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Temas: Socialización digital

 

Ángel GORDO LÓPEZ
Albert GARCÍA ARNAU
Javier de RIVERA
Celia DÍAZ-CATALÁN

Jóvenes en la encrucijada digital

Itinerarios de socialización y desigualdad en los entornos digitales

 

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Jóvenes en la encrucijada digital

Itinerarios de socialización y desigualdad en los entornos digitales

 

Por

 

Ángel GORDO LÓPEZ
Albert GARCÍA ARNAU
Javier de RIVERA
Celia DÍAZ-CATALÁN

 

 

© Ángel GORDO LÓPEZ

© Albert GARCÍA ARNAU

© Javier de RIVERA

© Celia DÍAZ CATALÁN

 

 

 

Las interpretaciones y opiniones recogidas en el estudio son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no se corresponden, necesariamente, con la visión de la Fad.

 

 

 

 

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© EDICIONES MORATA, S. L. (2018)

Nuestra Señora del Rosario, 14

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

www.edmorata.es - morata@edmorata.es

 

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-7112-907-9

ISBNebook: 978-84-7112-920-8

Depósito Legal: M-35.093-2018

 

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)

 

Imagen de la cubierta: de Jorge Fernández Bazaga. Reproducida con autorización.

 

 

 

 

 

 

Nota editorial

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Prólogo

No creemos equivocarnos si, en el origen del temprano interés de las áreas de investigación de la Fad, posteriormente Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud (CRS), por las cuestiones relacionadas con las TIC, situamos su larga experiencia en el análisis de los problemas de drogas. Obviamente, no porque pensemos que las TIC, Internet, los videojuegos, las redes sociales... se comportan como drogas, que es lo que las aproximaciones más simplistas creen que decimos, sino por otro elemento que condiciona una deriva paralela en la manera en que las sustancias psicoactivas y los recursos digitales se contemplan: la forma en que la percepción colectiva tiende a definirlos, la representación social de ambos fenómenos.

En tan temprana fecha como 2002 apuntábamos coincidencias enormemente significativas1. En relación con las atribuciones que se les hacían, los dos “objetos”, videojuegos y drogas, aparecían peligrosos en sí mismos, adictivos por poseedores de una fatal capacidad de atracción, propios de adolescentes y jóvenes, mitificados y satanizados por buena parte de los adultos en razón del desconocimiento propiciado por una presunta lejanía. Por supuesto esta visión no era más que una de las dos que enconaban y hacían imposible un análisis sosegado. La otra postura se aferraba con firmeza a la convicción de la bondad de los videojuegos, en sí mismos, más allá de su potencialidad lúdica, como instrumentos estimuladores de capacidades, recursos y habilidades personales. Esta posición dilemática, de blancos y negros, a favor o en contra sin opciones intermedias, también era la que históricamente se había mantenido frente a las drogas.

Esta forma de leer la realidad situaba toda la “carga de la prueba” en el espacio del objeto, sustancia o juego, aligerando la responsabilidad o el protagonismo que podría corresponder al sujeto; no era cuestión de actuar bien o mal, prudente o imprudentemente, sino de abstenerse de hacerlo. Claro que, como “una cosa es predicar y otra dar trigo”, el sujeto actuante no tenía sino una manera de salvarse: la acción es peligrosa pero yo controlo; son los otros, que no tienen mi misma capacidad, los que inevitablemente sufrirán las consecuencias. Por ese camino los “normales” sabrán sortear el riesgo y los “enfermos”, los frikis, quedarán enganchados a las drogas o a los videojuegos y tendrán problemas.

A la vez, desde la perspectiva de la comunicación, muy especialmente la comunicación mediática, drogas y videojuegos aparecían tan imbricados con lo adolescencial y juvenil, se pensaban como algo tan propio de esas edades, que terminaba por crearse un constructo cerrado, un silogismo tramposo: todos los jóvenes consumen/juegan, luego para ser joven hay que consumir/jugar. Y no son los únicos paralelismos en la representación de videojuegos y drogas que en aquel escrito se señalaban.

Si ahora sustituimos el término “videojuegos” por “Internet”, “redes sociales”, o por cualquier otro de los implicados en la llamada “revolución digital”, no tendríamos problemas en reconocer un semejante paralelismo en la representación. Con una peculiaridad: la dinámica de cambios en la representación sobre drogas ha sido muy lenta y ha tendido al encapsulamiento, más allá de los hallazgos objetivos, por la existencia de frentes ideológicos y de opinión muy potentes que se oponían al cambio. En cambio la lectura de la digitalización ha experimentado grandes vaivenes y se muestra mucho más inestable; desde la ingenua fantasía estigmatizadora de hace veinte años, dominada básicamente por el discurso de unos adultos poco avisados, hasta el entusiasmo del desarrollo explosivo de la comunicación digital, claramente impulsado por el mensaje oficial y empresarial y por el desarrollismo, pasando por etapas en que desde grupos de opinión más o menos influyentes se cuestionan las que se definen como grandes amenazas de la revolución digital. Pese a todo (en el mismo momento de escribir este prólogo, septiembre de 2018), en Babelia, de El País2, César Rendueles escribe un amplio artículo con un subtítulo significativo: “La redención tecnológica que algunos vieron en Internet puede convertirse en una condena”, al hilo del que se citan y comentan recientes publicaciones profundamente críticas con la digitalización, parecería que en estos momentos el discurso dominante se decanta hacia lo positivo. Fundamentalmente, creemos, por tres razones: porque son innegables los beneficios de la digitalización (en el trabajo, en los estudios, en la comunicación), porque hay muchas más personas que participan del fenómeno (con lo que éste ya no es algo desconocido, que despierte fantasías amenazadoras), y porque hay numerosos intereses de todo tipo empeñados en resaltar los logros positivos de lo digital.

Pues bien, la experiencia de la Fad en los problemas, distorsiones, confusiones, ineficiencias e ineficacias a las que había dado lugar esa representación social de las drogas, la llevó, y luego al CRS, a iniciar toda una serie de investigaciones sobre la naturaleza de los recursos digitales, sobre su sentido y formas de uso, sobre las percepciones colectivas, sobre los riesgos potenciales y la génesis de éstos, sobre las exigencias del buen uso y del aprendizaje, sobre su impacto en la comunicación juvenil, etc. Obviamente con la finalidad de contribuir a evitar, al enfrentar la digitalización, los errores y manipulaciones que lastraron la comprensión de los problemas de drogas y las intervenciones preventivas de los mismos.

Al inicio de ese proceso de investigación sobre los fenómenos digitales, sobre su impacto en sujetos y sociedades, sólo teníamos unas cuantas lecciones aprendidas, como decíamos, a partir de nuestra experiencia en ámbitos paralelos de lo social y cultural. La primera, que en el campo de los fenómenos sociales (y la “revolución digital” lo es sin duda alguna) es tan determinante la naturaleza de la construcción social, la representación, como la presunta dimensión objetiva de esos fenómenos; por tanto, si se quiere entender algo, mucho más intervenir sobre algo, hay que tener muy en cuenta esa dimensión de lo representado. La segunda, que las posturas dilemáticas difícilmente permiten avanzar; que no se pueden dimensionar los riesgos de un comportamiento sin tener muy presentes lo positivo que está en juego; que no hay conducta problemática que no presente alguna ventaja ni se pueden disfrutar los beneficios de una situación, por grandes que sean las oportunidades que ésta ofrece, sin pagar un cierto precio en asunción de riesgos o aceptación de costes. También, que nadie está en disposición de que unos esperados beneficios le lleguen sin esfuerzo alguno; que es preciso aprender a gestionarlos; que la existencia de presuntos “nativos digitales” que de manera natural, casi por ósmosis, podían disfrutar de los cambios, como Adán y Eva, desnudos y libres, disfrutaban del paraíso; que había que aprender y educarse para el manejo de los instrumentos digitales, no tanto cómo funcionaban, que eso era fácil, cuanto para qué servían, cuáles eran sus límites, qué precio obligaban a pagar y hasta qué punto impactaban en la vida de las personas. Finalmente, que en la tarea de anticipación de problemas ni basta con subrayar los riesgos ni es útil el enfatizarlos; que la gente no se mueve sólo por lo que sabe y que continuamente hacemos cosas que sabemos que tienen peligro o que no son buenas, para nosotros o para otros; que hay que tratar de desvelar las razones más profundas de lo que hacemos y de por qué lo hacemos.

Fue a partir de estas convicciones, que presumíamos extraídas de la experiencia, como desde el Centro Reina Sofía nos planteamos la investigación sobre la digitalización. Al cabo de los años, en 2014, en la Presentación de un nuevo libro, se resumía:

[...] el Centro [...] no quería en modo alguno insistir en [...] el impacto de las TIC en los mecanismos de información y aprendizaje, su papel en las dinámicas de ocio o su presencia en la organización del tiempo libre, por poner unos ejemplos. Mucho menos [...] en esos aspectos amenazadores [...] el ciberacoso, la violencia virtual [...] la invasión de la privacidad [...] el riesgo de la adicción o el supuesto efecto de incomunicación y ensimismamiento [...] Lo que nos interesaba era [...] cómo las TIC, sobre todo a partir de la dinámica de las redes sociales, están construyendo unas formas inéditas de identificación y de interacción. Las fórmulas para contactar, para comunicarse, para reconocerse, para “estar ahí”, para expresar ideas y emociones, para diferenciar lo personal de lo social, para constituir la propia autonomía [...]3.

Para cumplir esas aspiraciones nos planteamos analizar las leyes de la comunicación virtual, el sentido de las redes sociales y de los valores que las regulaban, los contenidos mediáticos, la percepción colectiva sobre los procesos digitales, la visión al respecto de los y las jóvenes, la postura y las actitudes de los supuestos agentes de la mediación (madres, padres, docentes...), los cambios que la cultura digital supone en la cultura, en el ocio o en la participación política, etc., etc.; sin que todo ello signifique haber negado el interés del desvelamiento de riesgos y amenazas o del análisis de su génesis y de sus factores causales.

En cualquier caso siempre hemos tenido muy presente que, más allá de nuestras prioridades electivas, la revolución digital se construye con unos instrumentos y unos recursos (con potencialidades, contenidos y mensajes que casi nunca son neutros), con una determinada manera de usar esos instrumentos (que es preciso aprender y que pueden tener, tienen de hecho, consecuencias positivas o negativas), con unas posturas sociales (que pueden ser muy distintas, incluso contrapuestas, en diferentes grupos, y que favorecen o dificultan el desarrollo del proceso y las reglas para ordenarlo), con un clima comunicacional que crea un contexto de influencia decisiva, con unos intereses enormemente potentes que pretenden impulsar la dinámica en una u otra dirección; en definitiva, con un entramado de factores y de fuerzas que condicionan un fenómeno de abrumadora complejidad, con multitud de aristas, con facetas muy diversas, acaso contrapuestas, y con una evidente capacidad de modular en infinidad de aspectos el mundo que estamos acostumbrados a vivir.

Por eso la “revolución digital” tiene que ser analizada en sus múltiples perspectivas, sin perder de vista la totalidad pero sabiendo que las aproximaciones deberán ser forzosamente parciales; desde el convencimiento de la necesidad de completar las observaciones de cada cual con las de otros, que añadan elementos al panorama totalizador, en una especie de puzzle que sólo permite contemplar la imagen a medida que, por trozos, se va armando, y que sólo adquiere sentido en su plenitud.

Pues bien, en esa convicción y en esa tarea el CRS se encontró casi obligadamente con el grupo de investigación de Cibersomosaguas; y con el proyecto que este texto refleja.

Más allá de consideraciones genéricas, las exigencias de colaboración venían apuntaladas por varias duplas de intereses complementarios. El CRS partía de una visión esencialmente positiva de la digitalización, de sus beneficios potenciales, y Cibersomosaguas, en este caso, quería fijar su mirada en las posibles amenazas que el desarrollo implicaba; el CRS se interesaba sobre todo de las condiciones para el buen uso de lo digital, en la educación de la comunicación y de la interacción, y el grupo de Cibersomosaguas quería señalar los riesgos predominantes; el CRS fijaba el objetivo en las posiciones y los comportamientos de las personas en tanto que sujetos de acción, y Cibersomosaguas atendía más a la influencia de los grupos de interés; el CRS daba atención prioritaria al impacto sobre sujetos y grupos, y Cibersomosaguas se preocupaba más por las dinámicas macro de lo social. La oportunidad de la colaboración se montó sobre lo que podía haber de complementario. Sin embargo, aun sabiendo que cualquier catalogación rígida falsea la realidad, sería mucho más fácil señalar los puntos de intersección y encuentro en la visión y en las lecturas de las dos entidades. De hecho, sin ánimo alguno de exhaustividad, repasando hallazgos de este texto, cabe comentar algunas propuestas en las que CRS y el grupo de investigación de Cibersomosaguas coinciden plenamente.

Quizás la postulación de mayor calado del presente Informe se centra en la posible existencia de una “brecha digital” en la socialización de las persona que ya no se centra, como se hipotetizaba hasta hace poco, en la edad (la alienación de los mayores de todo lo digital) sino en circunstancias socioeconómicas, básicamente culturales, del contexto familiar. Algo en lo que coinciden diversos textos del CRS.

Entre 2014 y 2018 cada vez con más frecuencia se podrán explicar las diferencias en el manejo de las nuevas tecnologías por razones relativas a la situación social y al nivel de renta de los usuarios, más que a sus edades4.

Lo anterior resulta decisivo, sobre todo partiendo de la exigencia de una socialización, tras la crítica a esa fantasía del “nativo digital” que parece no necesitar de formación:

Tantas veces se escucha la expresión “nativos digitales” para referirse a adolescentes y jóvenes... que en ocasiones se pierde de vista que esos mismos jóvenes experimentan complejos procesos de aprendizaje y socialización en torno a esas TIC [...] Desde lógicas que aparentemente surgen del entorno laboral [...] pero que inundan todos los aspectos de la vida: la mejor gestión del yo, el mejor aprovechamiento de las oportunidades, los mejores procesos de socialización5.

[...] nos sitúan ante una realidad digna de reflexión, más aún vista la elevada percepción en torno a los riesgos. Además porque, discursivamente, se asumen nuevas necesidades formativas en relación a las diferentes estrategias relacionales que implica combinar la comunicación online y presencial, cuestiones que a la postre fían a la experiencia. Nuevos “problemas” que surgen de la necesidad de adaptarse a distintos contextos de comunicación y distintas redes sociales [...]; de aprender a usar recursos comunicativos que reduzcan las incertidumbres que provoca la comunicación no presencial; de ajustar las expectativas y el lenguaje a cada interlocutor/a y en cada contexto o red social; de procurar un adecuado equilibrio entre el yo online y el offline; de entender que las personas pueden ser distintas en las redes sociales que fuera de ellas, en base al mejor aprovechamiento de las claves de comunicación de cada contexto; de ajustar los límites de la exposición personal; de entender que los usos y comportamientos en la red también tienen reflejo y consecuencias fuera de ella [...] 6.

Con el agravante de que cabría la posibilidad de que la brecha se profundizase, condicionando no sólo un mayor déficit de recursos personales y sociales sino, más grave aún, una situación de desesperanza y abandono que cristalice en un grupo de hombres y mujeres excluidos o al borde de la exclusión. Algo que ha sido señalado en publicaciones del CRS relativas al impacto de la crisis, a la formación y al empleo.

Un grupo importante de hombres y mujeres [...] están lastrados por circunstancias estructurales deficitarias (mayor nivel de desempleo, menos estudios, menos recursos en las redes sociales de apoyo...) y, más importante aún, parecen haber introyectado vivencias de incapacidad y desesperanza: esperan poco del futuro, aceptan resignadamente una perspectiva low cost montada sobre una inclusión laboral de supervivencia [...]7.

Igual similitud de planteamientos entre las dos visiones se da al desvelar una banalización del reconocimiento por las propias personas jóvenes de una posible dependencia de las TIC.

Se tiende a aceptar [...] episodios más o menos habituales de dependencia [pero ello no] se asimila con una situación de problema declarado [...], que además no parece preocupar8.

[...] entre adolescentes y jóvenes no resulta complicado escuchar que “tenemos una adicción”, desde la convicción de que peor que eso será perderse las cosas que tienen lugar en el terreno online, y convencidos también de que la integración y “normalización” pasa por participar de las dinámicas que determinan las redes sociales, pues los nuevos procesos de marginación son los que marcan las brechas digitales. Por ello, [...] se habla despreocupadamente de “dependencia social”, o incluso de “adicción beneficiosa” o de “bendita dependencia”9.

O al señalar la inhibición de las familias en las tareas de mediación para socializar

[...] la posición de las familias se reafirma en el miedo al descontrol desde la red. Internet se configura como el chivo expiatorio [...]. Como decimos, el debate es contradictorio, ambiguo y dispar. En el marco de la, aparentemente, desregulación familiar, padres y madres atribuyen la responsabilidad al medio y a los gobernantes10.

Una tarea, la de mediación, que el grupo de investigación Cibersomosaguas describe como esencial para conseguir un desarrollo socializador equilibrado y justo, que evite marginaciones y exclusiones, y que la Fad viene enfatizando, en el mismo sentido, desde hace años.

Los que tienen buenas relaciones familiares tienden a jugar con menos frecuencia; dicho en sentido contrario, los que tienen malas relaciones familiares juegan más frecuentemente, juegan más veces en soledad y autoconfiesan más problemas en relación con el juego11.

Y si la familia no educa, y los profesores se sienten deslegitimados para ello, serán los agentes que predominan y dominan la sociedad los que se erijan en principales medios socializadores y de conocimiento para los niños: grandes medios de comunicación, modelos de ocio y patrones de consumo [...]. Tras todo lo escuchado y analizado, el panorama sólo parece plantear un aspecto respecto al cual existe total y general acuerdo, pues padres, madres y docentes lo asumen como cierto: la labor entre docentes y padres ha de ser conjunta y debe fundamentarse en la coordinación y complementariedad de unos y otros. Una coordinación efectiva multiplicará la capacidad educativa frente a los niños, mientras la descoordinación o dejación de responsabilidad de unos u otros la restará12.

Por cierto que, hablando de resultados de ese desarrollo socializador, en el texto queda claro que las trayectorias son muy diversas en función de múltiples circunstancias; y que se pueden esbozar unas tipologías ideales. Unas tipologías que resuenan en las que a su vez se trazaban en el libro del CRS Jóvenes en la red: un selfie (BALLESTEROS y MEGÍAS, 2015): “Integrados en la Red (sin grandes entusiasmos)”; “Experimentados (que perdieron el miedo a lo online)”; “Pragmáticos (expertos en nadar entre dos aguas” y “Tecnófobos (¿o indiferentes?)”.

En todo caso, si el CRS se siente profundamente satisfecho de esta colaboración con el equipo de investigación de Cibersomosaguas no es por esta comprobación de similitud en las lecturas sobre “jóvenes y TIC”. Evidentemente nos tranquiliza el obtener una ratificación, más aún si es de una entidad tan rigurosa desde el punto de vista científico. Pero lo que nos estimula sobremanera es la comprobación de que, acompañando este proyecto, hemos contribuido a logros evidentes. La presente publicación ordena y clarifica algo tan complejo como el desarrollo socializador de los y las jóvenes en un contexto de digitalización apresurada; sus fortalezas y debilidades, sus potencialidades y sus riesgos, sus amenazas y su horizonte de futuro. Tras esta investigación sabemos más de los factores que influyen, para bien o para mal, en un sentido o en otro, en esa socialización. Conocemos que no es un proceso ingenuo ni ciego, que tiene sus agentes interesados (interesados en “sus intereses”, permítasenos la redundancia, que no tienen por qué coincidir con los de la colectividad), en estimularlo, en frenarlo o en dirigirlo. Hemos aprendido a fijarnos en protagonistas “macro”, instituciones, administraciones; lo que no niega el protagonismo de los sujetos, chicos y chicas, ni de los mediadores que intervienen, o deben intervenir, en su socialización (familias, docentes o comunicadores, por ejemplo).

También hemos aprendido que hay elementos, con un papel ignorado o que se conoce muy superficialmente, y que son trascendentales para la socialización horizontal; que hay que entenderlos para resituarse ante ellos. Que son múltiples los factores que influyen en el transcurso, también en el discurso, de la “revolución digital”; que muchos de ellos, acaso los más importantes, escapan aparentemente del ámbito específico de lo digital y se sitúan en niveles estructurales, en la economía, en la política, en la geoestrategia.

Sobre todo, hemos podido vivir una vez más, en esta ocasión gracias a un análisis profundo y comprometido, la enorme complejidad del mundo en que nos movemos; cómo los más espectaculares avances pueden ir trufados de trampas, hasta qué punto es decisivo tratar de contemplar los fenómenos en su globalidad, sin recrearse en la facilidad de lo que nos cuentan o de las primeras impresiones.

Por todo ello, nos sentimos profundamente satisfechos. Creemos haber acompañado un paso más en la comprensión del que, al menos eso dice el tópico, acaso sea el avance más revolucionario de nuestra época: la transformación digital. Y esperamos poder encontrar en este libro algunas claves que nos ayuden a evitar que esa transformación resulte ser, una vez más, un proceso de suma cero: algo en el que muchos pierden para que otros puedan ganar.

Equipo del Centro Reina Sofía sobre

Adolescencia y Juventud de la Fad

 

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1 RODRÍGUEZ, E. (coord.) MEGÍAS, I.; CALVO, A.; SÁNCHEZ, E.; NAVARRO, J. (2002). Jóvenes y videojuegos. Madrid: Fad, INJUVE.

2 Fuente: https://elpais.com/cultura/2018/09/13/babelia/1536828693_419316.html (accedida el 15.09.2018).

3 MEGÍAS, I.; RODRÍGUEZ, E. y LASÉN, A. (2014). Jóvenes y Comunicación. Una impronta de lo virtual. Madrid: Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud-Fad, pág. 1.

4 GENTILE, A.; SANMARTÍN, A. y HERNÁNDEZ, A. L. (2014). Op. Cit. A sombra de la crisis. La sociedad española en el horizonte de 2018. Madrid: Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud-Fad, pág. 34.

5 MEGÍAS, I.; RODRÍGUEZ, E. y LASÉN, A. Op. Cit., pág. 160.

6 MEGÍAS, I. (2018). Jóvenes en el mundo digital: usos, prácticas y riesgos. Madrid: Fundación Mapfre, Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud-Fad, pág. 110.

7 MEGÍAS, I. y BALLESTEROS, J. C. (2016). Jóvenes y empleo, desde su propia mirada. Madrid: Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud-Fad, pág.125.

8 BALLESTEROS, J. C. y MEGÍAS, I. (2015). Jóvenes y en la red: un selfie. Madrid: Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud-Fad, pág. 90.

9 MEGÍAS, I. (2018). Op. Cit., pág. 107.

10 RODRÍGUEZ, E.; MEGÍAS, I. y MENÉNDEZ, T. (2012). Consumo televisivo, series e Internet. Un estudio sobre la población adolescente de Madrid. Madrid: Fad, pág. 201.

11 RODRÍGUEZ, E. (coord.). Op. Cit., pág. 253.

12 RODRÍGUEZ, E. y MEGÍAS, I. (2005). La brecha generacional en la educación de los hijos. Madrid: Fad, págs. 157-160.

 

 

 

 

 

 

Contenido

 

Primeras páginas

Créditos

Nota editorial

PRÓLOGO

Contenido

AGRADECIMIENTOS

SOBRE LOS AUTORES

INTRODUCCIÓN: La mala o buena socialización digital

Entre dependencias y movilidades sociales.— ¿Adicciones, dependencias o comportamientos problemáticos?.— Metodología y contenidos.

CAPÍTULO 1: La naturaleza tecnológica del desarrollo

Introducción.— La reinvención en positivo de la cuestión tecnológica.— La naturaleza tecnológica de las nuevas generaciones.— De los riesgos a las oportunidades.— Sobre los riesgos y beneficios de Internet: un análisis de redes sociales.— Conclusiones: ¿uso excesivo o adicciones sin complejos?

CAPÍTULO 2: Entre brechas y alfabetizaciones digitales: aprendizajes informales y mediaciones activas

Introducción.— Las tres brechas digitales.— Alfabetizaciones digitales: perspectivas y debates.— Aprendizajes informales.— De los medios a los contenidos, de la regulación a la mediación activa.— Conclusiones.

CAPÍTULO 3: La socialización en los entornos digitales

Introducción: vivir juntos pero separados.— Modelos de socialización en torno al capital social.— Conclusiones.

CAPÍTULO 4: Diseño y usos de los entornos digitales

Introducción: ¿conductas problemáticas o diseños adictivos?.— Affordances, apropiaciones y diseño.— Del diseño funcional a los usos.— Evolución de usos y tendencias de las principales plataformas. Facebook: doble estrategia empresarial y de diseño. Instagram: la nueva era de la imagen. Twitter: la selecta vanguardia de la actualidad. Youtube: la videoteca de Babel. Linkedin: la digitalización de las redes profesionales. WhatsApp: de la mensajería instantánea al auge de las micro-redes de masas. Telegram: la micro-red de las resistencias. Pinterest: un rincón para las afinidades. Snapchat: el encanto de lo efímero.— Tendencias.

CAPÍTULO 5: La desigualdad como principal riesgo de la socialización digital

Introducción.— Brecha primaria: ¿hacia la universalización del acceso?.— Segunda brecha: diferencias de uso, diferencias socioeconómicas.— Tercera brecha digital: des/conexión, des/igualdad institucionalizada.— ¿Riesgos, oportunidades o desigualdades?.— Conclusiones.

CAPÍTULO 6: Itinerarios de socialización digital

Introducción.— Itinerarios de socialización digital. Los/as sobreidentificados/as. Los/as desconectados/as. Los/as tecnoresilientes.— Conclusiones.

CONCLUSIONES: Digitalization is coming

¿La normalización irónica de lo inevitable?— Digitalizaciones desiguales.

BIBLIOGRAFÍA

Contraportada

 

 

 

 

 

 

 

Agradecimientos

Al equipo del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud (CRS de la Fad). Sin su apoyo y confianza este libro ni trabajos previos de investigación en los que nos basamos hubiesen sido posibles. Nuestro agradecimiento también a todos/as nuestros estudiantes que participaron en el cuestionario sobre usos, valoraciones y preferencias de las redes sociales, y muy en especial a Carla Barrio, quien se brindó a diseñar y realizar el análisis de redes sociales incluido en el primer capítulo de este volumen. Nuestro agradecimiento se hace extensivo a María José Camacho Miñano por sus comentarios y aportaciones, y a Paulo Cosín por su confianza en este trabajo y en general por su empeño en mantener a Ediciones Morata como referente en las ciencias sociales y humanidades de habla hispana.