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Akal / Básica de Bolsillo / 284

Serie Clásicos del pensamiento político

Rosa Luxemburgo

CARTAS DE LA PRISIÓN

Traducción de la Semblanza de Rosa Luxemburgo y de las cartas: F. Suárez

Con la revisión y acutalización del Equipo editorial

Traducción de la introducción y la posdata de Luisa Kautsky: Ana Useros Martín

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Este libro, que recoge las cartas que Rosa Luxemburgo escribió desde la cárcel a sus amigos y compañeros de lucha, es capaz de condensar su pensamiento más profundo sobre la situación política del momento y las perspectivas futuras del socialismo. En ellas muestra su espíritu independiente, lógico y penetrante, así co­mo su deseo de conocer y teorizar más allá de la doctrina marxista que inspiró su obra y sus acciones. Pese a su situación y represión, Rosa Luxemburgo nunca dejó atrás sus ideas, sino que siguió escribiendo incansablemente para defender sus convicciones, manifestando, aun estando presa, un conocimiento del momento político sorprendente. Cartas de la prisión es, por tanto, una muestra más de la brillantez de una mujer cuyo pensamiento sigue siendo capaz de remover en la actualidad muchas conciencias.

 

Diseño de portada

Sergio Ramírez

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© Por cesión de Akal Editor, 1976

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ISBN: 978-84-460-4693-6

Semblanza de Rosa Luxemburgo

Por Clara Zetkin

En Rosa Luxemburgo vivía una indomable voluntad. Dueña siempre de sí, sabía atizar en el interior de su espíritu la llama dispuesta a brotar cuando hiciese falta, y no perdía jamás su aspecto sereno e imparcial. Acostumbrada a dominarse a sí misma, podía disciplinar y dirigir el espíritu de los demás. Su sensibilidad exquisita la movía a buscar asideros para no dejarse arrastrar por las impresiones externas; pero bajo aquella apariencia de temperamento reservado, se escondía un alma delicada, profunda, apasionada, que no sólo abrazaba como suyo todo lo humano, sino que se extendía también a todo ser viviente, pues para ella el universo formaba un todo armónico y orgánico. ¡Cuántas veces aquella a quien llamaban «Rosa la Sanguinaria», toda fatigada y abrumada de trabajo, se detenía o volvía atrás para salvar la vida de un insecto extraviado entre la hierba! Su corazón estaba abierto a todos los dolores humanos. No carecía nunca de tiempo ni de paciencia para escuchar a cuantos acudían a ella buscando ayuda y consejo. Para sí, no necesitaba nunca nada, y se privaba con gusto de lo más necesario para dárselo a otros.

Severa consigo misma, era toda indulgencia para con sus amigos, cuyas preocupaciones y penas la entristecían más que sus propios pesares. Su fidelidad y su abnegación estaban por encima de toda prueba. Y aquella a quien se tenía por una fanática y una sectaria, rebosaba cordialidad, ingenio y buen humor cuando se encontraba rodeada de sus amigos. Su conversación era el encanto de todos. La disciplina que se había impuesto y su natural pundonor la habían enseñado a sufrir apretando los dientes. En su presencia parecía desvanecerse todo lo que era vulgar y brutal. Aquel cuerpo pequeño, frágil y delicado albergaba una energía sin igual. Sabía exigir siempre de sí misma el máximo esfuerzo y jamás fallaba. Y cuando se sentía a punto de sucumbir al agotamiento de sus energías, imponíase para descansar un trabajo todavía más pesado. El trabajo y la lucha le infundían alientos. De sus labios rara vez salía un «no puedo»; en cambio, el «debo», a todas horas. Su delicada salud y las adversidades no hacían mella en su espíritu. Rodeada de peligros y de contrariedades, jamás perdió la seguridad en sí misma. Su alma libre vencía de los obstáculos que la cercaban.

Mehring tiene harta razón cuando dice que Rosa Luxemburgo era el más genial discípulo de Marx. Tan claro como profundo, su pensamiento brillaba siempre por su independencia; ella no necesitaba someterse a las fórmulas rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma el verdadero valor de las cosas y de los fenómenos. Su espíritu lógico y penetrante se enriquecía con la intuición de las contradicciones que ofrece la vida. Sus ambiciones personales no se colmaban con conocer a Marx, con dominar e interpretar su doctrina; necesitaba seguir investigando por cuenta propia y crear sobre el espíritu del maestro. Su estilo brillante permitíale dar realce a sus ideas. Sus tesis no eran jamás demostraciones secas y áridas, circunscritas en los cuadros de la teoría y de la erudición. Chispeantes de ingenio y de ironía, en todas ellas vibraba una contenida emoción y todas revelaban una inmensa cultura y una fecunda vida interior. Rosa Luxemburgo, gran teórica del socialismo científico, no incurría jamás en esa pedantería libresca que lo aprende todo en la letra de molde y no sabe de más alimento espiritual que los conocimientos indispensables y circunscritos en su especialidad: su afán de saber no conocía límites y su amplio espíritu, su aguda sensibilidad la llevaban a descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes continuamente renovadas de goce y de riqueza interior.

En el espíritu de Rosa Luxemburgo el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas era para ella la suprema dicha. Con una voluntad férrea, con un desprecio total de sí misma, con una abnegación que no hay palabras con qué expresar, Rosa Luxemburgo puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida a la idea no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había ido dando ya trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional.

Cartas a Karl y Luise Kautsky