Agradecimientos

Es imposible no estar agradecidos en la vida. Siempre, en cada instante, se nos está regalando algo tan precioso como es la vida misma.

A punto de terminar estas páginas, que son un intento de describir mi experiencia como profesor en estos años, surge en mí la necesidad de dar las gracias a una serie de rostros concretos. Sin ellos, todo esto no habría sido posible.

Agradezco a mi familia por todo lo que me ha transmitido: alla mia mamma Barbara y al mio papà Giangi, que me han sostenido en todos los pasos dados en mi camino, a mi hermano Pietro (y Letizia, Ceci, Luci e Agnese) y a mi hermano Jack, el cocinero.

Agradezco a todos los que me han ayudado a dar forma a este libro: a Gregorio y a Plataforma Editorial, por involucrarme en este proyecto que me ha ayudado a ordenar las experiencias de estos años y a ser más consciente de lo que hago; a Ferran, por su pasión educativa y su acompañamiento; a Marta y Ricard, primeros lectores de este libro; a Sergio, por el tiempo dedicado a la revisión del manuscrito; y a Marta, por la amistad, los preciosos consejos y las conversaciones sobre educación.

Agradezco a todos los buenos profesores que he encontrado en mi camino y a los que trabajan conmigo y con los que comparto esta hermosa profesión.

Un agradecimiento especial a todos mis alumnos; sin ellos este libro no existiría.

Y también a mi hija Clara, por sus ojos llenos de asombro, a mi hija Maria, por su sonrisa y gran simpatía, y a Laura, que siempre está a mi lado y con la que he compartido la aventura que ha sido escribir este libro.

A todos, gracias.

Septiembre del 2018

Cómo he llegado hasta aquí

Jueves por la tarde, un día de septiembre del 2014 en Milán. Atardece. Estoy sentado delante de mi ordenador trabajando en el plano de la reforma de un piso. Estoy acabando el dibujo de la disposición de unas baldosas cuando, de pronto, el teléfono empieza a sonar. Un número con prefijo español. Salgo a la terraza.

Contesto.

—¡Hola, soy F.!

—¡Hola!, ¿qué tal?

—¡Bien! Oye, sé que estás buscando trabajo por aquí y un profesor que tenía que empezar con nosotros al final no vendrá. Nos hemos quedado sin docente. He visto tu currículum, ¿tú te ves dando clase de Plástica y Tecnología en la ESO?

Un momento de silencio, no sé qué decir, ¿yo, dando clase? Mil cosas pasan por mi cabeza.

Es verdad que es una oportunidad de trabajo importante.

Vuelvo a la llamada.

—Sí, creo que sí…, bueno…, se puede intentar. ¿Cuándo empieza el cole?

—Ya ha empezado…, ¿podrías estar aquí el lunes?

¿El lunes? Tengo tres días y uno será de viaje…, ¿qué le digo?

—A ver…, me organizo y te digo algo…, pero…, bueno…, en principio es un sí.

Fin de la llamada.

Vuelvo al escritorio de mi oficina. Guardo lo que estoy haciendo y apago el ordenador. Me paro a pensar, llevo tiempo buscando trabajo en España y llega esta oferta ahora. Voy a hablar con mi jefe. Le explico la llamada que acabo de recibir. Él ya estaba avisado de que me iría a finales de septiembre para buscar trabajo en Barcelona. Cuando le explico el trabajo como profesor, se alegra, me desea suerte y nos despedimos.

Al día siguiente, recojo mis cosas en el despacho. Comemos juntos con todo el equipo para celebrar mi nueva aventura y me voy para casa a acabar de preparar maletas y cajas. Cargo el coche y emprendo el viaje rumbo a Barcelona.

Os preguntaréis por qué me llamaron desde Barcelona viviendo yo en Milán y siendo yo italiano.

Hay que retroceder un par de años, cuando, gracias al Programa Erasmus, tuve la oportunidad de estudiar un año en la Facultad de Arquitectura en Barcelona. Fue mi primer año fuera de casa en contacto con una cultura diferente y lejos de todos mis amigos. Ahí me encontré con gente muy interesante y, sobre todo, conocí a Laura, quien actualmente es mi mujer.

El año siguiente preparé mi proyecto final de carrera en Lisboa, otro lugar donde se dio el encuentro con otra cultura y forma de vivir y pensar. Otro año muy enriquecedor a título personal y cultural.

Una vez terminado el proyecto, regresé a Milán y me gradué en verano del 2013.

A partir de ahí, empecé a trabajar como arquitecto hasta el momento de la llamada.

Hacía ya casi un año que estaba buscando trabajo como arquitecto en España, enviando currículums a todos lados y viniendo de vez en cuando para alguna entrevista. Era un momento difícil para el mundo de la construcción y los despachos de arquitectura, más que crecer en número de colaboradores, iban disminuyendo. Siempre quedaba en mí la esperanza de que algún día me llamaran para trabajar en algún despacho y, por mi parte, había puesto todo mi esfuerzo para encontrarlo. Pero todo parecía estar muy estancado.

En ese momento, cuando me había prometido con Laura, tomé la decisión de dejar mi oficina en Milán a finales de septiembre para desplazarme a Barcelona en busca de trabajo.

Esa llamada lo cambió todo.

Se me ofrecía la posibilidad de empezar como profesor.

Después de tantos meses buscando, se me regalaba una ocasión de oro cuando todo parecía perdido.

Es verdad que no era lo mío, pero el mundo de la educación siempre había despertado en mí cierta atracción. Quizá porque a lo largo de mi vida me encontré con grandes maestros. Me venían a la mente las caras de los profesores más decisivos en mi vida. Me empezaba a acordar de ellos, de cómo nos daban clase y nos acompañaban.

Por otro lado, también pensaba en mi profesión como arquitecto; me alejaría de ese mundo y sería difícil volver a entrar y estar al día.

No sabía bien cómo iba a ser la enseñanza en España porque nunca la había vivido, con qué tipo de alumnos me encontraría, si sería capaz de estar delante de ellos, de comunicarles algo.

Sin embargo, había dicho que sí, seguro de que había que arriesgarse, había que apostar por algo así. Era una ocasión grande y, también, una oportunidad. Habría sido estúpido retirarse por miedo a perder algo. Eso era lo que se me proponía, lo que me traía entre manos. Podía tener mis proyectos y mis ideas sobre el futuro, pero, en la condición en la que me encontraba, no podía desaprovechar la ocasión que se me brindaba.

Además, no era la primera vez.

Contaba con experiencia como profesor, ya que hice una sustitución de un mes en una escuela de Secundaria en Milán. Aunque no fue fácil, no resultó una mala experiencia. Por ello no me disgustaba la idea de volver a las clases.

Se trató de una sustitución en un barrio conflictivo de Milán, con mucha inmigración y familias desestructuradas. Sustituí a la profesora de Educación Visual y Plástica. Era una asignatura en la que no solían hacer gran cosa.

El primer día de clase, los hice dibujar y respondieron bien. Algunos me contaban que, hasta ese momento, no habían agarrado un lápiz para dibujar y que les había gustado hacerlo. Esto me confortaba, había sintonía con los alumnos. Fue un breve paréntesis, pero muy significativo.

Una vez, un profesor que tenía en Bachillerato me dijo que se podría intuir en la primera media hora de clase si una persona tenía o no vocación para la enseñanza (¡porque es una vocación!). Suscribo lo que me decía mi profesor. Allí me di cuenta de que podría ser uno.

También tenía experiencia cercana al mundo de la educación gracias a mi familia, puesto que mis padres son ambos profesores. Mi madre es maestra de Primaria y mi padre, profesor de Secundaria (ahora jubilado). Dos personas que han dedicado su vida entera a la educación de los jóvenes. Este hecho ha influido, seguramente, en mi manera de percibir la enseñanza y en plantearme la posibilidad de ser profesor.

Tras conocer la noticia, la reacción de mis padres fue bastante diferente. Mi madre estaba contenta y me veía un largo recorrido como profesor. Mi padre, en cambio, lo veía más como un trabajo temporal a la espera de encontrar algo como arquitecto.

A día de hoy, llevo cuatro años dando clase. No sé si será para toda la vida, pero actualmente no estoy pensando en cambiar.

Los dos colegios donde trabajo están en la Cataluña central. En realidad, son dos colegios separados solamente desde el punto de vista geográfico que siguen la misma dirección pedagógica. Muchos profesores de la ESO damos clase en ambos y el trabajo del profesorado es común, pues la programación de las asignaturas se hace de forma conjunta. Cada escuela tiene sus particularidades y su entorno social, pero, a lo largo de estos cuatro años, me he dado cuenta de que puedo considerarlas una sola escuela.

Trabajo lejos de Barcelona y del mundo metropolitano.

Siempre he vivido en grandes ciudades. Me encanta la ciudad y la vida que hay en ella: el ruido, los grandes edificios, el movimiento de la gente, el murmullo de las calles, el encuentro de culturas, de generaciones…

Esto forma parte de mi personalidad.

De la misma manera que forma parte de mi modo de ser lo que he estudiado.

Estudié bachillerato artístico y me enamoré del arte. En esos años, aprendí a tener una mirada crítica, a observar, a apreciar la belleza y a buscarla.

Durante toda la carrera universitaria, esto se potenció y me abrí al mundo; supuso para mí la posibilidad de encontrarme con diferentes culturas y formas de pensar. Y comprendí que, descubrir el pensamiento de otro, siempre es un bien y te enriquece en muchos aspectos.

Estuve trabajando un año como arquitecto entre la oficina y la obra, aprendiendo a gestionar el trabajo de los albañiles y, al mismo tiempo, aprendiendo el oficio. Empecé a tener responsabilidades y a relacionarme con los clientes.

Nada que ver con el mundo de la educación, aparentemente.

Ahora, con todo este bagaje, llegaba a Barcelona para entrar en clase como profesor.

Probablemente no fuera consciente de lo que me esperaba.

Tenía una vaga imagen de lo que podría ser.

Me pasaban muchas cosas por la cabeza cuando llegó la realidad: el primer día.