El duelo de los ángeles
Primera edición, Pre-Textos, España, 2004
Primera edición, FCE Colombia, 2005
Primera edición, FCE México, 2018
Primera edición electrónica, 2018
Foto de portada: Carlos Salazar A.
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ISBN 9786071658821 (ePub)
ISBN 978-607-16-5820-3 (impreso)
Hecho en México - Made in Mexico
Prólogo
I. La melancolía como crítica de la razón: Kant y la locura sublime
II. El spleen del capitalismo: Weber y la ética pagana
III. El duelo de los ángeles: Benjamin y el tedio
Roger Bartra
(Ciudad de México, 1942) es antropólogo y doctor en sociología por la Sorbona (Universidad de París). Es investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha sido profesor e investigador visitante y honorario en instituciones académicas como las universidades Pompeu Fabra en Barcelona, Johns Hopkins en Baltimore, de California en la Jolla, de Wisconsin en Madison, el Paul Getty Center en Los Ángeles y el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Es autor de casi treinta libros, varios de ellos traducidos a diferentes idiomas. Destacan La jaula de la melancolía, Cultura y melancolía, Las redes imaginarias del poder político, El mito del salvaje, Antropología del cerebro y Cerebro y libertad, los dos últimos se reeditaron en un solo volumen como Anthropology of the Brain. Consciousness, Culture, and Free Will (2014). Recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y el doctorado honoris causa por la UNAM.
En este libro he querido explicar cómo tres lúcidos pensadores europeos se enfrentaron al abismo del caos y la irracionalidad. He querido llevar a cabo con Immanuel Kant, Max Weber y Walter Benjamin una especie de experimento antropológico: enfocar la atención en algunas dimensiones aparentemente marginales de su pensamiento para resaltar la manera en que ellos dirigieron su mirada hacia la oscuridad. Esta oscuridad queda simbolizada por la idea de melancolía, una noción antigua que cristaliza como una pieza clave de la cultura occidental moderna. No es fácil entender cómo la melancolía, símbolo del desequilibrio y de la muerte, encontró un espacio en la sociedad moderna. ¿Por qué la expresión amenazadora de la irracionalidad y del desorden mental logra alojarse en el corazón de la cultura europea orientada por el racionalismo? Es posible que parte de la explicación la podamos hallar en la eclosión del romanticismo, que fue una profunda protesta contra la Ilustración y el orden capitalista. Pero la melancolía no sólo ocupó un lugar privilegiado en la tradición romántica: enraizó también en otras manifestaciones culturales anteriores y posteriores. Para enfrentar el problema he preferido ubicarlo fuera del contexto antimoderno romántico, para observar la manera en que la filosofía ilustrada, la ciencia social moderna y el pensamiento crítico han reaccionado ante el sentimiento y la idea de melancolía y su larga cauda de tristezas: el tedio, la locura, el spleen, el aburrimiento, la depresión, el duelo, el hastío, el caos, el horror sublime, la náusea existencial…
Es cierto que las corrientes en que estaban inmersos Kant, Weber y Benjamin fueron reacias a mirar de frente las zonas oscuras en que estaba sumergida la radical otredad melancólica. El pensamiento ilustrado moderno no suele ver en la oscuridad y con frecuencia la niega. Kant, Weber y Benjamin no fueron visionarios románticos capaces de orientarse en las tinieblas de la irracionalidad. Y sin embargo, su ceguera, su andar y sus tropiezos nos ayudan a iluminar —o al menos a delimitar— esas regiones opacas invisibles a su mirada. Mi experimento consiste en usar como lazarillos a tres ciegos ilustres incapaces de ver el rostro oscuro del ángel de la melancolía. Acostumbrados a la intensa luz de sus ideas, reconocieron su presencia inquietante pero no lograron formarse una imagen de ese brillante sol negro del que hablaba Nerval. Y si ellos no lo lograron, acaso nadie en nuestra modernidad haya podido capturar y explicar al ángel de la melancolía. Kant percibió su presencia, explicó las razones por las que no podía verlo y nunca dio un paso hacia su encuentro. Weber cerró con miedo los ojos para no mirarlo, pero tropezó y cayó inconsciente en sus brazos. Benjamin creyó divisarlo y avanzó para abrazarlo, pero se quitó la vida antes de llegar.
Me gustaría advertir a los lectores, parodiando las primeras palabras de Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss, que odio las exégesis y las exhumaciones. Y he aquí que me propongo desenterrar a tres pensadores abstrusos como quien explora las ruinas de un antiguo cementerio exótico y extraño donde yacen los restos primigenios de una tribu desaparecida. Para acentuar este sentimiento de lejanía he escogido unos personajes cuya lengua entiendo mal y una región de Europa que conozco poco. Pero no he elegido casos ignorados, sino expresiones muy conocidas y transitadas continuamente: verdaderos lugares comunes, tópicos muy comentados y analizados que forman parte de las grandes tradiciones del pensamiento europeo moderno: la filosofía ilustrada, la sociología científica y el marxismo crítico. ¿Tristes tópicos? Muchos creen que se trata de temas tan manidos que se han marchitado, que han sido tan succionados que han perdido sentido y han quedado secos: Aufklärung, verstehenden Soziologie, kritische Theorie… A mí me pareció interesante tomar el camino inverso al del etnólogo tradicional. Lévi-Strauss, impulsado por las inquietudes de Rousseau, viajó hacia los estados primitivos donde creyó descubrir una sociedad triste y agonizante —los nambikwara— que a sus ojos representaba una de las organizaciones sociales y políticas más pobres que se puedan concebir: una sociedad tan reducida a la más simple expresión que ni siquiera tenía instituciones; el antropólogo encontró, como dijo, tan sólo a hombres.1 A contrapelo, yo quise viajar hacia el corazón del mundo moderno para buscar un estado luminoso de racionalidad llevado a su extremo más puro, un estado que tal vez nunca ha existido ni existirá, pero sobre el cual es necesario formarse una idea precisa para entender nuestra situación actual. Fui a buscarlo en los más brillantes pensadores, inmersos en complicadas sociedades y en intrincadas agresividades bélicas. Ellos mismos se ocultaron más allá de los límites de la extrema complejidad, y cuando llegué a ellos los encontré al borde de un vacío.
En este libro presento una breve exploración de la línea que bordea ese vacío. No trato de examinar la larga historia del irracionalismo o de las ideas que parten de hechos irracionales. Me interesa, en cambio, destacar la importancia de ese humor corrosivo y penetrante que impregna la modernidad. Pero aquí he preferido estudiar la melancolía, no en sí misma, sino mediante el examen de las cicatrices que el mal dejó en Kant, Weber y Benjamin. Me interesan las secuelas que ese extraño olor a muerte, que emana de la modernidad, ha dejado en los tres pensadores. Este Weltschmerz, que se expresa de muchas formas, no solamente es una sombra crítica que acompaña a la modernidad: creo que es una de sus expresiones más necesarias y reveladoras. Es el malestar que sufre el hombre ilustrado y moderno ante el desorden incoherente al que con frecuencia se enfrenta, tanto en la sociedad como en la naturaleza. Schiller, ese inquieto escritor que se movía entre la Ilustración y el romanticismo, señaló con precisión los extraños vínculos que unen la melancolía a la razón. Los sentimientos sublimes y melancólicos, creía Schiller, no sólo son estimulados por aquello que la imaginación no puede alcanzar: «lo que es incomprensible para el entendimiento, la confusión, puede igualmente servir como representación de lo suprasensorial y proporciona a la mente un impulso a elevarse». El hombre encuentra la imagen de su libertad ante la radical alteridad del «caos desordenado de las apariencias» y la «salvaje incoherencia de la naturaleza». Esta extrañeza le revela que es completamente independiente, y el caos irracional le permite construir racionalmente el orden moral. Es necesario abandonar la posibilidad de explicar la naturaleza, y tomar esta misma incomprensibilidad como un principio de explicación.2 Creo que estas ideas son una muestra de las extrañas maneras en que la irracionalidad se combina con el pensamiento moderno.
El extraordinario orden moral y racional que Schiller descubre en los hombres contrasta con la confusión y el desconcierto que observa a su alrededor: esa es la medida de la distancia que los separa del cosmos y que impulsa su orgullosa independencia. Pero la medida de esta separación ha inquietado a quienes, orientados por un pensamiento religioso, están convencidos —como dijo Paul Claudel— de que «la Creación no es un bazar de seres heteróclitos, acumulados al azar». Para vigilar y medir las fronteras suelen ser llamados esos invisibles seres mediadores que son los ángeles, incluso aquellos que han caído en una condición demoniaca. Uno de los ejemplos frecuentemente citados es ese ángel del Apocalipsis que mide las murallas de la Nueva Jerusalén con medida de hombre, para denotar que hay una afinidad entre los entes celestiales y los humanos.3 Me gusta, por ello, colocar este libro bajo la invocación de los ángeles que tanto atraían a Walter Benjamin. Por su parte, Kant imaginó que un ángel le podría dar a escoger una vida eterna y Weber habló del demonio que manipulaba los hilos de su vida. Quiero imaginar que estos ángeles son extraños, pues no son benefactores y tampoco encarnaciones del enemigo de Dios. Como el ángel de la historia de Benjamin, son seres dolientes que contemplan con tristeza el devenir humano. Ni benignos ni malévolos, realizan sus rituales de duelo como un deber ineludible.