral”17. Desde entonces, finales del siglo XVIII, el grupo humano antioqueño comenzó a practicar una fe ciega en una divinidad providente y en su propio poder creador individual.

En Antioquia, reconoce la antropóloga, es muy clara una ética católica que opera como coerción social para imponer no solo la identidad religiosa, sino también los patrones de comportamiento. Además, explica que la relación entre esta moral católica y la riqueza que se debe compartir con los más desfavorecidos crea, al mismo tiempo, una actitud contradictoria: “los que tienen en sus manos el poder económico pueden, a juicio de la colectividad, ejercer una conducta formal dual: satisfacción completa de los impulsos controlados y sancionados por la cultura y luego resarcimiento de la culpa a través del empleo filantrópico de la riqueza”18, es decir: con dinero se borran culpas y pecados (“el que reza y peca, empata”, dice el adagio popular). Esta característica, que atraviesa el carácter del antioqueño, será importante para determinar el comportamiento del hombre de esta cultura, del siglo XX, cuando se produce todo el problema relacionado con las inmensas fortunas derivadas del narcotráfico.

Pero a esto hay que sumar que, a juicio de Gutiérrez de Pineda, la religión en Antioquia, en cuestiones de economía doméstica, es elástica y permite cualquier medio para obtener el fin deseado. Para el antioqueño, la religión no impide las acciones que debe realizar en sus actividades lucrativas: “existe la creencia común de que la moral es elástica en la obtención del triunfo en los negocios o actividades productivas de cada individuo… así como en el mundo de la economía, no hay en la montaña restricción o limitación de actividades lucrativas, tampoco existen inhibiciones en el comportamiento que se debe seguir con el objeto de alcanzar el éxito monetario”19.

Ya vemos entonces que durante los siglos XVIII y XIX la religión forma un carácter especial y distintivo del antioqueño, como lo afirma Gutiérrez de Pineda. En este contexto aparece a finales del siglo XIX, y durante la primera mitad del siglo XX, la famosa Escuela Nacional de Minas de Medellín, que educó a gran parte de la élite antioqueña que posteriormente dirigió buena parte de las empresas, no solo de Antioquia sino del país, durante los primeros 50 años del siglo XX.

El sociólogo Mayor Mora resalta que los valores que difundió la Escuela de Minas, en el marco de una moral secular, tuvieron que ver con el utilitarismo y el pragmatismo, la energía de carácter, el cumplimiento del deber, el estoicismo ante las penalidades, el control activo y permanente sobre sí mismo, la autorreflexión y la entrega a las actividades empresariales20.

Si bien es cierto que en un principio los estatutos de la Escuela de Minas trataron de crear un hecho sin precedentes para ese entonces en el país, cual fue el de decretar libertad religiosa para sus estudiantes y no obligarlos a asistir a ritos católicos, asunto que fue derogado por el Ministerio de Instrucción Pública y se tuvieron que incluir como obligatorias las prácticas de la religión católica, también es cierto que con la reforma a dicha institución, en 1911, se suprimieron los cursos obligatorios de Religión en la Escuela21.

Así que durante sus primeros 23 años la Escuela Nacional de Minas, que fue determinante en la educación de la clase empresarial colombiana, entendió y también promulgó la enseñanza religiosa como la herencia más preciada que recibía de generaciones anteriores. Pero con la reforma sufrida en 1911 ya no hizo explícita dicha enseñanza. A partir de ese momento, y prácticamente de la mano del ingeniero Alejandro López, comenzó a promulgarse, enseñarse y difundirse, para sus estudiantes, una moral secular con la que, según el mismo López, el país poseería una moral sin religión y una conciencia sin fe, para poder alcanzar un alto estado de desarrollo.

No es que la Escuela de Minas hubiera abandonado o contradicho los valores morales católicos, sino que los divulgaba y vigilaba desde una perspectiva secular. La Escuela de Minas fue, por años, el adalid de la moral de los dirigentes públicos y empresarios privados en Medellín. Sus egresados, formados en esa moral secular que conservaba los principios católicos, sin hacer propaganda religiosa, fueron protagonistas o testigos de primera línea de cómo se fueron transformando los valores que por años habían caracterizado parte de la estirpe antioqueña, pero que se pretendían divulgar como característica dominante y verdadera.

Unos practicaron esos valores de honestidad, responsabilidad, trabajo, cuidado y desarrollo de los obreros, ejerciendo sobre ellos cierto control socio-moral de la mano de la Iglesia católica, que se encargaba de administrar el tiempo libre de los obreros para inculcarles la responsabilidad en el trabajo y el abandono de los vicios que les separaban de Dios y perjudicaban el desempeño responsable de su labor en las fábricas22.

A pesar de la estricta ética secular de bases católicas, de la Escuela de Minas también egresaron otros empresarios con otras visiones distintas en su trasfondo moral, específicamente con una base anglosajona pragmática y utilitarista, que preconizaban que “todas las empresas en general… se construían para que pagasen la explotación, dieran los intereses del capital invertido y dejasen una renta grande”. Esta visión iba en contravía de la “continental, más socializante”, que “sostenía que el principal fin de estas obras públicas era no tanto los beneficios monetarios como los beneficios sociales indirectos”23.

En los años de 1920 y 1930 (“el período de la danza de los millones”) empezó a tener algún reconocimiento público el comportamiento moral que había caracterizado a los antioqueños del siglo XIX en los negocios como “negociantes combativos de agresividad amoral”, contra lo cual ‘luchaba’ la estricta formación de moral secular de la Escuela de Minas, que intentaba formar “un jefe que aplique la ciencia, el buen sentido común y la sana ética profesional”24.

Explica Mayor Mora que la década de 1920 fue de “las grandes inversiones públicas, pero también de los grandes enriquecimientos rápidos”, por lo cual había que pasar apresuradamente de una “ética como virtud personal” a una “moral de los negocios” que fuera de estricto cumplimiento para todos aquellos ingenieros que llevaran los destinos de las grandes empresas públicas y privadas donde desarrollaran su actividad profesional. Por esa necesidad surgió el primer Código de honor de los ingenieros25